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COMENTARIO DE UNA OBRA GÓTICA

 La “Majestad” de Duccio

A continuación haré un comentario de una de las obras elegidas dentro del


panorama de la pintura gótica de los siglos XIII y XIV.

Se trata de una obra pictórica realizada sobre tabla. La técnica que usó el pintor
fueron las témperas y también el oro. Las dimensiones de la obra en su totalidad son de
unos 4,90 m de altura y unos 4’68 m de anchura. Esta obra, llamada la “Maestà” o la
“Majestad” realizada por Duccio (fig.1), se encuentra actualmente desmembrada y la
mayor parte que se conserva de la misma está en el museo dell’Opera de la catedral de
Siena. Fue probablemente en su día una de las obras más famosas de su época en Italia.
La “Maestà” está contenida en un retablo, que equivale a todo un ciclo de frescos para
una iglesia.
(Fig.1) La “Maestà”

La obra muestra una serie de características propias del estilo al que perteneció,
el ítalo-gótico. Dentro de este estilo diferenciamos el Ducento y el Trecento, y en esta
ocasión la obra y el autor pertenecerán al arte del Trecento, donde los focos artísticos se
centran en Florencia y Siena. Se desplaza así la atención de Francia, que durante el
periodo anterior era el centro cultural, político y artístico debido al gótico lineal, para
pasar la atención a Italia como centro de Europa. Gracias al arte del Ducento se
desarrollará la pintura trecentista, con sus dos tendencias (florentina y sienesa).
Así pues, la primera está encabezada por la escuela de Florencia, cuyo mayor
representante será Giotto. Las características de Giotto serán que rompe con la tradición
que se seguía del arte bizantino e introduce novedades técnicas y estéticas. Todo ello
dará como resultado el paso al Renacimiento, época posterior a la Gótica. Por otro lado,
la escuela de Siena tendrá como máximo representante a Simona Martini, que se
caracterizará por mantener un fuerte arraigo al arte bizantino y conducirá su arte a lo
que posteriormente será el gótico internacional.

Veremos pues un arte caracterizado por la búsqueda del realismo y la expresión


de los sentimientos. El naturalismo es el punto en común que define esta pintura como
elemento a intentar conseguir. Todo ello implicaba un acercamiento a la naturaleza por
parte de los artistas, donde ven el mundo como un reflejo de la divinidad. Por
consiguiente, la naturaleza será ahora una vía para llegar a Dios.
Ver a la naturaleza como un reflejo de Dios es un cambio en la manera de pensar que
nos viene dada de San Francisco, que es influenciado por el pensamiento de San
Bernardo. Así, se produce un acercamiento total al mundo que les rodea, convirtiéndose
cada criatura en un reflejo del mundo divino. Gracias a esto, el arte se humaniza y el
pensamiento franciscano toma valor, donde los sentimientos, que buscan despertar la
emoción del espectador, se convierten en una característica principal a la hora de
realizar una nueva obra.
Al humanizarse el arte, las escenas ganan dramatismo y se representa tanto el
sufrimiento como la alegría. Por otro lado, la mujer ya no es un símbolo de pecado,
donde la Virgen abre el camino de la salvación para los fieles. También los Santos
tendrán un papel fundamental, y consiste en marcar un ejemplo a seguir para los
hombres.
El naturalismo es, por tanto, el intento y el deseo de unir al hombre con la divinidad a
través de la naturaleza, donde se analizan todos los detalles de la misma para conseguir
el sentido narrativo tan propio de este periodo. Además, el artista buscará un ideal de
belleza durante todo el periodo de la pintura gótica.

Desde el punto de vista compositivo y volviendo a la obra después de explicar


las características principales, vemos cuatro elementos que determinarán cada obra
técnicamente. En primer lugar, vemos el valor del dibujo, donde la línea siempre será
protagonista de las obras pictóricas góticas. En esta obra vemos una preocupación por el
trazo de la línea, que intenta ser más bello y sinuoso que en etapas anteriores. Es un
componente esencial de la pintura, donde Duccio intenta conseguir mayor soltura y
expresividad con la misma. Ya no se limita al contorno de las figuras, sino que intenta
darle un valor decorativo. En segundo lugar vemos el color, que está estrechamente
ligado al dibujo. Duccio, muestra una paleta de colores más suaves, a pensar de los
fuertes coloridos y contrastes propios del gótico. Valora la combinación de los colores,
donde intenta conseguir un cromatismo que ayude a idealizar lo representado. El color
ofrece un carácter expresivo y simbólico, un efecto de riqueza, además de que algunos
colores estaban ligados a un tipo de sentimiento. Todo esto resultó extremadamente útil
a la iconografía del momento. La pintura del Trecento sufre una evolución desde el
punto de vista técnico, donde en un principio vemos colores puros, planos, hasta
encontrar los que poco a poco se van matizando y creando distintas tonalidades. Se
produce, de esta manera, un tránsito. En esta obra vemos el resultado de la búsqueda de
de nuevas tonalidades que evoquen la divinidad. Esta gama de colores están más
estudiados y presentan gran diversidad de matices impensables para la época anterior, la
Románica.
Sin embargo, unido al color estará el desarrollo de la luz, que es otra de las
características de la pintura gótica. La luz no la encontramos en la pintura gótica hasta
fases muy avanzadas de la misma. Por el contrario, vemos el desarrollo de fondos
dorados como elemento simbólico que representa la luz. Ésta se identifica con Dios, con
lo sagrado, por lo que es normal que el arte gótico le de tanta importancia ya que entra
dentro del nuevo pensamiento religioso, el acercamiento a lo divino a través de la
naturaleza. Así pues, aún vemos la representación de la luz con fondos dorados en la
obra de Duccio, pero podemos apreciar posibles indicios de una búsqueda de
luminosidad a través de contrastes en los pliegues de las ropas y en algunos colores.
Además, al igual que lo que sucede con la luz, el espacio adquiere un carácter sagrado.
Se ha recuperado poco a poco la preocupación por el sentido espacial. Duccio muestra
esta preocupación e intenta solventarla con una yuxtaposición de diversos puntos de
vista que convergen en líneas de fuga fuera de la composición.
Con todo ello, hay también una preocupación por la figura, donde el artista intenta crear
una anatomía realista con el estudio de los cuerpos. Claramente vemos como Duccio
buscó tal proporción y realismo, mostrándonos su intento por mejorar en el estudio de la
misma. A diferencia de etapas anteriores vemos un dibujo más proporcionado y donde
se estudia la figura como algo real.
(Fig.2) “La Virgen Entronizada”
Pasando a la parte de la
composición, vemos en la obra La
Majestad una escena, la cual podemos
dividir en partes para poder estudiar
mejor cada una de ellas. El panel central
delantero, en el que aparece la Virgen
Entronizada (fig.2) vemos que va
acompañada de un grupo de ángeles
situados a su alrededor y todo un grupo
de santos en actitud orante o a punto de
interceder. El tema ya había sido usado
de forma frecuente en los ábsides, sin
embargo supone una evolución desde las
primeras imágenes medievales a la sacra converzione cuatrocentista. Así, también se
incluyen los cuatro santos patrones de Siena y en el zócalo del trono aparece una
inscripción. En esta inscripción esta escrito: “Mater sancta Dei sis causa Senis requiei.
Sis Ducio vita te quia pinxit ita”, que significa “Santa Madre de Dios, sé causa de paz
para Siena. Sé vida para Duccio, que así te pintó”.
Este retablo tenía como función sustituir la anterior obra, la famosa “Madonna
degli Occhi Grossi”. El gran trono en el que se sitúa la Virgen es de mármol. El pintor,
pues, intenta crear la apariencia de que el trono está realizado en esta piedra. Presenta,
además, numerosas incrustaciones de estilo gótico y Cosmati en el mismo, que dan
claras influencias de la escuela romana, seguramente recibidas por parte de Cimabue y
Arnolfo. Por otro lado, la base octogonal con la inscripción vincula el punto focal de
toda la catedral al hexágono y dodecágono arquitectónico del crucero, lugar destinado
para la colocación del retablo.
Duccio, al ser el fundador de la escuela de Siena, continúa fuertemente con las
tradiciones bizantinas, las cuales se muestran tanto en la iconografía de la obra, como en
la forma de realizar las cabezas de las figuras. Todo ello se une a los ropajes puramente
góticos que caen suavemente y forman sinuosos pliegues. Gracias a la técnica de la
témpera sobre tabla, el autor consigue un color encendido que no se encuentra al
alcance de la pintura al fresco. Existe gran gama de riqueza de colores azules pálidos y
oscuros, lilas, bermellones, rojos vinosos, verdes olivas, marfiles, pardos, dorados,
verdes pálidos y amarillos. El increíble refinamiento de la línea y el juego de colores
consiguen crear una de las mejores obras de la época, que logra más un carácter
decorativo del arte que funcional. La búsqueda de la belleza se deja patente y el autor
nos muestra su intento de crear un arte más emocionante y vistoso, que busca sobre todo
emocionar al espectador y crear ese acercamiento de lo divino al hombre.

El carácter decorativo del agrupamiento de las figuras y el diseño uniforme de los


nimbos de color dorado pálido contrastan con un fondo dorado oscuro del panel
principal. Se ve gran equilibrio en la composición, donde en primer plano hay un grupo
de santos arrodillados, que ayudan a crear una moderada profundidad, siendo la línea
del trono la más cercana al espectador. La virgen y el niño, muestran gran expresividad,
que se ha ido consiguiendo poco a poco durante las primeras fases del gótico, aunque no
será hasta fases más avanzadas donde se conseguirá en su totalidad. Sin embargo,
podemos apreciar un acercamiento mayor entre la Virgen y el niño, donde antes se
usaba únicamente a la madre como el mero trono de Cristo. Aunque se nota aún poco,
ya que es una virgen reina, podemos apreciar una mayor preocupación por la relación
madre - niño.

Por otro lado, los santos, ángeles y demás representaciones ya muestran ciertos
gestos y expresiones faciales que suponen la búsqueda de esa expresividad y
naturalismo características del periodo gótico.
El artista, por otra parte, intenta dar la sensación de volumen a través del estudio de los
paños y pliegues. Con los contrastes que crea en las ropas, logra la sensación de ver un
espacio en tres dimensiones, o al menos los primeros intentos de la búsqueda de un
espacio volumétrico. Esta armonía conseguida a partir de un sutil sentido del volumen
se evidencia en cada uno de los detalles. El diseño de los atuendos y de los nimbos, el
suave fluir de de los pliegues y de los ribetes de los tocados, además de la nítida
delicadeza de los trazos hacen pensar en que el arte de Duccio sobre tabla sería más
propio de un fresco. El acabado de los detalles logra gran humanidad, e incluso, la
sensación de realidad transmitida a través de las sutiles variaciones de texturas con la
ayuda de esos volúmenes medio sugeridos.

En cuanto a la simetría vemos que las cabezas de los ángeles crean una simetría
absoluta que refuerza la simetría de los santos, algo típico en la sensibilidad decorativa
de Duccio. El resultado conseguido es una gran riqueza controlada y una disciplina sin
rigidez, dado que el espectador raras veces es consciente de las numerosas repeticiones
de carácter simétrico.

(Fig.3)Reconstrucción de la parte delantera

Lo realmente novedoso de la “Maestà” no


se limita sólo al enorme tamaño y a la
complejidad del panel central, o que el
retablo esté pintado por ambas caras, sino
se extiende a todo el retablo. Ambas partes
ostentaban primitivamente una predela
(fig.3).
Es en la predela delantera donde se inicia
la historia que precede cronológicamente y
sirve de marco, desde el punto de vista
formal, a la escena principal en la que

figura la corte celestial.


En dicha predela, siete episodios de la Niñez y Juventud de Cristo, separados entre sí
por una serie de profetas de pie, se abren con la Anunciación y culminan con la
Predicación en el Templo, que sirve de introducción a las escenas extraídas de la Vida
pública de Jesús presentes en este caso en la predela posterior (fig.4). También en este
caso la escena final de la Resurrección de Lázaro sirve de
(Fig.4) Reconstrucción de la predela de
la parte de atrás
introducción, tanto del punto de vista temático como compositivo, a las veintiséis
escenas de la Pasión y la Resurrección de Cristo. Éstas se encontraban a su vez
coronadas por unos paneles en forma de pináculos ocupados por las Apariciones de
Cristo después de la Crucifixión.

En este caso se ha prestado una especial atención a la elección y tratamiento de la


escena final, la de Pentecostés. La Virgen se convertirá en el foco de atención de toda la
parte posterior del retablo. Aparecen además las representaciones de los Últimos días de
la Virgen. Duccio, con ello, pretende dar una interconexión de las dos caras del retablo.
Crea una gran complejidad en el contenido y la estructura.

El ciclo de la Pasión (fig.5), resumen de los cuatro evangelios, es entre todos el más
completo que nos ha llegado. Duccio logra dar un gran sentido narrativo a esta parte de
la obra, donde sigue modelos bizantinos para ello. Los veintiséis episodios de la Pasión
de Cristo se cree que fueron pintados por discípulos del propio Duccio, entre ellos
pueden estar Ambrosio Lorenzetti, Simone Martini, entre otros, de los cuales, Simone
Martini fue posteriormente el máximo representante de la escuela de Siena del Trecento.
La secuencia de las escenas va de izquierda a derecha, primero en el registro inferior y
luego en el superior.
(Fig.5) Escenas de “la Pasión de Cristo”

Se puede hacer un recorrido general sobre los


temas recogidos por la Pasión y vinculados
entre sí. Empezamos por el Llamamiento a
Pedro y a Andrés, las bodas de Caná, y Cristo y
la Samaritana. Pasamos a la Agonía, la
Traición y la Cruxifición. En la escena del
ángulo inferior izquierda vemos la Entrada en
Jerusalén, equilibrada dinámicamente por las
escenas de Cristo ante Anás y la Primera
Negación. Sólo la escena del Via Crucis se
encuentra privada de elementos arquitectónicos.
Además del dibujo y el color, otros factores
unificadores son la constante caída de la luz
sobre los elementos arquitectónicos en sentido
izquierda y el curioso respeto por la unidad de
lugar que lleva aparejado el que un mismo
interior aparezca repetido hasta seis veces.
(Fig.6) La Entrada a Jerusalén

Además de esto, los elementos bizantinos presentes


tanto en el tipo, estructura y movimiento de figuras de
Duccio como en la iconografía de muchas de sus
escenas, alcanzan tal grado de intensidad que no es un
riesgo suponer que el artista haya viajado a algún
centro de arte bizantino situado en el Próximo
Oriente.
La Entrada a Jerusalén (fig.6) muestran hasta qué
punto es estrecha la relación entre los logros de
Duccio y su aceptación de la herencia bizantina e
italo-bizantina, herencia que se hallaría reflejada en manuscritos y repertorios
iconográficos bizantinos o de raigambre bizantina.
(Fig.7) “San Savino y ángeles”
(Detalle de la Majestad)
Para terminar con la descripción de la obra, mostrar
algunos detalles de la misma, como la riqueza de las
vestimentas y los sutiles cambios de textura en las
mismas (fig.7), y la mayor gesticulación y
expresividad de las figuras (fig.08).
Algo distintivo de esta obra es que está dedicada
plenamente a la Virgen, siendo ahora en este
periodo un camino hacia la salvación, una
mediadora entre el fiel y Cristo. No es de extrañar
que Duccio lo hiciese ya que la Virgen es la
protectora de la ciudad de Siena. Así se justifica la
inscripción que aparece comentada anteriormente. (Fig.8) “San Juan Bautista, Víctor,
Pedro e Inés” (detalle de la Majestad)

La cronología que data de esta obra corresponde a los años 1308-1311, donde en
una crónica senesa de autor anónimo narra la entrega del gran retablo el 9 de junio de
1311.

Como ya hemos comentado durante todo el comentario de la obra, el autor de la


misma es Duccio di Boninsegna. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento,
fechado hacia 1255. Como ya dijimos anteriormente se le consideró el fundador de la
escuela de Siena durante el Trecento en Italia. Perteneció a la generación intermedia
entre Cimabue y Giotto. Sabemos que trabajó para el Comune en un actividad que los
documentos definen como pintura de libros, y que puede que se refiera a la creación de
miniaturas o, más probablemente a las pequeñas tablas de Biccherna que, en la tradición
senesa, se usaban como portadas de los registros documentales.
Entre sus obras conocidas, además de la “Maestà”, encontramos la Madonna Rucellai,
encargada a Duccio por la Compañía de los Laudesi de la iglesia de Santa María
Novella en Florencia. Hay otras dos pinturas documentadas. La primera es una “tabla o
bien una Majestad que Duccio hizo y una presella que se colocaron en el altar de la casa
de los Nuove”.
Sin embargo el momento culminante de Duccio está marcado por lo que aún hoy en día
es su obra más famosa, comentada hasta ahora, La Majestad. Esta obra supone una
culminación de su estilo, siendo esencial la renovación iconográfica. La terminación de
la obra fue celebrada por todo el pueblo de Siena, con una fiesta pública durante tres
días y siendo acompañada la tabla con un cortejo de la ciudad desde el taller al Duomo.
En 1295 data que Duccio era miembro de una comisión de artistas encargada de fijar la
ubicación de la nueva fuente de Ovile. Por último, hay una obra atribuida a Duccio, el
vitral para el Duomo de Siena.
Para la formación cultural de Duccio, se cree que realizó una serie de viajes donde
adquirió conocimientos, técnicas y estilos de los destinos. Entre ellos está Asís, Roma,
París y Constantinopla.
Todas sus obras están dentro de la más fiel tradición bizantina, dentro del llamado dolce
stil nuovo, dominadas por la ternura y el sentimientalismo, en contradicción con su
carácter y lo agitado de su vida. Se preocupa sobre todo por la línea y el aspecto
sinuoso, así como por el color, con los que logra provocar la emoción del espectador.
Duccio se muestra como un magnífico ilustrador recogiendo plenamente el espíritu del
momento y constituyendo el arranque de la escuela sienesa del Trecento.

En cuanto al contexto histórico nos encontramos en el periodo Gótico de la


pintura. La cronología de la pintura abarca desde el siglo XIII (aunque se encuentran
indicios de un periodo protogótico que coincide con los finales del siglo XII, fecha en la
cual aún se mantenía el Románico como estilo dominante) hasta el siglo XV
aproximadamente. Estas fechas son flexibles al no darse un estilo único dentro del
gótico. El primer periodo se denomina gótico lineal (1200-1330), donde el centro
cultural, artístico y político se centrará en Francia. La segunda etapa es la llamada ítalo-
gótica (1300-1400), que surge en relación con el triunfo de la pintura Trecentista en
Italia. Sin embargo, durante el siglo XIV veremos la aparición del Estilo Internacional
(1390-1440) surgido por la expansión de la pintura trecentista en Avignon. El último
periodo corresponde con el desarrollo de la pintura flamenca, cuyas manifestaciones
abarcan el siglo XV.
A partir del siglo XII Europa occidental asiste a un progreso generalizado que implica la
superación de la etapa feudal en múltiples aspectos. En lo económico, destaca el
importante crecimiento de la producción agrícola favorecido por el extraordinario
desarrollo demográfico desde principios del siglo XII. Fue un crecimiento debido a la
ampliación de nuevas zonas de cultivo, a los nuevos sistemas de rotulación y a los
progresos técnicos alcanzados.
Empieza así una etapa de interacción entre el campo y la ciudad: el primero surtía a ésta
de alimentos y materias primas, mientras que la ciudad ofrecía al campo productos
artesanales. Se establecen nuevas relaciones entre ambos sectores, que permitirán el
paso de una economía de mercado urbana.
Esto supuso la revitalización de las ciudades. Se construyeron barrios fuera de las
antiguas murallas: los Burgos o arrabales, donde se instalaron artesanos y comerciantes
para formar un nuevo grupo de ciudadanos, los burgueses. El trabajo industrial-artesanal
que desarrollaron se organizaba por actividades y dio lugar a los gremios o
agrupaciones de artesanos. Los gremios regulaban la vida profesional del sector: fijaban
precios, las condiciones de producción y no permitían que un artesano trabajara en su
oficio sin estar inscrito en el gremio correspondiente.
La dinamización del comercio local favoreció también la del comercio internacional,
que se proyectó en dos áreas: el Mediterráneo, y la zona del Mar del Norte y del mar
Báltico. La primera se vio beneficiada por las Cruzadas y por consiguiente, la expansión
del mundo cristiano, que permitió la llegada a Occidente de especias, sedas y perfumes
procedentes de Oriente. Por su parte, el comercio entre el Mar del Norte y el Báltico
estuvo controlado por la Hansa, liga que agrupaba a las principales ciudades
comerciales para defender sus economías.
Surgen así las primeras actividades financieras propias de una economía precapitalista.
Todo ello provocó la circulación de importantes cantidades de moneda.

En el aspecto social, vemos que la mayor parte de la población seguía siendo


campesina, mientras la nobleza y el clero formaban un estamento privilegiado. Pero la
burguesía aportó novedades importantes: se considera libre, independiente del señor
feudal; estima que es sólo la riqueza la que marca la distinción de clase y que la
iniciativa personal posibilita el ascenso social.
Por su parte, la Iglesia creó órdenes más apropiadas y acordes con las inquietudes
religiosas del momento. Surgen así en el siglo XIII los dominicos y los franciscanos,
fundados por santo Domingo de Guzmán y san Francisco de Asís respectivamente.
Ambas fueron órdenes mendicantes; sus miembros, rehusando la reclusión y la relativa
comodidad monacal, se comprometían a mendigar el sustento mientras profundizaban
en la teología, realizaban apostolado o predicaban por las calles con un espíritu libre
que, hasta su confirmación papal, llegaron a representar un peligro para las instituciones
eclesiales tradicionales.
En el marco político, Europa se hallaba en una fase de construcción en la que, de
manera progresiva, se prefiguraron los Estados modernos. La Guerra de los Cien Años
(1339-1435) favoreció la consolidación de Francia e Inglaterra; Austria anunciaba su
futuro poder ante la desintegración del Sacro Imperio Germánico; España se
encaminaba a la unificación tras las sucesivas victorias sobre los reinos musulmanes; y
Rusia crecía ante la decadencia y posterior caída de Bizancio a manos otomanas.
Es una Europa en cuyas estructuras políticas se produjeron importantes cambios. Los
monarcas, apoyados por la burguesía, incrementaron su poder, dominando a la nobleza.
Se esta manera, con el deseo de superar el vínculo de vasallaje surgieron las Cortes,
Estados Generales o Parlamentos, donde se reunían los representantes de un país por
clases o estamentos. Por su parte, las ciudades burguesas se procuraron un gobierno
autónomo para mantener la independencia económica y escapar del sistema feudal. Se
organizaron corporativamente los ayuntamientos y consejos municipales donde
participaban artesanos y comerciantes. Sin embargo, muy pronto los puestos
importantes fueron acaparados por miembros de la alta burguesía, lo que dio lugar a
gobiernos oligárquicos.

En el ámbito cultural son fundamentales la fundación y el desarrollo de las


universidades. Surgieron como asociaciones de profesores y alumnos que buscaban
independizarse de la influencia de las escuelas episcopales. Con ellas se inició una
cultura de creciente carácter laico y cosmopolita, alejada de los monasterios, cercana a
las preocupaciones terrenales de la nueva realidad socioeconómica y dedicada a la
formación de nuevos cuadros de mando políticos, económicos y religiosos instalados en
las ciudades.

En definitiva, asistimos a una época marcada por los continuos cambios tanto sociales,
económicos, políticos, artísticos como religiosos. Donde el hombre va logrando un
cambio de mentalidad basado en lo terrenal, donde lo que les rodea toma importancia e
intentan buscar un ideal de belleza a la hora de representar la mentalidad de la época. La
naturaleza, por tanto, toma protagonismo como reflejo de Dios y la Virgen pasa de ser
un símbolo de pecado a una representación del camino a la salvación. A pesar de las
crisis sufridas por la guerra, el hambre y la peste, se desarrollará un nuevo estilo con
importantes avances técnicos y estilísticos.

BIBLIOGRAFÍA

 WHITE, John (1989): Arte y arquitectura en Italia 1250-1400, Madrid,


Ediciones Cátedra, S.A., p. 345 – 368.
 RAGIONIERI, Giovanna (1992): Duccio, Madrid, Ediciones Akal S.A.
 BLANCA PIQUERO, Mª. A. (1989): La Pintura Gótica de los siglos XIII y XIV,
Barcelona, Ediciones Vicens-Vives, S. A., Historia Visual del Arte.
 Historia del Arte (2003), Barcelona, Grupo Edebé. P. 158 – 178.

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