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SENTENCIA Y LA AUTORIDAD DE LA COSA JUZGADA

EN EL PROCESO DE ALIMENTOS (*).

Renzo Cavani Brain (**)

CAS. Nº 2784-06 LIMA. Nulidad de Cosa Juzgada Fraudulenta. Lima, Nueve


de abril de dos mil siete.- LA SALA CIVIL TRANSITORIA DE LA CORTE
SUPREMA DE JUSTICIA DE LA REPUBLICA, vista la causa número dos mil
setecientos ochenticuatro - dos mil seis; el día de la fecha, producida la votación
correspondiente de acuerdo a ley, emite la siguiente sentencia: MATERIA DEL
RECURSO Es materia del presente recurso de casación la resolución de vista de
fojas treintisiete, su fecha veintiséis de abril de dos mil seis, expedida por la
Primera Sala Civil de la Corte Superior de Justicia de Lima que confirmó el auto
apelado que declaró improcedente la demanda, en los seguidos por José Domingo
Choquehuanca Miranda con Karla Celmira Begazo Benavente sobre nulidad de cosa
juzgada fraudulenta; FUNDAMENTOS DEL RECURSO Mediante resolución de fojas
trece del cuadernillo de casación formado ante este Supremo Tribunal, su fecha dos
de octubre de dos mil seis, se declaró procedente el recurso de casación propuesto
por don José Domingo Choquehuanca Miranda, por la causal relativa a la
contravención de normas que garantizan la observancia del debido proceso;
CONSIDERANDO: Primero.- El recurrente sostiene que al declararse
improcedente la demanda incoada se contraviene el numeral tercero del artículo
ciento treintinueve de la Constitución, referido al derecho de tutela jurisdiccional, si
se tiene en cuenta que ha cumplido con los requisitos del artículo ciento
setentiocho del Código Procesal Civil. Alega que la presente acción la inició por
haber estado impedido de ejercer su derecho al debido proceso en el proceso de
alimentos número ciento treintitrés — dos mil cinco, en el cual se emitió la
sentencia que le causa perjuicio por haber sido obtenida de manera fraudulenta;
acota que toda sentencia adquiere la calidad de cosa juzgada cuando no ha sido
impugnada o ha sido resuelta en última instancia, no existiendo sentencia de
alimentos que no tenga dicha calidad [sic], por lo que es procedente iniciar contra
dicha sentencia el proceso de nulidad de cosa juzgada fraudulenta. Segundo.- En
cuanto a los argumentos del recurrente, es necesario recordar las razones por las
cuales se ha declarado improcedente, de plano, la incoada. En la resolución del
doce de diciembre de dos mil cinco, el a quo sostuvo lo siguiente: a) En razón de
que el proceso cuestionado es uno de alimentos, en el que se emite una sentencia
de condena, por tanto, la demanda sería prematura porque la sentencia en el
proceso cuestionado aún no se ha realizado; y b) Respecto de la afirmación del
demandante de que el proceso de alimentos cuestionado se habría tramitado no
obstante que existía una conciliación extrajudicial que regulaba dichos alimentos,
se sostiene que el demandante olvida que en materia de alimentos no hay cosa
juzgada en razón de la naturaleza de la pretensión contenida en dicha clase de
procesos. De otro lado, el ad quem sostuvo en su resolución del veintiséis de abril
de dos mil seis, lo siguiente: 1) que el transcurso del plazo previsto en el artículo
ciento setentiocho del Código Procesal Civil sólo será objeto de análisis en tanto se
presenten los demás presupuestos de este tipo de proceso (de nulidad de cosa
juzgada fraudulenta); ii) que al no poderse predicar la cosa juzgada respecto de las
sentencias emitidas en los procesos de alimentos, tampoco puede reclamarse dicha
calidad para los acuerdos conciliatorios en dicha materia; finalmente iii) que, en
consecuencia, se concluye que no existe sentencia con la calidad de cosa juzgada
que anular. Tercero.- Que, el derecho al debido proceso y a la tutela jurisdiccional

(*)
Publicado en Actualidad Jurídica, N° 178, septiembre 2008, pp. 93-96.
(**)
Alumno del undécimo ciclo de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Lima.
efectiva se encuentran reconocidos, dentro de nuestro ordenamiento, en el inciso
tercero del artículo ciento treintinueve de la Constitución Política del Estado.
Cuarto.- Que, al respecto, se sostiene que el derecho al debido proceso es un
derecho "continente", pues, comprende diversos derechos fundamentales de orden
procesal, razón por la cual, su contenido constitucionalmente protegido comprende
una serie de garantías, formales y materiales, de muy distinta naturaleza, cuyo
cumplimiento efectivo garantiza que el procedimiento o proceso en el cual se
encuentre comprendida una persona, pueda considerarse como justo. Por tanto, el
derecho al debido proceso, significa la observancia de los derechos fundamentales
esenciales, principios y reglas esenciales exigibles dentro del proceso como
instrumento de tutela de los derechos subjetivos, mientras que la tutela judicial
efectiva, supone tanto el derecho de acceso a los órganos de justicia como la
eficacia de lo decidido en la sentencia, es decir, una concepción garantista y tutelar
que encierra todo lo concerniente al derecho de acción frente al poder-deber de la
jurisdicción. Quinto.- En atención a los argumentos expuestos en ambas instancias,
es necesario recordar que el Tribunal Constitucional, en su sentencia recaída en el
expediente cuatro mil quinientos ochentisiete — dos mil cuatro — AA/TC, sostuvo
que mediante la garantía de la cosa juzgada se instituye el derecho de todo
justiciable, en primer lugar, a que las resoluciones que hayan puesto fin al proceso
judicial no puedan ser recurridas mediante nuevos medios impugnatorios, ya sea
porque éstos han sido agotados o porque ha transcurrido el plazo para impugnarla;
y, en segundo lugar, a que el contenido de las resoluciones que hayan adquirido tal
condición, no pueda ser dejado sin efecto ni modificado, sea por actos de otros
poderes públicos, de terceros o, incluso, de los mismos órganos jurisdiccionales que
resolvieron el caso en el que se dictó. Asimismo, en el expediente número tres mil
setecientos ochentinueve — dos mil cinco — PHC/TC se señaló que la autoridad de
cosa juzgada de una resolución judicial sólo se alcanza cuando ésta pone fin a un
proceso judicial. Sexto.- Que, asimismo, es del caso precisar que, aun cuando no
son instituciones diferentes, respecto de la cosa juzgada se advierten dos funciones
diversas; así, según nos dice Eduardo Couture, (Fundamentos del Derecho
Procesa/Civil, Cuarta Edición, Editorial B de f, Montevideo — Buenos Aires, 2002,
páginas 341 y siguientes) determinadas decisiones judiciales tienen, aún agotada la
vía de los recursos, una eficacia meramente transitoria. Se cumplen y son
obligatorias tan sólo con relación al proceso en que se han dictado y al estado de
cosas que se tuvo en cuenta al momento de decidir, pero no obstan a que, en un
procedimiento posterior, mudado el estado de cosas que se tuvo presente al
decidir, la cosa juzgada pueda modificarse. Esto es lo que la doctrina — según el
citado autor — denomina cosa juzgada formal, siendo el ejemplo más frecuente de
este género el referido a juicio de alimentos. Existe en cambio, cosa juzgada
sustancial, cuando a la condición de inimpugnable en el mismo proceso se une la
inmutabilidad de la sentencia aun en otro juicio posterior. Al respecto, citando a
Rosenberg, se dice que la cosa juzgada formal es un presupuesto de la cosa
juzgada sustancial, ya que constituye un antecedente necesario sin el cual no se
puede llegar a ésta. Séptimo.- Aclarados los conceptos anteriormente referidos,
resulta evidente que los pronunciamientos de ambas instancias contienen una
indebida motivación, pues han proclamado que las sentencias emitidas en los
procesos de alimentos no pueden adquirir la calidad de cosa juzgada, no obstante
que, dada la especial naturaleza de dicho procesos, resulta evidente que las
sentencias de ese tipo sí pueden llegar a adquirir la calidad de cosa juzgada, en su
manifestación de cosa juzgada formal, en razón de que pueden ser objeto de
modificación en un proceso de reducción, aumento o exoneración de alimentos.
Octavo.- Que, el artículo ciento setentiocho del Código Procesal Civil no realiza
distinción alguna respecto de si la sentencia cuya nulidad se pretende es una que
deba gozar de la calidad de cosa juzgada formal o material, por tanto, en razón de
que la norma no establece diferenciación alguna, el Juzgador no está autorizado a
introducir ninguna sub — división, debiendo analizar ambos tipos de casos por
igual. Noveno.- Que, el error conceptual incurrido en ambas instancias de mérito
ocasiona que el recurso de casación deba ser amparado y, por tanto, debe
procederse conforme a lo normado en el numeral dos punto tres del artículo
trescientos noventiséis del Código Procesal Civil, máxime si tenemos en
consideración que autores como Chiovenda, citado por Oscar Zorzoli (Cosa juzgada.
Mutabilidad. Revista Peruana de Derecho Procesal, Lima, 1998, página 151) estiman
que no es irracional la revisión de la cosa juzgada, dado que al res iudicata no es
absoluta y necesaria, sino que se estableció por razones de oportunidad y utilidad,
y tales fundamentos pueden, a veces, aconsejar un cambio, razón por la cual se
afirma que, cuando existen situaciones especiales — vicio grave, modificación de
circunstancias, notoria injusticia, etcétera —, los decisorios dejan de ser inmutables
y necesitan de una modificación conveniente a las circunstancias a fin de que no se
produzca una notoria injusticia que torne injusto el procedimiento. Por los
fundamentos expuestos, siendo evidente la infracción procesal en los términos
denunciados, en garantía del derecho al debido proceso y a la tutela jurisdiccional
efectiva, declararon: FUNDADO el recurso de casación interpuesto por don José
Domingo Choquehuanca Miranda a fojas setentinueve por la causal de
contravención de normas que garantizan el derecho a un debido proceso y, en
consecuencia, declararon NULA la resolución de vista de fojas treintisiete, su fecha
veintiséis de abril de dos mil seis e INSUBSISTENTE el auto de fojas quince, su
fecha doce de diciembre de dos mil cinco, ORDENARON que el a quo califique
nuevamente la demanda, con arreglo a los considerandos precedentes;
DISPUSIERON la publicación de la presente resolución en el Diario Oficial El
Peruano bajo responsabilidad; en los seguidos por don José Domingo Choquehuanca
Miranda con Karla Celmira Begazo Benavente sobre nulidad de cosa juzgada
fraudulenta; y los devolvieron; 'Vocal Ponente señor Miranda Canales.- SS. TICONA
POSTIGO, PALOMINO GARCÍA, MIRANDA CANALES, CASTAÑEDA SERRANO,
MIRANDA MOLINA

Sumario: § 1. El proceso como instrumento de tutela del


derecho material y como mecanismo idóneo de composición
de conflictos de intereses; § 2. Inmutabilidad de la sentencia y
la trascendencia de la cosa juzgada en las relaciones sociales;
§ 3. La revisión de la sentencia con autoridad de cosa juzgada
y la ponderación entre justicia y seguridad jurídica; § 4. La
cosa juzgada en la sentencia que pone fin al proceso de
alimentos; § 5. La sentencia casatoria en el caso concreto y la
(obsoleta) distinción entre cosa juzgada formal y material.

§ 1. El proceso como instrumento de tutela del derecho


material y como mecanismo idóneo de composición de
conflictos de intereses.

El proceso es, sin lugar a dudas, el mecanismo estatal idóneo –


ejercido por el poder jurisdiccional – para la resolución de conflictos
de intereses e incertidumbres con relevancia jurídica. Ello se deriva
del derecho de todo ciudadano de contar con una serie de técnicas
procesales eficaces para tutelar las más diversas situaciones jurídicas
de derecho material. Y, como contrapartida a este derecho conocido
como derecho a la tutela jurisdiccional efectiva, existe el deber del
Estado de proveer dichas técnicas, que no tienen por objetivo otra
cosa que concretar los preceptos del derecho material en la realidad.
De esta manera, se superó la tradicional concepción que
proclamaba con fervor la autonomía científica del proceso, al punto
tal de desvincularlo del derecho material cuyas normas consagraban
una inmensa cantidad de situaciones jurídicas que requerían
concretarse en la realidad. Así, la escuela sistemática –con Giuseppe
CHIOVENDA como precursor – se entregó a la exhaustiva labor de
construir y desarrollar las principales categorías sobre las cuales se
asentaron los cimientos de la moderna ciencia procesal (sobre todo la
acción, jurisdicción y proceso), y no fue en absoluto una preocupación
establecer la íntima e inescindible vinculación entre proceso y
derecho material. Es decir, no se advirtió que el objeto de estudio de
la ciencia procesal (el proceso) que con tanto ahínco se esmeraban en
perfeccionar no era más que el instrumento que debía procurar
concretar las normas de derecho material.

La más palpable evidencia de la instrumentalidad del proceso


respecto del derecho material reside, como hemos dejado entrever,
en la creación de diferentes tipos de tutela para cada situación de
derecho material. Y parte importante de esta diferenciación de la
tutela procesal se encuentra en los distintos procedimientos
diseñados para tal fin1. De ahí es entendible que la escuela
chiovendiana de la primera mitad del siglo XX haya cultivado el
estudio del proceso ordinario, sin que su atención se enfoque en la
posibilidad de una diferenciación de tutela según la naturaleza y la
importancia de los derechos materiales que eran invocados en un
proceso2.

En efecto, una vez más la realidad demostró que siempre estará


por delante del Derecho, pues aparecieron derechos que
sencillamente no podían soportar el tiempo de duración del cansino
proceso ordinario sin que se extingan o que la vulneración perpetrada
contra ellos sea irreparable. Tomemos un ejemplo que se emplea con
frecuencia: no hace mucho que se ha reconocido al medio ambiente
como un derecho fundamental constitucional, es decir, que posee el
más alto rango de la jerarquía normativa en un ordenamiento jurídico.
Entonces cabe preguntarse si una afectación al derecho al medio
1
Sin duda alguna, la creación de distintos procedimientos es fundamental
para que el proceso sea eficaz. Pero es necesario advertir que este es sólo un
aspecto entre muchos otros de la tutela que el Estado, a través del proceso, está en
la obligación de brindar a sus ciudadanos. Así por ejemplo, tenemos la sumarización
cognitiva (que promueve un juicio de probabilidades), la tutela preventiva, la
técnica anticipatoria (que otorga tutela satisfactiva antes del pronunciamiento de
mérito), la tutela específica, la actuación de la sentencia impugnada, entre otras.
2
Ciertamente, muchos fueron los factores ideológicos y jurídicos que
impidieron a insignes figuras de derecho procesal tales como el mismo CHIOVENDA,
LIEBMAN o CARNELUTTI advertir este aspecto tan sustancial. Fue Vittorio DENTI, ya bien
entrada la segunda mitad del siglo pasado, quien advirtió esta alarmante situación,
y quien colocó la primera piedra para superar lo que él denominó la “crisis de la
ciencia del proceso”. Asimismo, además de ser considerado por muchos el jurista
italiano más importante del último siglo, la monografía principal de Vittorio DENTI (Un
progetto per la giustizia civile, Bologna, Il Mulino, 1982) aún sigue siendo
tremendamente influyente en el pensamiento procesal de nuestros días.
ambiente por una fábrica que tiene como práctica echar sus relaves a
un río en forma desmesurada, puede ser tutelada igual a la
impugnación de un acuerdo societario o la cobranza de una deuda. Es
obvio que la respuesta es negativa. Y así podemos encontrar una
infinidad de situaciones que exigen una tutela jurisdiccional efectiva y
oportuna por parte tanto del Estado–Legislador como del Estado–Juez,
como por ejemplo los derechos del consumidor ante la venta masiva
de un producto dañino para la salud.

El proceso, en consecuencia, existe para hacer efectivo el


derecho material, sea éste civil, constitucional o laboral3. No cabe
pues, en nuestros días, volver a discutir y teorizar sobre el derecho de
acción o sobre la esencia jurídica del proceso pues ya se ha escrito lo
suficiente al respecto. De ahí que la doctrina procesal contemporánea
–sobre todo aquella que ostenta la vanguardia en derecho procesal
como es la brasileña – ha advertido esta problemática y centró sus
esfuerzos en diseñar un proceso civil adecuado a las necesidades del
derecho material. No debe extrañar, en consecuencia, que el Código
de Processo Civil sea considerado como el cuerpo normativo más
avanzado entre todos los adscritos al sistema del civil law.

Por otro lado, la importancia del proceso no sólo se circunscribe


en hacer efectivas las normas de derecho material. En efecto, el
proceso –o más precisamente, la relación procesal – constituye un
cauce en donde confluyen dos posiciones absolutamente antagónicas
entre sí (como son los intereses contrapuestos del demandante y
demandado), pero dichos intereses convergerán en un procedimiento
ordenado cuya tramitación está a cargo de un órgano a cuya decisión
las partes se han sometido, bajo un espacio donde se argumenta y se
replica, en donde ambas partes ofrecen medios probatorios con la
finalidad que su pretensión sea amparada y que, finalmente,
desembocará en un pronunciamiento que decidirá la controversia en
forma definitiva. Esto hace que el proceso sea un conjunto dialéctico
y dinámico de actos concatenados entre sí cuya finalidad inmediata
es componer el conflicto de intereses (y la incertidumbre) con
relevancia jurídica, y la mediata es proveer paz social en justicia a los
ciudadanos.

Es innegable que los conflictos en la sociedad siempre


existieron y existirán, pues aquellos son parte inherente del devenir
histórico de ésta, y a lo largo de los siglos los mecanismos de solución
de conflictos han tenido una importancia suprema. Así, desde la
3
Sin embargo, de ninguna manera debe entenderse que el proceso está
“subordinado” al derecho material como muchos “juristas” en nuestro país no
dudan en afirmar. Por el contrario, existe una intrínseca interdependencia, pues sin
el proceso el derecho material queda desvalido si sus preceptos no son cumplidos
espontáneamente. El caso de la prescripción es emblemático: si se extingue la
pretensión pero no el derecho, éste queda sin tutela procesal (y no sin tutela
jurisdiccional), lo cual casi equivale a no tener derecho pues no hay cómo hacerlo
valer en el mundo de los hechos. Entonces, el acreedor tendrá su derecho de
crédito intacto, pero sin poder efectivizarlo a través de la jurisdicción.
época de la autotutela o autodefensa en que cada sujeto hacía
justicia por sus propias manos, hasta su proscripción y consiguiente
reemplazo por la acción civil, siempre fue imprescindible que se
llegue a un punto en que dicha controversia se zanje. Basta imaginar
qué sucedería si el proceso no fuera capaz de ponerle fin a la
discusión sobre un derecho: simplemente no existiría certeza alguna
respecto de las titularidades sobre bienes de la vida de gran
importancia –como por ejemplo, la propiedad – y, por tanto, el
relacionarse jurídicamente se haría imposible.

Entonces, siendo el proceso tan importante para la existencia y


continuidad de la sociedad, así como para la tutela de los derechos,
es de imprescindible necesidad que llegue en algún momento a su
fin, de manera tal que la controversia se resuelva en forma definitiva,
a través de un pronunciamiento que, ulteriormente, sea inmutable.

§ 2. Inmutabilidad de la sentencia y la trascendencia de la


cosa juzgada en las relaciones sociales.

La sentencia es aquel acto jurisdiccional por excelencia que le


pone fin al proceso la cual, en un momento dado, llegará a ser
definitiva. En vista de ello es imprescindible que a toda sentencia se
le dote de una protección que haga inmodificable e irrevisable, en
tanto el principio de seguridad jurídica y la propia esencia de la
jurisdicción imponen que las controversias resueltas por esta última
lleguen a ser inmutables. Para ello, por una cuestión más política que
jurídica, el ordenamiento jurídico le otorga a la sentencia la máxima
protección que un acto de poder puede adquirir: la autoridad de la
cosa juzgada4. Como es evidente, la cosa juzgada es tan importante
que va más allá del umbral del derecho procesal para lograr un
reconocimiento en todo el ordenamiento jurídico. Asimismo, vale
decirlo, el prestigio y legitimación social del Poder Judicial –o más
concretamente del poder jurisdiccional – radica en su inherente

4
El artículo 123 del nuestro CPC establece que una resolución (rectius:
sentencia) adquirirá cosa juzgada cuando no sea impugnada en el plazo de ley
(aquiescencia de las partes respecto de su contenido), o cuando no existan medios
impugnatorios procedente contra ella (pronunciamiento del último grado
jurisdiccional en determinados procedimientos). Respecto de dicha norma, podemos
resaltar dos cuestiones: i) Cuando el CPC hace referencia a resolución debe
entenderse como sentencia pues, en estricta teoría, la cosa juzgada sólo puede
recaer sobre una sentencia; sin embargo, al referirse al término genérico resolución
es porque el propio CPC, a través de una excepcional extensión normativa,
contempla supuestos en los que resoluciones que no son sentencias pueden
adquirir la autoridad de cosa juzgada, como es el caso del auto que declara fundada
una excepción perentoria o el auto que aprueba el desistimiento de la pretensión. ii)
Por otro lado, es necesario precisar que los medios impugnatorios son aquellos
mecanismos ejercitados por las partes a través de los cuales se impugnan actos
jurisdiccionales dentro de un proceso, y no cuando éste ha concluido; por ello, la
posibilidad de rescindir una sentencia con autoridad de cosa juzgada mediante una
demanda de NCJF (rectius: revisión civil por fraude procesal) o una demanda de
amparo, al ser pretensiones autónomas, no resulta contradictoria con la norma del
artículo 123 del CPC.
facultad de ser la última palabra, en un Estado de Derecho, respecto
de la resolución de conflictos. De ahí proviene el vocablo autoridad.

Toda sentencia está destinada a adquirir la autoridad de la cosa


juzgada, porque ésta (al igual que la imperatividad) es una cualidad
inherente a la primera, es decir, parte de la esencia de la misma 5. Por
ello, no es exagerado afirmar que una sentencia que no es capaz de
devenir en inmutable o que no puede ser impuesta a las partes, no
puede ser concebida realmente como sentencia. En efecto, si a una
sentencia se le sustrae la inmutabilidad que la cosa juzgada le
proporciona, la controversia nunca llegará a su fin.

Siendo la cosa juzgada la inmutabilidad de la sentencia y, a su


vez, siendo ésta el acto por el cual se compone la controversia, es
evidente la enorme trascendencia social que una sentencia con
autoridad de cosa juzgada posee.

§ 3. La revisión de la sentencia con autoridad de cosa


juzgada y la ponderación entre justicia y seguridad
jurídica.

Ahora bien, cabe preguntarse lo siguiente: ¿la inmutabilidad de


la sentencia es absoluta? Respuesta: dependerá de la normativa
procesal de cada país. En el nuestro, por ejemplo, se regula una
institución (mal) denominada “nulidad de cosa juzgada fraudulenta”
(en adelante NCJF6), cuya finalidad es anular (rectius: dejar sin efecto)
una sentencia en cuya producción se presentó un supuesto de fraude
procesal7. No obstante ello, debe tenerse muy en cuenta que la
revisión de una sentencia con autoridad de cosa juzgada se presenta
en situaciones de extrema injusticia, que constituyen supuestos muy
excepcionales que necesariamente deben encontrarse reconocidos de
5
Al respecto, es casi unánime que la teoría de LIEBMAN respecto de la
distinción entre autoridad y eficacia de la sentencia es la que prevalece en doctrina
comparada, así como el reconocimiento de las dos autoridades de la sentencia
(cosa juzgada e imperatividad), sin que una tenga vinculación con la otra, salvo la
de recaer sobre el mismo acto jurisdiccional. Sin embargo ello no parece ser
compartido (a lo mejor solitariamente) por cierta doctrina nacional, que define a la
cosa juzgada como “autoridad y eficacia de la sentencia” y coloca, dentro de sus
rasgos esenciales, tanto a la imperatividad como a la coercibilidad (LEDESMA NARVÁEZ,
Marianella, xxx en Diálogo con la jurisprudencia, No. 111, Lima, Gaceta Jurídica,
2008, p. ).
6
Al respecto, cabe resaltar que la NCJF responde a lo que en doctrina se
denomina revisión civil por fraude procesal, siendo el primero una denominación
absolutamente impropia. En efecto, la terminología aduce de tres defectos: a) no se
trata de nulidad sino de rescisión (una categoría más amplia que implica dejar sin
efecto un acto o negocio jurídico procesal); b) la cosa juzgada no se anula (rectius:
se rescinde) sino la sentencia con autoridad de cosa juzgada; y c) la cosa juzgada
no puede ser adjetivada, es decir, no puede llamársele justa, injusta, ilegal o
fraudulenta, pues dicha característica incide en la sentencia misma.
7
V. CARNELUTTI, Francesco, Contra el proceso fraudulento en Estudios de
derecho procesal, t. II, Buenos Aires, EJEA, 1982; VÉSCOVI, Enrique, Fraude procesal:
sus características, configuración legal y represión, en MONTOYA, Segundo (comp.), El
fraude procesal, Lima, Palestra, 1997.
manera expresa en la norma8. Y ello se justifica en tanto la cosa
juzgada responde al principio de seguridad jurídica –de extrema
trascendencia en nuestro sistema –, el cual puede admitir
excepciones sólo en circunstancias muy especiales. De ahí que no
compartimos la opinión de quienes afirman que el proceso debe
aspirar, por sobre todas las cosas, a la justicia.

Ello no quiere decir, sin embargo, que el proceso debe


resignarse a convalidar injusticias muy graves. Ya hemos mencionado
que los supuestos por los cuales debe proceder la revisión deben
encontrarse expresamente establecidos por la norma procesal. Así,
de todas las modalidades de la revisión civil, el CPC acoge
únicamente la revisión civil por fraude procesal, denominándola
nulidad de cosa juzgada fraudulenta que, como hemos visto, es un
término equívoco. Ello quiere decir que debe haberse probado, en la
tramitación del proceso o en la expedición de la sentencia, un
supuesto de fraude procesal, para que la demanda de revisión sea
estimada.

La justificación de esta opción legislativa radica en que el


proceso repugna la idea que en su interior se presente la figura del
fraude procesal que, a su vez, implica diversos supuestos tales como
colusión entre las dos partes para perjudicar a un tercero (fraude por
el proceso), connivencia entre el Juez o un auxiliar judicial y una
parte, dolo, falsedad en el medio probatorio, etc. En otras palabras, el
proceso no puede consagrar, a través de la autoridad de cosa
juzgada, una injusticia tan deleznable como es el fraude procesal; lo
cual equivale decir que la ponderación –no se olvide que sólo nos
referimos a este supuesto– entre justicia y seguridad jurídica concluye
con la primacía de la primera.

§ 4. La cosa juzgada en la sentencia que pone fin al proceso


de alimentos.

En consecuencia, tenemos que toda sentencia (sea o no


producto de cognición sumaria dicho sea de paso) está destinada a
adquirir la autoridad de cosa juzgada y, asimismo, es pasible de ser
impugnada a través de una demanda de revisión. No obstante,
observamos cómo, en el caso materia de comentario, los jueces de
primer y segundo grado negaron rotundamente que la sentencia de
alimentos pueda adquirir la autoridad de cosa juzgada. La
fundamentación para negar la premisa anterior –si bien la sentencia
casatoria no lo menciona – es que en tanto la sentencia de alimentos
establece un monto el cual, muchas veces, varía según las
necesidades de los sujetos a quienes benefician los alimentos (y
también los condenados a proveerlos), no puede hablarse de
8
Este problema se conoce en Brasil como relativización de la cosa juzgada
material. Al respecto, v. MARINONI, Luiz Guilherme, O principio da segurança dos atos
jurisdiccionais (A questão da relativização da coisa julgada material), en Revista
peruana de derecho procesal, t. IX, Palestra, 2006, pp. 147–178.
inmutabilidad porque, en esencia, es mutable. Acorde con nuestra
exposición, no estamos de acuerdo con semejante conclusión por
diversas razones. Veamos.

La primera razón ya fue mencionada: una sentencia que no es


capaz de adquirir la autoridad de cosa juzgada es como un cuchillo
sin mango y sin filo. En efecto, se cercena una característica esencial
de la sentencia –su inmutabilidad –, se renuncia a resolver la
controversia en forma definitiva, la hace vulnerable a sucesivas
impugnaciones y, porqué no, a injerencias de otros poderes. Así, ¿por
qué el Ejecutivo tendría que hacer cumplir una sentencia que no tiene
autoridad de cosa juzgada? Asimismo, el órgano jurisdiccional que
afirma que su sentencia no adquiere cosa juzgada está negando su
propio poder jurisdiccional. Por ello nos preguntamos: ¿son
conscientes aquellos que optan por negarle la cosa juzgada a la
sentencia de alimentos, las terribles implicancias de este
“descubrimiento”? Nos parece que no del todo.

La segunda razón se sustenta en principios elementales de la


teoría de la sentencia y la cosa juzgada que, por desgracia, en
nuestro país poco se ha escrito al respecto. La cosa juzgada, al
irradiar su protección sobre la sentencia, impone su autoridad sobre
las circunstancias de hecho que fueron determinantes en la
producción de la sentencia. En otras palabras, la cosa juzgada recae
sobre la sentencia y ésta, a su vez, condensa la realidad que las
partes expusieron en el proceso. Si se quiere realizar una analogía, es
casi como si se tomara una foto de los hechos que motivaron la
producción de la sentencia, y que dicha imagen no puede ser
cambiada. Por consiguiente, el argumento contrario sensu no resulta
difícil de ser formulado: si las circunstancias varían, es evidente que
la cosa juzgada ni la sentencia las pueden comprender, por la sencilla
razón que suscitaron con posterioridad a las mismas. Precisamente a
través de un ejemplo en materia de alimentos se puede explicar con
precisión: Si el padre pierde el proceso porque la madre no tenía
trabajo y tenía que mantener al hijo, pero luego ésta se saca la
lotería, está clarísimo que el monto de la pensión alimentaria debe
disminuir, si no dejarse sin efecto. Entonces, ¿qué puede hacer el
padre? Nuestra respuesta es demandar la reducción de la pensión
alimentaria. Pero lo trascendente aquí es que se configurará un
proceso distinto, con diferentes circunstancias de hecho, en donde
nada tiene que ver la cosa juzgada recaída sobre la sentencia que
fijaba el monto que el demandante pretende se reduzca. En efecto, la
realidad ha cambiado. Queda en evidencia lo absurdo que resulta
inferir que, en tanto la sentencia con autoridad de cosa juzgada
consagra un monto y luego éste varía por alguna razón, se afirme que
la sentencia nunca adquirió cosa juzgada.

Cabe resaltar que los jueces que no comparten nuestra


posición, es decir aquellos que sostienen que la sentencia de
alimentos no adquiere cosa juzgada, como los jueces de primer y
segundo grado, al recibir demandas de revisión las declararon
improcedentes pues, en un “brillante” análisis lógico, no se puede
demandar la nulidad (rectius: rescisión) de una sentencia con
autoridad de cosa juzgada, ¡cuando ésta no tiene cosa juzgada!
Entonces, estos jueces, además de mutilar una cualidad esencial e
inescindible de la sentencia, negaron la posibilidad de la comisión de
un fraude procesal in limine. Así, por ejemplo, podría haber existido
un medio probatorio falso que fue determinante para el
pronunciamiento o, incluso, una connivencia entre el demandante y
los auxiliares de jusiticia o el propio juez pero, según esta posición, no
existe tutela procesal alguna por un brochazo teórico que, para
colmo, es errático. Así, esta solución quizá sea peor que la causa que
la motivó, pues ello no es otra cosa que una impune negación del
derecho fundamental a la tutela jurisdiccional efectiva o, lo que es lo
mismo, rehusar a impartir justicia.

§ 5. La sentencia casatoria en el caso concreto y la (obsoleta)


distinción entre cosa juzgada formal y material.

Corresponde aquí, finalmente realizar la crítica a la sentencia


casatoria sub–examine. Al respecto, ésta afirma que la sentencia
recaída en un proceso de alimentos sí adquiere cosa juzgada, pero la
formal (pasible de ser revisión y, por tanto, no inmutable) y no la
material (inmodificable, sin posibilidad que sea impugnada por
cualquier vía). Así, la sentencia de alimentos adquiere la cosa juzgada
formal “en razón de que pueden ser objeto de modificación en un
proceso de reducción, aumento o exoneración de alimentos”
(considerando séptimo). Acto seguido, la Sala Suprema determinó
que había un defecto de motivación y anuló la resolución de segundo
grado, así como declaró insubsistente el auto que declaró
improcedente la demanda de revisión.

Pues bien, con lo único que estamos de acuerdo es con la


decisión. Está claro que existe, más allá que una indebida motivación
–o condenable ignorancia –, una gravísima vulneración al derecho a la
tutela jurisdiccional efectiva del demandante, lo cual sólo puede ser
subsanando con la nulidad de las resoluciones que denegaron la
procedencia de la demanda. Sin embargo, consideramos que la
fundamentación de la Sala estuvo muy lejos de ser la correcta, por las
razones que pasaremos a exponer.

i) La diferenciación entre cosa juzgada formal y cosa juzgada


material es muy popular en doctrina y ha sido asimilada por casi
todos los países del civil law, entre ellos los que más han cultivado el
estudio del proceso en Latinoamérica (hablamos sobre todo de Brasil
y Argentina). Como bien dice la Sala Suprema –citando a Eduardo J.
COUTURE y Leo ROSEMBERG – mientras la cosa juzgada formal está sujeta a
la posibilidad de una revisión, la cosa juzgada material implica la
verdadera inmutabilidad y, como es obvio, ningún proceso posterior
podrá modificarla. Así, es correcto concluir que la cosa juzgada formal
es un paso previo para la formación de la cosa juzgada material, pues
tendría que suceder que esta sentencia con autoridad de cosa
juzgada (formal) no pueda ser impugnada, ni siquiera por una
demanda de revisión.

ii) Sin embargo, esta distinción, creemos, es baladí. En primer


lugar debemos tener en cuenta –a pesar que suene tautológico – que
la cosa juzgada, al ser la cualidad intrínseca de la sentencia que le da
el carácter inmutable, también tiene efectos preclusivos, pues hace
que la sentencia sea inimpugnable. Con razón se afirma que la cosa
juzgada es “la preclusión máxima”. En ese sentido, ¿a qué hace
referencia la cosa juzgada formal?: simplemente a la preclusión que
toda sentencia con autoridad de cosa juzgada posee per se. Nada
más.

En segundo lugar, si se dice que la cosa juzgada formal puede


ser modificada en un proceso posterior, ello quiere decir que es
mutable. Es decir, si sólo vale para el proceso al que puso fin pero no
tiene reconocimiento porque, in the cold light of day, no le pone fin a
la controversia, entonces no puede hablarse de una verdadera cosa
juzgada sino tan sólo de una mera preclusión. Así, si se habla de una
cosa juzgada que no le otorga verdadera protección a una sentencia –
o bien, que no es una verdadera autoridad – no cabe denominarla de
esa manera, y menos aun cuando resulta lo mismo que los efectos
preclusivos de una resolución impugnable que no fue impugnada, o
que de plano era irrecurrible.

En tercer lugar, se condena a la cosa juzgada formal a la


posibilidad de ser modificada (en realidad lo que se modifica es la
sentencia) en un proceso posterior –en tanto no procede medio
impugnatorio alguno contra ella – el cual, en nuestro sistema, sólo
puede ser uno de revisión por fraude procesal o uno de amparo.
Entonces, si transcurre el plazo para interponer cualquiera de estas
pretensiones autónomas (es decir, opera la prescripción), no queda
otro remedio que afirmar que la cosa juzgada formal devino en cosa
juzgada material, pues en este momento ya no cabe impugnación
alguna contra la sentencia. En ese sentido, sería válido inferir que
toda sentencia irrecurrible9 recibe siempre, en un primer momento, la
cosa juzgada formal y, si no es impugnada, la cosa juzgada material.
Entonces, ¿para qué sirve la cosa juzgada formal si la cosa juzgada
material es la que realmente vale? ¿No es acaso lo mismo que afirmar
que se suspende la adquisición de la autoridad de la cosa juzgada
cuando sea inimpugnable en todo sentido?

9
Con el término irrecurrible pretendemos diferenciarlo del término
inimpugnable puesto que, con el primero denotamos que no procede ningún
recurso (medio impugnatorio) contra ella, pero sí es impugnable a través de una
pretensión autónoma que podría generar un proceso de revisión. Recuérdese que
impugnar significa atacar, con que concluimos que hay una relación género a
especie entre impugnar y recurrir.
Finalmente, si aún se pretende justificar la distinción entre cosa
juzgada formal y material en supuestos como el caso de la sentencia
de alimentos en que, como indica la Sala, cabe la posibilidad de un
proceso de reducción, modificación o extinción de la pensión
alimentaria (por lo que sería una cosa juzgada mutable), se ignora un
elemental análisis lógico que nos lleva a considerar que la cosa
juzgada, al cubrir a la sentencia definitiva con su manto protector,
recae sobre las circunstancias de hecho sobre las que dicha sentencia
se pronunció. Es evidente que si esas circunstancias se modifican con
posterioridad a la sentencia, no puede pretenderse que ésta o la cosa
juzgada las contemplen.

iii) Nuestra opinión es, en consecuencia, que la distinción entre


cosa juzgada formal y material es a todas luces inservible. Además,
nos preocupa sobremanera que la Sala Suprema, si bien acertó en
anular las resoluciones viciadas, no haya precisado la importancia
política y jurídica de la autoridad de cosa juzgada, ni tampoco sobre
la gravedad que órganos jurisdiccionales a los que –en teoría – debe
ilustrarlos con sus directrices, afirmen con peligrosa soltura que una
sentencia no adquiere autoridad de cosa juzgada. En efecto, sólo le
fue suficiente un brochazo teórico y perdió una gran oportunidad para
reafirmar la importancia y el prestigio que la cosa juzgada le da a la
jurisdicción.

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