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CUATRO GRANDES PASAJES CRISTOLOGICOS


Parte 10: HEBREOS 1:1-4

Heb 1:1-4
1
Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas,
2
en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de
todo, y por quien asimismo hizo el universo;
3
el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien
sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación
de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las
alturas,
4
hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que
ellos

Continuando con el estudio de los cuatro grandes pasajes


cristológicos que son:

1) Jn 1:1-18
2) Col 1:15-23; 2:9-10
3) Heb 1:1-4
4) Fil 2:6-11

Continuamos hoy el estudio del verso 4 del capítulo 1 de la epístola a


los Hebreos. Nuestra lectura de hoy corresponde al comentario
ampliado del nuevo testamento del doctor David F. Burt:

UN NOMBRE MÁS EXCELENTE


hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente
« ...
nombre que ellos».

UNA MEJOR REVELACIÓN


Después de tres versículos llenos de frases ricas acerca de la persona
y obra del Hijo, de repente nos encontramos con esta referencia
sorprendente a la superioridad de Jesucristo sobre los ángeles.
Sorprendente, porque en principio ningún cristiano lo dudaría, lo cual
hace pensar que el autor está contestando a un error que circulaba
entre sus lectores. Además, si seguimos leyendo el texto vemos que
es un tema que el autor seguirá exponiendo a lo largo del resto de
este capítulo. Resulta que, las gloriosas frases cristológicas del
preámbulo (versos 1-3) sólo son introductorias de un tema que podría
parecer secundario.

Nos preguntamos en seguida a qué viene esta exposición tan extensa


después de la concisión de las primeras frases. ¿Por qué se detiene
tanto en establecer la inferioridad de los ángeles con respecto a
Jesús?

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Al margen de posibles errores contemporáneos en torno a la jerarquía


celestial, debemos buscar la respuesta en torno al tema de la
revelación. Ya hemos visto que Dios habló en tiempos del Antiguo
Testamento por medio de los profetas, y esto en contraste con su
nueva revelación «en el Hijo» (vs.1, 2). Ahora bien, para los judíos el
mayor de todos los profetas no era ni Isaías, ni Jeremías, ni Ezequiel,
ni ninguno de aquellos a los que solemos asociar con la palabra
«profeta», sino Moisés. Éste se había encontrado con Dios mismo en
el monte y, por lo tanto, era «el profeta» por antonomasia. Pero,
siempre según la tradición de los judíos, la ley de Dios que Moisés
recibió en el monte le fue dada por mediación de los ángeles. Esto
quizás nos sorprenda porque es una idea que no salta
inmediatamente a la vista en los capítulos del Pentateuco que nos
hablan de Moisés en el Sinaí. Sin embargo, las mismas Escrituras la
ratifican.
En la gran oración al final de su vida, Moisés mismo da fe de ella:
«Jehová vino de Sinaí, y de Seir les esclareció; resplandeció desde
el monte de Parán, y vino de entre diez millares de santos, con la
ley de fuego a su mano derecha» (Deuteronomio 33:2).

Los “santos” aquí son ángeles. Fue como consecuencia de este


testimonio de Moisés que se estableció la tradición por la cual la ley
fue dada por mediación de unos seres angelicales. Es a esto a lo que
se refiere el autor en (Heb 2:2) cuando habla de «la palabra dicha
por medio de los ángeles».

Igualmente Esteban, en su gran discurso previo a su martirio, se


dirige a sus oyentes como a «vosotros que recibisteis la ley por
disposición de ángeles, y no la guardasteis» en (Hechos 7:53). Y
también Pablo habla de la ley como «ordenada por medio de los
ángeles en mano de un mediador» (Gálatas 3:18-19). Leamos estos
textos
Hechos 7:38,53 “38Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en
el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres,
y que recibió palabras de vida que darnos; 53vosotros que recibisteis la ley por
disposición de ángeles, y no la guardasteis
Gálatas 3:18-19 18Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la
promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa
19
Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones,
hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por
medio de ángeles en mano de un mediador

En Hechos 7:38 Esteban usó la palabra «ecclesia» (traducido «


congregación») para describir la congregación o pueblo de Dios en el
desierto. Esta palabra significa «los llamados» y la usaban los
cristianos del primer siglo para describir su propia comunidad o
«asamblea». Y en Hechos 7:53 El punto de Esteban era que la Ley
dada a través de Moisés a los judíos era la señal del pacto. Por
obediencia, continuarían siendo el pueblo del pacto de Dios. Pero
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como desobedecieron (7.39), rompieron el pacto y perdieron el


derecho a ser el pueblo escogido

Gálatas 3:18-19 Enseña que la ley tiene dos funciones. En su lado


positivo, revela la naturaleza y la voluntad de Dios y muestra a la
gente cómo debe vivir. En el lado negativo, muestra el pecado de las
personas y les indica que es imposible agradar a Dios por obediencia
plena a todas sus leyes. La promesa de Dios a Abraham tiene que ver
con su fe, la ley enfoca las acciones. El pacto con Abraham muestra
que la fe es el único medio de salvación, la ley muestra cómo
obedecer a Dios en una respuesta maravillosa.

La fe no anula la ley, por el contrario, cuanto más llegamos a conocer


a Dios, más entendemos cuán pecadores somos. Por lo tanto somos
conducidos a depender sólo de nuestra fe en Cristo para obtener
nuestra salvación

Cuando Dios le dio su promesa a Abraham lo hizo por sí mismo, sin


Moisés o los ángeles como mediadores. Aunque no se menciona en
Éxodo, los judíos creían que los Diez Mandamientos habían sido dados
a Moisés por los ángeles (Esteban se refiere a esto en su discurso, en
Hechos 7.38, 53). Pablo muestra la superioridad de la salvación y
crecimiento por la fe sobre el tratar de ser salvos por guardar la ley
judía. Cristo es el mejor y único camino dado por Dios para que
nosotros podamos venir a Él como dice (1 Timoteo 2.5 “Porque hay un
solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre,”).

Así pues, cuando Dios reveló la ley a su pueblo, fue por una
mediación doble: por Moisés en representación del pueblo, y por los
ángeles como agentes de Dios.

Si el autor introduce el tema de los ángeles, no es tanto porque su


empeño sea el de establecer su inferioridad con respecto a Jesucristo,
como porque desea mostrar la superioridad del Evangelio traído por
Jesucristo con respecto a la Ley dada por Moisés.

Y si nos dice en el verso 4 que Cristo es hecho «tanto superior a los


ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos», podemos
añadir, a la luz de su argumento posterior, que en esta misma medida
el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo es hecho superior a la
revelación dada en el Sinaí por medio de los ángeles. Naturalmente,
detrás de este argumento está la necesidad de corregir las
vacilaciones de los primeros lectores hebreos. Examinemos más de
cerca estas expresiones:

HECHO SUPERIOR
Con todo esto en mente volvemos a nuestro texto y lo primero que
observamos es que dice que Cristo fue «hecho superior a los
ángeles». Esto puede causarnos cierta sorpresa. En las frases
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anteriores hemos considerado la naturaleza eterna del Hijo, quien es


el resplandor de la gloria de Dios, y Creador y Sustentador de todo.
Esto nos hace suponer que eternamente el Hijo es superior a los
ángeles. ¿A qué viene, pues, que ahora tenga que ser hecho superior
a ellos?

Para entenderlo debemos recordar que al final del versículo 3 el autor


nos ha hablado (implícitamente) de la humillación del Señor
Jesucristo. Él efectuó la purificación de nuestros pecados, y para
poder hacerlo «por medio de sí mismo», tuvo que encarnarse e
identificarse con nuestra condición mortal. El Hijo eterno se convirtió
en el hombre Jesús. Y ¿qué es el hombre? Según esta misma epístola,
es «un poco menor que los ángeles» en (Heb 2:7). Puesto que la
condición humana ocupa un escalafón inferior a la de los ángeles en
la jerarquía universal, el Hijo, para efectuar nuestra salvación,
deliberada y voluntariamente se hizo menor que los ángeles.

No solamente esto. Cuando inicialmente nos encontramos con


Jesucristo, lo que conocemos es su humanidad.

Los hebreos que creían en Jesucristo le habían conocido en primer


lugar como un rabino que demostró ser el Mesías por las señales que
hacía, por la evidencia fehaciente de que Dios estaba con Él. Luego
había sido crucificado por los romanos. Murió una muerte vergonzosa,
pero fue vindicado por Dios en su resurrección y ascensión. En todo
esto, la figura que habían conocido históricamente era el Señor
Jesucristo en su humillación. Éste era el punto de partida de los
primeros lectores, y desde esta perspectiva es absolutamente cierto
que Jesucristo tuvo que ser hecho superior a los ángeles. No es que el
autor cuestione la superioridad eterna del Hijo, sino que reconoce
aquella humillación temporal por la cual el Hijo necesitó ser exaltado.

De hecho, sus palabras presuponen tres «etapas» en la vida de


nuestro Señor: (1) en la eternidad como el Hijo; (2) en la tierra como
Jesús de Nazaret; (3) exaltado a la diestra del Padre como el Señor
Jesucristo.

Desde nuestra perspectiva humana, en la cual inicialmente


conocemos al hombre Jesús de Nazaret, sólo es después de su muerte
y ascensión que se manifiesta su superioridad a los ángeles. Al
principio «vemos a aquel Jesús que fue hecho un poco menor que los
ángeles a causa del padecimiento de la muerte»; después le vemos
«coronado de gloria y de honra» en (Heb 2:9).

Desde esta perspectiva, por lo tanto, el Hijo primero es hecho un poco


menor que los ángeles a fin de compartir nuestra humanidad y
efectuar nuestra salvación; luego es exaltado a la diestra de la
Majestad, hecho superior a los ángeles, restaurado por el Padre a
aquella dignidad que Él tenía desde siempre conforme dice también
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(Juan 17:5 “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que
tuve contigo antes que el mundo fuese”). Desde el momento de su ascensión
(y éste es el énfasis principal de nuestro texto) el Señor Jesucristo
está por encima de todas las esferas de seres espirituales.
Nuevamente ocupa la posición que le corresponde.

UN NOMBRE MÁS EXCELENTE


¡Superior! La palabra literalmente es «mejor». Y «mejor» es una
palabra clave en esta epístola, empleada aquí por primera vez. Es la
palabra característica que remarca el contraste entre el antiguo pacto
y el nuevo (esto lo vemos por ejemplo en Heb 7:22; 8:6; 9:23).
Heb 7:22 “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto”
Heb 8:6 “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un
mejor pacto, establecido sobre mejores promesas”
Heb 9:23 “Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen
purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos”

Naturalmente el autor pone este énfasis sobre la superioridad de


Jesucristo a fin de fomentar nuestra confianza en Él. No debemos
dejarnos engañar por la indiferencia de la mayoría en torno al Evan-
gelio, porque «Jesús es mejor».

Los que seguimos a Jesús hemos escogido el mejor camino. Esto se


demuestra porque cuando se tiene a Jesús uno no se desanimemos,
pues, ni cedamos ante la tentación de volver atrás, porque no hay
mejor destino posible que el nuestro como dice de aquellos héroes de
la fe que murieron manteniendo la esperanza como dice: (Heb
11:15, 16 “13Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido,
sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros
y peregrinos sobre la tierra. 14Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que
buscan una patria; 15pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron,
ciertamente tenían tiempo de volver. 16Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por
lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una
ciudad”).

Si creemos en Jesús, no es porque Él represente una opción


interesante entre muchas posibles, sino porque Él es el mejor. No hay
sistema religioso ni líder humano que se pueda comparar con Él.

Para empezar, Él es mejor que los ángeles. Y lo es porque «heredó


más excelente nombre que ellos». Esto nos recuerda lo que hemos
visto en el versículo 2 que Jesucristo es el heredero de todo. Ahora se
nos dice que Jesucristo no solamente ha «heredado» todo el mundo
creado, sino que también ha «heredado» un nombre.

Para los hebreos el «nombre» de una persona no era una especie de


etiqueta que se le colocaba arbitrariamente, sino un título que
correspondía a su realidad esencial. Nuestra frase, por lo tanto,
incluye la idea de que nuestro Señor es intrínsecamente superior a los
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ángeles, no sólo porque el Padre le haya concedido un rango más


alto. Es una frase que anticipa el contenido de los versículos
siguientes: Jesús es superior a los ángeles porque tiene la misma
naturaleza esencial que el Padre.

¿A qué nombre se refiere el autor? Hay dos posibilidades.


En primer lugar, algunos señalan el parecido de nuestro texto con las
palabras de Pablo en Filipenses 2:9, 10:
«Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un
nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se
doble toda rodilla».

Aquí el nombre en cuestión es Jesús. Evidentemente si ésta es la


interpretación, la superioridad no está en la misma palabra «Jesús»,
sino en la posición que Dios le concede: «sobre todo nombre».

Sin embargo, es mucho más probable que el autor esté pensando en


otro nombre aquí: «el Hijo». De hecho aún no ha hablado de «Jesús»
(ni lo hará hasta hablar de su humanidad en Hebreos 2:9), y en
cambio sí ha hablado del «Hijo» en el verso 2. Pero lo que parece
conclusivo es el hecho de que el versículo 5 siga hablando de este
nombre cuando dice: «Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás:
Mi Hijo eres tú?»

Esto nos recuerda el contraste entre la dignidad de Moisés y la de


Jesús que el autor puntualizará más adelante en:
Heb 3:5, 6 “5Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo,
para testimonio de lo que se iba a decir; 6pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual
casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la
esperanza”).

Moisés es un siervo en la casa de Dios mientras Jesús es el Hijo de la


casa. Igualmente, los ángeles han recibido la condición (o «nombre»)
de siervos, mientras que Jesucristo es el Hijo. Siendo el Hijo de Dios,
es de la misma esencia divina que el Padre. En cambio, los ángeles,
como los demás seres del universo, han sido creados por Él y,
naturalmente, le son inferiores. El «nombre» que el Hijo ostenta
revela su igualdad de condición, naturaleza y majestad con el Padre.

En el Concilio de Nicea los cristianos inventaron una frase para


referirse a la realidad del Señor Jesucristo: «verdadero Dios de Dios».
Es decir, Él es «Dios que procede de Dios». El Hijo «sale del Padre»,
como diría Jesucristo mismo en:
Juan 16:28 “Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al
Padre”
Jn 13:3 “sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y
que había salido de Dios, y a Dios iba”

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Por salir del Padre no como creación sino como Hijo engendrado, es
de la misma naturaleza y esencia que el Padre. Ha heredado este
carácter divino que es propio de su Padre. Y puesto que Jesucristo es
de la misma «categoría» que el Padre, entonces juntamente con el
Padre recibe los mismos títulos, los mismos honores, la misma
majestad o, como dice aquí, el mismo nombre.

Sean cuáles sean los matices que demos a esta frase, el hecho es que
el hijo de la casa siempre es superior a los siervos. ¿Y qué son los
ángeles? Son «espíritus ministradores enviados para servicio a favor
de los que serán herederos de la salvación» en (Heb 1:14). Ni
siquiera son siervos solamente del Señor, sino también de los
creyentes. En cambio Jesús es el Hijo de la casa y, como Él mismo
dijo, «el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda
para siempre» en (Juan 8:35). El Hijo tiene prerrogativas inalienables
en la casa del Padre.

Es cierto que en algunas ocasiones en el Antiguo Testamento se llama


a los ángeles «hijos de Dios», por ejemplo en algunos de los Salmos.
También lo es que en el Nuevo Testamento se llama a los creyentes
«hijos de Dios» (por ejemplo en Juan 1:12). Pero en ningún momento
se dice de un ángel o de un creyente que sea el Hijo de Dios. Este
título es reservado como propiedad exclusiva del Heredero, de
nuestro Señor Jesucristo.

Así pues, el autor establece la plena superioridad de Jesucristo por


encima de los ángeles, por encima de todo el mundo de espíritus y de
seres angelicales. Con matices diferentes el apóstol Pablo dedica
tiempo a este tema en la Epístola a los Colosenses.

Él aborda la cuestión a la luz de las herejías protognósticas que


sostenían que existían diferentes «esferas» espirituales y que, para
poder llegar a Dios, era necesario previamente satisfacer las
exigencias de los señores de cada esfera. Pablo recuerda a los
colosenses que el creyente en Jesucristo comparte su misma vida y,
por lo tanto, ocupa su mismo rango en la jerarquía universal.

Puesto que Jesucristo está a la diestra de Dios, por encima de todo


poder espiritual, el creyente tiene un acceso inmediato a la presencia
de Dios. No necesita nada aparte de lo que Cristo le da en el
Evangelio, porque está completo en Él como afirma:
Col 2:9, 10 “9Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, 10y
vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad”

Jesús es superior a todos los seres espirituales por ser Creador de


todos ellos:
«En él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y
las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean
dominios, sean principados, sean potestades» (Colosenses 1:16).
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Estas palabras son términos técnicos que los gnósticos empleaban


para referirse a los estamentos espirituales.

Pero Jesucristo no solamente es superior por ser Creador, sino


también por haber vencido a los espíritus malignos por su obra en la
Cruz:
«Despojando a los principados y a las potestades, los exhibió
públicamente, triunfando sobre ellos en la Cruz» Col 2:15.

La intención de Jesucristo al humanarse no fue solamente la de


rescatar a su pueblo, sino también la de destruir definitivamente a
aquel que había usurpado su trono.

Ya se trate, pues, de una religión de origen diabólico -como en el caso


de los gnósticos- o de unas formas religiosas de origen divino pero
dadas a través de otros seres espirituales inferiores al Hijo, todo debe
ceder ante la revelación superior del Hijo.

Naturalmente a los lectores hebreos no les cabía la menor duda de la


superioridad de Jesucristo por encima de las religiones paganas. Pero
no solamente por encima de éstas, dice el autor; el Evangelio de
Jesucristo es superior a Moisés y a todo el sistema levítico por cuanto
éste fue revelado por medio de ángeles, mientras aquél fue dado por
el Hijo.

UN MENSAJE INCOMPARABLE
Todo esto puede parecemos algo lejano y de poca importancia para el
siglo xx, pero si nos ponemos a reflexionar descubriremos que no
estamos tan ajenos a estas realidades. Hoy en día hay personas que,
aun llamándose cristianas, intentan hacer diferentes formas de unión
entre el mensaje de Jesucristo y diversas filosofías procedentes del
contexto social en el que viven; y no comprenden que esta mezcla no
sólo es vana, sino altamente ofensiva a Dios, por cuanto intenta
fundir la revelación del Hijo con la especulación de unas criaturas
suyas.

Quien pretende hacerlo no ha comprendido la alta dignidad del


mensaje cristiano, dignidad que recibe por ser Jesucristo quien es.

Puesto que el Evangelio nos llega por medio de Dios mismo hecho
hombre, es necesariamente final, completo y absoluto, y no se puede
combinar con otras ideas procedentes de otras filosofías humanas.

También hay supuestos creyentes que intentan mantener que


Jesucristo no es más que un hombre. Ni siquiera le dan rango de
ángel, por lo cual no dudan en someter el Evangelio al arbitrio de sus
propios criterios, en vez de someter sus criterios al arbitraje superior
de la revelación divina.
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Nuestra evaluación del Evangelio y el respeto que le concedamos


siempre estarán determinados por la dignidad que veamos en el Hijo.
Si el mensaje del Nuevo Testamento es de absoluta autoridad, esto se
debe a la superioridad intrínseca de la persona de Jesucristo, quien
nos lo reveló.

Luego hay otros que mantienen que Jesús es más que un hombre
pero menos que Dios. Cuando, después de un largo debate en torno a
la divinidad de Jesucristo, logras frenar su aseveración de que Él no es
Dios, algunas personas pasan a una segunda línea de defensa y dicen
que Jesucristo es un «dios» pero con «d» minúscula. Es un dios entre
otros tantos. Es un ser espiritual más, que no debe ser confundido con
el Dios omnipotente.

Por supuesto la razón espiritual que hay detrás de esta tendencia


humana de rebajar la persona de Jesucristo es obvia. Si la finalidad de
la venida al mundo del Señor Jesucristo fue la de destronar al
usurpador, a éste la superioridad de Cristo evidentemente no le hace
gracia. Él se aferra como puede a su control, limitado pero real, del
mundo, y hace lo que puede para rebajar el nombre del Hijo. Si no
logra hacernos pensar que Jesús es un mero hombre cualquiera,
intentará persuadirnos de que es otro ser del mismo rango que él
mismo.

Cuando vemos tal diversidad de sistemas religiosos que pasan por


cristianismo, comprendemos que nuestra situación no es tan
diferente de la de los primeros lectores. Nosotros también hemos de
decidir si estamos dispuestos a conformarnos sólo con el Hijo o si
queremos el Hijo y alguna cosa más como las tradiciones acumuladas
a lo largo de los siglos, las ceremonias de una religión externa, los
ángeles, y hasta los demonios como dice 1 Corintios 10:21 “No
podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la
mesa del Señor, y de la mesa de los demonios”.

Hemos de comprender que el Hijo es la culminación de la revelación


divina y que, una vez llegado el Hijo, lo demás sobra. Acudir a lo
demás, cuando ya ha llegado la plena realidad, representa
necesariamente una aberración.

Quien quiere «añadir» a Cristo, o quien desea volver atrás a lo


antiguo y retenerlo además de tener a Cristo, en esa misma medida
está intentando escaparse de la plena autoridad del Hijo a quien Dios
ha designado como heredero de todo y bajo cuyos pies Dios lo ha
sujetado todo.

¿Hemos comprendido la verdadera superioridad del Hijo por encima


de todo estamento de las esferas espirituales y de todos los poderes

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detrás de las demás religiones? ¿Hemos entendido quién es


verdaderamente nuestro Señor Jesucristo?

Es una cuestión de planteamiento y de punto de referencia.

Lo era para estos judíos y lo es para nosotros. ¿Por qué vacilaban?


¿Qué es lo que les hacía tambalearse? ¿No era que se planteaban las
cuestiones religiosas con una perspectiva excesivamente humana? Si
nosotros hoy en día intentamos medir la calidad de una religión por la
elegancia de su liturgia, la grandeza de sus edificios, la gloria de su
música y otros factores externos, acabaremos confundiendo lo divino
con lo humano.

Se daba la misma situación en el primer siglo. De los creyentes de


aquel entonces Pablo pudo decir:
«No sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni
muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para
avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para
avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado
escogió Dios ... a fin de que nadie se jacte en su presencia» (1
Corintios 1:26-29).

Los líderes de la Iglesia eran pescadores, cobradores de impuestos.


¿Dónde estaban los teólogos? Mayormente en el judaísmo. Los
primeros lectores habían optado por seguir el mensaje de un
carpintero. Para sus contemporáneos ¿quién era éste en comparación
con todo un Moisés?
«Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a
ése, no sabemos de dónde sea» (Juan 9:29).

Era fácil olvidar que Moisés también había ejercido como pastor en el
desierto, porque con los siglos de la historia de Israel la persona de
Moisés había adquirido una aureola casi mítica. La tradición pesa. Lo
mismo ocurre con Jesús y los apóstoles en nuestros tiempos. Muchos
que hacen caso omiso de su enseñanza los tienen por grandes
maestros religiosos. Pero en el primer siglo algunos de los que
seguían sus enseñanzas sentían vergüenza de su baja posición social.
Para ellos aparentemente no podía haber punto de comparación entre
la palabra de un carpintero galileo ajusticiado por los romanos, y la
gloria de la ley dada por Dios en el Sinaí cuando Dios mismo, rodeado
de millares de ángeles, se la entregó a Moisés en medio de fuego,
humo, relámpagos y truenos. No hay punto de comparación ... hasta
que abres los ojos ante la realidad de la persona de Jesucristo.

Toda nuestra fe depende de esto: ¿Quién es Jesucristo ver-


daderamente? El autor de Hebreos le ha presentado en este prólogo
como nuestro Profeta, Sacerdote y Rey: el Profeta supremo por cuanto
Él es la máxima revelación de parte de Dios; el Sacerdote supremo
porque Él ofrece aquel sacrificio perfecto y definitivo que efectúa la
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verdadera purificación de nuestros pecados; y el Rey supremo porque


está sentado a la diestra de la Majestad, compartiendo el mismo
trono con el Padre en las alturas.

En unas pocas frases hemos visto su eterna divinidad y autoridad,


además de su encarnación, pasión, ascensión y glorificación.

Es porque nuestro Señor Jesucristo es único, que puede efectuar una


redención única. Es porque Él es la misma imagen de Dios, que tanto
su revelación como su obra en la Cruz son obras definitivas. Es
porque Él tiene la máxima dignidad y autoridad en el universo, que su
Evangelio no tiene rival posible. Es porque Él es quien puede salvar
perpetua y completamente a los que por Él se acercan a Dios.

No nos engañemos, pues. No sintamos vergüenza al ver la pobreza de


nuestras formas religiosas externas en contraste con las de otras
religiones, porque el verdadero punto de comparación no está aquí.
Para nosotros todo cae o se mantiene en pie a base de esta pregunta:
¿Quién es Jesucristo? El objeto de nuestra fe no es la iglesia
evangélica. No seremos salvos por nuestra música, nuestras
vestimentas, nuestros edificios o nuestras ceremonias. Nuestra gloria
está en Jesucristo y sólo en Él.

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