José Mariano Azuela -así se llamaba, porque su padre era José Evaristo-
nació en un Año Nuevo, el miércoles 1 de enero de 1873. Nació en Lagos de
Moreno, Jalisco, 195 kilómetros al noroeste de Guadalajara. De niño, allí en Lagos, aprendió a leer, escribir y contar en la escuela de la profesora Concepción Toral y tal vez, eso no es seguro, completo la secundaria en el Liceo de Varones Miguel Leandro Guerra. Lo Que más le gustaba en ese tiempo eran la vagancia y las vacaciones. Eran cerca de tres meses de asueto, y se los pasaba casi enteros en un ranchito que su padre tenía cerca de Lagos. En esos días la familia –fue el mayor de ocho hermanos invitaba a los primos, los tíos, los amigos, otros chamacos, y se iban todos, en burros y caballos, carros tirados por mulas, cargando cuanto te imagines. Al Chamaco le fascinaba la vida campestre. Los olores, los sabores, los colores del campo; las canciones y las risas de las muchachas; montar a caballo y lazar reses; escuchar los cuentos de su abuelo materno, que era un gran cuentero, y las historias de aparecidos que narraban los peones… Estar en el rancho era la felicidad. Desde niño, en la casa y en la escuela, en Lagos y en el rancho, José Mariano descubrió que la lectura de novelas era otra forma de la felicidad. En la tienda, mientras su padre dormía la siesta, sentado en un equipal de vaqueta, él se subía al tapanco, sacaba los libros que tenía allí escondidos – algunos eran mal vistos; su padre no le habría permitido leerlos- y pasaba largo tiempo sufriendo y gozando con cuanto les pasaba a los personajes. Ese mismo año, 1891, cuando tenía dieciocho Azuela sufrió la muerte de su padre. Siempre que se refirió a don José Evaristo lo hizo con respeto y cariño, pero los desacuerdos que provocaron las diferencias entre sus caracteres explican que a partir de entonces el muchacho suprimiera el José de su nombre y pasa a ser simplemente Mariano. Por suerte no quedo desamparado. Como albacea de don José Evaristo, don José María Azuela, el menor de los diecisiete hermanos –el padre de mariano era el número once-, se ocupó de que no les faltara nada a la cuñada ni a los sobrinos, y apoyo a Mariano – su ahijado- para que siguiera estudiando. Así que el muchacho se quedó en Guadalajara para hacerse médico. Quien sabe porque, pero siempre había querido estudiar medicina. No fue fácil pasar de la vida en Lagos, una población pequeña y apacible, al ajetreo de la gran ciudad, donde los edificios no dejaban ver las estrellas. Pero Mariano tenía carácter, y en Guadalajara no todo era amenazante. Le llevo un tiempo, pero termino por descubrir las ventajas y los encantos de la ciudad; termino enamorándose de ella. Azuela era un joven, vital, curioso, interesado en lo que les sucedía a los demás. Durante toda su vida, siguió escribiendo de lo que pasaba en su entorno, Cuando regreso a Lagos como médico, sus novelas –como Los fracasados o Mala yerba- dieron cuenta de la situación en los últimos días del Porfiriato. Cuando llego a su tierra el movimiento contra Díaz iniciado por Madero escribió Andrés Pérez maderista – donde ya muestra lo fácil que es traicionar los más altos ideales-. Cuando fue medico de las tropas del general villista Julián Medina, escribió novelas sobre la Revolución –como Los de abajo, Los Caciques, Las Moscas-. A partir de 1916, cuando se instaló en la ciudad de México, retrato los difíciles días de la reconstrucción del país, y su desencanto ante la forma en que el poder y la riqueza volvían a concentrarse en manos de muy pocos. El Empeño de Mariano Azuela para seguir escribiendo durante tantos años aunque nadie le hiciera caso, es ejemplar.