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Ahora son las tres para las seis. En mi laptop, hemos escuchado desde Sistem of
a Down hasta Niche, puesto que todavía seguimos felices después de cuatro años
de separación amical. Creo que ya es hora que me vaya, me dice Leo. Lo
acompañaré a tomar el micro que lo devolverá a su casa, esa que queda en el
Rimac.
Su cara cambia mostrando una especie de recuerdo imborrable por sus gratos
momentos, cuando estoy a punto de preguntarle otra cosa, y, de manera tosca,
me comenta sobre la mejor bebida que el haya tomado, de nombre raro, V20.
Es un trago que tiene más de 20% de alcohol y que, de poco a poquito, te va
emborrachando hasta quedar con tales náuseas que, cualquier cosa, y
remarcando la palabra cualquier cosa, es un vomitivo.
Wall- Mart y las gasolineras son los establecimientos escogidos para comprar
estos productos. Para comprar las bebidas alcohólicas, si eres menor de edad, es
un problema, me cuenta y dice solucionarlo al pedirle a personas que entran a una
tienda, compren por el y sus amigos para, al final, o regalarle una o dos cervezas
o darle un pequeña propina de uno o dos dólares.
Siempre tuve una hesitación acerca de lo que beben en los Estados Unidos y
ahora tenía la oportunidad de preguntarle al visitante. Dos capuchinos, una dona
de chocolate con lluvia de colores y una Carita feliz son la comida que nos prepara
para la larga charla. Me cuenta que el, por ser parte del equipo de soccer de su
colegio que tiene más de tres estadios para diferentes tipos de deportes, firmó una
especie de contrato que lo prohíbe de tomar esas sustancias pero que el, como el
clásico chico iconoclasta de la época en donde vivimos, no obedece de manera
religiosa. Su cerveza favorita puede ser Bud Light o Budweiser y sus precios no
pasan los dos dólares. Cuando se refiere a tragos suaves, habla de manera
especial sobre Smirnoff, que no pasa de los tres dólares la unidad.
Una mancha morada se aproxima por El Trébol y, a medida que se acerca, me doy
cuenta que es un taxi, un tico. No me podía haber imagino que el se iba a bajar.
Han pasado tres horas desde que me levante. El sol ya ha salido y me alumbra
desde arriba mientras que camino sobre mi sombra por la avenida El Polo.
El visitante peruano que viene a su país es Leo. Y la esquina de Manuel Olguín
con Javier Prado será el punto en el que nos encontraremos. Y yo con Rodrigo
Puga, tardón y a la vez buen amigo.