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INDICE

1. Introducción 1
2. La diferencia como principio 3
2.1. ¿Qué es la diferencia? 4
2.2. Fundamentos de la diferencia 9
2.3. La diferencia de interacción 12
2.4. El otro como diferente 13
3. Encuentros y desencuentros 15
3.1. Los encuentros 16
3.2. Los desencuentros 18
3.3. La resistencia 20
3.4. El reconocimiento 22
4. Construcciones identitarias 24
4.1. Nuestra identidad 26
4.2. La identidad del otro 28
4.3. Desarrollo de la identidad 30
4.4. Cambios identitarios 32
5. Principios de la interculturalidad 33
5.1. La interculturalidad 34
5.2. Diferencias del encuentro 38
5.3. Conflictos identitarios 41
5.4. Diálogo y consenso 43
6. Conclusiones 44

Bibliografía
LA POLÍTICA DE LA DIFERENCIA

Pedro Mamani Choque

1. Introducción

En los últimos años, el camino y horizonte histórico del ser humano, ha comenzado a
experimentar un nuevo cambio, en cierta forma se puede decir que ha despertado a un
nuevo amanecer, aspecto que irremediablemente ha provocado un tremendo
terremoto, confundiéndolo y sumergiéndolo en un verdadero caos existencial y en un
sin sentido. Es así que el ser humano ha comenzado a recorrer distintos caminos,
dirigiendo sus pasos, tras las huellas de un pasado que no logró responder a sus
inquietudes y perspectivas, como si de pronto habría perdido todo horizonte en su
vida

La pérdida del horizonte, de alguna manera ha sido fruto de la acelerada construcción


de un mundo cada vez más modernizante, en la que el ser humano se ha ido
encerrando paulatinamente, olvidándose de los principios fundamentales de
convivencia social y el respeto a las libertades humanas. En este sentido, el proceso
modernizante, se ha encargado de individualizar la vida, en la que cada ser humano,
ha comenzado a construir el mundo desde sus propios y únicos parámetros de ser y
existir; consecuentemente, el ser humano ya las estructuras sociales han ido
omitiendo el derecho a ser diferentes, ese derecho que permite a que cada ser
humano, en el lugar que se encuentre pueda construir su propia forma de ser y de
convivir con los demás.

Las diferencias de ser y vivir de los seres humanos, posibilita comprender que todos
están encaminados a establecer encuentros y desencuentros interculturales, que la
relación de intercomunicación se efectúa desde el reconocimiento de la diferencia, del

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respeto y diálogo en reciprocidad. Los encuentros y desencuentros entre los seres
humanos, ayuda a comprender que no estamos solos en el mundo, sino que al igual
que nosotros, existen otros seres, que transitan y construyen su propio existir.

La política de la diferencia, en la relación de los encuentros y desencuentros


interculturales, se constituye al mismo tiempo en un principio que permite la
construcción y reconstrucción de la identidad del ser humano, como también de las
distintas naciones y nacionalidades. Siendo así que la identidad es fundamento para
que cada ser humano se constituya en sí mismo, se reconozca a sí mismo y desde sí
mismo; pero también se convierte en fuente de reconocimiento del desarrollo y
construcción de las identidades de los demás.

El reconocimiento y fortalecimiento de la identidad, no implica el establecimiento


inmediato de una convivencia social armónica, no necesariamente tiene como
resultado un encuentro en equidad y el buen entendimiento social; parta que se pueda
construir un espacio de convivencia, se tiene que recorrer un largo camino, en la que
cada ser humano procure comprender que desde las diferencias identitarias se busque
nuevas estrategias de entendimiento social.

La continua búsqueda de buen vivir, de alguna manera ha despertado en el ser


humano, la necesidad de proponer nuevas alternativas, entre las diversas propuestas,
se ha inclinado a desarrollar el tema de la “interculturalidad”, como una nueva forma
de convivencia social y cultural.

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2. La diferencia como principio

Cada ser humano, en el lugar en el que se encuentra y al medio social al que


pertenezca, de alguna manera va construyendo su propia forma de ser y de existir; es
en este sentido que la diferencia se puede comprender como principio del encuentro
entre los seres humanos, procurando reconocer los fundamentos vitales que, de una u
otra manera logren explicar, la construcción particular de cada ser humano, como un
ser diferente, desde donde logre manifestarse y expresarse de acuerdo a sus propios
parámetros. Al mismo tiempo, la política de la diferencia, se constituye en un
principio de afirmación del ser, de consolidarse como sujeto diferente, a través del
cual puede expresarse y comunicarse con los demás, compartiendo sus sentimientos y
sus perspectivas de ser, en cuanto a su participación.

La diferencia como principio de ser, se encamina al mismo tiempo, hacia un


encuentro con el otro, o los otros, que también son diferentes en sí mismos, siendo
que desde esas diferencias, se pretende establecerse vínculos de integración
comunicativa, que en cierta forma permiten convivir y construir espacios sociales
equilibrados. El encuentro con el otro ser diferente, que se presenta e interpela, y
cuestiona nuestra existencia, se convierte en un ser que desequilibra nuestro cotidiano
vivir, que interroga y desafía a nuestra identidad, como también nuestras relaciones
sociales y culturales.

El encuentro con el otro o con los otros, se convierte en un desafío para la


construcción identitaria, puesto que de alguna forma permite el descubrimiento, de
que el ser humano no está sólo en el mundo, sino que al igual que él, existen otros
seres, que de alguna forma se enfrentan a ese reto. El otro, juega un rol muy

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importante en el encuentro, ya que, interfiere en el desarrollo de la identidad y
permite que vaya fortaleciéndose y reafirmándose en la diferencia.

El encuentro y la diferencia, son los caminos que permiten establecer las relaciones
interculturales, siendo que el proceso de interrelacionamiento y diálogo en la
diferencia, se encaminan hacia una convivencia entre las diferentes culturas, grupos o
personas.

2.1. ¿Qué es la diferencia?

El ser humano es en sí mismo, un ser lleno de misterios, conflictos y complejidades,


que en cierta forma se hace difícil poder comprenderlo e incursionar en una reflexión
sobre el verdadero sentido de su ser; siendo que cada ser humano es distinto y único
en sí mismo, y como también es distinto frente a los demás.

El derecho y la necesidad de la diferencia, en los procesos de encuentros y


desencuentros identitarios, conllevan en sí misma una relación de respeto y diálogo
en la que cada ser humano tiene el derecho a expresarse desde sí mismo y como
también, la necesidad de conocer que existen otros seres que gozan de esos mismos
derechos y que de alguna manera, en esta interrelación, se pone en juego la capacidad
humana de la convivencia, del compartir recíprocamente y sobre todo el de poder
construir y establecer una relación de complementariedad.

En realidad, ningún ser humano se halla completamente aislado.


Siempre y en todo lugar es miembro de una familia, mantiene
relaciones con otros hombres, forma círculos [...]. El hombre vive
en sociedad y esa sociedad formada por hombre como él
constituye su contorno vivo, esto es, su ambiente social.
(FINGERMANN 1968: 1)

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La interrelación con el otro, con aquel que comparte su vida, y que se antepone en su
camino, le permite comprender al ser humano, que no está solo y aislado en el
mundo, sino que, al igual que él, existen otros seres distintos, que buscan
interrelacionarse y construir su entorno vital. “Las relaciones entre Sujetos, por lo
tanto, no son relaciones sociales corrientes: se basan en un principio de relación que
no es la pertinencia a la misma cultura y la misma sociedad, sino es esfuerzo común
por constituirse como sujetos.” (TOURAINE 1998: 89) Es en sí misma una
interrelación continua entre seres distintos, que tienen la posibilidad de construir un
espacio de convivencia y por consecuencia, el poder de construirse a sí mismos.

La madre de la identidad es la diferencia, observar en otro su


forma y oponerla a la propia; se trata de un fenómeno en el que
surge la imagen de lo distinto, de lo ajeno –y no necesariamente
por consecuencia inmediata- la idea del sí mismo, la aparición del
que observa, ese desconocido que nos habita y se manifiesta como
una sombra con vocación de luz. (GALINDO 1999: 205)

El desarrollo de la propia identidad, por lo general va construyéndose junto a la


identidad del otro y en este proceso la diferencia va adquiriendo un contexto de
reafirmación entre lo propio y lo ajeno, que conlleva una interacción comunicativa.
“Lo propio y lo diverso, afirmación de los singular y globalización mundial, ¿existen
como dicotomías?¿cuánto poder y violencia se ejerce para dominar y cuánto silencio
y resistencia es posible para convivir entre diferentes en condiciones nada armónicas
y asimétricas?¿es posible la comunicación entre culturas?”.(ALEM 2000: 54) No
cabe duda que existe una gran diferencia entre los seres humanos, y precisamente esta
diferencia implica un reto al que todos los seres existentes en este mundo debemos
enfrentar.

Las ideas cambian, como también las construcciones sociales, y en tal sentido, uno de
los fenómenos sociales, en las que se ha ido incursionando en estos últimos años, es
el proceso de reivindicación identitaria; es decir el de reconocerse como seres

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diferentes y en consecuencia el derecho a ser reconocidos desde sus propias
diferencias socio-culturales y existenciales. Insistentemente se ha comenzado a
pregonar que no todos los seres humanos somos iguales, puesto que no todos
actuamos o pensamos de la misma manera; en este sentido, es que no se puede seguir
manteniendo unos parámetros homogéneos, que de alguna manera han logrado
encerrarnos y medirnos desde unos modelos y presupuestos de igualdad.

Toda sociedad posee un cierto repertorio de identidades que


forman parte del “conocimiento objetivo” de sus miembros. Es
sabido, como algo que se da por descontado, que existen hombres
y mujeres que esos hombres y mujeres poseen tales y cuales rasgos
psicológicos y que tendrán tales y cuales reacciones psicológicas
en circunstancias determinadas. (BERGER :358)

Así como toda sociedad tiene una propia identidad, una forma distinta de ser frente a
los demás, también se puede reconocer que cada ser humano posee una identidad
particular y distinta a la de los otros seres humanos. Si la identidad de una persona es
distinta a las de los otros, cómo podría pensarse en la igualdad, ni siquiera se puede
pensar que un hijo es igual a su padre, aunque generalmente se escucha, “es igualito a
su padre”, metafóricamente es válido pero en realidad el hijo es muy distinto a su
padre, como es distinto el padre con relación a su hijo.

Muchas veces las diferencias provocan conflictos, es así que un papá reniega y dice
“porqué no eres igual que yo”, eso es imposible, puesto que el hijo tiene una
experiencia muy distinta de la realidad, como también va construyendo sus propias
proyecciones de ser y existir.

La política de la diferencia brota orgánicamente de la política de la


dignidad universal por medio de uno de esos giros con los que
desde tiempos atrás estamos familiarizados, y en ellos una nueva
interpretación de la condición social humana imprime un
significado radicalmente nuevo para un principio viejo. (TAYLOR
2001: 62)

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Muy a pesar de que todas las sociedades o grupos culturales son diferentes, de alguna
manera las estructuras sociales imperantes, han encaminado y sostenido la idea de
preservar unos modelos dominantes y de poder, desde donde se ha pretendido
establecer modelos de ser y de actuar, siendo que, quienes no logran acercarse o
igualarse, son considerados peligrosos y condenados como seres extraños, contrarios,
enemigos, que atentan contra aquellos modelos establecidos. Este afán de
homogeneizar los patrones culturales e identitarios, son sin duda los deseos de poder
y conquista, esa búsqueda de imponer lo propio frente a lo ajeno, que de alguna
manera se convierte en el horizonte del ser y del existir en las diferentes sociedades y
grupos culturales.

Las diferencias del ser y del existir, se constituyen a partir de experiencias concretas
en la vida, desde la percepción y proyección propias que los seres humanos tienen, en
relación a su entorno social, desde aquellas cosmovisiones particulares, que en cierta
forma representan la integridad de su ser, en relación con los demás.

En esa línea la cosmovisión designa la perspectiva más general que


posee toda cultura. En cambio, los paradigmas o modelos
representan visiones distintas de la realidad o niveles de
complejidad, creados, transmitidos y modificados por los
miembros integrantes de las comunidades en función de los nuevos
descubrimientos y exigencias, que se van concretando en el
cambio o intercambio de unos modelos por otros. (VALLESCAR
2000: 8)

En sí misma, la política de la diferencia persigue legitimar y defender las relaciones


diferenciales del ser humano, el reconocimiento de las identidades sociales, en el
contexto de una sociedad cosmopolita, con mayor comunicación entre las diferencias;
es también una de sus pretensiones, el de promover a los grupos particulares, capaces
de poder negociar entre los distintos sectores de la sociedad, tales como el de las
mujeres, los negros, los homosexuales, los impedidos o discapacitados, y como

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también el de las minorías culturales, y otros, que se encaminan a defender sus
propios intereses y construcciones particulares.

Pero cada una arranca de sus propias dinámicas y va “recreando-


se” y “modificandos-se” en función de sus propios marcos de
regeneración y reproducción. Por eso poseen procesos que les
permiten “mantener-se” diferentes y singulares, aunque al mismo
tiempo, pueden establecer relaciones y vínculos con otras culturas.
(VALLESCAR 2000: 70)

El reconocimiento de las políticas de la diferencia, se ha ido convirtiendo en una


necesidad fundamental, mas que en un movimiento social caprichoso, puesto que
cada ser humano o grupo social, de alguna forma va construyendo sus propias
estructuras identitarias y como también de pertenencia, necesidad que demanda al
mismo tiempo un deseo de ser reconocidos desde sus propias diferencias.

El ser diferente como estructura de cada ser humano, de cada grupo cultural y de cada
estructura social, se convierte en un proceso de autodefinición y de consolidación del
desarrollo identitario. La identidad de una persona, o de un grupo, va definiéndose de
acuerdo a sus principios de vida, correspondiendo al mismo tiempo a la realidad en la
que viven, como también el proyecto que se van construyendo para sí mismos.

La importancia del reconocimiento es hoy universalmente


reconocida en una u otra forma. En un plano intimo, todos estamos
conscientes de cómo la identidad puede ser bien o mal formada en
el curso de nuestras relaciones con los otros significantes. En el
plano social, contamos con una política ininterrumpida de
reconocimiento igualitario. Ambos planos se forman a partir del
creciente ideal de autenticidad, y el reconocimiento desempeña un
papel esencial con la cultura que surgió en torno a este ideal.
(TAYLOR 2001: 57-58)

Desde el contexto de la política de la diferencia, es que ya no se puede cometer los


mismos errores que se cometían en el pasado y que aún se siguen cometiendo en

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nombre de la homogeneización modernizantes, sino mas bien, el de asegurar y
fortalecer la supervivencia de un tipo de orden político, que pueda alojar la diversidad
y diferenciación de cada ser en particular, sea cual sea la forma que pueda tener. Eso
supone, o bien un mundo en el que se cancelaron las relaciones de poder egocéntrico,
o que cualquier intento de limitar las gamas de diferencias válidas e intrínsecamente
representativas, por otra parte decir sí a las diferencias de género, raza, etnicidad o
cultural, que son considerados como valores absolutos, entonces es razonable pensar
que algunos de ellos podrían concebir la permeabilidad de sus fronteras como una
amenaza existencial.

2.2. Fundamentos de la diferencia

El derecho a la diferencia, como principio de construcción social y cultural, tiene sus


fundamentos en la determinación de valorizar la dignidad del ser humano y como
también de los grupos sociales. En este sentido lo que se pretende es construir
espacios de convivencia y de comunicación entre los seres humanos, donde se haga
prevalecer el valor del ser en cuanto ser.

Contra este concepto del honor tenemos el moderno concepto la


dignidad, que hoy se emplea en un sentido universalista e
igualitario cuando hablamos de la inherente “dignidad de los seres
humanos” o de la dignidad del ciudadano. La premisa subyacente
es que todos las comparten. (TAYLOR 2001: 46)

La dignidad del ser humano, se establece precisamente en la libertad de constituirse


como un ser diferente y único en sí mismo: pero también se fundamenta en el
reconocimiento, de que existen otros seres que buscan gozar de la misma libertad. “Es
probablemente que cada individuo, cada grupo y cada comunidad aprecien o vivan
los conflictos de manera diferente. La complejidad de cada nivel será responsable de

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esta diferenciación”. (PINXTEN 2002: Internet) En este sentido es que el derecho a la
diferencia se deberá fundamentar desde la experiencia particular de cada ser humano,
de cada grupo o cultura, de la realidad social y del medio natural en el que se
encuentran.

El establecimiento de los fundamentos de la diferencia, alcanza su significación e


importancia, en cuanto persiguen alcanzar una justicia social, una relación de equidad
y consecuentemente el derecho a una convivencia fraterna. Constituir la diferencia no
es sinónimo de fragmentación o separación de unos y otros, sino más bien el de lograr
un equilibrio entre todos, y sobre todo implementar el derecho a la libertad humana.

Mantener una diferencia no es mantener una marginalidad


económica ni la explotación de que son víctimas los grupos
étnicos. Tampoco la discriminación social. Hay países en que
desapareció la explotación, pero no los grupos étnicos. Mantener la
diferencia es mantener una identidad, una continuidad histórica,
una cara de la humanidad. Esto no les impide luchar contra las
injusticias sociales, contra la explotación, ni aliarse con otros
grupos explotados. Por lo contrario, es la conciencia de esta
identidad histórica lo que más moviliza a un pueblo, lo que lo lleva
a organizarse para su liberación. (COLOMBRES s.f: 84)

La dignidad identitaria, como principio de la libertad del ser humano, se constituye


en el fundamento esencial del derecho a la diferencia, en la que el ser humano pueda
ser capaz de ser y de existir desde si mismo y para si mismo. Ser en si y ser para si,
como expresión verdadera de cada ser humano, en relación a su entorno y como
también en su relación con los demás.

El ser diferente como fundamento identitario, muchas veces se convierte en principio


de confrontación, de desencuentros y conflictos entre los seres humanos, puesto que
unos quieren hacer prevalecer sus diferencias, para justificar sus errores o deseos
individualistas, provocando un enfrentamiento con los otros. Es así que la pretensión
de sobreponer sus diferencias, se convertirá en una tensión con la diferencia de los

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otros, en la que se procurará hacer prevalecer lo propio y desconocer al otro, situación
que tendrá como resultado el conflicto social.

Esta diversidad plantea una serie de cuestiones importantes y


potencialmente decisivas. Así, minorías y mayorías se enfrentan
cada vez más respecto de temas como los derechos lingüísticos, la
autonomía regional, la representación política, el currículum
educativo, las reivindicaciones territoriales, la política de
inmigración y naturalización e incluso acerca de símbolos
nacionales, como la elección del himno nacional, y las festividades
oficiales. (KYMLICA : 13)

El predominio y la imposición de la diferencia entre los individuos o grupos sociales,


tiene repercusiones en la fundamentación identitaria, en la que el etnocentrismo se
apodera de los seres humanos y conlleva hacia una búsqueda de dominación y
sometimiento entre cada uno. En este sentido el derecho a la diferencia se transforma
en un instrumento del desencuentro social, donde se pierde todo sentido de
reciprocidad y dialogo entre los seres humanos, decayendo en espacios de luchas y
enfrentamientos humanos, perdiéndose de esta manera la dignidad del ser humano y
la libertad de expresión.

Las diferencias de tratamiento a estas y otras acciones dan origen a


la discriminación, explotación y la injusticia. A la vez, se constituye
en gérmenes de la extrema pobreza y consiguientemente conduce a
la violencia natural y necesariamente promueve la reorganización de
los explotados por su defensa, iniciando en principio una lucha
pacifica por la subsistencia; políticamente no se aceptan los
discursos ideológicos de la derecha ni de la izquierda, llegan al
clímax de la desconfianza: “Cuando hay hambre el pueblo se
levanta no hay ejército que aguante”, son dichos populares y como
resultado dan lugar a distintos principios de indianidad.
Primeramente la “neopolítica” partidaria y si esto no es posible se
produce la violencia. (MAMANI 1992: 233-234)

Los desórdenes provocados por la mala interpretación del derecho a la diferencia,


irremediablemente caen en desequilibrios sociales, conflictos culturales y fracturas de

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entendimiento. Razón por la cual se considera que el fundamento de la diferencia, se
basa en buscar y alcanzar la dignidad del ser humano, puesto que el otro como
diferente existe y seguirá existiendo, muy a pesar de que se lo quiera ignorar o
desconocer.

El ser diferente no significa estar o vivir de manera aislado y atrapado en uno mismo,
sino que significa aprender a convivir con el otro que está delante de nosotros, que
nos cuestiona y nos hace despertar al mundo. El otro es un ser semejante a nosotros
mismos, no procurando definirlo como a un ser igual, sino diferente, pero semejante a
nosotros en todas las dimensiones de la existencia, que continuamente se antepone en
nuestro caminar, nos mira a los ojos y de alguna manera interpela nuestra existencia.

El otro se impone por sí mismo, irrumpe en mi existencia. El otro


no existe por que yo me haya puesto a pensar y a demostrar su
existencia. Antes de cualquier iluminación por mi parte y de
cualquier argumento que se me haya ocurrido, él está allí, cara a
cara, como libertad inaferrable y exigente. (GEVAERT 1997: 47)

Es así que el fundamento de la diferencia se irá construyendo en relación a una


interacción con el otro que posibilite la identificación del ser y del existir como
instrumento de búsqueda de la dignidad del ser humano, y de su ser diferente.

2.3. Las diferencias de interacción.

El ser humano, por los diferentes problemas sociales y estructurales; poco a poco se
ha ido encerrando en unos espacios reducidos e individuales, su cotidiano vivir le ha
impulsado hacia una soledad; este aislamiento le ha dificultado en su ser interior, a
encontrar los caminos que le permitan superar ese solipsismo y recuperar el encuentro
con el mundo y con el prójimo, con aquellos que normalmente convive. “El mundo
del “ser ahí” es un “mundo del con”. El “ser en” es “ser con” otros. El “ser en sí”
intramundado de estos es “ser ahí con”.” (HEIDEGGER 1971: 135) La dificultad de

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encontrar una solución, estaría poniendo a prueba toda la estructura de la
fenomenología, desde que el tema de la intersubjetividad resulta central para ella
como legitimación de la posibilidad de los otros “yos” y de la comunicación entre
ellos.

El ser con los demás y para los demás pertenece al núcleo mismo
de la existencia humano. Esto no se refiere solamente al hecho –
por otra parte indiscutible - de que el mundo lleva por todas partes
las huellas de otros seres humanos, ni al puro hecho de que existen
“semejantes” con los que nos toca compartir el mismo espacio
terreno. El ser con los demás, en su significado más profundo y
genuino, significa que el hombre no está nunca sólo. (GEVAERT
1997: 46)

El descubrimiento y reconocimiento de que el ser humano es un ser con los demás, es


un fundamento que testifica que el ser no está sólo, sino que comparte su espacio con
otros, que en sí mismo guardan sus diferencias y se reconocen como tal. En este
sentido, la presencia del otro, conlleva hacia una interrelación de convivencia, de
encuentro y sobre todo de diálogo intercomunicativo; precisamente en este proceso de
interacción se marcan las diferencias, puesto que el otro no es igual a nosotros y en sí
mismo no tiene por que serlo, puesto que el otro es idéntico a sí mismo y que desde
su particularidad y diferencia va al encuentro con el otro para lograr una interacción.

La vinculación interpersonal perfecta comprende, pues, tres


distritos niveles creenciales: La concreencia genérica que entre
hombre y hombre establece la relación de projimidad, la
concreeencia diádica propia de la relación de amistad y la
concreencia trascendente o social que otorga la pertenencia a una
misma confesión religiosa. (LAIN 1968: 324)

Las diferencias de interacción, entonces, se suceden desde las relaciones de seres


diferentes, que sin embargo se encaminan hacia un encuentro y diálogo
intersubjetivo. Es así que el ser humano no actúa de la misma manera en todo tiempo,

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ni en todo espacio y como tampoco existe igualdad entre los distintos seres, cada uno
actúa desde su propia experiencia y desde sus propias necesidades de vida.

2.4. El otro como diferente.

En la relación de los encuentros, es necesario enfatizar que el ser humano, no


solamente se encuentra consigo mismo, acción que sucede continuamente, sin
embargo el encuentro es fundamentalmente con otro ser, pudiendo ser de su misma
especie o como también de diferente especie. En este encuentro con el otro, la
diferencia juega un papel muy importante, puesto que permite reconocer que el ser
humano no es un ser homogéneo con otros seres, sino que por el contrario es distinto
en sí mismo y con los demás.

El hombre vive en el mundo; su autorrealización está referido a su


mundo. Sólo se realiza “a sí mismo” cuando lo hace en “su otro”.
Ahora bien “lo otro” del hombre es primariamente el “otro”: el
semejante que nos sale al encuentro como un ser espiritual-personal
de idéntica especie y valor, nos habla, se nos abre y nos incita a
creer, confiar, querer y amar. Sólo en la relación personal el hombre
llega a su pleno desarrollo. (CORETH 1978: 219)

El otro, como ser en sí mismo, es también un ser que busca el encuentro, que es el
camino para fortalecer y encontrar espacios de interacción y comunicación. Es un ser
que va construyendo su propio espacio; que se desarrolla y transforma
continuamente; adquiere una significación desde sí mismo, sin la necesidad de
encontrar respuestas en otros, sino que indaga en su ser interior, para ser único e
irrepetible.

El ser humano, muchas veces idealiza su propio ser, procurando enfocar y estructurar
el mundo desde su experiencia individual; siendo así que cae en el error de
absolutizarse a sí mismo y consecuentemente imponer en los otros lo propio y lo
particular. Lo propio no es lo único, puesto que existen otros que se interponen en el

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camino, que cuestionan y desequilibran lo propio, convirtiéndose en un ser que rompe
el egoísmo para enfrentarse al mundo.

En un primer análisis, la relación de projimidad se nos muestra


como una creencia en el menester del otro, capaz de suscitar en
quien la siente una obra para el remedio de ese menester; y,
recíprocamente, como una creencia en la benevolencia del
prójimo, directamente provocada por la ayuda de él recibida y
determinante de una respuesta a un tiempo agradecida y
favorecedora. (LAIN 1968: 318)

La presencia del otro, en todo sentido es una existencia necesaria, que a pesar de todo
está ahí, junto a nosotros, que recorre los mismos caminos y que en cualquier
momento se nos presenta delante de nosotros, como una sombra inesperada, que se
interpone en nuestro caminar. Pero la presencia del otro, de una o de otra manera,
adquiere importancia para nuestras vidas, porque desde él, se puede comprender que
no estamos solos en el mundo, que existen otros seres, que en cierta forma fortalecen
nuestro ser en sí.

En la posición del Otro mundano hace fenomenología genética


para dar cuenta de la constitución del sentido de ser del Otro por la
efectuación de las operaciones trascendentales. Cuando intenta la
fundamentación reflexivo – filosófica del Otro trascendental (para
hacerlo ya debe haberlo constituido como tal) hace fenomenología
estática, está resolviendo una pregunta técnica del filósofo por la
estructura de repetición como condición de posibilidad del
reconocimiento recíproco, de la recíproca presencia del ego y el
Otro trascendental en el campo intencional de mi conciencia.
(IRIBARNE 1987: 23)

Finalmente, el Otro como ser diferente, no sólo es una presencia ajena al ser en sí
mismo, sino que se constituye en ser esencial del reconocimiento de nuestra
existencia, que nos encontramos en un camino de la diversidad, y que en esta
diversidad procuramos el encuentro intercultural.

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1.3. Encuentros y desencuentros.

La realidad del ser humano, es que desde siempre y a lo largo de toda su historia, ha
venido tejiendo un sentimiento de integración y convivencia con todos aquellos seres
que se le han ido presentando a lo largo de su camino, que se han interpuesto frente a
sí mismo, y en fin con todo aquello que se encuentra en su entorno vital. Es así que
continuamente el ser humano, de una u otra manera se ha ido encaminando hacia los
procesos de encuentros con los demás; y en estos encuentros, por lo general ha
tratado de mostrarse, demostrar sus diferencias y particularidades de ser y existir, en
relación a los otros con los que se encuentra; en cierta forma son aquellas diferencias
que le identifican como un ser en sí mismo, marcando de esta manera la apropiación
de lo propio y confrontándolo con lo ajeno, ya sean éstos animales, vegetales,
minerales, divinos y otros, que en cierta forma no son iguales a él, sino diferentes y
complejos.

El Yo es idéntico hasta en sus alteraciones, aún en otro sentido. En


efecto, el yo que piensa se escucha pensar o se espanta de sus
profundidades y, para sí, es otro. Descubre así la famosa
ingenuidad de su pensamiento que piensa “ante sí”, como se
marcha “ante sí”. El se escucha pensar y se sorprende dogmático,
extraño para sí. Pero el Yo es el Mismo ante esta alteridad, se
confunde consigo, incapaz de apostasía frente a ese “sí”
sorprendente. (LEVINAS 1977: 60)

La búsqueda de una respuesta al conflicto relacional del ser humano, se ha convertido


en una tarea interminable, puesto que, cuanto más se pretende comprenderlo o
comprender su diversidad, es cuanto más nos alejamos, de una respuesta, que
realmente pueda satisfacer a sí mismo. El ser humano construye, destruye, y
reconstruye su entorno vital, consecuentemente, este entorno se va transformando en
una situación compleja, que cuanto más se pretende acercarse, más se aleja de ella.

3.1. Los encuentros

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Las relaciones de encuentro, adquiere en sí mismo diversas connotaciones, esto va de
a cuerdo a las formas en que se suceden estos encuentros; sin embargo es importante
enfatizar que todo encuentro se produce entre sujetos diferentes, en la que cada uno se
presenta con sus propias características de ser y de existir; que de cierta manera las
identifican y las diferencian al mismo tiempo.

Muy a pesar del pensar y el reconocer las diferencias, el encuentro entre los seres
humanos, entre grupos de diferentes culturas, se considera que es una relación
innegable, puesto que el ser humano, es un ser eminentemente social, capaz de
interrelacionar con los demás para poder sobrevivir.

Cada encuentro, cada relación, hacen de sí, un acontecimiento


fascinante: tiempo de espera, tiempo de maduración, tiempo de
descanso y de repente... ¡brota! ¡no es casualidad!, causa
desconcierto por lo inesperado y por la constatación de que cada
día se está generando algo misterioso y presente. Ahí está la
posibilidad de la interculturalidad. No es necesario predecir que
capacidades o competencias hay que desarrollar, no es
imprescindible el pensamiento formal, lo único que necesitamos es
tener disponibilidad para el encuentro y lo extraordinario. (ALEM
2000: 57).

El ser humano, es un ser en relación con los demás, puesto que no puede o podría
vivir en soledad, necesita del otro para poder constituirse en un ser en sí mismo y para
construir su entorno social. La necesidad del otro, le permite al ser humano, ir en
busca del otro, no espera que el otro le busque, sino, se lanza a dar el primer paso
para el encuentro; es esa actitud de ir en busca del encuentro, lo que en la
cosmovisión andina se la conoce como “Tinku”, que significa un encuentro entre
diferentes, dos grupos distintos, que desde sus diferencias pretenden establecer una
unidad.

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Se puede interpretar el tinku a distintos niveles: como un rito de
fertilidad, como reafirmación de la estructura política de la
sociedad, como una reafirmación de los derechos del individuo y del
grupo a la tierra, etc. Pero aquí quiero subrayar la connotación
simbólica sexual de cada mitad. En muchos relatos se identifica la
comida y la cópula o también la lucha y la cópula. Desde este punto
de vista la confrontación de las dos mitades puede considerarse
como una expresión del símbolo sexual, discutido anteriormente.
(PLATT : 18)

La confrontación de las dos mitades, establece el encuentro entre diferentes, en la


interpretación de Tristan Platt, la relación del encuentro entre diferentes, lo enfoca
desde una interpretación sexual, puesto que la relación sexual se la efectúa entre dos
seres opuestos que se complementan, en la que las dos mitades se unen para formar
una sola unidad, plenificando de esta manera al ser humano en todas sus dimensiones.

El tinku, como fundamento del encuentro entre diferentes, se constituye en un acto


ritual, en la que seres distintos, que van por un mismo camino se encuentran en un
espacio que les permite entablar diálogo, intercambio recíproco y solidario. El
encuentro en este sentido, deberá significar un despojarse de lo propio, para dar
oportunidad al otro, para que pueda reconocerlo; pero también significa una actitud
de escucha y de aceptación al otro diferente, comprendiendo que el otro es semejante
a uno mismo, que tiene las mismas posibilidades de encuentro y de intercambio.

En el encuentro con el otro, esto es, con el tú, cada uno está
también en disposición de comprender el significado genuino del
yo, que tiene indiscutiblemente un lugar en la filosofía del hombre.
Los interrogantes fundamentales de la existencia se refieren
efectivamente al sentido de mi existencia personal y de todo
cuanto le pertenece. (GEVAERT 1997: 64)

El encuentro e interrelación entre distintos seres y culturas, significa al mismo


tiempo, la relación de seres diferentes, que por su naturalidad cohabitan un mismo

18
espacio, que por sentido de sobrevivencia, necesitan convivir y sobre todo de
reciprocar saberes y conocimientos para complementarse.

3.2. Los desencuentros

Muy a pesar de que el ser humano, continuamente a procurado establecer momentos


de encuentro y de interrelacionamiento solidario, simultáneamente ha ido provocando
espacios de desencuentros, de conflictos y de fragmentaciones; todo esto debido a su
egoidad y etnocentrismo, con la pretensión de establecer las diferencias con los otros
seres, y al mismo tiempo destacando lo propio como superior y como también la
búsqueda del dominio y poder.

Las relaciones interétnicas estables presuponen una estructura de


interacción semejante: por un lado; existe un conjunto de preceptos
que regulan las situaciones de contacto y que permiten una
articulación en algunos dominios de la actividad y, por otro, un
conjunto de sanciones que prohíben la interacción interétnica en otros
sectores, aislando así ciertos segmentos de la cultura de posibles
confrontaciones o modificaciones. (BARTH 1976:28)

Los desencuentros, generalmente se producen o surgen desde una relación de


desentendimiento, desde el instante en el que no se quiere reconocer al otro como ser
semejante, más por el contrario se le ve como a un rival, un ser que se opone a
nuestros planes y deseos egoístas. También se va construyendo desde una actitud de
negación y de enfrentamiento; es así que en este sentido, ya no se logra buscar el
intercambio social, más por el contrario lo que se busca es que el otro o los otros se
integren y asimilen a lo propio; siendo que, al no producirse este proceso de
integración mutua, de complementariedad entre los que se encuentran, se suscitan los
conflictos, las guerras y los sometimientos, persiguiendo conquistar al otro por la
fuerza, la violencia, el avasallamiento y de esta manera dominarlo en sí mismo.

19
El individualismo no consigue crear una comunidad propiamente
dicha. Priva a la comunidad de lo que en ella hay de sustantivo, y
priva a la persona de su valor. Pues al aislar la persona, la arruina;
además, por el principio según el cual el bien particular es el
supremo, se destruyen el valor y el fin propios de los demás y con
ello, también de la persona. (FELLERMEIER 1962: 35)

Los sentimientos de egoidad, de poder y soberanía sobre los demás,


significativamente se constituye en el proceso para que suceda el desencuentro, la
fragmentación y la imposibilidad de los encuentros interculturales. “En el intento de
dejar brotar y retomar, crecen los miedos de perder el control, de sentirse aislado, de
ya no seguir imponiendo criterios de valoración y conducta”. (ALEM 2000: 54)
Precisamente el temor de no poder encontrar esos espacios de poder o
empoderamiento, de alguna manera se constituyen en los principios de los
desencuentros, provocando en cierta forma los conflictos intersociales e
interculturales.

Los desencuentros, en sí mismo, son actos que tienen su origen en los distintos
encuentros, que de alguna manera va resultando del proceso de reconocimiento de las
diferencias, situación que se considera como algo natural, puesto que en los
encuentros, no necesariamente habrá una relación de equilibrio, de diálogo, de
convivencia y complementariedad inmediata. La relación de desencuentro, en cierta
forma es ese sentimiento de temor y desconfianza hacia lo desconocido, que de una u
otra forma significarán cambios y transformaciones entre aquellos seres que logran o
realizan el encuentro.

La idea de fondo que recorre sus páginas, es que todo intento por
comprender auténticamente una realidad cultural distinta a la
nuestra de origen, tiene que ver con posibles cambios o la
sustitución de cosmovisiones y modelos previamente mantenidos.
Y esto por lo general, no es fácil. (VALLESCAR 2000: 8)

20
El temor al cambio, se convierte para el ser humano en un mecanismo de
desencuentro, al no querer aceptar la relación diferencial del otro, el de no querer
aceptar que lo propio no es lo único, sino que de alguna forma existen otros que
también son diferentes en sí mismos y que en el encuentro con los otros le invita a un
proceso de transformación y precisamente es ese temor que se convierte en el
fundamento de los desencuentros.

3.3. La resistencia.

El ser humano a lo largo de su historia y con mayor insistencia en la actualidad, por


los distintos problemas sociales, culturales y estructurales experimentados, tales como
los de la colonización, en la que se sufrió procesos de despojos de sus tierras y
territorios, el atropello a su identidad cultural y otros, se ha visto en la necesidad de ir
encerrándose progresivamente en unos espacios reducidos e individuales; el cotidiano
vivir le ha ido impulsando hacia una soledad, que en cierta forma no le ha permitido
encontrar en su ser interior, los caminos que le permitan superar ese solipsismo y de
poder recuperar el mundo, el de poder interaccionar con los otros, para encaminarse
hacia una convivencia social y comunitaria.

El contexto social en que nos movemos cada día es complejo:


estratos sociales, culturas, regiones contradictoriamente
estructuradas, lugares en los que nos reconocemos afirmándonos
en la diferencia que es una manera de vivir buscando
complementarnos en el encuentro con la riqueza que tiene cada
persona, grupo, cultura, para recrearse permanentemente ante
cualquier situación sobrepasando los moldes preestablecidos:
¡juego interminable de renovación!. Estableciendo maneras de
comunicarnos vamos encontrando sentido de vida. En ningún
momento se reivindica la diferencia para justificar la exclusión o la
guerra. (ALEM 2000: 17)

Significativamente nos encontramos en un mundo complicado, lleno de diferencias y


fragmentaciones, en la que se hace difícil poder establecer un sistema social

21
equilibrado, puesto que la situación en la que vivimos los seres humanos, es aún
todavía complicada, por los deseos competitivos de dominación y exclusión. La
búsqueda del poder y control social, se ha convertido en una barrera intransgredible
para la convivencia social, más aún ha significado y significa un instrumento de
resistencia al encuentro entre unas culturas y otras, provocando de esta manera los
desencuentros sociales.

La resistencia al encuentro es en sí misma, un mecanismo de autoprotección que,


utilizan los distintos grupos cuando se sienten amenazados por los demás, cuado está
en peligro su estructura identitaria. Cada sociedad o grupo cultural, de una u otra
forma, resguarda y protege su estructura de ser y de existir, recurriendo muchas veces
al desencuentro, como mecanismo de resistencia y control cultural.

El ser humano, como también las distintas culturas, tienen la tendencia a preservar su
ser identitario, procurando mantenerse en sí mismos, con la intención de reconocerse
como diferentes, y únicos en este cosmos. La preservación de la identidad es también
consecuencia del cambio o transformación cultural, puesto que los cambios, por lo
general conllevan nuevos comienzos; es así que el ser humano se resiste a todo
cambio, prefiriendo mantenerse en la quietud y en lo cotidiano.

Esta experiencia del desgarramiento personal, de la pérdida de


identidad a la que nos resistimos dando tanta importancia a la
autoestima, el autodesarrollo – a la autonomía, en una palabra -,
nos impulsa en primer lugar a tratar, no de superar las
contradicciones sociales, sino de aliviar el sufrimiento del
individuo desagarrado, dado que este no puede ya apelar a un dios
Creador, una naturaleza autoorganizada o una sociedad racional.
(TOURAINE 1997: 64)

Los conflictos sociales en las que el ser humano se encuentra, en cierta forma se
constituye en situaciones de temor y resistencia al encuentro con los otros, porque
significa un ataque al proceso identitario del mismo. La resistencia es al mismo

22
tiempo, el deseo de autonomía social, en la que se hace prevalecer lo propio, para no
encontrase con algo o alguien distinto, ese distinto que le desafía y le invita al
cambio.

3.4. El reconocimiento

El encuentro y las políticas de la diferencia, en cierto sentido conlleva una gran


diversidad de conflictos, como también ciertas exigencias que comprometen a los
individuos o grupos a asumir acciones que posibiliten y viabilicen la interrelación de
unos y otros. Una de la tareas fundamentales para el proceso de encuentro entre
diferentes, es la del reconocimiento, de saber que no estamos solos en el mundo, que
no somos seres aislados, sino que existen otros seres diferentes, que persiguen sus
propios horizontes y fines.

Es posible considerar al ser humano como especie y a la par un


sujeto individual concreto. Así estamos frente a un planteamiento
de carácter diferencial. Y parece ser en principio la idea que
subyace a la reflexión sobre la identidad y la diferencia. De no ser
por algunos planteamientos pretendidamente universalizantes, que
desconocen el tipo de interacciones que se dan entre un nivel
biológico, ambiental y sociocultural donde radica el origen de
algunas de sus diferencias. Ese planteamiento es a la vez la única
manera para intentar comprender al hombre como ser viviente. Por
otro lado, la misma experiencia del hombre y los distintos grupos,
nos descubre que se ha dado constantemente inscrita en y a través
de una pluralidad de culturas y subculturas, interconectadas de
modo diferencial. (VALLESCAR 2000: 26-27)

La acción del reconocimiento implica descubrir al otro como ser único y diferente,
que se nos presenta y que tiene una experiencia propia del entorno real y natural. El
reconocimiento del otro, implica al mismo tiempo descubrirnos a nosotros mismos,
develarnos frente al otro, es en sí mismo el “ser para” y el “ser con” el otro.

23
El descubrir, redescubrir y descubrirse es una tarea que cada ser humano está llamado
a poner en práctica, es tomar conciencia que la vida en sociedad, en comunitariedad,
no se construye de manera aislada, egoísta e individualista; es en este sentido que el
encuentro y la vivencia comunitaria, es posible desde la interacción con el otro y los
otros, en cierta forma es aunar esfuerzos con los demás. El proceso de interacción, de
encuentro y reconocimiento de las diferencias, se constituye en cierta forma en los
fundamentos de la identidad de cada ser, es así que cada ser humano es al mismo
tiempo reconocido desde su dimensión identitaria; el otro desde sus diferencias
permite descubrirnos como sujetos idénticos; el otro desde sus diferencias permite
descubrirnos como sujetos idénticos a nosotros mismos, sin el otro, prácticamente
todo intento social sería inútil.

No lograremos vivir juntos más que si reconocemos que nuestra


tarea común consiste en combinar acción instrumental e identidad
cultural, por lo tanto si cada uno de nosotros se construye como
Sujeto y nos damos, leyes, instituciones y formas de organización
social cuya meta principal sea proteger nuestra demanda de vivir
como Sujetos de nuestra propia existencia. (TOURAINE 1998:
165)

La tarea del reconocimiento en el encuentro entre diferentes no se limita a saber y


aceptar la existencia del otro, porque no sería un encuentro; es así que el
reconocimiento significa una cierta convivencia, una común unión entre distintos
seres, es el entrar en diálogo, en reciprocidad complementaria. El reconocimiento es
una verdadera comunicación, un intercambio de saberes, aprender del otro para
fortalecer nuestra misma existencia.

La relación con el otro no es solo para estar en el mundo, como establecimiento de


dos seres distintos sin ninguna interacción, mas por el contrario el otro es motivador
para la convivencia, es así que el reconocimiento significa una acción común,
anteponiendo ante todo el ser diferenciador. La acción convivencial del uno con el

24
otro, pone en marcha el proceso de comunicación, de diálogo y entretenimiento,
interaccionar las distintas formas de ser y existir, que conduzcan a una co-
participación, construcción y reconstrucción social - cultural, respetando en todo
sentido la relación diferencial de cada uno.
La comunicación implica el reconocimiento del Otro, de la
diversidad, de la pluralidad, es decir, del derecho de cada uno a
combinar a su manera instrumentalidad e identidad, razón y
cultura, y por consiguiente a contribuir a la recomposición de una
sociedad disociada y heredera de la separación impuesta por la
protomodernización occidental entre la razón y la naturaleza o la
afectividad. (TOURAINE: 1998:150).

La comunicación con el otro, en cierta forma se constituye en el instrumento


facilitador del encuentro, que al mismo tiempo implica una cierta renuncia del sí
mismo, como también apertura hacia el otro, no para dejar de ser, sino para fortalecer
la propia identidad. El otro es el elemento esencial para la construcción de un
verdadero encuentro entre diferentes.

4. Construcciones identitarias

Entre los encuentros, desencuentros y diferencias, de los distintos seres existentes en


este mundo, casi siempre ha surgido la preocupación y la búsqueda de una respuesta,
a la pregunta sobre el ser en sí, sobre el fundamento existencial de cada sujeto en
particular. El ser en sí y sobre todo el ser humano, frecuentemente se cuestiona y
conflictúa sobre su participación y sentido en este mundo, aquello que guía e ilumina
la razón de su existencia y sobre todo a su ser en sí mismo; en este sentido, es que se
preocupa por conocerse y hacerse conocer por los demás, desde su propia realidad,
desde su propia forma de ser y en cierta forma desde su propia identidad.

La identidad es la respuesta a la pregunta : ¿Quién soy yo? En este


sentido, todo hombre tiene en la necesidad de identidad una de sus

25
necesidades básicas y una luz de su existencia. Así también toda
cultura, pueblo o país. Cada país de América Latina y ella entera se
pregunta y se responde, conscientemente o no; cada país y
América Latina tienen una imagen de sí mismos, buena o mala,
verdadera o falsa. (GISSI 1982: 53)

Conocerse y reconocerse, una de las preocupaciones de cada ser existente, ¿quién soy
yo?, una de las constantes interrogantes de cada ser humano, la idea de situarse, de
estar y existir, que de alguna manera es la tendencia a identificarse así mismo, saber
quién es y porqué está en este mundo, qué es lo que le hace importante desde su
propio ser, qué razón y necesidad tiene su existencia; cuestionantes que se convierten
en una búsqueda del ser y del existir. Es ante todo el motor que le encamina a
construir su ser y su identidad, aquello que la hace diferente a los demás seres
existentes de este mundo.
Un viejo principio dice que todo ser es idéntico así mismo, y por lo
tanto diferente a los otros. Así, entre los millones de millones de
hombres que pueblan el mundo, no encontraremos dos
exactamente iguales. A lo sumo podremos encontrar semejantes,
elementos que comparten, y este territorio de lo compartido por los
distintos grupos de individuos es lo que nos interesa cuando
hablamos de identidad porque lo que no se asemeja entre sí en
cierta forma se opone. (COLOMBRES S.F.; 63).

El sentido de ser y estar del ser humano, se fundamenta en cierta forma en la unicidad
y diferencia, no es posible pensar en aquellos contextos homogeneizantes, donde la
pretensión es tratar de demostrar la igualdad del ser; no existe la premisa de que dos
seres construyen una misma identidad de ser, puesto que cada uno vive y experimenta
la vida de diferente manera y como también se proyecta desde esa experiencia
particular. Es así que la construcción identitaria, se construye en una experiencia
única y peculiar de cada ser, correspondiendo de esta manera que cada sujeto
construye y reconstruye su propia identidad de acuerdo a las circunstancia y
experiencias vividas.

26
El énfasis que se otroga a la identidad como un proceso de construcción en sin duda
a que la identidad no es estática, sino dinámica, un mismo ser puede ir
reconstruyendo continuamente su estructura identitaria de acuerdo a su propio
desarrollo. “Todos sabemos que las identidades cambian, nacen y desaparecen, y las
elites (políticas) pueden influir en este proceso de forma crucial”. (PINXTEN 2002:
internet). El cambio identitario, en cierta forma es una característica y un derecho del
ser humano, en ella hace prevalecer su derecho de ser y existir; reconociendo al
mismo tiempo que los cambios, transformaciones y la construcción identitaria, recibe
influencias de varios factores, como ser el social, geográfico, migraciones, desarrollo
y otros.

Por último, la identidad es una construcción social que se realiza


en el de marcos sociales que determinan la posición de los actores
y, por lo mismo, orientan sus representaciones. Por lo tanto, ni está
totalmente determinada por supuestos factores objetivos, como
pretenden las concepciones objetivistas de la identidad, ni depende
de la pura subjetividad de los agentes sociales, como sostienen las
concepciones subjetivistas. (GIMÉNEZ :9)

Las construcciones identitarias se construyen de esta manera en procesos continuos,


en la que el ser en si mismo va situándose en contextos diferentes de estar y de
existir, provocando los cambios y transformaciones de identidad. Siendo así que no
existe en un mismo ser una única identidad, sino un continuo proceso de ser y estar,
sin que ello signifique que cada ser modifique su identidad a su capricho, sino que
responde de alguna a los encuentros y desencuentros sociales y culturales.

4.1. Nuestra Identidad.

Cada ser humano, desde el momento en que es concebido, va construyendo y


desarrollando su propia identidad, es decir, aquella característica que lo hace distinto
y único en sí mismo, como frente a los demás. “Así, la fórmula más adecuada del
principio de identidad, A es A, nos dice sólo que todo A es el mismo, sino, más bien,

27
que cada A mismo es consigo mismo lo mismo. En la mismidad yace la relación del
“con”, esto es, una mediación, una vinculación, una síntesis; la unión es una unidad”.
(HEIDEGGER 1990: 63). Es así que reconociendo el sentido de la identidad, se
puede decir con mayor certeza, que los seres humanos no son iguales entre unos y
otros, pero en cierta forma tienen características semejantes, pero de ninguna manera
iguales, siendo que desde esta premisa, se puede comprender y conocer que cada ser
humano es único e irrepetible en sí mismo.
La mutua pertenencia de hombre y ser a modo de provocación
alternante, nos muestra sorprendentemente cerca, que la misma
manera que el hombre es dado en propiedad al ser, el ser, por su
parte, ha sido atribuido en propiedad al hombre. (HEIDEGGER
1990:85)

La identidad de cada ser humano, se construye en el fundamento de su ser y de su


existir, es aquello que desde todo punto de vista le hace diferente frente a los demás,
que en cierta forma, el ser mismo y desde sí mismo la ha ido cultivando día a día, es
una lucha constante con la vida y en relación con los demás. “La identidad, entonces,
solo puede ser entendida mediante la dinámica de este proceso de construcción y
reconstrucción que implica tanto la pérdida de algunos referentes socio-culturales
como la incorporación de otros”. (RODRÍGUEZ 1988: 22). Siendo así, que la
identidad solo se puede entender en torno al proceso de construcción y reconstrucción
continua del ser humano, que en cierta forma implica apertura y renuncia de su ser en
sí, tomando en cuenta la relación de convivencia con los demás.

Muy a pesar de que la construcción de la identidad es prácticamente personal o


individual, sin embargo, en todo este proceso se hace determinante la relación con los
demás. “Algunos hablan de maneras de “criar”, otros hablamos de “cultivar” y de
“conversar”... Lo que se busca es su parte y estar en la vida desde las circunstancias y
situaciones que asumimos compartir. La convivencia nos ayuda a ser parte de cada
persona, grupo; cultura”. (ALEM 2000: 22) Desde todo punto de vista, la identidad se
va construyendo, no en forma aislada o separada de los demás, sino en relación con

28
los demás, en ese proceso de interacción, de comunicación, de convivencia, que al
mismo tiempo significa un compartir el desarrollo de nuestra propia identidad y como
también el desarrollo de la identidad de los demás, permitiendo de esta manera una
construcción social y cultural.

Si pensamos la mutua pertenencia al modo habitual, es sentido de


la pertenencia, como ya indica la acentuación de la palabra, se
determina por lo mutuo, esto es, por su unidad. En este caso
“pertenencia” significa tanto como ser asignado y clasificado en el
orden de una dimensión mutua, integrado en la unidad de una
multiplicidad, dispuesto para la unidad del sistema, mediado a
través del centro unificador de una síntesis determinadora. La
filosofía presenta esta mutua pertenecía como nexus y conexio,
como en el enlace necesario de uno con el otro. (HEIDEGGER
1990:71)

La construcción de la identidad, que de una u otra manera se produce en relación con


los demás, marca sin duda el desarrollo de la diferencia, en el que todo ser humano se
construye en sí mismo, determinando el carácter personal, como también las
manifestaciones particulares en relación a su convivencia social y cultural. “La
identificación es conocida en el psicoanálisis como la manifestación más temprana de
un enlace afectivo a otra persona, y desempeña un importante papel en la prehistoria
del complejo de Edipo” (FREUD 1974: 42) La identidad, es propia de cada ser
humano, es aquel patrimonio fundamental que le permite ser en cuanto ser, que ante
todo se convierte en un estado de pertenencia individual, sin dejar de lado la
importancia de la relación comunitaria con los demás.

La construcción de nuestra identidad, es en sí misma, la base y el cimiento de nuestro


ser, aquello que hace que seamos nosotros mismos, que de alguna manera nos permite
expresarnos y reconocernos como sujetos distintos y únicos en medio de todo este
cosmos en el que vivimos.

4.2. La identidad del otro

29
La identidad del ser humano, es entendida como un proceso de construcción y cambio
permanente, y siendo que se considera como una construcción individual y personal;
ya en el anterior apartado se ha reconocido que, la identidad se desarrolla
fundamentalmente en relación e interacción con el otro, desde el otro y en el otro. “Lo
absolutamente Otro, es el Otro. No se ennumera conmigo. La colectividad en la que
digo “tú” o “nosotros” no es un plural de “yo”. Yo, tú, no son aquí individuos de un
concepto común. Ni la posesión, ni la unidad del número, ni la unidad del concepto,
me incorpora al Otro.” (LEVINAS 1977: 63) El otro no es ciertamente un accidente,
un ente que aparece y desaparece por simple casualidad; el otro es ante todo un ser
individual, que busca y persigue la construcción de su propia identidad.

El discurso, por el hecho mismo de mantener la distancia entre yo


y el Otro, la separación radical que impide la reconstitución de la
totalidad, y a la que se aspira en al trascendencia, no pude
renunciar al egoísmo de su existencia; pero el hecho mismo de
encontrarse en un discurso, consiste en reconocer al Otro un
derecho sobre ese egoísmo y así, en justificarse. La apología en al
que el Yo a la vez se afirma y se inclina ante lo trascendente, está
en la esencia del discurso. (LEVINAS 1977: 63-64)

En todo sentido el otro se constituye en fundamento para la construcción del ser, pero
no sólo es el fundamento sino es en sí mismo fundamento para su propia
construcción, esencialmente es un ser en sí mismo capaz de construirse y desarrollar
su propia identidad. En la construcción identitaria el otro es aquel ser que se muestra,
se devela, se interrelaciona y se encuentra con los demás, permitiendo de esta manera
el reconocimiento y complementación entre los distintos seres existentes.

En Sócrates el Otro se consagra como el auténtico recurso, el


interlocutor para el diálogo: afirmación vivida de la presencia del
Otro. El ser-con explorando el ser. De ahí en adelante siempre el
nosotros de una u otra manera, contado o de contado por el
filosofar. (IRIBARNE 1987: 9)

30
En la media que el otro va reafirmando su identidad, el ser va afirmando la suya, en
una constante interrelación dialógica, de encuentro entre seres, capaces de construir
un mundo comunicativo, de convivencia y de respeto. La construcción identitaria del
otro de ninguna manera es el reflejo de uno mismo, sino que su identidad es única e
irrepetible, tan distinta y propia que refleja a sí mismo.

En relación al proceso constructivo de la identidad, es importante considerar la


relación de alteridad, en la que se considera una experiencia de convivencia, de
compartir y desafiar la vida. En este sentido que la alteridad juegan un papel
importante, porque de todas maneras permite descubrir que no estamos solos en el
mundo, que existe otro, aquel ser que se antepone en nuestro caminar, que cuestiona
nuestro existir, que demanda un proceso dialógico y un estado de entendimiento, y
que sobre todo abre la posibilidad del encuentro identitario.

En la posición del Otro mundano hace fenomenología genérica


para dar cuenta de la constitución del sentido de ser del otro por la
actuación de las operaciones trascendentales. Cuando intenta la
fundamentación reflexivo-filosófica del Otro trascendental (para
hacerlo ya debe haberlo constituido como tal) hace fenomenología
estática, está resolviendo una pregunta técnica del filósofo por la
estructura de repetición como condición de posibilidad del
reconocimiento recíproco de la recíproca presencia del ego y el
Otro trascendental en el campo intencional de mi conciencia.
(IRIBARNE 1987:63)

La identidad del otro en tal sentido es una relación fenomenológica del existir, del
sentido del ser y del estar, ese alter ego que se presenta delante de nosotros, que nos
imparte y en cierta forma desequilibra nuestro cotidiano ser. El otro y el nosotros,
son construcciones interrelacionales que en cierta forma se constituyen en caminos de
la presencia identitaria, que significa el encuentro entre diferentes.

4.3. Desarrollo de la identidad

31
La identidad no es un elemento estático en el ser humano, no es algo que se nos ha
legado por herencia cultural ni biológica, sino es una característica que se va
desarrollando continuamente en el ser en sí; un desarrollo que fundamentalmente
sucede en cada ser humano de distinta manera, pero este desarrollo va relacionado al
proceso de interacción de unos y otros. Cuando nos referimos al desarrollo, nos
estamos refiriendo a ese proceso continuo de cambios y transformaciones que se
suceden en los diferentes seres existentes; en sí, se puede decir que es una
construcción del ser en cuanto ser, la capacidad de reconocerse y darse a conocer
desde su propia forma de ser consigo mismo y con los demás.

No sólo vivimos en relación con otros individuos humanos, sino


también en el conjunto de una comunidad; no sólo estamos en la
relación del yo-tú, sino también en la relación yo-nosotros; con
otras palabras, vivimos en la relación personal y también social. La
relación nosotros supone la relación tú; es el tú el que proporciona
el nosotros. Por otra parte, también es cierto el proceso inverso,
creándose las relaciones personales yo-tú a través de la comunidad
del nosotros, en cuanto que el nosotros posibilita el tú. Existe aquí
un condicionamiento y mediación mutuos. Lo cual evidencia que
ambos aspectos forman una unidad necesaria. (CORETH 1978:
226)

La interrelación con los otros, en cierta forma incide para que la identidad vaya
desarrollándose, puesto que si el ser se mantendría aislado o separado del entorno
social, qué difícil sería poder desarrollarse; es por eso que la interrelación del yo-tú se
considera de suma importancia en la construcción identitaria. “Ya Hegel trata la
temática de identidad al analizar cómo la sociedad asegura su agregación a pesar de
las diferencias y desigualdades. Interpreta que la identidad en el interior del Estado
minimiza las diferencias y contribuye con el proyecto de consolidación de la
sociedad.”(TAMANGO 1988: 49) El constructo social en cierta forma viabiliza el
desarrollo de las identidades, acentuando las diferencias de los seres humano y que al
mismo tiempo estas diferencias dan los cimientos de la estructura social.

32
En cuanto referente de la identidad colectiva, configura un sistema
socio-espacial de pertenencia, en relación simultánea a la dinámica
del parentesco y al territorio poblado por el mismo (sub)-grupo
étnico, pudiendo llegar a ocupar un área relativamente extensa, con
algunos centenares de familias distribuidos en varias comunidades
y agrupadas inclusivamente en niveles organizativos
crecientemente englobantes. (IZKO 1991: 96)

En cierta forma el contexto de comunitariedad, de relación social, permite el


desarrollo de la identidad del ser, como también la identidad colectiva, encaminado
sobre todo al sentido de pertenencia, de acogida y de identificación hacia el mismo
grupo o sociedad comunitaria, en este contexto el ser humano va desarrollando sus
identidades en torno a la relación comunitaria, a ese encuentro intercultural. “Los
procesos de identidades son, en nuestra perspectiva, maneras diferentes de resolver
ciertos problemas. Éstos son, indudablemente, universales, de todo y de todos los
tiempo, pero la manera de resolverlos y las soluciones esgrimidas difieren según el
individuo, el grupo o la comunidad.” (PINXTEN 2002: Internet) Es así que el
desarrollo de la identidad es un continuo proceso, que va transformándose de acuerdo
a las diferentes experiencias de vida de cada individuo o como también del grupo.

4.4. Cambios identitarios

Al enfatizar que la identidad es un continuo proceso de desarrollo, implícitamente se


ha reconocido que la identidad cambia progresivamente; en este sentido es que se
puede reconocer que no existe una identidad única y estática; difícilmente se podría
decir que el ser humano nace con una identidad y muere con la misma, esa afirmación
sería un error, puesto que la identidad cambia continuamente, de acuerdo al tiempo y
al espacio en el que se encuentra el ser.

En gran parte, los sistemas sociales difieren en el grado en que la


identidad étnica, como un status imperativo, restringe a la persona

33
en la variedad de status y de funciones que puede asumir. Donde
los valores distintivos relacionados con la identidad étnica son
pertinentes sólo para ciertos tipos de actividad, la organización
social basada en éstos estará limitada de manera similar. (BARTH
1976: 22)

Los cambios identitarios son el producto de las interrelaciones y movimientos


sociales, así como un grupo o una persona va desarrollándose y construyendo nuevos
principio de vida, en la medida en que sus valores van reorientándose, así también su
construcción identitaria sufre alteraciones, adecuándose siempre a los nuevos
sistemas de vida. El ser humano, por su capacidad racional, continuamente va
reconstruyendo sus formas de vida, descubre y perfecciona sus instrumentos, cambia
sus necesidades y sobre todo cambian sus proyectos de vida; en tal sentido es casi
irremediable que también vaya cambiando su identidad.

Muchas veces los seres humanos somos reacios al cambio, por lo general buscamos la
pasividad y la inercia, es por eso que frecuentemente se ha buscado un modelo al cual
seguir, para no conflictuarnos en los retos que se nos presenta el cambio, pero
también se ha dado la tentación de imponer modelos identitarios, esto con el fin de
conquista y dominio.

Cuando hablamos de “identidad”, normalmente nos perdemos en


“purismos” e imágenes ideales a las que deseamos alcanzar o
cuando menos parecernos. Son “modelos” occidentales de héroes,
mártires, artistas...creados a lo largo de la historia; guardan mucho
poder y saben mantener el control social desde pretensiones
personales construidas para ejercer dominio. A partir de esas
imágenes se han ido conformando identidades , y quienes no
tenemos a quién (es) parecernos o por quién (es) sacrificarnos
somos “las ovejas negras”, estamos excluidas por no responder a
esos modelos de identidad. (ALEM 2000: 20)

En cierto sentido los modelos identitarios, dificultan el desarrollo y cambio de la


propia identidad, estableciéndose como parámetros hacia los cuales debemos seguir o

34
alcanzar, sin tener la posibilidad de construir nuestra propia identidad; en este
contexto los modelos son modelos impuestos o importados, que por lo general no
responden a nuestras necesidades y realidades culturales. Pero el desarrollo de la
identidad, nos exige vivir experiencias de cambios, de construir y reconstruir nuestro
ser en sí, que desde la dinámica de la vida y el descubrir nuevos horizontes, se
constituyen retos para que nuestra identidad vaya cambiando.

5. Principios de la Interculturalidad.

Desde el principio de interacción y desarrollo de los seres existen en este


cosmos, de los encuentros y desencuentros entre diferentes, y sobre todo el
sentimiento de reconocer las diferencias de unos y de otros, se convierte en una
necesidad de intercambiar y fortalecer los sistemas de reciprocidad complementarias;
incursionando a todo ser humano a buscar aquellos procesos de socialización y
convivencia con otros seres que de ninguna manera son iguales a él.

La búsqueda del encuentro con el otro, se convierte de esta manera en una


prioridad fundamental, puesto que, a través de esa interrelación, el ser humano podrá
encontrar espacios de diálogo, de reconocimiento, de afianzar su presencia en el
mundo, siendo que sin ella, la existencia del ser carecería de sentido, sumiéndose en
un silencio y en el olvido.

El proceso de acción y desarrollo de la interculturalidad, parte desde el ser


humano, que encuentra su realización personal en relación y presencia del otro, en
este sentido el ser persigue un proceso de “interrelacionamiento”, el estar “con”,
“por” y “para” el otro, como un instante de identificarse y ser identificado. Este
encuentro con el otro se constituye de alguna manera en un espacio de convivencia,
de co-existencialidad y sobre todo de intercomunicación y desarrollo de la
interculturalidad, como estructura y principio de socialización entre diferentes.

35
El propósito y el fin del proceso de interrelacionamiento, hoy en día se lo
conoce como “Interculturalidad”, es decir un encuentro entre diferentes culturas,
personas, sociedades y naciones; sin que este encuentro tenga un propósito de
homogeneizar desde unos parámetros antropocéntricos o egocéntricos, sino más bien,
por el contrario el plasmarlo en un diálogo de equidad, es decir, reconociendo las
diferencias culturales de cada grupo y de cada ser humano.

5.1. La Interculturalidad.

Significativamente, la interculturalidad tiene un sentido de convivencia, es


decir un encuentro para compartir una vida desde la diferencia y en la diferencia,
procurando establecer una relación recíproca y de armonía, estableciendo un espacio
de intercomunicación y complementación. “Los encuentros, al comenzar, son tensos
y están cargados de prejuicios, mediados casi siempre por relaciones de poder
explícitas o implícitas”. (ALEM 2000: 17) La primera intención del ser humano es
buscar el control y dominio de los otros, anteponiendo sobre todo sus estructuras
culturales, es decir que en el mismo encuentro hace prevalecer lo suyo; sin embargo
para construir un encuentro intercultural se debe tomar en cuenta y asumir una actitud
de interrelación en equidad, reconociendo sobre todo las diferencias culturales de los
otros.

En rigor, existe ya alguna forma de interculturalidad siempre que se


desarrolle alguna relación entre personas o grupos humanos de una
cultura con referencia a otros grupos culturales, a sus miembros o a sus
rasgos y productos culturales. Esta relación es negativa cuando
conduce a anular o reducir al grupo distinto, sea por eliminación física
(como en conflictos recientes del Viejo Mundo), o por una asimilación
forzosa a la cultura dominante (como ha ocurrido más entre nosotros).
Pero la interculturalidad que aquí procuramos es la otra, la positiva.
(ALBO 2001: 4)

El propósito de la interculturalidad, como fundamento de la interacción entre


diferentes, de diálogo y de encuentro de las diversas culturas, es reconocido y
entendido como una praxis de reciprocidad y complementariedad solidaria, entre

36
aquellos grupos o culturas que buscan y desean lograr una relación intercultural.
Significativamente, la interculturalidad se debe comprender como un proceso de
reconocimiento entre sujetos y culturas distintas, con una actitud de apertura,
renuncia y respeto al otro diferente. “La interculturalidad no apunta pues a la
incorporación del otro en lo propio, ya sea en sentido religioso, moral o estético.
Busca más bien la transfiguración de lo propio y de lo ajeno con base en la
interacción a la creación de un espacio común compartido determinado por la con-
vivencia”. (FORNET-BETANCOURT 2001:47) Es así que el sentido de la
interculturalidad no significa un proceso de incorporación del otro a lo propio, sino
que es la búsqueda de la convivencia y complementariedad entre ambos.

La interculturalidad se constituye en un proceso de diálogo, de respeto, de


interacción, de un compartir entre las distintas culturas; es así misma un espacio de
comunitariedad, procurando establecer una vivencia en equidad. Es también
importante remarcar que no es un espacio tiempo delimitado, acabado, sino más bien
es un continuo ciclo de la vida en construcción, en la que el ser humano vive
construyendo nuevas formas de vivir en armonía y recreación.

Entonces, interculturalidad para nosotros, quiere decir, contarstar/


dialogar, entre los distintos modos de “saber hacer”, los
conocimientos y la sabiduría de los diversos pueblos en
condiciones de equidad, respetando los derechos constituidos y la
cultura. Es decir, compartir, complementar, intercambiar y
reciprocar saberes y valores de los pueblos, a través de procesos,
de t’inqhus periódicos y continuos, respetando la identidad y
dignidad de los pueblos. Por tanto, no es integrar, ni seguir el
proceso social de mestización, que en el fondo es la hibridación de
la cultura y la identidad de los pueblos, bajo las supuestas fuerzas
de la globalización, los sistemas liberales del mercado y del
capitalismo. (YAMPARA 2001: 27-28)

En todo sentido es que la relación de interculturalidad, significará una actitud


de renuncia y aceptación desde la diferencia del otro, siendo así que es un
interaccionar y reciprocar mutuamente en condiciones equitativas, sin pretender una

37
sobreposición y dominación a los otros: “La interculturalidad se refiere sobre todo a
las actividades y relaciones de las personas o grupo cultural, a sus miembros o a sus
rasgos y productos culturales”. (ALBO 1999: 82) Prácticamente se constituye en un
encuentro entre diferentes, en la que cada uno posee sus propias características y
formas de ser, y en medio de todo, abrir una actitud de aceptación y respeto a la
diferencia del otro, estableciendo de esta manera una relación de alteridad y diálogo
en equidad.

La interculturalidad como camino de encuentro, de diálogo entre diferentes ha


recorrido y ha sido utilizado de diversas maneras, son diferentes concepciones
sociales y culturales, como también desde diversas cosmovisiones; concepciones que
han sido construidas de acuerdo a necesidades e intereses subjetivas de quienes lo han
ido definiendo, es así que existen un sin fin de aplicaciones. En este sentido se ve
oportuno recurrir a las concepciones y definiciones de algunos autores, que de una u
otra manera han reflexionado y tratado el tema de la interculturalidad; siendo así que
a continuación transcribiremos algunas citas textuales:

 El principio de reciprocidad, en cambio, es de índole cualitativa y de su puesta


en escena brotan los valores humanos; busca la satisfacción de la necesidad
del otro, por el bien común, entendido no como la suma de bienes individuales
(la colectividad) sino como el comunitario, ese tercer incluido e indivisible
que no es reducible a la suma de las partes y que no puede ser propiedad de
nadie. Una estructura de reciprocidad prohíbe el nacimiento de toda
privatización; impide la acumulación y la explotación; su identidad incluye la
diferencia del otro. (MEDINA 2001: 31)

 El segundo paso, mas importante intercultural, consiste en tomar realmente en


serio las partes y valores de lo y los distinto (s) para ir constituyendo todo un
conjunto, un tejido común en que todos nos conozcamos y enriquezcamos con
los otros. (ALBO 2001: 4)

 Tercero, es nueva la “filosofía intercultural” porque es puesta en práctica


de una actitud hermenéutica que parte del supuesto de que la finitud
humana, tanto a nivel individual como cultural, impone renunciar a la
tendencia, tan propia de toda cultura, de absolutizar o de sacralizar lo

38
propio; fomentando por el contrario el hábito de intercambiar y de
contrastar. (FORNET-BETANCOURT 2001: 30)
 La comunidad, el espacio en el que se dan las relaciones de vida, de
afirmación, de enfrentamiento, de interculturalidad y de regeneración
junto a parientes y desconocidos, es una manera de asumirse en colectivo
y de reconocerse en singularidad. Aquí recobramos la vida en cotidiano,
en presente, en incompletitud y esperanza. (ALEM 2000: 66)
 La interculturalidad es la interacción, en tiempo-espacio definidos,
distintos pero complementarios, del principio occidental; patrialcal,
logocéntrico, newtoniano, cartesiano, y el principio amerindio, matrístico,
semiocéntrico, animista, holista. Los tiempos, espacios apropiados para el
despliegue del paradigma amerindio son los espacios conviviales y
cualitativos. Los tiempos-espacios apropiados para el despliegue del
paradigma occidental son los espacios racionales y cualitativos.
Entendiendo por espacios conviviales a los espacios de la esfera vernácula
en los que los actores se conocen personalmente. Entendiendo por
espacios racionales los espacios de la esfera mercantil y estatal; por tanto,
los espacios impersonales. (MEDINA 2001: 5)
 Entonces, interculturalidad para nosotros, quiere decir, concertar/dialogar,
entre los distintos modos de “saber hacer”, los conocimientos y la
sabiduría de los diversos pueblos en condiciones de equidad, respetando
los derechos constituidos y la cultura; es decir, compartir, complementar,
intercambiar y reciprocar saberes y valores de los pueblos, a través de
procesos de t’inqhus periódicos y continuos, respetando la identidad y
dignidad de los pueblos. Por tanto, no es integrar, ni seguir el proceso
social de la mestización, que en el fondo es la hibridación de la cultura y
la identidad de los pueblos, bajo la supuesta fuerza de la globalización, los
sistemas liberales del mercado y del capitalismo. (YAMPARA 2001: 27-
28)
 El diálogo intercultural tiene a este nivel, el carácter de un proyecto ético
guiado por el valor de la acogida del otro en tanto que la realidad con la
que se quiere compartir un futuro que no está determinado únicamente por
mi manera de comprender y de querer la vida. (FORNET-BETANCOURT
2001: 207).
 Por eso, en este momento, la interculturalidad se presenta amenazadora
para unos y prometedora para otros. La mayoría, que habita aquel entorno
cósmico para cuya manipulación se intenta utilizar el término
interculturalidad, vive todos los días con esperanza, tensión, riesgo,
desafíos, juego y fiesta; también lo de siempre: las raíces que nos une a la
tierra, que nos une entre idénticos; unión que nos dá la fuerza y la
imaginación para ser solidario entre nosotros y con los diferentes, frente a
los signos de la destrucción y el desprecio. (ALEM 2000: 30-31)

5.2. Diferencias del encuentro:

39
La interculturalidad en los procesos de encuentros entre distintas culturas, si bien
persigue un diálogo en equidad y complementación, no siempre es posible establecer
un encuentro de semejanzas entre las culturas; ante todo existe una diferencia clara
entre cada una de las mismas, ya sea por su naturaleza o por la construcción social.
Las diferencias culturales se anteponen al momento del encuentro, aspecto que
dificulta el diálogo y la interrelación intercultural.

En esa línea la cosmovisión designa la perspectiva más general que


posee toda cultura. En cambio, los paradigmas o modelos representan
visiones distintas de la realidad o niveles de complejidad, creados,
transmitidos y modificados por los mismos integrantes de las
comunidades en función de los nuevos descubrimientos y exigencias,
que se van concretando en el cambio o intercambio de unos modelos
por otros. (VALLESCAR 2000:8)

Toda cultura posee su propia cosmovisión de la realidad, como también tiene sus
propias perspectivas de alcanzarlas, en este sentido es que el encuentro intercultural
será diferenciado, puesto que no necesariamente presentan las mismas expectativas en
el encuentro, sino diferenciado.

Sin embargo, muy a pesar de las razones propias de cada cultura, se considera que en
el encuentro intervienen otros factores que de alguna manera marcan las diferencias.
El desarrollo socio histórico, se constituye en uno de los factores principales, siendo
que el proceso de colonización y dominación, se convierte en un elemento
diferenciador y distanciador, estableciendo prejuicios de los dominantes y los
dominados.

Un primer factor tiene que ver con la vieja fractura derivada de la


naturaleza de la imposición occidental; destruyendo conocimientos y
valores, desplazando su milenaria relación con la tierra, extirpando sus
prácticas religiosas y saqueando sus templos. (BARRENECHEA
1996: 14)

40
La relación de imposición y dominio, en si mismo son motivos de diferenciación del
encuentro, considerándose que de hecho, la relación de dominantes y dominados no
logran ser en equidad, sino de subordinación y obediencia.

El proceso de centralización y monopolización de los poderes se constituyen también


en factores diferenciadores del encuentro, puesto que significativamente se crea un
espacio de preferencia y de relegamiento entre los dominantes y los dominados,
desatendiéndose las oportunidades de desarrollo de unos, para fortalecer a unos
cuantos y en cierta forma el encuentro no es equitativo, y el diálogo se convierte en
un puro discurso proponiéndose un proceso integrador y asimilador.

Un segundo factor es el centralismo que se lamenta de la herencia


colonial antes reseñada y crece y se recrea en la dinámica del
desarrollo desigual del capitalismo, del abandono del eje vertebrador
andino, de la relaciones de transversalidad con ese eje costero
dominante, de la naturaleza de un estado lejano y ausente de los
espacios más pobres y rurales, de los patrones de desarrollo que parten
del desconocimiento de nuestra extraordinaria diversidad ecológica-
geográfica y cultural. (BARRENECHEA 1996: 15)

La concentración de los estados de poder en las ciudades o espacios urbanos, se


constituye en otro elemento del encuentro diferenciado, puesto que al centrear su
atención en pequeños espacios preferenciales, automáticamente desatiende los otros,
tales como las rurales o barrios periurbanos.

Pero no solo la centralización del desarrollo es factor diferenciador de los distintos


encuentros, sino también, como complemento está lo que concierne al uso y abuso del
poder, a la que todos persiguen y se preocupan por alcanzar ese deseo. El poder
muchas veces y quizá por lo general enceguece a las personas, convirtiéndolas en
seres egoístas, que al obtenerlo se olvidan de sus principios y propuestas,
enmarcándose en sus propios intereses, provocando de esta manera la marginación y
omisión de los demás sectores; más por el contrario despierta en otros esos mismos
deseos, resultando en cierta forma una continua lucha.

41
El tercer factor clave para entender estos procesos es el relativo al
poder. Ocurre que vivimos, desde los años 60, un proceso
inacabado pero irreversible de desplazamiento o de simple
eliminación de los viejos poderes regionales y locales, y de
articulación lenta, y aún no clara en sus perfiles y características,
de los nuevos grupos de poder en estos espacios.
(BARRENECHEA 1996: 16)

La búsqueda del poder se convierte en sí mismo en un instrumento fragmentador, de


competencias y luchas, en las que unos y otros corren para alcanzarlo;
consecuentemente el encuentro carece de sentido y se convierte en un desencuentro
diferenciador entre todos.

La conquista del poder, en la que se pretende centralizar y hacer prevalecer la


herencia colonial, donde existen opresores y oprimidos, dominados y dominadores,
que por lo general se ha encargado de abrir y engrandecer las brechas sociales de
pobres y ricos, que ciertamente pone en claro las diferencias socioculturales,
dificultan el encuentro de unos y otros.

La pobreza se ha convertido en diferenciador de los encuentros, puesto que en esta


situación no existirá un diálogo en equidad entre pobre y un rico. Sin duda las
relaciones serán de mando y obediencia, de control y sumisión, del más y del menos.

Un cuarto factor de importancia para entender los procesos que nos


ocupan es el relativo a la caracterización del fenómeno de la
pobreza. Su compleja trama se expresa en múltiples dimensiones
que se retro- alimentan en un círculo vicioso tanto urbano como
rural. (BARRENECHEA 1996: 19)

La pobreza como parámetro de los encuentros, es sin duda diferenciador, porque


demuestra la desigualdad social y económica, mucho más se remarca al producirse
los procesos migratorios, en la que los que vienen del campo son discriminados en las
ciudades, considerándolos ignorantes y aptos para los servicios manuales. “El quinto
factor lo constituyen los procesos migratorios, que no son buenos o malos en sí

42
mismo, sino en tanto expresan causas y efectos concretos de determinada naturaleza”.
(BARRENECHEA 1996:20) En este contextos las diferencias del encuentro son
claras, y de mayor magnitud, puesto que las condiciones socioculturales quedan
marcadas en todas las dimensiones, sobresaltando en todo caso los niveles de
desarrollo y tendencias culturales de cada uno.

Una última tendencia de importancia estratégica para modificar


nuestras concepciones sectoriales sobre la relación entre el campo y la
ciudad es el relativo a las visiones del desarrollo y los proyectos
específicos que la expresan (BARRENECHEA 1996: 25).

Sin duda las diferencias del encuentro serán distintas, de acuerdo a la realidad de los
que se encuentran, no todos persiguen los mismos objetivos, como tampoco tienen las
mismas necesidades.

5.3. Conflictos identitarios:

La construcción de una relación intercultural, de encuentros entre diferentes, de


ninguna manera se constituye en una estructura mágica y misteriosa, en sí mismo
significa todo un proceso de vivencia y conflicto; prácticamente es un reto que todos
los seres humanos deberán enfrentarlo si es que quieren alcanzarlo. Es así que el
encuentro entre diferentes, en cierta forma es un proceso largo y sistematizado, en la
que se pone en conflicto las relaciones identitarias y culturales de diversos seres que
buscan el diálogo.

El problema de la identidad étnica se hace cada vez más complejo y de


una solución muy difícil, por no decirlo casi imposible. Poder decir
quién es indio o quién se considera indio bajo una concepción
universal trae consigo siempre alguna omisión forzosa. (GARCIA
1996: 202)

43
La identidad como espacio de reconocimiento y presencia, no siempre es homogéneo,
no todos se reconocen así mismo, se identifican con algo con facilidad, muchas veces
la inseguridad y las necesidades o deseos se vuelven en elementos de conflictos
interculturales, es también obstáculo, el idealizar o sobrevalorar la propia cultura, en
la que se llega a desconocer, desvalorizar o ignorar la cultura de los otros, procurando
sobreponer lo propio, en muchos casos imponer como único y válido frente a los
demás.

Hemos idealizado algunas culturas y satanizado otras. Ser originario


fue entendido como símbolo de pureza e impenetrabilidad y mestizo
algo así como indeseable... Esas maneras de mirar e interpretar las
relaciones desde dualidades irreconciliables, desde parámetros de
negación, nos hacen daño. (ALEM 2000: 67)

Centralizarse en un solo modelo identitario, provoca conflictos en el encuentro,


puesto que desde todo punto de vista, se procurará medir desde esos parámetros
ideales las relaciones interculturales, desconociendo y negando las diferencias, más al
contrario se procurará homogeneizar el encuentro. En cierta forma este modelo
globalizante, creará dificultades en la relación identitaria de uno mismo, como
también en la interrelación con los otros, puesto que buscará hacer prevalecer ese
modelo dominante de identidad, entorpeciendo las diferencias culturales e
identitarias.

Al analizar las relaciones de encuentro, se puede reconocer que el conflicto no radica


en los modelos, sino en los efectos que provocan, como también en las actitudes de
las personas, que en cierta forma se dejan absorber y dominar con esos modelos; es
precisamente la acción identitaria de las personas que en cierta forma se encubren con
modelos identitarios dominantes, lo que provoca el conflicto, asumiendo una actitud
de dependencia y dominación.

44
Sin embargo, en un contexto decreciente Interdependencia como el
contemporáneo, esta forma de reproducción de la identidad étnica
puede tener un precio, relacionado de manera precisa con la
“vulnerabilidad” de los márgenes. (IZKO 1991:107)

La idealización de un modelo identitario no solo crea conflictos, sino también


dependencia, en la que el sujeto no solo es absorbido por dicho modelo sino que no es
capaz de construir su propia identidad, en sí es una actitud conflictiva que dificulta el
encuentro intercultural.

5.4. Diálogo y Consenso:

Al reconocer la relación de la interculturalidad, se ha enfatizado que es un encuentro


de diálogo en equidad, una continua búsqueda de complementariedad y en cierta
forma es así; pero el encuentro requiere necesariamente de un diálogo, de un
intercambio entre los que se encuentran. El diálogo entre diferentes significará ante
todo, un proceso de comunicación, de buscar y encontrar las formas de dialogar, que
sin duda no será construido de una cosmovisión diferente, de entender las cosas
desde su propia realidad, de priorizar y valorar de acuerdo a sus necesidades y
propósitos, en este sentido el diálogo es diferenciado.

El diálogo es sin duda la forma más humana de establecer un proceso de interacción


entre los distintos seres existentes, puesto que a través de ella, es posible una
convivencia y entendimiento, mediante el cual se logra conocer al otro y sobre todo
darnos a conocer a los demás. El diálogo es la expresión de uno mismo, mediante el
cual uno puede mostrarse e identificarse frente a los demás.

El lenguaje es ante todo la expresión de uno mismo, puesto que mediante la palabra
uno puede manifestar sus sentimientos y sus pensamientos, es decir darse a conocer
tal cual es y qué es lo que busca en su vida, a través de la palabra se pueden construir
y destruir la existencia, como también se puede encontrar estrategias de

45
sobrevivencia. Es así que el diálogo, a través del lenguajes, es posible encontrar los
caminos de la construcción social y cultural.

Expresarse mediante la palabra, verbal o escrita, es utilizar este tipo


concreto del lenguaje para exteriorizar lo que se siente y lo que se
piensa. No quiere esto decir que sea la palabra el único instrumento de
expresión, pero para nuestro efecto hemos de referirnos siempre al
lenguaje como su único vehículo normal y como el más universal que
existe, sobre todo después que los avances tecnológicos nos han traído
los medios de interrelación con las masas, como son la radio y la
televisión. (TORRENTE s.f.:7)

Desde el contexto comunicativo, el diálogo se constituye en uno de los medios más


eficaces para los encuentros interculturales, puesto que a través de él, de
intercomunicación y el entendimiento es posible. En este sentido el ser humano
deberá recurrir al diálogo, no sólo para intercomunicarse, sino también para lograr un
consenso en y desde las diferencias culturales, posibilitando de esta manera una cierta
convivencia entre las distintas culturas

El lenguaje es el medio a través del cual descubrimos, interpretamos y


organizamos nuestra realidad. Esto es, el lenguaje nos permite
construir nuestra realidad. De esta manera encontramos significado en
el mundo. Y es que mediante el lenguaje tenemos acceso a los demás
componentes de la cultura y logramos una identificación con los otros
miembros de nuestro grupo social. (AMADIO Y D’EMILIO 1993: 21)

Diálogo y encuentro, desde sí mismo y con los demás, una forma de convivencia del
ser humano, a través del cual logra construir una sociedad equilibrada, de
comunicación y convivencia. A través del diálogo el ser humano puede consensuar
sus diferencias y establecer una realidad intercultural.

6. Conclusiones

46
La política de la diferencia, una premisa con la que se inició una nueva reflexión
social, hacer un alto en el laberinto en el que se encuentra el ser humano, dejar de
correr en los caminos de la continua modernización que de ninguna manera ha
favorecido a la convivencia social, más por el contrario, poco a poco ha provocado un
sentimiento egocéntrico, en la que cada ser humano va procurando encerrarse y
aislarse en un mundo solitario.

La competencia y los conflictos sociales se han convertido en caminos para la


fragmentación, de enfrentamiento y sobre todo de dominación; es así que el ser
humano se ha olvidado que en el mundo existen otros seres que co-habitan junto a él,
pero no solo se ha olvidado sino que se ha enceguecido en su ambición de poder,
persiguiendo y pretendiendo controlar todo cuanto existe en el mundo. El ser humano
se ha convertido en un “ser para sí mismo”, dejando a un lado la relación del “ser
con”, esa parte importante que le hace humano, que justifica su racionalidad, el de
poder convivir con los demás.

Todo ese proceso de individualización y de dominación social, irremediablemente ha


tenido como resultado, un verdadero caos, para finalmente llegar a una pérdida del
horizonte, una confusión total en el sentido del vivir; ya no se puede creer ni confiar
en nada ni en nadie, porque en cierta forma, los paradigmas de vida tradicionales y
conocidos hasta ahora han caído de su pedestal, puesto que ya no pueden responder a
las nuevas realidades sociales. El desorden social, es sin duda fruto de la ineficacia de
los modelos tradicionales, en este sentido no es de extrañar que se esté viviendo una
confrontación humana, social y cultural.

Ha surgido un nuevo reto, un desafío que invita a volver a pensar en nosotros


mismos, en las nuevas necesidades y realidades humanas, es tiempo de hacer a un
lado los modelos de vida colonial y pensar en nuevas estrategias de convivencia entre

47
seres y culturas diferentes, que nos permita comprender que todos tiene el derecho a
ser diferente y desde esa diferencia aprender a vivir juntos.

48
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