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Drácula

Bram Stoker, 1897


Comentario breve

No es amigo del día ni la luz, nunca duerme: descansa en un sarcófago, se alimenta de sangre,
tiene un extraño dominio sobre seres repugnantes y nocturnos –ratas, murciélagos, cucarachas,
escorpiones y otros– viste en forma extravagante y elegantemente patética, el uso de la capa
negra es su emblema, es inmortal, aunque no eterno, su razón de ser es el cultivo del mal, no
parece tener jefe y es posible que sea él mismo una representación del demonio cristiano.

Expresa cierta innegable fuerza erótica, seductora y sensual, una especie de encantamiento
paralizante y el deseo que caracteriza a estas situaciones. Las alcobas siempre están cerca
cuando está ejecuta su trabajo preferido: diabolizar con su beso mortal a las más bellas damas
de su entorno. No está claro si gusta hacer lo mismo a seres de su mismo sexo. Es
evidentemente un ser masculino. Su epifanía ocurre siempre en condiciones ambientales y
psicológicas que rechazan o niegan o buscan destruir el ideal burgués de socialización cristiana.

No parece practicar practicar hábitos de higiene reconocidos. Debe oler mal, aunque no parece
ser así, porque en sus entrevistas “formales” los visitantes no muestran el rechazo instintivo que
sugiere su arquetipo. Su representación es ambivalente, porque por un lado su conducta rechaza
los valores burgueses, pero, curiosamente, consigue en el espectador todo lo contrario: una
automática identificación con los valores que rechaza. En la medida en que nos produce ese
efecto ambivalente y contradictorio–rechazo y seducción– expresa lo que parece ser la clave de
su éxito. Como quiera que resulta finalmente sometido y destruido, puede afirmarse que la
historia cultiva el ideal burgués y judeo cristiano: El mal nunca triunfa. Es un drama patético,
esencialista, dualista y dialéctico, en la medida en que opone el bien al mal, sin espacio para las
ambigüedades, más propias de la constitución del ser humano. Drácula es el vampiro por
excelencia del siglo xx.

Un ser o criatura maligna o demoníaca, que niega y se opone a las fuerzas divinas del bien y
tiene ella misma un carácter superior a lo humano, ¿es divina? En todas las cosmovisiones
míticas o mitológicas el mal existe, pero es o debe ser la expresión de fuerzas trascendentes. El
mito surge para dar forma a estas fuerzas que trascienden, acosan, someten y depredan al
cosmos eternamente.

Para la psicología, el mito expresa fuerzas básicas del inconsciente individual y colectivo
identificadas con la maldad y con el terror. Es la “sombra” de Jung: mezcla de instintos y
pulsiones originarias que expresan su “atavismo bestial” en conflicto permanente con la
institución social. La figura del vampiro va a resumir y dar forma al mito. Es su arquetipo.

El término proviene de voces indoeuropeas, turcas y persas. Deriva en el eslavo arcaico “oper” y
en el polaco “wampir”; y luego en el eslavo, alemán, inglés y francés: “vampire”. Otras voces:
brucolaco (español), nosferatu (griego), strigoiul (rumano), upiór (polaco), upir (ruso antiguo),
vampyrus (latín), vrolok (eslovaco), vurdalak (ruso moderno). En grecia lo denominaban
tympaniaios o vrykolakas.

Significa: ser volador, beber o chupar, lobo y hace referencia a cierto tipo de murciélagos
hematófagos.

Conocemos a Drácula como el protagonista de la novela del irlandés Bram Stoker, 1897. Pero
existe un Drácula “histórico”, Vlad Tepes –Vlad el Empalador- que vivió en el siglo xv y fue
príncipe de Velaquia que formaba parte del reino de Rumanía, junto con Moldavia y
Transilvania.

El personaje y la historia de Stoker ha sido llevado al cine en más de 150 versiones, desde 1922
con el film “Nosferatu el vampiro” de F. W. Murnau.

Marzo 19, 2011

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