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LA PROFESORA DE
LENGUA
Me llamo Frederic Charles, soy traficante y, desde aquel lejano día, asesino. El 21
de Abril de hace, en realidad, no mucho tiempo; cometí algo de lo que nunca me
arrepentiré, y que tampoco, podré olvidar.
Corrían unos tiempos bastante buenos para mí; me iban bien mis trapicheos, tenía
un buen trabajo…; vamos que no me faltaba dinero. Por aquel entonces, trabajaba
en una mansión (o por lo menos para mí lo era), sirviendo en todos los problemas y
gustos que tuviera la señora Gustava Rancia, de unos cuarenta años. Más conocida
como ‘la señora de Gordillo’, por su matrimonio con el ocupadísimo señor Gordillo
Delgado presidente de una sede en Nueva York; o como ‘la profesora Rancia’, ya
que se dedicaba a la enseñanza dando clases de lengua en el instituto privado más
reconocido de toda Salamanca. En resumidas cuentas, era profesora de lengua en el
instituto más pijo y adinerado de la ciudad.
A tan sólo cuatro días del imborrable acto, me encontraba en el trapicheo que más
me ha marcado y más importante de mi vida. Me encontraba con Clotildo Holgado,
apodado ‘el Droguis’, intentando pactar un buen intercambio por una importante
suma de dinero. Yo pedía cien mil euros mínimo. La petición era descabellada,
pero si salía bien me forraba. ‘El Droguis’, no lo tenía claro y decidimos continuar
el trapicheo tres días más tarde.
En ‘la mansión’ todo funcionaba con normalidad, salvo que Doña Gustava, como la
llamaba yo, comenzaba a salir más y a volver más tarde, algo poco habitual en ella.
Entonces decidí espiarla, ya que había quedado con ‘el Droguis’ tres días más tarde
y no tenía otra cosa en la que pensar.
En una escapada descubrí algo impactante: Doña Gustava salía más de casa y más
tarde porque tenía un amante. Al principio, no le vi bien la cara; pero cuando se la
pude ver con claridad, descubrí que era Clotildo Holgado, ‘el Droguis’.
Rápidamente deduje que Doña Gustava, no sabía que ‘el Droguis’, trapicheaba, y
que ‘el Droguis’, no sabía que yo trabajaba pata Doña Gustava, puesto que
habíamos quedado que el trapicheo se haría en la casa en la que yo trabajaba. Así
pues, ideé un malévolo plan, ya que Doña Gustava nos descubriría y denunciará a
la policía, y lo llevé a cabo.
Doña Gustava se encontraba en el jardín arreglando los geranios cuando yo, sin
dudarlo dos veces, me acerqué por su espalda con mi cuchillo jamonero. Se lo
clavé, y en unos segundos, la asesiné. Sin quedarme contento, la descuarticé,
pensando en que podría haberme delatado a la policía si se hubiera enterado de los
trapicheos; por todas las cosas que había hecho por ella y seguro que me hubiera
delatado. Primera fase completada. Al día siguiente, vino ‘el Droguis’ a casa. Me
dio todo el dinero, tras negociar, y yo a él la mercancía. Le notaba preocupado, así
que le dije que se fuera, que el dueño de la casa llegaría pronto. Él obedeció.
Segunda fase completada. Ya sólo quedaba la última fase, la de huir al Caribe.
Esta última fase también se completó, y ahora mismo estoy en Hawai. No sé si la
policía me busca o si ‘el Droguis’ se enteraría de lo que hice. Lo único que sé es
que soy rico, libre y sigo trapicheando; y que nunca olvidaré este suceso.
Cuando llegué y entré al restaurante, lo vi. Era el director del instituto donde
trabajaba Virginia, Carnudo García. Carnudo tenía forma de mujeriego, pero no me
lo podía creer. Sentí tal rabia que parecía arder por dentro, así que decidí vengarme
creando un plan para matar a mi novia.
Me pasé días creando un plan perfecto y cuando estuvo listo, lo llevé a cabo. Fui al
instituto para ver a mi novia que se había quedado a revisar unos exámenes y me la
llevé al cobertizo diciéndole que tenía una gran sorpresa.
Poco después cogí una cuchara y comencé a sacarle el corazón y el hígado. En ese
justo momento ella murió desangrada. Yo seguí con mi plan. Le saqué los dos
órganos y los guardé para llevármelos a casa, dejando a Virginia muerta con la cinta
de video en un sobre.
Me acusaron de asesinato y ahora estoy en una celada preparado para pasar el resto
de mis días pudriéndome entre barrotes, pero aún así, soy la persona más feliz del
mundo.
Ainara Domínguez, 2ºC
Me llamo Margarita Castro y vivo en Buenos Aires con mis hijos. He dejado mi
casa, mi trabajo, mi familia y mis hijos en España. Tuve que huir de allí porque
cometí un asesinato: maté a Pascuala, la profesora de lengua, de mis hijos y mujer
de mi ex marido Homero.
Estuve casada con Homero durante 10 años que fueron los peores de mi vida:
palizas, insultos, y me fue infiel con Pascuala. Llegó un día que ya me cansé de
todo y me separé de él. Vivíamos felices mis hijos y yo, hasta que un día me llamó
Pascuala y, me dijo, que me harían la vida imposible hasta que no les diese a mis
hijos. No podía soportar la idea de separarme de ellos, ya que eran lo que más
quería en el mundo. Entonces planeé el asesinato.
Me llegó una carta del colegio para una reunión de padres, pensé que después de la
reunión seriía un buen momento para llevar a cabo el asesinato.
Me siento arrepentido, quizás tendría que habérmelo pensado dos veces antes de
actuar. Soy Alfredo Mendía y estoy en un centro de menores, acusado de la muerte
de mi profesora de lengua.
Todo comenzó un día normal y corriente. Yo volvía del instituto a casa muy
contento, era viernes. Después de comer, mi madre me comentó que iba a ir a
visitar a la tía Petra, y me preguntó si quería acompañarla. Yo pensé, “un viernes
por la tarde, ¿ir a visitar a una tía que ni conozco y que vive a 30km de mi pueblo, o
quedarme en casa viendo la tele y jugando al ordenador?”. Mi respuesta fue
evidente. Mi madre marchó sola con el coche.
Pasada una hora, sonó el teléfono. Yo, con cierta pereza, lo cogí. Era la policía
preguntando por la familia de Desire Montero. Yo le respondí que era su hijo. La
policía continuó hablando. Me dijo que mi madre había sufrido un accidente
mientras conducía; se había chocado frontalmente con otro coche y se temía por su
vida. En ese instante, se me hizo añicos el corazón. No podía creer lo que acababa
de oír. Finalmente, se confirmó la peor noticia: mi madre había fallecido. Empecé a
llorar y, juré por Dios, que la persona que hizo eso a mi madre, sufriría las
consecuencias. Mi venganza había comenzado.
Al día siguiente, me informé que la persona que conducía el otro coche era Gloria
Pujadas, sorprendentemente, mi profesora de lengua. Se me pasaron un millón de
cosas por la cabeza, pero tenía que llevar a cabo mi venganza.
Para que nadie me viera, corrí hacia el monte que se encontraba a pocos metros
detrás del instituto. Paré en uno de los muchos árboles, donde yo había dejado un
ataúd de madera. Metí a Gloria dormida en el ataúd junto a un martillo con una
nota que decía:”Yo te he enterrado, pero, cuando despiertes, te matarás tú con el
martillo para no sufrir quedándote sin aire”. Después, salí corriendo de allí, sin ser
consciente de la barbaridad que acababa de cometer.
Hace dos días, me enteré de que ella me estaba poniendo los cuernos con el
director del instituto, Carnudo García. Me puse tan nervioso y me enfadé tanto que
comencé a idear un plan. Mi plan era matarla.
Yo, tengo la enfermedad conocida como ``Enfermedad del rey Jorge´´, que trata de
que yo tengo que beber sangre humana para no morir. Me pareció perfecto, ella
moriría por engañarme, y yo, satisfaría mis necesidades.
Primero, fui a su instituto e hice lo posible para que solo se quedara ella. Esperé a
que saliera y le di con un extintor en la cabeza para dejarla inconsciente. Después,
abrí su cuerpo con un bisturí para sacarle el hígado y el corazón porque son los
órganos que más sangre tienen. Me los llevé a casa y me los bebí en forma de
batido.
MARTROCIO JIMENEZ
Han pasado ya 11 años desde que asesiné a la profesora de lengua y todavía me sigo
arrepintiendo de lo que hice. Os voy a contar la historia que me cambió la vida:
Cuando nos dijeron los resultados de las pruebas me fijé que la última plaza la
había conseguido la chica que tenía yo al lado. Me enteré que se llamaba
Macarena, entonces me entró una rabia y fui a hablar con la directora, diciéndole
que la última plaza la había ocupado una chica que había hecho trampas pero no
me creyó. Entonces yo dije que me vengaría.
Pasaron dos años hasta que la profesora empezó a trabajar en un centro, entonces
yo pensé en matarla porque así me daría a mí su plaza, porque ahora yo estaba en la
ruina. Buscando por Internet cosas de ese centro, me dí cuenta que necesitaba un
nuevo hombre de la limpieza, entonces se me encendió una bombilla y tenia un
plan perfecto.
A los dos días fui a la entrevista de trabajo. Me inventé todos mis datos, dije que me
llamaba Rodolfo, llevaba un bigote postizo, unas gafas de culo vaso, una barriga y
una boina a cuadros marrones y negros. Me cogieron porque dije que antes había
trabajado limpiando en varias casas.
Al cabo de dos meses pensé que ya era hora de matarla. El 21 de noviembre que era
viernes empezó mi plan:
Primero llamé a la puerto diciendo que iba a limpiar el seminario, la profesora me
dejó entrar, segundo cogí el producto de limpiar los cristales, cuando estuvo
desprevenida se lo eché el los ojos, tercero con los pelos de la fregona hice una
cuerda y se la puse en por el cuello hasta dejarla sin respiración y por último le
pegué unos golpes con el palo de la escoba. En el cuarto de la limpieza la corté a
trozos y los metí en una bolsa de basura pero yo no me di cuenta que la profesora
tenía un tatuaje muy característico. Mi madre siempre me había dicho que era muy
olvidadizo pero yo no me lo creía. Miré en mi casa los trozos y faltaba el de el
tatuaje, deduje que se me había olvidado.
El lunes fui al centro y vi que había unos 15 policías rodeando el centro, entonces
pensé, yo ahí no entro que seguro que van a deducir que soy yo. Cogí el coche y me
marché.
El lunes, me contrataron como profesor de plástica. La invité a tomar una café para
que me explicara cómo funcionaban las cosas en el instituto. Era preciosa. Tenía
pelo negro, unos ojos marrones increíbles, una pequeña boca con una sonrisa
espectacular… Esa tarde nos lo pasamos genial. Ella vivía cerca y me invitó a subir
a su piso. Me enseñó su preciosa casa. Cuando llegué a casa me pregunté: Marcos,
¿te estás enamorando?
Aquella noche me llamó mi secuestrador. Me dijo que iba siendo hora de matarla.
Le pedí que no lo hiciera, que Eva era una persona maravillosa, y me amenazó
nuevamente con matar a mi familia. Acepté resentido, y me dijo que la llevara de fin
de semana a una pequeña cabaña en medio del bosque. Tuve que aceptar, de lo
contrario cumpliría su amenaza.
Estoy escondido en una antigua fábrica de cerveza. Llevo aquí dos semanas y no sé
nada del exterior. No se si la policía ha cogido a mi secuestrador o si han
encontrado a Eva.
Son mis últimos días de trabajo. Tengo 64 años. Me llamo Federico y soy el
jardinero del instituto de Montevidal. Soy tuerto ya que sufrí un accidente en el
pasado. Soy rubio, tirando a canoso, y como ya he dicho, tengo 64 años. Mi familia
ya murió y no he tenido hijos.
Mientras regaba las plantas y cortaba ramas, me asome a la ventana de una, de las
clases. Ahí estaba una profesora joven, de unos 26 años moreno, guapa y con cara
de simpática. Estaba corrigiendo unos exámenes. Después retiré la vista de ella
para continuar con mi labor.
Había pasado media hora cuando me volví a asomar. En ese momento, un hombre
alto, tiro de una patada la puerta de clase. Sacó un fusil y disparó a la profesora.
Debía tener silenciador ya que no se escucho nada. El asesino tenía pintas de
gitano, iba tapado con un traje completamente negro. La cara también la tenía
tapada. Se vio el asesino y me vio esconderme detrás de los arbustos. El hombre
pasó de mi y salió de la clase como si nada. Llamo a un tal Gustavo Le dijo: “lo voy
a recoger a las 12”. Entendí que era un sicario e iba a recoger el dinero. Cuando
salió de la clase a la calle, me vio. Se acerco hacia mí con una daga en la mano. Me
la lanzó. Pero de repente, el profesor de plástica se tiró sobre mí y me salvó la vida.
Él también se la salvó.
Recuerdo que hubo unos años que un tal Gustavo, iba a ese instituto. Sacaba muy
buenas notas hasta que la profesora asesinada le suspendió la evaluación. Y con
esto el poder ir a la universidad. Se le murieron los padres. Desde entonces, se
quedo marginado de la sociedad. Era un tanto raro. Llame a la policía para ir a por
él y, ahí estaba. Al final, gracias al profesor de plástica, a la policía y a mí, pudimos
detener a este joven de 20 años.
Un día de escuela Bea, la profesora de lengua del instituto de San Jorge, estaba
dando clase a sus alumnos, muy traviesos, pero se portaban muy bien con ella,
menos uno de ellos, llamado Martín, que era italiano. Bea estaba casada con el
alcalde de Pamplona y tenían una hija llamada Isabel. Sin embargo, Bea tenía un
trabajo secreto; era espía. Esa misma tarde, el alcalde se entero de que había, en su
ciudad, una de las mafias más peligrosas. Su jefe, llamado Toni el Gordo, le dieron
libertad de la cárcel, el mes pasado, por matar a un boxeador. Se llamaba Frederick
Tatum. El alcalde se preguntaba: “¿Qué hacen en mi ciudad y que estará haciendo
ahora?”
El alcalde no dio la alarma, porque si no, todas las personas estarían en sus casas
encerradas y otras mafias del mundo, vendrían a ayudarles. La siguiente mañana,
cuando desayunaban en familia, llevó a su mujer a la habitación y le dijo en bajo:
“¿Qué Toni…?”
Su mujer se quedo sorprendida, porque era un viejo amigo del instituto.
Bea pasó las noches buscándole, pero no le encontraba. Un día, fue con su familia
al Centro Comercial Biswell, en el que se cruzó con él, y le puso un chip para saber
su posición, pero ella no le dijo nada a su marido. Una noche, se marcho con el
traje de espía puesto para averiguar que hacia en Pamplona. Encontró el lugar pero
estaba repleto de mafiosos, perros y cámaras. Entonces, subió a un tejado y no le
vieron y continuó bajando por una de las chimeneas, donde estaba Toni y
empezaron a hablar:
Toni: Te estaba esperando. Sabía que ibas a venir, vieja amiga. ¿Vienes por que
vamos a robar una reliquia de Pamplona?
Bea: Eso ya lo veremos. ¿Cómo sabias que iba a venir?
Toni: ¿Aun no te has enterado que Martín es mi hijo y te ha seguido hasta aquí?
Empezaron a pelear hasta que llegaron a la azotea, y los dos sabían que alguno
debería morir. Pero Bea no se dio cuenta de que Toni tenía un as en la manga;
tenía una pistola en su chaqueta. La sacó y le disparo al corazón.
Su marido y su hija pasaron días buscándola hasta que, un día, los mafiosos le
entregaron el cadáver a su oficina del ayuntamiento sin que se enterase el marido.
Un día, su hija Isabel, descubrió la guarida secreta de su madre y no tardo mucho
en deducir que era el segundo trabajo de ella e Isabel, seguidamente, vio el
dispositivo que marcaba donde se encontraba Toni. Sin pensárselo dos veces, cogió
uno de los rifles y se dirigió hasta él y desde un árbol, le disparó 5 ó 6 veces en el
pecho, hasta que acabó con él.
Me llamo Andrés apodado ‘’El cables’’, tengo 22 años y pertenezco a una banda;
somos 20 nuestro escudo son dos bates cruzados y nuestro lema es: ’’No
consentimos, la humillación y golpeamos a todos los que nos molestan sin
excepción’’. Nos juntamos sobre todo los fines de semana.
Ella tenía la costumbre de corregir los exámenes el mismo día que los habían
hecho, entonces yo ya sabía que se quedaría hasta las 7:30 más o menos, en el
instituto.
El día 2 de febrero, martes, tuvieron examen los de 3º. Así que esa misma tarde me
dispuse a ir al instituto; estaba lloviendo así que eso me permitía entrar sin que
nadie me viera. Al llegar al instituto vi la luz encendida del departamento de lengua
que estaba en el 2º piso. Me fui a la sala de limpieza para camuflarme e infiltrarme
más fácilmente. Mucha gente de limpieza solía faltar algunos días, así que no
levante ninguna sospecha, me dispuse a vestirme del chico de la limpieza. Cogí un
carro de la limpieza y volví al 2º piso. Me planté delante de la puerta del
departamento y pegué dos veces en la puerta. La profesora preguntó: “¿Quién es?”,
y yo le respondí: “la limpieza”, volvió a decir: “Ah, pasa pasa”. Entré y ella siguió
corrigiendo los exámenes. Cogí un plumero y me puse detrás de ella, disimulando
que iba a limpiar la estantería; cuando ya estaba detrás de ella cogí mi cable, le tapé
la boca y la ahogué.
Nadie oyó nada así que cogí el carro hice el recorrido al revés y me fui con mi
trabajo hecho.
Suena el timbre, Luis está esperando en la sala de visitas, es un chapas, está muy
pesado con migo, se nota que le momo. Me dice que estoy muy guapa, que qué
bien me sienta la ropa, y así todo el rato.
Me desperté, estaba todo oscuro, no sabía donde estaba. Era un sitio muy pequeño,
empecé a dar patadas y se abrió el techo, estaba en el maletero de un coche, me
dolía todo el cuerpo, cuando salí me encontré a Luis ahorcado en un árbol, de
repente me acordé de todo lo que pasó.
Todo comenzó el martes 13 de febrero. Los alumnos íbamos a clase como cualquier
día normal. Al entrar en clase de 2ºB nos encontramos a la profesora de Lengua
sentada en su mesa. Parecía dormida. Aún con el alboroto de la clase ella no se
movía. Y fuimos a ver que le pasaba. Al moverla nos dimos cuenta que de que
estaba muerta: La habían estrangulado.
Para ayudar a la policía me puse a recordar como fueron los últimos días de la
profesora. Recordé la discusión que tuvieron ella y la directora a causa de que esta
no le dejaba mandar a los alumnos leer un libro ya que su contenido no era acto
para menores. Los gritos se oían por todo el pasillo: -¡Antes muerta que ver a los
niños leyendo este libro! –dijo la directora.
Por otra parte recordé la amenaza de un alumno con el que se llevaba muy mal: -
¡Como me pongas un parte te mato! – dijo el alumno.
Al rato nos dimos cuenta de que tenía algo entre los dedos: Era una cadena dorada
en las que se veían las siglas L.C.F.R. y a su lado una cruz roja. Tenía que ser el
conserje ya que las iniciales coincidían con su nombre (Luis Carlos Fernández
Rodríguez). Así que fui a preguntarle. Lo encontré muy nervioso y decidí
interrogarle. Directamente le pregunte por qué había matado a la profesora y él me
respondió que no había sido. Que horas antes había visto a Juan, el profesor de
religión, saliendo de la escuela. Era el ultimo y decidí espiarle hasta que llego a
una pequeña capilla escondida muy lejos del instituto. ¡Esa capilla estaba
encomendada al Diablo! Todo encajaba las siglas L.C.F.R. no eran Luis Carlos
Fernández Rodríguez sino Lucifer.
Me dirigí al profesor de religión Juan y le dije que sabía todo, que había matado a la
profesora y lo afirmo con una carcajada. Al preguntarle por qué, el me respondió
que por Lucifer, el Diablo que sería el nuevo heredero de la tierra y a los pocos
segundos saltó por la ventana diciendo: -¡Ya voy amo! –Se había suicidado.
Era una tarde calurosa de junio. Yo, Godofredo Fernández, más conocido como el
conserje, cometí una locura de la que nunca me arrepentiré: había matado a la
profesora de lengua, por rabia o por venganza.
Con el dinero que le robé, me fui a vivir al caribe y nadie supo nada más de mí. Un
día, navegando por la red, vi una noticia sobre la muerte de Emilia. No la habían
encontrado hasta el 10 de septiembre y con el calor, el cadáver se había podrido.
Ahora todavía me busca la policía y no creo que me encuentren.