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SALVACION
Doceava Parte: La sustitución Parte 3
He 10:5-10
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Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me
preparaste cuerpo. 6Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
7
Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo
del libro está escrito de mí. 8Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y
expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen
según la ley), 9y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad;
quita lo primero, para establecer esto último. 10En esa voluntad somos santificados
mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre
Nuestro estudio de hoy es tomado del doctor John Stott, para continuar con el
tema de la Sustitución:
¿Quién es el sustituto?
En ambos casos se los separa a Dios y a Cristo entre sí: Cristo persuade a
Dios o Dios castiga a Cristo. Lo que tienen en común estas interpretaciones es
que ambas denigran al Padre. Una lo muestra reacio a sufrir él mismo y por
eso elige como víctima a Cristo. La otra lo muestra reacio a perdonar, y es
Cristo quien lo convence a hacerla. Dios aparece en las dos alternativas como
un ogro despiadado cuya ira tiene que ser aplacada o cuya inercia tiene que
ser vencida, por medio del amoroso auto sacrificio de Jesús.
esto sugiere que murió para aplacar la ira de Dios y que ahora intercede ante él
con el fin de persuadirlo a que nos perdone.
También hay pasajes bíblicos que sugieren la posibilidad de que Dios castigó a
Jesús por nuestros pecados. Vimos que los pecados de Israel fueron
transferidos al macho cabrío, que Jehová cargó en su Siervo sufriente toda
nuestra iniquidad en (Isaías 53.6), que "Jehová quiso quebrantarlo" en (Isaías
53:10), Y que Jesús se aplicó a sí mismo la profecía de Zacarías de que Dios
"[heriría] al pastor".
También es cierto que en el Nuevo Testamento se dice que Dios envió a su Hijo
a expiar nuestros pecados en (1 Juan 4:9-10), lo entregó por nosotros, lo "puso
como propiciación" en (Romanos 3.25), condenó al pecado en su carne en
(Romanos 8.3), y "por nosotros lo hizo pecado" en (2 Corintios 5.21).
Por cierto que el Señor Jesucristo llevó sobre sí la pena de nuestros pecados.
Pero Dios estaba actuando con y en Cristo, y Cristo cumplió su parte
libremente como afirma (Hebreos 10:5-10 “Por lo cual, entrando en el mundo dice:
Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. 6Holocaustos y expiaciones
por el pecado no te agradaron. 7Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu
voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí. 8Diciendo primero: Sacrificio y
ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las
cuales cosas se ofrecen según la ley), 9y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios,
para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. 10En esa voluntad
somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para
siempre”).
Por lo tanto, no debemos decir que Dios castigó a Jesús o que Jesús persuadió
a Dios. Hacerla equivale a contraponerlos entre sí como si hubiesen actuado
en forma independiente o hubiese habido algún conflicto entre ellos. No
debemos convertir a Cristo en objeto del castigo de Dios o a Dios objeto de la
persuasión de Cristo.
Sea como fuere lo que ocurrió en la cruz en términos de 'abandono' por parte
de Dios, fue algo aceptado por ambos. Juntos actuaron por el mismo amor
santo que hizo que fuese necesaria la expiación.
El Padre no le impuso al Hijo una prueba que estaba reacio a aceptar, como
tampoco el Hijo extrajo del Padre una salvación que no estaba dispuesto a
conceder. No hay sospecha alguna en el Nuevo Testamento de desacuerdo
entre el Padre y el Hijo, "sea de parte del Hijo de arrancar del Padre un perdón
que no está dispuesto a otorgar, sea de parte del Padre que exige al Hijo un
sacrificio que no quiere hacer". No había en ninguno de los dos falta de
voluntad. Por el contrario, la voluntad de ambos era coincidente, en un perfecto
auto sacrificio, expresión de amor
¿Por qué tanto los eruditos como los cristianos más sencillos han sentido que
pueden usar esta clase de lenguaje? La razón es, desde luego, el hecho de
que las Escrituras lo permiten.
Más aun, el razonamiento de la Carta a los Hebreos nos lleva a decir que es
Dios el que murió. Se vale de la semejanza entre un 'pacto' y un 'testamento'.
Las estipulaciones de un testamento adquieren valor después de la muerte del
testador. Es decir, el que hace promesas en su testamento tiene que morir
antes de que otro pueda disponer del legado. Por ello, teniendo en cuenta que
las promesas son promesas de Dios, la muerte tiene que ser la de Dios según
(Hebreos 9.15-17).
Hay otro versículo que no debemos pasar por alto. Aparece en el discurso de
Pablo en Mileto cuando se despedía de los ancianos de la iglesia de Éfeso. El
rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como superintendentes y
pastores, dice, es nada menos que "la iglesia de Dios, que él compró con su
propia sangre" en (Hechos 20.28). Cierto es que este texto ofrece alguna
incertidumbre (algunos manuscritos leen "la iglesia del Señor", refiriéndose a
Cristo, en lugar de "la iglesia de Dios") y por lo tanto también ocurre lo mismo
con la traducción (podría significar 'la iglesia de Dios que él compró con la
sangre del suyo propio', aludiendo así a Cristo). No obstante, el contexto
parecería inclinarse por las expresiones 'la iglesia de Dios' y 'su propia sangre'.
Dios no “muere”
La Biblia también declara que Dios se hizo hombre [en Cristo] con el objeto de
ser "un solo mediador entre Dios y los hombres" conforme dice (1 Timoteo 2,5)
La segunda razón por la que resulta engañoso decir que 'Dios murió' es que
con frecuencia 'Dios' en el Nuevo Testamento significa “el Padre” (por ej., 'Dios
envió a su Hijo'). Pero la persona que murió en la cruz no fue el Padre sino el
Hijo.
Dios en Cristo
¿Quién era, entonces, aquel que ocupó nuestro lugar y murió nuestra muerte
en la cruz? Nuestro sustituto no era Cristo solo (porque en ese caso hubiera
sido una tercera persona interpuesta entre Dios y nosotros), ni Dios solo
(porque en ese caso se debilita la doctrina de la encarnación), sino Dios en
Cristo.
Jesucristo era verdadera y plenamente Dios y hombre, y por ese motivo estaba
capacitado en forma inigualable para representar tanto a Dios como al hombre,
y mediar entre ellos. Si decimos solamente que Cristo padeció y murió,
pasamos por alto la mediación del Hijo.
Los autores del Nuevo Testamento nunca atribuyen la expiación a Cristo solo,
de tal manera que quede disociado del Padre; tampoco a Dios de tal modo que
se pueda dejar a Cristo de lado. La expiación fue realizada por Dios y Cristo;
Dios estaba actuando en y por medio de Cristo.
Las pruebas que ofrece el Nuevo Testamento en relación con esto son claras.
Al analizarlas, parecería lógico comenzar con el anuncio del nacimiento del
Mesías. Los nombres que le fueron dados son Jesús ('Salvador divino' o 'Dios
salva') y Emanuel ('Dios con nosotros'). En su nacimiento, y por medio del
mismo, Dios mismo vino a obrar el rescate de su pueblo, para salvarlos de sus
pecados de acuerdo a (Mateo 1:21-23 “21Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre
JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. 22Todo esto aconteció para que se
cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: 23He aquí, una
virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es:
Dios con nosotros”).
De igual manera, según Lucas, el Salvador que nació no era sólo, según la
expresión familiar, el Cristo del Señor, el ungido del Señor. Era realmente
'Cristo el Señor', Mesías y Señor como dice (Lucas 2:11 “que os ha nacido hoy,
en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor”).
Es cierto que habló de 'agradar' al Padre en (Juan 8:29 “Porque el que me envió,
conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”)
Y también es cierto que hablo de 'obedecerle', de hacer su voluntad y acabar
su obra en (Juan 15:10 “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi
amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su
amor”).
Por ejemplo, "todo esto proviene de Dios" (con referencia a la obra de la nueva
creación, en 2 Corintios 5.17-18), "quien nos reconcilió consigo mismo por
Cristo" y "estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo" (vv. 18-19). No
parece tener mayor importancia, al traducir del griego, la ubicación de las
expresiones 'por Cristo' y 'en Cristo'. Lo que importa es que Dios y Cristo
actuaban conjuntamente en la obra de la reconciliación; la verdad es que Dios
estaba efectuando la reconciliación en, y por medio de, Cristo.
Al dar a su Hijo, Dios se estaba dando a sí mismo. Siendo esto así, es el propio
Juez el que en santo amor asumió el papel de víctima inocente. En y por la
persona de su Hijo, él mismo llevó sobre sí la pena que él mismo había
infligido. Como lo ha expresado Dale, "la misteriosa unidad del Padre y el Hijo
hizo posible que Dios, a una vez, soportara e infligiera el sufrimiento penal".
nosotros con su propia persona. El amor divino triunfó sobre la ira divina
mediante el propio sacrificio divino. La cruz fue un acto simultáneamente de
castigo y amnistía, de severidad y gracia, de justicia y misericordia.
Vistas así las cosas, las objeciones a una expiación sustitutiva se desvanecen.
No hay nada remotamente inmoral aquí, por cuanto el sustituto que ocupó el
lugar de los que quebrantaron la ley no es otro que el propio Dador de la ley
divina. Tampoco hay ninguna transacción mecánica en esto, por cuanto el
sacrificio de sí mismo en amor es la más personal de todas las acciones. Y lo
que se logra mediante la cruz no es un mero cambio externo de la situación
legal; quienes ven allí el amor de Dios, y están unidos a Cristo por su Espíritu,
se transforman radicalmente en sus perspectivas y en su carácter
Como hemos visto, ni Cristo solo, como hombre, ni el Padre solo, como Dios,
podían actuar como sustitutos nuestros. Sólo Dios en Cristo, Dios el Hijo único
del Padre hecho hombre, podía ocupar nuestro lugar. La persona y la obra de
Cristo van juntas.
Si Cristo no era lo que los apóstoles decían que era, luego entonces no pudo
haber hecho lo que ellos dijeron que hizo. La encarnación es indispensable
para la expiación. En particular, resulta esencial para sostener que el amor, la
santidad y la voluntad del Padre son idénticos al amor, la santidad y la voluntad
del Hijo. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo.
Es posible que el teólogo que vio esto con más claridad en el siglo xx y lo
expresó más vigorosamente sea Karl Barth.
El segundo es que "en Jesucristo tenemos que ver con un verdadero hombre ...
Es totalmente hombre, así como es totalmente Dios ... De esta manera es el
reconciliador entre Dios y el hombre" (p. 130)'
mediante la cual los rebeldes seres humanos pudieran ser salvos. Por lo tanto,
cuando estamos ante la cruz, comenzamos a adquirir una perspectiva clara
tanto de Dios como de nosotros mismos, especialmente en cuanto a la relación
de los unos con los otros.
Nos resulta insoportable tener que reconocer cuán serio es nuestro pecado y
nuestra culpa o nuestra tremenda deuda con la cruz. Insistimos en que tiene
que haber algo que podamos hacer, o por lo menos contribuir, con el fin de
satisfacer a Dios. Por otra parte, con frecuencia damos la impresión de que
preferiríamos soportar nuestro propio castigo antes que la humillación de ver
que Dios en Cristo lo soporta en lugar de nosotros.
En las palabras de Pablo en Ro 8:9 “Mas Dios muestra su amor para con nosotros,
en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”
Dios envió a Jesucristo para que muriera por nosotros, no porque seamos
buenos, sino porque nos ama. Cuando no se sienta seguro del amor de Dios,
recuerde: si Él lo amó cuando usted aún era rebelde, puede sin duda
fortalecerlo ahora que ha decidido vivir poniendo su fe en Èl
El amor que motivó a Cristo a morir es el mismo que envió al Espíritu Santo a
vivir en nosotros y a guiarnos cada día. El poder que levantó a Cristo de la
muerte es el mismo que nos salva y está a nuestro alcance en la vida diaria.
Podemos confiar de que, habiendo empezado una vida con Cristo, tenemos
una reserva de poder y amor que podemos usar todos los días al enfrentar
cada desafío o problema. Podemos orar pidiendo el poder de Dios y su amor
cada vez que lo necesitemos
Dios es santo y no se asocia con el pecado. Todos los seres humanos son
pecadores y por lo tanto están separados de Dios. Además, cada pecado
merece castigo. En lugar de castigarnos con la muerte merecida, sin embargo,
Cristo cargó nuestros pecados y pagó el castigo muriendo en la cruz. Ahora
nos «gloriamos en Dios». Mediante la fe en la obra de Cristo, nos podemos
acercar a Dios en vez de ser enemigos