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El Estado y las
Escrituras
Un enfoque bíblico sobre gobierno y
política
Armando H. Toledo
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Sobre la base de esta doctrina, la Iglesia Católica afirmó durante la Edad Media que
tenía derecho a coronar emperadores y monarcas con el fin de legitimar su autoridad,
perpetuando de esta manera el antiguo mito de la “realeza sagrada”.
Es menester en este momento aclarar que no se debe confundir esta concepción con la
teoría del “derecho divino de los reyes a gobernar”—esta fue una elaboración posterior que
pretendió liberar a los jefes políticos de la sumisión al papado. La teoría del derecho divino de
los reyes sostenía que los soberanos recibían la autoridad para gobernar al pueblo
directamente de Dios y no por mediación del sumo pontífice. La misma ueva Enciclopedia
del Catolicismo comenta que…
Con el paso de los años, los filósofos de la política propusieron otros mecanismos
teóricos que respaldaran la autoridad política de unos hombres sobre otros. Uno de ellos fue el
concepto de la “soberanía popular”. Actualmente, en virtualmente todas las instituciones de
educación media superior y superior se encuentra muy generalizada la creencia de que la idea
surgió en la antigua Grecia. Sin embargo, la antigua democracia helena estaba vigente tan
solo en unas pocas ciudades-estado, y aun en ellas solo votaban los varones que habían
alcanzado la ciudadanía. Las mujeres, los esclavos y los extranjeros ―cuyo número, según
cálculos, pudo oscilar entre la mitad y las cuatro quintas partes de la población― quedaban
excluidos. ¿No les parece ésta una soberanía muy poco popular?
La doctrina de la soberanía popular, por consiguiente, pasó a ser un arma que podía
utilizar el papa para encauzar las decisiones de los soberanos y, si era preciso, lograr que los
depusieran. En épocas más recientes, hemos sido testigos de cómo esta doctrina ―que está
muy lejos de estar muerta― ha permitido a la jerarquía católica influir poderosamente en los
votantes miembros de sus filas que viven en democracias representativas. ¿Se han preguntado
en qué medida la ascensión al poder ejecutivo mexicano de un presidente declaradamente
católico ha sido resultado del ejercicio del poder de la Iglesia católica sobre las conciencias de
los ciudadanos?
Hemos visto que el mito de la “realeza sagrada”, que impulsaron los primeros papas,
se volvió contra el papado al transformarse en el concepto del “derecho divino de los reyes”.
De igual modo, la teoría de la soberanía popular tuvo un resultado contraproducente para la
Iglesia Católica. Durante los siglos XVII Y XVIII, los filósofos laicos, como los ingleses
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Thomas Hobbes (1588-1679) y John Locke (1632-1704) y el francés Jean-Jacques Rousseau
(1712-1778), analizaron la idea de la soberanía popular. Elaboraron varias versiones de la
teoría del “contrato social” entre los gobernantes y los gobernados. Sus principios, que no se
basaron en la teología, sino en las doctrinas humanistas de la Ilustración y el “derecho
natural”, culminaron en ideas que perjudicaban gravemente a la Iglesia Católica y al mismo
papado.
Porque bajo el sistema que había defendido Rousseau, todos los ciudadanos tendrían la
misma capacidad de decisión en la elección de los gobernantes. Esta teoría habría llevado a
una democracia basada en el sufragio universal, un resultado que no contaba con el
beneplácito de los dirigentes de la Revolución francesa. El anteriormente mencionado
profesor Duverger explica:
La autoridad está vinculada, en última instancia, al poder de crear. El Ser Supremo que
originó toda la creación, tanto animada como inanimada, es el Señor Dios. Él es, sin lugar a
dudas, la Autoridad Suprema en todo el universo. Eso significamos cuando declaramos que
Dios es “soberano”. Los cristianos somos del mismo sentir que esos seres celestiales, que
declaran: “Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú
creaste todas las cosas; por tu voluntad existen y fueron creadas”. (Apocalipsis 4:11)
EI apóstol Pablo escribió a los cristianos que estaban bajo el poder de Roma: “Todos
deben someterse a las autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya
dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él”. (Romanos 13:1) ¿Qué quiso
decir Jesús cuando afirmó que la autoridad de Pilato le había sido concedida “de arriba”? ¿Y
en qué sentido consideró Pablo que las autoridades políticas de su día estaban colocadas en
sus posiciones por Dios? ¿Quisieron decir que Dios mismo es responsable del nombramiento
de cada gobernante político de este mundo?
¿Cómo podría ser este el caso, dado que Jesús mismo llamó a Satanás “el príncipe de
este mundo” , el apóstol Juan dijo que “el mundo entero está bajo el control del maligno” y a
quien el apóstol Pablo denominó “el dios de este mundo”? (Juan 12:31; 16:11; 2 Corintios
4:4) Además, cuando Satanás tentó a Jesús, le ofreció la “autoridad” sobre “todos estos reinos
y todo su esplendor”, y afirmó: “A mí me ha sido entregada, y puedo dársela a quien yo
quiera”. Jesús, por supuesto, rechazó su oferta, pero no negó que tal autoridad fuera de
Satanás y que éste pudiera traspasarla. (Lucas 4:5-8)
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El Creador entregó el gobierno de este mundo a Satanás al permitirle vivir después de
su rebelión y tras haber tentado a Adán y Eva, haciendo que se rebelaran contra Su soberanía.
(Génesis 3:1-6; compárese con Éxodo 9:15,16) De modo que las palabras de Jesús y de Pablo
tienen que significar que, una vez que la primera pareja humana rechazó en Edén el gobierno
de Dios, el Señor Dios permitió que los seres humanos alejados de él crearan estructuras de
poder que les permitieran vivir en una sociedad ordenada. En ocasiones, a fin de cumplir su
propósito, el Señor y Dios ha hecho que ciertos soberanos o gobiernos sean derrocados
(Daniel 2:19-21), mientras que ha permitido que otros permanezcan en el poder. Con respecto
a los gobernantes cuya existencia el Señor tolera, puede decirse que “fueron establecidas por
él”.
Los primeros cristianos no se unieron a las sectas judías que conspiraron y pelearon
contra los romanos, que ocupaban Israel. Mientras la autoridad romana, con su sistema legal
codificado, mantuviera el orden en tierra y mar; construyera muchos acueductos, caminos y
puentes útiles, y, por lo general, obrara a favor del bienestar colectivo, los cristianos la
considerarían ‘al servicio de Dios para el bien de ellos’. (Romanos 13:3, 4) El orden público
creaba un ambiente propicio para que los cristianos predicaran las buenas nuevas por todas
partes, como mandó el Señor Jesús. (Mateo 28:18-20) Con una conciencia tranquila, podían
pagar los impuestos exigidos por los romanos, aunque parte del dinero se utilizara para
propósitos que Dios desaprobaba. (Romanos 13:5-7) Bajo el tema “Iglesia y Estado”, la
Enciclopedia de la Religión afirma: “Durante los primeros tres siglos d. C., la Iglesia cristiana
se mantuvo muy apartada de los círculos oficiales romanos. No obstante, los líderes cristianos
[...] enseñaban la obediencia a la legislación romana y la lealtad al emperador dentro de los
límites fijados por la fe cristiana”. (Énfasis mío)
Una lectura cuidadosa de los primeros siete versículos del capítulo 13 de Romanos
revela que las “autoridades públicas” eran el “ministro de Dios” para alabar a los hacedores
del bien y castigar a los practicantes del mal. El contexto demuestra que es Dios quien
determina lo que es bueno y lo que es malo, no las autoridades superiores. Por ello, si el
emperador romano o cualquier otra autoridad política exigían cosas prohibidas por Dios o, a
la inversa, prohibían cosas que Dios exigía, ya no actuaba como Su ministro. ¿Recuerdan que
Jesús dijo: “Denle al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”? (Mateo 22:21)
Pero con esto quiso decir también que si el Estado romano reclamaba cosas que pertenecían a
Dios, como la adoración o la vida misma de la persona, los verdaderos cristianos tenían que
seguir el consejo apostólico: “¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres!”.
(Hechos 5:29) Si alguien pedía honra se le daba; pero con el tiempo, como hemos dicho, esos
mismos gobernantes exigieron que se les adorara, pero hasta ahí llegaron los primeros
cristianos. Por ejemplo, se cuenta que durante su juicio ante un procurador romano, en el siglo
II, Policarpo contestó: “Soy cristiano [y los cristianos] hemos aprendido a dar a los jefes y
autoridades establecidos por Dios el honor que les compete”. Sin embargo, Policarpo prefirió
morir antes que adorar al emperador. Teófilo de Antioquia apologista del s. II, escribió: “Más
bien honraría yo al emperador, si bien no adorándole, sino rogando por él. Adorar, solo al
Dios real y solo verdaderamente Dios”.
Todo esto muestra que aunque las autoridades superiores del poder político obran en
algunos aspectos como “la institución de Dios” para mantener una sociedad humana
ordenada, siguen formando parte del sistema mundano del que Satanás es dios (1 Juan 5:19).
Pertenecen a la organización política mundanal que en breve habrá de desaparecer. Es lógico,
pues, que la sumisión cristiana a las autoridades civiles es relativa, no absoluta (Compárese
con Daniel 3:16-18).
Las relaciones entre la Iglesia primitiva y el Gobierno siguieron siendo de esta manera
durante las primeras décadas. Pero con el paso del tiempo, la postura ejemplar de los
cristianos del primer siglo se fue debilitando paulatinamente. Comenzaron a surgir aquellos
oportunistas que transigieron con el mundo romano adoptando costumbres y filosofías y
aceptando incluso prestar servicio civil y hasta militar. Al respecto, el sociólogo y teólogo
Ernst Troeltsch escribió:
“La situación se agravó a partir del siglo III con un creciente número de
cristianos en las clases altas de la sociedad y en las profesiones de mayor
prestigio, en el ejército y en los círculos oficiales. Varios pasajes de los
escritos cristianos [extrabíblicos, por supuesto] contienen indignadas
protestas contra la participación en tales asuntos; por otro lado, hallamos
también intentos de transigir, argumentos destinados a acallar las
conciencias intranquilas [...]. Tales dificultades desaparecieron en tiempos
de Constantino; cesó la fricción entre cristianos y paganos, y todos los
cargos del Estado se abrieron para aquellos.”
Como dijimos arriba, hacia fines del siglo IV, esta modalidad de cristianismo
adulterado y acomodaticio vino a convertirse en la religión oficial del Imperio romano. Pero
de hecho, todas las formas de cristianismo denominacional, de una u otra forma han
transigido con las autoridades civiles para obtener beneficios y ventajas o hasta han
promovido la carrera política por el poder, ‘enredándose en cuestiones civiles’, tal como
Pablo aconsejó que no sucediera. (2ª Timoteo 2:4) Recordemos que la Iglesia está para
rescatar a la gente del mundo, no para meterla al mundo, y que una cosa es ‘dar al César las
cosas que son del César’, y otra muy diferente es querer ser el Cesar.
Ahora bien, todo lo dicho anteriormente no significa que los cristianos debamos
adoptar una actitud insolente y desafiante para con las autoridades políticas. Es cierto que
muchos de estos hombres no son dignos de ser respetados ni en su vida privada ni en la
pública (de hecho, a menudo, ni ellos se respetan a si mismos ni a sus familias). No obstante,
los apóstoles nos mostraron por su ejemplo y su consejo que se debe respetar a los hombres
que tienen la autoridad. Cuando Pablo compareció ante el incestuoso rey Herodes Agripa II,
le habló con el respeto que merecía (Hechos 26:2, 3, 25).
Pablo incluso dijo que es apropiado mencionar a las autoridades mundanas en nuestras
oraciones, sobre todo cuando se les pide que tomen decisiones que influyen en nuestra vida y
actividades cristianas. Él escribió:
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“Recomiendo, ante todo, que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y
acciones de gracias por todos, especialmente por los gobernantes y por
todas las autoridades, para que tengamos paz y tranquilidad y llevemos una
vida piadosa y digna. Esto es bueno y agradable a Dios nuestro Salvador,
pues él quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad”.
(1ª Timoteo 2:1-4)
Hasta durante el período de gobierno imperial de Nerón, el apóstol Pedro escribió a los
cristianos que se habían esparcido a lo largo del territorio imperial:
“Sométanse por causa del Señor a toda autoridad humana ya sea al rey
como suprema autoridad, o a los gobernadores que él envía para castigar a
los que hacen el mal y reconocer a los que hacen el bien.
“Porque ésta es la voluntad de Dios: que, practicando el bien, hagan callar
la ignorante de los insensatos. Eso es actuar como personas libres que no
se valen de su libertad para disimular la maldad, sino que viven como
siervos de Dios. Den a todos el debido respeto: amen a los hermanos,
teman a Dios, respeten al rey”.
(1ª Pedro 2:13-17)
¿No les parece un consejo muy equilibrado? Como siervos de Dios, le debemos
sumisión absoluta a Él, mientras que a las autoridades políticas, que él ha permitido que
existan para castigar a los malhechores, les rendimos respeto y una sumisión relativa.