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SALVACION
Novena Parte: ¿Quién mato a Cristo?
Ap 5:6-12
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Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los
ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete
ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra.
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Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono.
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Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos
se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso,
que son las oraciones de los santos;
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y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus
sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo
linaje y lengua y pueblo y nación;
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y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.
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Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y
de los ancianos; y su número era millones de millones,
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que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las
riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.
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Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el
mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al
Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
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Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron
sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos
Nuestro estudio de hoy es tomado de la teología de Lewis Sperry Chafer, para comenzar
el tema de la:
Hemos dividido el tema general de los sufrimientos y muerte de Cristo en dos partes: (a)
Sus sufrimientos en vida, Y (b) Sus sufrimientos en la muerte.
Como ya hemos indicado, la Escritura señala una responsabilidad tanto divina como
humana por la muerte de Cristo, aunque no en compañía, puesto que cada una tiene
completa explicación en su propia esfera.
Aquí, de nuevo, el Espíritu Santo nos preserva la importantísima verdad de que estos
individuos y grupos estaban haciendo precisamente cuanto la mano y el consejo de
Jehová habían determinado. El quinto personaje responsable es Satanás, aunque bien
pudo estar ayudado por innumerables cohortes de espíritus malignos. En el gran
protoevangelio de Génesis 3:14-15 “Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto
hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo;
sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad
entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y
tú le herirás en el calcañar. ”, en este texto se nos dice no sólo que Cristo heriría a la
serpiente en la cabeza, sino también que la serpiente heriría a Cristo en el calcañar, lo
cual implica que Satanás hizo cuanto pudo para ejercitar su poder, ya directamente, ya
indirectamente mediante agentes humanos, contra el Salvador.
Sobre Gn 3:14-15 Mathew Henry comenta: “Dios dicta sentencia; y comienza donde
empezó el pecado, con la serpiente. Los instrumentos del diablo deben compartir los
castigos del diablo. Bajo el disfraz de la serpiente el diablo es sentenciado a ser
degradado y maldecido por Dios; detestado y aborrecido por toda la humanidad:
también a ser destruido y arruinado al final por el gran Redentor, cosa significada por el
aplastamiento de su cabeza. Se declara la guerra entre la Simiente de la mujer y la
simiente de la serpiente. El fruto de esta enemistad es que haya una guerra continua
entre la gracia y la corrupción en los corazones del pueblo de Dios. Satanás, por medio
de sus corrupciones los abofetea, los zarandea y procura devorarlos. El cielo y el
infierno nunca pueden ser reconciliados, tampoco la luz y las tinieblas; y mucho menos
Satanás y un alma santificada. Además, hay una lucha continua entre los malos y los
santos de este mundo. Se hace una promesa bondadosa sobre Cristo, como el libertador
del hombre bajo el poder de Satanás. Esta era la aurora del día del evangelio tan pronto
como fue hecha la herida se proveyó y reveló el remedio. Esta bondadosa revelación de
un Salvador llegó sin que la pidieran ni la buscaran.
que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el
temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”
Los que hemos sido apartados para el servicio de Dios, limpiados y santificados
por Jesucristo ahora tenemos el mismo Padre que Él tiene, de modo que nos ha
hecho sus hermanos. Varios salmos anuncian a Cristo y su obra. Aquí el autor a los
Hebreos cita una parte del Salmo 22, un salmo mesiánico.
Hebreos 2:11-14 nos enseña que debido a Dios ha adoptado a todos los creyentes
como sus hijos, Jesucristo los llama hermanos. Jesucristo tenía que ser humano
(«carne y sangre») para que pudiera morir y resucitar a fin de destruir el poder del
diablo sobre la muerte (Romanos 6.5–11). Solo entonces Cristo podría librar a
quienes tenían un constante temor por la muerte a fin de que vivieran para Él.
Cuando somos de Dios, no tenemos por qué temer a la muerte, porque sabemos que
esa es la única puerta de entrada a la vida eterna, conforme enseña (1 Corintios 15).
La muerte y resurrección de Cristo nos libra del temor a la muerte porque esta ha
sido derrotada. Toda persona morirá; pero la muerte no es el destino final, sino la
puerta de entrada a una nueva vida. Todos los que temen la muerte deben tener la
oportunidad de conocer la esperanza que nos brinda la victoria de Cristo. ¿Cómo
puede anunciar esa verdad a los que están cerca de usted?
2. Los sufrimientos de Cristo y su muerte; señalados en que Satanás heriría su
calcañar, esto es, su naturaleza humana. Los sufrimientos de Cristo continúan en los
sufrimientos de los santos por su nombre. El diablo los tienta, los persigue y los
mata; y así, hiere el calcañar de Cristo, que es afligido en las aflicciones de los
santos. Pero mientras el calcañar es herido en la tierra, la Cabeza está en el cielo.
3. La victoria de Cristo sobre Satanás. Cristo frustró las tentaciones de Satanás,
rescató almas de sus manos. Por su muerte asestó un golpe fatal al reino del diablo,
una herida incurable en la cabeza de esta serpiente. A medida que el evangelio gana
terreno, Satanás cae.”
Hay muchos textos sagrados que revelan el libramiento de una tremenda lucha entre
Cristo y los poderes de las tinieblas, pues está escrito:
"Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado
fuera" en (Jn12:3l);
"No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él
nada tiene en mí" (Jn14:30);
"Y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado" dice
(Jn16:11);
"Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria,
quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a
las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz" dice
(Co1 2:14-15).
Las tres restantes personas a quienes se atribuye alguna responsabilidad por la muerte
de Cristo son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La voluntariedad con que el Hijo se puso en las manos del Padre es la respuesta a la
objeción de que es inmoral por parte de Dios el ofrecer a Su Hijo. Tal acto por parte de
Dios, lo admitimos de buen grado, puede llegar a ser o el crimen más terrible o la más
gloriosa consumación de la gracia divina; todo depende de un solo punto:
Ahora bien, que El estaba de acuerdo nos lo aseguran los textos citados más arriba, los
cuales indican que Se ofreció a Sí mismo, así como los demás pasajes en que le vemos
sometido a la voluntad de Su Padre, especialmente en He 10:7: "Entonces dije: He aquí
que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de
mí."
Escuela Bíblica de la Iglesia Evangélica Central
Salvación Parte 9 ¿Quién mato a Cristo?
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La acción del Espíritu Santo en los sufrimientos Y en la muerte de Cristo se nos revela
particularmente en un pasaje: "¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el
Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias
de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? " leemos en (He 9:14).
Revisemos ahora la tercera verdad importante con respecto a los sufrimientos de Cristo
en su muerte que es:
Isaías habla acerca de cómo Israel se apartó del camino de Dios y lo compara a una
oveja errante. Con todo, Dios enviaría al Mesías para hacerla volver al redil. Nosotros
tenemos la oportunidad de mirar al pasado para ver y conocer la identidad del Mesías
prometido, quien vino y murió por nuestros pecados. Pero si vemos todo lo que Jesús
hizo y lo seguimos rechazando, cometemos un pecado más grande que los israelitas de
la antigüedad, quienes no pudieron ver lo que nosotros vemos. ¿Le ha entregado su vida
a Jesucristo, el «buen pastor» (Juan 10.11–16) o sigue pareciéndose a la oveja errante?
Aunque Poncio Pilato hubiera podido experimentar una compasión sobrehumana por
las almas perdidas, y hubiera crucificado al Salvador con esa mira, no hubiera podido
hacer más que clavarlo en la cruz. Sólo Dios pudo proveer un portador de pecado, y
sólo Dios pudo imputar el pecado a Aquel que El había provisto.
La cuarta verdad importante con respecto a los sufrimientos de Cristo en su muerte es:
cuanto corresponden al Padre, con el mismo valor en cuanto corresponde a los que son
salvos a tal costo.
Ningún ser humano puede hacer una computación exacta de dichos valores, pues
ningún hombre podría jamás tasar cabalmente lo que supone el hecho de que uno que
se salva no perezca, sino que posea actualmente la vida eterna, que esté unido a Cristo
para participar en Su paz y en Su gloria, y que haya de llegar a ser, cuando vea a su
Salvador, semejante a El.
Frente a esto está la verdad de que, sin tener en consideración las bendiciones que Su
amor infinito pudiera derramar sobre las criaturas de sus manos, el freno moral que el
pecado impone a Dios no podría ser quitado ni por un decreto soberano de Su
voluntad; fue necesario, a la luz de la santidad de Su carácter y de Su gobierno, que el
precio de la redención fuera requerido de las manos del ofensor, o de las manos de un
sustituto que estuviera dispuesto a morir en lugar del ofensor.
No puede concebirse una realización mayor que ésta, pero ha de tener en cuenta que su
objetivo primordial ha sido satisfacer el amor de Dios hacia el pecador. Los que crean
en El no perecerán, sino que tendrán vida eterna, mas todo esto ha sido hecho posible
por el hecho de que de tal manera amó Dios al mundo que dio a Su Hijo Unigénito. Lo
que para Dios significa la libertad para ejercitar tal amor, por obra de la muerte de
Cristo, es tan incomprensible como el mismo amor de Dios.
La quinta verdad importante con respecto a los sufrimientos de Cristo en su muerte es:
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mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de
Dios”).
1 Co 1:23-24 enseña que muchos judíos pensaron que las Buenas Nuevas de Jesús eran
tontería, porque se les había enseñado que el Mesías sería un rey conquistador, al que
acompañarían señales y milagros. Jesús no restauró el trono de David como ellos
esperaban que lo hiciera. Además, fue ejecutado como un criminal común y, ¿cómo un
criminal podría ser un salvador?
Las buenas nuevas de Jesús todavía parecen tontas para muchos. Nuestra sociedad rinde
culto al poder, a la influencia y a la riqueza. Jesús vino como un siervo pobre y humilde,
y ofrece su reino a aquellos que tienen fe, que no dependen de sus obras. Esto parece
locura para el mundo, pero Cristo es nuestro poder, el único camino para ser salvo.
Conocer a Cristo personalmente es la sabiduría más grande que uno puede tener
Con ello se afirma que el poder de Dios queda en libertad para actuar en favor de los
perdidos, y que Su sabiduría se muestra en el plan de la salvación, y todo esto mediante
la cruz de Cristo.
En cuanto a Su poder, es de notar que conforme al Salmo 8:3 que afirma: "Cuando veo
los cielos, obra de tus dedos", la creación nos es presentada como un juego de los dedos
de Dios; en cambio, cuando se dispone a salvar a los perdidos, vemos que, de acuerdo
con Isaías 53:1 -" ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? ", es el gran
brazo derecho de Jehová, símbolo de toda Su fuerza, el que aparece arremangado y
puesto en guardia.
En cuanto a Su sabiduría, se nos revela que, mediante la muerte de Su Hijo, tiene Dios
resuelto Su problema más difícil, a saber, cómo ser justo y, a la vez, justificar al impío
conforme dice (Ro 3:26 “con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de
que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”; y Ro 4:5 “mas al que
no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”).
Por otra parte, en cuanto a Su sacrificio, ninguna inmolación podría idearse tan grande
como la que indican las palabras "El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo
entregó por todos nosotros" como dice (Ro 8:32). En verdad, sería necio suponer que
está al alcance de la capacidad humana el poder, la sabiduría, o el sacrificio de Dios tal
como se revelan en la salvación de un alma.
La sexta verdad importante con respecto a los sufrimientos de Cristo en su muerte es:
Las tres Personas intervienen en la creación del Universo, pero a cada una se atribuyen
esta vasta obra por separado, implicándose que cada una obró por su cuenta y, que al
obrar así, cada una era totalmente suficiente y responsable.
Aquí se nos revela la más profunda acción conjunta y estrecha cooperación, pues el Hijo
grita: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" como hemos leído en el
(Sa1 22:1; y en Mt 27:46) y con todo, se nos asegura que el mismo Dios a quien El
clamaba, era quien, en ese preciso instante, "estaba en Cristo reconciliando consigo al
mundo" conforme lo afirma (2 CO 5:19).
Para mentes finitas, todo esto resulta paradójico, contradictorio, pero sirve para
enfatizar una vez más la verdad, más profunda aún, de que aunque hay tres Personas en
Dios, las tres poseen la misma esencia en común.
Ni el Padre ni el Espíritu Santo se han encarnado, pero la acción del Hijo siempre
estuvo de acuerdo con la voluntad del Padre, y de una manera especial en Su muerte
conforme a (Fil 2:8 “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”).
Igualmente, cuanto el Hijo llevó a cabo, fue en el poder del Espíritu, y nunca más
perfectamente que en Su muerte. Objetivamente, no sólo fue el Padre quien dio al Hijo
de acuerdo a (Jn 3:16 “16Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna”), sino que el Padre también envió al Hijo conforme a (Jn 3:17 “Porque no envió
Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por
él”), y el Padre también amó al Hijo como afirma (Jn 3:35 “El Padre ama al Hijo, y
todas las cosas ha entregado en su mano”), el Padre también es glorificado en el Hijo
como declara (Jn 14:13 “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para
que el Padre sea glorificado en el Hijo”), y el Padre glorifica al Hijo de acuerdo a (Hch
3:13 “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha
glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato,
cuando éste había resuelto ponerle en libertad”); con todo, esta verdad está en perfecto
acorde con otra más íntima realidad, a saber, que el Padre y el Hijo son uno como se
dice en los siguientes textos:
Jn 10:30 “Yo y el Padre uno somos”
Jn 14:9-11 “9Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has
conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú:
Muéstranos el Padre? 10¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras
que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él
hace las obras. 11Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera,
creedme por las mismas obras”
Jn 17:21 “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también
ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”
Así en un contexto más amplio de la revelación, que a los hombres resulta difícil
comprender, el Dios Trino es el Salvador del mundo. El hacer caso omiso de este
aspecto de la verdad ha ocasionado siempre conceptos acerca de Dios que son
injuriosos, pues cuando se asignan a una Persona algunos atributos particulares con
menoscabo de las otras dos, surge una teología que concibe al Padre como un árbitro de
la justicia, un defensor de la santidad, etc., mientras el Hijo se presenta como el
manifestador de aquel amor divino que está dispuesto a rescatar al pecador de los
castigos que el Padre exige.
Pero el Hijo no nos salva de la ira del Padre, sino de los justos juicios contra el pecado;
pues del Salvador se nos dice que en Sus manos ha sido puesto todo juicio como
confirman los siguientes textos:
Jn 5:27 “y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre”
Hch 10:42 “Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que
Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos”
Hch 17:31 “por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia,
por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los
muertos”
Tampoco es el Padre el condenador del mundo, sino que fue El quien envió a Su Hijo al
mundo para que el mundo sea salvo por El como declara (Jn 3:17 “Porque no envió
Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por
él”).
Queda en pie la verdad de que el Padre dio al Hijo, el Hijo murió, y el Espíritu aplica el
valor de esa muerte a cuantos creen.
De ambos se nos dice que fueron determinados por Dios desde la eternidad, pues de la
obra del Salvador está escrito que El es un Cordero inmolado desde la fundación del
mundo como declara (Ap 13:8), y del salvo se dice que fue escogido "en él antes de la
fundación del mundo" en (Ef 1:4).
A éstos añadiremos un tercer aspecto del designio eterno, y es, que las obras buenas de
los salvos fueron preparadas de antemano por Dios para que anduviesen en ellas
conforme a (Ef 2:10).
El tratamiento que los hombres dan a los dos primeros de estos propósitos eternos está
frecuentemente caracterizado por la confusión. El Salvador ha terminado Su obra y sólo
le resta al pecador creer y ser salvo, pues lo que Cristo ha hecho en la cruz y lo que
ahora está dispuesto a hacer por el que cree son dos aspectos de la verdad muy
diferentes entre sí.
Por una parte, hay quienes enseñan que la salvación de un alma equivale a que Cristo
muera por esa alma, mientras que, por otra parte, hay quienes encaminan a los
inconversos a rogar a Dios por su salvación.
Sin embargo, lo cierto es que los inconversos no son invitados a pedir a Cristo que
muera por ellos, y es igualmente cierto que no son invitados a que apremien al Salvador
para que les aplique la salvación, puesto que la promesa no es para los que piden, sino
para los que creen.
Ya que, mediante la muerte de Cristo, Dios está propicio, los pecadores pueden ser
salvos, y los fieles pueden ser restaurados, sin reproche ni castigo por parte de Dios, es
decir, no se descarga golpe alguno, ni se pronuncia condenación alguna.
El Salvador ha muerto; esto es lo que hay que creer, y esta creencia conduce a la
salvación del alma; pero lo que El hizo por el pecador hace dos milenios no ha de
confundirse con la salvación que es llevada a cabo ahora, cuando el pecador cree.
Hablando en pura hipótesis, el Salvador pudo haber muerto proveyendo así todo
fundamento para una salvación perfecta, sin que nadie hubiese creído, pues la cruz a
nadie obliga a creer. Es la elección soberana de Dios, que escogió antes de la fundación
del mundo los hombres que habían de salvarse, la que asegura la salvación. Al llevar a
la práctica esta elección soberana, el Espíritu Santo llama, ilumina, engendra la fe, y
aplica todo el valor de la muerte de Cristo a todo aquel que de esta manera cree.