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Usted se levanta con una actitud optimista (o por lo menos trata de empezar
bien el día.) Casi inmediatamente, se le ocurre encender el televisor y escoge
el noticiero de su preferencia. Mientras desayuna algo a la “volada”, las
imágenes de accidentes de tránsito, crímenes, suicidios… invaden
violentamente sus ojos y siente como su rostro se desencaja progresivamente:
¿Cómo pueden transmitir ese tipo de noticias?, es la pregunta que esa “caja
boba” escucha sin darle una respuesta.
Si cree que este es el único problema ético del periodismo contemporáneo está
muy equivocado y, más aún, si asume que la televisión es el único medio
afectado por esta corriente amoral, que en “aras de una información veraz y
efectiva” no entiende que los oyentes, lectores, televidentes, público en
general, merecen ser tratados con respeto.
Alex Grijelmo, presidente de la Agencia EFE, nos habla del uso de las nuevas
tecnologías, como el Internet, donde las injurias pueden permanecer en sus
inmensos archivos. “La mentira reaparece con búsquedas segmentadas, no se
pierde nunca en el océano de datos del ciberespacio. Se pesca enseguida,
incluso sin querer...”
Por ejemplo, cuando los medios nos presentan el asesinato de una mujer y el
reportero relaciona al esposo como el presunto autor del crimen, por el simple
hecho de que era celoso o, porque “testigos presenciales” le contaron que días
previos, ambos discutieron en plena vía pública, asumiendo sus dotes de
“Sherlock Holmes” o de juez encargado del proceso. En este ejemplo, los
hechos ciertos pueden conducir a una conclusión falsa; o al menos, a una
conclusión no comprobada.
El problema se agrava aún más cuando el ente informativo pasa por momentos
muy malos, económicamente hablando, y sus ansias de mantenerse en el
mercado lo obligan a “venderse” al mejor postor, fomentando un irrespeto
sistemático hacia la comunidad.