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La formación del estado es un aspecto constitutivo del proceso de construcción social. Se van definiendo
los diferentes planos y componentes que estructuran la vida social organizada.

Este orden social no es simplemente el reflejo o resultado de la yuxtaposición de elementos que


confluyen históricamente y se engarzan de manera unívoca. El patrón resultante depende también de
los problemas y desafíos que el propio proceso de construcción social encuentra en su desarrollo
histórico, así como de las posiciones adoptadas y recursos movilizados por los diferentes actores ʹ
incluido el estado ʹ para resolverlos.

La formación del estado nacional supone a la vez la conformación de la instancia política que
articula la dominación y la materialización de esa instancia en un conjunto interdependiente de
instituciones que permiten su ejercicio.

Estatidad = surgimiento de una instancia de organización del poder y del ejercicio de la dominación
política (grado en que un sistema de dominación social ha adquirido el conjunto de propiedades que
definen la existencia de un estado). El estado es relación social y aparato institucional.

La estatidad supone la adquisición por parte de esta entidad de una serie de propiedades:

m capacidad de externalizar su poder, obteniendo reconocimiento como unidad soberana dentro


de un sistema de relaciones interestatales;
m capacidad de institucionalizar su autoridad, imponiendo una estructura de relaciones de poder
que garantice su monopolio sobre los medios organizados de coerción;
m creación de un conjunto funcionalmente diferenciado de instituciones públicas para extraer
establemente recursos de la sociedad civil;
m capacidad de internalizar una identidad colectiva, mediante la emisión de símbolos que
refuerzan sentimientos de pertenencia y solidaridad social y permiten el control ideológico
como mecanismo de dominación.

Estos atributos definen a un estado nacional. El estado nacional surge en relación con una sociedad civil
que tampoco ha adquirido el carácter de sociedad nacional.

El doble carácter del estado ʹ abstracto y material a la vez ʹ encuentra cierto paralelismo en el concepto
de nación. En la idea de nación también se conjugan elementos materiales e ideales. Los primeros se
vinculas con el desarrollo de intereses resultantes de la diferenciación e integración de la actividad
económica dentro de un espacio territorialmente delimitado. Los segundos implican la difusión de
símbolos, valores y sentimientos de pertenencia a una comunidad diferenciada por tradiciones, etnias,
lenguaje u otros factores de integración que configuran una identidad colectiva, una personalidad
común que encuentra expresión en el desarrollo histórico.

La existencia del estado presupone la presencia de condiciones materiales que posibiliten la expansión e
integración del espacio económico (mercado) y la movilización de agentes sociales en el sentido de
instituir relaciones de producción (relaciones sociales capitalistas) e intercambio crecientemente
complejas mediante el control y empleo de recursos de dominación. Esa economía en formación va
definiendo un ámbito territorial, diferenciando estructuras productivas y homogeneizando intereses de
clase que, en tanto fundamento material de la nación, contribuyen a otorgar al estado un carácter
nacional.

La constitución del sistema de dominación que denominamos estado, supone la creación de una
instancia y de un mecanismo capaz de articular y reproducir el conjunto de relaciones sociales
establecidas dentro del ámbito material y simbólicamente delimitado por la nación.

La existencia del estado deviene de un proceso formativo a través del cual aquél va adquiriendo un
complejo de atributos que en cada momento histórico presenta distinto nivel de desarrollo.

Determinantes sociales de la formación del estado: legado colonial, la relación dependiente establecida
en la etapa de "expansión hacia fuera" y la dinámica interna propia del estado mismo.

(Plano material del estado Lo que lo caracteriza institucionalmente es la legítima invocación de una
autoridad suprema que pretende encarar el interés general de la sociedad)

El ámbito de competencia y acción del estado puede observarse como una arena de negociación y
conflicto, donde se dirimen cuestiones que integran la agenda de problemas socialmente vigentes.

La ampliación del aparato estatal implica la apropiación y conversión de intereses "civiles", "comunes",
en objeto de su actividad pero revestidos entonces de la legitimidad que le otorga su contraposición a la
sociedad como interés general (contraparte material apropiación de recursos que consolidan las bases
de dominación del estado y exteriorizan su presencia material - ¿?). La expansión del aparato estatal
deriva entonces del creciente involucramiento de sus instituciones en áreas problemáticas (o
"cuestiones") de la sociedad, frente a las que se adoptan posiciones respaldadas por recursos de
dominación.

El grado de consenso o coerción implícito en estos actos de apropiación depende de la particular


combinación de fuerzas sociales que los enmarcan. Pero en todo caso, siempre se hallan respaldados
por alguna forma de legitimidad. El análisis de la evolución histórica de las instituciones estatales es
inseparable del análisis de cuestiones sociales que exigen su intervención mediante políticas o tomas de
posición.


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El proceso de emancipación constituye un punto común de arranque en la experiencia nacional


de América Latina, pero el acto de ruptura con el poder imperial no significó la automática suplantación
del estado colonial por un estado nacional. Los débiles aparatos estatales del período independentista
estaban constituidos por un reducido conjunto de instituciones locales. Los intentos (fallidos) de
constituir un estado nacional desembocaron en largos períodos de enfrentamientos regionales y lucha
entre fracciones políticas, en los que la existencia del estado nacional de fundaba en solamente el
reconocimiento externo de su soberanía política.

El fracaso se debió a la escasa integración, derivada de la precariedad de los mercados y agravada por la
interrupción de los vínculos con la vieja metrópoli. Con la independencia, las tendencias hacia la
autonomización regional se vieron reforzadas por el debilitamiento de los ejes dinámica de la economía
colonial y el creciente aislamiento, que dificultó el desarrollo e integración de nuevos circuitos
económicos. La estructuración de los nuevos estados se vio condicionada por dos factores: la
inexistencia de interdependencia real entre señores de la tierra, que se ligarían unos a otros o se
someterían a uno de entre ellos en función de la lucha por el poder; y la acción de la burguesía urbana,
que mantendría contactos con el exterior y exploraría toda posibilidad de expansión del intercambio
externo. El grupo urbano tendería a consolidarse al mismo tiempo que se integraba con algún subgrupo
rural, creándose condiciones para la estructuración de un efectivo sistema de poder.

La posibilidad de constitución de un estado dependió fundamentalmente del grado de articulación


logrado entre los intereses rurales y urbanos, relacionado con las condiciones existentes para la
integración económica del espacio territorial.

La efectiva posibilidad de creación de una economía más integrada y compleja, sumada a la


preservación de ciertas instituciones coloniales como instrumentos de control político, amalgamarían a
la sociedad territorialmente asentada y al incipiente sistema de dominación del estado nacional. En
Argentina, la precariedad de las economías regionales, la extensión territorial, las dificultades de
comunicación y transporte, el desmantelamiento del aparato burocrático colonial y las prolongadas
luchas civiles que reflejaban la falta de predominio de una región o de un sector de la sociedad sobre los
otros, demoraron por muchos años el momento en que tal amalgama se produciría. Durante los largos
períodos de guerras civiles entre la independencia y la definitiva organización nacional, se fueron
superando las contradicciones subyacentes en la articulación de los tres componentes ʹ economía,
nación y sistema de dominación ʹ que conformarían el estado nacional.

    


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Hacia mediados del siglo XIX Europa vivía la era de las nacionalidades. Se producían la extensión de la
revolución industrial, la revolución en los transportes y el alza de la demanda de bienes primarios.

La extraordinaria expansión del comercio mundial y la disponibilidad e internacionalización del flujo e


capitales financieros, abrieron en América Latina nuevas oportunidades de inversión y diversificación de
la actividad productiva e intermediadota. Hay una estrecha correlación entre el crecimiento de la
demanda externa, las grandes corrientes migratorias que proporcionaron a algunas de las nuevas
naciones abundante fuerza de trabajo, las inversiones en infraestructura y el auge de las exportaciones.
Todos esos procesos se vinculaban al contagioso optimismo respecto del "progreso indefinido" que la
experiencia norteamericana y europea generaba en la región.

Las nuevas oportunidades de desarrollo capitalista movilizaron a los agentes económicos y produjeron
desplazamientos en las actividades productivas tradicionales, aunque existían límites objetivos. Con
mercados muy localizados, población generalmente escasa, rutas intransitables, anarquía monetaria,
inexistencia de un mercado financiero y vastos territorios bajo control indígena o de caudillos locales, las
iniciativas veían comprometidas sus posibilidades de realización. Para los sectores económicos
dominantes, la superación de tales restricciones pasaba por la institución de un orden estable y la
promoción de un conjunto de actividades destinadas a favorecer el proceso de acumulación. "Orden y
progreso" era la clásica fórmula del credo positivista. Ante los sectores dominantes, el estado nacional
aparecía como la única instancia capaz de movilizar los recursos y crear las condiciones que permitieran
superar el desorden y el atraso. Esto exigía consolidar el "pacto de dominación" de la incipiente
burguesía y reforzar el precario aparato institucional del estado nacional.

Existía una gran diversidad y simultaneidad de manifestaciones de "desorden" que el estado nacional
debía afrontar: las múltiples instancias de enfrentamiento armado (levantamientos de caudillos,
rebeliones campesinas, incursiones indígenas, intentos secesionistas y otras formas de contestación a la
pretensión de concentrar y centralizar el poder. La tradición conspiraba contra la centralización en el
estado de ciertos instrumentos de control social: registro de personas, aparato educacional, etc. Las
unidades subnacionales continuaban manteniendo fuerzas regulares propias, emitiendo su propia
moneda, estableciendo aduanas internas o administrando justicia sobre la base de normas
constitucionales y legales dispares. Imponer el orden implicaba regularizar el funcionamiento de la
sociedad, hacer previsibles las transacciones, regular los comportamientos.
El "orden" no implicaba el retorno a un patrón normal de convivencia sino la imposición de uno
diferente, congruente con el desarrollo de una nueva trama de relaciones de producción y de
dominación social. La reiterada y manifiesta capacidad de ejercer control e imponer mando efectivo y
legítimo sobre territorio y personas, en nombre de un interés superior material e ideológicamente
fundado en el nuevo patrón de relaciones sociales, es lo que definía justamente el carácter nacional de
estos estados. Esa capacidad se veía jaqueada por el enfrentamiento con intereses regionales.

En esta primera etapa los nuevos estados exteriorizarán su presencia como aparatos de represión y
control social. La cuestión del "orden" acaparó la atención y recursos del estado nacional desde el
momento de constitución. "Resolverla" representaba para el estado una condición básica de su
supervivencia y consolidación. Primero orden, después progreso.

Un estado capaz de imponer el orden y promover el progreso era, casi por definición, un estado que
había adquirido como atributos la capacidad de institucionalizar su autoridad, diferenciar su control e
internalizar su identidad colectiva.

Asignar sus escasos recursos al "orden" restaba posibilidades de facilitar el "progreso". Pero, por otra
parte, imponer "orden", efectivizarlo, creaba condiciones materiales para impulsar el progreso y tendía
a fundar su legitimación en su condición de agente fundamental del desarrollo de relaciones sociales
capitalistas.

El Estado se convirtió en eje para la consolidación de nuevas modalidades de dominación política


económica. La resolución de estas cuestiones representó para el estado el medio de adquirir
"estatidad".

Los estados que emergieron del proceso de internacionalización de la economía mostraron una débil
capacidad extractiva y una fuerte dependencia del financiamiento externo, lo cual sumado a su papel en
la formación de un mercado interno, la consolidación y ordenamiento jurídico de la propiedad de la
tierra, su apoyo a la producción de materias primas y manufacturas con escasos requerimientos
tecnológicos y la canalización de recursos hacia sectores primario-exportadores, reforzaron las
características de un sistema productivo y un orden social subordinado frente a los centros del
capitalismo mundial.

Su actividad y recursos se dirigieron hacia la creación de condiciones que favorecieran la expansión de la


economía exportadora y mercantil.

Durante el último tercio del siglo se hicieron importantes obras de infraestructura, para abaratar los
costos de transporte. Con la expansión económica se produjo un acentuado incremento en el valor y la
compra-venta de tierras, el volumen de importaciones y las operaciones financieras. A través de la
inversión directa, el crédito oficial, la legislación y la creación de unidades administrativas a cargo de la
producción de bienes, regulaciones y servicios, el estado pudo ofrecer seguridad a personas, bienes y
transacciones, facilitó las condiciones para el establecimiento de un mercado interno, extendió los
beneficios de la educación y la salud y contribuyó a poblar el territorio y a suministrar medios de
coacción extraeconómica para asegurar el empleo de una fuerza de trabajo a menudo escasa.

Los estados latinoamericanos, en su etapa formativa, fueron desarrollando sucesivamente sus aparatos
de represión, de regulación y de acumulación del capital social básico. Todo esto exigía recursos. El
estado debía desarrollar paralelamente una capacidad extractiva y un aparato de recaudación y
administración financiera que aseguraran su propia reproducción.

La fuerte expansión de los mercados financieros en Europa (Inglaterra) aumentó extraordinariamente la


disponibilidad de capitales ávidos por encontrar colocaciones más rentables que las que podían hallarse
localmente. La inversión directa en obras de infraestructura y actividades productivas fuertemente
garantizadas por el estado, así como los empréstitos contraídos por el mismo, suministraron los
recursos adicionales necesarios para asegurar el funcionamiento de su aparato institucional.

 
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La formación de los estados nacionales latinoamericanos implicó la sustitución de la autoridad


centralizada del estado colonial y la subordinación de los múltiples poderes locales. La identificación con
la lucha emancipadora fue insuficiente para producir condiciones estables de integración nacional. La
base material de la nación recién comenzó a conformarse con el surgimiento de oportunidades para la
incorporación de las economías locales al sistema capitalista mundial y el consecuente desarrollo de
intereses diferenciados e interdependientes generados por tales oportunidades.

Consolidación del poder de aquella clase o alianza de clases que controlaba los nuevos circuitos de
producción y circulación de bienes e que se basó la expansión de la economía exportadora. Pero las
nuevas formas de dominación económica requerían políticamente la paralela constitución y control de
un sistema de dominación capaz de articular, expandir y reproducir el nuevo patrón de relaciones
sociales.

Este sistema de dominación ʹ el estado nacional ʹ fue a la vez determinante y consecuencia del proceso
de expansión del capitalismo iniciado con la internacionalización de las economías de la región.
Determinante, en tanto creó las condiciones, facilitó los recursos y hasta promovió la constitución de los
agentes sociales que favorecerían el proceso de acumulación. Consecuencia, en tanto a través de
múltiples formas de intervención se fueron diferenciando su control, afirmando su autoridad y
conformando sus atributos.

Los problemas relativos al "orden" y al "progreso" concentraron la atención de estos actores,


resumiendo la agenda de cuestiones socialmente vigentes durante la etapa formativa del estado

Tres aspectos fundamentales de este proceso: la organización nacional, la institucionalización del estado
y la política de recursos que permitió su viabilización.

(En Argentina fue el período histórico que se inicia con la batalla de Pavón y culmina con la crisis de
1890.)

Cuestión del "orden": institucionalización de los patrones de organización social, que crearon
condiciones favorables al desarrollo de relaciones de producción y dominación capitalistas. Cobra aquí
especial relevancia el tema de la constitución del aparato represivo y burocrático, la creación y
apropiación por el estado de ámbitos operativos, las modalidades con que se manifiesta la penetración
estatal en la nueva trama de relaciones sociales que paralelamente se estaba conformando y las
consecuencias de estos procesos sobre la constitución y desplazamiento de actores políticos.

La cuestión del "progreso" se vincula a los mecanismos de reproducción del mismo estado, en relación
con la extraordinaria movilización de recursos que tuvo lugar en la Argentina durante la segunda mitad
del siglo XIX.

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Con la inserción estable del país en el mercado mundial a mediados del siglo pasado comienza un
período creciente de expansión, ocupando en 1914 uno de los primeros lugares en el mundo. Ese
crecimiento basado en las exportaciones agropecuarias se derrumba en 1930 como consecuencia de la
crisis internacional., a partir de ese momento el relativo crecimiento económico combinado con la
inestabilidad política, y las distorsiones del sistema, impedirán que las nuevas fracciones emergentes del
proceso de industrialización puedan sentar definitivamente las bases de un orden político estable.

La organización de la hegemonía en la Argentina

1880-1930: La hegemonía oligárquica

Se estructura en la Argentina una economía agroexportadora, mediante su inserción estable en el


mercado mundial como exportador de carnes y cereales. Se conforma una burguesía agraria, ligada a la
propiedad de la tierra, la comercialización de los productos agrícolas, cuyo sector dominante era el
exportador.

Una vez finalizada en 1880 la conformación del Estado nacional, la fracción social dominante logrará
vertebrar un proyecto hegemónico, que se asentará en el modelo de desarrollo y en la restricción
política de la mayoría de la población. Entre 1862 y 1930 el país no conoció ningún golpe de Estado y las
instituciones funcionaron con continuidad. Durante la hegemonía oligárquica el país conoció un
progreso sorprendente a través de la inmigración, el capital extranjero y la demanda internacional de
materias primas.

La clase conservadora se apoya entre 1880 y 1912 en un régimen democrático restringido, al mantener
un mercado político semicerrado. En 1912 se sanciona la ley Sáenz Peña que establece el sufragio
universal, obligatorio y secreto, lo cual posibilitará la llegada del yrigoyenismo al gobierno. No obstante
los cambios producidos, el yrigoyenismo no cuestionará el modelo de desarrollo agroexportador.

La oligarquía no podrá fundar un orden estable y consensual. Este grupo social no podrá legitimar su
proyecto de sociedad a través del ejercicio del consenso y la apertura política, lo cual verterá un
ingrediente de debilidad a su poder hegemónico.

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La crisis internacional hace perder a la Argentina la inserción estable en el mercado mundial. Con el
golpe de 1930, el Estado oligárquico liberal entra en crisis. Después del breve interregno de Uriburu, la
vieja clase conservadora procurará con el general Justo en 1932 reorganizar y reacomodar la economía
del país a las nuevas condiciones que imponía el sistema capitalista internacional.

El viejo conservadorismo llega al gobierno merced al fraude electoral. La Argentina moderna nace de la
crisis de los años 30. Se definen cuatro características de la sociedad argentina:

m el crecimiento industrial,
m la intervención estatal, sobre todo a partir de 1933 con Pinedo en el Ministerio de Hacienda,
m el crecimiento de la clase obrera
m el nacimiento de una nueva fracción de la burguesía industrial.

Con el gral. Justo entra al gobierno la burguesía agraria. En el 30 se impulsa un proceso de desarrollo
industrial por "sustitución de importaciones". Se trata de adaptar el viejo modelo a las nuevas
condiciones, y por ello la industria pasaba a ocupar un lugar más importante en la economía nacional.

Desde 1935 hay un crecimiento económico, pero no se impulsa una política de distribución social, lo que
permite la acumulación de reivindicaciones sociales y obreras.

De 1930 a 1943, la oligarquía no logra recomponer en la sociedad su quebrantada hegemonía. Hay un


cambio real en la política a partir del golpe de 1943. Se evidencia rápidamente la incapacidad de ese
grupo social en dirigir la sociedad mediante el estado de derecho, la justicia y la democracia; su modelo
se basa en el fraude y la corrupción. No puede gobernar más que a través de un régimen democrático
fraudulento

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El gobierno peronista de 1946 logrará organizar un orden político legítimo y estable. Con la aplicación de
un modelo de acumulación basado en la ampliación del mercado interno podrá extender las funciones
del Estado y modificará el patrón de distribución social.

La burguesía industrial se apodera del aparato del Estado. Este sector de la clase dirigente logrará crear
un sistema político consensual.

El Estado populista consistirá en ampliar no sólo la acción económica y financiera del Estado sino
también la esfera social. Es un Estado distribucionista que articulará con sus súbditos una nueva relación
a partir de la ampliación de sus funciones, organizando el conjunto de la actividad económica de amplias
capas de la sociedad y la política ideológica. Hará funcionar un mercado político abierto y régimen con
participación plena, sin restricciones ni fraude electoral.

El golpe militar de 1955 desalojará al peronismo del poder del Estado, pero no podrá desintegrarlo
como movimiento de masas y como dirección de los sectores populares.

En adelante, ni la vieja clase conservadora ni las nuevas fracciones sociales surgidas del desarrollo
industrial podrán llenar de manera estable el vacío hegemónico imperante en la sociedad. Esta crisis de
hegemonía se origina a partir de la crisis económica de 1952-1953, expresión del agotamiento del
modelo distribucionista, unido a la postguerra en Europa.

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Pese que ha disminuido el poder de la oligarquía desde la década del 40, sigue conservando su
importancia en la vida política y económica del país (El agro sigue siendo determinante en la estructura
económica).

En determinadas situaciones, los regímenes de excepción (gobiernos de facto) pueden brindar a un


sector de la clase dominante un marco político adecuado para intentar resolver la crisis de hegemonía.
Los golpes de 1966 y 1976 apuntaron a estabilizar institucionalmente a los sectores de la burguesía en el
poder del Estado y en la sociedad.

Las exportaciones no logran financiar las necesidades de importación del sector industrial. Ha decaído la
inversión privada y se ha estancado relativamente el crecimiento del PBI; el régimen peronista reduce la
acción social del "Estado benefactor", contiene el aumento de salarios, busca la inversión de capitales
extranjeros para preservar la caída de la ganancia y continuar financiando el desarrollo del sector
industrial.

De la crisis de 1952/53 nacerá la política desarrollista en Argentina, nuevo modelo que implementará en
1958 por Arturo Frondizi. Se hace cada ve más difícil armonizar las necesidades de acumulación del
capitalismo argentino con la distribución social, elemento fundamental en la legitimación el mismo.
Entra en crisis el proyecto peronista.

La sociedad civil se verá de allí en adelante acorralada por la supremacía del Estado.

Existe un vacío hegemónico que sólo podrá ser llenado inestablemente, lo que agudiza el ciclo de
disputas fraccionales por la hegemonía del poder. Esta lucha entre las fracciones principales de la clase
dominante (la burguesía industrial monopolista, la oligarquía agroexportadora y la "burguesía nacional")
por imponer cada una un proyecto hegemónico fracasa experiencia tras experiencia.

El golpe de 1955 ratifica la crisis del sistema hegemónico. En adelante este sistema político mostraría su
debilidad para dirigir de manera estable la sociedad toda. No lograrán tampoco en los años que vienen
reunir la capacidad de organizar y construir una dirección político-cultural para el conjunto social.

Desde 1952 hasta el golpe de 1976 ninguno de los cuatro gobiernos civiles pudo terminar su mandato
constitucional, como tampoco ningún régimen militar supo fundar el consenso social y estabilizar el país
en un proyecto coherente de poder "tienen dificultades para restablecer el equilibrio en una sociedad
sin hegemonía" (Rouquié).

La disolución del sistema hegemónico quita cohesión y coherencia a la sociedad, lo que se refleja en
conflictos derivados en el vínculo político ideológico que une a los "representantes" y a los
"representados".

Este proceso de luchas fraccionales se desenvuelve en el marco de un modelo de desarrollo y


concentración económica.


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La crisis de hegemonía encuentra su raíz en la estructura económica. Los conflictos producidos por el
choque de los distintos proyectos económicos conforman la base material de la crisis de hegemonía. De
la relación y contradicción de esos dos sectores nacerá la especificidad del desarrollo capitalista
argentino, con sus limitaciones y distorsiones.

Las necesidades crecientes de la industria (insumos, equipos, tecnología, etc.) sólo pueden ser
adquiridos con las divisas provenientes de las exportaciones agrícolas. La disminución de la capacidad de
exportar va a limitar el desarrollo industrial.


   

Las estructuras agraria e industrial en la economía argentina

Los distintos planes económicos de la burguesía argentina desde la década del 50 han tenido serias
dificultades para transformarse en un verdadero proyecto hegemónico, capaz de imponer un liderazgo ʹ
estable y legítimo ʹ ene. Conjunto de la sociedad.

La economía se divide en dos grandes sectores: el agrario y el industrial, relacionados en los


mecanismos de funcionamiento de la economía.

La Argentina se integra al mercado mundial a fines del siglo XIX con una economía primaria exportadora.
Hasta la crisis de 1930, el sector agroexportador es el elemento dinámico de la expansión económica. El
agro tiene un mayor peso y un valor estratégico en la economía.

Este sector continúa siendo, por sus exportaciones, prácticamente el único que provee divisas al país, las
cuales servirán después para la importación de insumos industriales, equipamiento industrial, etc.,
elementos imprescindibles para el desarrollo de la actividad manufacturera. Por eso, la disminución de
la capacidad de exportación del país provoca serios déficit en la balanza de pagos.

Las condiciones de la producción agropecuaria también desempeñan un papel fundamental en la


determinación interna de los salarios y de su poder adquisitivo. Existe una importancia doblemente
estratégica de lo ͚agrario͛ para el desarrollo económico nacional: por el comercio exterior y por el valor
de la fuerza de trabajo en el mercado interno.
El sector industrial está ligado al sector agrario, como en el caso de la industria más importante de la
época, la frigorífica y también la industria alimenticia y de bebidas, las instalaciones de ferrocarriles y
otras obras de infraestructura imprescindibles para el transporte del ganado y los cereales. El desarrollo
industrial posterior (desde 1946) está basado en una política económica diferente, industrialista, donde
el Estado juega un papel fundamental. Está basado en una redistribución del ingreso del agro a la
industria, con la aplicación de aranceles protectores a esta actividad, en los créditos baratos, etc.

(El sector agrario produce tanto para el mercado interno como para el externo, y no necesita insumos
importados; en cambio, la industria sí los necesita y sólo produce para el mercado interno)

  


   
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Hasta 1930, la inserción en el mercado mundial no presentaba problemas en tanto la Argentina era un
país productor y exportador de bienes primarios (carne y cereales principalmente). La crisis mundial
afecta la división internacional del trabajo, modificándose el comercio de los productos agropecuarios.
Los precios se deterioran en relación con aquellos de los productos industriales. Se origina en Argentina
una tendencia a la disminución de las exportaciones.

La contracción de la demanda mundial por políticas proteccionistas de los países centrales (Gran
Bretaña principalmente), lleva a disminuir la capacidad de importación de la economía argentina.

El lento crecimiento de la actividad agropecuaria tiene que ver con la evolución económica de la pampa
húmeda, ya que la mayoría de las exportaciones provienen de esa zona. La crisis de esta región influye
directamente en el nivel de las exportaciones.

El lento crecimiento de la región pampeana se vincula a las técnicas de explotación utilizadas: cultivo
extensivo y poca mecanización de las tareas agrícolas, lo que resulta en un débil rendimiento. Además
influye en esto el desarrollo de la actividad ganadera, que tiene un mayor crecimiento que la agraria.

En el resto del país prevalece la explotación intensiva, que otorga un rendimiento mayor.

La exportación de cereales disminuyó considerablemente de 1943 a 1976, agravada por el


proteccionismo de los países europeos y por los excedentes exportables de EE.UU., que hegemoniza el
mercado mundial de cereales.

La exportación de carne vacuna no ha llegado a los niveles tan bajos como la de los cereales, pero se vio
afectada desde 1974 por el Mercado Común Europeo, que restringe la importación de ese producto
llegado de países no pertenecientes a la Comunidad.



  

 
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Las causas son:

Contracción del mercado interno: por la crisis de 1929, la política proteccionista de los países centrales,
la formación de bloques, y la competencia frente a países que poseen un saldo exportable.

El estancamiento de la producción pampeana: por el régimen de tenencia de la tierra, la explotación


extensiva y la escasa tecnología incorporada.

El aumento de la demanda interna: por el crecimiento de la población y el proceso acelerado de


urbanización.

Diversificación de la producción agropecuaria


Régimen de tenencias de la tierra y técnica de explotación: grandes explotaciones (latifundios) y del
sistema de arrendamiento (que disminuyó a partir del gobierno peronista), que fomentan técnicas de
explotación inadecuadas.

Causa de fondo: el estancamiento del agro reside en la propia estructura económica argentina, es decir,
en el tipo de relaciones sociales de producción que existe en el agro.

La estructura agraria argentina basada en el latifundio constituye uno de los límites principales que
traban el desarrollo del capitalismo dependiente. La concentración de grandes extensiones de tierra en
manos de pocos propietarios determina el estancamiento de la producción agropecuaria, y por otro
lado, porque esa alta concentración de las mejores tierras determina que adquiera una importancia
fundamental la renta del suelo, lo cual es una traba para el crecimiento económico global.


 
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El proceso de industrialización comienza en el siglo XIX, como una actividad ligada casi exclusivamente al
sector agrario de cuya expansión dependía, es decir, de la demanda externa. En la década del 30 la
actividad industrial ocupa un lugar importante en la economía, hasta 1946.

Se distinguen tres etapas en este proceso:

m 1930-1945: La crisis mundial de los años 30 modifica la división internacional del trabajo y
disminuye la capacidad de importar de la Argentina, obligando a la clase dirigente a iniciar un
proceso de industrialización de "sustitución de importaciones". Esta industrialización se limita a
sustituir o reemplazar las mercancías que anteriormente se importaban, reduciéndose a la
industria liviana. Las inversiones serán del sector conservador del poder, pero más que nada del
capital extranjero, especialmente en el desarrollo de las nuevas ramas industriales
(metalúrgicas, textiles) después de 1933. El tipo de importación que se sustituye es el de la
industria textil, como también algunas ramas de la metalurgia, algunos productos
farmacéuticos, artefactos eléctricos y derivados del caucho. No se buscaba un desarrollo de
todas las ramas de la industria, sino de aquellas que no podían importarse. La clase
conservadora no buscaba definir un nuevo modelo de desarrollo, sino de resolver la demanda
interna de manufacturas que antes importaba sin caer en el desequilibrio de la balanza de
pagos.
m 1945-1958: Aumenta el empleo industrial y crece la clase obrera. En 1946 el peronismo
fomenta la producción de bienes de consumo masivo, a través de la incorporación de los
sectores populares al proceso. Al aumentarse los salarios reales se incrementa la demanda de
bienes. El Estado juega un rol fundamental (aumentando el gasto público) por sus propias
inversiones y por su política industrialista que comprende cambios favorables los
requerimientos de importación de la industria, créditos a la actividad y una política
proteccionista, con el aumento de los aranceles aduaneros y la creación del IAPI. Se desarrolla
la industria liviana que incorpora tecnología poco compleja. El ingreso se concentra en un
cuarto de la población.
m 1958-1968: Se producen dos grandes olas de inversiones, la primera (1958-1962) constó de
radicaciones de empresas extranjeras, y la segunda (1967-1968) que constituyó un ingreso de
capital orientado a la compra de paquetes accionarios existentes. A partir de 1955 comenzó un
proceso de "sustitución de trabajo por capital en la industria", que consistió en una débil
incorporación de mano de obra, en una redistribución regresiva del ingreso, y en el desarrollo
de una industria de bienes de consumo durable y en menor medida de bienes de capital e
intermedios. Fue necesaria esta apertura de la economía para la continuidad de la
industrialización, por la necesidad de este tipo de bienes, cuya importación se veía limitada por
la estrechez del sector externo.

El sector industrial en la Argentina encuentra varios límites a su expansión:

m El carácter atrasado de la estructura industrial, con empresas de relativa eficiencia y baja


productividad
m La estrechez del mercado argentino, que limita la expansión de la industria porque ésta
produce casi exclusivamente para el mercado interno.
m La dependencia de la industria de la capacidad de importar del país.

Algunos rasgos específicos del desarrollo económico argentino

La economía se empieza a estancar a partir de 1948 y con ello se agota la etapa "fácil" de sustitución de
importaciones. Este estancamiento se explica por la insuficiente capitalización de los sectores básicos de
la economía, por el creciente atraso relativo del interior del país y por la subsistencia de un régimen de
tenencia de la tierra que obstaculiza el desarrollo del sector rural, además del carácter dependiente del
capitalismo argentino.

Braun - El crecimiento insuficiente de las exportaciones es la causa principal del lento crecimiento de la
economía. El "estrangulamiento externo" aparece como el freno "dominante" al desarrollo de las
fuerzas productivas.

Flirchnan - La renta del suelo es uno de los problemas fundamentales que traban el crecimiento
económico, y es una causa importante de la acumulación interna.

Ikonicoff - El origen de la crisis se encuentra en la estrechez estructural de la demanda interna y en el


déficit exterior, agregando que las limitaciones en la oferta de las exportaciones, los problemas
financieros externos, el debilitamiento de la infraestructura y el déficit fiscal generan una fuerte presión
inflacionaria.

La economía está "limitada y deformada" por la dependencia, es decir, por la forma particular en que la
Argentina se integra o se inserta en el mercado mundial a través del tiempo. Este capitalismo
dependiente ha necesitado de la intervención creciente del Estado para poder darle continuidad a su
desarrollo. La intervención del estado se amplía en los países periféricos, naciendo de esta manera una
función suplementaria. Desde sus orígenes, la clase dominante se ha ceñido a la acción estatal para su
desarrollo. El Estado Argentino aparece como el refugio permanente que cubre la debilidad política y
económica de la clase dominante.

La compleja articulación del agro y la industria, con intereses particulares conflictivos, ha signado
también el desarrollo del capitalismo argentino. La industria ha estado, desde su nacimiento, vinculadla
crecimiento de las exportaciones agropecuarias. Cuando ocupa un lugar destacado en el país,
dependerá de la capacidad de importar del país. Si se estancan las exportaciones agrarias se frenan las
posibilidades de la actividad manufacturera.

El problema del estancamiento industrial no consiste solamente en que no se puede desarrollar


suficientemente la industria pesada, sino que hay que tener en cuenta también el modelo de consumo
aplicado.
Han sido las firmas multinacionales las que instaladas en los bienes de consumo durable han influido
decisivamente en el sistema económico. El ingreso masivo de sus capitales en la actividad productiva del
país tiene que ver con las características de la dependencia.

La necesidad de importar bienes de capital e insumos esenciales, tecnología moderna y recursos


financieros, ha motivado una transferencia de ingresos permanente hacia los países centrales. Esa
transferencia de valores proviene además del intercambio desigual o de la repartición de beneficios de
las empresas extranjeras.

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El período que comienza en 1862 (presidencia de Mitre) marca el inicio de la conformación del Estado
nacional, tras diez años de intento de "reorganización nacional". La falta de unidad política divide al país
en la Confederación por una parte, y Buenos Aires, por otra.

La lucha permanente y enfrentamiento armado entre los caudillos del interior y el poder central
dificultan la conformación de un Estado nacional. Cada provincia constituía un estado autónomo.

El escaso desarrollo del país impedía que la estructura económica pudiera garantizar la cohesión y la
unidad social del país.

Las fuerzas del interior son derrotadas por Mitre en la batalla de Pavón en 1861, sellando el triunfo de la
oligarquía de Buenos Aires que impone una hegemonía y una subordinación.

Entre 1862 y 1880 se estructura el Estado nacional. Hay seis elementos centrales que permiten la
concreción de ese propósito:

La federalización de Buenos Aires y la aduana

La formación del mercado nacional, favorecido por el ferrocarril y el telégrafo que unifican el territorio
nacional

La confederación del Ejército Nacional, que termina con los ejércitos provinciales de los caudillos

Se completa la estructura jurídica institucional del Estado nacional, con la división tripartita de poderes y
la sanción de los códigos nacionales y la ley de emisión del voto

El triunfo del gobierno nacional en la campaña contra el indio, adquiriendo territorios

La consolidación en 1880 de un proyecto hegemónico nacional, bajo un orden liberal conservador.

El Estado nacional fue el fruto de una alianza entre un sector de la burguesía porteña con la burguesía
del interior.

Oszlak Los sectores dominantes del interior descubrían que a través de su participación en las
decisiones y la gestión estatal, podían incorporarse ventajosamente al circuito dinámico de la economía
pampeana.

Con la presidencia del gral. Roca se consolida la república oligárquica, se acaban los enfrentamientos
armados y se inicia una época de expansión y modernización.

En 1880 se concluyó con la etapa de construcción del Estado nacional, aunque no con la construcción de
la nación.

#
  
  


La Argentina organiza una economía capitalista agraria, exportadora. La producció n económica se


organiza en función de las necesidades de los mercados exteriores.

Alrededor de este tipo de economía comienzan a generarse las condiciones materiales que harán
posible el surgimiento de un Estado nacional y, por ende, de un mercado nacional.

La idea de nación se encuentra inscripta en ese Estado. El componente material de la nacionalidad (los
intereses económicos diferenciados, el territorio, etc.) y su componente inmaterial (la tradición, los
símbolos y valores, la lengua, los sentimientos de pertenencia común), conforman los elementos
esenciales de la nación moderna. El Estado tuvo el rol de fomentar esa identidad colectiva y la unidad
nacional.

El Estado nacional no se podía consolidar en tanto no se edificara la unidad nacional. El Estado argentino
no es una creación de la burguesía agraria. Más bien, es este Estado el que ha generado esa clase social.

La naturaleza social del Estado está otorgada por la inserción de la economía en el mercado mundial.
Ese Estado tiene una naturaleza de clase capitalista, y es a través de él que la burguesía agraria se
organiza como clase dirigente.

Entre la formación del Estado y la constitución de la oligarquía existieron procesos constitutivos


simultáneos, interdependientes.

El Estado distribuye las tierras del país, lo que posibilitó la formación de los grandes propietarios. El
Estado argentino tendrá una función primordial en la configuración de la estructura de clases.

 
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Si hablamos de una economía agroexportadora, con un Estado que es a la vez creador y resultante de
ese modelo de desarrollo, se puede comprender mejor la casi identificación entre ese Estado y la clase
dominante. Es válido afirmar que se trata de una clase social, llamada oligarquía o burguesía agraria,
que se desarrolla en estrecha dependencia, por su propia debilidad relativa, de la intervención estatal. El
intervencionismo estatal no está desvinculado del crecimiento de las clases poseedoras. El Estado
argentino aparece como el refugio permanente que cubre la debilidad política y económica de la clase
dominante.

La intervención estatal asume un carácter global. Existe una intervención masiva en la vida pública, sea
en el terreno económico como en el plano político institucional, mediante los golpes de Estado.

Al partir de 1935 la debilidad económica de la clase dominante al a par que aumenta la relación de
dependencia con el capital extranjero, requiere una mayor intervención del Estado en la producción y a
nivel de la circulación (crédito público).

Los estratos más concentrados en la clase dominante, carentes de un partido y de la capacidad para
fundar consenso, utilizan al Estado, principalmente a lo que es el núcleo del aparato represivo como
refugio de su debilitada hegemonía. Cuando el régimen democrático funciona con plenitud, estas
fracciones de la burguesía tienen poca "chance" de conquistar el aparato del Estado por vía de las urnas.
No les queda otro recurso que el golpe de Estado.

Durante el siglo XIX el Estado participa activamente en la formación de los "latifundios" o de las grandes
propiedades territoriales, mediante la venta de la tierra pública o por donaciones o concesiones
gratuitas otorgadas a militares como premio a las victorias logradas contra el indio (las fértil es tierras de
la zona pampeana fueron distribuidas entre un reducido grupo de propietarios).

El Estado participa en la formación de la naciente burguesía industrial en las décadas del 30 y 40, a
través de una política de distribución de ingresos, durante el proceso de sustitución de importaciones.

El Estado ha sido el soporte del crecimiento de la clase dominante y actúa también como empresario, o
bien controlando la producción de energía, los medios de transporte y comunicación, o realizando una
actividad bancaria y financiera importante.


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La crisis mundial lleva al Estado argentino a efectuar una mayor intervención, a aumentar su acción
económica a los efectos de contrarrestar la caída de la tasa de ganancia.

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La economía se estructura en torno a las necesidades del mercado capitalista mundial. Existe un Estado
liberal oligárquico. Es liberal porque su acción principal es dejar en libertad al mercado, favorecer la libre
empresa y el libre comercio. Es liberalista más que nada en el terreno económico, porque en la esfera
política crea un sistema elitista-restrictivo que reduce la participación de la mayoría, limitando en
consecuencia las libertades políticas, exceptuando el gobierno de Irigoyen en 1916. El Estado crea obras
de infraestructura, medios de transporte y comunicación.

Si bien se limitaba la actividad del Estado, sus recursos debían estar al servicio de la actividad privada e
individual. El Estado no sólo el árbitro y guardián del orden público, sino que tenía un papel activo en la
formación de las empresas privadas, principalmente en la promoción de las extranjeras, como en el caso
de la inversión inglesa para la construcción de líneas férreas. El Banco de la Nación era un banco privado
bajo tutela o el patrocinio del Estado.

Bajo la administración del gobierno radical merece destacarse la creación en 1922 de una gran empresa
pública: YPF.

El sistema político aplicado por el orden observador reducía el círculo de gobernantes a una ínfima
minoría de personas provenientes de la élite tradicional de Buenos Aires y las provincias. El sistema se
completaba con la necesaria exclusión de la actividad política de la mayoría de la población.

No se daba cabida tampoco al creciente aumento de la población que provenía del flujo inmigratorio. La
preocupación de la oligarquía fue la de incorporar el inmigrante a la actividad económica, no a la
actividad política. La legislación argentina no preveía un régimen de naturalización del ciudadano
extranjero, y ellos tampoco tenían mucho interés.

También la propia población nativa se mostraba apática o desconfiante del sistema ante las prácticas
electorales viciadas. La primera ley de elecciones nacionales de 1857 establecía el voto universal para
los varones, sin calificación por posesión de bienes o por problemas de analfabetismo. Sin embargo, el
período que corre de 1857 a 1912 se caracteriza por la exclusión política de la mayoría. Recién en 1890
el sistema desata su primera crisis. De ella surgen lo que serán en el futuro los partidos políticos
modernos como la UCR.

En 1912 se abren las compuertas de participación con la ley Sáenz Peña, que establece el voto
obligatorio y universal, lo que permitirá en 1916 el acceso del radicalismo al gobierno.
Algunos sectores marginados del sistema político, como las organizaciones obreras, actuaban o como
grupos de presión o bien defendiendo intereses sectoriales al estas excluidos de la actividad política.

La clase dominante encuentra dificultades en organizar el consenso social por la exclusión que
promueve desde el gobierno.

Las elecciones de 1916 fueron las primeras en las que hubo una participación casi total de la población,
aunque el voto femenino estaba excluido. El movimiento radical, expresión de las clases medias
urbanas, produce una ruptura parcial del sistema oligárquico cuando incorpora nuevos actores sociales
a la vida política nacional. Sin embargo, en el terreno económico la acción del gobierno fue
contradictoria. No modifica la estructura agraria latifun dista, como tampoco el modelo de desarrollo en
que se apoyaba. Deja intactas las bases económicas del poder liberal. No logra captar en su verdadera
dimensión la crisis económica mundial que se avecina, como tampoco las repercusiones que traería en
la economía argentina.

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Con la caída de Irigoyen en 1930 se pone fin al Estado liberal de la república oligárquica y surge la
Argentina moderna. El crecimiento industrial, el crecimiento de la clase obrera y de la población urbana
y las nuevas modalidades de intervención estatal (desde 1933), se definen en esta época.

Los cambios en la economía mundial producidos por la gran depresión de 1929 repercuten en la
economía argentina, con el deterioro de los precios de los alimentos en relación con los de la
producción industrial, lo cual favorece el proceso de industrialización conocido como sustitución de
importaciones.

Este proceso pone el acento en la industria como elemento dinámico de la economía, modificando
sustancialmente esta actividad, principalmente la industria liviana.

Nace el Estado intervencionista, que define una política más clara en materia de obras públicas como así
también en el control de la producción y precios, creándose para ello Juntas reguladoras, que adoptaron
medidas de reglamentación de las principales actividades agropecuarias. El Estado juega una "función
anticrisis".

La principal función del Estado fue financiera, con la creación en 1935 del Banco Central y del Instituto
Movilizador de Inversiones Bancarias, cuyos objetivos inmediatos eran la estabilidad monetaria y el
control de cambios.

En 1933 con Federico Pinedo en el Ministerio de Hacienda, se comienza a intervenir activamente el


mercado.

Destacados sectores de la oligarquía tradicional pusieron serias resistencia a la industrialización.

El Estado acrecienta cada vez más su presencia en la producción militar, creando en 1914 Fabricaciones
Militares, que concentra la producción de armamentos.

El intervencionismo estatal acontece en el terreno económico y en beneficio de las clases poseedoras


sin una contrapartida para las clases popular; no se distribuye socialmente la riqueza.

El Estado y la clase dominante siguen todavía identificándose; el Estado aún conserva un sistema político
viciado, basado en el fraude electoral y en la corrupción política. En 1943 un golpe de Estado pone fin
definitivamente a ese sistema incapaz de fundar un régimen político estable y consensual.
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El gobierno peronista (1946) se basa en una nueva alianza de clases en el poder (patrones, CGT y un
sector de las fuerzas armadas), fundando un régimen político populista con la ampliación de las
funciones del Estado. La burguesía se apodera del aparato del Estado, definiendo y planificando una
verdadera política industrialista.

La finalización de la segunda guerra mundial plantea el peligro de la disminución del volumen de las
exportaciones y la posible competencia de la industria extranjera, lo cual podría ser contrarrestado por
una política económica que permitiera la ampliación del mercado interno, impidiendo la recesión y
asegurando el ritmo creciente de la producción industrial.

La participación del Estado en la actividad económica se acrecienta mediante una clara política
económica:

m Financia el desarrollo industrial a través del traslado de ingresos del sector agrícola al
manufacturero, para lo que se crea el IAPI (Instituto Arg. para la Promoción del Intercambio),
que monopoliza las exportaciones
m Crea una política proteccionista de la industria, con un régimen arancelario y crediticio
m Define una política de distribución del ingreso a favor de los asalariados
m La acción social del Estado mejora radicalmente las condiciones de trabajo y de vida de los
trabajadores a través de una excelente legislación social y laboral, incrementando los ingresos a
través del llamado "salario indirecto".
m El Estado populista es un importante propietario de medios de producción, mediante
inversiones directas o a través de un amplio plan de nacionalización de importantes sectores de
la economía: nacionalización de servicios públicos y del Banco Central, creación de empresas
públicas o mixtas de explotación de recursos considerados vitales para la economía; centraliza
el sistema de seguros y ejerce control sobre los recursos financieros del país.

Se funda un régimen político estable y seguro, basado no sólo en la fuerza sino fundamentalmente en el
consenso. Se trata de un Estado distribucionista que bajo las formas de asignaciones familiares y
sociales cubre los diversos "riesgos sociales".

El Estado populista pretende ser el "Estado del pueblo argentino", legitimando la dominación de clases
mediante su discurso ideológico.

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El país está semiindustrializado. Hasta 1955 el crecimiento industrial se había apoyado en la ampliación
del mercado interno, pero desde esa fecha se hace evidente la necesidad de reorientar el proceso de
industrialización. Este nuevo proceso que se inicia en 1958 tendrá como eje dinámico a las grandes
firmas internacionales.

La coyuntura internacional de la década del 50 demostraba que después de los años de reconstrucción,
Europa Occidental se encerraba en una política proteccionista con la creación del Mercado Común
Europeo, con sus barreras aduaneras, y, por otro lado, Inglaterra privilegiaba sus relaciones comerciales
con Canadá, Nueva Zelanda, etc. En el plano interno, la crisis económica de 1952 repercute
inmediatamente en el balance de pagos, incidiendo en la renovación tecnológica de la industria. Decae
la inversión privada, se estanca el crecimiento del PBI; fue además un año de gran sequía en el país,
todo lo cual determina una situación de emergencia económica y social.
El modelo comienza a agotarse en la medida en que esa política distribucionista trae aparejada una
disminución importante en la tasa de ganancia. La burguesía debe asociarse al capital extranjero y debe
buscar la reinserción de Argentina en las nuevas condiciones de la economía mundial.

A partir de 1952, las exportaciones no logran financiar de manera suficiente las necesidades de
importación imprescindible para el crecimiento del sector industrial. Se necesitaba un plan de
contención de salarios y de los gastos públicos como la asociación con el capital extranjero para detener
la caída de la tasa de ganancias y para a la vez continuar financiando el sector industrial.

Esta etapa se caracterizó por el control que ejercen las firmas multinacionales y por su orientación hacia
el mercado interno. El gran capital internacional invierte directamente en la producción, centralmente
en los bienes de consumo durables, y también en química, petroquímica, siderurgia, material de
transporte, etc. El Estado apoya y amplía el esfuerzo industrializante, como en la política de ingresos que
reduce los costos salariales. El Estado invertirá en los sectores d e infraestructura pesada y de energía, en
los productos de base y transportes del sector I que contengan a los intereses de las grandes firmas
multinacionales.

El Estado toma a su cargo una parte importante de la estructura industrial y de la infraestructura en una
fase de la economía en la cual las firmas multinacionales devienen los agentes dinámicos. Ese Estado
pasa a ser el interlocutor local privilegiado de las grandes firmas.

Por las inversiones extranjeras, la clase dominante sufre grandes cambios. Ahora el capital extranjero
será un nuevo agente socioeconómico: la "burguesía internacional" o "internacionalizada", que liderará
al empresariado argentino.

El ingreso se concentra en un cuarto de la población y el capital se concentra en la industria de manera


creciente.

El Estado no puede ofrecer más que un mercado político semicerrado al restringir la participación del
peronismo, lo que dificulta la estructuración de un sistema hegemónico.

Después del derrocamiento y exilio de Perón, el partido y el movimiento justicialista fueron proscriptos
de la escena política argentina. La mayoría de la población argentina carece de representación política
legal. La democracia no podrá de nuevo funcionar con plenitud en la Argentina.

El régimen frondicista va a organizar el ingreso del capital extranjero, aplicará un plan de concentración
monopolista y de restricción del salario de los trabajadores. La represión al movimiento obrero y el Plan
Conintes fueron también los elementos de este gobierno. El gobierno radical de Illia constituye un
intento moderado de la política desarrollista y modernizante de Frondizi. El triunfo radical se debió al
vacío político que dejaba la proscripción del peronismo. Esta fue una administración respetuosa de las
libertades públicas y de los principios republicanos.

Este período se caracteriza por la debilidad del sistema de representación de partidos. ( Rouquié )

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Desde 1930 se abrió par el país la era militar, los generales prometen al país "un destino de grandeza".

Esta crisis generalizada de la sociedad argentina se manifiesta en el campo político y presenta síntomas
recurrentes en lo económico. La inestabilidad y la persistente hegemonía del poder militar desde 1930͙
La hegemonía militar ha adoptado modalidades muy variadas que no excluyen los gobiernos civiles y de
apariencias legales. De 1930 hasta 1980 ningún presidente fue libremente elegido sin condicionamiento
ni veto militar dentro de un proceso normal de sucesión. Sólo dos presidentes electos permanecieron en
la Casa Rosada hasta el término de si mandato: el gral. Justo (1932) y el gral. Perón (1946), ambos
apoyados por un sector militar.

Entre 1962 y 1930 ningún presidente fue llevado al poder por una sublevación armada y la sucesión
presidencial se efectuó conforme lo que dictaba la Constitución de 1853.

La gran depresión y las intervenciones reiteradas del poder militar, coinciden con un estancamiento
cíclico de la economía nacional, dentro de una tendencia a la declinación del dinamismo nacional.
Argentina abandona el progreso ininterrumpido de principios de siglo.

Para entender la Argentina de hoy es preciso recordar que la dominación militar no es ni nueva ni
coyuntural. Tiene rasgos propios dentro del continente, entre otras cosas por su
semiinstitucionalización.

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Se pueden clasificar a los gobiernos civiles en tres categorías que se agregan a las dos variedades de
regímenes militares: el "provisional", a veces disfrazado de civil, y el "constituyente". Estos tres tipos de
gobiernos civiles serían:

m Los que se apoyan en las fuerzas armadas


m Los que gobiernan neutralizando el ejército por tener cierta legitimidad militar propia
m Aquellos cuyo destino es ser derrocado por los militares

A pesar del bajo nivel de radicalización o de polarización programática y de un consenso bastante


amplio en el campo de las estructuras económicas, la victoria del adversario vale más que la
salvaguardia de las instituciones.

Nunca en la historia argentina contemporánea un golpe de Estado ha tenido por objetivo derrocar un
gobierno que amenazara directamente el statu quo social y que tratara de realizar importantes
transformaciones estructurales.

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La evolución de las modalidades de intervención militar parece ir en el sentido de una mayor publicidad
conforme la dominación militar se va institucionalizando. La proscripción de los partidos populares
mayoritarios con el recurso de la "democracia restringida" y las alianzas político-militares impiden que
los principios constitucionales liberales tengan relación con la naturaleza del poder real y contribuyen a
desacreditar el sistema político legal desestabilizándolo de modo permanente.

El general Justo fue el primer responsable del régimen representativo limitado. Su elección se debe
tanto a la prohibición de los radicales cuanto al fraude electoral más descarado, que los conservadores
denominaron "fraude patriótico".

La democracia limitada y minoritaria entraña la inestabilidad de los gobernantes legales pero carentes
de legitimidad popular.

En nombre del pueblo y de la justicia social para unos, de las libertades y de la democracia para otros,
neopopulistas y ultraliberales agrupan todas las fuerzas disponibles para enfrentarse sin piedad y fuera
de toda legalidad constitucional.
öLas fuerzas armadas que derrocan a Perón están lideradas por los sectores más activistas del
antipopulismo (los llamados gorilas).]

En 1958 Arturo Frondizi es electo presidente con el apoyo masivo de los votos peronistas, y es
derrocado en 1962 por la coalición de los radicales del pueblo y de los militares antiperonistas.

En 1963 el radical del pueblo Arturo Illia es elegido por una minoría de votantes, siendo el peronismo
siempre proscrito. Ahora el sector militar dominante es más desarrollista que gorila. Frondizistas y
militares antirradicales van a programar el golpe de Estado menos violento y mejor planeado de la
historia argentina en 1966. Esta intervención militar anunciada se organizó con campañas de
propaganda para desprestigiar el gobierno legal ante la opinión pública.

Los presidentes minoritarios acceden al poder bajo vigilancia de un ejército dividido en tendencias cuyas
finalidades civiles saltan a la vista. Las fuerzas armadas intervienen a modo de "partido militar".

Perón simboliza la contestación total del sistema posperonista y demuestra que el país no se puede
gobernar sin su participación.


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El gobierno militar que sucede al presidente Illia en 1966 no se considera como provisional. Pertenece a
la categoría de las dictaduras constituyentes. La "Revolución Argentina" pretende realizar grandes
transformaciones económicas y sociales que permitirán una redistribución de las fuerzas políticas. Esta
modernización que favorece las grandes sociedades industriales nacionales, y sobre todo extranjeras,
con proyectos neocorporativistas. Pero la sublevación de 1969 de varias capitales del interior
("cordobazo" de 1969) arruina estos sueños antipolíticos.

Lanusse va a intentar preparar en buenas condiciones la retirada de las fuerzas armadas. Se proponen
subordinar la consulta electoral y el llamamiento a elecciones a la firma de un "Gran Acuerdo Nacional"
de todos los grupos políticos auspiciado por las fuerzas armadas. Un consenso democrático de todos los
argentinos, la coincidencia política negociada - o impuesta por el gobierno - sería como la aprobación
civil del cumplimiento de su delicada misión. Algunos no descartan inclusive la perspectiva de ver electo
a un militar que, en cuanto presidente de transición y de pacificación nacional, aseguraría en las mejores
condiciones el proceso normalizador.

Sin embargo, el auge de la violencia revolucionaria alentada por Perón hace temer a los militares un
"argentinazo" nacido de la convergencia del descontento popular y de la guerrilla. Y el propio Perón se
ofrece entonces para ahorrar al país el terremoto social que lo amenaza. Los responsables de las fuerzas
armadas se comprometen a organizar elecciones sin ninguna clase de proscripciones y de respetar su
resultado.

Una oportuna cláusula de residencia impide que Perón presente su candidatura para la presidencia. Éste
designa a su delegado personal como candidato del peronismo.

Las turbulentas juventudes peronistas amenazan con su movilización con seguir a los Montoneros en la
lucha armada si las elecciones no se verifican.

A pesar de la campaña antiperonista realizada las semanas que precedieron a la consulta, el fracaso y la
impopularidad de los militares propició la elección de Cámpora como presidente en 1973, bajo el slogan
"Cámpora al gobierno, Perón al poder".
Una ola de terrorismo sacude el país durante el delicado interregno, cobrando las vidas de varios
militares mientras el presidente electo se niega a condenar explícitamente a las organizaciones
guerrilleras. El 25 de Mayo, día de la toma de poder y de la fiesta patria, los guerrilleros desfilan con sus
banderas en las calles de la Capital Federal. Las "juventudes" imponen a las nuevas autoridades la
medida más temida por los militares: una amnistía general, que permite la liberación de todos los
prisioneros políticos.

Los partidarios de la "patria peronista" estaban desbordados por las inquietudes activistas de la "patria
socialista", y la izquierda peronista se lanza en un movimiento de agitación.

En junio de 1973 retorna el líder a la Argentina, lo que provoca enfrentamientos sangrientos en Ezeiza
entre grupos armados que se reclaman de Perón. Los peronistas ortodoxos exigen si ascenso inmediato
al poder y la renuncia del débil Cámpora. Pero las fuerzas armadas deben aceptar que entre de nuevo
en la Casa Rosada. Perón se reconcilia con las fuerzas armadas frente al peligro común, el comandante
en jefe del ejército le devuelve su grado de teniente general.

Perón hace renunciar forzadamente las autoridades elegidas por el pueblo. El afianzamiento de las
instituciones democráticas restauradas se valió de un golpe de fuerza al que no fueron del todo ajenos
los militares.

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Los militares van a encontrarse directamente envueltos en las luchas intestinas de la agitada nebulosa
peronista. Oficiales y jefes participan junto con las juventudes peronistas en operaciones de emergencia
y de acción cívica frente a catástrofes naturales o los Montoneros asisten al lado del estado mayor
militar a conmemoraciones político-patrióticas. Esta colaboración espectacular no es del agrado del
sector sindical del peronismo, poderoso adversario de las juventudes revolucionarias.

Perón hace renunciar al gral. Carcagno, comandante del ejército nombrado por Cámpora y nombra al
gral. Anaya. El estado mayor adopta una actitud de preservación del ejército de las luchas despiadadas
que enfrentan a los peronistas entre sí. Asigna como comandante de la Marina (que era un sector
antiperonista) al alte. Massera porque lo iba a favorecer.

El gral. Perón muere en Julio de 1974, y el país va a hundirse rápidamente en una crisis precedente. La
señora Perón, vicepresidenta sin experiencia ni capacidad política, asume constitucionalmente la
presidencia, y las fuerzas armadas acentúan su actitud de absoluta y visible prescindencia. Algunos
personajes poco recomendables comienzan a frecuentar el círculo que rodea al rasputiniano secretario y
ministro López Rega.

La señora Martínez de Perón sus consejeros parecen preocupados de obtener el compromiso militar en
el apoyo al régimen. El gral. Anaya tiene que abandonar sus funciones en 1975 por haberse negado a
poner el ejército al servicio del poder para contener la agitación social. La búsqueda de la participación y
de la legitimidad militar desencadena así una crisis militar aguda, preludio a la caída del poder civil.

Los sindicatos peronistas aplauden ruidosamente este nuevo encuentro entre el pueblo y los militares.
Todas las guarniciones del ejército están en estado de alerta. Los sublevados ganaron fácilmente: el gral.
Videla, defensor intransigente de la no participación al poder político, asume el puesto de comandante
en jefe.

Los militares llegaron a hacer olvidar su impopularidad de siete años de gobierno de las fuerza armadas
y su responsabilidad institucional en la aparición de la violencia política. Las fuerzas armadas
aparecieron así ante la opinión pública como sumamente deseosas, permitiendo así que los partidos
encuentren una solución legal al proceso de degradación del régimen o demuestren su absoluta
falencia.

La negativa de los partidos a destituir constitucionalmente a la presidenta que, frente a la crisis


económica, al terrorismo tanto oficial como izquierdista y a las divisiones de su propio partido, ha
demostrado su patética incapacidad.

Los planes golpistas que preveían una fuerte resistencia de las masas peronistas, tenían elaborado un
dispositivo represivo de inusitada violencia. Los sindicatos peronistas se muestran incapaces de
movilizar sus tropas para defender "el gobierno" de los trabajadores.

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Las fuerzas armadas constituyen no sólo un factor de poder sino un protagonista permanente y decisivo
de las contiendas políticas. No se presentan como un grupo de presión o de interés corporativo sino
como el eje de la vida nacional.

Se podría pensar que la politización permanente de las fuerzas armadas en Argentina procede
simplemente de la poca consistencia institucional de las mismas, que el aparato militar está
fuertemente penetrado por la sociedad global y que la distinción entre civiles y militares cuenta poco.

El ejército modernizado y "profesionalizado" a principios de siglo pertenece más al Estado que a la


sociedad. Las fuerzas armadas gozan de una fuerte capacidad de autonomía. Los oficiales argentinos se
muestran hostiles para con los partidos políticos a los que muy pocos pertenecen. Una vez en el poder,
los militares argentinos se han negado siempre a crear un "partido de militares". La sociedad militar
argentina constituye una comunidad institucional relativamente cerrada y aislada, aún cuando está
mezclada a todas las vicisitudes políticas desde 1930 y cumple funciones económicas importantes, como
en los casos de la siderurgia y la química pesada (Dirección General de Fabricaciones Militares).

Reglas del juego que corresponden al desarrollo de los valores pretorianos que plasman a la vida
nacional pueden sintetizarse en:

las fuerzas armadas constituyen un actor legítimo del sistema. Las violaciones por el ejército de la
subordinación constitucional no provocan nunca la unión sagrada de las fuerzas civiles para la defensa
de las instituciones. La amenaza militar agudiza los conflictos. La oposición generalmente se brinda a
apoyar a los militares facciosos contra los transitorios ocupantes del gobierno. Los vencidos del sufragio
universal se aprestan a tomar revancha gracias a las fuerzas castrenses.

Todos los partidos buscan el oído de los militares para sus propios fines políticos. Nunca el ejército es
rechazado como una amenaza para el libre juego de la vida política o como un simple instrumento de las
clases dominantes. Nada se hace contra ellos o sin ellos. Las fuerzas armadas, a pesar de sus evidentes
tendencias conservadoras, no están consideradas como vinculadas por definición o naturaleza a ningún
sector social definido y limitado. Todas las formaciones políticas esperan que el ejército responda a sus
aspiraciones. El PC argentino da cierto tipo de apoyo crítico al gobierno del gral. Videla por miedo a un
golpe "fascista-pinochetista" y favorece una convergencia cívico-militar, capaz de restablecer los valores
democráticos.

El militarismo es universal. "El sueño del coronel propio" (por la gestión del coronel Nasser en Egipto
que tomó el poder en un golpe de Estado y luego tuvo una política similar a la de Perón). Civiles y
militares no se enfrentan, son complementarios, y componen alianzas de recursos. Los militares no son
de ninguna forma los obstáculos al libre desarrollo de las instituciones democráticas. No sólo los civiles
rondan los cuarteles en busca de aliados uniformados sino que las cabezas políticas de las fuerzas
armadas están siempre al acecho de apoyos partidarios.

Con esta interdependencia entre civiles y militares, la estabilidad y regularidad institucional están fuera
de alcance. Esta tendencia se ha descrito como una variante de "Estado pretoriano moderno".


 
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Todos los grupos de interés defienden sus derechos o privilegios sin miramientos ni consideración por el
juego institucional. Todo ocurre como si la victoria del grupo fuese vital para su supervivencia, o
mereciera que se le sacrificara el edificio institucional que consagra la coexistencia social.

Se podría pensar que la mediocridad del dinamismo económico que corre pareja con una inflación tiene
algo que ver con las discontinuidades políticas. Un crecimiento bastante bajo y una inflación altísima
tienen efectos desestabilizadores. Si las luchas intersectoriales para el reparto de un producto
estancado fueran responsables de las recurrentes intervenciones militares, se explicaría que los
diferentes actores acudieran a la fuerza y llamen a la puerta de los cuarteles.

Existe una posible coincidencia entre los períodos de menor expansión y por ende de más aguda pugna
distributiva y las rupturas del orden constitucional. No se ve sin embargo confirmada la hipótesis de una
incidencia directa de las depresiones económicas sobre los golpes y el derrocamiento de los gobiernos.
Corresponde más bien a la hipótesis contraria. Los años inmediatos a los golpes de 1955 y 1962 son años
de apreciable crecimiento. La interpretación de la inestabilidad política por el estancamiento
inflacionista desemboca en el Estado pretoriano no corresponde a la realidad.

Tampoco tiene valor explicativo la interpretación del caso argentino como "crisis de participación". La
participación masiva y temprana de los argentinos en la vida política sería la mayor causa de
inestabilidad. Dado que las intervenciones militares tienen por consecuencia anular los resultados del
sufragio universal se podría inferir que las intervenciones desempeñan el papel de mecanismos de
desmovilización frente a una movilización política y social demasiado intensa para el equilibrio del
sistema. La integración de nuevos grupos sociales al sistema político tradicional destinada a reducir las
tensiones provocaría al contrario la crisis total del sistema representativo.

Muchas experiencias han demostrado que a menudo la extensión del sufragio ha podido tener un efecto
socialmente conservador. El recurso a mecanismos violentos de desmovilización para oponerse a las
funciones normales de un sistema pluralista legítimo y estable sale del marco político. Sólo móviles
sociales referentes a la composición y a las modalidades de dominación de las capas superiores pueden
motivar semejante fenómeno.

öSe ha podido señalar la ausencia de un gran partido nacional que tuviera la confianza de los grupos
económicos y de las capas sociales dominantes pero que fuera capaz de obtener un amplio apoyo
popular.]

De ahí se puede pensar que los intereses vinculados al statu quo, impotentes para asegurarse una
influencia política en consonancia con su importancia efectiva, prefieren actuar fuera del sistema
representativo y en contra de él (fraude electoral y proscripciones políticas). Primero, las intervenciones
militares no resultan siempre de una presión o de un llamado de los grandes intereses. Por otra parte, la
ausencia de un partido conservador no significa que la derecha en la Argentina fuera débil y la izquierda
fuerte, sino que tampoco existían movimientos de izquierda poderosos y con raíces profundas.
Existe en la Argentina un bajo nivel de polarización real y de alternativas sociales presentadas por los
partidos argentinos (a principios de siglo, entre conservadores y radicales las diferencias son escasas y
no representan a sectores productivos inconciliables).

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La intervención del poder militar pone en marcha los mecanismos de redistribución sectorial. Los golpes
de Estado de 1955 y 1962, lo mismo que la revolución de palacio de 1970 que derroca a Onganía, están
seguidos por devaluaciones decisivas del peso que favorecen las exportaciones agropecuarias. Y
también en 1959, cuando las presiones de militares gorilas orientan la política económica frondizista en
un sentido de ortodoxia liberal. En 1976, las primeras medidas de la política económica consisten en
mejorar los valores relativos de la producción agropastoral. Después de tres años de fuerte depresión
agrícola, los incentivos de tipo fiscal del nuevo régimen crean una bonanza agrícola notable, mientras la
industria entra en una crisis sin precedentes y baja el salario real obrero.

Las transferencias sectoriales afectan la repartición de ingresos entre asalariados y no asalariados.


Debido al peso menor de los salarios en la reducción agropastoral que emplea poca mano de obra, todo
crecimiento de la participación relativa del sector rural provoca una caída de la participación de los
salarios en la distribución del ingreso. Las discontinuidades políticas, cuando provocan crisis económicas
globales, golpean particularmente los ingresos salariales. El mejoramiento de la posición del sector
agrícola frena la expansión industrial tanto como provoca la retracción del consumo popular.

En 1955 empieza un período largo de redistribución regresiva del ingreso a favor de los empresarios. Los
golpes de 1955, 1962, 1966 y 1976 se sitúan en fases de altas coyunturas salariales o de rectificación de
una situación desfavorable para el sector trabajo. En 1843, la remuneración del trabajo estaba bajando
cuando es derrocado el presidente conservador y los salarios suben durante el gobierno militar.

Los casos de 1943 y 1966 prueban que no se trata de ninguna relación mecánica sino más bien de
tendencias, y que la política determina la economía y no lo contrario.

Existe un grupo dominante nacional relativamente homogéneo que detenta el prestigio y domina el
sector motor de la máquina económica. La Argentina moderna conoce una élite única y "natural" que se
reclama del grupo dominante que llevó al país a la prosperidad y lo reveló al mundo. Este grupo se
remonta a los constructores de la economía agroexportadora que administraron el proyecto
"civilizador" de la segunda Argentina, integrada al mercado mundial como proveedor de trigo y carne.

Pero esta integración se hizo en condiciones excepcionales que explican la opulencia repentina. La
fertilidad y la disponibilidad de tierras unidas a la ausencia de obstáculos de clima o de población
permiten al país gozar de notables ventajas comparativas. El territorio semidesértico se abre a la
inmigración masiva. Una minoría que concentra la riqueza se esfuerza por modernizar al país. Las
ciudades se europeízan rápidamente. La prosperidad agroexportadora necesita una mano de obra
numerosa pero sobre todo las infraestructuras urbanas. La concentración urbana y el desarrollo de las
clases medias y obreras son dos fenómenos interconectados.

Este país agropecuario no tiene campesinos y su desarrollo industrial ya es notable a principios de siglo:
pero las cifras están abultadas por un gran número de pequeños talleres. El terciario resulta aquí por la
proliferación del comercio minorista, de los intermediarios, de los servicios colectivos y personales
exigidos por la opulencia de las ciudades y el lujo de los particulares.

La élite dirigente, liberal y cosmopolita, ejerce una dominación ilustrada: defiende sus privilegios a
través de su rol histórico. Nadie amenaza su poder. Los industriales saben que la actividad
agroexportadora es la condición de su prosperidad. Clases medias y populares son sectores
consumidores que se oponen a cualquier política arancelaria que fomente las industrias a costa del
encarecimiento de los bienes de consumo. En el campo, los grupos dominantes ignoran los conflictos
sociales.

Hasta 1930 esta "fórmula de justificación" permite una indiscutible estabilidad política. La eficacia del
sistema es la fuente principal de legitimidad. Los excluidos del sistema sólo exigen participar. Aspiran a
integrarse a la prosperidad nacional sin discutir ni su dirección ni sus beneficiarios ni su vulnerabilidad.
Piden el perfeccionamiento del proyecto agroexportador, no su sustitución. Nada de lo que hizo la
riqueza del país es puesto en cuestión.

El radicalismo no tiene un programa económico. Las nuevas capas sociales, pequeños empresarios,
ganaderos medianos, chacareros y profesionales, empleados públicos y comerciantes que apoyan al
Partido Radical, están plenamente integradas al esquema agroexportador. Las clases medias no tienen
ninguna autonomía.

La dinámica industrialista del régimen justicialista no se acompaña de ninguna transformación


estructural. Las transferencias de ingreso agudizan las tensiones, pero la concentración de la propiedad
no se toca.

 
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En la Argentina todo parece girar en torno a un grupo dominante estrecho. Los partidos populares
suelen denunciar a este grupo "plutocrático" de supuestos oligarcas como una "sinarquía" peligrosa
para los intereses mayoritarios.

Lo que permite la existencia de esta oligarquía es una pauta de acumulación, un comportamiento


permanente que tiende a la polivalencia sectorial merced a una gran ductilidad en el uso de las
inversiones, que hace posible un acceso exclusivo al Estado. Antes de 1930 la poca diversificación
económica, las inmensas posibilidades de expansión horizontal y las ventajas comparativas daban a esta
estrategia y a los que la aplicaban un papel funcional para el conjunto del sistema que legitimaban.
Después del treinta los cambios estructurales hacen que las mismas pautas produzcan estancamientos
cíclicos y el afianzamiento de la inestabilidad política. La crisis permanente se da así porque existe este
grupo socioeconómico con su comportamiento caracterizado por una gran flexibilidad financiera unida
al apoyo estatal, y al mismo tiempo que este grupo refuerza con esta crisis permanente.

Los integrantes del grupo social que se apoderan de la mejor tajada de la "renta diferencial" no se
limitan a administrar sus estancias de la provincia de Buenos Aires y a ser los "dueños de la tierra". Su
dominio de la economía es más complejo y completo. Sus miembros son más comerciantes y financieros
que ganaderos o agricultores, también porque no siempre son de origen terrateniente. Los hacendados
puros no tenían el capital necesario para formar el sector dominante, mientras los comerciantes sí
pudieron, por su situación y sus capacidades financieras. La base de este grupo era sobre todo fundiaria
y ganadera.

La continuidad de la propiedad territorial no implica la inmovilidad productiva. La flexibilidad en el


manejo de las inversiones, la capacidad de movilizar rápidamente sus recursos financieros y de
diversificar sus fuentes de ganancias son características de este grupo clave. Vinculados a las industrias
exportadoras ligadas al agro, en 1939 la gran burguesía agroexportadora favoreció el proceso de
sustitución de importaciones "funcional" para sus intereses diversificados. Se trataba en realidad de una
burguesía "multisectorial" de hombres de negocios.

No puede haber un enfrentamiento de sectores, ya que la fracción superior pertenece a ambos. Los
demás sectores agrarios e industriales presentan un grado muy alto de heterogeneidad, lo que en el
caso de la industria impide una "expresión industrial permanente". En el sector agrario, los grupos no
diversificados se oponen a la gran burguesía agraria dominante. Las contradicciones coyunturales se dan
entre estratos de un mismo sector más que entre sectores. En el campo industrial, la solidaridad entre
estratos es aún menor.

La diversificación económica de la fracción superior de la gran burguesía tiene también su prolongación


en el campo político. Su movilidad sectorial se reproduce en el terreno de las alianzas que permiten su
permanente dominación, pero siempre estas alianzas son precarias y transitorias. El objetivo del
dominante es tener las manos libres de compromisos y tener acceso a las decisiones del Estado. Por su
posición económica crucial este grupo tiene poder de veto económico, lo que se transforma
rápidamente en poder de deslegitimación política.

No todos los nuevos grupos económicos emergentes están aceptados por la "comunidad de negocios
tradicional", ya que no en todos los casos representan el mismo tipo de intereses, sensibilidad social e
incluso tradición política que los más antiguos.

La guerra de todos contra todos es el destino de esta flexible y omnipresente "oligarquía" porque tiene
contradicciones estructurales con todos los grupos económicos y sociales. A su preeminencia se deben
los rasgos actuales de la economía nacional, en la que ni la industria ni el agro pueden garantizar el
crecimiento.

El grupo agroexportador dominante se enfrenta también con los asalariados fuera del campo productivo
en cuanto consumidores: no sólo porque éstos aspiran a un precio bajo de los bienes alimentitos sino
porque cada aumento de consumo reduce los excedentes exportables.

En 1930 la gran depresión que desarticula los flujos del comercio mundial coincide con el fin de la
expansión horizontal del país que aseguraba la estabilidad del conjunto y el funcionamiento
democrático de las instituciones. Ya no hay más disponibilidad de tierras y el control a distancia del
Estado no basta en la tormenta. El recurso a la fuerza no es dictado por imaginadas amenazas al orden o
al statu quo sino por la necesidad de tener las manos libres en la utilización de los recursos y de echar
mano a la maquinaria estatal.

Se utiliza a menudo el concepto de crisis de hegemonía para significar que el grupo o la fracción
dominante no tiene ya más el poder para orientar a la sociedad. Este grupo no tiene sobre las clases
medias el influjo que tuvo antes y su monopolio se ve atacado. La concentración del poder económico y
el exclusivismo social no permiten al grupo dominante "organizar el consentimiento" sobre la base se
alianzas estables y permanentes, es decir, de compromisos claros con otros sectores sociales. Este grupo
de corriente minoritario alterna en confrontación con casi todos los estratos sociales internos. Argentina
conoce así una dominación sin hegemonía, porque el grupo minoritario no permite la formación de un
partido multiclasista o polisectorial que responda a sus intereses. Ese tipo de dominación y la
inestabilidad económica de este grupo impidieron la formación de un partido conservador.

No es la ausencia de un partido conservador lo que explica la inestabilidad política sino que las causas
de esta ausencia aclaran las rupturas. Rechazando cualquier elemento de rigidez económico-financiera,
la fracción dominante tenía que pagar el precio de negarse a anudar alianzas con un mínimo de
reciprocidad: el recurso permanente a la fuerza a través de la rama más autónoma del Estado, el
ejército. El grupo antiestatista por naturaleza va a fomentar en contra de su voluntad la expansión del
aparato estatal.

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El esquema de funcionamiento de la dominación no hegemónica del grupo dominante nacional puede
hacer pensar que las discontinuidades políticas resultan funcionales para su predominio. Esto no
significa que siempre las rupturas políticas correspondan a los intereses de este grupo, y aun menos que
las fuerzas armadas sean instrumento suyo sino sencillamente que su estabilidad y su estrategia
económica se compaginan perfectamente con la inestabilidad del sistema. En la medida en que no
puede gobernar dentro del marco constitucional, es conveniente que no deje gobernar a nadie y que
subraye la incapacidad de los gobernantes y la ineficacia del sistema que su grupo logró llevar a un
grado de prosperidad nunca más recuperado.

Las fuerzas armadas imponen al sistema vigente, y para mejor defenderlo, las adaptaciones que les
parecen necesarias en el campo económico, social y político. A veces toman la defensa del statu quo
oponiéndose a sus propios beneficiarios.

Pero también las fuerzas armadas constituyen un terreno y un objetivo de la lucha entre sectores
sociales y fracciones de las capas propietarias. Los militares se sienten frente a las corporaciones, los
grupos de interés o los partidos como "clase universal" sólo apta para resolver los conflictos internos
cuando parecen amenazar la existencia del sistema global. Así es como los militares desempeñan en los
períodos de crisis, es decir de presiones antagonistas fuertes de diversos sectores sociales, una
hegemonía burocrática de sustitución. Es decir, tratan de organizar en cuanto Estado e institución
coercitiva legítima el consentimiento de las capas subordinadas alrededor de algún tipo de proyecto
nacional. Estos períodos de hegemonía sustitutiva tuvieron siempre como objetivo armonizar por la
fuerza, imponiendo una única solución, la legitimidad económica y la legitimidad política.

Entre las experiencias límites de esta hegemonía militar no restauradora podemos destacar los
gobiernos post 1943 y la "revolución argentina" de 1966. En el primer caso los militares intentaron
superar la contradicción entre el grupo minoritario dominante y el partido mayoritario por una
dictadura nacionalista de integración económica y social. En 1966 el ejército abre un proceso de
modernización económica para superar la exclusión política de los sectores sociales mayoritarios que
frenaban la expansión del gran capital industrial.

De modo más general, las intervenciones invierten el sentido de las transferencias sectoriales, ponen
término a los desequilibrios intersectoriales, restableciendo así el equilibrio. Los golpes son procesos de
redistribución política, favoreciendo alternativamente a cada sector social, y hasta los consumidores y
asalariados como en 1943, imponiendo un empate social que impide superar la crisis hegemónica y
permite a la minoría dominante seguir cabalgando.

El poder militar se opone a la dominación de algunos sectores sobre los demás que llevaría
necesariamente a transformaciones sociales de fondo. Pero estas intervenciones socialmente
estabilizadoras prolongan la crisis global de la sociedad argentina y reproducen la inestabilidad política.

 
   
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Los gobiernos peronistas después de 1973 en líneas generales favorecieron una importante
transferencia sectorial desde el agro a los sectores consumidores y asalariados mediante el Estado. Pero
también el peronismo se enfrentó a todo el sector empresarial argentino, siendo los grandes
propietarios rurales la punta de lanza de la coalición. Sin embargo, la violencia guerrillera constituyó un
enemigo común contra el cual se unieron la burguesía y las clases medias, golpeadas brutalmente por la
inflación. La disgregación del Estado populista y la guerra civil parecían ofrecer las condiciones
adecuadas para una vuelta al orden "natural" del liberalismo reclamado por la mayoría
agroexportadora. Todo apuntaba a una restauración del modelo tradicional de la Argentina de principios
de siglo.
El pretexto de la lucha contra la guerrilla y la situación de desmoralización en que se hallaba la clase
obrera, lo mismo que la anestesia del sector industrial no diversificado, y el fracaso populista daban una
oportunidad sin precedente para reestructurar el mercado interno y transformar una economía
compleja y diversificada en una zona productora gozando de amplias ventajas comparativas. El retorno
hacia el pasado deseado por los sectores agrarios "puros" y algunos altos funcionarios militares no
prosperó totalmente. La necesidad de reducir la inflación y de recomponer las reservas que resultaron
en la sobrevaloración del peso y los altos intereses del crédito financiero han limitado mucho los
incentivos y las ganancias obtenidas por el sector rural.

Más que un intento de restauración, se trata de un proyecto de reacomodamiento de la economía


adaptándola a la nueva situación del capitalismo mundial. El capital transnacional no se había
beneficiado por la política de elevado costo social llevada a cabo. Las grandes empresas extranjeras
desinvierten o conocen ingentes pérdidas. El proyecto de apoya sobre la reducción de costos de la mano
de obra, pero no a expensas del sector agrario, y la eliminación de las empresas industriales que
producían a altos precios para un mercado sobreprotegido. Consiste en recuperar con los medios
industriales el provecho de las ventajas comparativas perdidas por la minoría dominante.

Esta liberalización debe permitir un reordenamiento del aparato productivo que corresponda una vez
más a los designios de los grupos agrarios diversificados más fuertes. La agroindustria y las "industrias
verdes" en general o las que permiten la desvalorización de la tierra y de sus posibilidades son las más
favorecidas.

Esta política sólo estimula la sustitución de importaciones en los rubros en los que el país tiene
condiciones eminentemente favorables y desindustrializa sin piedad a los demás sectores. El estrecho
grupo dominante multisectorial busca industrias con alto valor agregado y que no requieren un monto
de inversión elevado.

Desde el punto de vista político, este proyecto tendría como resultado si no terminar de una vez con los
enfrentamientos intersectoriales o intrasectoriales entre campo e industria, por lo menos limitar su
impacto. La nueva industrialización contribuiría a atenuar las divergencias intersectoriales en la medida
en que toda la industria sobreviviente estaría vinculada al campo o por lo menos produciendo sin
necesitar enormes transferencias sectoriales.

Lo cierto es que por lo menos aseguraría de nuevo la hegemonía sin rival de la gran importadora-
exportadora, pero no permitiría la restauración de una democracia ampliada. Los beneficiarios casi
permanentes de la inestabilidad difícilmente podrán imponer una "democracia fuerte y estable"
prescindiendo de la sociedad avanzada y conflictiva en la que se establece.

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Se considera que las tensiones sociales, económicas y políticas que en décadas recientes han generado
el tipo concreto de modernización dependiente y capitalista que ha experimentado América Latina, han
conducido a un colapso del antiguo esquema de política "populista". Pero a este sistema le ha seguido
un período de política "postpopulista" caracterizado por la aparición de gobiernos represivos
autoritarios que tratan de resolver aquellas tensiones eliminando la participación del sector popular en
la arena política nacional y forzando un movimiento represivo de las rentas en ese sector.

Los niveles más avanzados de industrialización se consideran vinculados con un alejamiento de la


política democrática y competitiva y con un incremento de la desigualdad.
öSe toma a partir de acá el análisis de Guillermo O͛Donnell, sobre esta argumentación
populista/postpopulista, haciendo una resumen de sus ideas]

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Se toman tres dimensiones distintas en la descripción de los distintos tipos de sistemas políticos: la
estructura del régimen político nacional, la composición de clase y sectorial de la coalición política
dominante, y determinadas políticas públicas cruciales. La distinción central derivada de estas tres
dimensiones es si el sistema es:

m Incorporador: Busca a propósito la activación del sector popular, permitiéndole alguna voz en la
política nacional;
m Excluyente: Excluye deliberadamente a un sector popular anteriormente activo de la arena
política nacional.

Para O͛Donnell existen tres tipos de sistemas políticos:

Oligárquico. La élite del sector exportador de productos primarios domina el Estado y orienta la política
pública alrededor de sus necesidades. Estos sistemas no son incorporadotes ni excluyentes, porque el
sector popular aún no ha estado políticamente activado. (Etapa de hegemonía oligárquica anterior a la
participación política popular en las elecciones de 1916)

Populista. Son claramente "incorporadores". Están basados en una coalición multiclasista de intereses
urbanos e industriales que incluye a la élite industrial y al sector popular urbano. El nacionalismo
económico es un rasco común de estos sistemas. El Estado promueve la industrialización orientándola
hacia los bienes de consumo, directamente por medio del apoyo a la industria nacional e indirectamente
al estimular la expansión del mercado nacional de bienes de consumo aumentando los ingresos del
sector popular. (Gobierno de Perón 1946-1955)

Burocrático autoritario. Son sistemas "excluyentes" con énfasis no democrático. Los actores principales
son los tecnócratas de alto nivel, en estrecha asociación con el capital extranjero. Esta nueva élite
elimina la competencia electoral y controla la participación política del sector popular. La política pública
se centra en la promoción de la industrialización avanzada. (Período 1976-1983)


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Las transiciones de un sistema al otro derivan de las tensiones políticas y sociales producidas por la
industrialización y por los cambios en la estructura social a nivel tanto de élite como de masa.

Hay tres aspectos cruciales en la modernización socioeconómica.

   

Las diferentes fases de industrialización están vinculadas con el cambio político porque alteran las
coyunturas críticas económicas de los diferentes grupos de clase. La transición de la fase inicial de
industrialización ("sustitución fácil de importaciones" ʹ producción de bienes de consumo) está asociada
con la transición de un sistema oligárquico a uno populista. La protección arancelaria y los subsidios
estatales reducen la presión para que la producción sea competitiva internacionalmente, y la expansión
de los ingresos de la clase trabajadora amplían el mercado nacional de bienes de consumo. Todo esto
permite una coalición populista "incorporadora", en la que los trabajadores reciben importantes
beneficios y se apoya a los sindicatos a cambio de su apoyo político, reforzando la posición de los
industriales en relación con la élite exportadora previamente dominante.
Según O͛Donnell, el autoritarismo burocrático deriva de una compleja serie de reacciones a los
problemas que surgen cuando se ha completado ya la fase de sustitución de importaciones de bienes de
consumo. Cuando el mercado nacional de productos manufacturados simples está satisfecho, las
oportunidades para la expansión industrial se limitan considerablemente. Es muy alto el costo de la
importación de bienes intermedios y equipo de capital necesarios para la producción de bienes de
consumo, con lo que se producen o incrementan los déficit en la balanza de pagos, las deudas externas
y la inflación. Las élites tratan de pasar a una política de desarrollo "ortodoxa" más austera, que quite
énfasis a la distribución al sector popular. La solución es la "integración vertical" o "profundización" de la
industrialización por medio de la fabricación de bienes intermedios y de capital. Sin embargo, los niveles
de tecnología, experiencia empresarial y de capital necesario requieren empresas grandes, que con
frecuencia están afiliadas a las empresas multinacionales. La preocupación por atraer a este tipo de
inversión extranjera estimula la adopción de políticas económicas ortodoxas, con el fin de crear
condiciones de estabilidad económica a largo plazo que permitan satisfacer los requerimientos
impuestos por las empresas multinacionales y las agencias internacionales de créditos.

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Con el final de la primera fase de la industrialización y el paso a políticas económicas ortodoxas, es de


esperar que el creciente poderío del sector popular desafíe a la nueva política. En algunos casos el
sector popular es lo bastante fuerte para producir un retorno temporal a la política del primer período
populista, con lo que las políticas de desarrollo populista y ortodoxo se siguen unas a otras en rápida
sucesión mientras continúa la crisis económica.

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Los altos niveles de diferenciación social que acompañan a la industrialización condujeron también a
una ampliación del papel de los tecnócratas en la sociedad. Los tecnócratas tienen un bajo nivel de
tolerancia hacia las continuas crisis políticas y económicas, y los altos niveles de politización del sector
popular los perciben como un obstáculo al crecimiento económico. Entre los militares, esta orientación
se refleja en el "nuevo profesionalismo", dirigido a la intervención militar activa en la vida política,
económica y social. La comunicación entre los tecnócratas militares y civiles, y la creciente frustración
de ambos ante las condiciones políticas y económicas, estimula el surgimiento de una "coalición
golpista" que, en última instancia, establece un sistema "burocrático-autoritario" represivo con el
objetivo de poner fin a la crisis política y económica.

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Estas crisis han jugado un papel central en el surgimiento del autoritarismo burocrático (1966). El
autoritarismo burocrático varía con el tiempo y los países. Los grupos que inicialmente apoyaron el
golpe, que incluyen a los empresarios nacionales y a elementos de las cases medias, sufren las
consecuencias de la política económica ortodoxa y de la preocupación por orientar la expansión
industrial alrededor y estatales. Esa preocupación conduce a una "desnacionalización" de la coalición
que apoya el Estado, pues la principal "clase" económica que sostiene al Estado es el capital extranjero.
Por la potente presión interna, surge finalmente una transformación del "dúo" coalicional, el estado y el
capital extranjero, en un "trío", en el que los empresarios nacionales vuelven a jugar un papel más
amplio.

El modo en que se produce esa transición es crucial para el éxito de estos sistemas en sus propios
términos.

En la Argentina de los años 60 la crisis previa al golpe menos grave que en Brasil, y por ello más limitada
la percepción de la amenaza. La cohesión de la élite después del golpe no fue suficiente para resistir la
presión del sector popular y de otros grupos sociales. El resultado fue un colapso del autoritarismo
burocrático, un resurgimiento de una coalición tipo populista de grupos desafectos, una renovada crisis
económica y política y el fracaso en atraer la inversión extranjera a largo plazo y en mantener el
crecimiento.

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