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A LA MUERTE DE VICTORIANO LORENZO

POR AMELIA DENIS DE ICAZA

Atado! y para qu? si es una vctima que paso a paso a su calvario va lo lleva hasta el banquillo la repblica y con ella en el alma a morir va. Atado! y para qu? frente al suplicio los soldados esperan la seal, el plomo romper su pecho heroico que ostentaba lo ensea liberal. Marcha a su lado el sacerdote trmulo hablndole del cielo y de perdn lleva un Cristo en las manos, y est plido murmurando en silencio una oracin. El sigue su camino siempre impvido sin el hondo sufrir del criminal libre naci bajo sus grandes rboles y en ruda lucha defendi su ideal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . De hombres nacidos en las selvas vrgenes en grupos de invencibles lo sigui que all en nuestras montaas, el indgena puede morir pero rendirse no.

Se hizo su jefe el montas intrpido, el campo de batalla fue su altar y el rgano divino, el ruido horrsono del can enemigo al estallar. Y ni el invierno con sus noches lgubres detuvo nunca su carrera audaz. Como el len de los bosques en Amrica ni dio cuartel ni lo pidi jams. So con la victoria, fue su dolo y en su mano nervuda se rompi tras el ideal la noche con lo trgico que el astro rey en el ocaso hundi... Y despus... y en las sombras del crepsculo en un lago de sangre el corazn; y el pueblo que se aleja del patbulo murmurando una horrible maldicin. Su centro era el peligro, nunca el pnico hizo su corazn estremecer se alumbraba con luces de relmpago cuando iba el enemigo a sorprender.

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