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DOCUMENTO DE TRABAJO.
“Dos hombres, conocidos en las calles de Bogotá como ‘Gancho’ o ‘Rigo’ y ‘Peligroso’,
controlaban todos los movimientos de la zona. Las autoridades mantienen en reserva sus
verdaderas identidades, pero revelaron que son del Eje Cafetero y tienen nexos con bandas
de sicarios de la zona conocida como Cuba, en Pereira, donde opera La Cordillera, un
grupo de asesinos a sueldo del narcotráfico.”
http://socioenlinea.blog.lemonde.fr/category/america-latina/
05/09/08
El caso de bala perdida que referí en la nota anterior no es algo que se le pueda imputar
exclusivamente a la actual alcadía. Por desgracia, un hecho como este es el síntoma de una
situación mucho más compleja y más antigua. En la nota quise señalar que ese esa bala
refleja el funcionamiento habitual de una parte de la sociedad, la que ajusta sus problemas a
bala (o a machete, o a botellazos, o a trompadas). La bala perdida que mató al profesor
Echeverri mató también a un bebé la semana pasada.
Sería iluso suponer que la simple prohibición del porte de armas eliminaría tajantemente
este tipo de hechos. Claro que no lo haría, al menos por dos factores de peso: el primero es
que muchas de las leyes que existen se cumplen poco en Colombia (piénsese que la
Constitución actual le dedica más de 80 artículos a los derechos humanos y civiles de los
colombianos). Por tanto, una prohibición de este estilo seguramente redundará en un
aumento del mercado negro de armas. La segunda razón se refiere a algo más profundo: los
comportamientos sociales son muy difíciles de cambiar. Modificar un comportamiento (en
este caso, el hábito de arreglar las cuentas a la manera del lejano oeste) exige tiempo y
supone trabajar las conciencias de las personas. En el caso colombiano, es prioritario
deslegimitar el uso de la violencia.
Pienso que una campaña de desarme ciudadano debería estar enfocada en este sentido. Algo
similar a lo que hizo Mockus con la entrega de pistolas. Al hombre lo criticaron porque
comparaba changones caros; es posible que así haya sucedido en ocasiones (en una
economía pobre la gente vende los cuchillos de la casa si es necesario). Pero este me parece
un costo marginal dentro de un programa de cultura ciudadana. ¿Acaso alguien ha
evaluado cuánto cuesta cambiar un hábito? Les aseguro que cuesta mucho más que
dinero. Por eso, siempre y cuando incluyan una reflexión en este sentido, apoyo las
iniciativas destinadas a prohibir el porte de armas.
Pero el problema de la violencia en Bogotá es aun más complejo. Porque además de las
prácticas violentas comunes y de las balas perdidas, hay en Bogotá -como en todas las
grandes ciudades de Colombia- balas muy bien orientadas. Como estas, que están
protegidas por camionetas y vidrios polarizados:
La gente los reconoce. Todos saben que los encargados de la “limpieza social” atraviesan
la localidad en tres camionetas con vidrios polarizados: una blanca, una negra y otra roja.
Los jóvenes los llaman “Los rayas” o “Los tiras”. Saben que liquidan a los violadores, a
los raponeros, a los marihuaneros. “Si estos jóvenes que tienen problemas están
identificados, ¿por qué no los inscriben en un proceso de resocialización? La respuesta es
simple. “Es más barato matarlos”, dice un anónimo líder de la zona.
La “limpieza social” sigue vigente en muchos barrios de Bogotá. Porque hay una distancia
entre el colombiano que saca su pistola en un momento de viva pasión (“Colombia es
pasión”) y el colombiano que organiza, planea y ejecuta su plan. En Bogotá existe también
un mundillo de profesionales de la bala, con sus escuelas, sus profesores, su sede propia:
Dos hombres, conocidos en las calles de Bogotá como ‘Gancho’ o ‘Rigo’ y ‘Peligroso’,
controlaban todos los movimientos de la zona. Las autoridades mantienen en reserva sus
verdaderas identidades, pero revelaron que son del Eje Cafetero y tienen nexos con bandas
de sicarios de la zona conocida como Cuba, en Pereira, donde opera La Cordillera, un
grupo de asesinos a sueldo del narcotráfico.
La casa tenía acondicionadas ocho caletas de droga, confirmó el mayor Fredy Güío, jefe
del grupo de estupefacientes de la Sijín. En el operativo, la Policía capturó a cuatro
personas.
Por ahora cierro la nota con la cifra de muertes violentas en Bogotá (que encontré en este
ensayo que fue premiado por el Banco Mundial). Las cifras, se supone, son esperanzadoras
(y posiblemente sí, en un registro de records centroamericano y en menor medida
suramericano). Bogotá, y sobre todo algunas de sus terrae incognita, ha de ser unas de las
capitales en paz de mayor riesgo para la vida propia en el mundo:
“Aunque durante el 2.006 se registraron los niveles delictivos más bajos en la ciudad
desde 1.998, aún se presentaron más de 1.300 homicidios comunes, más de 450 muertes en
accidentes de tránsito, más de 30.000 hurtos (a personas, residencias, establecimientos y
de vehículos), cerca de 30 secuestros y 15 casos de terrorismo”. (Fuente: Cámara de
Comercio de Bogotá, “Observatorio de Seguridad en Bogotá”, Abril de 2007).
Para seguirle la pista a este tema: ¿Dónde se encontrarán los datos de muertes violentas y
autoría presumida referida a las localidades -o mejor aún a los barrios bogotanos?
Cualquier dato en este sentido ayudará a circunscribir mejor el fenómeno. “