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Hace tres años opiné públicamente: "En Latinoamérica ya tenemos investigación, el próximo
paso sería desarrollar la ciencia", y si bien me pareció estar diciendo algo demasiado trivial, quedé con
la pequeña esperanza de quien llega por fin a un diagnóstico que puede reorientar el tratamiento, o de
quien en plena tiniebla divisa a lo lejos una lucecita orientadora. Pero las reacciones que provocó mi
afirmación me resultaron por demás paradójicas. En primer lugar, investigadores de diversos países
comenzaron a suministrarme espontáneamente material bibliográfico y datos estadísticos relacionados
con mi punto de vista, como si esperaran que los usase para construir un alegato, una causa. En
segundo lugar, algunos colegas manifestaron estar de acuerdo con mi argumento, pero lamentaron que
me hubiera atrevido a exponerlo. Por último, surgieron investigadores que si bien estaban
profundamente disgustados, no pudieron precisar la verdadera causa de su enojo, y acabaron
adjudicándoselo a que yo me había equivocado en una cita de Descartes, en la fecha de una reunión, o
que había menospreciado a los mayas y a los incas.
Esas reacciones me llevaron a sospechar que quizás no había dicho algo tan obvio ni tan errado
como temía. Sucesivas presentaciones fueron puliendo mi pasado exabrupto, ilustrando aspectos,
incluyendo referencias bibliográficas que remplazaban mis opiniones por datos más tangibles y que me
empecinaron en el argumento. Ahora, que aquella afirmación ha tomado la forma de libro -este libro-,
me parece oportuno comenzar exponiendo por qué creí estar diciendo algo demasiado obvio y por qué
las reacciones me parecieron paradójicas.
Prácticamente no conozco ningún investigador latinoamericano que no se haya sentido obligado
a autojustificarse por estar dedicado a semejante profesión en plena Latinoamérica. Es imposible no
conflictuarse cuando uno va hacia el laboratorio, fastidiado porque el Consejo de Investigaciones del
país en que está, demora la compra de un espectrofotómetro de varios miles de dólares, y en cada
semáforo que se va deteniendo lo asaltan limpiadores de parabrisas, vendedores de chicles, billetes de
loterías, payasos que lanzan llamas o pordioseros que, no cuesta mucho percatarse, son obreros sin
trabajo, forzados a humillarse y extender la mano, o campesinos hambreados que se largan a las
ciudades. En realidad, no me gustaría ser amigo de un colega que no se conflictúe. Por eso los
investigadores latinoamericanos participan en comisiones, mesas redondas, escriben artículos
periodísticos, opinan, y hasta no es raro que a raíz de esta actividad se tornen molestos para sus
gobiernos y encuentren prudente emigrar al primer mundo.1 Todos vivimos buscando la solución.
1 "Probablemente seamos los campeones del mundo e:i eso de librarnos de la inteligencia. Pareciera que la inteligencia es
incómoda, que la sociedad, o los medios oficiales de turno, no saben qué hacer con ella." César Milstein, científico
argentino que obtuvo un Premio Nobel por sus estudios de inmunología, actualmente radicado en Inglaterra, entrevistado
por el periodista Jorge Halperín (1984) durante una visita a sus familiares en Buenos Aires.
La más obvia y más a mano es la económica: "Nuestros países están atrasados -decimos-porqué
en un mundo donde ya no quedan actividades sociales que no dependan directa o indirectamente de la
ciencia y la tecnología, no destinamos suficiente dinero para la investigación." Como el argumento no
deja de ser cierto, cada vez que tenemos un funcionario a mano, los investigadores cumplimos el rito de
rasgarnos las vestiduras. Pero de pronto recordamos los esfuerzos que hacen nuestros países para
comprarnos espectrofotómetros, pagarnos sueldos, instalarnos laboratorios, o nos enteramos de los
malabarismos que hacen nuestros funcionarios para que no se interrumpan los experimentos por un
reactivo que se atascó en la aduana, o constatamos las estrecheces que sufren nuestros estudiantes para
graduarse con la escueta beca que la sociedad se esfuerza, así y todo por otorgarles, y el enojo es
remplazado por el conflicto. De ahí la pequeña esperanza que me invadió cuando reconocí que "en
Latinoamérica ya tenemos investigación, el próximo paso sería desarrollar la ciencia", pues creí
sinceramente que había dado en el clavo. Veamos ahora por qué me pareció paradójica la reacción a mi
comentario.
Año tras año algún funcionario nos vuelve a encomendar que formemos "recursos humanos".
Sin embargo Enrique Oteiza (1992) señala: "Dos de cada tres científicos argentinos tuvieron que irse a
trabajar al exterior." Graciela C. Clivaggio (1990) publica: "Hay 50 mil investigadores argentinos en el
exterior", y pregunta: "¿Qué hacen afuera?" Las estadísticas compiladas por entidades tipo UNESCO
informan que entre 1961-1983 emigraron de América Latina a Estados Unidos, Canadá e Inglaterra 700
mil profesionales de alta calificación. De hecho, la mayoría de los países latinoamericanos tienen más
investigadores de primer nivel exiliados en el primer mundo que en su propio territorio. Al referirse al
mercado de trabajo en México, Luis Benítez Bribiesca (1997) señala: "Ya empieza a sentirse una fuerte
disparidad entre la oferta y la demanda de científicos."
Año tras año las instituciones gubernamentales recomiendan a los investigadores que generen
resultados aplicables en el corto plazo, y a los empresarios que conecten su producción con la ciencia y
la tecnología. Pero dicha conexión no se establece, nuestros países gastan muchísimo más en patentes
que en el desarrollo de su ciencia, y comienzan a oírse opiniones encontradas, difíciles de
compatibilizar. Alguien lamenta: "Nuestras empresas no tienen el tamaño suficiente como para costear
la investigación"..., y otro pareciera responderle: "Las industrias petroleras estatales manejaron grandes
capitales, pero no dejaron ninguna tecnología." "Es que nuestra obligación era exportar petróleo, no
tecnología." "La mayor parte del presupuesto de los institutos de investigación de esas empresas
estatales se va en burocracia." Los consejos de investigación tratan entonces de resolver el problema
diseñando mecanismos para que los empresarios puedan apoyarse en la investigación, hasta que alguien
(Muñoz, 1997) cae en la cuenta de que casi no los usan y surge la pregunta: ¿Alguien ha oído de alguna
empresa o alguna cámara industrial latinoamericana que plantee claramente algún problema a sus
universidades? ¿Ofrecen donativos a los centros de investigación o becas para atraer alumnos
aventajados hacia su área de interés? "Es que mi empresa no necesita nada de los investigadores
locales, pues en el mercado internacional de patentes consigo más de lo que necesito", decía un líder
empresarial al comienzo de los años ochenta. "En Latinoamérica no hay empresarios, sino fabricantes y
vendedores", lamenta un prestigioso fisicoquímico mexicano.
Año tras año, nuestros líderes sindicales observan que los investigadores y técnicos que se
marchan se dirigen hacia el primer mundo. ¿Se han preguntado por qué el primer mundo cuenta con
una estructura científico-técnico-productiva en la que pueden ocuparlos y nosotros no? ¿No asocian
esos exilios con el hecho de que luego los obreros argentinos hacen cuadras de cola y procesiones para
pedir trabajo a san Cayetano? ¿Qué visión del mundo mueve a nuestras sociedades a confiar más en los
santos que en sus investigadores?
Año tras año declaramos nuestro firme propósito de apoyar a la ciencia. ¿Por qué "apoyar"? Eso
semeja que no necesitáramos pan ni supiéramos qué hacer con los tornillos, pero que así y todo los
compráramos para "apoyar" a panaderos y ferreteros. En el fondo, el hecho de que no nos apoyemos en
la ciencia, pero que así y todo apoyemos a la ciencia, denota una actitud equivocada pero muy
meritoria. ¿Por qué nuestros expertos tratan luego de resolver todo en el plano de lo económico, cuando
no puramente monetarista? Pareciera, como si Karl Marx hubiera resultado tan convincente, que hoy el
capital es el nuevo opio de los pueblos.
Año tras año nuestros historiadores nos maravillan con la figura de algún sabio que hace tres o
cuatro siglos hacía mediciones astronómicas realmente avanzadas para su época, recopilaba datos de la
medicina indígena, cultivaba un pequeño jardín botánico en su convento y se hacía una pintura al óleo
junto a un mapamundi o un termómetro, y lo ofrecen como prueba de que durante la colonia se
promovía la ciencia. Curiosamente, parecen restar importancia a que a cien metros de ese mismo jardín
se torturaba cruelmente a un químico o a algún astrónomo, hasta que confesaran que en realidad no
estaban estudiando el efecto de un ácido ni observando las lunas de Júpiter, sino pactando con el diablo,
lo cual autorizaba a quemarlos en una pira. Al decir del presidente argentino Domingo Faustino
Sarmiento (1811-1888), la Revolución de mayo (comienzo de la independencia argentina) fue lograda
por los sobrinos de los curas, porque recibían obras de enciclopedistas franceses que les llegaban de
contrabando, escondidas en valijas dirigidas a sus tíos y burlando las barreras inquisitoriales. Resulta
extraño que algunos historiadores muestren renuencia a decir que la Santa Inquisición, con sus listas de
libros prohibidos, cámaras de tormento y hogueras, frenó el desarrollo de la ciencia latinoamericana.
Por eso, de pronto, nos caben dudas de que nuestras sociedades vayan por la vía de desarrollar
la ciencia, e indagamos para qué la querrían. Por suerte la respuesta es clara: es que los países del
primer mundo ensamblaron un aparato científico-técnico-productivo y hoy son los que eligen, deciden,
inventan, tienen, dominan, dictan nuestras modas, viven de los intereses del dinero que les debemos,
nos invaden con sus propagandas comerciales y nos sojuzgan con sus ejércitos si no les gusta cómo nos
comportamos o qué mandatario elegimos. Nosotros trabajamos usando máquinas que inventaron ellos,
viajamos en vehículos que ellos diseñaron, nos curamos, entretenemos y matamos con medicinas,
televisores, radios, pianos, bancos y armas que desarrollaron ellos y, lo mejor que nos puede pasar es
que los podamos incorporar gratis, sin pagarles patente, pues lo común es que nos cobren precios que
también fijan ellos, con los fondos que nos prestan y a los intereses que digan. Y la imposición no se
limita a productos directos de la ciencia y la tecnología, pues se extiende hasta los deportes que
practicamos y las normas de belleza que admiramos.2 Entonces se suele concluir: nosotros quisiéramos
producir todas esas cosas, pero conservando nuestra visión del mundo, "el ser nacional", como han
llegado a proclamar algunos dictadores latinoamericanos. Es claro entonces que lo que deseamos de la
ciencia es el poder que otorga y las comodidades que produce. No entendemos que es imposible
combinar teocracia con tecnocracia.
2 La chica latinoamericana acababa de ganar un concurso internacional de belleza y una periodista le preguntó cuál sería
su próximo paso. "¡Comer!", respondió con toda franqueza. Luego comentó que para estar dentro de "las normas" del
concurso había tenido que someterse a dietas muy rigurosas, que la situaban unos siete kilogramos por debajo de su peso
espontáneo. Más adelante la articulista señalaba que era un premio muy merecido, pues la chica se había hecho quitar
además un par de costillas inferiores y operar los huesos malares (los del pómulo). Después alguien comentó que la
muchacha medía catorce centímetros más de estatura que el promedio de los habitantes de su país y hasta admiraron a la
representante de Japón: "Allá no abundan las chicas lo suficientemente altas como para satisfacer 'las normas'."
3 Supongamos que digo que en la sala hay 423 personas, porque Dios me lo ha revelado, otra persona dice que hay 389
porque las ha contado; verificamos el número con cuidado y constatamos que, tal como dije, hay 423. Yo tengo razón, pero
no tengo una actitud científica, en cambio la otra persona está equivocada, pero sí tiene dicha actitud.
Durante la preparación de este libro me resultaron muy valiosos los comentarios de Sergio
Bagú, Fanny Blanck-Cereijido, Néstor Brauns-tein, Vera Brudny, Rubén Gerardo Contreras, Sergio de
la Peña, Clara Lida, Alma Monroy, Ana Rosa Pérez-Ransanz, Laura Reinking y Frida Saal. Sin
embargo, es oportuno señalar que ello no implica necesariamente que compartan mis puntos de vista,
de modo que mi gratitud no los inculpa. También agradezco a Elizabeth del Oso su experta asistencia
en la producción de este libro y en la recopilación de su bibliografía.
1. FUNDAMENTOS BIOLÓGICOS DE LA CIENCIA
Hay una tremenda resistencia a aceptar que la conducta humana y en particular la ciencia
puedan tener un pasado y un origen biológico; quizás sea un resabio de las épocas en que se aceptaba el
dualismo cuerpo/mente y que el hombre había sido creado como tal (Cereijido, 1983). De hecho, y
como argumentaremos en el capítulo siguiente, ya desde sus comienzos nuestra civilización tiene un
profundo desprecio y hasta odio por el cuerpo. El cerebro queda así dentro de lo vil y despreciable. Por
el contrario, hoy los biólogos parten de la base de que el pensamiento no puede dejar de depender de y
estar condicionado por la fisiología de la estructura que piensa: el organismo humano. Hay incluso
evidencias preliminares de que ciertos conocimientos que solemos atribuir a la cultura son en realidad
innatos (Wynn, 1992).
Los instrumentos diseñados y construidos para hacer ciencia, desde una lupa hasta una su-
percomputadora y desde una pipeta hasta un acelerador de partículas de 20 km de radio, son tan
diversos, complejos y especializados, que a lo largo de su vida un investigador sólo llega a entender y
emplear un número irrisorio de ellos. Pero hay uno, fundamental e indispensable que usan todos los
sabios desde la antigüedad hasta el presente, independientemente de que se trate de un químico, un
antropólogo, un economista o un paleontólogo que, irónicamente, no ha sido diseñado ni construido
para1 hacer ciencia: el cerebro. Es decir, no había una ciencia que fuera dando ventajas y seleccionando
al organismo que usara el cerebro para servirse de ella. Ese órgano, el objeto más complejo del cosmos,
ya era así como lo vemos hoy desde hace un cuarto de millón de años, cuando todavía no había ciencia,
el ser humano no sabía leer ni escribir y apenas estaba aprendiendo a balbucear palabras en un lenguaje
rudimentario (Lieberman, 1991). Más aún, hay quienes opinan que, a pesar de que el hombre primitivo
se paseaba con un cerebro tan avanzado como el que tiene un científico Premio Nobel de hoy en día, no
sólo no tenía ciencia, sino que ni siquiera tenía conciencia. Incluso hay indicios de que, desde que el
hombre se hizo agricultor, se civilizó y desarrolló su ciencia, el cerebro se ha reducido en un 10 a un
15%. Así es: un cazador prehistórico tenía más cerebro que Einstein. "Por supuesto", desecharán
algunos, "pues el tamaño, la anatomía y la fisiología del cerebro son resultados de la evolución
biológica, en cambio, la ciencia es un producto de la cultura". La ciencia será un producto de la cultura,
pero la cultura es un producto del ser humano (y viceversa), que es a su vez un producto de la
evolución biológica.
1 Aceptar que la evolución hace algo "para" requiere invertir el sentido del tiempo, poner la causa en el futuro y el efecto
en el presente (teleología). Los científicos no aceptan explicaciones teleológicas. Pero como decía en el siglo XIX el
fisiólogo Émile Du Bois Raymond: "La teleología es como esas damas de dudosa reputación, con las que a todos los
científicos les gusta estar en privado pero no mostrarse en público", pues es muy útil -sobre todo con fines didácticos- decir
por ejemplo que la bilis se segrega para digerir las grasas" y que "los ojos están para ver".
Cabe preguntarse entonces, si dado que no se puede hacer ciencia sin cerebro, que este órgano
es producto de la evolución y que no fue desarrollado "para" pensar, ¿para qué otra cosa se habrá
estado perfeccionando a lo largo de millones y millones de años? Si no había ciencia ¿qué fue lo que lo
seleccionó? ¿Cómo es que así y todo hoy ese cerebro nos permite hacer ciencia? ¿Acaso la forma que
tiene nuestra ciencia hoy en día está condicionada por las propiedades biológicas de un cerebro
diseñado para cumplir otras funciones? Por eso, en el presente capítulo mencionaremos ciertas
características de esa evolución que se propone "explicar al explicador", es decir, dar cuenta de cómo y
por qué aparecieron seres humanos con un cerebro que tiene la capacidad de dar explicaciones, y de
explicar incluso la naturaleza de esas explicaciones.
Un poco de cronología
La edad del universo se ubica a partir del big-bang, hace unos 10 mil millones de años. La
Tierra apareció hace unos 5 mil millones de años. Las primeras células surgieron hace unos 3 500
millones y hace 1 500 algunas de ellas se unieron, entraron en una suerte de simbiosis y generaron las
células eucariotas (que tienen núcleo como las nuestras). Estas células, al reunir las propiedades de las
diversas procariotas que la componían, constituyeron un enorme salto de complejidad organizativa.
Luego, muchas células eucariotas formaron a su vez sus propias "federaciones", constituyeron los
primeros multicelulares y se diferenciaron, es decir, no hicieron todas lo mismo, sino que unas se
especializaron en contraerse, otras en captar señales, otras en transmitirlas, en usar energía liberada por
otras reacciones para armar moléculas complejas, en fabricar hormonas.
Entre los seres así generados, aparecieron hace 200 millones de años los primeros mamíferos.
Se trataba de bichitos tan pequeños y asustadizos que sólo se atrevían a deambular al amparo de la
noche por temor a los dinosaurios, hasta que hace unos 65 millones de años, un repentino asteroidazo
diezmó a estos titanes, dejó el escenario libre y los mamíferos progresaron (Pinero, 1987, Barahona y
Pinero, 1993; Suárez y Bara-hona, 1996). Los registros fósiles más antiguos indican que hace unos 12
millones de años, entre estos mamíferos aparecieron los primeros homínidos, y que las líneas
evolutivas de los humanos y de los chimpancés (nuestro pariente animal más cercano) empezaron a
divergir hace unos 6 a 8 millones de años. Hace unos 5 millones de años algunos de estos homínidos
empezaron a caminar erguidos sobre sus patas, y hace apenas unos 0.003 millones de años, unos
homínidos que hablaban griego se pusieron a desarrollar la ética, la lógica, la matemática, y otras
disciplinas que se fueron transformando en nuestra ciencia. A su vez, esta ciencia adoptó su versión
moderna hace apenas unos 0.0003 millones de años y, para no seguir trabajando con tantos ceros,
vamos a transformar las unidades de millones a centurias, y decir que hace apenas tres siglos el
homínido produjo lo que en capítulos siguientes llamaremos la revolución científica moderna.
Aspectos de la evolución que sería útil tener en cuenta para luego entender la génesis del cerebro
(y de la ciencia)
Como acabamos de señalar, la asociación entre unidades y el intercambio que se establece entre
ellas producen generalmente un salto evolutivo. Otro mecanismo evolutivo de capital importancia
consiste en interrumpir prematuramente el desarrollo y conseguir así mayor flexibilidad. Pensemos en
un pizzero que, habiendo preparado muchas pizzas de anchoa, advierte que luego le quedan de clavo,
pues los parroquianos piden de mozzarella, peperoni o jamón. Un pizzero inteligente buscará la manera
de detener la elaboración de las pizzas en un estado "inmaduro", y luego completarlas en la medida y
de la forma que las circunstancias lo vayan requiriendo. A principio de siglo el antropólogo holandés
Louis Bolk desarrolló la teoría de la fetalización, de acuerdo con la cual el hombre resulta de un mono
que no llegó a la madurez (a bebé mono), sino que nació cuando todavía era feto y sus órganos
conservaban "plasticidad", es decir, que por no estar acabados, fueron susceptibles de ser moldeados
por la crianza. Este concepto resultó muy rico. Las hembras humanas, por haber adoptado la postura
bípeda, anticipan el parto; pero al liberar sus brazos pueden acarrear al bebé inmaduro e indefenso que
no puede deambular como lo harían un gato o un ternero recién nacidos. A su vez, este cuidado es
posible siempre y cuando se adopte una organización familiar que permita a la madre dedicarse al bebé;
por supuesto, podrá hacerlo si mantiene un vínculo especial con el padre, que sale a cazar, comparte la
comida con ella y su prole, y los defiende. De modo que la inmadurez hizo al infante muy susceptible a
la forma en que se lo acarrea, alimenta, habla, canta, mima y educa en la cultura en que nace. Cabe
agregar que esta organización debe durar por lo menos hasta que el niño adquiera un lenguaje para el
cual viene biológicamente preparado, pero que debe ser implementado por la sociedad, y así acabará
hablando árabe o castellano, y lo hará con acento yucateco o cordobés.2
La evolución de los humanos
Ya Aristóteles se refirió al hombre como "animal político". Hace casi dos milenios Galeno disecó
varios tipos de animales y constató que sus visceras, músculos, arterias, venas, nervios y huesos son
muy similares a los humanos. Siglos después Charles Darwin, Thomas H. Huxley y Ernest Haeckel
demostraron conclusivamente que los humanos no son un producto especial de la creación, sino que
han evolucionado a partir de antepasados parecidos a los monos, y los incorporaron al árbol
filogenético del reino animal. Compartimos con los monos más del 98% de nuestro programa genético,
de modo que la emergencia de la humanidad no es directamente proporcional al cambio en nuestros
genes.
2 La analogía con el pizzero inteligente debe abandonarse en cuanto se capte la idea de la fetalización. De lo contrario
podríamos cometer el error de creer que la evolución es guiada por un proyecto inteligente. No es así. Simplemente sucede
que los organismos que por alguna razón experimentan los procesos de fetalización que mencionamos en este capítulo
resultan ser más versátiles y son seleccionados a expensas de los que llevan el desarrollo hasta sus últimas
consecuencias.
En realidad, según la interpretación de Sibley y colaboradores (1990) los humanos (Homo sapiens) no
constituimos una familia y ni siquiera un género distinto, sino que pertenecemos al mismo que los
chimpancés comunes (Homo troglodytes) y los chimpancés pigmeos (Homo paniscus). Conviene
recalcar que la evolución de los vertebrados no ha cesado y que muchas líneas exitosas surgieron
después de los seres humanos (Diamond, 1992). Y el último puntapié a nuestra vanidad es dado por el
hecho de que algunos de ellos se extinguieron a pesar de que, como ya mencionamos, estaban dotados
de un cerebro superior al nuestro (al menos en tamaño).
Ahora bien, eso sucedió miles de años antes de que el ser humano supiera leer y escribir. Si
tenemos en cuenta que ninguna estructura biológica aparece ni progresa ni se perfecciona en balde, es
decir, que siempre hay una condición previa que la selecciona (las altas hojas de los árboles seleccionan
los largos cuellos de las jirafas; el agua selecciona las patas en forma de palas de las focas), entendemos
que el cerebro no alcanzó su estructura y organización actual porque el hacer ciencia le diera alguna
ventaja. Por supuesto, leer, escribir y hacer ciencia otorgan ventajas (¡ya lo veremos en capítulos
subsiguientes!), pero no fueron estas ventajas las que produjeron el cerebro que el científico actual
necesita para formular teoremas de topología matemática o descifrar la escritura maya.
El cerebro
En cuanto uno dice "cerebro", surgen los conceptos asociados de "pensamiento", "razón",
"inteligencia"; pero para la biología estos son epifenómenos, novedades emergentes y secundarias de
un antiguo órgano para el que lo primordial es cuidarse a sí mismo, lo que a su vez depende de que él
cuide al cuerpo que lo nutre, pasea e informa de cómo es y qué sucede en la realidad que lo rodea
(Fernández-Guardiola, 1979).
Desde su aparición en los bichos más antiguos, el cerebro recibe información y "se entera" de
que un órgano necesita más sangre y pone en juego complejísimos circuitos neurovegetativos para que
el aparato circulatorio se la haga llegar; "siente" que esa sangre no contiene suficiente glucosa, "activa"
glándulas cuyas hormonas hacen descargar glucosa hacia el torrente sanguíneo o nos produce hambre;
y así nos pone a temblar, transpirar, dormir. Para cumplir estas funciones tiene bajo su control los
sistemas endocrino, circulatorio, muscular, inmunitario y "sabe" si los alimentos ya han sido
procesados en el estómago y deben progresar ahora hacia el intestino delgado, para lo cual pone
enjuego una complejísima maraña de mecanismos.
El cerebro no está diseñado para captar por sí solo estas situaciones, sino que todo el organismo
participa integradámente. De las distintas regiones del cuerpo parten vías nerviosas que llevan
información al cerebro y éste tiene áreas correspondientes; cuando se quitan partes del sistema
sensorial periférico (tal como cuando se corta el nervio que trae información desde una pata) las
representaciones de las partes restantes en el cerebro se expanden, como cuando no hay periódicos y
miramos más los noticieros por televisión (Pons, 1991; Desimone, 1992). Tampoco debemos imaginar
que el cerebro recibe y acepta señales sin ton ni son, pues la información captada periféricamente le
llega prefiltrada, sistematizada y adaptada. Esto indica que el "conocimiento" comienza a gestarse antes
de que la información arribe a las estructuras del cerebro. El cerebro tiene además a su cargo la
conducta externa del animal, es decir, hace que se mueva, se desplace y cumpla actividades para
responder a la sed, el hambre, el sueño, la caza, luche por procrear, decida si conviene pelear o escapar.
La realidad-de-ahí-afuera
Captar la realidad no es sinónimo de entenderla, pues hay además complejísimos circuitos
especializados en el manejo de las emociones, que llevan a cabo las rutinas de la mente sin molestar a
la conciencia y permiten captar si una hembra ha entrado en un período de fertilidad sexual, o
comenzar a responder a estímulos potencialmente peligrosos, antes de que entendamos bien a bien de
qué se trata. Es común que quien recibe una información insólita, mire atentamente a su interlocutor
para descubrir señales adicionales, para descifrar las emociones asociadas, o pone cara de descrédito
para que el otro entienda que debe proporcionar más datos. Un animal suele captar el peligro, aunque
no lo vea, a través de la reacción de sus congéneres (lo ve escapar despavorido o pasar masticando),
porque sabe interpretar señales corporales, sonidos, olores, miradas, terrores. Si bien las emociones
suelen responder a situaciones más vitales y primitivas, son hasta cierto punto influibles por la
voluntad. Ya Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, opinaba que había que usar las emociones con
inteligencia, y aprovechar una para mejorar la otra.
El cerebro existe porque promueve la supervivencia y la multiplicación de los genes que dirigen
su formación (Dawkins, 1989). Lumsden y Wilson (1981) llegan a afirmar que el sustrato biológico de
la actividad cognitiva (cerebros, sistemas sensoriales, sistemas motores) atestiguan que los genes no
han dejado a la mente en absoluta libertad de gozar de una actividad exclusivamente cultural. En la
historia de la vida ningún órgano ha crecido con mayor rapidez que el cerebro humano. Wilson (1978)
lo atribuye a varias razones. En primer lugar los mamíferos comenzaron a desarrollar su gran cerebro
para adaptarse a las necesidades de una pequeña criatura que debía sobrevivir en las periferias y las
noches de un mundo dominado por los dinosaurios. En segundo lugar, la banana que cuelga inmóvil de
una planta no tiene estrategias de fuga, no se escapa, es fácil de atrapar; en cambio un conejo corre,
elude, se refugia, no se coge así como así, por eso los carnívoros necesitan un cerebro mayor que el de
los herbívoros. Cuando el homínido se hace cazador, su cerebro acelera su crecimiento (Jerison, 1973),
pero cuando luego se convierte en agricultor parece reducirse. En tercer lugar, el aumento en el tamaño
del cerebro se debió también a una adaptación a la vida en sociedad (Evans y Deehan, 1990). Hemos
sido seleccionados evolutivamente "para" leer las mentes de los demás y simpatizar, para curarnos
usando el cerebro del médico, aprender aprovechando el cerebro del maestro, y así entender historia,
viajar y servirnos de una cámara fotográfica aprovechando el conocimiento de mucha otra gente. A esto
se le suma la fetalización y la plasticidad que permiten que los últimos toques en el "cableado" 3 del
cerebro se den en los primeros años de vida, en respuesta al tipo de crianza que recibe el bebé
"inmaduro".
Pero en un mismo individuo la habilidad del cerebro para crearse a sí mismo tiene límites. Se
trata de periodos críticos, "ventanas de oportunidad" durante el desarrollo del cerebro. Así, Tortsen
Wiesel y David Hubel encontraron que cuando le cerraban un ojo a los gatitos recién nacidos, las
conexiones neuronales en la corteza visual del cerebro ("cableado") se establecían de una manera
distinta de la normal, y que ese ojo resultaba ciego para siempre, a pesar de que pocas horas después se
le reabrieran los párpados. Los niños que nacen y permanecen con cataratas hasta los dos años quedan
ciegos para el resto de sus vidas, aunque luego se las quiten mediante una operación. Sucede algo
análogo con las reacciones emocionales: cuando las emociones infantiles son sistemáticamente
respondidas con indiferencia, o se les reprime, las conductas se vuelven confusas y no se asientan
(Goleman, 1995; Deacon, 1997). Es doloroso, pero cabe ir teniendo en cuenta que el tercer mundo
comienza a engendrarse en el cerebro de una criatura que duerme colgada en el rebozo de una
limosnera en un semáforo citadino, porque se "cablea subdesarrolladamente".
3 Los neurofísiólogos utilizan este término para referirse al proceso de interconexión de las neuronas y establecimiento de
circuitos nerviosos durante el desarrollo, en analogía con la construcción de circuitos eléctricos.
Símbolos y lenguajes
Como el cerebro no maneja en su interior los objetos de la realidad, damos por supuesto que lo
que combina son símbolos. Un símbolo es una seña, un recuerdo, una muestra, una prenda, un
distintivo, un rasgo característico, un emblema, una alegoría que representa alguna cosa o idea
abstracta. Como decía von Bertalanffy (1971), el hombre vive en un mundo simbólico de lenguaje,
pensamiento, entidades sociales, dinero, ciencia, religión, arte; el mundo objetivo que lo rodea, desde
las trivialidades que tiene a su alrededor hasta los libros, los automóviles, las ciudades y las bombas,
son una materialización de actividades simbólicas. Hay un mecanismo de objetificación, con el cual se
describe la realidad con imágenes y definiciones fácilmente comprensibles. Lo importante es que luego
los símbolos se pueden desacoplar de esa realidad en diversos grados, para ser elaborados mentalmente
(Campbell, 1980). Ernst Cassirer ha llegado a proponer que, en lugar de definir al hombre como animal
racional, deberíamos definirlo como animal simbólico. Gastón Bachelard opina que antes del símbolo
puede haber empiria, pero no ciencia. Con los símbolos se pueden organizar sistemas enlazados según
ciertas reglas y pensar. La mente tiene una capacidad simplificadora, que tiende a reducir la
multiplicidad a una "situación" única, de manera que al mismo tiempo se haga lo más transparente
posible. Asocia cotorras, zorzales, cuervos y águilas para generar la categoría de "aves", y las moscas,
mosquitos, avispas y abejas para generar el de "insectos", pero luego une esos conjuntos para ir
forjando categorías más abarcaduras, como "animales", "seres vivos". Cuando encuentra estas
regularidades sistematizadoras en los procesos de la naturaleza, las llama "leyes".
En suma, la habilidad de formar conceptos y manipularlos evolucionó porque pensar nos
permite sobrevivir. Pero es necesario recordar que solamente una pequeñísima cantidad de los
"cálculos" cerebrales son conscientes, pues no sabemos cómo capta el nivel de la glucemia y calcula la
cantidad de insulina que se deberá segregar, o cómo debe mover nuestro cuerpo para que no caigamos
del caballo, y el panorama se complica aún más cuando se traen a colación los componentes
emocionales del pensar.
Tal es el caso del mono vervet de África oriental, que tiene tres llamados distintos para indicar
la presencia de víboras, águilas o leopardos. Estos monos emiten tres sonidos, porque el tipo de
respuesta a cada uno de ellos es más eficiente al que provocaría el avisar solamente "peligro". Otros
tipos de animales prefieren la estrategia de no avisar, y sacar ventaja de que el predador se entretenga
comiendo a un compañero mientras él se pone a salvo.4 Todo depende de la necesidad que tiene el
individuo de vivir en sociedad, para lo cual debe privilegiar una u otra estrategia.
4 Dos personas se dan cuenta de que los persigue un puma y uno de ellos cambia sus pesadas botas por zapatillas. ~De
nada te servirán -objeta el otro- con botas o zapatillas eres más lento que el puma." "Sí -concede el primero-, pero con
zapatillas soy más rápido que tú."
El hecho de que el hombre emita y decodifique tantas señales, y haya generado un lenguaje,
muestra la estrecha relación entre su destino y el de la sociedad de la que forma parte. En algunos
casos, particularmente el humano, la naturaleza de la emisión y recepción está plasmada por la crianza
y las emociones asociadas.
Los monos no aprendieron a usar ciertos elementos gramaticales (artículos, preposiciones,
verbos auxiliares), pues no había ningún beneficio, ninguna ventaja en espera del organismo que
desarrollara reglas sintácticas. El 'lenguaje" que a veces se consigue enseñarles parece ser un "pro-
tolenguaje", similar al que a veces hablan los niños menores de 2 años (Bickerton, 1988; Deacon,
1997). Los esclavos provenientes de diferentes culturas y forzados a convivir improvisan un sistema
muy crudo de comunicación que se denomina "champurrado" (pidgin). Pero ¡oh maravilla de la mente!,
los hijos de esos esclavos, expuestos a un "champurrado" antes de los 2 años, expanden el
protolenguaje paterno a otro más avanzado que suele denominarse "criollo". La capacidad para la
sintaxis aparece probablemente con el Homo sapiens moderno, hace más de 100 mil años.
Aún se está lejos de entender cómo hace un niño expuesto a las muestras al azar del lenguaje
que va oyendo, para adquirir algo tan complejo como es un lenguaje, ni de dónde surge su capacidad de
organizar el material caótico en patrones, ni cómo adjudica un sentido a lo que originalmente no lo
tiene o desconoce.5
5 Esa propiedad de otorgar significado (para él) la encontré ilustrada en un niñito que al regresar de la escuela, contó que
la maestra les había explicado que "los padres tienen peine y las mamas vajilla".
Curiosidad
Los mamíferos son muy exploradores, en particular los más jóvenes. Necesitan ir a recoger
información sobre la realidad en que luego deberán vivir, sobrevivir, hacerse un lugar y reproducirse.
Con el ser humano, la curiosidad infantil se fortifica y extiende hasta los años maduros, y con los
investigadores se instrumenta de una manera sistemática y se profesionaliza. Recalquemos una vez más
que la información recogida no se reduce a la captada conscientemente ni mucho menos a la medible
cuantitativamente, sino que incluye datos surgidos de olores, tibiezas, humedades, sabores que se
incorporan sin previa explicación, que son provocados por feromonas y coscorrones y, por supuesto, la
que surge de las emociones asociadas. Luego, pintar, esculpir, dibujar, hacer música, cantar, bailar,
jugar, practicar deportes, escribir literatura, bromear, son formas de explorar y experimentar que
forman parte esencial del investigar y hacer ciencia.
6 Para una descripción de cómo las restricciones (leyes) en un sistema complejo favorecen el surgimiento de nuevos niveles
organizativos, véase Cereijido (1995).
Los modelos de la realidad que un individuo elabora parecen atravesar una primera etapa en la
que se modela a sí mismo y al entorno (evalúa qué puede y qué le conviene hacer); una segunda en que
aprende a entender los modelos ajenos (por qué el otro actúa así); y una tercera en la que es capaz de
engañar, es decir, saber qué señales debe emitir para que el otro se forje (y sobre todo se maneje con) el
modelo que a uno le conviene. La habilidad de engañar y de autoengañarse se adquiere alrededor de los
4 años de edad. En una investigación organizada por Bella DePaulo en la Universidad de Virginia,
encontró que los adolescentes mienten en un 46% de las comunicaciones con sus madres y en un 77%
con extraños (Riernan, 1995).7 Charles Darwin escribió para sus hijos recuerdos de su vida, en los que
analiza algunos de sus rasgos personales y confiesa que en la escuela era muy dado a inventar historias
falsas "para causar admiración". Un "Dios te va a castigar" o una oportuna cachetada ayudan a prevenir
que los niños se transformen en charles darwines.
7 Con todo, parece que las conclusiones dependen de que dichos jóvenes no le hayan mentido a la investigadora.
El "sentido" temporal
La mente parece enhebrar sus esquemas en una trama formada por dos "sentidos" capitales: el
espacial y el temporal. Vamos a referirnos al segundo. El místico polaco Ángelus Silesius afirmaba:
"Tú mismo haces el tiempo; tu reloj son tus sentidos." Se refería a que uno ve llegar la noche, madurar
los naranjos, crecer a sus hijos, morir a sus abuelos, y entiende esos procesos en función del tiempo.
Sin embargo, el llamado "sentido temporal" no es más que una metáfora cómoda pues, a diferencia de
otros sentidos, como el olfato y la visión, cuyas señales (moléculas odoríferas y fotones) y receptores
(mucosa nasal y retina) conocemos, ignoramos cuáles son las señales y los receptores del "sentido
temporal" (Blanck-Cereijido y Cereijido, 1988; Cereijido, 1994). No es entonces una mera forma de
captar un atributo más de la realidad (como sería ver, oír, gustar), sino que brinda una trama
sistematizadora para los aportes informativos de los sentidos, que son de naturaleza distinta (el verde
no huele a nada y lo salado no suena) (Broad, 1927). Para ilustrar este punto, baste recordar que
Beethoven ya era sordo cuando compuso sus últimas sinfonías y Borges era ciego cuando escribió sus
últimos poemas. En cambio, si en lugar de haber perdido el sentido de la audición y de la vista,
hubieran perdido el "sentido del tiempo", se les hubiera desorganizado la mente.
Para entender por qué se ha seleccionado un organismo —el humano— con un "sentido
temporal" tan crucial, resulta útil remontarse a los orígenes del hombre, cuando los cambios climáticos
ralean los bosques y obligan a los primeros homínidos a competir en la pradera con antiguos cazadores
(leones, lobos, hienas) y herbívoros (cebras, rinocerontes, cabras) dotados a lo largo de millones de
años con garras, colmillos, cuernos y aparatos digestivos que superan ampliamente la capacidad física
humana. Pero los homínidos tienen un mejor "sentido temporal", que les permite observar cadenas
causales8 y una memoria colosal para retenerlas y hacer con ellas modelos dinámicos de la realidad,
"saber de antemano" (Blanck-Cereijido, 1983). La facultad de hacerse modelos dinámicos permite
evaluar mentalmente escenarios probables, contingencias previsibles, comparar estrategias, imaginar
cuál sería su desempeño en la realidad. En lugar de experimentar terca y únicamente con la realidad,
pasa a jugar con Gedankenexperimenten,9 es decir, experimentos mentales que resultan, por supuesto,
mucho más económicos e inofensivos. Es más seguro imaginar las cosas que podría llegar a hacer una
manada de lobos, que ir a resolver las contingencias reales que se presentan al enfrentarse
candidamente con esas fieras. De modo que se selecciona el organismo que tenga el sentido temporal
más desarrollado y sea capaz de perfeccionar modelos dinámicos de la realidad (véase Blanck-
Cereijido y Cereijido, 1988).
8 Percatarse de una cadena causal es advertir por ejemplo que los animales copulan (causa) y entonces tienen hijos
(efecto). Una suma de cadenas causales lleva a entender que si froto dos piedras, produzco chispas, enciendo fuego, puedo
cocinar las papas que crudas resultan tóxicas, y que en cambio cocidas constituyen un alimento.
9 Los físicos suelen hacer Gedankenexperimenten, tales como "experimentar" con un observador que asciende en un
elevador a dos tercios de la velocidad de la luz, gatos que viven o mueren dependiendo de que se los observe o no, ciclistas
que viven en un mundo en el que la velocidad de la luz es apenas 10 km/h, etc. Aquí nos referimos a "experimentos
mentales" no-científicos en un sentido más amplio, tales como calcular de antemano las cosas que pueden suceder al
encontrarse con un elefante, preparar un foso, cubrir la boca con paja, planear cómo atraerlo para que caiga.
El cerebro incluye en sus modelos la variable tiempo y los hace dinámicos, pero además puede
adaptar las escalas reales de los fenómenos a escalas mentales, y así es capaz de explicar en una hora de
clase fenómenos tan largos como la evolución del universo (10 mil millones de años) o tan cortos como
la fosforilación de la glucosa (una millonésima de millonésima de millonésima de segundo). Pero
insistimos: ya en el siglo xvii Samuel Butler opinaba que los organismos son seres "resolvedores de
problemas" (Somenzi, 1980). Dewey (1910) sugirió que el aparato cognoscitivo humano ha sido
producido durante la evolución, como cualquier otra función decisival para la sobrevivencia. El cerebro
ha sido desarrollado "para" que el organismo dure hasta el día siguiente (Albert Szent-Gyórgyi, 1970),
pues los mecanismos cognoscitivos prolongan las regulaciones orgánicas de las que son una resultante
(Piaget, 1967, 1975; García 1996, 1992). La previsión es en sí un acto de adaptación al futuro.
En realidad, no es que el organismo y su cerebro se adapten a un medio imperturbable y
estático, pues uno y otro están en constante modelación mutua, coevolucionan. Ningún animal
complejo puede sobrevivir a menos que sea capaz de modelar el medio en que vive. Así como hay
escuelas filosóficas que aceptan que ahí-fuera hay una realidad en la que vivimos y actuamos, también
hubo escuelas subjetivistas, que aceptaron la posibilidad de que eso-que-vemos-ahí-fuera sea sólo un
producto de nuestra imaginación, semejante al estar soñando. Al respecto, Mario Bunge (1993) opina
que si alguna vez hubo animales subjetivistas, se murieron muy jóvenes por exponerse á un mundo que
negaban, o sobrevivieron contratándose como profesores de filosofía.
Conciencia
La conciencia, punto de partida de casi todas las filosofías, es una recién llegada a la escena
evolutiva (Reber, 1993). No existe una clara frontera entre las funciones corporales, entre la mente
consciente y la inconsciente. En rigor, tampoco existe solución de continuidad entre las creaciones
espontáneas del inconsciente y los sistemas teóricos elaborados en estado de vigilia (Gelernter, 1994).
Rene Descartes consigna que la noche del 10 de noviembre de 1619 tuvo, en rápida sucesión, tres
sueños, que lo forzaron a hacerse la promesa de entregarse a una vida de estudios (Shea, 1993). Son
también famosas y frecuentemente citadas las experiencias de August Friedrich Kekulé (1829-1896), a
quien un primer sueño, en que los monos formaban una cadena, lo llevó a proponer que ciertos átomos
de carbono podían ligarse entre ellos y con otros elementos formando cadenas. Un segundo sueño, en el
que una serpiente se mordía la cola, condujo al científico a proponer una estructura cíclica para el
benceno, con los seis átomos de carbono cerrándose en un anillo. El fisiólogo Otto Loewi descubrió la
transmisión humoral de los impulsos nerviosos por sustancias químicas guiándose por una serie de
sueños complementarios, que indican que el inconsciente del sabio no sólo tuvo una ocurrencia, sino
que la fue elaborando solapadamente en dicho nivel a lo largo de muchos años. Con esto queremos
recalcar que el atribuir la ciencia a la razón consciente distorsiona y falsea el cuadro.
Religión
Hace ya 60 mil años, en Shanidar, Irak, individuos Neanderthal decoraron una tumba con siete
especies distintas de flores, y según el antropólogo Anthony F. C. Wallace, la humanidad lleva
producidas alrededor de 100 mil religiones. "Parece que los hombres prefieren creer que saber",
comenta Wilson (1978). Pero la ciencia todavía no se ha formado una opinión clara de por qué un
organismo biológico genera religiones con tanta regularidad. A continuación describiremos algunos
cabos sueltos, algunas de las conjeturas que manejan los investigadores.
Mucho antes que Louis Bolk elaborara la hipótesis de la fetalización que mencionamos en párrafos
anteriores, Sigmund Freud (1959) postulaba que la indefensión (Hilflosigkeit) hace depender al ser
humano de otro ser humano que lo proteja, generalmente la madre. F. Blanck-Cereijido ve que esta
respuesta positiva de los otros luego se concatena con los hábitos culturales que se encauzan como
religión. A su vez esta religión reafirma y satisface la necesidad de protección proporcionada por un ser
que se concibe omnipotente.
Puesto que, como acabamos de argumentar, en la búsqueda de explicaciones participan razones
y emociones, así como procesos conscientes e inconscientes, cuando enfrentamos un problema
convocamos todas nuestras facultades para resolverlo, "nos concentramos", y llegamos a fumar, tomar
café, bromear, deambular, regresar al lugar de los hechos en busca de "inspiración". Algunos religiosos
van más allá, y peregrinan a lugares sagrados, se aislan, ayunan, ingieren alcohol y alucinógenos para
propiciar que surja información inconsciente que luego atribuyen a revelaciones. Terence McKenna
(1992) llega a hacer la sugerencia, por demás insólita, de que los humanos que accidentalmente
ingirieran alucinógenos, por ejemplo los que contienen los hongos, pudieron haberse encontrado de
pronto con "binoculares químicos" que les mostraron un mundo fantasmal, que de ahí en más aceptaron
como real por haberlo visto con sus propios ojos, de modo que luego, ante los problemas de la vida,
trataban de alucinar como quien pide audiencia a los dioses.
Ante algunas situaciones surge la sensación de que queda algo por entender. Como dice el
poeta: "Una gota de rocío es una gota de rocío... pero." Y así, la muerte es la muerte y el amor es el
amor... pero. Sentimos que falta algo de significado, le encomendamos a la razón que lo busque, pero
ella no regresa con una explicación que nos satisfaga totalmente. Si el ser humano fue adoptando cada
vez más la estrategia basada en el conocer, la evolución ha de haber ido eliminando al organismo que
se encogiera de hombros ante la sensación de que hay algo más que todavía se ignora, y ha de haber
seleccionado en cambio al organismo con cierto sentido místico, que convoca y esfuerza a todas sus
facultades para tratar de satisfacer esos "peros", esos "algo más" y forjarse un esquema en el que todo
concuerde.10 Por supuesto, la situación es más siniestra cuando se llega a la sospecha de que el modelo
no peca por defecto, es decir, que no se trata de que "le falte algo", sino de que es absurdo (véase
Cereijido, 1994).
La ciencia que queremos discutir aquí es la que desarrolló la cultura occidental y practica el
primer mundo. Haciendo una sobresimplificación que esperamos no resulte mutilante, invocaremos la
conocida opinión de que la cultura occidental resulta de la fusión de dos raíces principales: la griega y
la judía.
La raíz griega
Hace unos veintiséis siglos, en lo que fue Jonia, una colonia de Grecia y hoy es la costa de
Turquía que da sobre el Mediterráneo, la sociedad estaba ordenada en estratos jerárquicos, en cuyo tope
reinaba un Arconte y en cuya base padecían los esclavos. Los miembros de cada nivel tenían sus
derechos, deberes, costumbres, organización familiar y laboral, y hasta los vestidos y tocados de
cabellos y barbas extremadamente acotados. Para decirlo pronto: los miembros de cada estrato
obedecían al de arriba y dominaban al de abajo, con normas que no estaban sujetas a discusión ni
necesitaban ser justificadas.
De pronto, con la caída de aquel sistema social, Milesia elimina al Arconte, cobran importancia
las ciudades y el poder pasa a manos de personas que gozan de los mismos deberes y derechos, y que
de ahí en más se habrán de llamar "ciudadanos" (van Doren, 1991). Cuando, en el viejo sistema una
autoridad daba una orden, no cabía discutirla, sino obedecerla; pero para organizarse entre pares hubo
que ir desarrollando las reglas del "tener razón": argumentar, demostrar, convencer, refutar, comparar
proposiciones discrepantes; en una palabra, discutir. Lo interesante es que aquella práctica civilizatoria
no sólo sienta las bases de la lógica, del filosofar, y esboza lo que con el andar del tiempo sería la
ciencia actual, sino que inaugura la democracia (Lindberg, 1992). Ni en la ciencia ni en la democracia
impera el principio de autoridad, pues las cosas no valen porque alguien así lo mande, sino porque se
pueden demostrar. Huxley ha llegado a opinar que la historia de la ciencia no es otra cosa que una larga
lucha contra el principio de autoridad, por el cual algo es cierto o no dependiendo de quién lo diga: la
Biblia, el rey, el director, el padre. Si en su vejez Albert Einstein hubiera padecido Alzheimer y
renegado de su teoría de la relatividad, lo sentiríamos mucho porque a él se liga nuestra admiración,
respeto y gratitud, pero así y todo no hubiera afectado en lo más mínimo dicha teoría, puesto que ésta
no se sostiene por su apoyo, sino porque se puede argumentar en su favor; Einstein tuvo el enorme
mérito de proponerla y desarrollarla, pero no forma parte de su trama. De manera que no resulta
exagerado afirmar que la ciencia no nació a raíz de un repentino brote informativo ni como una
eclosión del conocimiento, sino como una aventura de la ética. Al aprender a argumentar y discutir, los
griegos advirtieron tres cosas. En primer lugar, que esa manera de argumentar y discutir era sis-
tematizable, es decir, que no sólo podían razonar, sino que a ese razonar se le iban encontrando reglas y
mecanismos que lo hacían cada vez más eficaz. En segundo lugar, advirtieron que el cúmulo de
conocimientos que iban obteniendo era doblemente sistematizable; por un lado, podían ordenar los
conocimientos ya obtenidos, clasificar los polígonos, las plantas, los animales, las costumbres, las
formas de gobierno, las artes y, por otro, evitaba que las nuevas explicaciones que iban proponiendo se
pudieran contradecir con lo que ya sabían. Esta sistematización lleva a que en el siglo VI a.C,
Anaximandro comience a generar la idea de que el mundo físico está gobernado por leyes comunes y
armonizables. En tercer lugar, advirtieron que esa manera de manejar el conocimiento era una especie
de máquina para extraer más conocimientos: cuando se la utilizaba para analizar un problema, brindaba
nuevos conocimientos que se podían sumar de una manera coherente a los antes obtenidos y aumentaba
así el patrimonio del saber. En suma, el conocimiento organizado "a la griega" formaba un mundo de
saber muy especial, porque todo lo que contenía había sido adquirido razonadamente, se mantenía
ordenado y crecía en la medida que se enfocaba sobre nuevos problemas.
Ese conocimiento y manera de conocer "a la griega" tuvo otra consecuencia insólita: se
convirtió de pronto en ciencia pura. Para explicarlo, necesitamos objetar la opinión generalizada de
que, después de que los griegos sentaron las bases del pensamiento sistematizado, la civilización
occidental lo desarrolló hasta que, hace apenas dos o tres siglos, comenzó a aplicarlo para resolver
problemas prácticos, sobre todo industriales y bélicos: la ciencia aplicada. Por el contrario, en el
capítulo anterior resaltamos el hecho que el ser humano fue desarrollando su capacidad de conocer,
porque el conocimiento era su herramienta para sobrevivir, es decir, porque estaba guiado por el interés
de aplicarlo para resolver problemas prácticos: protegerse, abrigarse, curarse, sembrar, cazar,
conquistar. Es decir, se trataba de un conocimiento aplicado. En cambio, se podría decir que, a partir de
Tales de Mileto, se genera un cúmulo de conocimientos y un estilo de conocer que no tiene una
aplicación directa, ni está provocada por la necesidad de resolver algo práctico. Los griegos, por así
decir, inventan la ciencia básica.
La raíz judía
Catorce siglos antes de Cristo, Egipto estaba en pleno politeísmo, es decir, cada uno de sus
dioses tenía a su cargo algún aspecto de la realidad (las lluvias, la agricultura, la muerte, el Sol, la
Luna) que era independiente y su culto estaba a cargo de los sacerdotes correspondientes. Uno de los
faraones, Amenhotep III, pertenecía a una familia poco ortodoxa, al punto de que se había casado con
Tiy meramente por sus encantos, a pesar de que se trataba de una plebeya, actitud grave por aquel
entonces. De tal palo tal astilla, el hijo que le sucede en el trono, Amenhotep IV, se casa con Nefertiti,
una de las mujeres más hermosas de toda la historia, cuya figura hoy se sigue usando en propagandas
de joyas y perfumes. Amenhotep IV presta menos atención aún que su padre a las costumbres, a la
clase sacerdotal y a los asuntos públicos, relaja las normas y hasta permite que florezca cierta libertad
de expresión.
En el sexto año de su reinado muda la capital de Tebas a un lugar del Nilo y construye un
templo para una deidad hasta entonces menor, Amon, el Disco Solar. Amenhotep IV cambia entonces
su nombre a Akhenatón, y elabora una suerte de Santísima Trinidad en la que Amón es el dios oculto
(deus absconditus), Ra es el dios visible del Sol, y Ptha es su cuerpo, que pertenece a la tierra.
Mediante ese desconocimiento de las deidades menores y de los aspectos que cada uno de ellos
dominan, junto con la creciente importancia que le da al dios del Sol, el faraón Akhenatón transforma
paulatinamente la religión egipcia en un monoteísmo que acaba por enemistarlo con la clase sacerdotal.
Cuando le sucede Tutanka-món, al parecer un joven débil y manejable, los sacerdotes se encargan de
organizar una verdadera contrarrevolución, que regresa al politeísmo tradicional, restaura estrictamente
las leyes, y persigue tenazmente a los monoteístas.
Moisés, adepto al ahora proscrito monoteísmo, lidera la huida de una oleada de esclavos
hebreos desde Egipto hacia el Sinaí.1 Los fugitivos de aquella Edad de Bronce tardía se hacen pastores
nómadas y pasan a regirse por un decálogo que -Moisés y su hermano Aarón así lo aseguran- les
acababa de otorgar el mismísimo Dios. De ahí en más y hasta nuestros días, los fugitivos hebreos y sus
descendientes se obligarán a recordar, año tras año, que han sido esclavos en Egipto.
1 Ahmed Osman (1991) opina que "Moisés" es el nombre que adoptó Akhenatón cuando huyó hacia Sinaí.
2 Más tarde, los cristianos continuarán con estos "ayuda memoria", teniendo ante sí una cruz que da un ejemplo claro de
lo que esa deidad permitió que se hiciera con su propio hijo.
El profeta Isaías (40:60) señala que la ira de Dios se debe a que los desobedientes hebreos han
vuelto al culto de las imágenes, y sobre esa base proclama un monoteísmo absoluto. Con el andar de la
historia, surgieron movimientos disidentes, ya más ascéticos, ya más suntuosos, ya aferrados a una
ortodoxia extrema, ya dispuestos a babilonizarse, helenizar-se, o a quedarse a vivir en los lugares de
exilio y no regresar a Israel. Esas corrientes comprenden una amplia gama que va desde los fariseos
que prefieren entenderse con el invasor a cambio de que éstos les permitan seguir encargándose de los
sacrificios de animales en el templo, los zelo-tes que prefieren alejarse para preservar sus ritos y
costumbres, hasta los esenios que se retiran a comunidades que no usan dinero, ni sacrifican animales,
ni sirven militarmente, ni tienen esclavos, ni incluyen mujeres (Vidal Manzanares, 1993). Entre estas
corrientes surge una liderada por Jesús de Nazareth. Aún hoy siguen apareciendo fragmentos del
Antiguo y del Nuevo Testamento, que describen aquellas discrepancias entre sectas judías, como los
célebres rollos del Mar Muerto (Schiffman, 1994) y los arranques del flamante cristianismo
(McManners, 1990; Fox, 1991). Los judíos tuvieron que pronunciarse acerca del judaismo de los
seguidores de Jesús de Nazaret, y alrededor del año 85 incorporaron a las liturgias de las sinagogas la
plegaria: "Que los nazarenos y herejes sean destruidos y eliminados del libro de la vida" (Johnson,
1976). Dentro de la comunidad judeocristiana, se analizaban sucesos y creencias, surgían distintas
escuelas de pensamiento e interpretación (arianos, ofitas, basilianos, valentinianos, nestorianos,
marcionistas, tertulianos). Fueron años en que se seleccionaron escritos (y destruyeron muchos otros)
sobre la vida de Jesús, cartas y hechos de los apóstoles, algunos de los cuales se recopilaron, se
compaginaron y quedaron como Evangelios. Otros fueron considerados como complementos o
condenados como evangelios apócrifos (Pagels, 1979).
3 Por ejemplo, Constantino le regaló a Milciades (papa entre el 311 y 314) el palacio de Lateran, que la emperatriz Fausta
tenía sobre el Monte Celio, y que es hasta hoy la residencia del papa.
4 Tertuliano, que vivió desde el 160 al 220, afirmaba que mío se debía permitir hacer preguntas a la jerarquía católica y
que la gente común debería abstenerse de hacerlo.
Agustín de Hipona, que vivió entre los años 354 y 430, consolida esta amalgama entre religión
y estado. Agustín había tenido una infancia atroz debido a la extrema crueldad con que castigaban sus
desobediencias; cuenta en su libro Confesiones que sus propios padres lo sometían a tormentos
comparables a "potros y garfios de hierro y otros instrumentos de martirio". No sorprende que el joven
Agustín abandonara el hogar: "...mi madre lloró cruelmente mi partida y me siguió hasta las orillas del
mar. La engañé cuando se agarraba de mí violentamente, sea para hacerme volver, sea para partir
conmigo. Fingí que quería despedir a un amigo y estar con él hasta que el viento favorable le permitiera
hacerse a la mar" (Confesiones, VIH, 15). En su otro libro, La Ciudad de Dios (xiv, 12) agrega: "...y
encomendó Dios la obediencia [...] porque a la criatura racional [...] le es útil e importante el estar
sujeta, y muy pernicioso hacer su propia voluntad y no la del que la crió". Con La Ciudad de Dios
Agustín resuelve otro problema fundamental de la relación religión-estado. Veamos.
Quienes aceptaban que Jesús había sido el Mesías, daban por sentado que su llegada debería
haber puesto fin al Mal, o bien que tras su muerte el mundo acabaría de un momento a otro para ser
remplazado por el Reino de los Cielos. El constatar que por el contrario el Mal seguía torturando al
mundo resultaba desconcertante y paradójico. Agustín propuso que, a pesar de que el Mesías ya había
llegado, el Mal seguiría reinando en la Tierra, porque la gloria se alcanzará en una hipotética ciudad
celestial: La Ciudad de Dios. Afirma que hay dos muertes. La primera, la del cuerpo, es inevitable. La
segunda, la del alma, ocurrirá sólo si el muerto ha sido pecador, de lo contrario entrará al Paraíso. Pero
ni conteniéndose para no pecar habría seguridad, pues Jesús había dicho "Todo el que mira a una mujer
deseándola, ya cometió adulterio con ella en el corazón" (Mateo 5:27). De modo que el riesgo de que el
alma fuera condenada era muy grande; es preferible morir antes de que el cuerpo y la mente pequen,
porque si lo hacen moriremos la segunda muerte, la muerte eterna. La solución consiste en mortificar al
cuerpo para que no perjudique al alma. La estrategia fue entonces desvalorizar al cuerpo, hambrearlo,5
torturarlo,6 atrofiarlo, no bañarlo, dejar que se pudra en la mugre,7 ocultarlo, renunciar al sexo, para
darse únicamente a la salvación en Dios. Cristo muere para salvarnos y redimirnos del pecado, nosotros
debemos imitarlo, morir como cuerpo para salvar el alma.
5 Cerca del año 269, san Antonio "El Grande" (251-356) se instaló a vivir en una tumba abandonada en la que permaneció
trece años. De acuerdo con su amigo y biógrafo san Atanasio, san Antonio jamás se bañó ni lavó siquiera los pies. Molesto
porque los curiosos acudían a observarlo, en 292 se mudó a un viejo fuerte en lo alto de una montaña y se alimentó de ahí
en más de lo que le arrojaban por encima de las paredes. Organizó uno de los primeros monasterios cristianos con
admiradores que se instalaban junto a él para seguir su ejemplo. Murió a la edad de 105 años (Attwater, 1970).
6 Santa Rosa de Lima (1586-1671) usaba una corona de espinas, se castigaba a sí misma con una cadena y dormía sobre
vidrios rotos (Woodward, 1990).
7 "Las jóvenes maduras no se deben bañar, porque es bochornoso que se vean a sí mismas desnudas" (san Jerónimo, 342-
420).
Nadie se queja de la esclavitud, del látigo, del trabajo agotador ni de las penurias cotidianas.
León Rozitchner (1977) se pregunta: "¿Cómo no iba a adoptar el Imperio una religión donde la figura
divina, hecha hombre romano, aparece crucificada por el poder de la ley del Estado?"
Con la prohibición de optar (herejía) y la persecución y eliminación de todo disidente, la rama
principal del cristianismo pasa a ser la que encabeza la Iglesia católica, que continúa adaptando su
doctrina al pensamiento, lenguaje y conducta del antiguo paganismo8 (Broderick, 1993; Bun-son, 1995;
Eliade, 1992; Klein, 1995; Panati, 1996). Muchas de esas prácticas siguen vigentes aún hoy, cuando se
arrojan puñados de arroz a los recién casados que salen de una iglesia, se utiliza el color negro en señal
de luto, se celebra la Navidad el 25 de diciembre, se regala un prendedor con el símbolo de Acuario
para que una beba lo luzca el día de su bautismo, o se identifica a Babalú, Xangó, Tonatiúh o
Huitzilopotchli con tal o cual santo cristiano.
En los primeros siglos de nuestra era abundaban los místicos que para mortificar su cuerpo
ayunan en los bordes de los desiertos, miran al Sol hasta quedar ciegos, confinan su existencia al tope
de una columna, o adoptan actitudes hesicásticas.
8 La Biblia dice claramente (Ex 20, 4-5): "No te harás ninguna imagen esculpida, ni figura de lo que hay arriba en los
cielos, abajo en la tierra, o en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas." Sin embargo Gregorio II, que fue
papa entre el 715 y 731, admitió el culto de las imágenes, idolatría que, algunos piensan, dificultó que muchos judíos y
musulmanes se convirtieran al cristianismo.
Es entonces cuando aparece la figura gigantesca de Benito de Nursia (480-547) que se establece
primero en Subiaco y luego en Monte Cassino, y reglamenta la vida de sus discípulos, de modo que
recen, estudien, trabajen, mediten, recopilen obras de pensadores grecolatinos y duerman en camas
separadas (Johnson, 1976). Unos treinta años después de su muerte, los lombardos avanzan hacia el sur
y algunos monjes que escapan de Monte Cassino le llevan al papa Gregorio I una copia de la Regla
(Ora et labora) impuesta por Benito. Gregorio I queda tan impresionado, que escribe una biografía de
Benito y se convierte en un entusiasta propulsor del nuevo tipo de monasterios por toda Europa
occidental. Estos monasterios consiguen la fusión del grecorromanismo con el judeocristianismo,
fundando así la cultura occidental. Con la caída del Imperio bajo el asedio de los bárbaros, la Iglesia
pasa a encargarse de muchas funciones gubernamentales y se involucra en las luchas políticas entre
potencias terrenales (Johnson, 1976; Kelly, 1986).
Con todo, las academias siguieron por un tiempo en manos paganas, hasta que en el 536
Casiodoro, secretario del rey ostrogodo Teodorico, pidió a Agapito I, papa del 535 al 536, que fundara
en Roma una universidad cristiana similar a la que había existido en Alejandría, pero el intento no
prosperó. Severino Boecio (¿480?-524) comenzó a traducir los trabajos de Platón y Aristóteles al latín,
e Isidoro de Sevilla (¿560?-636) organizó la compilación de obras que iban desde la gramática a la
aritmética y desde la medicina a la música. Por fin, Braulio (585-646), obispo de Zaragoza, edita las
Etimologías de Isidoro, que serían la columna vertebral del conocimiento europeo de los siguientes
ocho siglos.
En resumen: Se acepta que la corriente griega contribuyó a la idea de que el universo es obra de
un demiurgo inteligente que se puede entender a través del uso de la razón y nos legó las leyes
fundamentales del razonar. La judeocristiana aportó un monoteísmo que, como señala Sergio Bagú,
constituye un escalón cultural formidable, que puso el otro pilar de la ciencia: todos los fenómenos del
Universo obedecen en último término a los mismos principios. El politeísmo había sido una abstracción
cultural importante, pero atribuía los fenómenos de la naturaleza a deidades distintas, de pequeño
alcance y básicamente anárquicas: el dios de la lluvia hace llover cuando se le antoja, mientras que el
del cielo dispone a su arbitrio de estrellas y planetas; el de la guerra por un lado, el de la agricultura por
otro; el de la muerte por aquí, el de la guerra por allá. En cambio el monoteísmo es una concepción
abarcadura y sistematizada, que dependió del elevado nivel cultural que habían alcanzado los judíos,
pues permite imaginar que todos los fenómenos obedecen a las mismas leyes fundamentales de la
naturaleza.
3. LA CIENCIA Y LA RELIGIÓN COMIENZAN A DISTANCIARSE
Hasta hace seis siglos, los europeos estaban más subdesarrollados que los latinoamericanos de
hoy en día.
Saltemos hasta la Europa de los siglos x a xin que a partir del monoteísmo judeocristiano
inicial, ha ido adoptando ritos y costumbres paganas, permitiendo el uso de imágenes de deidades y
originando una cultura alucinada, llena de milagros, revelaciones, brujerías, videntes, santones y
místicos, con sus cielos, sus mares, sus bosques y sus cavernas poblados de sospechosos cometas,
dragones, unicornios, sirenas, arpías, grifos, uroboros, zaratanes, gnomos, ogros y gigantes fabulosos;
una Europa transitada por turbas mugrientas de leprosos, mendigos y flagelantes que atribuyen sus
desgracias a los pecados cometidos, y esperan que Dios los perdone si maltratan su cuerpo. La
preocupación fundamental era salvarse del infierno. En dicho escenario no tenía mucho sentido usar la
razón para estudiar la realidad pues, en primer lugar, no tenían ni la más remota idea de que la realidad
se pudiera regir exclusivamente por leyes físicas, sino que daban por sentado que obedece a la voluntad
divina y es modificable por milagros cada vez que Dios lo crea necesario. En segundo lugar, si Dios
quisiera que alguien conozca las fuerzas que operan los fenómenos naturales, ya se ocuparía de
revelárselas. Peor aún: dado que Dios había ocultado esas razones, constituía una transgresión grave
querer así y todo averiguarlas. En sus Confesiones, Agustín cataloga la curiosidad como vicio
(concupiscentia). Pero aunque alguien, de pronto, al captar una explicación creyera que le había sido
revelada ¡también! la mantenía en secreto, o sólo la compartía con sus cofrades, pues lo tomaba como
un don divino que debía resguardarse para que el vulgo no lo profanara. En ese contexto, la universidad
practicaba una ciencia oficial, reducida a conservar la cultura que había heredado de los griegos, y la
"investigación" consistía en buscar los libros y manuscritos griegos que todavía permanecieran ocultos.
Los griegos sólo se habían interesado por las regularidades de la naturaleza, las leyes que se pudieran
manejar con la razón, y en cambio no prestaban atención a procedimientos mundanos, rarezas y
maravillas que, según ellos, por interesantes y útiles que resultaran, estaban fuera de la ciencia. Sin
embargo, el hecho de que algunos fenómenos estuvieran fuera del alcance de la razón y por lo tanto de
la ciencia, no significaba necesariamente que fueran falsos. Por ejemplo, se podía constatar que la
piedra imán atrae en verdad a los metales. Dios sabría por qué, pero para los sabios medievales se
trataba de causas y mecanismos secretos que su intelecto no podía develar. Para entonces casi la
totalidad de los recursos artesanales con que se manejaba la realidad eran "secretos": hacer vino,
cultivar una planta, fabricar queso, curtir cuero, producir pinturas y papel, hacer vidrio, alear metales y
extraer principios activos de los vegetales de eficacia terapéutica (Eamon, 1994). Obviamente hoy no
los llamaríamos "secretos" sino técnicas o recetas, pero aun así seguimos preguntándole a un amigo
cuál es su secreto para conseguir que floreen los jazmines, o que el arroz no se pegue a la sartén, y las
revistas publican el secreto de tal o cual actriz para mantenerse bella. Ellos saben cómo conseguirlo,
pero no cómo operan las fuerzas.
De pronto un herrero conocía un procedimiento "secreto" para endurecer el hierro, forjaba una
espada y un caballero la usaba para batirse con otro paladín cuyo sable, al chocar con el de su
contrincante, se partía como si fuera de barro. El herrero conservaba secreto su secreto, hasta que tal
vez en su lecho de muerte le pasaba la receta al hijo, que la guardaba celosamente para ganarse la vida.
El caballero, con la seguridad de que poseía una espada mágica, salía a matar dragones y defender
doncellas, hasta que alguien se hartaba y le partía la cabeza de un botellazo. Por otra parte, otro herrero,
envidioso de la calidad de las espadas que fabricaba el nieto de su competidor, no lo atribuía por
supuesto a "tecnología de materiales", sino a la intervención del Diablo y lograba que lo quemaran en
una pira (en aquel entonces también la mercadotecnia estaba en pañales). Finalmente alguien refería los
hechos por escrito y, siglos más tarde, el texto se transformaba en novela y libreto de ópera.
Bernard de Clairvaux (¿10907-1153) se quejaba de que la escolástica, con su afán de
racionalizar al mundo y decir qué cosa era posible y cual no, osaba fijarle límites a Dios, para quien no
había nada imposible. En cambio, puesto que se podía demostrar la veracidad de un secreto aunque no
se lo pudiera entender, lo convertía en un claro ejemplo de que la realidad tiene verdades que escapan a
la razón, que sólo Dios entiende, pero que mantiene ocultas para poner a prueba nuestra fe.
Los gremios se ganaban la vida con sus secretos, de modo que se comprometían a mantener sus
secretos en secreto, y el hecho de que los artesanos fueran analfabetos aseguraba que no los divulgarían
por escrito. A su vez los académicos se preciaban de estar por encima del illiteratus que debía trabajar
con sus manos. "Así como el hombre está por encima de las bestias, los educados están por encima de
los analfabetos", proclamaban. La ciencia no tenía nada que ver con la realidad y las técnicas no debían
nada a la academia.
Así las cosas, hace apenas setecientos años los europeos eran los subdesarrollados del planeta,
una especie de tercer mundo que menosprecia la razón, o que la emplea para debatir problemas
teológicos, en un planeta en el que el primer mundo era el Islam. Los árabes, además de un know how
superior, habían desarrollado un conocimiento aristotélico que, al decir de los historiadores, estaba a
punto de descalabrar a Europa. El aristotelista más prominente era Averroes, un sabio beréber nacido en
Andalucía que, por así decir, sacó a Dios de la escena, como antes lo había hecho Platón. Para este
musulmán, Dios había creado la Naturaleza, le había dado un ordenamiento físico y establecido leyes
matemáticas, pero de ahí en más lo dejó funcionar en libertad y se abstuvo de interferirlo con
revelaciones o milagros. Para él, un pensador inteligente puede encontrar y describir esos órdenes sin
preocuparse por incluir variables místicas, sin temer intromisiones divinas ni diabólicas. El Islam
continúa la corriente aristotélica de usar la razón para ordenar intelectualmente la realidad, clasificando
los animales, las piedras, los sistemas políticos. Al igual que el cristianismo, el Islam había heredado su
monoteísmo de los judíos, pero ellos lo llevan a su expresión más acabada, al-Lah significa literalmente
"el-dios". Sus credos son "Maho-ma es el mensajero de Dios" y "No hay otro dios que Dios". Se trata
sin embargo de una autoridad extremadamente omnímoda: Islam significa "sumisión" (Panati, 1996).
En su marcha hacia ese monoteísmo absoluto, los árabes despojan la realidad de dioses y demonios,
hacen énfasis en la idea de unidad de la Naturaleza que, como venimos argumentando, habría de ser
una especie de progenitora de la unidad sistemática del conocimiento científico, encargan el estudio de
esa realidad a la razón, y dan entonces un paso gigantesco hacia la ciencia moderna,1 si bien por
razones históricas no habrían de ser ellos quienes llegarán a esa meta.
1 Esta contribución del Islam es pocas veces reconocida véase Cereijido, 1994).
Para Tomás, la razón no está en conflicto con la fe (de modo que se pueden aprovechar sus
ventajas), pero no puede entenderlo todo (de modo que debe operar dentro de la fe). Su posición lo
enfrenta con los teólogos tradicionalistas y, sobre todo, con Buenaventura (1217-1274), un monje
franciscano que difícilmente podría haber aceptado que, un siglo antes, el fundador de su orden,
Francisco de Asís, no había conversado con pájaros y lobos. El choque entre ambos pensadores
culmina en una discusión que tuvo lugar en Nápóles; la Iglesia adopta la posición de Tomás de Aquino
y, para oficializarlo, lo canoniza el 18 de julio de 1323, con desbordante júbilo lo declara Doctor de la
Iglesia en 1567, y lo llama Doctor Angelicus y Lumen Ecclesiae... pero también santifica a
Buenaventura.
Con Tomás de Aquino la Iglesia pone su doctrina en concordancia con el cielo y con la tierra.
Más aún: la Luna gira alrededor de la Tierra, es influida por ésta...y por lo tanto no es muy "celestial"
que digamos, de manera que la Iglesia le concede a la ciencia un ámbito preciso: de la Luna para abajo;
de la Luna para arriba rige exclusivamente la teología. Ya a cargo de la fe y también de la razón, la
Iglesia promueve la creación de universidades a lo largo y a lo ancho de toda Europa y sus profesores,
nombrados por el papa, pueden desplazarse y permanecer en una u otra para discutir, aprovechar
manuscritos, enseñar y aprender.
2Alquimia deriva del árabe al-kímiya y éste del griego chymeia y cheein (verter). Su objetivo final no era trasmutar metales
toscos en oro, sino alcanzar un conocimiento religioso perfecto.
Las estrategias serían básicamente tres: 1] la observación directa de la naturaleza, realizada por
uno mismo sin que mediara la autoridad de nadie; 2] la lectura de la Biblia hecha también por uno
mismo, sin que mediaran las interpretaciones oficiales; 3] la lectura de los fragmentos originales que
quedaran de los clásicos, o se pudieran desentrañar comparando copias, para lo cual había que aprender
griego, latín y filología: había que descubrir las palabras originales para enterarse de los conceptos que
habían atesorado en ellas los sabios de la Grecia y la Roma antiguas. Confiaban que así recuperarían el
saber clásico y fortalecerían la religión cristiana, purificándola de las narraciones de milagros y
revelaciones hechas por santones, videntes, mártires, ermitas y monjes hambreados en las cuevas del
desierto, y de reliquias, santuarios, capillas e imágenes milagreras que, al decir de Francis Bacon,
deberían ser denunciadas como imposturas del Anticristo, pues iban en detrimento de la religión.
Justamente, Francis Bacon 11561-1626) creía que el nacimiento de la ciencia experimental no había
sido producido por la mera intervención humana, sino sancionado nada menos que por Dios.
Rene Descartes (1596-1650) insistía en que él estaba descubriendo "las leyes que Dios ha
puesto en la Naturaleza". Luego Isaac Newton (1642-1727) declararía que la regulación del sistema
solar presupone el "consejo y dominio de un Ser inteligente y poderoso". Robert Boyle (1627-1691) y
John Ray (1627-1705) consideraron que la mismísima búsqueda científica es una forma de culto
religioso.3
3 Locke definió la fe religiosa como algo aceptado no sobre la base de la evidencia, sino por la autoridad de otro.
Joseph Priestley (1733-1805), el clérigo-químico que descubrió el oxígeno, que discutió con
Benjamín Franklin y Lavoisier, y que cuando se trasladó a Estados Unidos fue amigo de Thomas
Jefferson y John Adams, deseaba establecer una forma de cristianismo que pudiera resistir la crítica
racional (Brooke, 1991). Baruch Spinoza (1632-1677), al meditar sobre el hecho de que el científico se
obliga a renunciar a sus opiniones en cuanto se le demuestra su error, afirmó que la verdadera humildad
radica en la ciencia. Así como algunos se esforzaban por recopilar sólo aquellos "secretos"
comprobables, Sir Thomas Browne publicó en 1646 su Pseudoxia Epidémica, en la que catalogó
errores vulgares que debían ser desechados porque, según opinaba, la ciencia no avanzaría hasta que la
mente humana se liberara de los errores y prejuicios que obstruyen el progreso del conocimiento. No
sería descabellado ensayar esa "receta" en nuestra Latinoamérica de hoy día.
Vemos entonces que una de las estrategias centrales en esa "larga lucha contra el principio de
autoridad" -expresión feliz con la que Huxley describe la historia de la ciencia- fue quitar de la jugada
al intermediario. Este intermediario podía ser tanto el traductor, como el censor eclesiástico que
cuidaba que las interpretaciones no contradijeran las normas aceptadas, y con ello se eliminaban los
conceptos espurios surgidos de la revelación. Si hoy un investigador quiere convencer a sus colegas de
que existe tal o cual enzima, partícula subatómica, galaxia o documento histórico, no insiste con su
palabra, no recurre a la vehemencia de sus declaraciones ni al peso institucional, sino que simplemente
expone sus puntos de vista y evidencias... y se aparta. Consciente de que podría haber cometido errores,
ni siquiera llamará "pruebas" a sus datos y demostraciones, sino "interpretación con base en tal o cual
evidencia, y dando por sentadas tales o cuales premisas". A lo sumo se solaza con el mérito de haber
sido el primero a quien se le ocurrió buscar, de haberlo encontrado, de haberlo examinado
exhaustivamente, de ofrecer una interpretación plausible. Análogamente, los judíos ya habían quitado
de en medio a sus sacerdotes intermediarios entre el hombre y la deidad) y los habían remplazado por
rabinos (maestros y líderes que ayudan a interpretar). Los humanistas quitan de en medio a los
traductores e intérpretes, y tratan de leer ellos directamente. La Reforma (vide infra) hace que se
traduzca la Biblia a lenguas vernáculas para que alemanes, ingleses, holandeses y belgas puedan leerla
en el idioma que ellos entienden.4
4 San Jerónimo (342-420) había traducido la Biblia del griego y del hebreo al latín. Dicha versión se llamó Vulgata porque
el latín era el lenguaje del pueblo, mientras que el griego era el de la nobleza. En 1384 el inglés John Wycliffe difundió la
versión que él había traducido al inglés. Esta versión fue denunciada como herética y prohibida por la Iglesia. En 1415 el
Concilio de Constance ordenó que el cadáver de Wycliffe fuera exhumado, quemado y tirado al río (Dollison, 1994). En
1526 William Tyndale produjo una versión similar, que también fue condenada. En 1535 Tyndale fue arrestado,
estrangulado y luego sus restos fueron quemados en una hoguera. En 1616 el rey James I de Inglaterra hizo traducir una
biblia griega del siglo xvi que, a pesar de ser considerada como un monumento a la prosa inglesa, contenía numerosos
errores. En 1885 la Iglesia anglicana publicó una versión saneada, que fue seguida por varias versiones cada vez más
depuradas. En 1883 Noah Webster, el célebre creador del Webster's Dictionary, produjo una versión de la que quitó los
pasajes y las palabras que le resultaban bochornosas y ofensivas, tales como "puta" y "fornicar".
5 La definición que dio San Isidoro (630) del tormento es etimológicamente indefendible, pero señala un punto esencial:
"Tortura", del latín tormentum deriva de torquens mentem (los retorcimientos y vuelcos del espíritu) porque el dolor del
cuerpo causa los retorcimientos del alma (Herrmann, 1996).
6 Relata Alvaro Cunqueiro (Papeles que fueron vida, p. 79): "Cuando a Gose le mostraron unos fósiles galeses, se puso a
rezar y terminó gritando ante el discípulo que se los había traído: '¡Dios mío, no me tientes!', pues pensaba que habían
sido plantados por Dios para poner a prueba su fe."
El drama queda claramente descrito en un lamento del poeta John Ruskin (1851): "¡Ah si los
geólogos me dejaran en paz! ¡Pero oigo el golpeteo de sus piquetas al final de cada verso de la Biblia!"
Dados los esfuerzos desesperados por seguir creyendo, resulta falso dar por sentado que los científicos
luchaban contra la religión. Más aún, muchos de ellos eran sacerdotes y, cuando contradecían los
esquemas religiosos y derrumbaban sus pilares, lo hacían muy a su pesar.7
Llega un momento en el que la estrategia de evitar contradicciones entre religión y ciencia se
hace insostenible y, en lugar de ir confrontando la información que brinda la observación de la
Naturaleza con las afirmaciones bíblicas, los astrónomos, geólogos, biólogos, químicos, físicos,
historiadores, economistas y estadistas prefieren moverse dentro de ese espacio laico y democrático que
exigían las sociedades científicas, en el que trabajan sabios y gobiernos, aun cuando en su fuero interno
algunos de ellos siguieran reteniendo un profundo sentimiento místico y continuaran practicando los
ritos tradicionales. Lo importante es que, en caso de epidemias, sequías, crisis económicas y
contingencias bélicas, ahora acudían a la ciencia y a la tecnología; abandonaban la forma de gobierno
pastoral, basada en la gracia divina que lideraba al pueblo tomándolo literalmente como rebaño, por
gobiernos elegidos por iguales a quienes pasaron a administrar con recursos técnicos y ante quienes
debían justificar sus procedimientos.
7 El poeta contemporáneo Jacques Prévert eleva su plegaria: "Notre Pére aui étes aux cieux, Restez-y".
8 Cuando era estudiante de medicina, tuve que comprar mi primer estetoscopio para auscultar el corazón de los pacientes
y busqué la asesoría de mis profesores. "¿Cuál es la parte más importante de un estetoscopio?", pregunté. "La que se
coloca entre estas dos puntas", me contestó un maestro, al tiempo que señalaba los dos auriculares, entre los que yo debía
poner mi cabeza.
Otro elemento importante de aquella revolución, es que hasta entonces los interlocutores de los
sabios eran los mismos sabios; en cambio, con la ciencia el interlocutor de todo científico es la
realidad. Un científico que se basa en mis conclusiones para planear sus estudios, está poniendo a
prueba lo que dije. Ante un nuevo conocimiento, la pregunta no es tanto qué se sabe, sino cómo se lo
sabe. Cuando esa realidad nos contradice, debemos reformar nuestros esquemas explicativos; la ciencia
resulta ser entonces una larga e interminable puesta a prueba de lo que ella misma va diciendo, e
inaugura así un método de curarse a sí misma. Si bien la ciencia necesita apoyarse en principios, como
la religión se apoya en dogmas, se trata por así decir de principios "prácticos", en el sentido de que se
los respeta hasta tanto no se demuestre que están equivocados, pero que no son respaldados ni
protegidos por ninguna autoridad. Esta práctica la va convirtiendo en un instrumento universal y
democratizador, en el sentido de que, cuando alguien señala un error o aporta una idea, su clase, color,
sexo o edad no cuentan, de modo que incluye e integra los cerebros de todo el mundo, tanto pasados
como presentes. Dada la sistematización y la comunicabilidad de la ciencia, Blaise Pascal la comparaba
con el cerebro de un solo hombre que aprendiera continua e indefinidamente. En su entusiasmo,
Alexandre Koyré y Herbert Butterfield llegan a opinar que la revolución científica constituye un
cambio tan radical que, en comparación, el Renacimiento y la Reforma (vide infra) son meros
episodios (Shapin, 1996). Latinoamérica no tuvo una revolución similar. Señalar que algunos
pensadores latinoamericanos tenían algún libro iluminista, importa tanto como comparar el tener algún
libro sobre la segunda guerra mundial con el haber estado en Dresde o Hiroshima.
El campo religioso
Como acabamos de describir, los sabios se angustiaban cuando sus estudios los llevaban a
transgredir los campos religiosos, pero no se amilanaron. Locke, en The reasonableness of christianity
(1695), opinaba que el cristianismo se debía someter al mismo análisis riguroso que cualquier
proposición científica. Las disputas sobre interpretación doctrinal, conducta licenciosa9 y corrupción
9 Para no caer en opiniones subjetivas y darnos una idea de cómo era la autoridad eclesiástica antes, durante y después de
la Reforma, mencionemos algunos asuntos papales fácilmente constatables que ocurrieron entre 1471 y 1549. El papa Sixto
IV nombró cardenales a cinco sobrinos suyos. Alejandro VI nombró cardenal a su hijo Cesar Borgia cuando este tenía 18
años, pero ni así pudo superar a Octavio, hijo de Alberico II, príncipe de Roma, que a esa edad fue nombrado papa (Juan
XII). Mantuvo una célebre disputa con el predicador Girolamo Savonarola, que trataba de convencerlo de que aceptara las
reformas que luego exigirían los protestantes. Sutil en el manejo de argumentos y razones, Alejandro lo excomulgó, mandó
a torturar, ahorcar y quemar su cadáver en una hoguera el 23 de mayo de 1498. León X fue nombrado cardenal a los trece
años de edad y fue el papa que luego vendía las indulgencias que provocaron la rebelión de Lutero y la Reforma. Pablo III
nombró cardenales a dos nietos suyos de 14 y 16 años.
de las autoridades eclesiásticas,10 hicieron florecer órdenes y sectas religiosas (albigenses, valdenses,
lollardos, hussitas) que intentaban regresar a la humildad y al amor pregonados por Jesús. En algunos
casos se trató de verdaderas rebeliones. Destaca la del monje agustiniano Martín Lutero, quien el 31 de
octubre de 1517 hizo públicas en las puertas de la iglesia de Wittenberg 95 tesis contra el abuso papal
en lo económico, lo doctrinal y lo religioso, y que más tarde quemó la bula con la que el papa lo
declaraba hereje y rebelde. Los argumentos de Lutero no nos conciernen aquí, pero así y todo conviene
destacar que declaró que de ahí en más no aceptaría la autoridad papal ni de los concilios, y sólo se
atendría a lo que él mismo interpretara de la lectura directa de las Escrituras, "por la razón lisa y llana".
Su ejemplo fue seguido por personajes como Erasmo, Zwingli, Calvino, Lefevre y Knox y los pueblos
influidos por dichas ideas dieron otro paso gigantesco por liberarse del principio de autoridad que,
como venimos señalando, es una traba ancestral al desarrollo de la ciencia. Veamos algunas de las
reacciones a este movimiento conocido como Reforma, a las que en realidad ya hemos ido aludiendo
en páginas precedentes.
10 Cuando en 1024 murió Benito VIII, su familia consiguió que se nombrara sacerdote y eligiera papa a su hermano (Juan
XIX) en el mismo día. En 1252 el papa Inocencio IV (1243-1254) estableció la Inquisición como una institución
permanente. Dicho papa promulgó la bula Ad Extirpando., que autoriza el uso de la tortura para obtener confesiones.
Inocencio VIII (1484-1492) fue conocido como "El Honesto" porque fue el primer papa en reconocer públicamente a sus
hijos bastardos, y no adjudicaba los cargos eclesiásticos a su antojo, sino que los subastaba (Kelly, J.N.D., 1986)
a] Los cristianos quieren entender. Ya dijimos: se remplazan las biblias y los oficios religiosos
en latín, por las biblias en idioma vernáculo que todos pueden leer y entender, se introducen grupos de
lectura y grupos de discusión, que fueron una escuela en la que todo el mundo pudo poner a prueba su
capacidad de entender, aprender a describir, preguntar, aclarar, objetar, comparar, evaluar argumentos.
b] Santos, milagros y reliquias caen bajo la lupa de la ciencia. La razón se atrevió a analizar las
antiguas creencias, para tratar de descubrir cuál habría sido su causa real. Tomemos un ejemplo. La
Misa de Bolsena, fresco de Rafael que recuerda que en 1264, en Bolsena, Italia, un pan, al ser partido,
goteó "sangre", "milagro" que se solía atribuir a que los judíos se rehusaban a aceptar que Jesús había
sido el Mesías y, consecuentemente, se los masacraba. En 1819 Bartolomeo Bizio investigó el
fenómeno y concluyó que la coloración se debía a un hongo que bautizó Serrada marcescent. Se
equivocó, pues no se trata de un hongo (Dixon, 1994), sino de una bacteria, 11 pero acabó con el
mentado milagro. La explicación de otros milagros no requirió tanta ciencia; por ejemplo, hubo una
época en que si bien no se podía comer carne en cuaresma, se toleraba el consumo de ciertos gansos,
porque los provedores aseguraban que los habían arrancado de los árboles.
c] Reacción de la autoridad eclesiástica. Si la Reforma pudo salir adelante en el norte de
Europa, no se debió a que por allá fueran más inteligentes, sino a que una serie de circunstancias
político-militares puso a los reformistas fuera del alcance de la Iglesia.
En el sur, en cambio, el papado disponía de una legislación ad hoc para acallar discrepancias.
Así, ya desde el 4 de noviembre de 1184, Ubaldo Allucingoli, que había asumido el papado con el
nombre de Lucio III, emitió, junto con Federico I Barbarossa, el decreto Ad abolendum, también
llamado la Carta de la Inquisición, para reprimir la herejía. En 1199 Inocencio III la complementó
promulgando decretos contra los herejes. Como ya mencionamos, en 1251 Inocencio IV introduce el
tormento. De modo que en 1542, ante el avance de las ideas reformistas, el arzobispo de Nápoles,
Giampietro Caraffa, que habría de acceder al papado con el nombre de Pablo IV, revive esa Inquisición
con saña inusitada: "Si mi propio padre fuera hereje, yo mismo juntaría leña para quemarlo", declara.
Encierra a los judíos en guetos y los obliga a usar como distintivo una estrella amarilla. Hace quemar
en plazas públicas tanto los libros como a los lectores, crea el índice de Libros Prohibidos y
encomienda a Daniele di Volterra que cubra con vestidos las figuras desnudas de la Capilla Sixtina por
encontrarlas indecorosas. Michele Ghislieri, que le sucede como papa Pío V, sigue esa línea y toda
discusión de los planteos reformistas se vuelve imposible.
d] Contrarreforma. Con todo, las críticas reformistas no dejan de dar en el blanco y provocan el
surgimiento de grupos y órdenes que intentan recuperar el mensaje cristiano, tales como Oratorio del
Amor Divino, capuchinos, ursulinos, carmelitas, salecianos y, sobre todo, jesuítas. Se organiza un
concilio en Trento (1545 a 1563) para contrarrestar las enseñanzas de Lutero, Calvino y los protestantes
en general.
e] La ruta hacia el tercer mundo. El español Ignacio de Loyola (1494-1556) ve la necesidad
urgente de una reforma y en 1539 propone una organización que el papa Pablo III aprueba al año
siguiente. Se trata de una reforma puritana, pero el puritanismo se enfoca sobre ejercicios espirituales,
técnicas autodisciplinarias y uso de cilicios para mortificar el cuerpo, en la línea preconizada por
Agustín de Hipona mil años antes. Ignacio considera la guerra como un elemento legítimo contra la
herejía y fundamenta la política de "obediencia debida", que habría de ser invocadas por los dictadores
que destruyeron sistemáticamente las universidades de Latinoamérica. Con todo, aquí sólo nos
concierne su influencia sobre la ciencia en nuestro territorio.
Habíamos argumentado que con Tomás de Aquino, la Iglesia permite y promueve el uso de la razón,
pero la restringe a operar dentro de dos límites: uno dado por la fe (cuando razón y fe entran en
conflicto la primera debe ceder y acatar) y otro espacial (de la Luna para abajo). Con Ignacio, los
límites se modifican. Antes de discutirlo, debemos recordar que el ejercicio de la ciencia consta, por así
decir, de cuatro pasos (Cereijido, 1994): 1] En el primero, poco menos que informativo, se observa o se
colectan datos con métodos y desde posiciones teóricas más o menos aceptadas como válidas dentro de
una disciplina: se cuentan los habitantes de las ciudades o el número de sidosos, se desentierra una
cabeza olmeca de piedra, se descubre un hueso de Homo erectus. 2] En un segundo paso, para convertir
la información en conocimiento, se interpretan los datos en el contexto de la disciplina en cuestión: por
qué razón aumentó el número de habitantes o el de enfermos de sida, cuan antiguos son la cabeza
olmeca y el hueso. Si bien no existe la observación ni la interpretación candida, pues siempre se hacen
desde algún esquema conceptual, podríamos decir que hasta aquí no suele haber discrepancias serias
entre un investigador musulmán, un ateo, un paraguayo o un sueco. 3] En el paso siguiente se integran
esos conocimientos a la visión del mundo, y es aquí donde surgen las discrepancias ideológicas
estridentes, 4] El panorama empeora cuando se pasa a una cuarta etapa, la aplicación de los
conocimientos: uso de anticonceptivos, creación vs evolución, aborto sí/aborto no, autopsia sí/autopsia
no. Los investigadores, que operan sobre todo en los pasos 1 y 2, no suelen encontrarse con los límites
que puso Ignacio de Loyola. En los niveles 3 y 4 la cosa cambia. Para que nos quede claro, recordemos
una vez más que mientras la ciencia se basa en principios perennemente abiertos a la objeción de
cualquiera, la religión se basa en cambio en dogmas que se deben acatar sin vuelta de hoja. De modo
que para decidir si esa investigación que permite Ignacio es parte de la ciencia, oigamos sus propias
palabras: "Debemos estar siempre dispuestos a creer que lo que aparece blanco es realmente negro, si la
jerarquía de la Iglesia así lo decide."
f] La ruta hacia el primer mundo. Recordemos que no sólo las distintas versiones de la Biblia y
escritos de los sabios griegos y latinos caen bajo la lupa de la razón; también van siendo sometidos a un
examen cuidadoso las recetas sobre procedimientos, efectos, portentos y magias contenidas en los
libros del tipo Kunstbüchlein, Secreti y bestiarios para rescatar qué contienen de cierto y qué se debe
eliminar por no constatable. De pronto comienzan a circular obras que recolectan conocimientos
expurgados. Esa tendencia hace que en 1728 Ephraim Chambers publique en Londres su Cyclopaedia,
or an Universal dictionary of the arts and sciences, que inspira la Encyclopédie, ou Dictionaire
raisonné des sciences, des arts et des métiers. Su director general, Denis Diderot, asistido por el editor
matemático Jean d'Alembert, publica 28 volúmenes entre 1751 y 1772, a los que agrega cinco más
entre 1776 y 1777, y dos volúmenes de índices en 1780. El conjunto conforma la primera edición, y
cincuenta años después constaría de 166 volúmenes. Pero estas obras ya no se limitan a una simple
recolección de datos informativos, sino que los analizan y critican, y sus entradas se extienden para
incluir instituciones e ideologías. El enciclopedismo o ilustración francesa emerge entonces como el
primer movimiento intelectual europeo desde el siglo rv que se desarrolla fuera de los parámetros del
credo cristiano. Diderot y sus seguidores lo concebían como una alternativa ética a la religión.
Recrudece así un proceso multifacético iniciado sobre todo en el siglo xvi que, por un lado, va
aportando conocimientos confiables y, por otro, acelera ese cambio de la visión del mundo que
constituye la revolución científica, porque crítica tanto lo que se sabe, como también la forma, métodos
y procedimientos de cómo se lo llegó a conocer. Los conocimientos revolucionan la agricultura, las
manufacturas, la economía y propulsa una renovación de la producción que va configurando lo que se
da en llamar revolución industrial. Lo que resulta insólito es que, aún hoy, sigan apareciendo obras que,
si bien no pueden ocultar dichas revoluciones, no las adjudican a un cambio en la visión del mundo,
sino a que se fueron perfeccionando aparatos de medición y materiales de mayor calidad que, al
hacerse cada vez más precisos, permitieron la construcción de máquinas más eficientes. Pero insistimos
una vez más: la máquina más importante no fue la caldera ni el telar mecánico, sino la mente de los
protagonistas. Regresaremos a este punto en un próximo capítulo, cuando analicemos la actitud que aún
campea en nuestra Latinoamérica, de creer que con incorporar aparatos y procedimientos tecnológicos
a una visión oscurantista, se cuenta con una ciencia.
Por supuesto, la revolución científica y la industrial tuvieron consecuencias filosóficas y
sociales, aparecieron moralistas como Pierre-Joseph Proudhon, filósofos sociales como Henri de Saint-
Simon y Auguste Comte, cuyas obras escapan al plan de este libro.
4. LA COMPLEJIDAD DE LA CIENCIA Y DE LA RELIGIÓN
Para seguir exponiendo nuestros puntos de vista con respecto al estado del conocimiento en el
primer mundo y en Latinoamérica, necesitamos introducir una nueva herramienta conceptual, los
sistemas complejos, que se comienza a usar en diversos campos de la ciencia (véase, por ejemplo,
Coveney and Highfield, 1995; Cereijido, 1994, 1995, 1996; Cornwell, 1996; Tenner, 1996; Bagú,
1997).
2 Mexicanismo delicioso cuya etimología desconozco pero que cuaja exactamente con lo que trataré de explicar en el
presente capítulo.
Cuando de esa trama unitaria se escindió la razón, ésta, sin más compromiso que la coherencia
consigo misma, se hipertrofió, comenzó a examinarlo todo, ya se tratara de objetos y asuntos profanos
(cerámicas) como sagrados (el culto de Apolo), reales (plantas) o ideales (polígonos). Esa estampida de
la razón produjo una ciencia, y hoy brinda tantas ventajas a quienes la poseen que no parece que
Aladino tenga la menor intención de volver a encerrarla en su lámpara.
La ciencia, desligada de la moral, sólo obedece a sus propias reglas de juego: acepta únicamente
aquello que se puede demostrar, le cree solamente a quien es capaz de convencer y, aun así, lo mantiene
en cuarentena por si en el futuro surgen nuevas evidencia que aconsejen hacer reinterpretaciones. Más
aún, su prosperidad se debe a que combina una amplia libertad para que todos propongan ideas osadas,
con una desconfiada rigidez epistemológica, para que nadie pueda incorporar estupideces. Ilustremos
esta actitud con una frase de Niels Bohr: "Los lunes, miércoles y viernes trato de elaborar todas las
ideas locas que puedo y los martes, jueves y sábados intento refutarlas" (Briggs y Pean 1989). Lo
curioso es que, aunque la ciencia no tiene moral, obliga a que el científico sí la tenga. Per ejemplo, si
alguien se propusiera quemar en la hoguera a un loco, argumentando que está poseído por Satanás, la
ciencia, por así decir, se encoge ría de hombros, pues no es de su incumbencia apelar a la bondad, sino
que a lo sumo, por el simple afán de aprender, preguntaría: "¿Cuál es tu evidencia?" "¿De dónde emana
tu derecho a matar?" Cuando se individualiza la hebra religiosa y se la separa de la trama, la religión,
liberada a sí misma, al igual que la razón, parece hipertrofiarse descontroladamente.
En los capítulos anteriores hemos bosquejado el proceso de separación de la ciencia y de la
religión. De ese proceso surge que, a pesar de la quema de anatomistas, químicos y astrónomos, y de la
condena a enciclopedistas y evolucionistas, la religión fue un interlocutor formidable para que la
ciencia revisara cuidadosamente sus fundamentos epistemológicos. Pero, ¿qué le sucedió a ella misma
al soltarse de la trama en la que estaba entretejida, y acotada por la ética y el sentido común? Veamos
un par de ejemplos. Erasmo de Rotterdam (1466-1536) comentó: "En cuanto a estos Supremos
Pontífices que ocupan el lugar de Cristo (...) si la sabiduría descendiera sobre ellos (...) les haría perder
toda esa riqueza y honores, todas esas posesiones, carros triunfales, oficios, dispensas, tributos e
indulgencias..." Graciano, el famoso jurista canónico de Bolonia, dijo que podían ser sometidos a
tormento los denunciantes de un obispo, las personas de condición humilde y los esclavos (Herrman,
1996).
En todo momento hay una frontera entre el orden de lo conocido y el caos de lo que se ignora
Hubo un pasado en el que no se sabía que existieran células, bacterias, virus, pulsares ni hoyos
negros. Luego se descubrieron las células y entre éstas las bacterias, y la frontera se desplazó, pero
todavía se seguían desconociendo los virus, los pulsares y los hoyos negros. Hoy todas esas cosas ya
son conocidas y están incorporadas al reino ordenado del conocimiento, pero por supuesto ignoramos
qué habremos de descubrir en el futuro. El investigador trabaja justamente en esa frontera, tomando
una porción de caos, estudiándolo y convirtiéndolo en conocimiento.
It ain't what a man don't know as makes him a fool, but what he does know as ain't so.
JOSH BILLINGS (1818-1885)
Revisemos ahora algunos componentes de ese sistema complejo que es la ciencia, para tratar de
detectar qué nos impide experimentar a nosotros un proceso similar al que ocurrió y ocurre en el primer
mundo.
Una de las formas más mediocres de justificar nuestro subdesarrollo es atribuírselo a España
La península ibérica fue la región donde comenzaron a amalgamarse los conocimientos del
Islam (previamente dotado del pensamiento clásico) con la sabiduría judía y con lo que el resto de
Europa tuviera que aportar. Fue también cuna del cabalismo (Muñiz, 1989, 1993; Scholem, 1974). 1 Es
común que dicho movimiento se recuerde como el de un conjunto de judíos extravagantes que
buscaban las fórmulas secretas de Díos, y que hoy se llame "cábala" al hecho de que un arquero de
fútbol ponga en su portería un muñequito de su infancia.
1 Moisés ben Shem Tov de León (1270-1300) compone el Sefer ha-Zohar, libro seminal de los cabalistas, pero tal vez para
darle más respetabilidad, se lo atribuyó a un tal Simón ben Yohai, que supuestamente lo habla escrito mil cien años antes.
Pero el cabalismo es una de las grandes cimas del pensamiento humano; sólo que, como los
aportes del Islam, yacen bajo un manto de olvido, tergiversación y menosprecio. Siglos antes de que
Robert Boyle opinara que si la Biblia es la palabra de Dios no puede contener cosas sin sentido y habría
que estudiarla, los cabalistas habían llegado a dicha conclusión y se habían propuesto decodificarla.
Esta actitud estaba ciertamente acicateada por el hecho de que la escritura hebrea no utiliza vocales y
éstas son agregadas por el lector en el momento de leer e interpretar el texto,2 Esa "fuga de vocales"
hace que dos palabras de significados sumamente diferentes tengan a veces la misma secuencia de
consonantes, circunstancia que inmediatamente lleva a los cabalistas a tratar de encontrar relaciones
entre los objetos, los hechos o las personas que comparten dichas secuencias. En esa línea asociativa,
Abraham ben Samuel Abulafia (1240-1291?) llega a crear una ciencia de la combinación basada en la
sustitución de las notas musicales por las letras del alfabeto y esa influencia se transmite a pensadores
como Ramón Llull (1235-1316), Marsilio Fiemo (1433-1499), Pico della Mirándola (1463-1494) y
otros cabalistas cristianos. Tiempo después, Galileo Galilei (1564-1642) dirá que el libro de la
naturaleza está escrito en lenguaje matemático y Baruch Spínoza (1632-1677) desarrollará ciertos
enfoques filosóficos sobre modelos geométricos.
2 Para hacer una analogía, en castellano MUNDO sin vocales se escribiría MND, pero siglos más tarde, un lector no
s.ibría si entender MuNDo, MaNaDa, MeNuDo o qué. Si esa elasticidad interpretativa se extiende a todas las palabras de
una frase, queda mucho lugar para interpretaciones alternativas.
De hecho, muchos autores consideran que el movimiento cabalístico cristiano ha sido la piedra
angular del Renacimiento. Los cabalistas revivieron el misticismo y recurrieron a la concentración, la
inspiración, horarios y hábitos que favorecieran la expresión del contenido inconsciente, los acercara a
Dios3 y les permitiera captar sus atributos. Siglos después, Sigmund Freud mantendrá que los sueños y
los lapsus no son fenómenos sin sentido, sino efectos de alguna causa y trata de descubrirla (Blanck-
Cereijido, 1997). Análogamente, cuando hoy los biólogos moleculares encuentran un segmento con la
misma secuencia de bases ("letras" del mensaje genético) en dos genes distintos, o que un gene tiene un
segmento que procede de otra región del DNA (la molécula que lleva codificado el mensaje genético),
no se encogen de hombros, no lo atribuyen al azar ni a un error de la naturaleza, sino que buscan una
razón, una causa y, cuando logran desentrañarla, suelen descubrir un mecanismo más de la evolución.
Angelina Muñiz-Huberman (1989, 1993) opina que, en el fondo, los cabalistas aspiraban a
sustituir la escolástica por nuevas tendencias interpretativas. Señala además que el misticismo,
presentado como un arrebato de exaltación amorosa, junto con el cambio del idioma hebreo al ladino
(lenguaje de los judíos sefaraditas), propicia el surgimiento de la poesía, la prosa y el teatro, que
culminan en el Siglo de Oro. Es bueno no olvidar que esas hazañas intelectuales tuvieron por cuna y
escenario a la península ibérica.
3 El cabalista castellano Yosef Gicatilla (1248-1305) decía mentirse más cerca de Dios durante el coito.
Pero, en 1478, el papa Sixto IV autoriza a los Reyes Católicos a montar su propia Inquisición
que España utiliza para aniquilar todo resto de judaismo entre los marranos (judíos convertidos al
cristianismo, pero que siguen practicando su judaismo en forma oculta), y en 1492, cuando cae
Granada, se aplica el mismo tratamiento a los moros. España establece su propio índice de Libros
Prohibidos. Entre 1550 y 1562 se queman judíos, protestantes e intelectuales, a veces en presencia del
propio rey. La Inquisición se auto-financia confiscando las propiedades de los herejes, práctica que
extiende las ejecuciones hasta 18264 y el estatuto de Limpieza de Sangre hasta 1865. Con sus grandes
posesiones en América, España era el país más poderoso de Occidente y cuando llega la Reforma se
vuelve el más fiero campeón de la ortodoxia cristiana, cierra las puertas a la influencia extranjera y en
su famoso edicto de 1559 Felipe II prohibe a los españoles estudiar en el extranjero (Sánchez-
Albornoz, 1962).
Con esa visión del mundo se inicia la colonización de América Latina, que es la primera del
mundo moderno. Los españoles se mezclan sexualmente sin prejuicio con la población local, crean
clases dirigentes indias respetuosas de la corona pero con un margen de libertad que da firmeza a la
organización colonial. Como no se proponen estar de paso, van a necesitar médicos, teólogos y todo
tipo de artesanos; por eso, apenas desembarcan crean universidades en la República Dominicana,
México y Lima.
4 Se ejecutó a un maestro porque en una plegaria escolar en lugar de decir "Ave María", dijo "Alabado sea Dios"
(Johnson, 1976).
A diferencia de otros imperios colonizadores europeos de la época, los españoles ponían mucho
énfasis en el problema moral de la conquista y la conversión de los pueblos. Los monjes dominicos y
franciscanos se proponían educar a los indios y a veces protegerlos de los esclavistas. Los debates
teológicos entre Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda, y los escritos de Francisco de
Vitoria, fueron las primeras discusiones sistemáticas del problema moral y legal de la conquista. Las
Leyes Nuevas para las Indias datan de 1542. La Inquisición entra formalmente en las Indias cuando
Felipe II establece el tribunal del Santo Oficio en México y Lima en 1569 y le otorga grandes
privilegios e independencia de las cortes. A los indios los exceptuaban por considerarlos mentalmente
débiles. Así y todo, los jesuítas los educan, hasta que el conflicto entre la política nacionalista de los
Borbones y la obediencia al papa que profesan los jesuítas, acaban por decreto real de 1767 con las
colonias que éstos habían establecido.
Pero la visión oscurantista de la metrópoli española continúa incólume. En pleno siglo xviii el
sacerdote ensayista Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro (1676-1764) escribe: "Aquí ni los hombres
ni las mujeres desean otra geometría que la que necesita el sastre para tomar las medidas
correctamente" (Laín Entralgo, 1970; Ynfante, 1970). Aun en nuestro siglo, Miguel de Unamuno opina:
"Nuestros trenes corren tan bien en España como en los países que los inventaron; nuestra electricidad
funciona, usamos logaritmos, de modo que ¡Que inventen ellos!" Todas las obras que llegaban a la
Nueva España, así como los volúmenes que integraban las colecciones y bibliotecas particulares debían
ser informadas al Santo Oficio. Aún en el México independiente, el tribunal de la Santa Inquisición se
abolió apenas en 1821 y fue puesto en libertad Gil Rodríguez, el último judío procesado desde 1788 en
Guatemala (Muñiz-Huberman, 1989). En la opinión del pensador venezolano Marcel Roche (1970,
1971, 1972): "Desgraciadamente, para cuando las colonias de Latinoamérica se independizan, ya tienen
estampado su sistema educacional y social."
Pero no nos confundamos. En ciencias naturales es habitual medir una fuerza por la energía que
hay que emplear en contrarrestarla. Análogamente, las persecuciones que han padecido los intelectuales
de España a lo largo de los siglos, la saña con que se dispersó a los cabalistas, el exilio masivo de los
luchadores políticos, la imposibilidad de relajar el control en lo más mínimo que han enfrentado las
autoridades, que por momentos hasta se vieron obligadas a recurrir a las maquinarias bélicas nazi y
fascista, dan una medida de la ética y del inquebrantable espíritu libertario, progresista y creativo del
pueblo español. De todos modos, nuestros países tienen casi dos siglos de independencia. ¿Por cuánto
tiempo más vamos a seguir culpando a España? ¿Podrían los franceses atribuir una crisis económica a
que el hombre de Cromagnon tenía el cerebro más pequeño que el de Neanderthal?
¿Somos inferiores?
"Figuras tan importantes como Broca, Gratiolst y Cuvier en Francia, Huscke en Alemania y
Retzius en Suecia dedicaron gran parte de su trabajo a tratar de demostrar que los cráneos de los
habitantes de África y América eran más pequeños, sus cerebros pesaban menos y estaban más cerca de
los gorilas que de los hombres blancos indoeuropeos" (Fenández-Guardiola, 1989). El historiador
Gabriel Rene Moreno creía que los indios son asnos capaces de generar mulos cuando se cruzan con la
raza blanca. Por lo tanto, los consideraba incapaces de concebir la libertad republicana. En 1614 el
arzobispo de Lima mandó quemar quenas y demás instrumentos musicales de los indios, y les prohibió
bailar y cantar para impedir que el demonio continuara engañándolos (Galeano, 1992). Pero jamás se
ha podido probar que población alguna del planeta sea intrínsecamente inferior (ni superior) al resto de
la humanidad (Gould, 1981).
Para acabar con la patraña de la inferioridad, es pertinente recordar que en el tercer mundo, que
comprende Egipto, Persia, India, China y Mesoamérica, surgió el uso del fuego, la invención de la
brújula, la domesticación de animales, la agricultura, la irrigación, la explotación de metales, la
invención de la escritura y del papel, el sistema decimal de cálculo y el uso de la pólvora (Rossi, 1972;
Martínez-Palomo, 1987). A estos logros podríamos agregar la chinampa, que aún hoy sigue siendo una
de las formas más productivas de la agricultura intensiva; el faro para la navegación nocturna usado por
los incas, el cero que habían introducido los mayas y, para acabar, la civilización.
5 La reforma consiste fundamentalmente en instituir que los cargos académicos se llenen por concurso, se re-concursen
periódicamente, y que las facultades y escuelas tengan consejos directivos integrados por representantes de los profesores,
alumnos y graduados.
Y en esa vena podríamos recordar que José Ingenieros (Diez proposiciones sobre el porvenir de
la filosofía) propuso con toda claridad un positivismo lógico con anterioridad a la aparición del llamado
Círculo de Viena; que Juan Alvarez (Las guerras civiles en Argentina) planteó una manera de
correlacionar las rebeliones militares con las crisis económicas utilizando un método que más tarde se
atribuiría a la escuela de los Annales de Marc Bloch; que Alfredo Palacios (La fatiga: sus proyecciones
sociales) correlacionó la fatiga con los errores laborales a lo largo de la jornada de trabajo, usando un
enfoque muy original cuya ocurrencia luego se atribuiría al creador de la sociología industrial Elton
Mayo. Con estos ejemplos no queremos reclamar "nosotros también hacemos aportes originales, sólo
que allá no nos reconocen". Dejemos eso para la vanagloria o el resentimiento nacionalista, antes bien
queremos resaltar que cuando la sociedad no tiene una visión compatible con la ciencia, no puede
aprovechar acá las contribuciones de sus creadores.
Con todo, los progresos logrados son muy grandes. Hasta hace apenas una generación imperaba
en nuestras universidades el "patrón" verticalista que era dueño virtual de su departamento,
determinaba a cuál de sus colaboradores promovería, tendría dinero para equipos, materiales o
participar en congresos, y tenía facultades suficientes como para permitir o no el ingreso de mujeres,
judíos o personas con marcados rasgos indígenas. Hoy, gracias al esfuerzo de investigadores y
funcionarios, el panorama va cambiando, se comienza a argumentar, justificar, comprobar. Ya resulta
mucho más difícil para un jefe negar espacio de laboratorio y apoyo a un joven brillante, para
reservárselo a sus acólitos.
El conocimiento prohibido
Las grandes culturas suelen aludir a una parte del conocimiento que les está prohibido y que
condena a quienes osan adquirirlo: Eva y Adán castigados por comer del Árbol de la Sabiduría; Orfeo
pierde a su Eurídice por volverse a mirarla; la humanidad entera condenada porque Pandora quiere
averiguar el contenido de su caja; la mujer de Lot convertida en estatua de sal por mirar hacia Sodoma;
las Sirenas causando la perdición de quien se atreviera a oírlas. Nuestra visión del mundo retiene esa
tendencia ancestral y respeta la veda de ciertas temáticas fundamentales. En muchas de nuestras casas
de estudio el manejo del dinero, cargos y espacios sigue siendo secreto y sus autoridades continúan
considerando falta grave que los investigadores pidan explicaciones. Dar por sentado que nuestra
felicidad depende del no tocar ciertos temas; de que hay asuntos que es preferible manejar con la
ignorancia, revela que en el fondo confiamos más en la oscuridad que en la razón. Como decía Herbert
Agar (Time for greatness), "La verdad que libera a los hombres es casi siempre la verdad que los
hombres prefieren no oír."
6 "Investigará el Banco Mundial las causas del fracaso de sus proyectos educativos". La Jornada (México), 19 de mayo de
1995, p. 52.
Todo lo que la autoridad de una institución necesita, es constituir un gran "consejo", satisfacer a
cada partido, sindicato, facción, grupo de poder o escuela, facultándolos para que envíen sus delegados
y, cuando el número de miembros sea suficientemente elevado, promover la discusión exhaustiva de los
temas que deseen: jamás llegan a nada. Maquiavelo, siguiendo el proverbio latino, había aconsejado:
"Divide y reina", los modernos autoritarios han revertido el procedimiento, y parecen satisfechos con
las nuevas patologías democráticas: "Amontona y sigue reinando."
Evaluación
Con el cambio paulatino del patrón autoritario y verticalista por una política de evaluación
transparente, algunos países latinoamericanos están haciendo una verdadera revolución pero, como
muchas revoluciones, va seguida de un período de terror. En nombre de la imparcialidad, se trata de
imponer a la comunidad de investigadores una uniformidad irreal, se confeccionan catálogos de puntos
que desvían los objetivos de la investigación y acaban desfigurándola. No hemos encontrado la forma
de rescatar a quien se embarcó en una idea brillante, pero que por alguna razón no se pudo plasmar en
datos publicables.
Se ha remplazado la evaluación intradepartamental y aun la intrauniversitaria, por la ex-
trauniversitaria hecha por una entidad gubernamental, generalmente un consejo nacional de
investigaciones. Hoy son principalmente estas entidades y no las universidades las que determinan a
qué profesores se les pagará por su trabajo, quién tendrá dinero para investigar, recibirá becas,
comprará equipos, reactivos, revistas y libros, y se les dice a las universidades cuáles de sus programas
de enseñanza recibirán fondos para operar. Según Guillermo Sheridan, 7 los gobiernos "saben que las
evaluaciones intrauniver-sitarias no son confiables, pues están desacademizadas". Pero no se discuten
las causas de esta "desacademización" ni las razones de esa desconfianza.
7 Citado por Juan Carlos Villa Soto en La Jornada 19 de marzo 1997, p. 28.
Decía Henri Poincaré que la ciencia se construye con hechos como una casa se construye con
ladrillos; pero que una acumulación de hechos no es más ciencia que una pila de ladrillos es una casa.
Si sólo se entrena al alumno para recolectar datos y no se le transmiten los supuestos filosóficos en que
se asienta el conocimiento, seguirán esmerándose de lunes a viernes por encontrar homologías entre las
moléculas de hemoglobina del lagarto, el lémur, el chimpancé y el humano, que luego interpretan con
base en la teoría de la evolución, pero el domingo seguirán abrazando una religión creada por los
aterrorizados pastores nómadas de la Judea de la Edad de Bronce, que sigue manteniendo que el
hombre fue creado hace cuatro mil años como un muñeco de barro. A nuestros alumnos no les pasa
como al poeta John Ruskin, que oía las piquetas de los geólogos al final de cada verso de la Biblia.
Cuando hacemos divulgación, los investigadores brindamos a nuestra sociedad una visión
distorsionada de la ciencia
Para atraer a los jóvenes a la tarea científica, nuestros países están haciendo verdaderas proezas
en la divulgación. Publican revistas y colecciones de libros escritos por los mejores científicos locales,
crean museos de ciencia, cursos de verano y olimpiadas científicas. Sin embargo, esa divulgación se
basa casi exclusivamente en el aspecto informativo, el dato, la hazaña tecnológica: modelos de
moléculas de DNA de un metro de diámetro y a todo color, fotografía de galaxias, cerámicas con
propiedades casi mágicas, fármacos dignos de Merlín. Pero algunas de las revistas son a la divulgación
lo que la pornografía al sexo, pues llegan a brindar una visión un tanto distorsionada de la ciencia, sólo
versan sobre portentos, rarezas y extremos insólitos: una bacteria que se nutre de petróleo, una tribu
rematadamente exótica y algún sabio que manejaba el cálculo integral desde la cuna. Esas cosas no
dejan de ser ciertas, pero dan la idea de que la ciencia es una empresa de genios de teleteatro que se
ocupan de curiosidades y portentos, y ocultan el hecho de que es el trabajo diario de gente como ellos,
que consiste en encontrar grandes regularidades, leyes, poner orden en el caos de la ignorancia. Es
necesario crear una verdadera cultura científica, es decir, un ambiente de comprensión, de crítica
informada, en el que no resulte esotérico estudiar, leer, platicar, interesarse por la ciencia (Estrada,
1997). Es cierto que, como opina Martín F. Yriart (1997), la divulgación científica implica resolver un
problema comunicacional. Sin embargo cuando los programas universitarios para formar divulgadores
se reducen a mostrar métodos audiovisuales, radiales, revistas y otras técnicas de comunicación, y no
incluyen una profundización sobre qué es la ciencia que están divulgando, cuál es su historia, su
filosofía y su articulación con la trama social, brindan las ideas distorsionadas que mencionamos en el
párrafo anterior.
Religión
En los capítulos anteriores argumentamos que tras el desgarrón de la urdimbre de la realidad y
"la costumbre", la ciencia y la religión continuaron forjandose en un largo altercado que si bien fue
doloroso y sangriento, acabó siendo fértil, pues generó una ciencia moderna clara, estricta, sobria,
universal y democrática. No hay en nuestra región un diálogo similar, pues faltó uno de los
interlocutores: la ciencia. Pero tanto el panorama religioso internacional como el latinoamericano son
muy heterogéneos y siguen dinámicas demasiado alejadas de nuestra competencia como para intentar
un análisis en el presente libro. Como muestra, mencionemos algunos aspectos:
1] Cuando se encuentran pergaminos de las épocas bíblicas y de comienzos de nuestra era, ya
no se los entrega a las autoridades religiosas para que constaten si concuerdan con su ortodoxia y
decidan si los conservan o los destruyen. Hoy pasan a manos de las grandes universidades, donde se los
fecha midiendo el 14C, estudian su estilo narrativo, su concordancia con hechos coetáneos, los
materiales de que están fabricados y hasta se evalúa la personalidad histórica de personajes bíblicos,
santos, sectas y mandatarios (véase, por ejemplo Pagels, 1979; Schiffman, 1994).
2] Cuando en el primer mundo meditan sobre frases bíblicas como "Cíñase cada hombre su
espada al costado; pase y vuelva a pasar de puerta en puerta por todo el campamento, y mate cada uno
a su hermano, a su amigo, a su pariente" (Ex 32, 27); "Al grande le aumentaréis la herencia y al
pequeño se la reduciréis" (Nm 33); "Vale más maldad de hombre que bondad de mujer" (Eclesiástico
42, 14), ya no acuden a la teología para tratar de entender al Dios que las declaró, sino a la historia y a
la psicología para comprender los códigos sociales y la visión del mundo de los pueblos que inventaron
semejante deidad. Luego los mismos sacerdotes primermundistas llegan a declarar con toda sinceridad
que les resulta sumamente difícil guiar a sus feligreses con dichas normas. Así, el sacerdote cristiano
John Shelby Spong (1991) comenta: "No creo en un Dios que quiso que Jesús sufriera por mis pecados.
No creo en un Dios cuya necesidad interna de justicia se satisface cuando su hijo es clavado en una
cruz."
3] La interacción ciencia/religión se complica con la aparición de fundamentalismos y sectas
que practican actividades difíciles de entender, a veces delictuosas. En el primer mundo se teme que la
fascinación creciente con los fenómenos paranormales y la tolerancia que los políticos prestan a la
religión, acabe no ya con la ciencia, sino con la mismísima democracia (Kurtz, 1997; Scott, 1997).
4] Quienes asignan al monoteísmo un papel fundamental en el desarrollo de la ciencia, señalan
preocupados que el sincretismo que ocurrió en Latinoamérica entre cristianismo, creencias
precolombinas y africanas, nos ha hecho recaer en un politeísmo lleno de santos especializados en
mediar en asuntos de trabajo, salud y noviazgos. Temen que desandemos el camino que hace dos mil
años transitó la cultura occidental y nos estemos alejando de la posibilidad de hacer ciencia.
5] Otros autores deploran que, para aclarar asuntos cruciales, las deidades se aparezcan ante
pastorcitas y campesinos supersticiosos y analfabetos, pero jamás ante una academia donde podrían
entenderlas, o ante gobiernos primermundistas para convencerlos de que no sofoquen a la humanidad
con deudas usurarias (Sagan, 1995).
6] Como las religiones no tienen por qué guiarse ni obedecer las normas epistemológicas
propias de la ciencia, el diálogo se dificulta. Por ejemplo, el 6 de junio de 1996, mi interés en la cabala
me llevó a una conferencia en el Centro de Estudios Judaicos de la ciudad de México, en la que el
rabino Abraham Bartfeld explicó que su todopoderoso Dios sabe todo lo que ocurre en todos lados y en
todo momento. Llegada la discusión, pregunté si acaso ese Dios había presenciado lo que ocurría en
Dachau, Auschwitz, Treblinka y otros campos de exterminio nazi, y si en ese momento podría haber
detenido el sufrimiento de millones de seres humanos con sólo desearlo. Dando muestras de que no era
la primera vez que oía ese tipo de preguntas, el rabino suspiró con resignación, respondió
afirmativamente y agregó que los caminos del Señor son insondables. Pregunté entonces si no creía
éticamente censurable reclamar el derecho de educar a los niños en el respeto a semejante personaje.
También respondió afirmativamente, tras lo cual pasó sin más a la pregunta de otra persona en la
audiencia. En Nueva York la situación no parece más sencilla. Burton L. Visotzky (1996), profesor del
Jewish Theological Seminary of America, en su libro The génesis of ethics (p. 37) relata que una
alumna lo llamó confundida para cerciorarse de que en plena sinagoga él hubiera dicho que Dios es un
"son of a bitch". "No -corrigió el rabino-, lo que dije en realidad es que God is a mean son of a bitch."
7] También es difícil prever el resultado de procesos sociales que ocurren en nuestra propia
región. Por ejemplo, hace cinco siglos México tenía únicamente una religión oficial, pero al 6 de mayo
de 1996, existían 3 979 asociaciones religiosas registradas. La Conferencia del Episcopado Mexicano
realizó en febrero de 1997 un encuentro nacional en Guadalajara, donde se reconoció que de 1970 a
1990, 40 millones de católicos latinoamericanos pasaron a las filas evangélicas y pronosticó que, para
el año 2000, otro número similar hará lo mismo. Hay expertos que atribuyen estas tendencias a que las
iglesias evangélicas son un instrumento de penetración imperialista, y otros que lo descartan
enfáticamente (Vera, 1996).
8] Por fortuna, en Latinoamérica dichos procesos son al menos pacíficos. En cambio en otras
regiones del tercer mundo el futuro aparece alarmante. Así, Abdus Salam, que estuvo al frente del
Centro Internacional de Física Teórica de Trieste, preocupado porque los países islámicos ven la ciencia
como una amenaza a su religión, llega a opinar que a la larga el conflicto será inevitable.
9] Salvo raras excepciones, en los ambientes académicos de Latinoamérica estos análisis son
una especie de tabú o caen muy pronto en una arena política, y todo se reduce a una puja sobre
artículos constitucionales. Cuando un obispo le hace creer a nuestro pueblo que la Virgen está enojada
por la conducta de los mexicanos (Xavier Escalada, 1992), los presidentes de nuestras academias no
adoptan la actitud científica tradicional de preguntarle cómo lo sabe. Cuando la Comisión Episcopal
llama oscurantista a la educación oficial que se imparte en México (Blanco, 1996), la discusión se
reduce al uso de cierto libro de texto.
8 Preocupado porque a mis alumnos de biología les costaba entender las bases termodinámicas de la vida, les expliqué que
las ideas sobre biología de Aristóteles habían llegado hasta el siglo xviii, pero que en ese momento se acabó con los
modelos basados en el equilibrio, y que ya el xix fue el siglo de la dinámica. No logré hacerme entender. Entonces escribí
un libro (Cereijido, 1995), pero no lo leyeron. Luego una alumna que es hoy una científica brillante comentó
apesadumbrada que para ellos Platón, Aristóteles y Lamarck eran poco menos que nombres de calles. Cuando les pedí que
ordenaran cronológicamente a Jesús, san Pablo, Moisés, Abraham, santa Teresa de Jesús y Noé, el resultado fue totalmente
al azar. Pero luego comprobé que en el primer mundo sucede exactamente lo mismo.
El contenido de este capítulo no debe llevarnos a suponer que todo investigador del primer
mundo conoce la historia y los supuestos epistemológicos de su disciplina. Pero él nace en un contexto
social que experimentó ciertos procesos históricos y nosotros no, de la misma manera que nace en un
país sin deuda externa y nosotros sí.
Gracias a los sistemas bibliográficos, compu-tarizados, teléfonos, internet, fax, viajes, mercados
internacionales de equipos y reactivos, y programas de intercambio internacional, los investigadores
pertenecen a redes científicas cuyos centros se asientan en el primer mundo y hasta tienen derecho a
votar por los presidentes de sociedades científicas de otras tierras. Eso explica que aunque no tengamos
ciencia, contemos con una investigación escasa pero de buen nivel. Nuestros investigadores suelen ser
incluso personas muy cultas e ilustradas; ellos sí llegan a tener una visión del mundo compatible con la
ciencia, sólo que conforman un ínfimo porcentaje de la sociedad latinoamericana y no tienen conexión
alguna con el poder. El problema es que eso los convierte en una suerte de extranjeros, exiliados en su
propio país, pues aun en el caso de que se los apoye, pocas veces se los necesita y se los ensambla a un
aparato científico-técnico-productivo del que se carece. Pero no estamos discutiendo la manera en que
los investigadores podrían ir eludiendo los problemas de su sociedad, sino tratando de encontrar la
forma en que la sociedad latinoamericana, aprovechando a los investigadores que ya tiene, pueda ir
forjándose una ciencia.
Sucede algo análogo con lo religioso. El Scripps Howard News Service de mayo 1997, narraba
el caso de entusiastas feligreses que acuden regularmente al templo, porque les encanta el aroma del
incienso, los vitrales de colores, la música del órgano, las vestimentas y participar en ceremonias: "No
vamos a abandonar todo eso simplemente porque no creamos en Dios", comentan. Nada es nuevo bajo
el Sol: el siglo pasado, un creciente número de judíos que quería conservar sus tradiciones, costumbres
y pertenencias aunque ya no pudiera creer en los relatos bíblicos, fundó el judaismo laico. Después de
todo, nosotros también vivimos inmersos en una "costumbre" de la que no podemos disecar la hebra
religiosa a pesar de su deplorable impacto en el conocimiento y en nuestra condición social. Y así, es
habitual que se participe en posadas, bodas, se celebren las pascuas, días de los muertos, halloween, se
use anticonceptivos, se consulte el horóscopo y, del mismo modo que se tiene una investigación vacía
de ciencia, se practiquen religiones vacías de convicción.
En resumen: El hecho de que ya tengamos muy buena investigación, pero aun carezcamos de
una visión de la realidad que nos permita desarrollar la ciencia, no parece depender de un mero detalle
de presupuesto. Como dice Marcel Roche (1971): "El aporte de plata peruana y mexicana al imperio
español, indica que la inyección de dinero al oscurantismo no produce ciencia." Un hecho más actual y
a mano es que las enormes acumulaciones de petrodólares no impidieron que algunos países islámicos
continuaran arrancándole el clítoris a millones de mujeres, vedándoles el acceso a la educación y
privándolas de otros derechos humanos. Sería muy adecuado que nuestros humanistas encontraran la
manera de profundizar los análisis y discusiones, tal vez enfocando la ciencia como un sistema
complejo con muchísimos aspectos en los que nuestra comprensión puede ayudar a la sociedad
latinoamericana.
Si tropezamos con los problemas señalados en este capítulo, es porque nos hemos puesto a
luchar por salir del oscurantismo y forjar una visión del mundo que sea compatible con la ciencia. Sin
embargo, será muy difícil lograr una solución, si no se comienza por comprender los problemas. Los
funcionarios latinoamericanos no siempre dan muestra de haberlos detectado. Para constatarlo basta
observar los documentos que ellos llaman "política científica", "programas", "informes anuales" e
"indicadores" que, si bien son imprescindibles y útiles, no pasan de ser especificaciones de corte
meramente administrativo/contable: número de investigadores por área, por edad o por institución,
dinero gastado en donativos, número de becarios por especialidad. Reafirmando ese criterio de que el
detalle de cómo se erogan los fondos puede remplazar a la "política científica", no es raro que las
discrepancias se reduzcan a determinar si el dinero que se destina a la investigación debe considerarse
"gasto" o "inversión", o si la actividad de los investigadores se debe evaluar con base en su
"producción" o en su "productividad", y otros resortes de la teneduría de libros, no de la epistemología,
la historia, la sociología de la ciencia, del proceso de investigar y de la visión del mundo que requiere
la ciencia.
6. LA HORA DE LA DIVULGACIÓN
La hora de la divulgación
En general llamamos "divulgación" al uso de revistas, películas o maquetas para explicar
hechos de la naturaleza de una manera simplificada, de modo que los pueda entender el lego sin
información previa. Pero convendría volver a exagerar y decir que casi toda la comunicación de la
ciencia es divulgación. Veamos.
Cuando un investigador publica un artículo original, éste suele ser tan especializado que sólo un
pequeñísimo número de colegas lo puede o le interesa leer, pues los demás están demasiado saturados
de información. El Premio Nobel Salvatore Luria confesaba que cuando abría una nueva revista, lo
hacía con el ferviente deseo de que no trajera ningún artículo que él estuviera obligado a leer. Salvo ese
reducidísimo número de investigadores que sí está "obligado" a leer un artículo dado, el resto se
mantiene informado a través de conferencias o artículos de revisión ("reviews") que cada tanto resumen
todo un tema, destilando para ello lo significativo de cientos o miles de artículos originales. Luego
aparecen artículos más simplificados aún, en los que por ejemplo un físico describe cierto tipo de
galaxia o un biólogo expone el conocimiento actual sobre el cáncer para científicos de otras disciplinas
(publicaciones tipo Scientific American). Cuando estos conocimientos tienen un impacto realmente
importante, pueden aparecer resúmenes aún más sencillos en los grandes periódicos. Tiempo después,
algún sabio escribe un libro poniendo ese campo en un contexto histórico, revisando los transfondos
filosóficos y hasta incluyendo anécdotas personales, institucionales y políticas. Sólo al final de esta
cascada divulgatoria llega la divulgación tal y como comúnmente se le conoce, es decir, la que no
depende de novedades sino que describe objetos y fenómenos de la naturaleza con un propósito
fundamentalmente docente. Resulta claro entonces que, salvo el primer grupito de especialistas, todos
los demás dependen de la divulgación.
A lo largo de este libro fuimos señalando diversas características de la ciencia a medida que
nuestra discusión lo requería. Agreguemos una última. Cuando griegos y romanos desarrollaban la
matemática, la lógica, el derecho, creaban por así decir islotes de ciencia en un mar de cosas ignoradas.
Luego, durante el siglo xvii la cultura occidental usó toda la ciencia de que era capaz para explicar la
realidad pero, como quedaban muchos aspectos que la ciencia aun no atacaba, "tapaban los agujeros
con Dios" (Greene, 1997). En la actualidad el conocimiento sobre la realidad se ha hecho tan vasto y
complejo, que podría describirse como un archipiélago en cada una de cuyas islas trabaja un
investigador ultraespecia-lizado, que ignora todo el resto. Peor aún: el celo profesional lleva a penalizar
al investigador que se atreva a opinar sobre campos ajenos, aún en el caso de que llegue a tener razón.
El caso paradigmático es el del físico Erwin Schödinger, que en 1943 tuvo la osadía de preguntarse qué
es la vida (...¡e hizo una propuesta brillante!) y a quien aun hoy no todos los biólogos perdonan. Pero, a
menos que se encuentre la manera de estimular a los investigadores y científicos a que divulguen entre
sí y hacia el resto de la sociedad, la misma visión científica de la realidad está en peligro.
Uno de los mensajes de este libro es que para tratar de desarrollar nuestra ciencia, junto con los
hechos de la naturaleza, debemos divulgar su historia, su sociología y su naturaleza. De lo contrario,
cuando una persona que no consigue trabajo y vive en un poblado que carece de agua, ve una película
sobre los esfuerzos por salvar de la extinción al águila real del oeste de Estados Unidos, o sobre los
sistemas de irrigación que tenían los romanos, no podrá evitar el convencimiento de que la ciencia es
cosa de ricos, y no un medio para superar la ignorancia y la miseria; la sentirá ajena.
Debemos adaptar nuestra divulgación para que el filósofo, el historiador, el funcionario, el
empresario y el legislador entiendan a los investigadores de su país, y comprendan que si bien la
investigación depende preponderantemente de los investigadores, la ciencia depende crucialmente de
ellos mismos. El día en que a cada uno de los actores le quede claro cuál es su inserción en este sistema
complejo, comenzaremos a desarrollar por fin nuestra ciencia. Gutenberg fue el primer divulgador,
porque la imprenta ayudó a combatir el analfabetismo; nosotros debemos divulgar para combatir el
analfabetismo científico latinoamericano y dar ese paso crucial de la investigación a la ciencia. Por
suerte México está generando una comunidad que no sólo divulga, sino que analiza y medita sobre la
divulgación (Estrada et al., 1997; Gómez Vázquez, 1993, 1997; Flores, 1997; Chimal, 1996; González
de Alba, 1996-1997; Lazcano Araujo, 1995).
Es obvio entonces que los países del primer mundo destinan más dinero a la ciencia que los del
tercero (véase gráfica 1). También la cantidad de investigadores por cada 10 mil habitantes que tiene
México es comparativamente baja.
Pero por suerte el número de investigadores mexicanos va en aumento. Veamos cómo se refleja
este incremento en la categoría más alta del Sistema Nacional de Investigadores (SNl) (véase gráfica
2).
Esta concentración de investigadores en la capital mexicana se debe a que su trabajo depende
mucho del apoyo, la infraestructura, la cercanía de proveedores y servicios de mantenimiento de
bibliotecas, que en provincia son más escasos y más expuestos a fluctuar a veces por caprichos,
veleidades y cambios de mandatarios y de directivos estatales y universitarios.
¿Qué edad tienen los investigadores mexicanos? (véase gráfica 3)
Como vemos, por alguna razón (desencanto, imposibilidad de seguir manteniendo a su familia
con el sueldo de investigador, emigración, acceso a funciones administrativas), los jóvenes van
desertando y los investigadores maduros y activos son comparativamente escasos.
Por todos esos factores, la producción científica, medida por el número de artículos que
publican anualmente los mexicanos, es también escasa (véase el cuadro siguiente).
Para producir las cosas y servicios que México necesita, debe pagar patentes a quienes las han
inventado. ¿Quiénes requieren en México de ésos aportes técnicos? ¿De dónde proceden esas patentes?