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(55)APENAS UNA RÁFAGA

Cuando en la aislada oscuridad de la choza de mi selva recorro los textos que


guardo en la memoria, se alumbran los recuerdos que mil veces despertaron mis anhelos
sexuales.
San Agustín, en el invierno de su existencia, se culpaba por haber cedido a la
atracción que emanaba del bello cuerpo de un compañero de juventud. Sin embargo, no
sentía culpa por haber abandonado a su mujer en la mitad de la vida, cambiándola por
varones con los que convivió hasta el final.
Antonio el Eremita se abismó en el desierto buscando purificarse. Y como sin
tentación no hay virtud, a falta de aparatos televisivos u otros estímulos impensables por
aquellos tiempos, las seducciones se filtraban entre los remolinos de arena ofreciéndole
espejismos de coitos aberrantes, vaginas vomitando lagartos, anos atravesados por
renacuajos, senos brotando lentamente de cuerpos aduraznados, muslos dorados, guiños
de lentejuelas entre los (56) que el santo varón besaba vaporosas bocas como quien
saborea cerezas maduras.
El romano Tiberio entregaba su sexo a las mucosas tibias y desdentadas de los
lactantes. En la cueva azul caprina los senos chorreantes de las nodrizas seducían desde
lejos a infantes hambrientos colocados entre las piernas del señor. Los bebitos, al no
poder alcanzar el jugo de las robustas matronas, se prendían golosos al glande real. Las
viscosidades surgían desde las profundidades del vientre néctar. El emperador gozaba
tiernamente lameteado por sus pececitos.
El tebano Edipo coincidió con la voluptuosidad de su madre. La tragedia
reciclada por el psicoanálisis habla de crímenes, acertijos y suicidios, nada dice, en
cambio, sobre la indudable connivencia entre madre e hijo. Y, a pesar de que el mito
sembró pistas acerca de los sobreentendidos de la pareja, no sabemos por qué ni a Freud
le interesó investigarlos.
Las bíblicas hijas de Lot emborracharon a su cándido padre y lo manosearon,
refregaron y chuparon hasta provocarle dos erecciones sucesivas, mediante las cuales
lograron sendas fecundaciones incestuosas. De más está decir que el papá no se dio
cuenta de nada.
Otra joven bíblica, en este caso esclava, cuyos ojos no envidiaban la transparencia
de la miel del Líbano, fue violada y embarazada por su propietario en una cama
preparada por la mujer de éste, la honorable Sara.
En el Nuevo Testamento, una esposa adolescente dio a luz sin haber cohabitado
con su esposo y, en lugar de (57) sufrir repudios -como lo exigirían los códigos morales-,
logró muy alta estima no sólo de su consciente marido sino también de legiones de
admiradores.
Mis oraciones concluyen cuando comienzan las fantasías surgidas de tantos
textos sagrados y profanos que, como goteras empedernidas, repiquetean en mi cabeza.
Rezar antes del solitario regodeo me otorga una especie de licencia para gozar. Me arrojo
en mi camastro y escucho los cuchicheos del pasado mientras mis manos tanteándome
en presente me brindan una especie de felicidad, apenas una ráfaga. Eso me basta para
entrar sosegado en el sueño. Pasarán unas horas, al alba bajaré al río en busca de agua
fresca. Luego subiré el escabroso sendero donde trinan las aves como si acompañaran
mis himnos sagrados. ¿Aparecerán las mariposas amarillas?*

(Esther Díaz, El himen como obstáculo epistemológico, 2005. Editorial


Biblos, Argentina)

*En color rojo se indican los números de página que corresponden a la edición impresa.

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