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LA VIDA MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Leonardo Boff

Leonardo Boff, en su libro expone de una manera sencilla, real y teológica


una visión muy evangélica y reconfortante del misterioso e inquietante “Más
allá”; inicia con un esbozo ágil acerca del principio de esperanza que tiene
su fundamento en la inspiración Escriturística, que dilucida las realidades
futuras del destino humano. Por otra parte se realza con gran valor la
realidad histórica, donde el hombre es un mundo de posibilidades que le
permiten conocer, amar y sentir dentro de un entorno determinado y
determinante.

En este mundo el hombre puede esperar, planear y manipular el futuro,


dentro de una experiencia profunda de fe, la cual le permite organizar una
serie de ideas con miras a un proceso continúo de renovación, regeneración
y perfeccionamiento consigo mismo y con Dios. El autor afirmará que donde
se tiene fe y amor hay esperanza, pero es una esperanza viva y fiel en la
resurrección, que no es otra cosa que la total y exhaustiva realización de las
posibilidades latentes en el hombre, posibilidades de unión íntima con Dios,
comunión cósmica con todos los seres, superación de todas las ataduras y
alienaciones que estigmatizan nuestra existencia terrena en el proceso de
gestación, evolución y perfeccionamiento en el amor.

Los cristianos aclamamos que Cristo es nuestra esperanza porque tenemos


plena confianza en la Parusía o segunda venida de Jesucristo, quien se hizo
hombre y murió por nuestra redención y santificación. Es por eso que la
revelación se da en la historia como acontecimiento salvífico y vivificante en
Cristo Señor Nuestro. En este sentido aparece la categoría de Reino de
Dios que se edifica en la tierra, puesto que en la mentalidad bíblica era en la
tierra y en la carne donde el hombre alababa a Dios y se alegraba con Él;

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(El Reino de Dios es la propia Iglesia en la tierra). El hombre no es solo
pasado y presente, es principalmente futuro. “Se ha cumplido el tiempo de
la espera, ya llega el Reino” (Mc 1, 14).

La espera es un tema bastante controvertido en la escatología, sobre todo


porque implica el hecho de la muerte y lo que viene después. ¿Esperamos
resucitar en cuerpo y alma o simplemente entendemos la resurrección como
un cambio de estado? La Resurrección no debe ser entendida como
reanimación de un cadáver y retorno a la vida mortal, sino como el término
final del proceso de hominización, iniciado en los oscuros orígenes de la
evolución ascendente y convergente. Ella es la realización de la utopía
humana y la afloración del hombre revelado, latente en el principio-
esperanza.

La tradición filosófica de Occidente afirma que el hombre es un compuesto


de cuerpo y alma. Pero ¿qué papel juega entonces la muerte? Por una
parte, no puede ser calificada como separación entre el alma y cuerpo,
porque no hay nada que separar. El cuerpo, en la muerte, ya no es sentido
como una barrera que nos separa de los demás, y de Dios, sino como
radical expresión de nuestra comunión con las cosas y con la globalidad del
cosmos.
Por otra parte, el hombre nace, crece, se hace adulto, madura, envejece y
muere; en este sentido, la muerte es como el nacimiento de un niño donde
el hombre llega totalmente a sí mismo. Al morir, el hombre pasa por una
crisis semejante: enflaquece, va perdiendo el aire, agoniza y es como
arrancado de este mundo.

De esta manera, Leonardo Boff asegura que la muerte es una crisis radical
donde el hombre se enfrenta a su propia realidad y toma la decisión de
acercarse o alejarse de la gracia de Dios. En la muerte el hombre es

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colocado frente a una decisión fundamental. Decisión significa “crisis-juicio-
ruptura”. En la muerte el hombre entra en la crisis más decisiva de su vida,
tiene que decidirse puesto que en un momento se ve así mismo lo que fue y
lo que no fue, por esta razón en este momento de crisis también puede
darse un momento de total conversión.

El hombre ante la muerte, se juzga a sí mismo, es decir, entra en una crisis


tan violenta que puede ser no sólo destruido moralmente, sino físicamente,
llegando incluso al suicidio o pérdida de sentido existencial. Es por esto,
que la hora de la muerte no es una decisión inicial sino una decisión final. El
juicio ya lo estamos viviendo aunque en forma incipiente e imperfecta,
siempre que pasamos por situaciones de crisis.

La muerte es el paso del hombre a la eternidad. El problema es que se


confunde el orden del tiempo con el de la eternidad, como si la eternidad
fuera un tiempo más perfeccionado con materia espacio-temporal; de esta
manera la muerte significaría exactamente la total entrega y despojamiento
del hombre. En ese perderse está el salvarse.

¿Qué sucede con el hombre cuando llega el final de su vida y debe entra en
lo perfecto y santo, siendo pecador e imperfecto? Con Dios nadie convive si
no es totalmente de Dios. Aquí es donde reside el lugar teológico del
purgatorio. El purgatorio es ese proceso doloroso, como todos los procesos
de ascensión y educación, en el cuál el hombre, en la muerte, actualiza
todas sus posibilidades, se purifica de todas las arrugas que la alienación
pecaminosa fue dejando en la vida, por la historia del pecado y de sus
consecuencias (aún después de su perdón).

En este sentido tiene sentido la afirmación del P. Congar quien asegura que
el purgatorio es una antesala del cielo. De la misma manera Santa Catalina

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de Génova afirma que no hay otra felicidad que se pueda comparar con la
de las almas del purgatorio. Este estado debería ser más ansiado que
temido.
Reflexionado de manera teológica el purgatorio sería el proceso de
maduración cabal a que el hombre debe llegar para poder participar de Dios
y de Jesucristo. Puesto que purgatorio es una situación humana, es decir,
no es un lugar hacia el cual vamos. En este sentido, si el purgatorio es el
término de un largo proceso de maduración y crecimiento purificador, se
inicia ya en la tierra. Si el hombre hace todo esto y no se desespera, habrá
pasado por la escuela de Dios y por su clínica.

Cuando se nos habla de la absoluta realización humana, Boff se refiere al


cielo como lugar de encuentro consigo mismo y con los otros. La palabra
cielo simboliza la absoluta realización del hombre como satisfacción plena
de su sed de infinito. El cielo no es la parte invisible del mundo, está
sucediendo aquí en la tierra, y por tanto realiza al hombre en todas sus
dimensiones: la dimensión de cara al mundo como presencia e intimidad
fraternal con todas las cosas, la dimensión hacia el otro, como comunión y
perfecta fraternización y sobre todo la dimensión hacia Dios, como unión
filial y entrada definitiva de un postrer encuentro de amor.

Si el cielo es profundamente humano, es la total realización de las


posibilidades de ver, no la superficie de las cosas, sino su corazón. Por eso
cuanto alguien es mas diferente del otro, tanto más es enriquecido por él.
Por esta razón el cielo ser un radical encuentro, que significa la capacidad
de ser-en-los-otros, sin perder la propia identidad.

Jesucristo resucitado nos deja una idea de cielo: en él todo trasluce y


reluce; nada de lo que es humano es dejado, sino asumido y plenificado: su

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cuerpo, sus palabras, su presencia, su capacidad de comunicación. El cielo
es la potencialización de aquello que ya en la tierra experimentamos.

Cuando se menciona el infierno se afirma que es la total frustración


humana, puesto que el hombre posee una dignidad absoluta de poder
oponerse a Dios y decirle no. En este sentido Paúl Claudel afirma que el
infierno no viene de Dios, viene de un obstáculo puesto a Dios por el
pecador. Es así como el Infierno se convierte en un estado del hombre, que
se identifica con su situación egoísta, que se petrifica en su decisión de
pensar sólo en sí y en sus cosas y no en los otros y en Dios.

El futuro del hombre consiste en poder revelar a Dios en forma perfecta y


transparente. El hombre es llamado a ser asumido por Dios de tal forma que
a semejanza de Jesucristo, Dios hombre, Dios sea todo en todas las cosas
y forme con el hombre una unidad inconfundible, inmutable, indivisible e
inseparable. En este sentido el cosmos está consagrado a participar en esta
divinización y Cristificación. En este sentido, Dios fuente infinita y sin origen,
conoce una historia y un proceso llamado trinitario. Dios Padre se expresa y
se revela totalmente y se llama entonces Hijo. Padre e Hijo se comunican
mutuamente y juntos se expresan en el Espíritu Santo.

Los mismos apóstoles le preguntan de manera directa a Jesús por el día en


que acontecerá el fin de los tiempos. Cristo por su parte da a entender a sus
apóstoles que él mismo desconoce el momento en que irrumpirá el fin; por
otra parte, no deja dudar de que sea en breve, en tiempo de sus
contemporáneos. “En cuanto a ese día a esa hora, nadie la conoce, ni los
Ángeles de Dios, ni el Hijo, sino el Padre”. En este sentido, en Mc 9,1 Cristo
afirma: “En verdad os digo que hay algunos aquí presentes que no probarán
la muerte antes de ver venir con poder el reino de Dios”.

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Por último el autor nos aclara y precisa la diferencia que existe entre
escatología y Apocalíptica. Por un lado asegura que La escatología habla
del presente en función del futuro; aquí se experimenta el bien, la gracia, en
forma imperfecta. Por otra parte, afirma que la apocalíptica habla partiendo
del futuro en función del presente. Es un género literario como nuestras
novelas futuristas. La apocalíptica nos representa en forma fantástica el
futuro: lo describe con pinceladas fuertes para consolar a los fieles en el
presente o para comunicarles una verdad escatológica, como el cielo o el
infierno o el juicio o el purgatorio, revestido de un ropaje impresionante, para
llevar a la conversión o a la seriedad de la vida.

En el N.T. las verdades escatológicas (muerte, juicio, venida de Cristo,


resurrección de los muertos, etc.), son descritas mediante el género
apocalíptico. Es propio del género apocalíptico, describir el futuro y los
acontecimientos salvíficos en términos de catástrofes cósmicas, de guerras,
luchas reñidas entre monstruos, en un pomposo lenguaje esotérico.

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