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IMAGO MUNDI / Mundos posibles No.

Copyright © Miguel Ángel Fornerín


Obras de portada: “Mesa” y “Mosquitero” (1972) de Antonio Martorell
Pliego del Portafolio Catálogo de Objetos (Carpeta: xilografía y serigrafía sobre papel de arroz, 1000.4 x 61
cm, ídem). Publicadas con permiso del autor. Archivo Legado Antonio Martorell, Universidad de Puerto
Rico en Cayey.

Prohibida la reproducción total


o parcial de esta obra, sin la autorización del autor
o la editorial, por cualquier medio
o procedimiento informático,
de acuerdo con las sanciones
establecidas por las leyes.

Primera Edición: enero de 2009

ISBN 978-0-557-04538-9

CENTRO DE ESTUDIOS AVANZADOS


DE PUERTO RICO Y EL CARIBE
San Juan, PR
EDITORA IMAGO MUNDI
San Juan, PR / Santo Domingo, RD

Correo electrónico editoraimagomundi@gmail.com


LA GENERACIÓN DEL SETENTA Y LA HISTORIA

A los escritores del setenta, que tuvieron como maestro cercano a una figura
de transición como Luis Rafael Sánchez, les ha tocado simbolizar la vida
puertorriqueña a través de un lenguaje que recoge la experiencia urbana. Eran
niños cuando se inició la transformación del país, desde una industrialización por
invitación, desde un Estado Libre Asociado que, por fin, ponía en Puerto Rico un
gobierno propio, tan parecido a las aspiraciones que tuvieron los autonomistas
del siglo XIX. En fin, eran los nenes de Muñoz Marín. En el campo literario
tenían el péndulo de la literatura de Enrique Laguerre, que simbolizó cada
proceso histórico puertorriqueño década por década. Tenían a Luis Rafael
Sánchez y diversas experiencias en la que entran la literatura norteamericana y el
Boom de la literatura hispanoamericana. Aquilataban, además, la poesía negrista
de Luis Palés Matos y el redentorismo social que se manifestaba en la Revolución
cubana. Finalmente, habían vivido la coyuntura de la guerra de Vietnam y la
lucha por los derechos civiles de Martin Luhter King.
La generación del setenta en la literatura de Puerto Rico inició cambios
profundos en la búsqueda de representar la memoria histórica. Y lo ha realizado
en diferentes terrenos: el historiográfico con el nacimiento de una nueva
historiografía, como la de Fernando Picó, que ha puesto de manifiesto la
microhistoria, la relación de los jornaleros con sus amos en el siglo XIX y la
historia de pequeñas comunidades como Caimito; también aparecen las historias
de las haciendas cafetaleras, y nuevas valoraciones de la historia general, en la
que se trabaja la relación con el poder de los grupos subalternos, como los negros
y las mujeres trabajadoras. Por otra parte, está la simbolización y el rescate de los
espacios de la memoria, que habían sido olvidados o poco estudiados: El Grito
de Lares, la historia del nacionalismo y Pedro Albizu Campos, la relación de
Puerto Rico con el Caribe, la historia de la emigración a Nueva York, la lucha
racial, las construcciones excluyentes de los relatos identitarios; así como la
formación de nuevos maestros de historia de Puerto Rico y el Caribe. En este
último esfuerzo debemos situar las obras de ficción y las crónicas literarias que,
más que relatar el pasado histórico de la memoria, han buscado explicar la
condición colonial en que vive Puerto Rico desde su descubrimiento, y la lucha
de esa isla por constituirse en una nación o una identidad cultural y política.
Es bueno anotar que la ausencia de una nación soberana, o la existencia de
una soberanía mediatizada, ha contribuido a que los escritores puertorriqueños,
que buscan fortalecer el relato nacional, hayan construido la República en la
república de las letras, ambas metáforas intercambiables han producido un efecto
de lectura canónica en la que la literatura se convierte en representación de un
deseo. Es decir, las peripecias que han llevado el pueblo por constituirse en
ciudadanos de una nación, a semejanza de las naciones iberoamericanas, han
ocupado el terreno de la representación simbólica, como afirma Juan G. Gelpí,
Literatura y paternalismo en Puerto Rico.1
Postulamos que los narradores del setenta son deudores de las generación
del cincuenta, René Marqués, Pedro Juan Soto, Díaz Valcárcel y, sobre todo, José
Luis González, quien es la figura que más influyó en ellos. Esto de tal manera,
porque ha puesto sobre el tapete los temas y discusiones principales de la
puertorriqueñidad que la generación ha hecho parte de sus simbolizaciones,
como la revaloración del pasado con la crítica sociológica y literaria, el problema
del nacionalismo, la negritud, la caribeñidad de los puertorriqueños, las
transformaciones desarrollistas y la emigración a Nueva York, entre otros.
Uno de los escritores más sobresaliente de este grupo, Edgardo Rodríguez
Juliá, publicó La renuncia del héroe Baltasar (1974), una creación mito-histórica en
la que plantea el problema del ser, de la epicidad del puertorriqueño, desde una
re-mitificación de la Historia. Anteriormente, Tomás López Ramírez publicó su
colección de cuentos Cordial magia enemiga (1971), en la que ya aparecen varias
tendencias de la generación, el tema del pasado histórico, la influencia del Boom
latinoamericano, lo fantástico y la extensión de la cultura puertorriqueña a
Nueva York. Luego en su novela Juego de las revelaciones (1976), lo fantástico se
une a una indagación de la historia del nacionalismo.
Magali García Ramis, cuentista, cronista y novelista, de forma temprana
plantea un de los temas capitales de la generación: la familia y la nación, en La
familia de todos nosotros (1976), en Felices días, tío Sergio (1987) y en Las horas del Sur
(2005), obra que abordamos aquí como el intento de realizar una arqueología de
la familia.
Trabajamos también a Luis López Nieves, un connotado miembro de la
generación que ha sido muy conocido por su cuento Seva (1984) en el que realiza
una tergiversación de la historia, como ha planteado Stelle Irizarry.2 Dejamos de
lado Seva y nos fijamos en La verdadera muerte de Ponce de León (2000), conjunto de
cuentos en los que López Nieves revalora la historia del siglo XVI.
De Ana Lydia Vega tomamos las crónicas y los relatos sobre la caribeñidad,
desde su sentido carnavalesco y de choteo, en Falsas crónicas del sur (1991) y
Encancaranublado y otros cuentos de naufragio (1983). Vega escribe ficciones que tienen
1
Gelpí, Juan G. Literatura y paternalismo en Puerto Rico. San Juan: Editorial de la Universidad
de Puerto Rico, 1993.
2
Véase Irizarry, Estelle. El arte de la tergiversación en Luis López Nieves. Nuevos cuentos y novelas. San
Juan: Terranova, 2006.
relación con la historia. Pienso que, de alguna manera, la escritura historicista de
Vega coincide con el llamado que hiciera José Luis González de buscar lo
caribeño en la sociedad puertorriqueña y devolver a Puerto Rico al escenario
cultural del Caribe.
En El país de cuatro pisos y otros ensayos (1980), José Luis González demandó
que Puerto Rico fuera integrado al mundo caribeño. También las declaraciones
de la autora sobre la relación de su generación con la historia, avalada por
separado por Arcadio Díaz Quiñones, muestran el deseo generacional de realizar
una nueva revaloración del pasado puertorriqueño.
El discurso historicista de Ana Lydia Vega postula una historia que busca en el
relato la verdad y fija en la letra la historia oral. Vega trabaja los escenarios de la
memoria colectiva construidos por la historia canónica. Su narrativa cambia esa
historia porque la representa en una nueva lectura, en una nueva escritura. Vista de
esta forma, la historia retorna al relato y desestabiliza, en cierto sentido, la
historiografía.
Predominan en este libro, el tema de la familia y la nación en las novelas Las
horas del Sur, de García Ramis, Paraje de tránsito (1999) de López Ramírez y en las
crónicas de Puertorriqueños, álbum de la sagrada familia puertorriqueña (1989) y en
Caribeños (2002), de Edgardo Rodríguez Juliá. Hemos dedicado dos ensayos a José
Luis González, como figura tutelar del grupo de los setenta. Por su importancia
dentro de la escritura del setenta reflexionamos sobre historia y crónica en La
llegada: crónica con “ficción” (1980) y en Balada de otro tiempo (1978), la relación campo
ciudad y la referencialidad histórica. De esta manera conectamos a este grupo de
creadores con su predecesor más inmediato.
Además de la familia, el tema capital o el espacio revisitado del pasado
puertorriqueño, el 98, que es el punto final del dominio español y el inicio del
estadounidense; también asoman en estas reflexiones, la historicidad de los siglos
XVI y XVIII en la cultura puertorriqueña, el Grito de Lares, la gesta nacionalista, la
caribeñidad, la identidad colectiva e individual, la construcción de un sujeto
político; en fin, los temas en los que más se detienen los estudios puertorriqueños.
Otras cuestiones que se plantean en esta obra, como las preocupaciones teóricas,
ya han sido bosquejadas al inicio de este ensayo y se retoman en el cuerpo del libro,
aplicadas a las lecturas, desde lo que llamaríamos arqueología del sentido. El apreciado
lector deberá disculpar la provisionalidad de nuestras cavilaciones y que todos los
autores de la generación del setenta no aparezcan aquí, pues esta obra deja espacio
para otras reflexiones. El tiempo lo dirá.

Caguas, Puerto Rico, 28 de noviembre de 2008


Historia
y crónica
en La llegada
de José Luis González
J
osé Luis González, además de ser el renovador del cuento puertorriqueño y una
de las figuras más importantes de la llamada generación del cincuenta en la
literatura puertorriqueña, es el ensayista que más influyó en la generación del
setenta.3 Podríamos decir que era el maestro pendulante, la figura a tener en
cuenta. Pero además, es quien mejor realiza un relevo generacional en la
interpretación de la historia y la sociedad puertorriqueña. Su libro El país de
cuatro pisos y otros ensayos (1980), como hemos dicho más arriba, marca una
continuidad en las reflexiones culturales que se han realizado en Puerto Rico
desde la década del treinta.
Sin lugar a dudas, las tesis de José Luis González son muy diferentes a las de
Antonio S. Pedreira, Emilio S. Belaval y Tomás Blanco, pero tiene con éstos la
imposición de explicarse, a través del análisis histórico, económico y
sociológico lo que ha sido el devenir del pueblo puertorriqueño. En La
llegada,4 González compone una crónica de indagación, un texto que,
partiendo de la historia, pretende explicar lo que ocurrió con el arribo de las
tropas norteamericanas. Hay que señalar, que ya Luis Hernández Aquino se
había propuesto algo similar en su novela La muerte anduvo por El Guasio
(1960), lo que demuestra que en la cultura puertorriqueña quedó como una
especie de vacío sobre los acontecimientos del 98. Parecería como si desde el
3
Dice Arcadio Díaz Quiñones: “Muy joven aún, [José Luis González] fue capaz de modernizar la
narrativa puertorriqueña, y pronto se convirtió en maestro de sus coetáneos”. Arcadio Díaz
Quiñones: Conversación con José Luis González. Segunda edición. Río Piedras: Ediciones
Huracán, 1977, pág. 9.
4
González, José Luis. La llegada (crónica con “ficción”). México: Editorial Joaquín Mortiz/
Ediciones Huracán, 1980.
mundo letrado no se hubiera dado una respuesta convincente sobre los
acontecimientos que motivaron el cambio de la soberanía española; o que
simplemente, el período en cuestión había sido “un trauma”, como una
acción que afectó la psicología del puertorriqueño y más que dar una
respuesta racional, lo que se sabe sobre él estaba dominado por una actitud
postraumática.30 …………………………………………………………………………………
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…………………………
Crónica,
tiempo y negritud
en Puertorriqueños:
Álbum de sagrada familia
puertorriqueña
a partir de 18985
de Edgardo Rodríguez Juliá

5
Rodríguez Juliá, Edgardo. Puertorriqueños: Álbum de la sagrada familia puertorriqueño a
partir de 1898. Editora Plaza Mayor, 1988.
T
ítulo. El título de esta obra, por su universalidad, pretende poner a todos los
puertorriqueños en el texto. Es así una foto de familia. Aquí están todas las poses
y los retratos. Las verdaderas y las falsas posturas. De ahí que el texto se juega la
idea de ser una mirada hacia la totalidad. La periodización define la visita a un
lugar privilegiado de la memoria. El 1898 es final y comienzo. Una frontera, un
tránsito. Es como si lo comparáramos con una conjunción adversativa, pues
termina la dominación española e inicia la estadounidense, sin que el nuevo
orden sea del todo una acción deseada. Ha sido este escenario definido como
espacio-tiempo de transferencia, de tránsito de un sistema a otro, aunque, en lo
fundamental o en lo deseado no se pudo concretar la aspiración liberal. El
estatuto colonial queda en pie. De ahí que este lugar de la memoria funcione con
el territorio de un deseo frustrado, que se hace necesario revisitar para encontrar
el origen de ese fracaso. Lo bueno de lo nuevo, el sentido estadounidense, es que
promete ser la realización de la modernidad a través de la democracia y el
comercio. Parejas, la modernidad y la modernización, que entran en el discurso.
Pero, como ha señalado Luis Rafael Sánchez, cuando llegaron los
norteamericanos el café estaba cola’o.
La foto. La foto de la portada es significativa, como debe ser cualquier foto
de portada. En el fondo, las colinas que muestran la relación complementaria
entre “altura” y “bajura”, en que la primera se nota como lejanía, como pasado;
la segunda, como presente, modernidad. Dos culturas en las que se complementa
la puertorriqueñidad, con su economía, sus asentamientos étnicos y sociales
distintos. En primer plano, el fotógrafo; he ahí al historiador. Su cámara antigua
registra el presente que es ya pasado, memoria, a veces imagen borrosa,
recuerdo, en la tarjeta postal. El pasado queda fijado en la película, el lente es el
filtro como los ojos del cronista. Al igual que la escritura, la cámara registra el
presente que se hace pasado, de ahí que deja una huella para la configuración del
historiador. Éste fija el tiempo, la fenomenología de la historia en la letra; el
fotógrafo guarda la imagen como escritura de luz. El fotógrafo que registra la
huella es un hacedor de documentos actuales que pueden ser históricos. Por eso
es cronista, su “escritura es de primer grado”, pues él no puede retratar la
historia, sólo lo que cree puede ser histórico. Plasmar la historia precisa de un
viaje al pasado que sería una configuración metafórica. El pasado no existe, sólo
es posible recuperarlo en el tiempo, en la diacronía, como un trozo de su fluir
congelado. El otro cronista, Edgardo Rodríguez Juliá, configura las improntas
dejadas en la escritura de luz, lee desde un pasado de la fotografía; de ahí que él
es cronista de la foto, que lee en el presente y es historiador del sentido de la foto
que está en el pasado como representación de las acciones humanas (mythos).
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Viaje,
memoria familiar
y crónica
en Paraje de tránsito
de Tomás López Ramírez
E
n la primera reflexión que realiza el autor como voz narrativa de la novela Paraje
de tránsito,6 se sitúa cual sujeto que piensa la historia de Puerto Rico. Su meta es
buscar el significado de la historia nacional, pero se convence de que antes de
encontrar la colectiva, debe hurgar en la historia propia, la familiar. Entonces
realiza un viaje al pasado, indagando en la memoria propia para encontrar la
memoria colectiva. Esta postura está entrañablemente ligada a las indagatorias
del pasado puertorriqueño que realiza la generación de escritores del setenta. Lo
que hace más interesante la postura de Tomás López Ramírez es que, desde el
inicio, esa voz se plantea un problema epistemológico.
Conocer la historia del país es el propósito del narrador, de ahí que la
configuración se convierte en un medio. También es significativo que la obra
presente el relato nacional de forma paralela a la historia familiar, con lo que
queda establecida, una vez más, la relación entre la familia y la nación. En la
novela aflora una mirada al pasado, cual una indagación del presente, y un cierto
paralelismo entre nación y familia, uniendo concomitantemente el metarrelato
nacional.
La temporalidad de la novela es de indudable valor porque, a la vez que
busca las improntas del pasado de su familia, nos presenta una visión del
presente de Puerto Rico; su viaje a la memoria no se queda en la pura indagación
del pasado, sino en el interés de encontrar una explicación al presente. Al buscar
el pasado en la familia mostrará la historia del Caribe, como la puertorriqueña,
dentro de la azarosa gesta de las distintas emigraciones. Es ahí donde la obra
tiene en cuenta el plan de José Luis González en El País de cuatro pisos: explicar la

6
López Ramírez, Tomás. Paraje de tránsito. San Juan: Plaza Mayor, 1997.
historia de Puerto Rico como la consecuencia de una serie de emigraciones. Aquí
López Ramírez presentará la historia propia.
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Memoria
y arqueología familiar
en Las horas del sur
de Magali García Ramis
E
n la novela Las horas del sur,7 Magali García Ramis retoma la poética del
entrecruzamiento entre la historia y la literatura, alrealizar una arqueología
familiar íntimamente ligada a los discursos históricos sobre la nación. Desde el
inicio de la obra, la narración plantea elementos históricos y antropológicos que
nos permiten situar la cultura de Puerto Rico como interrogación, mimesis y
representación.
La historia de dos mujeres que se presenta al lector en el primer capítulo,
abre un horizonte histórico en el que se indaga en la historia del siglo XIX,
mediante la búsqueda de las huellas familiares estrechamente ligada a dos
procesos históricos que son la emigración y el mestizaje. Estas últimas son
corrientes en el tiempo y en la conformación de la cultura que se dan en períodos
de larga duración y que, en el caso particular de Puerto Rico, son más extendidas
que en Hispanoamérica, por ser esta isla uno de los últimos bastiones de la
colonización española en América. Mientras en otras partes del continente, el
proceso de independencia inicia en la primera década del siglo XIX y concluye en
las siguientes décadas, en Puerto Rico y Cuba se inicia en la década del sesenta y
culmina en el último lustro de ese mismo siglo, 1898.
Como bien lo estableciera José Luis González, en El país de cuatro pisos, Puerto
Rico, al igual que Santo Domingo y Cuba, recibió distintas oleadas migratorias,
provenientes de la península, que fueron poniendo adoquines a la sociedad
puertorriqueña actual. La historia representada en esta novela nos muestra las
inmigraciones de grupos que vinieron a instalarse luego en las posesiones españolas
en América; grupos que no estaban situados en los centros de poder político,
7
García Ramis, Magali. Las horas del sur. San Juan: Ediciones Cajellón, 2005.
como ocurría con los castellanos y los andaluces. Eran los canarios, mallorquines,
gallegos, vizcaínos o vascos y asturianos, que llegaron a Puerto Rico cuando ya la
gran épica hispánica estaba en su último aire.

Vea:

http://www.lulu.com/commerce/index.php?fBuyContent=5951687

Pregúntele al autor:

http://fornerin.blogspot.com/

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