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La utilización conjunta de las evidencias arqueológicas, lingüísticas y etnohistóricas para analizar las
características del poblamiento prehispánico de Venezuela, muestra, en todos los casos, la presencia de influencias
culturales de múltiple procedencia que se fusionaron dentro del actual territorio nacional. Los estudios realizados
entre 1935 y 1944 por distintas misiones arqueológicas señalan, por una parte, la presencia de un eje occidental N-
S, a través del cual habrían llegado influencias tanto de América Central como del O de Suramérica y por la otra, la
existencia de un eje cultural N-S en el oriente de Venezuela que habría canalizado las influencias provenientes del
E de Suramérica de paso hacia las Antillas, así como también las provenientes del NE de Suramérica que se
habrían difundido hacia el SE del subcontinente. Tanto en el oriente como en el occidente de Venezuela, estos
grandes ejes migratorios dieron origen a la penetración de patrones diversos, los cuales posteriormente entraron en
contacto al producirse movimientos migratorios transversales E-O y viceversa. Se conformó así un patrón de rutas
de poblamiento y dispersión cultural que se asemejaría a la forma de una «H». Sobre la base de esta teoría de las
migraciones prehispánicas venezolanas, se han elaborado otros modelos complementarios, según los cuales la
existencia de estas 2 grandes rutas migratorias N-S en el E y el O respectivamente, habrían dado origen a una
dicotomía cultural: las poblaciones de occidente se habrían caracterizado por el cultivo del maíz y una alfarería
decorada con motivos pintados policromados; en contraste, las poblaciones del oriente cultivaban la yuca y tenían
una alfarería decorada con motivos y modelado incisos. La historia de las sociedades agricultoras precolombinas
habría estado determinada en consecuencia por la interacción de influencias culturales que se cruzaron entre
oriente y occidente. Otra hipótesis parecida en relación con el poblamiento de Venezuela, plantea que las oleadas
migratorias formaron 2 troncos: uno occidental caracterizado principalmente por movimientos de grupos humanos
e influencias culturales provenientes del O de Suramérica y América Central que habrían originado culturas como
la timoto-cuica, la achagua; y otro oriental, cuyo origen estaría localizado en la cuenca amazónica. Las oleadas
migratorias prehispánicas también han sido caracterizadas como pertenecientes a 2 grandes familias lingüísticas
suramericanas: la arawak y la caribe, cuyos orígenes más remotos han sido ubicados en la región central de
Suramérica. En general, se ha considerado que los grupos sedentarios más antiguos que se asentaron en el actual
territorio venezolano eran de filiación lingüística arawak y a ellos se les atribuye la introducción y desarrollo de la
agricultura. Estas poblaciones arawakas habrían constituido una especie de estrato étnico básico para Venezuela,
que se habría roto o fragmentado con la irrupción posterior de una oleada migratoria oriental, que también se
habría extendido hacia el occidente de Venezuela pasando por el territorio actual de Colombia, originando así una
división cultural entre caribes orientales y caribes occidentales. Se supone que la presencia continua de
toponímicos dispersos desde el Orinoco hasta la región central de Venezuela, podría inferir en ésta la presencia de
enclaves de población de posible filiación caribe. Asimismo, se puede explicar la influencia caribe hacia el
occidente, por la presencia de grupos indígenas de esa filiación en el lago de Maracaibo y la sierra de Perijá.
Conjuntamente a estas grandes corrientes migratorias de arawakos y caribes pudo haber otras migraciones, quizás
de menor intensidad, que también dejaron su huella. Es el caso de algunos rasgos mesoamericanos como el juego
de pelota, autosacrificio de sangre o el uso de la barba que estuvieron presentes entre los guamos, otomacos y
guamonteyes del Orinoco y el de los ritos de sacrificio y degollamiento de víctimas humanas, entre los caribes,
muy similares al denominado tlacaxipeualiztli de los nahuas mexicanos.
Tal como hemos visto, la etnología, relacionando datos lingüísticos, etnográficos y arqueológicos, ha podido
determinar un modelo de migraciones prehispánicas en el que resaltan los movimientos efectuados a lo largo de 2
ejes N-S, ubicados al E y el O de Venezuela y una serie de líneas de flujo entre uno y otro, las cuales constituirían
movimientos de población expansivos, cíclicos o esporádicos. Desde el punto de vista arqueológico esta teoría se
enriquece al señalar, además de estas grandes líneas de flujo migratorio, puntos culturales nodales en el territorio.
Con la evidencia arqueológica, Venezuela deja de ser una simple encrucijada o zona de paso de las oleadas
migratorias, y se convierte en un centro de confluencia de un importante número de grupos humanos, los cuales,
por los procesos de adaptación a los nuevos ambientes donde se asentaban, y el mestizaje de culturas, produjeron
formas sociales nuevas que sirvieron de arquetipos a otras poblaciones de territorios vecinos. En tal sentido,
podemos establecer 3 grandes períodos histórico-sociales para el análisis de las corrientes de población que
contribuyeron a conformar la sociedad precolombina venezolana:
a) Migraciones de cazadores: Las evidencias arqueológicas más antiguas nos indican que las primeras oleadas de
población que penetraron el territorio venezolano por lo menos 15.000 años a. C., estuvieron constituidas por
grupos humanos que derivaban su subsistencia de la caza de mamíferos y de la recolección de frutos y raíces
silvestres. Al parecer, los antiguos cazadores convivieron al menos durante cierta época, con una megafauna
caracterizada por mastodontes, caballos, megaterios y gliptodontes. Como consecuencia del fin de las glaciaciones
alrededor de 12.000 años a. C., reinaban condiciones climáticas distintas a las actuales. Posiblemente hubo mayor
humedad, y la flora más abundante permitía la sobrevivencia de los hervíboros de la megafauna. Los cazadores de
esa época formaron parte de la oleada migratoria que vino de Norteamérica, adonde habían llegado desde Asia
atravesando el estrecho de Behring en una fecha que podría estimarse entre 28.000 y 40.000 años a. C. Las puntas
de proyectil que fabricaban estos cazadores eran confeccionadas con núcleos de piedra, y sus formas recuerdan los
artefactos que fabricaban los grandes cazadores de la llamada «tradición plana», la cual está caracterizada por
puntas para armas arrojadizas de forma oval, con lados paralelos y ambos extremos aguzados. La presencia de
dichas puntas en el sur de Norteamérica, Mesoamérica y el litoral Pacífico de Suramérica, deja entrever la
existencia de migración humana en dirección NS. Pero, ¿en qué momento y cómo se dispersa de ese grupo
principal la rama que se desvía hacia el NE de Venezuela y cuyos principales exponentes los encontramos hasta el
presente en sitios arqueológicos tempranos del estado Falcón? La ruta terrestre más obvia pasaría por
Centroamérica, entraría al subcontinente por Colombia y de allí se dirigiría hacia el NE alcanzando a Venezuela.
Pero las evidencias halladas hasta el presente en Colombia no comprueban que hubiese existido esa vía migratoria,
ya que los hallazgos realizados hasta hoy por los arqueólogos colombianos sólo indican la presencia, desde 12.000
a 14.000 años a. C., de cazadores que poseían una industria lítica y ósea muy rudimentaria, totalmente distinta al
instrumental especializado de los cazadores del NE de Venezuela.
b) Migraciones de recolectores: El fin de la sociedad de cazadores, parece haber sido coetáneo con el clímax de los
grandes cambios climáticos que marcaron el desarrollo del Cuaternario. Posiblemente ocurrieron extensas
modificaciones del antiguo litoral venezolano como consecuencia del levantamiento general del nivel del mar, por
lo cual muchas de las antiguas zonas costeras fueron sumergidas por las aguas, cambiándose quizás también las
características de la fauna y la flora en dichas regiones. Estos cambios determinaron, por una parte, la desaparición
de la mega fauna que hasta entonces parece haber estado asociada con los cazadores y por la otra, que tuviera lugar
una redistribución general de la fauna terrestre, la cual pudo haber influido para que aquellas poblaciones o parte
de las mismas, buscaran su subsistencia en la fauna marina. La abundancia y relativa estabilidad de los recursos
marinos le dieron tanto a los recolectores venezolanos como a los del resto del continente, la oportunidad de formar
comunidades más sedentarias. Hasta el presente, las evidencias arqueológicas indican que el área de mayor
concentración de estos grupos recolectores era en el N de Venezuela. Estuvieron presentes en la península de Paria,
alrededor de los 4.000 a 5.000 años a. C., y se supone que tuvieron una industria rudimentaria de piedra tallada,
posible supervivencia de técnicas utilizadas por los antiguos cazadores. Los sitios arqueológicos localizados en las
costas de los estados Sucre y Anzoátegui y en la isla de Cubagua testimonian el desarrollo de una sociedad
especializada en la explotación del ámbito marino, la cual abandonó la piedra como materia prima, para fabricar
artefactos de conchas de caracol gigante (Strombus gigas) tales como escoplos, raspadores, puntas de proyectil,
recipientes, etc. Esta capacidad adaptativa, que parece haber incluido también el arte de navegar, permitió la
expansión de los recolectores marinos hacia las islas antillanas, muchas de las cuales se encontraban todavía
deshabitadas, convirtiéndose por tanto en descubridores y primeros pobladores de las tierras insulares. Hubo
grupos de recolectores que posiblemente migraron al S, siguiendo el litoral Atlántico del NE de Suramérica dando
origen al desarrollo de nuevas comunidades que conservaron muchas de las características ancestrales tales como
el uso de la piedra para fabricar artefactos de trabajo.
c) Migraciones de agricultores: Los 2 últimos milenios antes del inicio de la era cristiana constituyeron para los
indígenas suramericanos la fase final de la experimentación con el cultivo de plantas el cual fue fundamento del
desarrollo ulterior de la agricultura. Este período fue también de reajuste y consolidación social para muchas
etnias; el paso de una economía recolectora a una economía agrícola implicaba igualmente la búsqueda de nuevas
tierras que permitiesen desplegar las tecnologías de una nueva forma de vida social. Fue posiblemente en este
contexto cuando tuvieron lugar los movimientos migratorios en Suramérica que iban a determinar las
características finales del poblamiento prehispánico venezolano.
En el oriente de Venezuela, la cuenca del Orinoco constituyó uno de los polos de atracción para grupos humanos
con una alfarería cuya caracterización permite establecer relaciones con otras culturas del O de Suramérica y de la
cuenca amazónica. Estos grupos humanos trajeron consigo técnicas de cultivo y procesamiento de la yuca amarga
(Manihot utilissima), ya conocida por grupos indígenas del NE de Suramérica. Sobre la base de la agricultura
vegetativa, se formaron 2 importantes centros de población, cuya cultura había luego de irradiar hacia el oriente de
Venezuela, merced a los desplazamientos humanos que ocurrieron en períodos posteriores. En el bajo Orinoco, el
sitio ancestral de Barrancas, originó lo que conocemos como tradición Barrancas, alrededor de 1.000 a 600 años a.
C., cuyos portadores se difundieron hacia la costa central de Venezuela formando o contribuyendo a formar nuevos
asentamientos humanos en la región del lago de Valencia y en el litoral del actual estado Carabobo alrededor de
200 años a. C. Otros grupos barrancoides migraron hacia el NE de Suramérica invadiendo el N de la cuenca
amazónica y la región oriental de Venezuela. En el Orinoco medio, para fecha similar, la región de Parmana al S
del estado Guárico constituye el asiento de pequeñas aldeas tipificadas por los sitios de la gruta Ronquín, a partir
de los cuales se desarrolló una nueva tradición cultural conocida como Saladero. Al igual que los barrancoides,
estos individuos iniciarán hacia comienzos de la era cristiana, un movimiento migratorio hacia el NE de
Venezuela, fusionándose con los grupos barrancoides que ya habían llegado también a dicha región y desplazando
o absorbiendo a las viejas poblaciones recolectoras que aún para esa fecha ocupaban el litoral y las islas del oriente
de Venezuela. De la confluencia de estas tradiciones, surgió una nueva tradición conocida como saladoide costero,
cuyos portadores iniciaron un rápido movimiento migratorio a lo largo del arco insular antillano, desplazando y
absorbiendo a su vez a los recolectores de dichas islas, y llegando a Puerto Rico alrededor de 200 años a. C. Estos
emigrantes provenientes del territorio que luego sería Venezuela, llevaron a las Antillas el conocimiento de la
alfarería, la agricultura y las pautas de vida sedentaria que luego serían fundamento de la vida social de las etnias
precolombinas de dicha región.
Durante los primeros siglos de la era cristiana, el Orinoco medio recibió una nueva oleada de población conocida
como tradición Arauquín, cuyas características alfareras permiten señalar a la cuenca amazónica como el área
posible de origen. Los recién llegados dieron muestra de poseer una cultura vigorosa y organizada, ya que
introdujeron importantes cambios en el modo de vida de las poblaciones indígenas autóctonas. Partiendo del
Orinoco medio, grupos pertenecientes a esta tradición emigraron hacia los valles de Aragua y la cuenca del lago de
Valencia ocupando, para finales del período prehispánico, prácticamente todos los valles del litoral central
incluyendo el valle de Caracas. Por otra parte, los arauquinoides comenzaron a desplazarse hacia el bajo Orinoco
alrededor de 200 años d. C., buscando quizás asentarse en las riberas fértiles que bordeaban el río pero que estaban
ocupadas por las etnias barrancoides. Este movimiento río abajo parece haber sido lento, pero culminó en el siglo
XVI de nuestra era con el ejercicio del control total del hábitat orinoquense por parte de los arauquinoides.
Aunque no podemos establecer un paralelo entre estas poblaciones y las etnias conocidas históricamente, si es
posible decir que las aldeas tardías del Orinoco donde se ha encontrado alfarería arauquinoide fueron asiento de
grupos humanos históricos de lengua caribe. Lo mismo podemos decir del lago de Valencia, los valles de Aragua y
el valle de Caracas, hecho que puede darnos una base de análisis para comprender la importancia de esta onda
migratoria orinoquense en el poblamiento prehispánico venezolano.
Al SO de Venezuela, en los últimos siglos antes de Cristo, los llanos altos occidentales acogieron otra oleada
migratoria conocida como complejo Caño del Oso y complejo La Betania, cuyo punto de partida puede ser ubicado
al NE de Colombia o del Ecuador. Estos individuos lograron diseñar y ejecutar complejas obras de terracería que
incluían montículos para viviendas, calzadas que servían como vías de comunicación y diques para el control de las
inundaciones y campos de cultivo formados por largos camellones artificiales de tierra que servían para preservar
las plantas del exceso de agua durante las crecidas de los ríos. Estos grupos humanos se extendieron sobre gran
parte del territorio de los actuales estados Barinas, Apure y Portuguesa, correspondiendo en sentido general con el
territorio ocupado históricamente por los grupos indígenas conocidos como achaguas y betoyes. En la región S del
lago de Maracaibo, las evidencias arqueológicas señalan para 600 años a. C., la llegada de grupos de inmigrantes
emparentados posiblemente con las etnias que habitaban el litoral Caribe colombiano desde el siglo XII. Al igual
que los del Orinoco, cultivaban y consumían la yuca amarga y se asentaron a lo largo de los ríos que descienden de
la vertiente occidental de la cordillera andina. Por otra parte, alrededor de 1.100 años a. C., otros grupos
inmigrantes, conocidos como fases El Danto y El Guamo, afiliados también posiblemente a etnias que habitaban el
N de la actual Colombia, se asentaron a lo largo de los ríos Escalante y Zulia, dando origen a grandes poblados
donde se cultivaba no sólo la yuca, sino también el maíz. Es posible que las ondas migratorias ya señaladas, estén
en el origen de las actuales poblaciones indígenas del occidente del lago, afiliados a la familia lingüística caribe y
otros a la chibcha. El NE de Venezuela parece que fue puerta de entrada de una de las corrientes migratorias que
tuvo mayor influencia en la conformación ulterior de la cultura aborigen de la región centro-occidental de
Venezuela. Los grupos que llegaron con ella, procedían posiblemente del occidente de Suramérica e introdujeron
prácticas agrarias con el cultivo del maíz. Sus antecesores más remotos, pueden ser ubicados en la fase Hokomo,
en la Guajira venezolana, alrededor de 1.000 años a. C., y en la fase Lagunillas en la costa NE del lago de
Maracaibo, alrededor de 400 años a. C.. Estos inmigrantes así como los grupos autóctonos a los que dieron origen
se distribuyeron a lo largo de los valles bajos del NE de Venezuela, formando grandes aldeas agrícolas que tenían
un marcado carácter ceremonial. Prueba de ello son los grandes cementerios o necrópolis encontrados en sus
poblados, en los que se evidencia una importante producción artesanal, destinada particularmente a satisfacer las
necesidades religiosas. Asimismo, convirtieron muchas grutas y pequeñas cuevas en adoratorios o cementerios,
donde también se depositaba una gran riqueza de material votivo. El modo de vida de estos grupos humanos
influyó grandemente en las comunidades que ocuparon el territorio de los actuales estados Lara, Falcón, Yaracuy y
Trujillo, puesto que para el siglo XVI en esa zona existían aldeas densamente pobladas, caracterizadas por un
extraordinario desarrollo artesanal y productivo, las cuales sirvieron de sostén a la colonización española.
Alrededor del siglo IX o X d. C., se hicieron presentes en las regiones altas de los Andes venezolanos, grupos
humanos conocidos como fases San Gerónimo, Mucuchíes y Miquimú. Éstos poseían técnicas agrícolas y cultivos
especializados que les permitieron colonizar los valles altos y las tierras vecinas a los páramos. Construían
pequeñas aldeas, cada vivienda poseía silos subterráneos para almacenar las cosechas, practicaban el cultivo en
terrazas y el empleo de estanques y canales de regadío para irrigar las sementeras. Todos estos elementos
relacionan dichos grupos con las sociedades andinas prehispánicas del NE de Suramérica cuyo modo de vida se
expandió a lo largo de los ecosistemas montañosos del occidente de Suramérica.