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Hyden White
(Traducción de Margarita Costa)
¿Cómo se construyen los pasados históricos? Que los pasados históricos deben
ser construidos parece evidente. En verdad, los historiadores hablan de su tarea
como reconstrucción más bien que como construcción. Para los historiadores el
pasado pre-existe a cualquier representación de él, aun si sólo se puede acceder
a ese pasado a través de sus restos fragmentarios. Los historiadores hablan de su
tarea como reconstrucción, a fin de distinguir su objeto de estudio de las
construcciones de los fabulistas, novelistas y poetas, quienes, aun cuando puedan
invocar el pasado histórico, se refieran a él y hagan enunciados sobre él, tienen
licencia para ignorar la evidencia disponible acerca del pasado real y para hacer
con sus elementos lo que quiera que la imaginación y sus poderes de creatividad
poética deseen que haya acontecido.
Los historiadores trabajan con los restos (ruinas y reliquias) de formas pasadas de
vida y su fin es restaurar y exhibir lo más exactamente posible las formas
originales de vida, de las cuales estos restos, aun en estado de deterioro, son
señales y manifestaciones. Pero como cualquiera que haya estudiado la
restauración de artefactos artísticos, arquitectónicos o arqueológicos sabe, toda
reconstrucción — de una pintura, un edificio, una pared, un documento, una
herramienta o un arma — no sólo requiere una gran parte de la construcción
original, sino también un grado considerable de destrucción del original. Volver a
unir lo que Dios, el tiempo, el hombre o la naturaleza ha dañado es un asunto
técnico delicado, pero también una cuestión de ética profesional relacionada con
el difícil problema de la responsabilidad de los vivos respecto de sus
predecesores. Es por eso que los antiguos griegos y romanos creían que cualquier
actividad de construcción de puentes, en rigor cualquier construcción que fuese,
era una empresa sagrada, que debía acompañarse de sacrificios y ritos
propiciatorios a los dioses, por pretender querer unir lo que el destino y los dioses
habían separado.
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la investigación histórica (cualesquiera otros usos que puedan hacerse de sus
descubrimientos) es ciertamente reconstructivo (cualesquiera otros usos que
puedan hacerse de su reconstrucción), pero sus reconstrucciones pueden lograrse
sólo sobre la base de construcciones, tanto imaginativas o poéticas como
racionales y científicas. Entre esas construcciones está ese "presente" que debe
servir como suelo seguro desde el cual pueda proyectarse un puente hacia un
pasado incompletamente trazado, habitado por fantasmas y marcado por tumbas.
La investigación histórica, por tanto, requiere una doble construcción: de un
presente desde el cual emprender una indagación, y de un pasado que sirva como
posible objeto de investigación.
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La historia (o más bien los estudios históricos) continúa siendo la menos científica
— tanto en sus logros como en sus aspiraciones — de las ciencias humanas y
sociales. Muy a menudo hay un movimiento para hacer más científicos los
estudios históricos, ya sea proporcionándoles una base teórica, tal como el
positivismo o el materialismo dialéctico, o introduciendo en ella una metodología
procedente de una u otra de las "ciencias sociales". Pero estos esfuerzos rara vez
tienen éxito, en gran parte por la manera en que es definido el objeto principal del
estudio histórico: el suceso.
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preliminar en el procesamiento de los datos, como preparación para su tratamiento
con un método propiamente científico: una disposición de los sucesos en su orden
de acaecimiento cronológico. Tal disposición proporciona sólo una taxonomía
primitiva (la del calendario) de los eventos así ordenados, pero ninguna forma de
explicación científica de por qué ocurrieron del modo en que lo hicieron (excepto el
principio de sentido común de post hoc ergo propter hoc ). Por tanto, Lévi-Strauss
llegó a la conclusión de que una explicación meramente histórica de fenómenos
sociales o humanos, puede cuanto más proporcionar información más o menos útil
para disciplinas científicas específicas, pero no puede por sí misma proporcionar
absolutamente ninguna comprensión (excepto de sentido común) de estos
fenómenos.
Esta crítica del status científico de los estudios históricos tenía en cuenta la
creencia tradicional de los historiadores de que la historia explica eventos
narrativizándolos. Por cierto, la revolución estructuralista de la historia (de la
década del ’50 a la del ’70) buscaba reemplazar eventos por estructuras como
objeto apropiado de estudio, y denunciaba específicamente el modo narrativo de
representar los fenómenos históricos, como el signo principal del estado pre-
científico de la historia. Roland Barthes, hablando a favor de un enfoque
estructuralista del análisis histórico, insistía en que se podía reconocer,
simplemente por su forma narrativa, sin ninguna consideración de sus contenidos,
que la historia tradicional era todavía "mítica" en su modo de comprensión. Y en
una famosa inversión del que fuera una vez el dictum canónico de Croce acerca
de la relación entre la historia y la narrativa, Fernand Braudel sostenía que donde
había narrativa no podía haber historia — al menos de carácter científico.
La tarea del investigador era descubrir estas estructuras o historias en los datos —
documentos, monumentos o registros arqueológicos — y elegir y aplicar (más bien
que construir) las formas de descripción más adaptadas a su representación
verdadera (o inteligible) en un discurso escrito. Por cierto, algunos estructuralistas
creían que los narrativistas inventaban sus historias y se las imponían a los
hechos, y la mayor parte de los narrativistas creían que los estructuralistas
imponían a los datos esquemas o modelos conceptuales que despojaban a los
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eventos y procesos de su concreción ("concreción" que era definida como la
indisociabilidad de forma y sustancia). Pero se pensaba que era posible conciliar
estas diferencias por medio de procedimientos analíticos que discriminaban entre
distintos niveles de integración histórica (naturales, sociales y políticos) entre los
que podían discernirse distintas duraciones temporales (largas, medias y cortas) e
intensidad de incidencia (fría, tibia y caliente).
Desde este punto de vista, la forma del discurso del historiador (su forma como
"historia": story) era concebida como contingente y separable de sus contenidos
(información y argumento) sin ninguna pérdida conceptual o informativa relevante.
Y esto sobre la base de dos fundamentos posibles: o bien la historia contada en el
discurso era una imagen mimética de una concatenación de eventos tales que,
una vez establecidos como hechos, podía mostrarse que manifestaban
efectivamente la misma forma que la historia contada acerca de ellos; o bien la
historia contada acerca de los eventos era simplemente un instrumento o medio
de comunicación, empleado por los historiadores para transmitir información
acerca de un tema abstruso, a un auditorio lego, considerado incapaz de
comprenderlo en su forma historiográficamente procesada.
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Ahora bien, esta noción de la relación entre el contenido de los mensajes
transmitidos por el historiador a sus oyentes o interlocutores reales, posibles o
imaginarios, y las formas en que estos mensajes podían ser transmitidos, fue
socavada por los desarrollos producidos, tanto en la teoría de la historia como en
la teoría del discurso, en la década de 1980. El derrumbe de la revolución
estructuralista liderado por Braudel y el grupo de Annales, y el resurgimiento de la
historia narrativa, obligaron a reconsiderar el estatuto ontológico de la forma
narrativa. ¿Era la historia ("story") misma la forma de una clase específicamente
histórica de existencia humana? ¿Existían las "historias" no sólo en el discurso
sino también en la "realidad"?
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reconocidos como de naturaleza propiamente historiológica por "la comunidad de
historiadores profesionales". El relativismo implícito en esta investidura de
autoridad en "la" comunidad, para decidir qué era y qué no era un método
propiamente histórico, o un modo de representación, sería conjurado por el cultivo
de una historiografía "crítica" — una apertura a todas las teorías de la historia que
no representaban un enfoque frívolo o nihilista, del tipo supuestamente producido
en las ciencias humanas por "el giro lingüístico". Esta frase - "el giro lingüístico" -
se refiere a una construcción de la historia como una empresa constructivista,
basada en una concepción textualista de la relación entre el lenguaje y la realidad.
El textualismo supone que todo lo que es tomado como real es constituido por
representaciones, y no que pre-exista a todo esfuerzo de ser captado en el
pensamiento, la imaginación o la escritura.
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todo cuestión, ni siquiera de interpretación o explicación, sino de descripción y de
inscripción de la descripción en un discurso escrito que manifieste la historicidad
de los objetos descriptos.
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en intrigue) es el medio por el cual un conjunto específico de eventos, inicialmente
descriptos como secuencia, es "de-secuenciado" y puesto de manifiesto como una
estructura de equivalencias — en la cual se muestra que sucesos anteriores de la
cadena son anticipaciones, precursores o prototipos de los posteriores,
ejemplificaciones más plenamente "realizadas" de ellos. (en el relato de Tácito del
gobierno de Nerón, se muestra que los sucesos de los primeros cinco años de su
gobierno, en los que aparecía como un "buen" emperador, son "figuras" -
incompletas, parciales o anticipaciones enmascaradas — del "mal" emperador que
subsecuentemente reveló haber sido).
Hay mucho más para decir acerca del modelo de cumplimiento figurativo de la
narratividad y de las distintas formas que asume en la escritura e historiografía
clásica, cristiana y post-renacentista. Sobre todo, debemos notar su función como
modelo de toda narración histórica del pasado en un modo celebratorio o redentor.
Lo que Hillgruber y Nolte llamaron "el placer de la narración" fue propuesto en pro
de la causa redentora de una "porción" del pasado alemán, considerada digna de
ser narrada, y narrada como un drama de realización más que de degradación y
degeneración. El drama de redención como relación de promesa y cumplimiento
está ya contenido (podríamos decir "realizado") en las palabras de Jesús (en
Marcos I:15): El tiempo (kairos) esta cumplido (peplerotai) en la víspera de su
entrada a Jerusalén, cuando la alianza entre Dios y los judíos se "cumpliría" en su
Pasión.
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La historia, la antropología y el psicoanálisis son, según creo, las únicas
disciplinas de las ciencias humanas que tratan a la narrativización como un medio
legítimo de explicación, más bien que como un instrumento de vulgarización para
introducir descubrimientos a un auditorio lego. Que las narrativas tienen que ser
compuestas (o construidas) no hace falta decirlo, aun si se considera que su
construcción es una actividad de copiar la realidad que representan, más bien que
hacer corresponder un modelo pre-construido de secuencialidad con una parte del
mundo, al cual se descubre entonces que se asemeja. Pero tanto una como la otra
de estas nociones de verosimilitud, ignoran o reprimen la conciencia del hecho de
que la porción de realidad-a-ser-representada como, o en, una narración, debe a
su vez ser construida — por medio de técnicas de descripción que convierten los
hechos (contextos, personajes, sucesos, instituciones y procesos) en figuras.
Permítanme dar un ejemplo (aunque soy plenamente consciente del riesgo que
corro de estropear mi propio argumento al hacerlo — pues un "ejemplo", como
todos sabemos, es en sí mismo una figura retórica que supuestamente produce el
"efecto de concreción" a costa de desviar la atención de una debilidad en el
argumento conceptual, disimulándolo.)
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honor nacional alemán de las cenizas de una ignominia general. En otras
palabras, Hillgruber debió ser expulsado de la profesión por hacer lo que los
historiadores siempre han hecho: tratar de legitimar el pasado histórico y contar
historias acerca de él — o más bien, contando historias acerca de él.
En este debate se dio por sentado que todos sabían a qué se estaba aludiendo
con Alemania, la Unión Soviética, el Gulag, la Segunda Guerra Mundial, el
Holocausto, la Solución Final, el Frente Oriental, sin mencionar a los turcos, los
armenios , Pol Pot, Himmler, etcétera. — y en efecto así era. Estas eran o habían
sido cosas, sucesos, personas, programas, lugares, pueblos, entre otros.
El debate giraba en torno a cuestiones de evidencia sobre cómo evaluar los restos
del pasado disponibles en los registros documentales y, en consecuencia, tomaba
la forma de acusaciones de mala fe, intercesión especial o prejuicio político de
ambas partes. Y esto aun cuando, como todos creían o decían creer, los litigantes
fuesen historiadores profesionales con credenciales impecables de éxito
profesional.
Quiero decir con esto que, en razón de la naturaleza del objeto de estudio del
historiador — como un objeto situado en "el pasado" y por definición, ya no un
objeto que pueda definirse ostensivamente, es decir, un objeto al que es sólo
posible referirse o indicar por vía de sus restos — el historiador debe y puede sólo
señalarlo como una figura, una imagen verbal, un simulacro de una cosa que
podría ser vista, una cosa virtual, que admite por tanto diferentes nociones de lo
que podría haber sido, o en lo que podría haber consistido en su estado real
anterior.
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Y esto pone un límite tanto a la posibilidad de reducir interpretaciones rivales de la
cosa a la mejor o más plausible interpretación, como también a la posibilidad de
reducir nociones rivales de "cuáles son los hechos", a la mejor o más exacta
representación de los hechos. Porque los hechos son figuraciones que se postulan
como predicaciones, imágenes postuladas o representadas como manifestaciones
de los contenidos conceptuales de declaraciones sometidas a una lógica de la
identidad y la no-contradicción.
Creo que Walter Benjamin percibió esto cuando escribió que "la Historia no se
fragmenta en historias; se fragmenta en imágenes." — en respuesta a la crítica de
Adorno a su obra, como una mèlange de "misticismo y positivismo", porque
carecía de una "teoría". Benjamin, como sabemos, trató de teorizar lo que llamó la
"imagen dialéctica", que captaba la naturaleza contradictoria de todo suceso
específico "históricamente significativo" del pasado. Para él, las imágenes que
podemos encontrar "atrapadas" en los registros como una mosca en el ámbar, no
son aquellas que exhiben la figura de una realidad social inequívoca e
internamente consistente, sino aquellas que apresan, como en una inmóvil
fotografía, un momento de tensión y cambio, una intermitencia entre dos
momentos de presencia putativa. No estoy seguro de esto, pero creo que en sus
intentos de teorizar la "imagen dialéctica", Benjamin delató una intuición
expresada en la observación que señalé más arriba: "La historia no se fragmenta
en historias (stories); se fragmenta en imágenes". La verdad es — y hablo sólo
figurativa más que literalmente — que todas las imágenes del pasado son
"dialécticas", llenas de las aporías y paradojas de la representación. Y que sólo
pueden ser "realizadas" por narrativización: como historias (stories).
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