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LADOCTRINA DEL PECADO


Parte 7: EL REMEDIO DIVINO PARA EL PECADO PERSONAL

Rom 3:21-26
21
Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley
y por los profetas;
22
la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él.
Porque no hay diferencia,
23
por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,
24
siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en
Cristo Jesús,
25
a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar
su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,
26
con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el
que justifica al que es de la fe de Jesús

INTRODUCCION. El carácter específico del pecado personal señala que el pecado


personal en cualquiera de sus formas es el resultado de la naturaleza de pecado. Debe
observarse, sin embargo, que la cura divina para el pecado personal es de un carácter
completamente diferente al carácter del remedio de Dios para la naturaleza de pecado.
Puesto que el individuo es participante de la naturaleza de pecado por nacimiento, no se
le puede inculpar de pecado por causa de su naturaleza, aunque existe la condenación,
por causa de la inherente falta de conformidad de la naturaleza con Dios. Por otra parte,
tanto la culpa como la sentencia condenatoria se atribuyen al individuo por el hecho del
pecado personal.

El remedio divino para el pecado personal consta de dos partes: perdón y justificación.
Se reconoce que estos dos temas corresponden primariamente a la soteriología o
doctrina de la salvación que trataremos en otra ocasión.

l. PERDON. Al enfocar la doctrina del perdón del pecado personal, bien podemos
señalar tres ideas erróneas que son realmente comunes, una de las cuales se relaciona
directamente con este tema.
(1) La primera de estas ideas erróneas la han impuesto los escritores teológicos que, al
tratar el asunto total de la doctrina del pecado, concretan la discusión al tema específico
del pecado personal, práctica errónea que ha impuesto incalculables restricciones sobre
la doctrina en general.
(2) Otros afirman que el perdón del pecado personal es equivalente a la salvación
personal. Para ellos, el cristiano no es más que un pecador perdonado. Pero son más de
33 las realizaciones divinas que constituyen conjuntamente la salvación, de las cuales el
perdón es sólo una.
(3) El no hacer distinción entre el perdón que se les concede a los que no habían sido
salvos y el que se les concede a los que ya son cristianos es otra idea errónea. Debe ser
plenamente reconocida esta distinción entre los regenerados y los no regenerados.

Como acto de Dios, el perdón es común tanto en el Antiguo como en el Nuevo


Testamento. Por lo que respecta a la relación de los idiomas originales de la Biblia con
el inglés, la palabra forgive (perdonar) es una traducción de cinco diversas palabras
hebreas y cuatro distintas palabras griegas. Una de las palabras que se utiliza en griego
nueve veces pasó al inglés como remisión. En cuanto al castellano, el pensamiento
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fundamental que se expresa por medio de la palabra perdón es el de aquel acto de Dios
mediante el cual Él remite la deuda o injuria, o sea que libra al pecador de la deuda.

Es el acto de quitar el pecado y su sentencia condenatoria de sobre el ofensor y


ofensores, y colocar o imponer los justos juicios sobre Otro.

A través de todas las generaciones de la vida humana en la tierra, no hay declaración


que pudiera ser más conclusiva al respecto que la que hallamos en Hebreos 9:22:
"Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de
sangre no se hace remisión."

Los tratos solemnes de Dios con el hombre son, a veces, llamados pacto, aquí
testamento, que es la voluntad de una persona de dejar legado a las personas que
nombra, y que sólo se hace efectivo a su muerte. Así, pues, Cristo murió no sólo para
obtener las bendiciones de la salvación para nosotros, sino para dar poder a su
disposición. Todos nos hicimos culpables ante Dios, por el pecado, y renunciamos a
toda cosa buena, pero Dios, dispuesto a demostrar la grandeza de su misericordia,
proclamó un pacto de gracia. Nada podía ser limpio para un pecador, ni siquiera sus
deberes religiosos salvo que fuera quitada su culpa por la muerte de un sacrificio, de
valor suficiente para ese fin, y a menos, que dependiera continuamente de ello.
Atribuyamos todas las verdaderas buenas obras a la misma causa que todo lo procura, y
ofrezcamos nuestros sacrificios espirituales como rociados con la sangre de Cristo, y
seamos así purificados de su contaminación (CMH)

En el período a que se refiere el Antiguo Testamento, encontramos que la palabra


perdón sólo se refiere a un acto de Dios en relación con su trato nacional o individual
con el pueblo de Israel o con los judíos prosélitos.

La condición de los gentiles antes de la muerte de Cristo es la que se nos describe en


Efesios 2:12, donde se nos declara que ellos estaban sin Cristo, sin privilegios de
ciudadanía, sin pactos, sin promesas, sin esperanza y sin Dios en el mundo, cuando
dice:
“En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos
a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo”

No hay sino una pequeña porción de las Escrituras que se refiere al perdón de pecados
para los gentiles en los días de Cristo. Se nos dice que algunos gentiles ofrecieron
sacrificios, de lo cual tenemos que deducir que ellos también recibían perdón. Para
Israel, ya sea como nación o como individuos, el perdón divino era un acto de Dios que
se basaba en el cumplimiento de las ofrendas de los sacrificios como se demuestra en
los siguientes textos:
1. ofrendas nacionales: Nm. 14: 24,25;
2. ofrendas individuales: Lv.4:31

Aunque por ser un pueblo relacionado con Dios por medio de pactos que se basaban en
los sacrificios, algunas veces eran perdonados, ya nacionalmente ya individualmente,
sobre la base de la confesión del pecado, como se ve en Nm.14:11-20 y en el Sal. 32:1-5

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Cuando se concedía el perdón a base de la confesión, como en el Nuevo Testamento,


esto se hacía justamente posible en atención a la sangre del sacrificio. Allí se puede ver
la más grande distinción entre el perdón divino y el perdón humano.

El perdón humano en sus mejores condiciones lo más que puede hacer es pasar por
alto la culpa, renunciar al deseo de que se aplique el castigo o abandonar el propósito de
inculpación. En tal perdón, la parte injuriada retira toda clase de reclamo que, de otro
modo, podría imponerse sobre el ofensor. Tal perdón, hasta donde puede existir, es sólo
un acto voluntario y gratuito de parte del ofendido, el cual rinde todas sus exigencias de
compensación.

Por otra parte, el perdón divino no se concede nunca al ofensor como un acto de
LENIDAD, ni tampoco es el retiro del castigo, puesto que Dios, que es infinitamente
santo, mantiene un gobierno que es invariablemente justo. Por tanto, no puede suavizar
la ofensa del pecado. El perdón divino sólo se concede cuando queda satisfecha hasta la
última demanda de castigo contra el ofensor. Puesto que ningún ser humano pudiera
ofrecer jamás la satisfacción que exige la justicia divina por sus pecados, Dios mediante
su infinita misericordia ha provisto toda esa satisfacción, incluso la propiciación divina
que el pecador pueda necesitar. Esto es lo que llamamos Buenas Nuevas. El Dr. Henry
C. Mabie ha dicho muy bien lo siguiente:

"Dios mismo, tal como lo indica vigorosamente Carnegie Simpson, en su libro “El
hecho de Cristo” (The Fact of Christ): es la ley moral, es el orden ético, en un sentido en
que ningún hombre ni padre terrenal puede serlo. Para los hombres, y particularmente
para los hombres como pecadores perdonados, el perdonar a otros es la primera y la más
sencilla de todas las obligaciones; pero, para Dios, ese es el más profundo de todos los
problemas. Si El, como Gobernador moral del mundo, aun con el amor paternal más
profundo, perdona, tiene que hacerlo de tal modo que no legitime el pecado, por una
parte, y que pueda llevar el corazón al arrepentimiento y a la fe, por otra" (The Divine
Reason of the Cross, p. 130).

En el orden del Antiguo Testamento, el valor del sacrificio eficaz de Cristo, que fue
divinamente provisto, se aceptó como una esperanza y como símbolo que se cumplía en
el derramamiento de sangre. A su debido tiempo, Dios justificó esa expectación; y así,
todos los actos de perdón que se habían basado en las ofrendas resultaron haber sido
justos, pues Cristo llevó también sobre Sí todos esos pecados que ya habían sido
perdonados (Ro.3:25).
“a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para
manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los
pecados pasados,”

Como verificación del hecho de que, en el antiguo orden, los sacrificios precedían al
perdón divino para el ofensor, leemos la siguiente declaración cuatro veces en el
capítulo cuatro de Levítico: "Así el sacerdote hará por él la expiación de su pecado, y
tendrá perdón" (versículos: 20, 26, 31, 35). Correspondientemente, en el Nuevo
Testamento, el perdón divino se basa invariablemente en el sacrificio que Cristo hizo.
Pero debemos citar un pasaje: "En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de
pecados según las riquezas de su gracia" (Ef l:7).

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Si alguien piensa que antes de su muerte Cristo también perdonó pecados, debemos
recordarle que tal perdón precedía a esa muerte y era una preparación para ella. Puesto
que El era el Cordero del sacrificio que había de ser inmolado, y que había decidido
llevar sobre Sí todos los pecados, El dijo de Sí mismo: " ... el Hijo del Hombre tiene
potestad en la tierra para perdonar pecados ... " (Mr. 2: 10).

Recuérdese, sin embargo, que el perdón divino, puesto que se basa en la perfecta
satisfacción que provee la muerte de Cristo, puede ser, y es tan completo en su carácter
como lo es la obra del Sustituto sobre el cual se basa. A esto se refiere Colosenses 2:13,
“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra
carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados”

En este texto se ve que el perdón divino alcanza para "todos los pecados" de aquel que
ha sido salvo: pasados, presentes y futuros. Se dice que la perfección de esta transacción
y su alcance son tales que el creyente cristiano se encuentra en upa posición de paz con
Dios: " ... tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo... " dice Ro.
5:1. Cuando esto sucede se puede decir:
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Ro.
8:l). Tan inmensurable perdón corresponde solamente a la posición del cristiano,
que está "en Cristo Jesús".

Aunque por el lado de Dios, siempre está firme la libertad de perdonar los pecados, ya
sea directa o indirectamente, por medio de la sangre de Cristo, los requisitos del lado
humano varían según las circunstancias de las diversas épocas.
 Durante el período que trascurrió entre Abel y Cristo, el perdón, por el lado
humano, dependía de la presentación de algún sacrificio específico.
 Durante la era presente depende, para el que todavía no es salvo, de la fe que
ponga en Cristo;
 Pero, para los que ya son salvos, los cuales dependen del valor de la sangre de
Cristo, el perdón depende de la confesión del pecado, y es impulsado por el
hecho de que Dios ya lo ha perdonado como lo expresa Ef. 4:32 “Antes sed
benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como
Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.
 En la era venidera, el perdón, por lo que respecta a la. parte humana, dependerá
de la voluntad del ofendido para perdonar a los que han pecado contra él

Los dos principios “perdonar para ser perdonado y perdonar por haber sido perdonado”
no pueden armonizar. Ni tampoco se requiere que armonicen, pues corresponden a dos
eras diferentes, y representan dos sistemas de administración divina completamente
distintas.

Se puede concluir, entonces, que el perdón divino del pecado, en cualquier edad y bajo
cualesquiera circunstancias, aunque varía en sus requerimientos por la parte humana, se
basa siempre en el sacrificio de Cristo, y consiste en la remoción del pecado en el
sentido de que ya no se inculpa de él al pecador, sino que se le carga a su Sustituto. No
hay mejor palabra para expresar esta remoción del pecado por medio del perdón que la
que se encuentra en Romanos 11:27, que se refiere al futuro trato de Dios con los
pecadores de la nación de Israel: "Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus
pecados."

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El segundo remedio divino para el pecado personal es la JUSTIFICACION. Las


palabras justo y justificar aparecen a menudo en la Biblia, y se relacionan
cuidadosamente, en forma directa o indirecta, con la justicia. La justicia como elemento
de carácter humano. Según el lenguaje bíblico y su significado, ser justo o justificado
puede que no significa más que ser libre de culpa o inocente de cualquier acusación.

El Antiguo Testamento describe a los santos, en lo que respecta a su carácter, como


personas "justas", y parece que con ese carácter han de aparecer en la Nueva Jerusalén
según afirma: Heb 12:22-24
22
sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo,
Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, 23a la
congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez
de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, 24a Jesús el Mediador del
nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel

Cuando Cristo les habló a aquellos que todavía se encontraban bajo el antiguo sistema,
mediante la parábola de la oveja perdida, Cristo se refiere a cien individuos de los
cuales 99 son "justos", que no necesitan arrepentimiento (Lc. 15:3-7).

Del mismo modo, mediante las buenas obras, el hombre puede justificarse delante de su
prójimo. Esta es la enseñanza que caracteriza a Santiago 2:14-26 “Así también la fe, si
no tiene obras, es muerta en sí misma”

Sin embargo, la justificación del hombre delante de Dios es de mucho más importancia.
Y esta justificación se basa en la justicia que Dios adjudica. En el Antiguo Testamento
se nos dice que Abraham logró que se le adjudicara justicia
Gn 15:6 “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”
Ro 4:1-4 “1¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne?
2
Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para
con Dios. 3Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por
justicia. 4Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda;”

Y David califica de "bienaventurado" a aquel a quien el Señor no inculpa de iniquidad,


o sea aquel a quien le atribuye justicia sin obras (Ro. 4:6; comp. Sal. 32:1, 2).

Así registra la Escritura el hecho de que Abraham logró que por fe se le atribuyera
justicia, con lo cual nos indica que él fue justificado por la fe, puesto que no fue
justificado por las obras. David escribió: "Porque no se justificará delante de ti ningún
ser humano" en el (Sal. 143:2). Bildad, quien expresó las creencias de los antiguos,
dijo: "¿Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios?" en (Job 25:4).

Aunque la justificación se previó en el Antiguo Testamento, se revela en forma más


completa en el Nuevo Testamento. Con excepción de una obra, la justificación es la más
sublime obra que Dios haya consumado a favor del creyente cristiano. Lo único que se
puede considerar superior a ella es la gloria eterna que ha de manifestarse. " ... a los que
justificó, a éstos también glorificó" en (Ro. 8:30).

La atribución de justicia se logra mediante la unión vital con Cristo, mientras que la
justificación es un decreto judicial de Dios, que se basa en la justicia que El mismo
adjudica, y es un reconocimiento de ella. Hay un orden lógico -aunque no cronológico,
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puesto que cada uno de sus pasos se opera simultáneamente, en el momento en que la fe
salvadora se hace efectiva- que nos conduce a la justificación consumada mediante
decreto divino. Los pasos son estos: (1) Cuando el individuo cree, entra real y
completamente a disfrutar de los valores que logró para él la muerte de Cristo. Esto
incluye la remisión de los pecados; pero en realidad incluye mucho más, puesto que la
muerte de Cristo llega a ser la base de la justificación divina. El significado correcto de
Romanos 4:25 es de suprema importancia, por cuanto relaciona la justificación divina
con la muerte de Cristo, y no con su resurrección. En este versículo leemos: "El cual
fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación"

Se deben distinguir tres causas de la justificación divina: (a) la causa primaria: la


soberanía de Dios; (b) la causa meritoria: la muerte sustitutiva de Cristo; y (c) la causa
instrumental: la fe. El texto de que estamos hablando se relaciona sólo con la causa
meritoria, y es uno de los pocos textos del Nuevo Testamento que trata este aspecto de
la verdad (compárese con Ro. 5:9, donde se declara que la justificación se realiza
mediante la sangre de Cristo; con 2 Co 5:21, donde la justicia que se adjudica, que es la
base de la justificación, se dice que es posible por el hecho de que Cristo, mediante su
muerte, fue hecho pecado por nosotros).
Ro 5:9 Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos
salvos de la ira
2 Co 5:21 “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”

"Consumado es", fue la voz que dio Cristo un poco antes de su muerte. Esa expresión
perdería mucho de su significado si no sirviera como testimonio con respecto al hecho
de que la justificación está establecida para siempre.

Cierto grupo de expositores cree que este pasaje (Ro. 4:25) indica que la muerte de
Cristo es la base del perdón, mientras que la resurrección es la base de la justificación.
En esa forma se asume que así como el pecado causó la muerte de Cristo, así la
justificación hacía necesaria su resurrección. Contrario a esto, los pasajes que hemos
citado (Ro 5:9 y 2 Co 5:21) indican que la justificación divina sólo se basa en la muerte
de Cristo. Es obvio que nadie es realmente justificado mientras no cree, pero
provisionalmente, Cristo estableció una sola vez y para siempre la base justa sobre la
cual puede ser justificado el que cree. Esto lo hizo Cristo mediante su muerte. Por
cuanto esa obra había sido cumplida, El se levantó de entre los muertos.

Continuando la enumeración de los pasos que conducen a la justificación divina en su


orden lógico, notemos el segundo paso que el creyente en Cristo está unido a Cristo
mediante el doble ministerio del Espíritu (mediante la regeneración, por la cual le es
impartida al cristiano la naturaleza divina, que es el mismo Cristo que mora en él; y
mediante el bautismo del Espíritu, por medio del cual el creyente cristiano se coloca en
Cristo) en forma tan vital, con ese Cristo que es su Sustituto, que todo lo que Cristo es y
lo que ha hecho se le imparte al hijo de Dios. Cuando el cristiano se le adjudica lo que
Cristo es, eso se convierte en base para la justificación divina. Y lo que Cristo ha hecho
se convierte en base para el perdón divino.

El acto de aceptar a Cristo como Salvador es un acto de la voluntad del hombre que trae
como resultados muchos beneficios específicos entre los cuales están el perdón y la
justificación.
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Es esencial para la clara comprensión de la doctrina de la justificación, que se observe la


distinción entre la justicia que se atribuye y la justificación divina. Es evidente que estos
dos aspectos de la posición del cristiano están estrechamente relacionados, por el hecho
de que en el original griego, éstas son dos formas de una misma palabra.

La justicia que se atribuye o se adjudica, que es la justicia de Dios que se le aplica al


creyente cristiano en virtud del hecho de que él está en Cristo (Cristo ha sido hecho por
Dios, para él, justicia de Dios) (comp. Ro. 3:22; 10:3,4; 1 Co. 1:30; 2 Co. 5:21; Ef. 1:6;
2:13). De esta manera la justicia que se atribuye o se adjudica representa el valor
inmutable que Cristo llega a tener para todos los que están en El. Esa justicia se logra
totalmente mediante la posición del creyente cristiano en Cristo, y existe sólo en virtud
de esa relación.

La Epístola a los Romanos distingue cuatro clases de justicia, a saber:


1. La justicia que es el carácter propio de Dios (Ro 3:25; 9:14);
2. La justicia que es de carácter humano (Ro 10:3) “3Porque ignorando la justicia de
Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de
Dios; 4porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”
3. La justicia que obra internamente el Espíritu Santo (Ro 8:4) “para que la justicia de
la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme
al Espíritu”
4. y La justicia que se adjudica (Ro 1:17) “Porque en el evangelio la justicia de Dios
se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”

Esta última es lo que Cristo es y la que llega a ser del cristiano mediante la adjudicación
divina, es decir, mediante la aplicación, por cuanto es un beneficio divino legítimo que
le viene al cristiano automáticamente por el hecho de estar en Cristo. Esa justicia de
Dios, que es Cristo, nunca cesa de hecho de ser la propia justicia de Cristo, ni tampoco
llega a ser de hecho parte alguna del carácter del creyente cristiano. Así como el vestido
de novia no es la persona que lo lleva, la justicia que se adjudica constituye la posición
del cristiano, lo que lo cubre; pero no es de ninguna manera la propia justicia del
cristiano. Es cierto, sin embargo, que el irreductible valor de la justicia que se adjudica
perdura mientras perdure el mérito de Cristo, pues tal justicia depende de El.

Por otra parte, la justificación divina es un decreto o reconocimiento público, por parte
de Dios, de que el creyente cristiano a quien El ve perfeccionado con respecto a su
posición, por cuanto está en Cristo, es justificado delante de sus ojos.

(3) el último paso del orden lógico de la obra divina que nos lleva a la justificación se
ve que no es la creación ni la investidura de la justicia que sólo se logra por medio de la
relación del cristiano con Cristo, sino más bien, el reconocimiento oficial de esa justicia.

El hijo de Dios es justificado en virtud del hecho de que Dios lo ha declarado justo.
Dios no puede, ni podría legalizar una mera ficción, mucho menos una falsedad. La
justicia que es base de su decreto justificador no es menos que la absoluta justicia de
Dios que está a disposición del cristiano por medio de Cristo, y que se le adjudica a todo
aquel que cree.

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Con respecto al carácter legal y equitativo de la justicia que se adjudica y del decreto de
justificación divina, debe observarse que, de las cinco ofrendas simbólicas del libro
Levítico, en sus primeros cinco capítulos -el holocausto simbolizaba la ofrenda que
Cristo hizo de Sí mismo a Dios, para cumplir la voluntad del Padre; la oblación
simbolizaba la imparcialidad, el equilibrio y la perfección del carácter de Cristo; la
ofrenda de las paces representaba a Cristo que es nuestra paz; la ofrenda por el pecado
simbolizaba a Cristo, Quien llevó sobre Sí nuestros pecados; la ofrenda expiatoria
simbolizaba a Cristo en su relación con la ofensa que el pecado ha obrado contra Dios y
contra sus justas posesiones como Creador (comp. Sal. 51:4). Las primeras tres ofrendas
se clasifican como ofrendas de olor grato. Las demás se clasifican como ofrendas que
no son de olor grato. Con esto se nos indica que en la muerte de Cristo hubo algo que
fue grato al Padre, como un olor grato de incienso para El. Y del mismo modo, hubo
también en la muerte de Cristo algo que fue horrible ante el Padre, lo cual estaba
simbolizado por las ofrendas que no eran de olor grato.

Considerando estos dos grupos de ofrendas simbólicas un poco más detenidamente y en


orden inverso, observamos:
1. que, por causa del carácter santo de Dios, y la imposibilidad de que El pueda ver el
pecado con el menor grado de simpatía, su rostro se apartó de Cristo en el momento
en que El llevaba todos los pecados. Fue entonces cuando el Salvador exclamó:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Muy bien pudiéramos
preguntar por qué fue clavada la adorable segunda Persona de la Trinidad, en una
cruz, y por qué fue desamparado por la primera Persona. En realidad, los hombres
han dado muchas respuestas a esta pregunta. La Palabra de Dios sólo da una
respuesta: que la segunda Persona, como Cordero de Dios, es la ofrenda sustitutiva
por el mundo perdido. Como parte del valor que el sacrificio de Cristo tiene para
Dios, el Padre puede perdonar los pecados personales de todos los que acuden a El
por medio de Cristo Jesús. Como esta transacción se basa en la muerte de Cristo, es
legal, pues, aunque tenga que perdonar al peor de todos los pecadores, Dios no
queda complicado de ninguna manera, ni está dejando a un lado la justicia. Toda
sentencia que su justo gobierno imponga sobre el pecado cae sobre el Sustituto, por
lo cual queda plenamente satisfecha.
2. Del mismo modo, observamos que, cuando Cristo ofreció sus propias perfecciones
al Padre, tal como estaba simbolizado en las ofrendas de olor grato, El estaba
logrando una provisión legal, por medio de la cual el mérito del Hijo de Dios puede
adjudicársele a la persona a quien El salva. Refiriéndose al deleite del Padre en este
aspecto de la muerte de su Hijo, leemos en Hebreos 10:5-7 las palabras que el Hijo
habló al Padre, cuando el Hijo entró en el mundo: "Sacrificio y ofrenda no quisiste;
mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te
agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad,
como en el rollo del libro está escrito de mí." No debemos desatender el contraste
que aquí se nos presenta. La palabra en la cual el Hijo dice que El recibió un cuerpo
para el sacrificio (v. 5), indica que su sacrificio sería agradable al Padre, como los
holocaustos y sacrificios del tiempo antiguo no habían podido complacerlo (nótese
que Jesucristo relaciona su muerte con las ofrendas de olor grato). En ese aspecto de
la muerte de Cristo, simbolizado por las ofrendas de olor grato, el rostro del Padre
no se aparta, sino que, más bien, halla en él contentamiento. La segunda Persona,
entonces, " ... se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios" (He. 9:14). Si se nos
pregunta por qué la segunda Persona de la bendita Trinidad está en la cruz
ofreciendo sus perfecciones a la primera Persona, podemos contestar:
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a. Ciertamente, El no está haciendo esa ofrenda a manera de revelación al


Padre, pues el Padre había conocido todas las perfecciones del Hijo
eternamente.
b. La razón es esta: puesto que el hombre caído no posee mérito propio delante
de Dios, el Hijo, como Sustituto del pecador, ofrece su propio mérito
perfecto al Padre, a favor del pecador. Así se logra establecer una base legal
para que Dios se sienta libre, no sólo para perdonar en cumplimiento del
símbolo de las ofrendas que no eran de olor grato, sino que del mismo modo
se siente libre para adjudicar todas las perfecciones de su Hijo a la persona
que El salva, según el simbolismo de las ofrendas de olor grato.

Concluimos, pues, que la justificación divina:


1. No es solamente la remoción de los pecados personales mediante el perdón, sino
más bien, un decreto divino que declara al creyente cristiano cubierto eternamente
con la justicia de Dios;
2. La justificación no tiene relación directa con la resurrección de Cristo, sino que se
basa en su muerte.
3. La justificación es un acto divino que es justo en grado infinito, y, aunque no está en
conflicto con la razón humana, sobrepasa todo entendimiento en su magnitud y
gloria.
4. La justificación divina es una porción de la perfección del cielo que Dios ha traído a
la tierra. Es tan armoniosa la jurisprudencia divina que se dice que Dios es justo
cuando justifica al pecador por el solo hecho de creer en Jesús (Ro 3:26).
5. La justificación divina, siendo legalmente justa, será defendida por Dios hasta la
eternidad. En efecto, la misma justicia que una vez condenó al pecador, cuando éste
sea justificado, defenderá su posición en Cristo para siempre.

Se nos dice que el principal fin del hombre es el de glorificar a Dios. Todo ser creado
debe hacer esto, pues Dios no ha creado ningún ser que no contribuya para su eterna
gloria. Todos los seres, y cada uno de ellos, tendrán que demostrar la gracia divina en
todas sus perfecciones de acuerdo a (Ef. 2:7 “para mostrar en los siglos venideros las
abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”), o su
ira según se expresa en (Ro. 9:22) en todas las edades venideras.

La justificación divina es un aspecto del remedio divino para el pecado personal. Se


extiende, también, a todos los demás aspectos de la desemejanza del hombre con Dios,
y responde a todo desafío que pudiera venir contra el que es salvo por la fe en Cristo.

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