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Alentador junte de danzas en el Coribantes


Por: Miriam Montes Mock

Cuatro colores, cuatro energías, cuatro compañías de baile, a cuatro lados.

Como un desafío a los tiempos de individualismo que se viven, Andanza, Ballet

Concierto, Ballets de San Juan y Mauro, compañías puertorriqueñas de danza, decidieron

hermanar sus diversos estilos de baile, y presentarlos en una función de un fin de semana bajo el

título Danzando a 4 lados: nunca antes tan cerca… en el pintoresco teatro Coribantes.

Y es que, además de celebrar el feliz rencuentro y la emoción de compartir un mismo

aplauso… además de acoplarse a un escenario minúsculo (en comparación con las salas de

teatros donde suelen bailar) mientras danzan al mismo son pero con disímiles movimientos…

además de enfrentar el reto de sentir que el público está tan cerca de los bailarines que hasta es

capaz de escuchar sus respiraciones… además de todo ello, este junte de apasionados de la danza

se las ingenió una vez más para, en esta ocasión, bailar en un tablado con cuatro lados.

El espectáculo abrió con un baile coreografiado en creación colectiva, inspirado en el

Allegro del Concierto de Brandemburgo no. 5 en Re, BWV 1050 de Johann Sebastian Bach. Una

representación de las cuatro compañías, identificados con un color particular, realizó una

interesante mezcolanza, entre transiciones y juegos con el espacio, como un entremés tanto de

los géneros que amenizarían a la audiencia, como de los engranajes requeridos para lograr la

ilusión de bailar frente a cada zona del auditorio. El concepto, a cargo de Lolita Villanúa y los

directores del resto de las compañías, imprimió una atmósfera de frescura y festividad.

La propuesta incluyó tanto piezas clásicas y contemporáneas como experimentales. La

compañía Mauro, dirigida por el matrimonio de bailarines compuesto por Marena Pérez y Aureo
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Andino, presentó Adagio de la Rosa del ballet La Bella Durmiente, en el que Pérez interpretó a

una grácil Aurora. Elegantes y gallardos lucieron los cuatro bailarines, Aureo Andino, Daniel

Ramírez (de Baleteatro Nacional de Puerto Rico), Rafael Ramírez y Josué Ortiz. Llamó la

atención el vestuario vistoso, a cargo de Lourdes Gerena, de RLO Designs.

Igualmente Ballet Concierto presentó el Pas de Trois de Paquita, originalmente un ballet

clásico-pantomima, basado en las versiones decimonónicas de Marius Petipa y Joseph Mazilier,

y con montaje de Víctor Gilí. La variación, que se distingue por su dificultad técnica y momentos

de brillantez, fue acertadamente interpretada por el trío, cuyos papeles se alternaron entre Tania

Muñiz, Angela Cosme, Betina Ojeda, Nicole Colón y Omar Nieves. De otro lado, nos pareció

conmovedora y exquisita la interpretación de la pieza Ojos que no ven, de Ana Sánchez Colberg,

ganadora en 1992 del primer premio en el Festival de Coreógrafos, a pesar de las leves mudas

que se observaron en comparación con el montaje original. Alternaron el cuarteto Victoria

Fridman, David Avilés, Angela Cosme, Nicole Colón, Nathanael Santiago y Dayvid Jorge.

Dos conocidas piezas de danza contemporánea de Carlos Iván Santos, Adagio y Primitivo

urbano, fueron la puesta en escena a cargo de Andanza. Estrenando una nueva composición en

el cuerpo de baile, los bailarines Norberto Collazo, Ana Inés de la Rosa, Eloy Ortiz, Steven

Rodríguez, Maru Toro, Roberto López y Cristina Lugo, deleitaron al público con su propuesta

impregnada de brío y transmitida con un lenguaje muy propio.

Por su parte, Ballets de San Juan presentó los dos perfiles (Romance y Tormento) de El

Mito, coreografiados por Nahir Medina y Karen Schwartz, respectivamente. Bárbara Hernández,

Andy Machín, Stephan Vega, Nayared Candelario, Karla Sánchez, Paloma Puccio, Milca Alamo,

Mileniz Rosado, Lyulma Rivera, y Anamar Jiménez, representaron los personajes de la mitología

griega. A pesar del esfuerzo evidente de los bailarines, nos pareció que ambas piezas carecieron
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de brillo y de frescura. Un lenguaje coreográfico monótono, un concepto anacrónico y la

ausencia de desafío técnico e interpretativo, dejaron al público con las ganas de apreciar el

talento y el lustre de la compañía de ballet que tanta gloria ha traído a Puerto Rico.

Guardadito, espectacular pieza coreografiada por Rodney Rivera para Mauro, arrancó

una ovación cerrada en el público, que al parecer quedó prendado tanto por la calidad de la pieza

como por la ejecutoria de sus intérpretes, Denisse Eliza (artista invitada), Marena Pérez, Daniel

Ramírez (de BNPR) y Aureo Andino. Rivera, quien ya ha dado muestras de su agudeza

coreográfica, logró, a juzgar por la impresión que provocaron los bailarines a través de sus

caracterizaciones, el estremecimiento que busca todo artista al proyectar una obra. La pieza

respiraba, vibraba, agonizaba, inquietaba, incitaba. Y esta emoción que provocó (y que de igual

manera han creado otras interpretaciones), nos obligó a reflexionar sobre las razones para ello.

A nuestro entender, es escencial que el movimiento artístico esté motivado por una

intención, un propósito que se desea comunicar; pero también es imprescindible (y aquí es

dónde, en general, se separan los bailarines maduros de los aprendices), un arrojo, una entrega

absoluta, una total identificación entre el gesto y el movimiento, y el sentimiento que da origen a

dicha expresión. Es como si la energía vital se buscara y surgiera en los adentros del bailarín y

no en el movimiento per se. Como si la fuente o el alimento que diera vida al personaje en que se

convierte el bailarín tan pronto entra a escena, hirviera muy profundo dentro de su alma, y fuese

necesario un ejercicio de introspección, de abandono interno, para descubrir y atrapar la emoción

real. Entonces el bailarín es capaz de expresar en su danza una cualidad genuina, honesta,

poderosa. Sólo así es posible trascender el mero movimiento y conmover al espectador.

Me parece que, considerando esta óptica, el término virtuoso, en su acepción de

competente o experto, tendría un alcance aún más abarcador. La tarea del bailarín, ardua de por
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sí en su formación técnica, no podría desvincularse del importante ejercicio de descubrirse a sí

mismo y manifestarse con integridad. En otras palabras y aunque parezca paradójico, bailar

como si nadie lo viera.

Pienso que el espectáculo Danzando a 4 lados constituye un paso alentador para

conglomerar talento artístico puertorriqueño y aunar aquellos esfuerzos mayúsculos que requiere

mantener a flote la danza, sobre todo en estos tiempos de escasez económica y falta de apoyo

colectivo. Aplaudo el desarrollo que algunos de nuestros bailarines y coreógrafos han

experimentado en su ascendente carrera. Invito a que se continúe cultivando entre las compañías

de baile puertorriqueñas la energía mágica que brota cuando se enlazan, cuando se da paso a la

colaboración genuina. Intuyo que fue precisamente esta concepción lo que emocionó al auditorio

al comienzo y al final de la función. De paso, exhorto al público puertorriqueño a dejarse

seducir.

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