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1. VIDA Y OBRA
El 30 de Agosto del 2004 se cumplió un año de la muerte de Donald Davidson.
Nacido en Springfield, Massachusetts, en 1917, Donald Herbert Davidson obtuvo
su Ph.D. en la Universidad de Harvard en 1949. Sus intereses tempranos fueron
los estudios de literatura, pero se doctoró con un trabajo sobre filosofía clásica.
Ya entonces, estaba vivamente interesado en una aproximación más analítica a la
filosofía, lo que redundaría en una vasta línea de trabajo sobre filosofía del
lenguaje, filosofía analítica y filosofía de la mente, distribuido en alrededor de
ciento veinte artículos en revistas especializadas. Escribió tres libros donde
recopiló también varios de sus mejores trabajos, todos después de cumplir los
ochenta años (nunca es tarde) y editados por Clarendon Press: Essays on
Actions and Events; Inquiries into Truth and Interpretation y Subjective,
Intersubjective, Objective.
Enseño en Nueva York, Princeton, Stanford, Chicago y sus últimos veintidós años
en la Universidad de Berkeley en California. Intelectual atípico, Davidson practicó
surf, sky y montañismo; trabajó para la marina de EEUU y escribió guiones para
radio y televisión en Hollywood. Tuvo algunos papeles en obras musicales y, en
una de ellas, trabajo con Leonard Bernstein: afortunadamente para la filosofía, su
carrera como actor fue breve.
A partir de los años 60, bajo la influencia de W.V.O. Quine, su foco intelectual va
desde la teoría semántica a la epistemología, pasando por la ética. En especial,
se centró en las teorías de la predicación y la verdad y la semántica de la verdad
condicional. Davidson fue influenciado por el programa del positivismo lógico,
pero después de que Quine publicó su famoso trabajo titulado “Dos dogmas del
empiricismo” en 1959, donde había desafiado dos ideas centrales del positivismo
lógico: el reduccionismo y la distinción sintético – analítico, fue diáfano para él que
alguien debía continuar desafiando preceptos básicos. De hecho, en su trabajo
“On the Very Idea of a Conceptual Scheme”, de 1974, Davidson se aparta de lo
que considera el tercer y ultimo dogma del empiricismo: el dogma del dualismo.
Davidson escribió mucho sobre temas de filosofía del lenguaje y filosofía del
conocimiento. En este caso, el proyecto de Interpretación Radical cumple un
papel fundamental. Supongamos, argumentó Davidson, que estamos ante un
hablante cuya lengua no entendemos y de cuyas creencias no tenemos
conocimiento previo. ¿Cómo debemos interpretar su comportamiento lingüístico?
Como parte de su respuesta a esta pregunta, Davidson presenta su tesis de la
indeterminación de la traducción: habrá muchas distintas atribuciones de
significado y creencias que se ajusten igual de bien al comportamiento de un
hablante determinado. Aquí también nos topamos con la difícil idea de la
triangulación. Según Davidson, una creencia puede ser atribuida a un hablante
sólo sobre la base de una interacción de tres direcciones entre el hablante, el que
escucha y el mundo externo. Esta afirmación tiene implicaciones epistemológicas
muy interesantes, pues, a diferencia del relativismo y el positivismo (en particular
en la versión del físico británico Stephen Hawking) supone un mundo real.
llamo intencionalidad”. Pero los sucesos físicos están conectados por leyes
estrictas con otros sucesos físicos. Dos sucesos están relacionados causalmente
si tienen descripciones que están conectadas mediante una ley estricta.
Entonces, Davidson concluye, lo mental interactúa causalmente con lo físico. Y
así llegamos a la posición que Davidson llama monismo anómalo: los sucesos
mentales son idénticos a los sucesos físicos, pese a la ausencia de leyes estrictas
que los conecten. Ello significa, que todos los fenómenos mentales son físicos,
pero no todos los fenómenos físicos son mentales.
2. EPILOGO
Con injusticia, Davidson a sido considerado “otro dualista más”, así como también
“simplemente un monista”. Sin embargo, creo que en el panorama de la ciencia
moderna, donde las visiones cada vez son más ricas y complejas, una
caracterización adecuada de las coordenadas intelectuales por donde transitaba
su pensamiento filosófico nos indicaría que ciertamente el pensaba que existía un
sólo universo, pero que la ciencia podía alcanzar mejor su cometido si
conceptualizaba éste único universo como estructurado en distintas dimensiones
o niveles, no reductibles entre sí ó, dicho con más precisión, donde la legalidad de
ciertos fenómenos presenta una fisonomía distinta a la legalidad de los
fenómenos en otro nivel o dimensión, aún cuando existan leyes generales,
presentes en todos los niveles y dimensiones, que los podían conectar en sus
particularismos, como la ley de causalidad.
Donald Davidson siguió siendo un filósofo activo hasta el final de su vida... y a los
ochenta y tantos años, aún se le podía ver practicando snorkelling en la costa de
México. A un año de su muerte, celebramos su obra, la que sumada a las de
Quine (2000†) y David K. Lewis (2001†), cierra uno de los capítulos más notables
de la filosofía analítica de los últimos 50 años.
II. HILARY PUTNAM (1926)
1. VIDA Y OBRA
Ya para entonces, Putnam era conocido por ser el padre del funcionalismo, la
teoría que sostiene que existe una analogía funcional entre los estados mentales
y los estados computacionales. Putnam posteriormente abandonaría esa teoría,
convirtiéndose en su crítico más severo, pero a mediados de los setenta todavía
no era claro qué rumbo filosófico tomaría. Es en su discurso de 1976, El realismo
y la razón, donde Putnam abandona su posición cientificista y menciona por
primera vez el término "realismo interno", como una posibilidad para escapar a las
contradicciones del realismo que no cayera en el relativismo. Es significativo que
alrededor de las mismas fechas, otro filósofo que se había formado como
positivista lógico, Richard Rorty, también estuviera buscando nuevos derroteros.
Pero Rorty cayó en la desesperación filosófica, como lo refleja su famoso libro La
filosofía y el espejo de la naturaleza, de 1979, mientras que Putnam siguió
buscando soluciones. Posiblemente el libro de Putnam capaz de rivalizar con el
de Rorty sea Razón, verdad e historia, publicado en 1981, en el que hace una
crítica profunda del realismo metafísico o científico y adopta una posición original,
muy próxima a Kant, pero con diferencias que más tarde saldrían a relucir.
Desde 1981 hasta la fecha, Putnam ha seguido evolucionando. Tal vez lo hitos
más notables de esa evolución sean sus volúmenes de ensayos Realismo de
rostro humano y Las palabras y la vida, de 1990 y 1994, respectivamente. En su
último libro, La triple cuerda: mente, cuerpo y mundo, Putnam vuelve a tratar
temas de filosofía de la mente y percepción, pero con un enfoque diferente: no
pretende presentar una nueva solución, sino buscar en esos elementos el origen
de nuestras perplejidades.
Para Conant, el cambio más importante entre el Putnam del "realismo de rostro
humano" y los anteriores, es la actitud que Putnam ha adoptado ante los
problemas filosóficos. Si antes buscaba "soluciones" a los problemas filosóficos
—por ejemplo, al debate realismo-antirrealismo—, ahora piensa que "los
problemas filosóficos no tienen solución" (agrega, además, un "¡por supuesto!").
Si esto es así, ¿qué sentido tiene la investigación filosófica? Putnam considera
que la clave del progreso filosófico está en "transformar los términos en los que
[las preguntas] se presentan ante nosotros". Los problemas filosóficos admiten
distintas formulaciones o enfoques: desde uno más bien científico, hasta el
metafísico o el ético y religioso. La filosofía es una actividad que propiamente no
tiene fin, como sostiene Wittgenstein. Desde luego, al ocuparnos de los
problemas filosóficos, encontramos, si no respuestas, al menos posibles vías de
solución, que nos conceden un alivio temporal.
Hay que advertir que el cambio en la actitud de Putnam hacia los problemas
filosóficos tiene que ver con su intención de salvar la naturaleza de las preguntas
filosóficas. Para Putnam cualquier intento de ofrecer una solución directa a un
antiguo problema filosófico constituye "una forma de evasión filosófica (...), en
tanto que no busca en forma alguna contribuir a nuestra comprensión de cómo es
que tales problemas continúan ejerciendo esa fascinación que indudablemente
han ejercido en tanta gente a lo largo de tantos siglos". Por eso, cuando el trabajo
filosófico está bien hecho, siempre se tiene la sensación de que la última solución
encontrada "aún no esclarece el misterio".
Los "momentos de paz" que busca el filósofo son las diversas "soluciones
filosóficas" que se alcanzan en diferentes momentos. Pero haber dado con una
solución no quiere decir haber "acabado" con el problema o con las ansias de la
razón humana de encontrar soluciones. Tratar de acabar con esa tendencia de la
razón humana a plantearse problemas que le superan sería equivalente a
renunciar a nuestra misma capacidad de pensar. "Mientras exista gente reflexiva
en el mundo", dice Putnam, "la discusión filosófica no desaparecerá". Al final,
puede decirse que el impulso a filosofar es tan humano como el impulso a
repudiar la filosofía, como han experimentado tantos pensadores a lo largo de la
historia. Tal vez lo más interesante del caso sea que, como muy bien observa
Conant, "la tendencia del realismo filosófico a eliminar todo lo que sea humano de
nuestra imagen del mundo y de nosotros mismos, es en sí misma una tendencia
profundamente humana".
Dar por hecho que la reflexión filosófica no morirá mientras existan seres
humanos sobre la Tierra, no es un argumento que Putnam use para descalificar la
propuesta de ciertos filósofos (Rorty, Foucault y Derrida, entre otros) de construir
una "cultura postfilosófica". Putnam toma muy en serio sus argumentos, pero
insiste en que su afán revisionista obedece a una cierta decepción, causada por
esperar de la filosofía lo que ella ni puede ni debe ofrecer: "soluciones". La idea
moderna de hacer de la filosofía (o mejor, de los resultados de la reflexión
filosófica) el "fundamento" de todas las demás ciencias y de la cultura misma va
por esta línea. Pero el hecho de que la concepción fundacionalista de la filosofía
haya fracasado, no significa el fin de la filosofía. La filosofía puede seguir siendo,
no la base de nuestra cultura, sino —en la línea propuesta por John Dewey— una
reflexión sobre la cultura:
En lugar de ver con sospecha la afirmación de que algunos juicios de valor son
razonables y otros no lo son, o que algunas concepciones son verdaderas y otras
falsas, o que algunas palabras refieren y otras no, a mí me interesa recuperar
precisamente esas afirmaciones, que, después de todo, hacemos constantemente
en nuestras vidas. Aceptar la "imagen manifiesta", el Lebenswelt, el mundo tal y
como lo experimentamos, exige de quienes (para bien o para mal) hemos sido
educados filosóficamente, que recuperemos tanto nuestro sentido del misterio (...)
como nuestro sentido de lo común (porque que algunas ideas "no sean
razonables" es, después de todo, un hecho común; son sólo las extrañas
nociones de "objetividad" y "subjetividad" que adquirimos de la Ontología y de la
Epistemología las que hacen que nos sintamos incómodos de habitar en lo
común).
Depositar demasiadas esperanzas en una explicación filosófica o en una teoría
filosófica equivale, para Putnam, a lo que Wittgenstein se refería como "quedar
cautivos dentro de una imagen"[20]. Ciertamente, el simple reconocimiento de
que estamos cautivos no nos proporcionará los medios para liberarnos; pero —
cito a Conant— "parte de lo que Wittgenstein quiere decir con que una imagen
nos mantiene cautivos es que no podemos reconocer nuestra imagen de las
cosas como imagen —una imagen fija que nosotros hemos impuesto—, y es
precisamente nuestra incapacidad para reconocer este hecho lo que nos
mantiene cautivos". De manera que para enseñar a alguien que está cautivo en
su propia imagen, "primero necesitamos —sigue diciendo Conant— mostrarle que
comprendemos dónde piensa él que está, que somos capaces de comprender su
visión desde dentro. Con el fin de enseñar al metafísico cualquier cosa, tenemos
que tomarnos en serio sus preguntas" e intentar ver el mundo desde su punto de
vista. El punto clave aquí, lo que separa la interpretación que Putnam hace de
Wittgenstein de la que hace Rorty y otros filósofos que se llaman a sí mismos
posmodernos, es el problema de la función de la filosofía. Para Putnam,
Wittgenstein nos enseña que la virtud principal de la filosofía es ayudarnos a
ganar en sensibilidad; ayudarnos a hacer que las preguntas de otros sean
auténticas preguntas para uno mismo. Interesantemente, el último ranking de los
departamentos de filosofía de Estados Unidos que ofrece el Philosophical
Gourmet Report 2000-2001, publicado por Blackwell hace pocas semanas divide
los departamentos de filosofía en dos grandes grupos, no ya según el criterio de
"filosofía analítica" o "filosofía continental", sino según un nuevo criterio: Problem
Solving (los orientados a la solución de problemas) y "Philosophically Informed
History of Ideas" (los orientados a la historia de las ideas). Estos últimos, dice el
informe, "tienden a poner más énfasis en cómo pensaron las grandes figuras del
pasado acerca de los problemas filosóficos, tal vez como manera de entender
cómo llegamos nosotros a nuestros problemas filosóficos, o tal vez simplemente
por el placer intrínseco de comprender las ideas de personas brillantes e
interesantes". Putnam, definitivamente, alentaría esta manera de hacer filosofía.
Dicho con otras palabras: el reto consiste en poder afirmar, en contra de una
tradición filosófica trisecular, que "cuando decimos, y significamos, que las cosas
son así y asá, no nos mantenemos con lo que significamos en algún sitio ante el
hecho, sino que significamos esto y aquello-es-así y asá". El moderno realista
metafísico sólo puede escuchar esta afirmación en términos de "cosa en sí" y su
"representación" en nuestra mente; es incapaz de admitir que "las palabras
'lenguaje', 'experiencia', 'mundo', si es que tienen un empleo, han de tenerlo tan
bajo como las palabras 'mesa', 'lámpara', 'puerta'"[36]. Dice Conant, de nuevo:
Conant opina que existe una diferencia fundamental entre Wittgenstein y Putnam
sobre la manera de entender la tarea del filósofo. Esta diferencia consistiría en
que mientras Putnam concibe la tarea del filósofo como hacer ver el misterio que
los problemas filosóficos manifiestan, Wittgenstein diría que su último fin es hacer
que los problemas desaparezcan completamente (cada vez que aparecen). En mi
opinión, es discutible que pueda afirmarse que Wittgenstein pretendiera disolver
los problemas filosóficos. Ésa es la interpretación estándar, tanto del Tractatus
como de las Investigaciones, pero existe mucha discrepancia al respecto. Autores
como A. C. Grayling sostienen que Wittgenstein no pretendía acabar con la
"enfermedad filosófica", sino utilizar la filosofía para mostrar que la tarea de dar
razones o justificaciones tiene que terminar en algún punto, y que termina,
justamente, en la forma de vida que confiere inteligibilidad a lo que hacemos. Esa
"forma de vida que confiere inteligibilidad a lo que hacemos" puede incluir, y de
hecho incluye, la creencia de que nuestras palabras y nuestra vida están
constreñidas por una realidad que no es invención nuestra, y la creencia de que la
verdad presupone un estándar externo al que la piensa.
PUTNAM: ¿PRAGMATISTA?
No puedo detenerme aquí en una exposición detallada del pragmatismo, sobre
todo del pragmatismo clásico, representado por Peirce, James y Dewey. Me
limitaré a sostener una tesis, y es la siguiente: que tanto Wittgenstein como
Putnam podrían suscribir las siguientes afirmaciones pragmatistas:
1º. Que lo que tiene peso en nuestras vidas debe tenerlo en la filosofía.
3º. Que la pregunta acerca de qué parte de nuestra telaraña de creencias refleja
el mundo "en sí mismo" y qué parte constituye nuestra "contribución conceptual"
no tiene más sentido que la pregunta —para usar la comparación de James—,
"¿anda el hombre más esencialmente con su pierna derecha o con su pierna
izquierda?"
5º. Que el hecho de que las teorías científicas o morales sean construcciones
humanas (y por lo tanto falibles) no significa que sean arbitrarias, o que no
puedan existir teorías mejores o peores que otras.
6º. Que el conocimiento y la verdad no tienen vida fuera del contexto de los
procedimientos reflexivos que adoptamos para tratar con problemas que son
esencialmente prácticos. Esto es decir —glosando el título de uno de los libros de
Putnam— que nuestros conceptos y nuestra vida están entretejidos.
La aceptación —implícita o explícita— de las tesis anteriores tiene consecuencias
importantes para quienes, como nosotros, nos dedicamos a la enseñanza de la
filosofía. Una de ellas —una que valoro cada vez más— es que cambia nuestra
percepción de la filosofía y de lo que persigue la filosofía. Empezamos a ver que
la filosofía no se ocupa sólo de cambiar nuestras concepciones, sino también de
cambiar nuestra sensibilidad. El resultado más importante que queda en quien
estudia o enseña filosofía no es el descubrimiento de unas doctrinas que le
ayuden a encontrar un sentido en la vida, sino el desarrollo de una mayor
capacidad para apreciar la profundidad y el misterio de lo que significa realmente
ser humano
III. JHON R. SEARTLE (1932)
1. VIDA Y OBRA
El objetivo de la presente reseña se ve enmarcada en la intención de presentar y
exponer los puntos más importantes y destacados del ensayo «Actos de habla»
de J. R. Searle.
Ahora bien, para continuar con la intención de esta reseña, debemos señalar que
dentro de los primeros puntos que Searle trabaja dentro de su ensayo, nos
encontramos con que se realiza una explicación y distinción entre las distintas
disciplinas del saber humano que se ven referidas al tema del lenguaje. Dos son
en un principio las áreas de la filosofía, en particular, que se ven llevadas a
trabajar sobre el lenguaje. Estas disciplinas son la así llamada Filosofía lingüística
y la Filosofía del lenguaje. La Filosofía lingüística se ve abocada a intentar
«resolver problemas filosóficos particulares atendiendo al uso ordinario de
palabras u otros elementos de un lenguaje particular».
Ahora bien, además de estas dos disciplinas filosóficas que se orientan al estudio
del lenguaje, podemos señalar que el autor añade una tercera disciplina que
también se ve abocada a trabajar con el tema. Ella es la Lingüística, la que se
diferencia de las anteriormente señaladas en el hecho que «intenta describir las
estructuras fácticas (fonológicas, sintácticas y semánticas( de los lenguajes
naturales humanos» .
Según Searle han existido entre los filósofos una serie de perplejidades respecto
de caracterizaciones lingüísticas, por lo que se han llegado a tomar diversas
formas al respecto. Una de estas dice relación con las dudas escépticas sobre
criterios de aplicación de términos, en el cual podemos encontrar algunos
términos tales como el analítico, significativo, sinónimo, etc., además de dudas
generales sobre la verificación de enunciados sobre lenguaje.
Según nos explica Searle, el hablar un lenguaje es tomar parte en una forma de
conducta gobernada por reglas por lo que «aprender y dominar un lenguaje es
aprender y haber dominado esas reglas», y cuando se le pregunta a este autor
por la validez de sus afirmaciones, este nos señala que todo radica en el hecho
de su pertenencia a un orden específico del lenguaje, y el conocimiento que de él
se tiene, viene dado análogamente al ejemplo del jugador de béisbol. El
conocimiento está dado por el saber como se juega, lo cual significa la
internalización de una serie de reglas. Las reglas no pueden atentar en contra del
juego, porque aún siendo un libro de reglas que describe otras reglas en contra
de las reglas, sin duda se referirá a otro juego.
En el capítulo así titulado, el cuarto, Searle plantea que lo primero que se debe
tener en cuenta es que no toda ocurrencia de una expresión referencias es tal. En
otro sentido las expresiones referenciales aparecen en otro sentido y aparecen
teniendo un uso normal. Ahora si se consideran las oraciones:
Según Searle existe dos hechos en los cuales hay que fijarse. El primero es que
ambos comienzan con la misma palabra, y el segundo es que la palabra juega
distinto rol en la emisión de la oración. En el primero se está haciendo referencia
a una persona, y en el segundo a la palabra misma.
Ahora, en el intento de aclarar estas cuestiones, los filósofos han caído en una
explicación confusa entre la distinción de uso y mención en las expresiones.
En el segundo caso, según algunos filósofos, ocurre que 'Sócrates' resulta ser
una palabra nueva que es el nombre propio de la palabra. Todo lo cual, según
nuestro autor, produce una incontable sucesión de nombres que se remontarían
jerárquicamente. Esta mala interpretación se deriva de una no comprensión del
como funcionan ciertos elementos del lenguaje.
Es verdadero dentro del contexto de la ficción, que Holmes, usa sombrero, pero si
lo ubicamos en nuestra realidad la misma afirmación realizada anteriormente
carece de verdad. Si ahora decimos que Holmes vendrá a mi casa a cenar esta
noche, esta afirmación carecería de sentido y sería falsa puesto que mi casa
corresponde a la realidad y él al mundo de la ficción, y al mezclar realidades no
se obtienen verdades. De la misma manera no sería valido decir 'la señora de
Holmes' puesto que en el mundo de ficción éste no tuvo señora. Por tanto, «en el
habla sobre el mundo real se puede hacer referencia solamente a lo que existe;
en el habla sobre el mundo de ficción se puede hacer referencia a lo que existe
en el mundo de ficción».
En fin, estos son los rasgos generales más importantes, según mi parecer, por los
cuales circula el ensayo de Searle. Con ello no se quiere decir que se reduzca a
estos puntos señalados en esta simple reseña, sino más bien que se comienza, a
partir de ahí, a abrir en toda su riqueza. Señalemos, para ser justos, que Searle
además trabaja en su ensayo con temas tales como: La estructura de los actos
ilocucionarios, la predicación y los problemas de la referencia, entre otros. Todos
ellos dignos de ser leídos y estudiados por todos nosotros.
VI. RICHARD RORTY (1931)
1. VIDA Y OBRA
A Richard Rorty se lo considera, en la actualidad, el más importante filósofo
norteamericano. Sin embargo, de modo paradojal, su contribución fundamental
consiste en haber argumentado con claridad contra la idea de que la filosofía
pueda imponerse como perspectiva privilegiada del saber. Los filósofos no son
dueños de ninguna verdad inefable ni de un conocimiento metafísico insondable,
ni de un instrumental más apropiado para diseccionar la realidad.
En la obra mencionada Rorty sostiene que los sujetos llevan consigo una serie de
palabras que les permiten justificar sus acciones, creencias y vida, son las
palabras con las que narramos prospectiva o retrospectivamente nuestras vidas,
este conjunto de palabras las define como léxico último.
Rorty entiende por “léxico último” aquel “conjunto de palabras que (los seres
humanos) emplean para justificar sus acciones, sus creencias y sus vidas” y
aclara que “es último en el sentido de que si se proyecta una duda acerca de la
importancia de esas palabras, el usuario de éstas no dispone de recursos
argumentativos que no sean –sino– circulares”.
Ironizar acerca de la propia vida no es algo simple, sobre todo cuando “la propia
vida” se entiende afectivamente. Por ello se requiere una falta total de
complacencia, una modestia particularmente exigente, y la decisión inconmovible
de llegar, si es preciso, hasta el sacrilegio para poner en ejercicio la ironía8,
entendida ésta como un radical desprendimiento de sí mismo. El hombre irónico
se identifica con esa misma capacidad de reírse de sí mismo, una capacidad que
pondrá a prueba no solamente con su propio léxico, sino también con sus
sentimientos –los cuales no son, en definitiva, tan independientes de nuestro
léxico como solemos creer –y con sus actos. La ironía, llevada al extremo de
recaer sobre sí misma, coincidiría con el estado de modificación que caracteriza
ciertos caminos místicos en su fase final. Para Rorty la ironía tiene
indudablemente un carácter epistemológico desde el momento en que con ello
nombra la relación que mantiene cierto tipo de persona con los valores
fundamentales de su cultura o, en la terminología de Rorty, con su “léxico último”.
Dado que todo código de comportamiento se establece de acuerdo con esos
valores, no puede negarse que la ironía tiene también un carácter ético. Ahora
bien, el “ironista” epistemológico es definido por Rorty como aquel que –como
hemos señalado - tiene serias dudas acerca de su propio léxico, y la certeza de
que esas dudas no podrán disiparse con argumentos que pertenezcan al mismo
léxico, ni tampoco, por supuesto, con argumentos pertenecientes a léxicos
ajenos. Los distintos caminos metafóricos se le ofrecen al “ironista” como caminos
equivalentes entre los cuales no cabe mejor elección posible, dado que no existe
ningún meta léxico referencial. Ello hace del “ironista” una persona incapaz de
tomarse en serio a sí misma “porque sabe que siempre los términos con que se
describe a sí misma están sujetos a cambio, porque sabe siempre de la
contingencia y fragilidad de sus léxicos últimos y, por tanto de su yo”.
Rorty, como queda claro, emplea el término ironista para designar a quienes
reconocen la contingencia y fragilidad de sus creencias y deseos más
fundamentales. Los ironistas liberales son personas que entre esos deseos
imposibles de fundamentar incluyen sus propias esperanzas. Así pues, en el
concepto de Rorty la sensibilidad postmoderna queda caracterizada por el
ironismo, es decir por la actitud caballeresca y distante que el intelectual mantiene
hacia las propias creencias, mientras que la masa, para quien tal ironía pudiera
resultar un arma demasiado subversiva, seguirá saludando a la bandera y
tomándose la vida en serio.
Para los ironistas, señala Rorty, nada puede servir como crítica de un léxico
último salvo otro léxico semejante; no hay respuesta a una re descripción salvo
una re-re-re descripción. Nada puede servir como crítica de una persona salvo
otra persona, o como crítica de una cultura, salvo otra cultura alternativa, pues,
como se ha señalado, personas y culturas son léxicos encarnados. Por eso
nuestras dudas acerca de nuestros caracteres o de nuestra cultura sólo pueden
ser resueltas o mitigadas mediante la ampliación de nuestras relaciones y
nuestras perspectivas, del alcance de nuestra mirada. La mejor manera de
hacerlo es la de leer libros o ver obras cinematográficas, por lo cual los ironistas
pasan la mayor parte de su tiempo prestando más atención a las obras literarias y
cinematográficas que a las personas reales. Los ironistas temen quedar
atascados en el léxico en que fueron educados si sólo conocen gente del
vecindario, de manera que intentan trabar conocimiento con personas
desconocidas (Alcibíades, Gregor Samsa, Winston Smith), familias desconocidas
(los Karamazov, Rocco y sus hermanos) y comunidades desconocidas (los
caballeros teutónicos, la policía del pensamiento del Londres de 1984, los obreros
de Metrópolis.
Rorty propone demostrar que la noción e idea de “uno de nosotros” tiene más
fuerza y contraste a la expresión “uno de nosotros, los seres humanos”. El
“nosotros” significa algo más restringido y local que la raza humana. De ahí
entonces que Rorty conciba al individuo, más bien, como una contingencia
histórica. La idea tradicional de “solidaridad humana” según la cual dentro de
cada uno de nosotros hay algo –nuestra humanidad esencial– que resuena ante
la presencia de eso mismo en otros seres humanos se difumina.
No existe un componente esencial en razón del cual un ser humano se reconozca
como tal, ni existe tampoco un tal yo nuclear. No existe esencia, o fundamento o
naturaleza humana. El ser humano es algo relativo a la circunstancia histórica,
algo que depende de un acuerdo transitorio acerca de qué actitudes son normales
y qué prácticas son justas o injustas. Es de esta forma como Rorty afirma la
contingencia del ser humano.
Por ello, insistimos, más educación sentimental y moral a través del desarrollo de
la sensibilidad artística. Debemos prescribir novelas o filmes que promuevan la
ampliación del campo de experiencias del lector, más aun cuando el lector es un
político, un economista, un trabajador social, un médico, un empresario, un
dictador, o, más aún, cuando se trate de un niño que tenga, como tal, la
posibilidad de convertirse en cualquiera de estos tipos humanos reconocibles.
Si Hitler, por ejemplo, no hubiese sido rechazado en la Escuela de Bellas Artes
cuando alrededor de los 17 años postuló a lo que era su única vocación, la
pintura, sus actividades creativas no habrían sido sustituidas por el dibujo del
horror, de los campos de concentración con su violencia voraz.
Este proceso de llegar a concebir a los demás seres humanos como “uno de
nosotros”, y no como “ellos”, depende de la descripción detallada de cómo son las
personas que desconocemos y de una descripción de cómo somos nosotros. Ello,
como se ha aclarado, no es tarea de una teoría, sino de géneros como la
etnografía, el informe periodístico, los libros históricos, el cine, el drama
documental y, especialmente, la novela. Ficciones como las de Richard Wright o
Malcolm Lowry nos proporcionan detalles acerca de formas de sufrimiento
padecidas por personas en las que antes no habíamos reparado. Ficciones como
las de Henry James o Nabokov nos dan detalles acerca de las formas de crueldad
de las que somos capaces y, con ello, nos permiten redescribirnos a nosotros
mismos. Esa es la razón por la cual la novela y el cine poco a poco, pero
ininterrumpidamente, han ido reemplazando al sermón y al tratado de ética como
principales vehículos del cambio y del progreso moral. Este reconocimiento
rortyano es parte de un giro global en contra de la teoría y hacia la narrativa. La
Ética se constituye como reflexión y disciplina precisamente porque la razón
humana es incierta, porque los seres humanos estamos con-viviendo en un
mundo interpretado, en un universo simbólico, en el que todo lo que hacemos y
decimos se eleva sobre un horizonte de provisionalidad.