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¿Por qué no me dejas quedarme? – mi corazón palpitaba cada vez más lento,
quería detenerse hasta matarme - Porque no quiero, porque no me da la gana,
porque te vas a copiar – sin reparo soltó el comentario – Pero ya lo he acabado,
además, no me copiaría de nadie. Después de haber dicho lo último, me fui de ese
lugar con ganas de llorar.
Otra vez, retiro la media, busco el botón del volumen y bajo el volumen pues,
ahora, una señorita, con una nariz prominente y respingada, con una sonrisa, me
lo exige a manera de petición.
No tengo la más mínima idea de lo que hago en este lugar y no me refiero al
mundo, al Perú, a Lima, a mi casa, no, me refiero a estricta y literalmente a este
lugar, la biblioteca, el pabellón I, en esta silla y escribiendo con un lapicero, que
casi no tiene tinta, naranja y de un instituto con dos sedes muy lejanas de este
lugar.
Si no se han preguntado porque, si no tengo clases y vivo tan cerca, por que no
me voy a mi casa a escuchar a Silvio citar las palabras de Bertolt Brecht: hay
hombres que luchan un día, y son buenos, hay otros que luchan un año, y son
mejores, hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos, pero hay los que
luchan toda la vida, esos son los imprescindibles, y luego acompañarlo con una
armoniosa guitarra, es que les pasa lo mismo. Es que detestan la soledad de un
departamento que, siendo para tres personas, siempre está vacío, y yo, cuando
estoy en el, solo y, recordando a un grupo argentino, me corrijo, mas bien,
acompañado por nadie. No me he acostumbrado, ni lo quiero hacer, a vivir así,
así, que tu mamá te llame para decirte que va a llegar tarde y que, como siempre,
comeras solo, disculpen, acompañado por nadie.
Veo a Stephany pararse. Su jean, polo negro con blancas mangas, me obligan a
pensar en la primera que conocí y amé para, recién, darme cuenta que no se
parecen en nada.