Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque
fiel es el que prometió. (Hebreos 10:23) Muchas de las angustias que sufrimos en la vida cristiana no tienen que ver con las circunstancias adversas de nuestra vida. Más bien sentimos dolor cuando nuestro ser interior no tiene la capacidad de sobreponerse a las dificultades y contratiempos que se nos presentan. Si nuestro bienestar dependiera exclusivamente de un entorno agradable, ¡habría pocas esperanzas de una vida plena para la mayoría de nosotros! La esperanza es un aspecto crucial de la vida cristiana. La esperanza anima nuestro corazón porque trae consigo la promesa de cosas mejores. La mayoría de nosotros, sin embargo, no tenemos más que una idea muy borrosa de lo que implica la esperanza que tenemos en Cristo. Pensamos en la vida eterna, pero no estamos muy seguros de qué significa. ¡Esta esperanza no inspira ni fortalece el corazón de nadie! No ha de sorprendernos, entonces, que nuestra esperanza fluctúe, ya que depende de las circunstancias y los sentimientos en los diferentes momentos de la vida. Cuando las cosas se presentan agradables, nuestra fe se mantiene firme. En tiempos de crisis, titubeamos entre la esperanza y la desesperanza. El autor de Hebreos se desentiende completamente de las particularidades de nuestra situación personal. Más bien señala que es el carácter irreprochable y absolutamente confiable de Aquel que nos ha dado esperanza, lo que debe motivarnos a mantenernos firmes. Si él ha prometido una vida plena y abundante para aquellos que creen, haciendo brotar en ellos ríos de agua viva, entonces él es fiel para producir esto. No es posible vivir una relación de intimidad con Dios si no tenemos absoluta certeza de la confiabilidad de su persona. Por esta razón, el autor de Proverbios animaba: “Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia” (Pro. 3:5). Con amor, Jesús Polaino