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“Mitos y Leyendas

Prehispánicas y
Coloniales”
Índice
Páginas
JUSTIFICACIÓN 3
ÉPOCA PREHISPÁNICA
MITO
Los Primeros Dioses 6
Huaxtecapan 7
Dioses de la Muerte 9
La rueda de los Katúnes 10
El Sol y la Luna Opuesto y Complementario 11
LEYENDAS
Coatlicue 14
El Edificio de los Danzantes 15
¿Por qué los Conejos Tienen las Orejas tan Largas? 17
El Caballero Águila y El Caballero Tigre 18
Kapsis [estrella de mar] 23
ÉPOCA COLONIAL
MITO
El Milagroso Señor de Villaseca 28
Ataque a un Apostolado 31
La Capa del Mendigo 33
Los Gatos 35
Las Momias de Guanajuato 36
LEYENDA
Primero Muerto que Esclavo 39
La Calle del Niño Perdido 41
El Hechizo del Pando 43
La Increíble Riqueza de Don Ramón Alcázar 46
“El León del Señor San Jerónimo” 48

2
Justificación

El motivo por el cual hago este trabajo de “Mitos y Leyendas


Prehispánicas y Coloniales” es para aprender sobre las
creencias de diferentes culturas, así como ficticias o reales.

Nos va a servir aprenderlas para conocer más a fondo sus


mitos y leyendas.

3
“Época
Prehispánica”

4
“Mitos”

5
“Los Primeros Dioses”

Los mas antiguos mexicanos creían en un dios llamado


Tonacatecuhtli, quien tuvo cuatro hijos con su mujer
Tonacacihuatl.

El mayor nació todo colorado y lo llamaron Tlantlauhqui. El


segundo nació negro y lo llamaron Tezcatlipoca. El tercero
fue Quetzalcóatl.

El mas pequeño nació sin carne, con los puros huesos, y así
permaneció durante seis siglos. Como era zurdo lo llamaron
Huitzilopochtli. Los mexicanos lo consideraron su dios
principal por ser el dios de la guerra.

Según nuestros antepasados, después de seiscientos años de su


nacimiento, estos cuatro dioses se reunieron para determinar
lo que debían hacer.

Acordaron crear el fuego y medio sol, pero como estaba


incompleto no relumbraba mucho. Luego crearon a un hombre y a
una mujer y los mandaron a labrar la tierra. A ella también
le ordenaron hilar y tejer, y le dieron algunos granos de
maíz para que con ellos pudiera adivinar y curar.

De este hombre y esta mujer nacieron los macehuales, que


fueron la gente trabajadora del pueblo.

Los dioses también hicieron los días y los repartieron en


dieciocho meses de veinte días cada uno. De ese modo el año
tenía trescientos sesenta días.

Después de los días formaron el infierno, los cielos y el


agua. En el agua dieron vida a un caimán y de él hicieron la
tierra. Entonces crearon al dios y a la diosa del agua, para
que enviaran a la tierra las lluvias buenas y malas.

Y así fue como dicen que los dioses hicieron la vida.

Mitología Azteca.

6
“Huaxtecapan”

Garra de Jaguar se reunió con sus compañeros del Calmécac a


esperar las noticias de una próxima expedición bélica, cuyo
propósito era reprimir a los incontrolables pueblo en la
región costeña, la Huaxtecapan, que habían aprovechado la
muerte del tlatoani Ahuízotl para tratar de liberarse del
dominio de México-Tenochtitlan.

El joven, que había nacido bajo la trecena de los grandes


guerreros, esperaba con ansiedad las fiestas de entronización
de Moctezuma Xocoyotzin, que ocurrirían en ese año 10 Conejo.
Su padre y su abuelo, de noble linaje, emparentados con la
casa gobernante desde los tiempos del primer señor
Acamapichtli, por su arrojo y su valor habían sido investidos
con las insignias de los guerreros-jaguar; todos recordaban
sus atrevidas actuaciones durante diversas batallas, cuando
sin temor a la muerte habían desarmado en plena lucha a
varios enemigos para conducirlos más tarde hasta la capital
de Huitzilopochtli, donde se destinarían a la gran festividad
de esa deidad.

Llegaba la hora en que el aprendizaje del joven rendiría


frutos; aquellas largas caminatas para endurecer los
músculos, el hábil manejo de la espalda con filos de
obsidiana, de la lanza y el escudo, le ayudarían ahora a
triunfar en la futura expedición que se decía caería por
sorpresa en varios pueblos del mundo huasteco.

Llegado el tiempo de secas, cuando los sacerdotes encontraron


en la ruta de los astros los signos propicios, se emprendió
la marcha. Garra de Jaguar formaba parte del grupo de los
jóvenes guerreros del Calmécac, algunos de los cuales ya
habían capturado un prisionero y por ello lucían orgullosos
su cabello cortado, el que ataban con una cinta de color
rojo. Adelante, caminaban los guerreros más experimentaos,
quienes se encargarían de dirigir la empresa, indicando las
tácticas y los movimientos de ataque.

Al llegar a las tierras del señor Texcoco se les unieron


considerables contingentes de guerreros acolhuas, así como
muchos otros aliados que participarían en la expedición. La
ruta se había marcado con anterioridad, y sería la misma que
en tiempos de paz recorrían los pochtecas o comerciantes,
conocedores de todos los vericuetos de aquel camino que

7
debería cruzar la cadena de altas montañas para después bajar
hacia la llanura costera, donde el calor y la temperatura
eran sofocantes.

Algunos de los guerreros más viejos recordaban los tiempos


del legendario tlatoani Moctezuma Ilhuicamina; pues había
sido en su época cuando los mexicas y sus aliados, los
acolhuas de Texcoco y los tepanecas de Tacuba, emprendieron
por vez primera, a mediados del siglo XV, la conquista del
mundo costeño; fue entonces cuando conquistaron Tzicuhac,
obligando a los poblados huastecos a pagar tributo y permitir
el comercio con la gente del Altiplano. Aquellos pueblos y
sus vecinos, los totonacos, aprendieron la dura lección que
las armas mexicas impusieron en sus tierras.

Más tarde, Axayácatl, el nieto del gran Moctezuma, para


celebrar su elevación al trono de Tenochtitlan, llevó el
triunfo de las armas mexicas por toda la Huasteca; sus
ejércitos conquistaron Tzapotitlan, Micquetlan, Tampatel,
Tamomox y, especialmente Tochpan; impuso fuertes tributos e
inició la construcción de sitios fortificados a lo largo de
las rutas de comunicación, para prevenir futuros
levantamientos contra el dominio mexica, como lo fueron
Cuauhtochco y Teayo.

Con la muerte de Axayácatl se inició el reinado de Tízoc,


durante el cual se llevaron a cabo nuevas expediciones para
reconquistar algunos pueblos y dominar por primera vez otras
localidades; así se sometieron a Meztitlan, aliado de los
hustecos, y Tamapachco, en el año 7 Conejo.

El padre de Garra de Jaguar alardeaba siempre de haber sido


unos de los generales más destacados cuando Ahuízotl,
antecesor de Moctezuma Xocoyotzin, emprendió nuevamente la
conquista de las tierras huastecas. Se capturó gente de
Tziuhcuac, Mollanco y Zapotlán, siendo entonces cuando la
orgullosa Huejutla se rindió ante la ferocidad de sus
conquistadores. Estos recuerdos encendían el ánimo del joven,
ya que sus hazañas serian recordadas por sus descendientes,
quienes le cantarían en las celebraciones de conquista.

Después de la dura marcha, el momento esperado se acercaba,


los corazones de aquellos jóvenes latían aceleradamente.
Después todos vieron con admiración como Garra de Jaguar se
enfrentaba cuerpo a cuerpo con un guerrero huasteco que se
distinguía por su curiosa deformación craneana y que lucia
amenazadoramente aros colgantes en la nariz. Ambos
contendientes sabían que su destino estaba ahí, en el campo
de batalla, sólo uno saldría victorioso.

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“Dioses de la Muerte”

El reino de los muertos o inframundo, conocido comúnmente


como Mictlan, era gobernado por el “Señor del Inframundo”,
Mictlantecuhtli, y por la esposa de este, Mictecacihuatl, los
“Infiernos”, el Chignauhmictlan. Pero aparte de estas
deidades, existían otros dioses y diosas que poblaban las
regiones del Mictlan y que casi siempre encontramos por
parejas. Una de ellas es Ixpuzteque, “El que tiene el pie
roto”y su esposa Micapetlacalli, “Caja de muerto”. Por último
conocemos el nombre de Tzontemoc, “El que cayo de cabeza”, y
su esposa es Chalmecacihuatl, “La sacrificadora” .

Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl eran la pareja más


importante de las regiones del inframundo y habitan la más
profunda de ellas, a donde llegan los hombres a descansar, no
sin antes entregar a las deidades presentes valiosos.

Mictlantecuhtli aparece con el cuerpo cubierto de huesos


humanos y un cráneo a manera de mascara, con los cabellos
negros, encrespados y decorados con ojos estelares, puesto
que habita en la región de la oscuridad completa. Adornan su
cabeza una rosetas de papel de las que salen conos, uno sobre
la frente y otro en la nuca. Sus animales asociados son el
murciélago, la araña y el búho (tecolotl).

O
rigen Mexica

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“La Rueda de los Katúnes”

El once Ahau se asienta el Katún en Ichcaansihó. Bajan hojas


del cielo, bajan perfumes del cielo. Suenan las músicas,
suenan las sonajas de los nueve píes. En un día en que habrá
faisanes azules, en un día en que habrá peces a la vista, en
el día de Chakan-Putúm, se comerán los árboles, se comerán
piedras; se habrá perdido el ausento dentro del Once Ahau
Katún.

Con siete templo de abundancia se asienta el Katún, el cuarto


Ahau Katún, en chichén. Siete tiempos de abundancia son el
asiento del Gran Derramador de agua. Tapado está su rostro y
serrados sus ojos bajo sus lluvias, sobre su maíz abundante
derramado. Llenos de hartura están su estera y su trono. Y se
derrama su carga. Habrá un día en que este blanco su ropaje y
blanca su cintura, y sea aplastado por el chorro del pan de
Katún. Llegarán plumajes, llegarán pájaros verdes, llegarán
fardos, llegarán faisanes, llegarán tapires; se cubrirán de
tributo Chichén.

No Zaquí, sino Mayapán es el asiento del Katún, del Dos Ahau


Katún. Cuando se haya asentado el Katún, bajarán cuerdas,
bajará las ponzoñosa de la peste. Tres cerros de calaveras
harán una rueda blanca a su cuerpo cuando venga con su carga
atada. Ahogándose cogerá en su lecho un soplo de viento. Tres
veces dejará caer su pan. Mediana hambre, medio pan. Esta es
la carga de Dos Ahau Katún.

Kinchil Coba es el asiento del Katún, del Trece Ahau Katún.


El dios mayor Itzam, dará su rostro a su reinado. Se le
sentirá tres veces en tres años, y cuando se cierre la décima
generación. Semejantes a las de palmera serán sus hojas.
Semejante al de la palmera será su olor. Su cielo estará
cargado de rayos. Sin lluvias chorreará el pan Katún, del
Trece Ahau Katún. Multitud de lunares son la carga del Katún.
Se perderán los hombres y se perderán los dioses. Cinco días
será mordido el Sol, y será visto. Esta es la carga de Trece
Ahau Katún.

Origen Maya.

10
“Sol y Luna, opuesto y complementario”

El Sol era el cuerpo celeste por excelencia y en


Mesoamérica se le identifica con el tiempo mismo. A través
de manuscritos, como el Códice Matritense del Real Palacio,
podemos abrir una ventana hacia mitos cosmogónicos
fundamentales para el pueblo mexica.

En ellos vemos fielmente reflejada la creencia de que el


Sol, como ser vivo, puede nacer y morir.

Hubo cuatro soles antes del actual. Cada uno marcó eras
distintas, entre las cuales se detuvo el tiempo y se hizo
la profunda oscuridad. Para que naciera el Quinto Sol, los
mismos dioses debieron sacrificarse, morir, purificarse en
el fuego, elemento producido por el más viejo de todos lo
dioses.

A pesar de que ya había nacido el Sol y poco después la


Luna, cuerpos celestes fundamentales para elaborar el
calendario, aún no estaban dotados de movimiento.

La esencia del tiempo era, aparte de la luz, el movimiento.


Ambos astros permanecían estáticos hacia el oriente. Para
echar a andar la precisa maquinaria del tiempo debía
intervenir el dios del viento, que no sólo impulsó al Sol y
la Luna para que avanzaran en sus caminos celestiales, sino
que los colocó en los sitios del espacio que les
correspondía para desempeñar su tarea.

La conceptualización del tiempo se une de esta manera a la


del espacio para conformar uno de los principales elementos
que caracterizan a las culturas autóctonas de Mesoamérica.
Algunos códices prehispánicos sobrevivieron para mostrarnos
sencillos esquemas que representan esta compleja relación.
Tal es el caso de la página 1 del Códice Féjérvary Meyer,
en el que en los rumbos cardinales están no sólo los
dioses, sino los signos calendáricos, las aves y los
árboles cósmicos. Leyendo de derecha a izquierda, podemos
ir de un día a otro hasta completar un tonalpohualli o
calendario sagrado, dando a cada día su connotación
positiva, negativa o indiferente.

Estos libros, leídos sólo por los especialistas denominados


tonalpohuques, eran considerados sagrados y secretos,
hablaban de un mundo lejano al hombre común, del ámbito de

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los seres que dominan el tiempo cíclico que rige el destino
de todo cuanto vive, donde todo regresa cuando se repite el
símbolo y el numeral del día y el año. Su cargador (bacab en
maya e i mamal en náhuatl) los lleva sobre su espalda, cual
pesado fardo, hasta el final del día, cuando dejaba su
mecapal (bulto) para que un nuevo mecapalero iniciara su
camino. Ellos representan a los astros en la ruta que parte
del oriente hacia el poniente, como el Sol, que asumía un
aspecto masculino y dominaba la época seca del año, como la
Luna, de aspecto femenino, que dominaba la época húmeda del
año. Opuestos y complementarios, ambos son indispensables
para el florecimiento de la tierra.

12
“Leyendas”

13
“Coatlicue”

Es la madre de todos los dioses del panteón azteca, una de


las principales deidades que trajo ese pueblo al inmigrar al
Valle de México. Es una forma de la diosa de la tierra, madre
de Huitzilopochtli el dios del sol y de la guerra. Las
representaciones de Coatlicue muestran la parte mortífera de
esa diosa porque la tierra, aparte de madre bondadosa de cuyo
seno nace todo lo vegetal, es el monstruo insaciable que
devora todo lo que vive, eso sin contar con que también los
cuerpos celestes desaparecen tras ella.

Sin embargo, la imagen colosal de Coatlicue, originaria de


“La Casa Negra” (su templo en Tenochtitlan) no la representa
solamente en su calidad de diosa de la muerte, sino como una
figura sin cabeza, con lo que se expresa que la diosa de la
tierra era al mismo tiempo diosa de la luna; en muchos mitos
se cuenta que ésta entabla una lucha a muerte con el sol.
También en la leyenda el dios Huitzilopochtli decapita a su
hermana enemiga que representa la luna.

Coatlicue, en náhuatl “La de la Falda de Serpientes”, tuvo un


hijo más aguerrido en lo que se representa como un amanecer.
Cuenta la leyenda que era una viuda piadosa que un día que
barría el templo y que bola de brillantes plumas que caída
del cielo la fecundó.

Sus hijos e hijas, decidieron matarla en atroz arrebato de


ira, pero Huitzilopochtli, dios de la guerra, que nació en el
momento preciso y completamente armado lo primero que hizo
fue matar a sus hermanos y hermanas, hoy la luna y las
estrellas.

La representación más importante de la Coatlicue es la que se


observa en el Museo Nacional de Antropología de México: tiene
pies y manos en forma de garras, una falda de serpientes
entrelazadas y el pecho cubierto por cráneos, manos y
corazones humanos. La cabeza de la diosa está sustituida por
dos cabezas de serpientes encontradas, que simulan dos
chorros de sangre que brotan de su cuello cortado.

14
“El Edificio de los Danzantes”

Varios guerreros ya han sido sacrificados y su sangre se ha


convertido en volutas floridas a lo largo deI abdomen; en
sus rostros, junto a los cuales están sus nombres
respectivos, se refleja Ia angustia deI sacrificio.
Quinientos años antes de Ia era cristiana esto era común
entre los pueblos, especialmente en un pueblo guerrero como
Monte Albán, pues había que mostrar a los que Ilegaban su
fuerza y su sabiduría.

Los ancianos explicaban a los jóvenes que el gran muro


era una composición de figuras humanas colocadas en
sentido vertical y horizontal, dispuestas así con Ia
intención de que el muro pudiera leerse a medida que uno
caminaba frente a él. Los personajes que se encontraban
en sentido vertical eran los principales y por ello se
representaban con todo y sus nombres y lugares de origen.
Los otros, los que iban en sentido horizontal, eran los
acompañantes de los señores principales. Era importante
que los cautivos Ilevasen consigo algunos acompañantes,
no sólo para su viaje eterno, sino para mostrarse
resguardado ante los ojos extraños, es decir que los
sacrificios secundarios se hacían exclusivamente para
mostrar que los guerreros no estaban solos.

No sólo por el hecho de ser guerreros estos personajes


fueron especialmente representados, eran también seres
humanos con ciertas características; algunos eran enanos,
otros jorobados o con otros defectos físicos; eran
guerreros muy especiales porque provenían de linajes ya
en extinción y eso les daba doble valor en Ia guerra.

Su apariencia física les recordaba a ciertos hombres de


una raza antigua, de bocas y narices anchas, ojos
oblicuos y cuerpos muy robustos, que habían sido sus
ancestros y que aparecían en todas Ias leyendas de los
pueblos deI Valle de Oaxaca.

Mientras en la ciudad se vivía de manera ordenada y en


paz, era muy importante recordar a aquellos que habían
muerto en sacrificio, por eso los ancianos tenían que
hacer entender a los jóvenes el valor de ser guerrero y
zapoteco. Así, llegado el momento, los nuevos guerreros
sabrían manejar los valores, como no tenerle miedo a ser

15
cautivo, y menos a ser sacrificado para los dioses y en
beneficio de la supremacía de Monte Albán sobre otros
pueblos y otras regiones.

Durante los siguientes siglos el edificio se cubrió con


otras construcciones, pero Ios más de 300 cautivos fueron
muy bien protegidos para ser enterrados entre Ios muros,
pues había que cuidar que no se dañaran o se perdieran.

AI contrario, algunos fueron separados deI muro para ser


colocados en edificios más visibles, trascendiendo así eI
tiempo en que fueron concebidos, para conservar su
carácter sagrado en Ia posteridad.

Estos verdaderos monumentos, como explicaban Ios


ancianos, fueron Ios primeros que plasmaron eI gran poder
zapoteco en el Valle de Oaxaca, que sigue siendo en los
nuevos siglos una raza invencible.

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“¿Por qué los Conejos Tienen las Orejas Tan Largas?”

Voy a contarles alo que sucedió hace ya mucho, mucho tiempo,


cuando las orejas de los conejos no eran tan largas como las
que ahora tienen.

Una tarde, un conejo comía granos en un campo de trigo. Iba


distraído, sin ocuparse de otra cosa que no fuera masticar y
masticar lo más rápidamente posible, cuando oyó que dos ratas
platicaban en voz baja.

Una decía:

-¡Qué buena suerte tengo! He encontrado una cueva llena de


trigo, de un trigo grande, dorado, como si lo hubieran
escogido para que yo lo encontrara.

-Pues sí que es buena suerte, porque los conejos escogen lo


mejor del trigo para comérselo y para llevarlo a sus
bodegas.- comentaba la otra rata.

El conejo oyó parte de la conversación, y especialmente lo


que decían de los conejos, y como era muy curioso y quería
enterarse de todo, fue acercándose al lugar donde estaban las
ratas y se escondió detrás de una cerca.

-Lo que no quiero es que los conejos sepan que he encontrado


esa cueva tan bien abastecida, porque en un momento cargan
con el trigo y me dejan sin qué comer en el invierno.

-No es por curiosidad, comadrita, pero ¿dónde está la cueva?


No tenga desconfianza; si se lo pregunto es sólo para
ayudarle a cuidar el tesoro.

La otra rata empezaba ya a decirle a la comadre dónde estaba


la cueva, cuando el conejo, para oír mejor, estiró la cabeza
por encima de la cerca y las orejas empezaron a crecerle tan
rápidamente, que por más que se las detenía, iban crece y
crece para arriba; le crecieron tanto que las ratas, cuando
se dieron cuenta de aquellas orejas tan grandes, se echaron a
correr, asustadísimas, dejando la platica para otra ocasión.

Y desde entonces los conejos tienen las orejas tan largas,


tan largas como las de aquel conejo curioso.

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“El Caballero Águila y el Caballero Tigre”

La luna llena placidamente las inmensas y obscuras rocas del


monte... Los bosques a lo lejos se esfuman con sus largas
sombras. Canta el cenzontle; negras aves aleteando
lentamente pasan ocultando a veces con fugitiva marcha el
rostro redondo y blanco del astro nocturno.

Y allá en el fondo del valle silencioso y pálido, brillan los


grandes lagos en cuya superficie de plata bruñida mirase la
sombría silueta de la Gran Tenochtitlan.

De pronto unese al murmullo de la noche, vago y enorme, un


canto tristísimo, doloroso, que vibraba en las soledades como
un gemido de muerte. Súbitamente se apagó.

Por entre los matorrales una sombra gigantesca que avanzaba


monstruosa al ras del suelo, se detuvo en el instante en que
la voz doliente que cantaba se extinguía.

¿De quién era aquél acento melancólico? ¿De quién era la


sombra gigantesca?

-¡Oh! Virgen de blanco huipilli, ¿por qué tan sola?...


Tu eres maravillosamente bella ¿cómo es posible que vagues en
estos desiertos montes sola, sin temor a las fieras ni a los
vagabundos espías enemigos de nuestro Gran Tecutli, el
poderoso mexica?
Tu traje albo, tu belleza gentil y tu adorable juventud, me
demuestran claramente que perteneces a las jóvenes doncellas
de noble estirpe, que se educan para bien de la patria, en el
sagrado Czlmecac, donde los sacerdotes del sol preparan el
porvenir de la valiente raza Tenochca. Di encantadora
doncella, ¿qué dios maligno te arrebato del sacro donde en
este momento tus compañeras nubiles, hunden sus gallardas
formas en el Czapan, la primorosa alberca de cristalinas
aguas?...

Alto mancebo de noble porte, llevando el Cahuipilli gris sin


mangas y cuyos brazos teñidos de negro de obsidiana, eran
fuertes y hermosos, era el que hacía proyectar sobre malezas
del monte la sombra larga y fantástica, y era el también que
con ceremoniosas palabras y frases delicadamente escogidas,
habiase dirigido a una mujer airosa y joven, vestida de
primoroso huipilli blanco.
-¡Desdichado mancebo!, tres veces sea maldita la hora en que
recibió el baño del bautismo: el sacerdote oráculo me aseguró

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que el hombre que encontraría en noche azul y blanca como
esta, tendría que ser mi esposo... y no sabes quien soy,
infeliz yaoquisque, de humilde raza! Pobre guerrero sin
nobles padres, no gloriosas hazañas, que aún te enseñan el
arte de los combates en el Teocalli, el colegio de los
jóvenes plebeyos!... Yo soy la hija mayor de Moctezuma, pero
tan infausta fue la suerte que para mi predijo el Augur-
sacerdote en las solemnidades de mi nacimiento, que soy la
única doncella de sacro Calmecac que vaga sola por los bosque
en las noches de luna para encontrar el esposo que me puede
dar la felicidad...Pero, ¡hay de mi y de ti!, no siendo tu
educado con los principales mancebos de la casa sacerdotal,
ni hijo de Teeuhtli, ni de señor noble laguno, tenemos que
sucumbir en el sacrificio de la fiesta del sol, dentro de
cuatro lunas...

aterrado escuchó el joven yaoquisque -guerrero humilde aún-


las palabras de la misericordiosa doncella vagabunda, sujeta
por el augur de su destino a abandonar el sagrado recinto del
Calmecac insigne, para vagar por los montes, las noches en
que pura y radiante y en su plena gloria de esplendor, la
luna iluminase los campos, leguas y leguas fuera de
Tenochtitlan.

Comprende el mancebo que su humilde origen no le permitía


desposar libremente a la hija del Teculli con su regio Cacli
de oro, el único que bebía el Octli blanco de los festines,
en jícaras incrustadas de ópalos y perlas. Y, sin embargo,
¡oh terrible voluntad de los dioses!. Tenia que cumplirse su
destino, desposándose con ella, aunque no pudiera nadie
asistir al banquete familiar, ni dar con su propia mano en la
boca de su esposo, el primer bocado que marcaban los divinos
rituales de su región!

Por el contrario, abominada ella por el pueblo, por las


doncellas del Calmecac, en que se había educado con tanto
esmero; el befado, lapidado por sus compañeros los mancebos
que se adiestraban para la guerra de los dioses y la patria,
en el fuerte de Tepuchcalli, iría al templo de Quetzalcóatl
una sola doncella...¡que afrenta!

Muchos instantes permanecieron absortos los infelices


jóvenes, bajo el peso del cruel augurio de su destino,
anonadados, sin intentar revelarse, mirando en sus
imaginaciones torturadas por el dolor, el día fatal de su
muerte sin gloria, ni provecho para la patria...
¡Desventurados!

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Al fin el joven yaoquisque levantó su cabeza, tan solo
adornada por una pluma de águila, y sacudiendo los brazos
pintados de negro exclamó:

-Tloque Nahuaque, el alma universal que ve todo lo que pasa


en el mundo, sabe bien, ¡oh! Desdichada hija del rey, que no
tuve intención de verte en estos montes, aunque ya comprendo
porque desde el día de nuestro nacimiento se unieron nuestros
destinos: ¡porque te amo! ¡no puedo resistir!

-El único medio que hay para que puedas ser mi esposo sería
que vencieras en un combate al primer caballero águila que
hallases en este mismo campo... Pero para eso necesitas ser
caballero tigre, todo un gran ocelotl...

-Pues bien, iré a la guerra del sur, combatiré con los


feroces habitantes de las montañas ,haré prisioneros y
llegaré a ser pronto un gran ocelotl... Y combatiré con el
cuahuitl con el caballero águila.

-¿Cómo te llamas?

-Tlotzin, ¿y tu?

-Atotolzin. Toma las púas de maguey del sacrificio; no


olvides que si te matan en la guerra yo al mismo tiempo
moriré, prensa de horribles dolores... Que tu destino y el
mío, ya son uno... El cuahuitl es el mal genio que nos
persigue y que tú debes matar, adiéstrate en derramar sangre;
has muchos cautivos para ofrecer sus corazones al dios
Huitzilopochtli... Piensa en mi...

Rápidamente desapareció la doncella... Su huipilli blanco


dejó tras de sí una estela de luz de nieve tan blanca como la
del penacho del Popocatepetl, inmóvil y erguido allá en
oriente...

Y el joven yaoquisque, hundiéndoselas puntas del maguey,


sangradas, -bendecidas en el Teocalli para la penitencia-
bañó su rostro de bronce en la sangre que brotaba de sus
heridas.

Y al ofrendar su vida al porvenir de noble educada escapada


por orden del Augur de su destino, del Colmecac, escuchó el
tristísimo canto que vibraba tan melancólicamente en el monte
solitario, a la luz de la luna.

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¡Oh! Qué soberbios llegan los ejércitos victoriosos que
vuelven del sur, después de haber dominado a los bravos y
audaces guerreros de las sierras mixtecas.

Hay un frenesí indescriptible en las hordas populares al


mirar que el convoy de prisioneros se prolonga en masa
compacta por las calzadas y fuertes hacia la ciudad de
Tlacopan...

¡Esta vez si que el sol, el Gran Tanatiuh esplendoroso, hará


que el dios Penteotl, el buen dios del maíz, sea más propicio
que en las épocas anteriores en que el hambre asoló al
pueblo...

-Ahora con tantos millares de victimas, el cielo hará llover


la felicidad... El mismo Moctezuma mostrará su júbilo
paseando en los puentes sagrados delante de las multitudes. –
Dijo alegremente un viejo mercader a un joven yaoquisque, que
no había ido a la campaña.

-Y sabéis, señor, que el que más prisioneros hizo fue un


compañero mío que vuelve convertido en Ocelotecutli, si
señor, todo un caballero tigre que llega con más despojos y
prisioneros que sus jefes...

Entran los noble vencedores a los patios del Calmecac de las


vírgenes para que estas contemplen a los que les destinan los
sacerdotes por esposos; sus esclavos y mancebos cargan
tesoros y ofrendas, trofeos de caza y guerra.

Y las vírgenes vestidas con los blancos huipillis les


contemplan, arrobadas ante la gallardía de los caballeros
águilas, más nobles que los ocelotl.

Sólo un ocelotl de Techpulcati, de origen plebeyo, permaneció


en una vasta sala al lado de sus trofeos y botín de guerra...
Su humilde origen no le permitía pasar a los patios de los
sacerdotes...

Meditaba cuando vio llegar a él a la virgen de su destino y


sus amores.

Sin decir una palabra se contemplaron. Él orgulloso, le


mostró sus presas bélicas... ella le respondió:

-Ve a vencer al Águila, antes que te desposes con la paloma.

Tlotzin salió; pero ya no debía volver nunca...

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Cuentan los ancianos que la hija de Moctezuma oraba en el
palacio de las Águilas, cuando súbitamente calló muerta.

En aquel triste monte se encontró el cadáver de Tlotzin, el


caballero Tigre... Una paloma blanca cantaba todos las noches
de luna llena, una canción fúnebre tristísima...

22
“Kapsis” (Estrella del Mar)

Kapsis, la hija mimada del jefe Haas (mezquite), acostumbraba


todos los días, después de terminar sus labores cotidianos,
acurrucarse junto a alguna roca cerca del mar y mirar y mirar
el vaivén de las olas.

Por horas y horas la sorprendía la tribu, inmóvil,


silenciosa: Aun cuando las sombras manchaban de negro el agua
y la playa. Kapsis seguía allí como si esperara ver salir del
fondo del mar a la diosa Xtamosbin (tortuga marina).

Cada vez que la tribu llagaba de la bahía de Quino a tierras


de Isla de Tiburón, Kapsis, después de hurgar en las rocas de
la playa en busca de las pródigas especies del océano que las
aguas dejaban olvidadas. Corría a refugiarse en su lugar
predilecto de la playa para contemplar, sin cansarse, cielo y
mar.

Su padre el gran jefe Haas, inútilmente había perdido al


hacocama (hechicero) destruyera el embrujo que se había
apoderado de su hija; porque el gran jefe y los miembros de
la tribu no se explicaban porqué Kapsis huía del trato de sus
semejantes, y a pesar de ser joven y bonita rehusaba trazar
los pasos de la pazcola, ni batir palmas en el baile y menos
acompañar el fragor de los cantos.

Para Kapsis no había más deleite que refugiarse en la playa


desolada, y contemplar el paisaje triste del mar bravío que
desataba a veces tormentas espantosas.

Pero es que nadie sabia el secreto de Kapsis: Kapsis estaba


enamorada de una vastlk (estrella) que a ella se le antojaba,
era flor de la tierra de los dioses.

Una noche llegó hasta ella el hacocama a quien pidiera el


gran jefe curara a su hija, pues toda la tribu aseguraba que
un antipotkis (tiburón) la había embrujado.

El hacocama antes de buscar a la joven había ido hasta la


“Cueva Especial” de la montaña, pintando en ella la “señal”
del “espíritu” que vivía dentro, el cual indicó su voluntad
de adentrarse en el cuerpo del hechicero.

Ya en posesión de las virtudes mágicas colocó sus manos en


forma de círculo sobre su frente, para luego acercar su boca

23
y decir con gran misterio y entonación sacerdotal “Choo,
choo”.

Kapsis, sin moverse le miró sin sorpresa, pero después,


silenciosa, se alejó de su lado.

Esa misma noche volvió al mar, y con ansiedad miró el cielo


en busca de la bella vastlk. Al descubrirla esplendente en
medio del azul eterno deseó fervientemente que nunca
terminara la noche para embelesarse por horas y horas con su
belleza.

De pronto, como si su deseo fuera mágico, absorta contempló


cómo su estrella favorita se desprendía del cielo.
Atravesando el azul oscuro con la misma velocidad que los
dardos con punta de pedernal de los guerreros Kun kaak eran
disparados sobre los coyotes o venados, así la estrella
atravesaba el espacio.

Los ojos negros y vivaces de Kapsis siguieron el rastro


luminoso hasta descubrir que caía en el mar.

Asustada la joven por tal acontecimiento corrió en busca de


la canoa más cercana; remando enérgicamente llegó hasta el
lugar donde había visto caer la estrella, y sin mucho
pensarlo se arrojó al agua para rescatarla.

Kapsis bajó a las profundidades en busca de la estrella hasta


llegar al fondo del mar; pero en su rápido descenso cayó
sobre una traicionera roca que le produjo la muerte.

Sobre el lecho pétreo Kapsis quedó inmóvil, los brazos


abiertos en cruz, las hermosas piernas extendidas.

Xtamosbin, la sagrada tortuga marina, diosa de los seris, al


contemplarla tan pálida y quieta se conmovió.

¡Qué hermosa era! Y allí estaba inmóvil en lo profundo del


mar; todo porque había querido salvar a una estrella que se
ahogaba.

La diosa fue a su lado y posó sus manos sobre el cuerpo


inerte de la joven Kun kaak convirtiéndola al instante en una
bella estrella de mar.
Kapsis desde ese instante sería feliz. Allí en el mundo sin
voz, contemplaría las luchas y las tragedias mudas del mundo
verde de esmeraldas líquidas.

24
Además no estaría sola, ya que los peces de aletas de plata y
cuerpos pintados de vivos colores la acompañarían.

Y como si todo eso fuera poco, desde los bosques de sombras


oscuras moteadas de luz vivirá feliz espiando el cielo a
través del agua espumosa teñida por el sol.

Así Kapsis todas las noches miraría a la bella vastlk a quien


ella tanto amaba.

25
“Época Colonial”

26
“Mitos”

27
“El Milagroso Señor de Villaseca”

Don Alonso de Villaseca fue un noble de raras virtudes que de


España vino a estas tierras allá por mediados del siglo XVI.

Caballero a carta cabal que gozó de la estimación general por


su desprendimiento y libertad, otorgando beneficios a mucha
gente necesitada.

A lo dicho hay que agregar que Don Alonso tenía sentimientos


religiosos muy bien fincados, que tradujo también en nobles
acciones: de España mandó traer tres Cristos, con su propio
preculio, uno que donó al pueblo de Ixmiquilpan porque allí
había hecho su fortuna, otro a las famosas minas de Zacatecas
y un tercero al Mineral de Cata, a orillas de esta población.

Este Cristo es al que nos vamos a referir, contando aquí dos


de los múltiples milagros que se le atribuyen.

Dícese que cuando aún no había ni la más remota idea de


reglamentar el trabajo de nuestros braceros en el vecino país
del Norte, un grupo de campesinos de estos alrededores,
necesitados en ganarse la vida en mejores condiciones,
creyeron ingenuamente en la promesa que les hiciera un
vívales y, dejando su casa y familia, corrieron la aventura
de la que después tuvieron que arrepentirse muchas veces.

Hallándose en una hacienda algodonera cercana a la frontera,


se les designó un galerón para que pasarán la noche,
advirtiéndoles que para mayor seguridad iban a cerrar la
puerta.

También se les ofreció que una persona les llevaría la cena


un poco más tarde, pero como ese momento no llegó nuestros
pobladores rancheros se disponían a dormir sin más alimento
en su estómago que unos sorbos de agua, cuando uno de ellos
que andaba cerca del fondo escuchó un ruido raro que llamó su
atención, algo así como una gotera; más como no era tiempo de
lluvias, no era posible pensar eso.

Con mucha precaución abrieron la puerta, encontrándose en un


patio semioscuro. En la habitación de la derecha, también mal
alumbrada, se hallaban colgando del techo varios cuerpos que
parecían humanos.

-“No parecen- dijo otro de ellos –son hombres semidesnudos y


sin cabeza”-afirmó profundamente sorprendido.

28
Hay que imaginar cual fue su asombro al comprobar que en
efecto los que colgaban del techo eran cuerpos humanos
decapitados, puestos en esa actitud para que la sangre
chorreara sobre sendos recipientes.

Lo primero que pensaron los aspirantes a trabajadores fue que


para hacer de ellos otro tanto se les había llevado allí.

Verdadero pánico se apoderó de su ánimo y, en el paroxismo de


su angustia, se encomendaron al Señor de Villaseca, rogándole
que les permitiera salir de allí con bien.

Lo consiguieron, no sin antes pasar por varios peligros,


regresando en peores condiciones a su tierra, pero con su
vida.

El retablo en que patentizaron este milagro se encuentra en


el muro izquierdo del templo de Cate, dedicado al Milagroso
Señor de Villaseca.

Después supieron que la sangre de aquellos quien sabe cuantos


desdichados más, era empleada para hacer colorantes que en el
mercado se vendían muy caros.

El segundo caso se refiere a María, una guapa galereña que


reunía en su persona todos los atributos para ser lo que se
dice una hermosa muchacha.

Muy joven la casaron sus padres con un viejo minero


adinerado, por quien María profesaba la más profunda
repugnancia. Sin embargo, obediente y de buenos principios,
permaneció sumisa al lado de aquel hombre, no obstante que la
seguía cortejando Juan Manuel, apuesto galán que no podía
resignarse a perder su amor y por medio de una viejecita del
barrio del Terremoto, constantemente hacía saber su honda
pasión a la dueña de sus desvelos.

Por su parte, María no solo sentía admiración y afecto por su


admirador, sino que sostenía la más intensa lucha por
liberarse de aquella tentación.

Muchas veces, arrodillada ante el Cristo milagroso, le rogaba


que le diera fuerzas para seguir siendo fiel a su esposo.
-“Tú sabes, Padre mío, que yo jamás he querido a Don Martín-
éste era el nombre del celoso y feroz marido –y que me
casaron sin mi voluntad”.

29
Un día que Don Martín, por razón de sus negocios tuvo que
ausentarse por dos días, María no pudo resistir el deseo de
llevar a Juan Manuel un buen almuerzo, pues tenía el turno de
madrugada.

Feliz y risueña como nunca, iba la muchacha por el camino de


Cata, cuando de repente se apareció su marido. En el acto
reconoció la canasta, y cegado por los celos increpó con
violencia a María, imaginando que el almuerzo era para su
adversario.

Con la hija de su puñal levantó la servilleta que cubría la


canasta, al tiempo que decía:

-“¿Qué llevas ahí?”

La infeliz muchacha turbada por la pena y el dolor, se


encomendó al Cristo de su devoción y, aparentemente sin
inmutarse, con voz firme contestó:

-“Llevo flores al Señor de Villaseca”.

Efectivamente al levantar la servilleta, aparecieron a la


vista de Don Martín las más frescas y hermosas rosas que él
hubiera imaginado.

30
“Ataque a un Apostolado”

Fueron tantos los episodios ocurridos en el memorable sitio


de 1867, que ellos solos bastarían a formar una tercera serie
de leyendas; pero como en la variedad está el gusto, nos
hemos propuesto a ir mezclando entre leyendas históricas,
revestidas del carácter serio de la historia, algunas que a
la vez perpetúen hechos que sucedieron, tenga su parte más o
menos anecdótica.

En el número de éstas se cuenta la que nos ocupa y que, sin


embargo de pertenecer a dicho género, relata un hecho
rigurosamente histórico.

Sabido es que el mismo día que se abrió el Sitio y que no fue


otro que el día 14 de marzo, a las diez de la mañana,
pidieron los imperialistas sus posesiones de “La Otra Banda”,
apoderándose los republicanos de Antillón de la Iglesia de
San Sebastián, de huerta y demás pertenencias, replegando a
los sitiados hasta la ribera del río, sirviendo éste de línea
divisoria entre ambos contendientes.

Existía de tiempo inmemorial en esa antigua parroquia, como


en todas las de su clase, un apostolado de mezquite y tamaño
natural que anualmente, el Jueves Santo, servía para
representar la última cena de Nuestro Señor Jesucristo, o sea
la institución del Santísimo Sacramento.

En mala hora, las tropas liberales se propusieron hacer una


mala pasada a los imperialistas, y en la misma noche de la
toma colocaron convenientemente en un parapeto (formado por
la barda de una casa cercana a la ribera, la cual aún
existe), a los Apóstoles, asomando medio cuerpo, en forma de
tiradores y con su chacó republicano.

A la madrugada, los republicanos hicieron una descarga a los


imperialistas que custodiaban la ribera opuesta del río desde
las casas y huertas, haciendo la descarga y ocultándose en
seguida, cubriendo la vanguardia San Pedro y sus compañeros.

Al ser provocados, los imperialistas comenzaron a cazar a sus


contrarios, que como de mezquite, necesario fue a hacerles
varias descargas para degollarlos quedando, sin embargo,
algunos en pie.

La traición no refiere si el traidor de aquel grupo fue de


los muertos o de los supervivientes; pues sólo reza que al
esclarecer el día, notaron los imperialistas que los que aun

31
seguían de pie no se movían y tenían luenga barba, lo cual
dejó en claro la mala pasada de los enemigos, poniendo de
punta a los bravos defensores, tanto por aquella
profanación, como por la pérdida del panque.

Desde entonces, es conocida esa casa entre los vecinos del


contorno con el nombre de “Casa del Apostolado”.

32
“La Capa del Mendigo”

El suceso que nos ocupa acaeció en la villa de Santa María


del Pueblito, por los años de 1850 a 1852, época en que
estaba de cura propio de aquella parroquia el Pbro. D. Luis
Luna y Pérez, en cuyo empleo permaneció muchos años hasta su
muerte.

Entre los muchos pordioseros que llegaban al curato a


implorar socorro, había un viejecito que periódicamente venía
a recibir su óbolo, pernoctando en la cuadra sobre blando
colchón de paja.

Este jamás quiso decir su origen, ni aún revelar el nombre de


su patria; más esto no impedía que el buen cura (como
generalidad de los de su clase), le socorriera con largueza.

Todo su haber se reducía a un tosco bordón, un sombrero de


petate formado de tres distintos tejidos, un morral colgado
al hombro y una colcha formada de mil y tantos parches y
remiendos de distintos paños y colores; y por ende muy
pesada.

Tantas veces había pernoctado ya en aquella casa de vuelta de


sus correrías por las aldeas en busca de sustento, que ya era
bastante conocido de aquella gente.

Después de algunos años de estos viajes y vueltas, llegó una


noche al curato, y después de internarse a su aposento, pidió
al mozo un poco de agua porque se moría de sed.

El mozo, al ser preguntado por el Sr. Cura sobre si habían


llevado su cena al viejecito, dijo que no había tomado
alimento, sólo un poco de agua, lo cual llamó la atención de
Sr. Cura, quien fue a verlo, encontrándolo abrazado en
calentura.

En vista de esto, dispuso se medicinara y preparara para


confesarse, lo cuál hizo el mendigo sin dilación.

Después de los auxilios necesarios, el viejecito aquel murió,


corriendo todos los gastos por cuenta del Sr. Cura.

Al levantarlo de su lecho un hermano del citado Sr. Cura y un


mozo, notaron que la colcha de los mil y tantos remiendos
pesaba más, sabiendo el origen del mendigo ni su patria, se
le hicieran sus funerales en la misa parroquial del Pueblito,
repartiendo los sobrantes a varios sacerdotes para que se
aplicasen misas; lo cual fue verificado exactamente.

33
Esta suceso me lo refirió el hermano ya citado del Sr. Cura
quien todavía vive, aunque ya tocando el ocaso de la vida.

Un mentís más a la decantada codicia de los curas, con que


liberalismo se empeña en desprestigiarlos; siendo el pan
cotidiano de la presa impía.

34
“Los Gatos”

En casa de una familia había muerto un gato Romano.

Nadie quería darle sepultura y los integrantes de la familia


decidieron echarlo al techo.

Pero en la noche, cuando todos dormían, escucharon una


orquesta en el techo.

Impulsados por la curiosidad se levantaron a esa hora y


salieron a ver lo que ocurría y vieron que en el techo había
muchos gatos que tocaban sus instrumentos alrededor del gato
muerto.

Éste empezó a revivir, moviendo primero la cola, luego alzó


la cabeza y por último se levantó y se fue siguiendo el son
de la música.

Y todos los vecinos de esa casa dicen que esos gatos eran
diablos.

35
“Las Momias de Guanajuato”

Guanajuato es una ciudad con muchos atractivos para el


viajero, por su fisonomía que es única, por su historia que
es maravillosa, por su abolengo cultural que la coloca en un
sitio de privilegio en el país y más allá de sus fronteras;
por sus manifestaciones artísticas a través de su teatro
universitario, su Orquesta Sinfónica y su Estudiantina.

Sí, así es en efecto pero las cosas raras siempre serán


motivo de singular atracción.

La gran mayoría de turistas, los que por primera vez vienen a


Guanajuato, han recibido de los anteriores, de manera
especial, dos recomendaciones: el Callejón del Beso y que
vean las Momias.

La momificación se debe, sin que sea esta una opinión


científica, a la ventilación especial, es decir, a la altura
más bien que al terreno pues lo mismo ocurre en las gavetas
que en el suelo.

Con toda seguridad que el fenómeno tiene lugar desde que


fueron exhumados del Panteón Municipal, al termino del tiempo
reglamentario, los primeros cadáveres.

Ese termino es de cinco años, pero la momificación debe


consumarse antes.

El dato de mayor importancia para nuestra población es la


circunstancia de la gran mortandad que hubo y porque varios
de los cuerpos, por temor a que se propagara más la peste
eran inhumados casi en seguida de que se declaraban muertos.
Así sucedía que en algunos casos se les sepultaba cuando en
realidad todavía no expiraban, de modo que al volver de aquel
estado cataléptico, ya en la tumba, morían finalmente por
desesperación, por angustia o por asfixia. De ahí esa mueca
de dolor que hay en algunas momias.

Esto fue cuando la peste del cólera morbus que registró en


nuestra población allá por 1833. Aun no existía l panteón
actual (1861), que es donde se verificó la momificación.

Tal era la cantidad de muertos, que fue necesario abrir


panteones complementarios en las de la Compañía San
Francisco, San Diego, Santa Belén, San Roque, San Sebastián.
Esta es una de las más antiguas.
A partir de 1861, fecha en que se inauguró el Panteón
Municipal siendo Gobernador del Estado del General Francisco

36
Pacheco, datan las primeras momificaciones. El primer cadáver
momificado que se exhibió correspondió al doctor francés
Remigio Leroy, en 1965, que aún existe.

Desde hace muchos años las momias se exhiben al publico en


una cripta que se halla justamente debajo del lugar donde se
registra este hecho curioso. En una galería que hay al fondo
se ofrece el macabro espectáculo, formando las momias una
doble fila como 15 metros de fondo y acertadamente detrás de
una vidriera.

Por todo lo anteriormente expuesto en forma tan llana, el


publico debe desechar, por inciertas, todas esas leyendas
baratas que cuenta la gente.

37
“Leyendas”

38
“Primero Muerto que esclavo”

Existe en la delegación de la villa de Bernal un cerro al que


por su figura se le dio el título de “La media Luna”.

De regular altura y grandes y elevados acantilados; no


presenta su capa exterior grandes bosques ni adornos
naturales, pero como todo nuestro suelo, tiene hermosas
leyendas tradicionales que se descienden de padres a hijos,
hasta encontrar a alguien que se ocupe de trasladarlas al
papel.

En el archivo donde constan los títulos y fundación del


pueblo, se ve un hermoso rasgo de valor y patriotismo de una
familia chichimeca, que debe perpetuarse para estimulo de las
generaciones venideras.

Se acercaban los conquistadores procedentes de este pueblo de


Querétaro, en donde en donde estaba de asiento el caudillo
Conin con su ejército conquistador.

Un jefe de familia chichimeca oyó decir a sus congéneres que


los conquistadores venían sometiendo a todos los de su rasa a
la corona de Castilla de grado o por fuerza; y antes de
perder su libertad y atar su consorte y su pequeño hijo a la
cadena de la esclavitud, optó por perder la vida. Así, pues,
oyendo el estruendo de los conquistadores que se acercaban,
tomó a su compañera y a su hijo, fuese al teocalli y frente a
sus dioses de pie, ofrendó a su mujer y a su hijo justamente
con unas palanganas de mastranto coronadas de cempasúchiles,
a tiempo que la compañera de rodillas exhala tristes
alaridos, ofrendando oloroso incienso y haciendo signos con
el sahumador en dirección a sus dioses.

Se acercaban los hombres barbudos acaudillados por Conin y el


indio héroe de mi leyenda, haciendo una reverencia de cuerpo
ante aquellas deidades de tosco granito, dice a su compañera,
tomando de la mano a su hijo: “Bahá, bahá; néxti, néxti”
vamonos, vamonos, corre, presto.

Y con el semblante descompuesto por la tribulación de su


espíritu, su larga cabellera descompuesta, la macana en su
diestra y su hijo a la siniestra, se dirige al más alto
acantilado del cerro cercano de La Media Luna, no sin dirigir
a los conquistadores que le seguían, una mirada terrible y
desafiadora.

Llegó al bordo del pináculo, seguido de cerca por sus


perseguidores y levantando en alto los brazos ofrece a sus

39
dioses aquel sacrificio, toma la compañera de la cintura y
arrojándola al espacio exclama: -“Bahá dada”-

Anda con dios-, incontinrnti toma a su hijo de igual manera y


lo arroja al espacio, no sin derramar dos gruesas lágrimas
que van también a confundirse en el espacio.

Aun no se oye el estruendo de la primera víctima al caer al


fondo del barranco, cuando se ve ya en el espacio el pequeño
cuerpo del hijo que le sigue.

Unos cuantos metros distancian a los conquistadores de


nuestro héroe cuando éste, dando una última mirada de lejos
al jacal que abrigó su primer amor y otra de rabia hacia los
que pretendían privarlo de su libertad, se arrojó al espacio
al tiempo que dos fuertes choques macabros, seguido uno dl
otro, dejáronse escuchar, repetidos por el eco de los
elevados acantilados... eran producidos por el choque de su
esposa y su hijo que habían llevado ala vanguardia el
sacrificio... al llegar los conquistadores le seguían, al
borde del precipicio, dejóse oír el último y más acentuado
estruendo en el fondo del barranco, producido por el cuerpo
de nuestro héroe al chocar con una grande y escarpada peña.

Por un buen espacio de tiempo permanecieron los


conquistadores contemplando aquel cuadro desolador que dejó
en su mente para siempre grabada esta sentencia filosófica-
patriota: “Primero Muerto que Esclavo”.

40
“La Calle del Niño Perdido”

Enrique de Verona logró gran prestigio y fortuna como


escultor por las obras de arte realizadas en la catedral de
Toledo, en España. Como era mucha su fama fue contratado por
el virrey Don Francisco Hernández de la Cueva para realizar
el altar de reyes en la catedral de México.

También en la nueva España ganó honra y dinero; Verona que en


su tierra había dejado esperando a una guapa gaditana, quien
todos los días iba a ver que barcos llegaban.

Se disponía a volver a España para enlazar su vida con la


mujer que amaba, cuando he aquí que a la víspera de su viaje,
a dar vuelta a una esquina tropezó con una dama a quien se le
cayó el pañuelo. El joven Verona por su natural, cortesía se
acercó a levantarlo y se lo entregó a la doncella, la cual se
puso encendida como una amapola, fijó sus ojos castaños en
los de Verona y con una voz que a éste le sonó como música le
dijo con tono suave:

-Gracias caballero.

Fueron solo dos palabras, pero esas dos palabras, aquella


mirada y la belleza de la dama, produjeron en Verona más
efecto del que pudo de pronto comprender.

Se quedó parado en la esquina viendo alejarse a la doncella y


aquel “gracias caballero” se lo repetía él mismo una y otra
vez.

Hasta entonces se acordó el olvidadizo artista de todas las


cosas que le faltaban arreglar para su viaje del día
siguiente.

De pronto le pareció una falta imperdonable no despedirse de


un amigo al que nunca le había hecho el menor caso; el no
dejar recomendado a un gatito que tenía, para que no le
hiciera falta comida.

Lo que Verona quería era disculparse y con mil pretextos, el


cambio que acabara de experimentar en su corazón; quería a
toda costa demorarse y dejar esperando a la gaditana.

Pronto se conocieron Verona y Estela Fuensalida, que tal era


el nombre de la doncella que también tuvo que dejar plantado
a su prometido, un viejo platero llamado Don Tristán de
Valladeres.

41
La gaditana se quedó espera y espera, pero Valladeres, lleno
de rabia, de celos y de despecho, juró vengarse en la primera
oportunidad.

Pasó un año, Estela tenía un hermoso niño y todo parecía


estar en paz, hasta que una noche fría del mes de Diciembre
de 1665 llegó Tristán de Valladeres sigilosamente a la casa
de Estela y entró por la barda de atrás y prendió fuego a un
pajar. Al momento se lanzaron llamaradas y cuando Estela y su
esposo despertados aturdidos, se encontraron en medio de humo
y llamas.

Todo fue confusión en la casa, los criados corrían de un lado


a otro, despavoridos tratando de salvar sus vidas. Estela
cayó desmayada en la habitación y los vecinos que habían
acudido, apagaban todos el fuego y salvaron a Estela. Cuando
esta se repuso y ya en la calle libre de las llamas,
reflexionó que se hallaba sin su esposo y sin su hijo, los
dos seres más amados de su corazón, una angustia
indescriptible se apoderó de ella y arrodillada en el suelo
gritaba llamando a su marido.

Al momento llegó el esposo, pero sin el pequeño, entonces el


dolor de ambos no tuvo límite, Estela se arrojó entre las
llamas para entrar por su hijo a la casa y Verona se lo iba a
impedir cuando se escuchó el llanto de un niño y vieron a un
hombre que trataba de esconderlo, entonces Verona y otros se
precipitaron sobre él quitándole el niño que llevaba en
brazos.

El niño era el hijo de Estela y el hombre vengativo Tristán.

La gente que había visto llorar a Estela por su hijo desde


entonces se llamó la calle “El Niño Perdido”.

42
“El Hechizo del Pando”

Hilario sentía que su enfermedad se agravaba cada vez más.


Desde hacía ya mucho tiempo que padecía, y habían sido vanos
todos los esfuerzos que había hecho por curarse. Bien es
verdad que, como sucede siempre con los enfermos que sufren
por largo tiempo, no había sido constante en curación; nunca
había sido atendido por un médico siquiera por el espacio de
un mes. El se decía para sus adentros:

“¿Para qué curarme un médico? Los médicos no curan el


hechizo. No pueden curarlo ni creen en él. Y sin embargo, por
algo dicen que cuando el tecolote canta, el indio muere...¡yo
no tengo remedio!”

Hilario estaba “enhechizado” por una mala mujer a quien


desgraciadamente había él querido con todo el corazón; pero,
al fin, se habían separado por no haberse podido comprender
una a otro.

Ella tenía mal carácter, y ahora se vengaba del pobre hombre


causándole un mal incurable. Todo el barrio, de Manrique lo
sabía, y aun había personas que aseguraban que Teofila, la
amada perversa, tenía en un lugar secreto de su casa, un
muñeco que era el vivo retrato de Hilario, con una espina
clavada en la espalda...

Aquel infeliz se moría a pausas, sufriendo atroces dolores,


¿La espina? La espina que tenía el muñeco clavada en a
espalda le causaba terribles dolencias que los médicos no
saben curar, porque dicen que son los riñones. ¡Los
riñones!... ¡El hechizo! El hechizo era lo que hacía padecer
a Hilario. Margarita, su hermana, le hacía cuanto remedio le
aconsejaban los vecinos del barrio, y sobre todo los
boticarios, que en Colima presentaba a los médicos una gran
ayuda en el ejercicio de la profesión, pues ellos curan la
bilis, sin cobrar más que la medicina; curan piadosamente y
con toda generosidad, el mal del amor, principalmente a los
rancheros decepcionados que acuden a ellos en busca de
consuelo, y les venden unos polvitos blancos y dulces, como
si fuera de azúcar molida, diciéndoles que es el polvo de
enamorar, mucho más eficaz que elixir del doctor Dulcamara;
ellos venden unciones de manteca de elefante y aceite de
cocodrilo legítimo para las “riumas”, y preparan “polvos de
víbora” inmejorables para las enfermedades de la sangre...
Pero el hechizo... ¡el hechizo no lo curan ni los boticarios
de Colima!

43
Un día, ya al atardecer ya con la esperanza perdida, la
atribulada Margarita pensó hablarle a un médico que fuera a
hacerle una visita a su hermano, no para que lo curara, sino
para que lo viera y en trance fatal de la muerte que ya
esperaba, le diera el “certificado” de defunción, sin el cual
no podía enterrar el cadáver.

¡Tiene una ocurrencias el gobierno! ¿Qué necesidad hay que


sea un médico el que asegure que está muerta una persona,
cuando la presencia del cadáver es prueba mejor que cualquier
papel escrito?, pero así son las cosas.

El médico llegó ya casi entrada la noche.

La pieza estaba apenas alumbrada por una vela de grasa de


buey que difundía una tenue luz amarillenta y vacilante,
dando a la estancia un aspecto fantástico y lúgubre, desde la
mesa en que estaba colocada, hasta otra mesa corriente llena
de botellas y trastos de cocina. El enfermo, con una
respiración fatigada y angustiosa, yacía en un catre de
madera. En el semblante expresaba la cercanía del último
momento. El médico lo examinó; escuchó silencioso y atento
algunas palabras entrecortadas por la angustia de la
respiración, sacó del bolsillo algunas hojitas de papel, y
recetó. ¿Qué recetó? ¡Letra ininteligible, como la de todos
los médicos! Letra que solo saben entender los boticarios,
porque ellos todo lo saben. Antes de retirarse, el médico dio
al enfermo lo único que podía darle: la esperanza. (Le
prometió que se aliviaría, aunque fuera un poco tarde).

Pero llamó aparte a Margarita para explicarle como debía


darle la medicina al enfermo, y advertirle que ya era
extemporáneo el esfuerzo por la curación, esfuerzo que hacía
en cumplimiento de un deber profesional, porque un buen
médico, como el buen soldado, tiene la obligación de luchar,
aunque sea inevitable la derrota, haciéndose la ilusión de
conseguir la victoria. En aquel momento recetaba por deber,
pero sin esperanza.

El médico no se equivocaba, aún venía de la botica con la


medicina, cuando el enfermo expiró. Bien claro lo decía el
canto lúgubre del tecolote que desde al obscurecer se
escuchaba entre el ramaje espeso del aguacate del corral,
infundiendo en el barrio cierto misterioso terror. ¡Qué había
de poder la ciencia médica contra l hechizo! Este solo pueden
curarlo los hechiceros.

Tales creencias vinieron a confirmarse poco después de


expirar el enfermo, que cuando tenía su cadáver en el suelo

44
con una teja para que “ganara las indulgencias”, se levantó
de medio cuerpo atemorizando a los presentes y arrojó algo
por la boca. -¡Ya lo ven!- exclamaron todos- ¡La postema! ¡No
cabe duda, estaba enhechizado por aquella mala mujer!

Sepultaron el cadáver de Hilario, que vulgarmente era


conocido en el barrio de Manrique, por el apodo de “El
Pando”, y por varios días, al oscurecer, confirmando la
opinión popular, siguió el tecolote cantando lúgubremente
entre el ramaje espeso del aguacate del corral.

45
“La Increíble Riqueza de Don Ramón Alcázar”

Una de las familias verdaderamente adineradas que


sobrevivieron a la época bonancible de Guanajuato fue la de
Don Ramón Alcázar, cuyas proezas de bolsillo se prolongan
hasta poco después da la Revolución, de modo que todavía hay
personas a quienes consta como vivió el minero, el
comerciante y el banquero. Éste último llegó a reunir
fabulosas fortunas, cuando nuestra moneda estaba casi a la
par con el dólar.

Se dice que nuestro acaudalado banquero nació en la hacienda


de Cotija, Michoacán, pero su lapida asienta que era
originario de esta ciudad. Lo cierto es que aquí fue donde
hizo el cuantioso capital que comentamos en este relato.

Su esposa, Luisa de Ibargüengoita, también pertenecía a


familia acomodada. De ese matrimonio hubo tres hijos. Luisa
que se casó con el rico español Don Benigno Elola, dueño de
varias fincas, entre ellas la que fue estimable Lic. Don
Pedro P. Arizmendi y ahora de su yerno el Lic. Jesús Cardona.

También des varones, Carlos y Ramón, por cierto que uno de


ellos, parece el segundo, fue enviado a los mejores colegios
de los Estados Unidos, pero, lejos de aprovechar el estudio,
dilapido lo que entonces era una gran fortuna algo así como
un cuarto de millón de pesos.

En esta familia se cumplió la sentencia que sirvió tema a una


obra teatral del escritor Don Carlos Díaz Duffo: “Padre
mercader, hijo caballero y nieto pordiosero”

La casa que fue escenario de esta riqueza es la que se


encuentra en la Plaza de la Paz, marcada con el número 20.

En esta casa Don Ramón tuvo un museo de arte prehispánico y


colonial, considerado por entonces como el más valioso de
Latinoamérica, por las ricas colecciones que poseía.

Se cuenta, que cuando había una ceremonia de tipo religiosa


en la familia, sale a relucir una alfombra importada, que
tenía entretejidos hilos de oro y de plata. Esa alfombra se
extendía de la casa a la Parroquia, llamando como es de
suponer, la atención general.

Era este un acontecimiento del Marques de San Juan de Rayas,


de quien se dice que en lugar de tapetes, tendía a manera de
pasillo varias hileras de barras de plata.

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Esta casa (el dato es rigurosamente cierto) fue construida
por el Ingeniero francés Camila Saint Germain, igual que la
casa Kloster, la del Truco No. 5 la que ocupa el Antioch
College, en Sopeña 18, y la de la familia del Lic. Eduardo
Trueba.

Don Ramón como banquero tuvo su propia institución de crédito


en la misma casa donde vivió con la firma Staford-Alcázar,
letrero que todavía se conserva sobre el marco de la primera
puerta a la entrada, a la derecha, y contribuyó a la
construcción del ferrocarril de Veracruz a México por lo cual
una calle de la metrópoli lleva su nombre.

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“El León del Señor San Jerónimo”

Se cuenta que el Señor San Jerónimo, santo patrón de este


lugar, tenía un león a su lado; pero la ciudadanía de aquel
entonces, empezó a preguntarse el por qué; ya que esto no era
correcto en su papel de patrono de pueblo. Unos afirmaban que
debía tenerlo, otros que no, en fin, se pusieron de acuerdo y
se lo quitaron.

No se sabe si fue la fe, la superstición o el temor por


habérselo quitado, pero se dice que después de algunos días
empezó a escucharse el rugido de un león por las noches, y al
amanecer se encontraban los restos de animales como perros,
borregos, becerros y hasta burros, como indicio de que dicho
animal los mataba y se los comía.

Ya la gente no salía cuando empezaba a obscurecer, todo mundo


atrancaba las puertas por temor a que el animal entrara a sus
casas.

Cuenta un sacristán, que estuvo durante 60 años en este


oficio, que él dormía en una pieza que está junto al curato
de la Parroquia y que hasta allí oía rugidos del león todas
las noches.

Otras personas dicen que era un monstruo que salía de los


túneles que se cree tiene el subsuelo de la cabecera
municipal, pero sea como fuese, el caso es que a diario
aparecía un animal muerto.

Los que le quitaron el león a San Jerónimo, se reunieron y


acordaron colocarlo otra vez en el lugar que lo tenía, pues
temían que fuera un castigo por habérselo quitado.

Desde que pusieron al león en el lugar donde estaba, no se


volvió a aparecer por las noches a causar destrozos, por lo
cual el santo volvió a ser venerado como antes.

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