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1 de enero

LAS DIVISIONES A LA LUZ DE LAS ESCRITURAS


de 2009

“Las Divisiones a la luz de las


Escrituras”
Apóstol Gustavo Acuña

¿Las divisiones en la Iglesia


serán de Dios o del diablo?
Al observar el panorama cristiano en el país y fuera de el, es
alarmante ver cuantas iglesias independientes y aun denominaciones
están enfrentando cismas o divisiones en su seno. Por razones
triviales e injustificables desde el punto de vista Bíblico, Pastores o
líderes, con el apoyo de hermanos que los admiran y siguen
ciegamente, están causando divisiones que destruyen la unidad del
cuerpo de Cristo y afectan seriamente su testimonio ante un mundo
cada vez mas escéptico y hostil al mensaje del Evangelio.

Las divisiones no son nada nuevo en el cuerpo de Cristo,


aunque a medida que se acerca la medida del Señor es evidente
que van en aumento. La Iglesia del primer siglo tuvo que enfrentar
la posibilidad de un cisma por las siguientes razones:

1) Económicas : La distribución de los fondos destinados a


auxiliar a los pobres de la Iglesia y la comunidad. Hechos 6:1-
7
2) Doctrinales: La circuncisión y la observancia de la ley.
Hechos 15:1-21
3) Personales: La preferencia por ciertos líderes de renombre. I
Coríntios 1:10-13; 3:1-8
Gracias a Dios, en la mayoría de los casos la Iglesia, llamada por
algunos “ primitiva o apostólica” , tuvo la suficiente sabiduría,
humildad y paciencia para enfrentar estos conatos de división y
resolverlos exitosamente, antes de que dañaran irreparablemente la
buena imagen del Evangelio en el mundo.

La primera rebelión y división ocurrió en los mismos cielos,


cuando lucifer, un ser angelical bello y resplandeciente, no quiso
estar sujeto a Su Creador, sino que se levanto contra el e intento ser
“ semejante al Altísimo” (Is. 14:12-15) En su vano intento por ser
igual a Dios, numerosos teólogos firman que lucifer logro persuadir a
una tercera parte de los ángeles para que se unieran a el en su
rebelión (Ap. 12:4).

Como resultado de esta sedición cósmica, lucifer y sus ángeles


fueron arrojados del cielo (Is. 14:15; Ez. 28:16). Lucifer se convirtió en

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Satanás, que hoy en día es el enemigo declarado de Dios y su


pueblo (Mt. 13:39 ; 1 Pedro 5:8) y los ángeles caídos se convirtieron en
demonios. No pudiendo vengarse directamente de Dios, ellos lo
hacen atacando con saña y sagacidad al pueblo del Señor en la
tierra. Una de sus tácticas favoritas es crear divisiones con el fin de
debilitar, desprestigiar y destruir la obra del Señor en la Tierra. En
las “ matemáticas espirituales” , el Espíritu Santo suma o “ añade”
(Hechos 2:41,47) y “ multiplica” (Hechos 6:7; 9:31); en cambio, Satanás
resta o “ detrae” (2 Co. 12:20; 1 Pedro 2:1) y “divide”. Por eso es que
nunca nos debemos prestar como líderes o cómplices en una acción
tan reprobable como es la de provocar una separación o división en
la Familia de Dios (Ro. 1:32).

La Palabra de Dios nos enseña que en muchos casos es preciso


que ocurran divisiones dentro del seno de la Iglesia (1 Co.
11:18,19,30-32), para que sean manifiestas las personas que sirven a
Dios con corazón puro. En una división todas las personas
involucradas están bajo observación y prueba de parte del Señor.
Lastimosamente, muchos hermanos fallan la prueba, dejándose
arrastrar y dominar por los caprichos o sentimientos propios del
“hombre natural” (1 Co. 3:3); sin importarles el efecto que una
división pueda tener sobre la obra cristiana en general o sobre el
mundo inconverso.

Hoy, las divisiones no solo ocurren en iglesias de corte


tradicionalista, sino en otras llamadas “ Pentecostáles” o
“ Neopentecostáles” , que proclaman a los cuatro vientos que son
“renovadas en el espíritu”. Si el Espíritu Santo realmente estuviese
en control de tales Iglesias, discernirían inmediatamente que el
espíritu que opera entre ellos, fomentando una división, no es de
Dios. En una forma sutil o sagaz, Satanás a introducido en esas
Iglesias “ espíritus religiosos” de legalismo, misticismo, sectarismo,
divisionismo, etc., que tarde que temprano van a provocar una
escisión, ruptura o división con consecuencias espantosas para el
pueblo de Dios.
Lamentablemente, la separación entre hermanos en Cristo no
es siempre cordial o amigable. Cuando se le da lugar a la carne,
soliviantada por espíritus inmundos que Satanás envía astutamente
para promover estas divisiones, se comienza a usar de la “política
religiosa” para justificar y consolidar el “ golpe” . Para alcanzar el
fin deseado, en muchas ocasiones no solo se usan las armas
carnales (2 Co. 10:4) que la Biblia repudia y condena, tales como la
mentira, intriga, amenaza, coacción, manipulación, difamación, etc.,
sino que se puede llegar a usar medidas de hecho que degeneran
en la violencia y provocan escándalos que desprestigian la obra del
Señor. En algunos casos, una de las partes involucradas en tan
penoso suceso acude a los juzgados para entablar una demanda,
especialmente cuando pretenden apoderarse de las finanzas o los
bienes materiales (muebles o inmuebles) que la Iglesia posee. Una
acción semejante es prohibida y sancionada por la Palabra de Dios (1
Cor. 6:1-8)

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La Escritura nos enseña que las divisiones son usualmente


provocadas por personas “ sensuales” (o carnales), que no tienen el
Espíritu (Judas 19) o no son dirigidas por El. En Gal. 5:20, las
divisiones son incluidas en la lista de las “ obras de la carne” que
nos descalifican para participar en el Reino de Dios. En Romanos
16:17, el Apóstol Pablo nos ordena “ mirar” (marcar o señalar) a los
hermanos que causan divisiones y tropiezos (o escándalos) y que
nos apartemos de ellos. El divisionismo es una temible enfermedad
espiritual “ infecto- contagiosa” que contamina el alma y el espíritu.
Los hermanos infectados por este “ virus” espiritual deben ser
aislados (puestos en cuarentena) para “ que se avergüencen” (2
Tes. 3:14) y arrepientan.

En Romanos 16:18; Pablo afirma que las personas que


encabezan una división “ no sirven al Señor nuestro Jesucristo,
sino a sus vientres” (eso quiere decir que son motivados por
intereses meramente personales y no por amor al Señor Jesús y a
su Iglesia) Si amaran al Señor, a los hermanos y a las almas
perdidas (como pretenden hacerlo), jamás cometerían una acción
semejante que va en detrimento de la obra de Dios en la tierra.

La Escritura declara que debido a la naturaleza destructiva de


las divisiones, las personas que las encabezan y apoyan están en
peligro de caer bajo juicio divino (1 Co. 3:16,17). A la persona que
“ siembra discordia entre hermanos” ( Prov. 3:14,15). Cuando la
división es el resultado de una rebelión en contra de la autoridad
delegada o establecida por Dios entre Su pueblo, los resultados son
siempre funestos para el culpable de ella (Prov. 29:1)

En Hechos 5:36,37, Gamaliel, un sabio maestro de Israel, hace


referencia a dos líderes religiosos o políticos que se levantaron (o
sublevaron) contra las autoridades establecidas por Dios (Rom.
13:1,2). Ambos lograron engañar a muchas personas para que se
unieran con ellos en su rebelión, pero el fin fue trágico (como
siempre lo es). Los líderes fueron muertos y sus seguidores fueron
dispersados. El movimiento que encabezaron quedó “ reducido a
la nada” .

En el Antiguo Testamento hay varias ilustraciones del temible


efecto que tienen la rebelión y la división. En Num. 12, María y
Aarón, hermanos de Moisés y ministros de Dios, movidos quizás por
la ambición, se levantaron contra él, tratando de justificar su acción
acusando a Moisés de haber violado la ley de Dios al tomar por
esposa a una mujer extranjera.

Moisés no tuvo que defenderse; Dios, que siempre es celoso


por la honra de Sus siervos (Prov. 30:10; Rom. 14:4), habló por él. El
resultado fue fatídico para María, la instigadora de este incidente,
pues de la noche a la mañana resulto “ leprosa como la nieve” . Su
pecado afectó a todo el pueblo de Dios, que tuvo que detener la
marcha hacia la Tierra Prometida siete días en espera de que fuera
curada y restaurada.

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Al leer esta historia bíblica uno descubre que esta rebelión en


contra de Moisés fue causada por la falta del “ temor de Dios” en
el corazón de Aarón y María (Num. 12:8). El temor de Dios nos hace
aborrecer (Prov. 8:13) lo que Dios aborrece EL PECADO (Prov. 6:16-
19). El temor (reverencial) a Dios nos detiene o frena cuando nos
sentimos tentados a transgredir una ley divina. (Ex. 20:20)

Cuando hay temor a Dios, el pueblo se une tras los líderes


constituidos por Dios (1 Sam. 11:7). Cuando se manifiesta el temor
de Dios en medio de la Iglesia, los creyentes se mantienen unidos
(o “ unánimes” ) en un mismo corazón (Hechos 2:43,46; 5:11,12). La
Biblia nos advierte que especialmente en los fines de los tiempos
ciertos falsos ministerios (profetas o maestros) se introducirán
encubiertamente en la Iglesia (2 Ped. 2:1), los cuales, no temiendo
a Dios, seguirán la carne y se levantarán en contra de las
autoridades espirituales establecidas por Dios (2 Ped. 2:10)

En Números 16:1-35 encontramos la narración de la revuelta y


división provocada por Coré en “ la congregación en el desierto”
(Hechos 7:38). A él se unieron numerosos líderes o “ príncipes” ,
varones de renombre (Num. 16:2). La conspiración se extendió
rápidamente, al punto de que toda la congregación se juntó contra
Moisés y Aarón a la puerta del tabernáculo (Num. 16:19) La ira de
Dios se encendió contra toda la congregación, por culpa de estos
líderes que incitaron a la rebelión (Num. 16:22). Si no hubiera sido
por la mediación de Moisés, la congregación entera hubiera sido
destruida. Los cabecillas de esta “ contradicción” (Jud. 11)
perecieron trágicamente (Num. 16:32-35) y son hoy una advertencia
clara de parte de Dios para los que “ menosprecian la autoridad
y vituperan las potestades superiores” ( Jud. 8)

Otro caso conocido de rebeldía y división está en 2 Sam. 15-


18, donde hallamos que Absalón, uno de los hijos predilectos de
David, se levantó contra su padre con el fin de usurpar el trono de
Israel. Usando de astucia e hipocresía, él logró conquistar el corazón
de muchos líderes y súbditos del Rey David. La Escritura dice que
“ la conspiración se hizo poderosa” (2 Sam. 15:12), obligando a
David huir juntamente con sus hombres más leales. Aunque Absalón
logró (temporalmente) su nefasto propósito, sin embargo a la postre
murió en forma trágica (2 Sam. 18:4-16) y sus seguidores tuvieron
que huir avergonzados por la derrota y humillación que sufrieron.

Estos incidentes, y otros que también pudiéramos mencionar,


fueron incluidos en las páginas de la Biblia según el Apóstol Pablo
“como ejemplo (o figura), y están escritas para amonestarnos a
nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los tiempos (1 Cor.
10:11). Hacer caso omiso a estas advertencias divinas sería una
insensatez, pues estaríamos poniendo en riesgo nuestra relación
con Dios, nuestra familia y aún nuestra vida misma.

Una división en la Iglesia es como un divorcio en el seno de


una familia. El divorcio no sólo afecta a los que son directamente
responsables del rompimiento de un hogar (los cónyuges), sino que

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también afecta adversamente a sus descendientes “ hasta la


tercera y cuarta generación”.

Los hijos son las inocentes víctimas de la “ locura” de sus


padres. Desafortunadamente, otras personas totalmente ajenas al
problema (parientes, amigos, vecinos, etc) se ven envueltos en él,
siendo obligados por las circunstancias a inclinarse de uno u otro
lado.

Lo mismo sucede cuando una Iglesia se divide. Los hermanos


“ tiernos” y débiles son duramente afectados por la división,
optando muchos de ellos por irse a otra iglesia (que pudiera ser
herética, como los Mormones, testigos de Jehová, etc) o por
regresar al mundo decepcionados por lo que han visto y oído en
una Iglesia que proclamaba ser “ la única” , “ la verdadera” o por lo
menos “ la mejor” . En tales casos, al instigador (o instigadores) de
la división le hubiera sido mejor que se “ atase al cuello una
piedra de molino y arrojarse al mar, que hacer tropezar a
uno de estos pequeñitos” (Luc. 17:1-2). Pecar contra ellos, es
pecar contra Cristo mismo (Mat. 25:40; 1 Co. 8:12).

Dios aborrece el divorcio (Mal. 2:16) como también detesta las


divisiones en Su pueblo, por el efecto dañino y destructivo que
tienen. Por tal razón, los hermanos que se ven envueltos –
voluntaria o involuntariamente – en un conato o amenaza de
división deberían agotar todas las instancias y, en el amor de Dios,
buscar a toda costa la reconciliación, aún sacrificando sus propios
intereses con tal de proteger los intereses comunes de la
congregación. Aunque en la Iglesia existan graves problemas
espirituales, doctrinales, morales, económicos, etc.; con paciencia y
cordura, humildad y amor, la mayoría de ellos se pueden resolver.

Antes de tomar una fatídica determinación de separarse o


dividirse, los comprometidos en tal “ conjuración” deberían buscar
a Dios en oración y ayuno para que el Señor confirme o revoque
sus planes. Tristemente, rara vez lo hacen, sino que se apresuran a
tomar una decisión que tiene consecuencias imprevisibles.

La Palabra de Dios nos exhorta a “ guardar ( preservar) la


unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef. 4:3) y “del
amor” (Col. 3:14).

En obediencia al Señor y Su Palabra, debemos hacer todo lo


que está de nuestra parte por evitar vernos envueltos en una
división, ya que ésta es un atentado directo contra el Cuerpo de
Cristo. Luchemos, más bien, por promover el amor, la comprensión
y la paz, contribuyendo en esta forma a mantener la Iglesia fuerte y
unida en estos tiempos tan críticos que nos ha tocado vivir antes de
la Venida de Cristo.

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