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Presentación
Los análisis del golpe militar de 1976, desde distintos enfoques y abordajes,
remarcan la intención de las FFAA de darle al mismo un carácter “fundacional”; desde su
propia perspectiva, significaba más que “poner orden” a los distintos aspectos que
juzgaban desquiciados de la vida política, social y económica, de lo que se trataba era de la
creación de una sociedad nueva, a fin de “recomponer” las condiciones de acumulación del
capitalismo argentino1.
Esto dará lugar a una profunda transformación de un conjunto de pautas vigentes
hasta ese momento y la implementación articulada de mecanismos de diversa índole para
producir tales cambios en la sociedad argentina, que amalgaman, claro está, lo
estrictamente “económico”, con aspectos políticos y sociales. Una lectura que intente
articular estos niveles resultará más enriquecedora al momento de desentrañar el
significado de las políticas económicas aplicadas durante el gobierno de facto.
Es en este sentido que las drásticas modificaciones de las condiciones económicas
enlazan con cambios en la antigua estructura de relaciones sociales y políticas, con el
propósito de dar lugar a un disciplinamiento social generalizado, a eliminar la capacidad
de resistencia de los sectores populares, torciendo la relación de fuerzas a favor de los
intereses de los capitalistas, de ahí la necesidad de interpretar la esfera económica en el
marco de objetivos que sobrepasan sus límites. La pretensión “estratégica” del golpe se
orientaría, según Quiroga2 a “estabilizar la hegemonía de una fracción de la clase dirigente
en el poder del Estado y en el conjunto de la sociedad, sobre la base de proyectar
políticamente su predominio económico”, un intento de refundación del sistema político,
que permitiese introducir en él cambios duraderos.
En virtud de lo expuesto, es claro que tal intento de disciplinamiento y
transformación puede comprenderse a partir de un bosquejo de los rasgos centrales del
modelo previo, y de las características que tenía la Argentina de aquellos tiempos. Es
fundamental, a partir de esto, conocer el “diagnóstico” en el que convergieron los
participantes de la “coalición golpista” acerca del funcionamiento de la economía argentina,
como así también, las “recetas” o soluciones que juzgaron pertinentes. Con esto se vincula
la presencia de un discurso que hunde sus raíces en el siglo pasado3 (de más está decir que
no es absolutamente homogéneo a lo largo de la historia) de corte “liberal”. Durante el
largo período que comprende el modelo de crecimiento anterior (1930-1975-6) el discurso
liberal embistió contra él. Sin embargo, hasta 1976 no lograba una posición hegemónica,
pero a partir de entonces, lo que antes existía como un “horizonte de discurso” logra
concreción.
En el desarrollo de este trabajo se intentará, por tanto, dar cuenta de los puntos
fundamentales de tal discurso, como así también deslindar, en el campo económico, los
objetivos y proyectos declarados por las autoridades del gobierno militar de las
concreciones y sus consecuencias efectivas. Esto permitirá evaluar con mayor claridad los
alcances del éxito o fracaso, según desde donde se mire.
Para facilitar la exposición se analizarán separadamente, por un lado, los
componentes fundamentales de la política económica (y sin dar detallada cuenta de los
vaivenes y matices, propios de un análisis cronológico) y, por otro lado, los efectos
“encadenados” de corto plazo, para avanzar, finalmente, sobre los resultados y
consecuencias de largo plazo. Un análisis integral supondrá dar cuenta de la composición
de la alianza golpista, las estrategias desplegadas, los beneficiarios y perjudicados,
como así también puntualizar la incidencia de algunos factores externos.
1
En este sentido fundacional muchos autores lo vinculan con el golpe del 66, según el análisis de Cavarozzi;
Marcelo en “Autoritarismo y Democracia (1955-1996)” las sucesivas intervenciones militares multiplican
progresivamente las facetas cuestionadas como así también la percepción militar de una involucración mayor
para arreglar las cosas hasta la percepción de la necesidad de producir un cambio radical, como ocurrió en el
76.
2
Quiroga, Hugo, en “El tiempo del Proceso. Conflictos y Coincidencias entre políticos y militares, 1976-1983
(1994).
3
Algunos autores insistirán en los lazos de continuidad con el Proyecto del 80, ver al respecto Naúm
Minsburg “Capitales extranjeros y grupos dominantes argentinos”, Mario Rapoport “De Pellegrini a Martínez
de Hoz: el modelo liberal”. Otros prefieren puntualizar las diferencias que los separan, tal el caso de Gabriel
Montergous en “La generación del 80 y el proceso militar”.
A modo de marco contextual y de referencia, una sintética enumeración de los
elementos fundamentales del modelo estado-céntrico, con especial énfasis en lo económico,
permitirá definir con mayor claridad continuidades y rupturas producidas a partir del 76.
4
Este tipo de medidas favorece de manera evidente al sector agroexportador. Son, de alguna manera,
pequeños anticipos de la “medicina liberal” que llegará, más adelante –desgraciadamente- con toda su
contundencia.
5
Pucciarelli, Alfredo “Dilemas irresueltos en la historia reciente de la sociedad argentina”
6
El sector agropecuario tuvo un proceso de modernización y mecanización que permitió su recuperación,
pero la naturaleza del comercio exterior argentino, bienes de capital de precios crecientes contra materias
primas de precios decrecientes ( alto valor agregado contra escaso valor agregado ) hacían que la renta
agropecuaria que nunca fue suficiente para financiar completamente el desarrollo argentino, lo fueran menos
aún.
7
Ver al respecto O’Donnell, Guillermo, “Estado y alianzas en la Argentina, 1956-76”, donde analiza la
conformación e incidencia de alianzas de tipo “ofensivo” - entre gran burguesía urbana y burguesía
pampeana- y “defensivo” –sectores medios, pequeña burguesía industrial y sectores populares-, según este
autor el poder de veto de esta última lograría socavar desde abajo el poder de la primera, haciendo desvanecer
los intentos de aplicar políticas estables. El otro factor decisivo que incluye es la “acción pendular” de la gran
burguesía urbana que coartó la posibilidad de llevar adelante una dominación política estable, articulando una
alianza de largo plazo con la burguesía pampeana, capaz de modernizar el capitalismo argentino y revertir el
comportamiento cíclico de la economía.
A modo de cierre, podemos decir que, cuando hablamos de la intervención del
estado, ésta no se circunscribe al campo de lo puramente económico, se despliega también
en el área social, en la que actúa regulando las relaciones laborales entre capital y trabajo y
aplicando políticas de tipo distributivo.
Vale aclarar que este modelo no se mantuvo en un todo constante, sino que asumió
dos variantes, una nacional y popular, de tipo distribucionista, y otra desarrollista, de tipo
concentradora.
Es importante enfatizar la cuestión de la relación de fuerzas, que ayudan a
comprender las consideraciones vertidas sobre el estado, ya que nos encontramos, en líneas
generales, con una situación que podría caracterizarse como de “empate” entre los actores
relevantes (burguesía y sector popular urbano), que se traduce en la capacidad de éste
último de resistir y frenar los embates del sector capitalista. Es, en gran medida, la
“identidad peronista” la que hace coagular elementos que logran dotar de identidad al
sector obrero. Esta circunstancia es sumamente relevante si se la analiza a la luz de las
relaciones de fuerza que se pretende torcer con el golpe.
Si nos detenemos en el escenario inmediato anterior al golpe (años 73-76) vemos
como las tensiones se hacen particularmente intensas al interior del propio movimiento
peronista, en el que habían convergido sectores que venían amasándose desde tiempo atrás.
La presencia, en esta coyuntura, de distintas vertientes en el seno del peronismo8 y el
conjunto heterógeneo de fuerzas que conformaban el mapa del momento 9 dan lugar a una
pugna que se observa con claridad en el campo de las decisiones económicas.
Es particularmente en la política económica donde las tensiones hacen saltar la
posibilidad de la aplicación de un plan como el de Gelbard, que intenta articular los
intereses entre burguesía nacional y sector obrero (cae en 1974).
En un contexto de agudización de la pugna distributiva y con problemas de fondo,
de naturaleza estructural al modelo de acumulación, se desemboca en el año 1975 en una
crisis que pone de manifiesto, para muchos analistas, el agotamiento del modelo (ISI). Por
este motivo, esa fecha es una suerte de bisagra, ya que las “soluciones” para salir de la
inflación, la crisis de la balanza de pagos y el déficit fiscal 10 propuestas por Celestino
Rodrigo, medidas conocidas como el “Rodrigazo”, contenían en la receta, “ingredientes”
de lo que sería la “medicina económica” del proceso militar. Aquí, encontramos ya un
paso en el camino de torcer la relación de fuerzas, volcando la balanza a favor del
empresariado.
Es que, siguiendo el razonamiento de Pucciarelli, cuando la fuerte discrepancia
entre nivel de ahorro y de inversión disparó la feroz pugna distributiva y una terrible
confrontación política, que se expresó finalmente en términos político-militares, esta
instancia produjo un cambio sustancial en el horizonte conceptual que había sostenido el
consenso original y permitió la “radicalización” de los argumentos liberales que plantearon
la necesidad de reformular las políticas estatales que sostenían esa industrialización y sus
mecanismos de redistribución del ingreso. Veamos cómo fue desenvolviéndose este
discurso.
En esta concepción y, por ende, en los análisis que se desprenden de ella vinculados
a los “males” que observaron en el país y a las “causas” que los provocaron, se encuentra
implícita una visión de la naturaleza humana, la sociedad y su correcto, o mejor dicho
“natural” funcionamiento.
Tal perspectiva considera a la sociedad como un conjunto de diversas unidades de
decisión independientes. Desde este punto de vista, son los individuos las células que
componen el orden social y son ellos -y no una organización corporativa que los aglutine-
los únicos legítimos defensores de sus intereses. Es, por lo tanto, la suma de las
orientaciones individuales lo que define el comportamiento grupal.
Esta visión atomista de la sociedad tiene su versión clásica en el liberalismo
económico de Smith y Ricardo, quienes consideraban el orden social como creación de los
individuos al perseguir sus fines particulares, pero sin conciencia de ello, guiados por la
“mano invisible” se encontraban en el mercado, que operaba, por tanto, como asignador
8
Tales vertientes podrían englobarse en cuatro grandes paquetes: a) un sector de izquierda radicalizado,b)
sector político peronista clásico, c) la dirigencia sindical ligada a este último y d) la ultra derecha peronista.
9
El mapa de actores relevantes comprende a la burguesía – con distintas expresiones: agraria, gran burguesía
urbana, burguesía local, con intereses diferenciados- y al sector popular urbano.
10
Ya Gómez Morales, anterior en el desempeño del cargo a Celestino Rodrigo, había intentado un ajuste
más moderado, son los mencionados “planes de estabilización”.
natural de recursos. En esta línea, el Estado, aparece como un mal necesario que garantiza
la libre iniciativa de la sociedad que sustenta la seguridad privada sin interferir con las leyes
del mercado.
En la versión local de 1976 la opción entre mercado y planificación quedó
rápidamente resuelta al nombrarse al Dr. Martínez de Hoz como ministro de economía,11 lo
que posibilitó que el diagnóstico formulado por el equipo económico se convirtiera en el
fundamento político-ideológico de la acción de gobierno.12
El discurso resultante asumió características propias, desprendiéndose en varios
aspectos de la literatura original, articulando una “versión” que armonizó con el
pensamiento militar proporcionando una “filosofía fundante a una reformulada
Doctrina de Seguridad Nacional.”13 Se amasó así una suerte de “liberalismo desde arriba”
que partía de un diagnóstico que enfatizaba la ingobernabilidad intrínseca y la
naturaleza indominable de la sociedad civil. Confluían en esta mirada, la crítica a las dos
caras, según ellos, del modelo precedente, el populismo y el desarrollismo, ambas
promotoras de la utilización del crecimiento industrial como eje dinámico de la
economía. El juicio liberal sentenciaba la ineficiencia de las políticas de
industrialización y el sobredimensionamiento del estado; una economía que
caratulaban de semicerrada y que había redundado en una subóptima utilización de
los recursos, una industrialización subsidiada y artificial, que había encubierto
beneficios a empresarios ineficientes y una politización de la transferencia de
recursos.14 Según esta visión la explicación acerca de esta ineficiencia industrial como así
también la “distorsión” de los precios relativos y la inflación –tema medular para el equipo
económico- se debían al elevado gasto público, las empresas del estado deficitarias, los
créditos y todas aquellas medidas que derivaban de la protección aduanera. Otro
factor decisivo para producir inflación, desde esa óptica, era el poder de los sindicatos,
que presionaban para aumentar los salarios e incrementaban los costos.
Siguiendo el análisis de Cavarozzi, y a modo de síntesis, los liberales conjugaron
en su discurso, fundamentalmente, tres aspectos que resultaba inminente erradicar: la
subversión (que incluía cualquier tipo de acción popular), la sociedad política populista y
el sector industrial y sus clases de sustentación. Si bien la propuesta militar propiciaba en
todos los planos el “libre juego” de la economía de mercado, de ello no es correcto derivar,
automáticamente, un rol ínfimo para el Estado en todas sus dimensiones. Lo que debía
desaparecer era el -por ellos considerado- Estado protector o paternalista, derivando en las
infinitas células de la sociedad las actividades de las que “inapropiadamente” se había
hecho cargo. De esta forma, el principio de subsidiariedad del Estado operaba como una
transferencia a la actividad privada. Según Cavarozzi, y contrariamente a lo que muchos
piensan, la idea de “estado fuerte” sería fundamental para modificar el viejo orden
populista, cuya intervención permitiría desmantelar ese modelo de acumulación y, por
otro lado, llevar adelante la “guerra” contra la subversión, en el contexto de una
sociedad tildada de “enferma”. El proclamado achicamiento del estado, como veremos
más adelante, quedó más en el plano teórico que en el de las realizaciones concretas,
siguiendo una lógica selectiva y limitada, es que, en este punto, las posiciones liberales y
neoliberales tienen una paradójica posición ante el Estado, en situaciones de “peligro”, el
modelo hobbesiano se reivindica sin reparos: la seguridad de los individuos y los
bienes, la propiedad privada, las leyes de mercado, la competencia y el lucro bien lo
valen. Poner las cosas en “su lugar” es tarea prioritaria. Por ello, el liberalismo económico
congenia perfectamente con dictaduras militares y gobiernos autoritarios.15
Si bien, como decíamos, el estado no se desdibujó completamente, las reglas del
mercado se aplicaron en áreas específicas de la economía, siguiendo un perfil claramente
discriminatorio.
Al insistir en la importancia que tuvo para la concepción neoconservadora
autoritaria el impulsar la preeminencia del mercado –en segmentos puntuales- estamos
afirmando que ella no era sólo un instrumento de política económica –ni el mecanismo
11
El Ministerio de Planeamiento fue “descendido” a Secretaría
12
Oszlak, Oscar en “Proceso” crisis,y transición democrática/1, “Privatización autoritaria y recreación de la
vida pública”.
13
Cavarozzi, Marcelo op.cit.
14
Acuña, Carlos. Boletín Informativo Techint Nro 255. “Empresarios y política. Una relación de las
organizaciones empresarias con regímenes políticos en América Latina: los casos argentino y brasileño”.
15
Argumedo, Alcira “Los silencios y las voces en América Latina”. Sostiene que el estado policial ha sido
una constante en el pensamiento económico liberal y que si estas preocupaciones no aparecían en los clásicos
es porque Inglaterra lograba imponerse sin obstáculos. Ideólogos de la talla de Milton Friedman y Von
Hayek, defienden la concepción policial del estado como vigía cuando los irresponsables hacen peligrar la
libertad de mercado, no sorprende que Friedman haya avalado las medidas represivas del Gral. Pinochet.
que establece reglas iguales al tiempo que educa en el cálculo de costos y beneficios como
en la versión clásica- sino un recurso valioso de control social con el fin de: destruir
mecanismos mediadores, organizativos, promover la desarticulación social, la
atomización y la competencia, resignificar identidades, tanto de trabajadores como de
empresarios, claro está, no de manera simétrica para ambos.16
En concordancia con el diagnóstico expuesto, las recomendaciones y recetas que
dominaron las políticas económicas a partir del 76 pueden deducirse fácilmente: tal como
lo expresan Azpiazu y Nochteff, se buscaba menos intervención estatal y más mercado –
para que la iniciativa privada desplegara su vocación creativa e inversora-, menos consumo
y más austeridad – para aumentar ahorro e inversión-, menos atraso tecnológico y más
modernización y trabajo – para aumentar la productividad-. En definitiva, “privatización,
apertura, desregulación y sacrificio presente para el bienestar futuro...”17 Vale recordar,
siguiendo a estos autores, que la secuencia primero invertir, luego crecer, para después
distribuir se presentó como una verdad indiscutible, como el objetivo de la política
económica.
24
Azpiazu, Basualdo y Khavisse. Op. cit.
25
Neffa, Julio César . Op. Cit.
Con respecto a las medidas tomadas para detener la inflación, prioritarias durante el
primer año, no lograban contenerla, de manera que se vieron obligados a introducir
variantes aún contradictorias con sus “principios”, tales como la “tregua de precios” que
aún no pudieron frenarla y que, conjugada con la fijación de “topes salariales” –siempre por
debajo de la inflación- produjo una fuerte reducción de los ingresos de los trabajadores,
cuyos salarios reales se flexibilizaron hacia abajo, lo que hizo descender la participación de
este sector en la distribución del ingreso nacional, con lo cual se redujo su papel en el
mercado interno, encadenando un desaliento para la producción industrial de bienes
durables.
Las drásticas alteraciones sufridas por la estructura de precios relativos fue un
fenómeno característico generado por la aplicación de las políticas económicas militares,
dando lugar a una transferencia de ingresos entre los actores económicos, favoreciendo a
quienes pudieron desplazar sus excedentes con mayor agilidad.
Lo que realmente sucedió con respecto a la reforma cambiaria fue que, al quedar
pautado el nivel de devaluación y controlado a través de la “tablita”, en un contexto en el
que la inflación tardó mucho en bajar y en el que, de hecho, nunca llegó a ser baja, se fue
generando una situación de retraso cambiario, dado que el dólar estaba “barato” con
relación a los precios internos en moneda nacional que, como ya dijimos, afectó tanto a las
industrias productoras de bienes transables como a las de insumos y capital. Claro está, que
si a esto sumamos el proceso de apertura comercial ya señalado, la acentuación del efecto
recesivo es muy profunda.
Entre los años 76-81 se desarrolla, como ya se explicó, la fase de fuerte apertura al
comercio exterior. La reducción de las tasas arancelarias y las restricciones para importar
productos ya fabricados en el país se redujeron tan significativamente que el promedio
nominal legal de dichas tasas llegó a verse reducido a casi la mitad. Como no podía ser de
otra forma, hacia mediados de 1980 comienzan a sentirse los efectos derivados de estas
políticas, ahora agudizados por un “acelerado dinamismo en el proceso de apertura
externa”, producto del abaratamiento de las importaciones por la revalorización del peso26,
y de una serie de medidas como la incorporación de los gravámenes extraarancelarios al
arancel de importación, la supresión de aranceles a insumos no producidos en el país, entre
otras, que no lograron la meta de la convergencia de precios y que, tuvieron un efecto
decisivo y fulminante sobre algunas ramas del sector industrial local productoras de
bienes expuestos a esa competencia, dando lugar a un proceso desindustrializador 27. Entre
1980 y 1982 el producto industrial ha alcanzado una caída de casi un 25%.
La consecuencia inmediata de esta drástica reducción de aranceles y de los precios,
potenciados por el abaratamiento del dólar, fue el estímulo a las importaciones, que
generaron un elevado déficit de la balanza comercial durante los años 80-81, que obligaron
a morigerar sus efectos a partir del cambio de autoridades. Fue así que los “regímenes de
promoción industrial”, entre los años 76-81, se vieron altamente beneficiados por los
aspectos recién señalados (la tasa de cambio que sobrevaluaba la moneda nacional) que
hacían barata la importación de maquinarias y la obtención de créditos internacionales en
moneda extranjera, en neto perjuicio de las exportaciones.
Fuertes efectos negativos se encadenan a la subida de las tasas de interés que
resultaban positivas en términos reales, hecho que atentó aún más contra la actividad
productiva. Esto dio lugar a un creciente endeudamiento de la mayor parte de las firmas –
las manufactureras particularmente- que, dado el marco general de incertidumbre, potenció
aún más el aumento de las tasas y, consiguientemente de la inflación, por el costo que las
mismas representaban para los empresarios, que no podía ni siquiera contenerse por la
convergencia buscada a través de la apertura comercial.
Quizá el efecto más nefasto de esto estuvo asociado con el hecho de que la tasa de
interés local fuera mayor que la tasa de devaluación y que la tasa de interés internacional,
hecho que promovió un descomunal proceso de especulación financiera. La denominada
“bicicleta financiera” era un atractivo mecanismo de valorización financiera del capital,
en desmedro de su valorización productiva.
Ya desde 1979 –como adelantamos- las altas tasas de interés atentan decididamente
contra la actividad productiva, ya que las actividades especulativas son las más rentables de
todo el sistema, que ahondan aún más la crisis de la pequeña industria y aumentan las
tendencias recesivas, llegando a poner en riesgo al propio sistema bancario. Cuando todo
parecía indicar que las entidades bancarias pasarían a formar parte del nuevo liderazgo
26
Recordemos que “la tablita” se mantuvo hasta marzo de 1981.
27
Esta política comenzó a ser criticada a partir de la segunda mitad de 1980 por referentes de los sectores que
le habían servido de sostén: la Unión Industrial Argentina y La Sociedad Rural Argentina
privado de la economía, en 1980 la crisis desatada en el sistema bancario obligó al Banco
Central a aplicar medidas de salvataje y al cierre de más de un centenar de entidades, sin
hablar del costo que generaron en concepto de garantía de depósitos. La incertidumbre
consiguiente y la poca vida asignada a “la tablita” motiva a los ahorristas al desplazamiento
a dólares y a los bancos a elevar aún más las tasas de interés para retenerlos, generando un
círculo vicioso, que desemboca en cuantiosas fugas de capitales.
Claro que en el “negocio de la bicicleta financiera” no podían participar todos, sino
quienes estuviesen en condiciones de pedir créditos en el exterior, o sea, los grandes grupos
más concentrados de la economía nacional. Diversos factores se conjugan para producir un
fuerte incentivo para el endeudamiento externo, al tiempo que se ve atraído también el
capital extranjero.
A los factores locales es necesario sumar los internacionales, la “Crisis del Petróleo”
generó la afluencia masiva de capitales a los bancos internacionales, y la existencia de esa
enorme liquidez internacional –con bancos dispuestos a prestar de manera bastante
irresponsable, en particular a los países periféricos que ofrecían condiciones de obtener
jugosas ganancias-, en un contexto en el que a su vez, la tasa de ganancia dentro de la
esfera productiva había decrecido, impulsan a los bancos a prestar por fuera de este
circuito.
Convergen, por lo tanto, de afuera y de adentro las condiciones que favorecen al
endeudamiento, que comienza por el capital privado; son fundamentalmente los grandes
grupos económicos nacionales y las empresas transnacionales quienes la contraen –
sumando el 70% de la deuda-, y que la destinan, en gran medida, a la especulación
financiera. Hacia 1981 se precipita la “crisis de la deuda”, dando lugar a un déficit de la
cuenta corriente, por el drenaje de divisas para pagar intereses de la deuda –siempre
crecientes por la tasa de interés variable- y por la desequilibrada balanza comercial. A esta
crisis contribuyeron el aumento de las tasas de interés mundiales, la retracción del crédito y
la caída de los precios internacionales de las materias primas.28 La deuda será, de ahora en
más, un problema crucial y estructural en la balanza de pagos, que se agrega a los ya
históricos.
La dictadura elige un camino consecuente con la línea adoptada a lo largo de todo el
régimen para “resolver” el problema de la deuda que, con el cambio de autoridades y la
devaluación que finalmente llegó – y selló el fracaso de la política cambiaria-, se veía
fuertemente encarecida. La “salida” es la asunción por parte del Estado de los compromisos
y riesgos tomados por las empresas privadas, los mecanismos utilizados resultaron de la
combinación de un sistema de financiamiento a mediano plazo a tasas reguladas –por
debajo de la inflación- que permitieron la licuación de pasivos. Los “seguros de cambio”,
que permitían al Estado prorrogar los plazos impulsando la renovación de las deudas y
postergando la entrega de divisas al capital privado, garantizaban al empresario un valor
estable pactado anticipadamente para el dólar –mientras tanto la inflación iría licuando los
costos-. Paralelamente el Estado va endeudándose para sostener el déficit de cuenta
corriente, para proteger al endeudamiento privado.
Finalmente, la estatización de la deuda no fue otra cosa que asumir la deuda privada
como propia, tratando directamente el Estado con los acreedores. Un mecanismo usual, la
colocación de bonos entre los acreedores fue, progresivamente, aumentando la deuda.
28
Azpiazu, Daniel y Nochteff, Hugo. “Quince años de democracia...” op.cit.
Algunos de estos puntos ya han sido suficientemente explicados, restan organizar
sintéticamente algunos aspectos salientes.
Las variables macroeconómicas fundamentales a considerar dejan un saldo penoso:
la inflación estuvo muy lejos de ser contenida, la deuda pesando sobre la tradicionalmente
estrangulada balanza de pagos y la prometida reducción de un déficit fiscal que nunca se
redujo, ya que lo que recortaron en gastos sociales lo sumaron en obras de infraestructura y
mayor presupuesto militar y de seguridad.
Azpiazu, Basualdo y Khavise sostienen que los “grandes logros” del gobierno
militar se vinculan con la regresión de los ingresos y el disciplinamiento social alcanzado.
Mecanismos tales como la prolongación de la jornada laboral, el aumento de la
productividad en un marco de expulsión sistemática de mano de obra, el cercenamiento de
conquistas laborales, la represión y persecución trajeron aparejados una creciente
apropiación del excedente por el sector empresario –que aumentó significativamente sus
tasas de ganancia- y, consiguientemente, una intensificación en el uso de la fuerza de
trabajo. Como afirman estos autores, el empresariado asumió la tarea “disciplinadora” con
tanto o más énfasis que el propio gobierno. El saldo dejado fue un nuevo y más bajo nivel
salarial y el objetivo de torcer la relación de fuerzas, alcanzado.
Con respecto al sector industrial es pertinente hacer una serie de discriminaciones.
Si bien la contracción del nivel de actividad industrial es la consecuencia quizá más
importante del régimen, hay que marcar la discontinuidad e irregularidad en el
comportamiento de las distintas ramas, y la diversidad en cuanto a los tipos de firmas
privilegiadas y perjudicadas. Dada la inestabilidad del mercado industrial por las intensas
modificaciones de los precios relativos, la estrategia adoptada consistió en desplazarse
hacia otras actividades tales como la especulación y las beneficiadas por la política estatal.
Esto trae como consecuencia una ventaja para quienes están en mejores condiciones
estructurales de desplazar sus excedentes, dando lugar a una creciente oligopolización de
los mercados, con un aumento de la participación del estrato más concentrado de ramas y
cambios en la composición del conjunto de bienes industriales –primando los bienes
intermedios29-, justamente producidos por aquel estrato concentrado, hecho que conduce al
predominio de un tipo de empresas y confluye en un proceso de concentración y
centralización del capital.30
Estas empresas son los grupos económicos (GGEE) y las empresas transnacionales
diversificadas o integradas (ET). Las empresas estatales fueron “deliberadamente”
perjudicadas en lo que significó una transferencia hacia las empresas privadas, por un
aumento del volumen de producción pero una caída en los precios relativos.
Los grandes beneficiarios son actores que ya existían en la economía argentina, la
nueva élite está conformada por fracciones de ambos tipos de capital, nacional y extranjero;
orientando sus inversiones hacia las ramas industriales protegidas y subsidiadas, o sea, las
de menor valor agregado y menor riesgo y beneficiándose con los contratos del estado (la
construcción, los servicios) al tiempo que invierte en la especulación financiera.
Los grandes perjudicados fueron esencialmente las pequeñas y medianas empresas,
aunque también salieron mal paradas las empresas transnacionales no diversificadas y las
nacionales independientes. Nochteff destaca también, el retroceso tecnológico del país,
resultando las industrias del complejo electrónico las más afectadas.
29
Los bienes intermedios que más avanzan son la refinación de petróleo, la elaboración de sustancias
químicas industriales, de hierro y acero.
30
Azpiazu, Basualdo y Khavisse.Op. Cit.
31
No olvidemos que la porción más relevante de los excedentes se destinó a la especulación financiera, y a
servicios y bienes vinculados con los sectores de más altos ingresos. La apertura externa permitió las
transferencias al exterior y finalmente, la absorción por parte del Estado de su endeudamiento fue una forma
indirecta de apropiación de excedentes.
fragmentación y desarticulación de los sectores populares, que colocan en grave
encrucijada la posibilidad de hilvanar un proyecto nacional y popular a futuro.
Palermo y Novaro analizan los rasgos de ruptura y continuidad del golpe militar
respecto del modelo de acumulación anterior, no circunscribiéndose estrictamente al plano
económico.
Uno de los aspectos que habíamos puntualizado del modelo previo era la centralidad
del Estado, contra la que el discurso liberal embestía constantemente bajo el lema de “dejar
todo librado a las fuerzas del mercado”. Sin embargo, las concreciones efectivas del
programa militar resultaron una extraña mezcla de liberalismo y estatismo, de orientación
sumamente selectiva, en las que se dejó que las “fuerzas de mercado” operaran
discriminatoriamente.
En este sentido, un factor de continuidad, aunque no exclusivamente económico
pero con incidencia en este campo, es el déficit que persiste con respecto a la autonomía del
Estado, aunque ahora funcionando de manera más discriminatoria. Los militares acceden al
Estado como una corporación y no plantean o no logran racionalizar el funcionamiento del
mismo, sino que gobiernan según sus propios intereses y problemas internos, favoreciendo
unidireccionalmente a un sector social: el gran capital.
Las rupturas son apuntadas por autores como Azpiazu, Basualdo y Khavisse que
remarcan el carácter fundacional, pero que argumentan que recién a partir de 1980, con la
crisis, se alteran realmente los patrones de la industrialización sustitutiva. Los años
precedentes mostraron un “industrialismo concentrador”. Es a partir de esa crisis que se dan
las condiciones que modifican la estructura previa, estableciendo una diferencia fenomenal
entre beneficiarios y perjudicados, a través de la brutal redistribución del ingreso desde los
asalariados al resto no asalariado, y otros perdedores como los sectores empresarios
medios y pequeños y la consolidación, en el otro extremo, de las fracciones de la clase
dominante que aumentaron su poder y capacidad de condicionar el accionar del Estado.
Emerge claramente que la recomposición resultante es casi la contracara del modelo
previo, en el que los sectores que se veían beneficiados eran la burguesía industrial nacional
y los sectores populares –en la variante populista-, primaba la orientación industrialista
como eje del desarrollo económico, la regulación del sistema financiero, el desarrollo del
mercado interno, la protección aduanera a la industria, el papel central del estado como
asignador de recursos, entre otros aspectos.
Veamos, sin embargo, los límites de estas oposiciones. El Estado Militar, lejos de
los discursos, aparece protegiendo y subsidiando las ramas industriales a las que quiere
beneficiar. Las únicas políticas neoliberales que aplicó el Estado Militar fueron la apertura
comercial -discriminatoria-, es decir, para aquellas industrias que no estaban protegidas; y
la liberalización del mercado financiero.
Así, el papel del Estado en las privatizaciones realizadas, de tipo periférico que
otorgaron actividades de empresas públicas en forma de “concesión” a los actores privados
y la persistencia de los mecanismos de asistencia al capital privado como el elevado gasto
público, son signos que evidencian que, aunque con distinto perfil, que el Estado no se
retrotrajo tanto como declamaban frente al mercado. Es más, lo que deja en claro es que el
intento refundacional tiene un límite y un contenido preciso.
También es cierto que, como argumenta Pucciarelli32, la fracción tecnocrática liberal
se enfrentó con el sector castrense ligado a la administración de las grandes empresas
públicas y a la expansión del complejo militar-industrial, y en este sentido, tampoco se
concretó una modificación sustancial del rol del Estado en la economía y siguió siendo
importante fuente de empleo.
Finalmente, desde esta interpretación, el Estado militar intervino económicamente, a
través de sus planes, subsidios y protecciones, con una definida orientación: favorecer a un
sector social al tiempo que “disciplina” a otros. Es lo que Palermo y Novaro llaman “la
exacerbación del capitalismo asistido” que lejos de producir una transformación virtuosa
del modelo de acumulación, generó grandes costos. Si evaluamos el éxito del Proyecto
Militar en función de la recomposición hegemónica y desde la perspectiva de la élite
económica el resultado no podía ser mejor, ahora bien, desde el conjunto de la sociedad, y
las consecuencias que dejó como pesada herencia se pensarían difíciles de emular, sin
embargo, la historia argentina futura nos depararía ingratas sorpresas.
32
Pucciarelli, Alfredo Raúl. “¿Crisis o decadencia? Hipótesis sobre el significado de algunas
transformaciones recientes de la sociedad argentina.