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Guy Trobas
La semana pasada, un analizante, después de unas sesiones que le habían inducido a examinar la parte
de goce que tomaba tanto en sus pesadillas como en ciertas escenas insoportables de películas, un analizante
digo, se sintió de repente "furioso contra él mismo". ¿Qué hacía aquí, aparte de gastar tiempo y dinero? ¿Qué
le impedía levantarse, tomar su chaqueta y largarse sin decir adiós? ¿Por qué se quedaba aquí como un tonto
y hasta cuándo esto se prolongaría? Lo peor, añadió, es que "esto no depende más que de mí ya que usted no
puede parar el análisis". Intervine diciendo ¿¡Ah!? Claro que esto trastornó al analizante y acarreó las
siguientes asociaciones a modo de argumentos agresivos: Ud. no puede parar el análisis, 1º por deontología
médica (odia a los médicos), 2º a causa de la ética del socorro a personas en peligro (de la cual ya se burló) y
3º a causa del contrato entre el analista y su paciente (generalmente desconfía de lo leguleyo). Conocemos el
efecto de esas sucesiones de argumentos: producen lo contrario de lo que se busca, incluso para el locutor. De
hecho, se da cuenta de la inconsistencia de sus argumentos, particularmente para el último, puesto que
nunca, dice, hemos hablado de contrato; por lo tanto le parece que en la universidad o en otra parte, ‐73‐ oyó
esta palabra en relación a la entrada en análisis. Y, en esto, le vuelven a la memoria las circunstancias de su
propia entrada en análisis y especialmente su asombro, su sorpresa al terminar la primera entrevista. Llegó
con esa pasividad, esa motivación desengañada que resume ahora muy bien diciendo "¿por qué no un
análisis?" y "él u otro es igual".
Esperaba también que arreglemos los detalles de lo que hoy llama un contrato, es decir: el precio, el
ritmo, las fechas de vacaciones, así como unos consejos en cuanto a las reglas del trabajo. "Cuando Ud. me
ha dicho, concluyendo la entrevista, "estoy dispuesto a escucharle" no entendía muy bien lo que me ocurrió,
pero lo que puedo decir ahora es que jamás me hubiera implicado sin aquellas palabras". Me acuerdo en
efecto que, cuando volvió a verme, habló mucho de esa impresión tan penosa de no ser escuchado nunca,
sobre todo por su mujer. Añado que la reciente sesión se terminó con esta última frase: "pienso que Ud. no
puede parar el análisis porque, en el fondo, me digo que Ud. no puede dejarme caer, rechazarme aun
cuando Ud. esté harto de oírme".
Las palabras de este analizante me ayudan, pues, a poner en relieve algunas observaciones sobre la
entrada en análisis.
La primera partirá de esta noción de contrato, la cual efectivamente se estila en un extenso sector de
la colonia francesa de la I.P.A. Forma parte de un conjunto en el cual el concepto dualista y patógeno de la
transferencia necesita la búsqueda de referencias objetivas; quiero decir de elementos E.T. ‐
extratransferencias‐ que pudieran constituir garantías de realidad y posibilidades de arbitraje entre el
analista y el analizante. Según este enfoque el contrato analítico constituye precisamente, para el analista,
una tentativa de establecer una ley que ordene el encuadre analítico al margen de la elaboración subjetiva.
Esta ley, o conjunto de reglas con las cuales mi analizante contaba, viene a cerrar el proceso de las
entrevistas preliminares cuya lógica es la siguiente: evaluar lo que clásicamente se llama las cualidades de
juicio, de sentido de realidad, es decir la mayor o menor gran autonomía de esa famosa "parte sana del yo",
aliada al analista. Desde ese punto de vista el contrato, como acuerdo, simboliza la "alianza terapéutica" y
marca la entrada en análisis así planteada como una decisión mutua. No es todo. El contrato forma parte del
encuadre psicoanalítico y representa a este nivel la estabilidad y la neutralización ‐74‐ necesarias para un
desarrollo de la transferencia en la cual el analista no tiene nada que ver; desde luego eso aseguraría cierta
objetividad en la interpretación. Es evidente que tal neutralización es homogénea con la concepción según la
cual la transferencia estaría ligada al "setting" analítico y a la regla fundamental como enunciado.
Con Lacan, no podemos suscribir estos puntos que reducen la entrada en análisis a un momento trivial
que prefigura una salida del análisis organizada de la misma manera, o sea: ampliación del consenso puesto en
obra en el contrato inicial, por medio de la identificación con el analista.
No podemos suscribir reglas que no buscan sino encuadrar estrictamente la indeterminación del
sujeto; esta indeterminación tiene que ser, por el contrario, la norma misma del comienzo de cada cura, para
permitir así al sujeto encaminarse hacia el descubrimiento de lo que realmente lo determina.
Sin esta indeterminación inicial, que obliga al analista a una abstinencia en cuanto al saber textual del
sujeto, no es posible comprender el olvido que preconiza Freud ante cada nuevo caso.
Para pensar una objetividad de la .,experiencia analítica no hay más que volver a su instancia
fundamental: en primer lugar a la materialidad de la cadena significante y al objeto en cuestión (en causa) en
las formaciones del inconsciente tal como Freud las ha enumerado.
Precisamente, es por las formaciones del inconsciente que lógicamente debemos intentar circunscribir
la entrada en análisis. Así no consideramos más dicha entrada como el borde exterior del análisis sino como
parte integrante del mismo. Esta es la posición de Lacan y el sentido que hay que dar al rescate de la metáfora
freudiana del ajedrez. La apertura, tanto en un caso como en el otro, es determinante para la sucesión de los
acontecimientos, e inclusive para sus conclusiones.
Para el análisis se trata de la apertura del inconsciente, es decir, de una modificación en la posición
subjetiva. "No entendí muy bien lo que me ocurrió", decía mi analizante, o aun "jamás me hubiera implicado
sin ...". La apertura del inconsciente tiene sus efectos, aquí cierta vacilación, pero tiene sobre todo su mensaje
significante; así este analizante trajo, en su segunda o tercera entrevista, varias cadenas de asociaciones en
relación con el significante "escuchar"; y ‐75‐ presentó además una gran precipitación en su locución, come‐
tiendo lapsus; tenía miedo de ser interrumpido (como si esa fuera la única sesión de su vida).
Esta modificación subjetiva tiene un estatuto preciso en la estructura: el de una escansión en la
cura, entonces es un momento inaugural que, identificado o no como tal, resulta crucial. Lacan lo ha
formalizado en los términos de la lógica del significante, ya que se trata de la apertura del inconsciente
estructurado como un lenguaje. Esta formalización es la del algoritmo de la transferencia, sin duda la
habrán reconocido un poco antes en mi ponencia, en aquello que destaqué en su calidad de significante
cualquiera y digamos en los efectos que se relacionan con el significante de la transferencia.
No comentaré en su detalle este algoritmo. Subrayaré sólo dos puntos: por una parte, y por
razón de estructura, su doble suposición: ‐ primera la del sujeto, como corolario a la división significante
y su esencia transferencial,
el sujeto que está aquí supuestamente bajo el modo del significado; ‐‐ segunda suposición, la del
saber del Otro. La articulación de esta doble suposición nos da lo que Lacan ha llamado el sujeto‐
supuesto‐saber (S‐S‐S); lo define así en la primera versión de su "Propuesta del 9 de octubre de 1967"(1) :
"La suposición de un sujeto no impone dos sujetos sino solamente un significante que representa para
cualquier otro, la suposición de un saber cómo contiguo a un significado...". Pues esto es mi primer
punto. El segundo punto se refiere a la puesta en tensión de la estructura precedente que equivale a la
del inconsciente en su escritura como discurso del amo; esta puesta en tensión corresponde al vector
que representa, diremos, la transferencia como "base de operación" para el analista. Lo transferido al
analista es un sujeto que es supuesto al saber, ‐76‐ en esto consiste el sujeto del inconsciente. Esta
tensión transferencial se manifiesta en primer lugar por su dirección: un significante cualquiera. Es un
significante que el sujeto encuentra en la persona encargada de representar al psicoanálisis o a los
psicoanalistas, es decir, al saber constituido del Otro. Luego, la transferencia se localiza por este
significante de la transferencia, o sea, este significante que en la demanda del sujeto sostiene su
cuestionamiento, en su vertiente enigmática y particular; testimonia una división del sujeto producida
por lo que ahora verdaderamente tiene valor como síntoma analítico. Es lo que giraba ‐para mi
analizante‐ alrededor de un "ser escuchado".
Tenemos que dar ahora toda su importancia al hecho de que este significante de la transferencia
es una escansión; eso implica que si hacemos de ella la primera muestra de una modificación de la
posición del sujeto necesaria para su entrada en análisis, pues sólo se la puede identificar "après coup".
Hay aquí una franca oposición con lo que genera toda noción de contrato analítico. En este caso la
entrada en análisis puede decidirse, en el caso precedente sólo puede ser comprobada.
Resulta entonces una orientación muy diferente de las entrevistas preliminares. Si la noción de
contrato implica traer la particularidad del caso a la generalidad del encuadre, por el contrario el
algoritmo de la transferencia implica traer la generalidad del encuadre y de la demanda a la
particularidad del sujeto. En el primer caso, el "homo psychologicus", que ya denunciaba Abraham en
1919 (2) y luego Lacan en 1951 (3), es un aliado, mientras que, en el segundo caso, es un obstáculo. No
insistiremos en las incidencias sobre la práctica; sólo recalcamos, siguiendo a Lacan, que las entrevistas
preliminares obedecen a los mismos principios que la dirección misma de la cura. No tienen otra
limitación del tiempo más que la interrupción o el paso a la posición analizante; en cuanto al tumbarse
sobre el diván, precisamente, puede ocurrir como escansión de una entrada en análisis ya realizada
pero también como lo que precipita esta entrada como momento determinante.
En cierta manera, vemos que la entrada en análisis tiene estatuto de interpretación. No es, como
en el contrato imaginario, la prueba de la adhesión al encuadre analítico; no se le confía al yo el último
paso en la entrada en análisis. El algoritmo (77) supone más bien un primer franqueamiento de la resistencia
yoica. De hecho, la suposición de un sujeto al saber atestigua que la imagen especular (i(a)), en la cual el yo
goza con su ignorancia, oculta menos al Otro y a la substitución significante.
Dicho de otro modo, la llamada al sujeto‐supuesto‐saber hace vacilar el imaginario: a nivel del yo la
rigidez del desconocimiento y de la creencia se desestabiliza; a nivel del fantasma ‐es decir ese punto desde
donde se origina y por lo tanto se detiene el saber sobre el goce, ese punto nodal de la certeza‐ a ese nivel se
inscribe una amenaza. Sabemos que en ese punto la reacción terapéutica negativa encuentra su campo así
como la angustia. Para evitarla, la resistencia, el yo, intenta mantener al análisis como una demanda muy pre‐
cisa: exigir del Otro los significantes amos capaces de relacionar el goce desencadenado por la falta de
estructura simbólica del síntoma, es una demanda de complementación del síntoma sin alteración de la
implicación fantasmática.
Es evidente que el analizante gana... o pierde frente al análisis en la dimensión contractual de la alianza
terapéutica: en el peor de los casos se trata de pagar con un poco de desagrado una posibilidad de resguardo
del goce extraído del fantasma fundamental. Dicho esto, me parece que podemos generalizar: siempre existe
en el analizante una tendencia hacia el contrato implícito; el analizante siempre se sirve de algo para imaginar
el límite del acto analítico respecto a la operación fantasmática en general y, en particular respecto a la
infiltración de esa operación en el encuadre analítico. Así, con mi analizante, el argumento final traduce que su
fantasma ha invertido mi oferta de escucha en don de amor.
Este contrato implícito nos lleva a plantear algunas cuestiones ¿Debemos considerar al significante de
la transferencia sólo como significante de la puesta al trabajo del discurso del Otro? ¿Debemos hacer de este
significante, el significante histérico de la referencia de la entrada en análisis? Seguramente no, puesto que el
discurso histérico, si hace trabajar al Otro es para llevar el sinsentido significante, el enigmático saber textual
sobre el goce, hacia un saber constituido como plusvalía de goce. Diremos que aquí hay un punto en el cual el
discurso analítico se enfrenta con la resistencia de la transferencia en el camino de la puesta en juego del goce
en su raíz fantasmática. (78) Por eso la simple histerización implica el riesgo de una toma de beneficio y de
desuposición en cortocircuito del sujeto‐supuesto‐saber. Digo "en cortocircuito" ya que se trata sencillamente
de una desuposición de un Otro completado de manera imaginaria por y con el saber del analista. Si el Otro
está completo, el circuito se cierra tanto más rápidamente cuanto más se aleja el padecimiento del síntoma.
Tenemos aquí una de las lógicas de la interrupción del análisis.
Por consiguiente, no podemos considerar la entrada en análisis sin tener en cuenta que obra en el
sentido de un cierre del inconsciente y que será aquello sobre lo cual se jugará el final del análisis. Si este final
se concibe en términos de desêtre o deser de saber y destitución subjetiva, ello implica que, desde el
comienzo estimemos la posibilidad de la construcción y del atravesamiento del fantasma. Si el deser de saber
no atañe tanto al saber constituido como a su constituyente radical ‐es decir la muleta del fantasma que cubre
la falta en el Otro‐ entonces no podemos contemporizar el enfrentamiento entre el sujeto y el deseo del Otro.
Además, es esta una importante precisión, es el deseo del Otro el que desupone el saber constituido por un
lado y, por el otro, da nuevo impulso a la suposición de un saber otro, de mayor precio, el saber que produciría
el goce del Otro. Se marca muy bien este relanzamiento en el paso de la certeza al enigma, paso que mi
analizante quiso anular de prisa con sus primeros argumentos. ¿Por qué? Porque en el lugar donde fue
enunciada la certeza, la intervención del analista ha marcado en la cura la presencia angustiante del deseo del
Otro. Angustiante ya que su mensaje es que no hay otro saber sobre el deseo del Otro que el objeto causa del
deseo, precisamente ese del cual el sujeto no quiere saber nada. Es por esto que mi analizante ha intentado
ante todo taponar la falla con significaciones de valor universal; sin embargo, no se sostiene ante el mismo, de
ahí que, al final de la sesión, pone de nuevo en juego el sujeto‐supuesto‐saber bajo la forma pura de una
demanda de amor. Es la frase que termina con "aun cuando Ud. esté harto de oírme" donde el amor se perfila,
engañador, a modo de un "predicar lo falso para saber lo verdadero"; la verdad sería que el deseo del Otro se
presenta como reconocimiento por el significante, como demanda. Una pesadilla, que, por primera vez
otorgaba forma humana a sus monstruos habituales, testimonia, unos días después, que el deseo del analista
ha arrancado al sujeto de su ‐79‐ goce, para confrontarlo de nuevo a la falta real La reapertura del
inconsciente esta aquí retomada de la regresión tópica. Bien, nos proponemos considerar el significante
de la transferencia como el de la del inconsciente. Reapertura puesto que ya hubo apertura en el
encuentro del síntoma con el psicoanálisis, es decir, en lugar del deseo del Otro, un encuentro con el
deseo original de Freud. Es esta apertura la que encamina al analizante hacia nosotros. Aquí debemos
reiterar algo con respecto al acto fundador de Freud cuando se produzca un primer cierre (del
inconsciente). Es, en la medida de la angustia o del odio que pueda soportar el analizante, que el analista
debe en su enunciación enfrentar el sujeto con un enunciado, una intervención dada a partir de la falta en
el Otro. Lo que la sostiene es el deseo del analista que hace de ella una maniobra de la transferencia de la
cual Lacan subraya que, sin ella, no hay acto psicoanalítico (4). Si este acto reabre el inconsciente el efecto
de significante que da testimonio de él en el discurso del analizante puede ser dicho: significante de la
transferencia. Comprueba la reapertura del inconsciente de manera inaugural en el análisis, pero esta
comprobación deberá repetirse varias veces para mantener al sujeto en análisis o sea que ha de seguir
avanzando hacía el punto donde el deser de saber se conjugue con el atravesamiento del fantasma.
Referencias
1 Analytica, Navarin Ed., Vol. 8, p, 11.
2 "Une forme particuliére de résistance névrotique à la méthode psychanalytique Payot, pp, 83‐90,
3. Intervention sur le transfert", Ecrits, Seuil, p, 217,
4 L’acte psychanalytique, Seminario inédito del 29 de noviembre de 1967
{Tomado de Umbrales del análisis, Editorial Manantial, Buenos Aires, 1986, p. 72‐79}