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LA NARÍZ DE CYRANO
UN VIAJE AL SOL EN EL SIGLO XXI
MINI-NOVELA
Madrid
2009
LEMA:
“NUNCA ESTAR TRISTE BAJO EL SOL...”
DANTE
2
Veo, a veces, delante de mí, una gran montaña, con sus picos
recubiertos de nieve, con los senderos hacia la cima, en algún risco
hay una fortaleza sin habitantes, cascadas y puentes se oyen por
doquier. Al instante, oigo también el mar y si lo deseo ver, lo veo,
desde el promontorio, en la falda de la montaña, rompiendo sus olas
con rugidos en las rocas de la orilla. Es como un golfo, y aún así,
las aguas son salvajes y las corrientes traen delfines y peces
voladores. Otras veces siento el viento detrás de mi cabeza, rugiendo
en las cavernas de la pared salvaje, despertando murciélagos y
elevando arena. La arena me lleva al desierto, al oasis, a la fuente: es
como un laberinto natural cuya torre es un vacío invertido en el
abismo. Dunas se forman y se componen al atardecer, cambiando el
paisaje día a día. Se oyen truenos hondos y se observan relámpagos
lejanos, auroras boreales del crepúsculo y cielos con dedos morados
de la Odisea, en el Alba: estoy rodeado por la esfera de cristal de la
naturaleza y ¿qué diré del cielo estrellado? ¿Hay acaso algún ser que
no se maraville con las estrellas? Con sólo ver el Sol me bastaría
creer en algo grande y la sola luna me recuerda de la existencia de la
poesía, aun cuando falta en el cielo. La luz ceniza del primer día me
presenta su esfera gris como un pan recién sacado del horno, en
plena noche. Modifico mi mirada y observo a las hormigas. Es un
solo ser, lo siento, un hormiguero entero como el enjambre de las
abejas. Los grillos continúan su canto hasta muy entrada la noche.
EL río baja solitario y callado hacia al mar y el bosque parece
congelado desde lejos, pero ¡qué movimientos frenéticos hay en su
seno verde! El fuego frío de las luciérnagas rima con las luces del
cielo nocturno y la brasa del fuego que he encendido palpita como
un corazón abierto. Todo eso lo veo desde mi balcón, en Barcelona.
Desde mi ventana, viajo sin cesar hacia el mundo, sin salir de la
puerta de mi casa.
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Es una figura natural, del viajero que ha cumplido con su itinerario y
todo ello me trae en la memoria las últimas palabras de Paracelso, a
ver si me las recuerdo bien: “. . . verdadera cosecha de Dios...oigo
en mis adentros, pero falta algo, falta algo...la primera parte de esa
declaración extraordinaria de un hombre que ha volcado su vida en
pos de sus semejantes”...verdadera cosecha de Dios...” ¡Qué bueno
que no recuerdo el comienzo! . . . así todavía queda algo, aún no ha
llegado el fin. Escribo eso por volcar mis olas hacia tu playa, no por
necesidad. Escribo palabras, pero hubiera podido gestual izar todo, o
dibujarlo en un papel de arroz con grises de tinta china, como
también dramatizarlo en forma de canto, de elegía menor. Sé que no
es inútil volcar tus vientos sobre la arena del desierto. No es inútil
llover sobre el bosque. No es inútil elevar el fuego frente al frío ni
abrigarte con el calor.
Había una vez un anciano en Barcelona, miraba adelante como
un marino. El barco trituraba el viento en la loma y el mascaron de
proa tenía forma de dragón que empuñaba una copa del más
exquisito vino. Entre las olas un pez espada navegaba. Amigo de
este anciano de la nada...
La Luna, luna...
El Sol, el sol...
Estrellas...
Bellas, bellas...
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Adiós noche, adiós
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No obstante, la naturaleza femenina es diferente de la
naturaleza masculina y como tal, hay que tener en cuenta qué cosa
es lo femenino y qué es lo masculino.
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El icosaedro lo he construido tomando en cuenta los dibujos
técnicos de Leonardo en el libro de LUCA PACCIOLI.
Tenía veinte caras. Un antiguo libro de perspectiva de los
cuerpos platónicos de la época de Cyrano me ayudó a refinar ciertos
detalles de angulación. Para Cyrano, como para mí, el objeto era una
auténtica monería mecánica. Terminada la construcción la envié por
avión en una caja bien sellada a RIMNICUL VILCEA, la ciudad del
eclipse y pronto viajé yo también, despidiéndome de los míos, que
estaban al tanto de los preparativos.
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Por el orificio de la base me di cuenta que la máquina se había
elevado suavemente y el claro del bosque quedó abajo como un ojo
en la verdura. Era prodigioso ver como la máquina seguía, punto por
punto, el diario de vuelo de Cyrano.
El vacío que se producía en el Icosaedro debido a los rayos
cinéreos del eclipse, unidos y enfocados por los cristales, atraía, para
llenarse, una tromba de aire que empujaba la caja de modo casi
vertical. La vela que Cyrano había agregado a los planos no entró en
mis cálculos debido a la experiencia misma de Cyrano. Poco
después del despegue realizado tres siglos antes, la vela se había
desprendido y se perdió en la atmósfera.
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Para mí, el pequeño libro del viaje a los Estados e Imperios de
la Luna y del Sol, era una joya. Lo llevaba conmigo en una pequeña
mochila, como un amuleto secreto de la emulación metido entre
otros objetos mágicos que elegí en tierra con mucho cuidado.
Cuando niño, recuerdo que al terminar el primer curso de Kinder,
tenía cinco años, había faltado casi todo el período, jubilándome sin
que nadie se enterara y vagaba sólo por la ciudad, mirando las
vitrinas y la gente. Un día construí un aparato volador de madera,
con hélices y ruedas curiosas y se lo regalé a la maestra que lo
expuso durante años en su oficina, en un escaparate de cristal. Era
un objeto bastante grande, y años después, cuando de nuevo visité la
guardería, lo encontré en el mismo sitio, como una escultura rara.
“Ese niño será un genio o un vagabundo” dijo la profesora y mi
madre afirmó lo mismo con un gesto de cabeza. Lo cierto es que hoy
me siento un vagabundo del camino del Sol.
El aparato que había construido de niño tenía cierto parecido
con éste, en el cual me encuentro hoy, moviéndome rectamente
hacia el Sol del cenit.
¿Y ahora qué?
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No vi. casas, ni caminos, ni huella alguna de habitantes
cercanos. El sol era un lugar fresco y el mar callado movía sus olas
en una música suave en la playa, cuya arena era de polvo aurífero.
Me percaté que el oro era el “material” del cual está “hecha” la
“tierra” del sol, junto al mar que ostentaba un oscuro color celeste,
hasta el horizonte. Mar y Oro y luego, a lo lejos, bosques tupidos de
un verde brillante. Tal vez por ello el sol generaba esa luz en el
universo. El polvo de oro no quedaba expandido en el aire cuando
repasaba mi mano por la arena y la deriva de las olas no producía
polvo. Los finos granos caían suavemente en la “arena” amarilla y
su pesadez impedía la formación de huellas al caminar sobre al
playa. ¡Qué agradable sensación es caminar sobre el oro!
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Observé que los dados tenían formas distintas: cubos,
pentaedros, octaedros, dodecaedros, icosaedros. Mi icosaedro de
cristal estaba allí en la playa y, a pesar de su hosco tamaño, parecía
uno más entre tantos objetos de su misma forma. De las cosas que
había embarcado en mi nave de madera, además del icosaedro de
cristal, me di cuenta que habían quedado paradas en la playa de oro,
dos maletas que había llenado de objetos maravillosos, en mi salida
de RIMNICUL VILCEA: dados, pinceles, tinta china, una pequeña
hamaca, una cerbatana telescópica que podía aumentar su tamaño
como un catalejo hasta alcanzar los dos metros, una bicicleta
desmontable, un pequeño velero con su vela, también desmontable,
el código general de las lenguas, el modelo del Yo, un juego de
ajedrez con su tablero y trebejos, un reloj de arena, unos fósforos,
una lupa, unas pinzas, un tramojo y otras cien cosas más que estaban
ordenadas en el interior de la maleta, tal cual lo había hecho antes de
partir. Me extrañó que la máquina se había esfumado y las maletas
no. Tal vez se debía ello al hecho de que estaban situadas muy cerca
de mi cuerpo a cado lado del celemín, o taburete de papel maché,
donde estuve sentado. Por cierto, el taburete también estaba allí.
Este objeto especial en forma de tortuga, era un “instrumento” que
me había regalado uno de mis maestros-amigos, Hernán Gómez,
hecho con cinco bombillos y una botella vacía de COCA COLA. Era
uno de mis objetos favoritos pues me servía de mesa, de almohada,
de silla de meditación y de soporte para mis sesiones de pintura y
caligrafía ZEN, el Zen Latino.
A diferencia de las playas de arena, ese polvo de oro no
quedaba mojado al romperse las aguas del mar en la orilla. Entre las
finas partículas de oro-gualda, había fragmentos diamantinos cuyos
brillos proyectaban a grandes distancias rayos de luz fosforescente,
de todos los colores.
Por mi cabeza no pasó jamás la idea de llenarme “los bolsillos”
de oro o diamantes para negociarlos en tierra, a mi regreso en mi
planeta mercantil.
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A causa de ello, observé que todo lo que yo tocaba por más de
ocho segundos, se transformaba en oro: mis dados, la hamaca de
hilos de henequén ahora era de hilos de oro, la cerbatana y casi todos
los objetos de las maletas eran de oro puro: al hacer tan sólo una
cruz sobre el objeto, esta cualidad que me traía a la memoria al rey
Midas y a su castigo, prohibía al material transmutarse en el metal
amarillo.
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El brillo suave permanecía callado en mi visión,
cerrando o no los párpados. Saqué una pequeña esfera maya
de cristal, el ZASTUN que los curanderos de Yucatán usan
para diagnosticar a los enfermos, y empecé a mirarla fijamente,
con la intención de lograr ese instante nebuloso que ocurre al
concentrarte en toda esfera de vidrio. Durante largo tiempo
miré el soporte esférico con esa intención y pronto, la espesa
niebla que describen todos los magos que saben de esas cosas,
apareció dentro y alrededor de la esfera. Me vi. entrando en la
máquina, cerrando las compuertas, elevándome, pasar por la
región intermedia, llegando al Sol y luego, de un destello, bajar
lentamente, con las dos maletas al lado del cuerpo, en la playa
auriforme, como un perfecto replay. Pronto, la imagen de mi
cara apareció reflejada en la esfera y tenía la sensación de
verme en un espejo convexo, como la famosa pintura
anamórfica de ESCHER.
La bola de cristal era mi televisión, lo sabía: podía ver allí lo
que quería. Sólo con la intención de mirar bastaba para aparecer en
la pantalla virtual, el paisaje, el objeto o la persona que quería
contemplar. A diferencia de las imágenes televisivas, podía
comunicarme con todos, entablar conversaciones y hasta tocarlos “a
mon gré” o moverlos en sus trayectorias lejanas. Me levanté y
empecé a caminar pero descubrí que me deslizaba por la playa de
oro como llevado por una banda mecánica invisible, sensación
parecida a la que tiene el que se mueve en los aeropuertos por la
banda mecánica horizontal sin peldaños ni barras laterales.
Reflexioné en ello y elevé las manos. Súbitamente, mi cuerpo se
elevó un poco por encima del suelo- Sol y pude deslizarme por los
aires. Ese descubrimiento me alegró sobremanera. ¡Volar, qué gozo
inestimable! Viajé largo rato por los alrededores. Bosques, campos,
picos elevados de montañas de oro, planicies interminables de
plantas paralelas y en todas partes aquélla luz cinérea que se
llamaba Ardentía.
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Como permanecí un rato con la palma de mí mano derecha
sobre el muslo, la pierna entera se transformó en oro: se me vino en
la memoria la leyenda de PITÁGORAS y su muslo de oro que le
permitía ser ubicuo. Seguramente, el filósofo había sido un visitante
de estos paisajes. Mi afecto, no obstante el respeto que le profesaba
a Pitágoras, se dirigía hacia la figura de Heráclito, el hombre hosco y
genial de EFESO. En el mismo momento en el cual estaba pensando
en el efesio, apareció a lo lejos, un caminante. Pronto llegó a mi lado
y me abrazó en silencio, con una breve sonrisa, deslizándose, como
yo.
-¿Lo perdiste?
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-Vamos a sentarnos en calma frente al mar. –dijo Heráclito ¿tienes
dados terrestres?
-No, No... –respondí. Pero todo es tan preciso, tan calmado, tan
perfecto, que se me hace pequeño el corazón.
-¿Qué querías? Estás en el sol. Aquí todo está hecho. ¿No te das
cuenta que ni siquiera necesitas ir “al baño”, como ustedes dicen
allá, en tierra, en esos días?
Era cierto. No me había percatado que mis necesidades de hacer
“pipí” o “pupu” como dicen los niños, estaban aquí totalmente
anuladas.
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-Es que en el sol todo está perfecto. No hay necesidad de hacer
ninguna necesidad, de crear nada, de inventar nada, de comer nada. .
.
-Bueno es que suponen que la obra original tuvo que ser mucho más
densa. El libro se ha reconstruido de los comentarios que se
encontraron sobre vos, en varios autores.
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-Este lugar –continuó Heráclito- es el preciso sitio en el cual
podemos conversar en calma sobre mi libro. No estamos perdiendo
ningún tiempo. No tenemos que ir a dormir ni a comer. No hay
necesidad de hacer ninguna necesidad, puedes preguntarme lo que
deseas. No estoy apurado.
-¿En tierra? ¿Pero quieres volver? Entiendo, como no hay nada que
hacer aquí, ya empiezas a fastidiarte.
-No, no, sólo desearía hacerles llegar a los míos, a mis amigos,
también estudiosos de la poesía, las palabras que me estás regalando.
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-En el Sol, sólo estoy yo. Los demás como lo llaman ustedes, “los
iluminados” están muertos, es decir viven ahora en tierra, enseñando
aquí y allá. Tu hija, le dice en este momento, a su mamá: Yo quiero
dibujar un SOL -¿la escuchas?
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-Sí, común es el principio y el fin en la circunferencia, el fragmento
103. –respondí.
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-Sí, recuerdo el sonido
-En Catadupa pues, en África, donde el río cae desde las altas
montañas, las gentes que viven allí han perdido la costumbre de oír
este sonido, por su misma magnitud, como los peces que no ven el
agua del mar, ciertamente un tremendo volumen de sonido surge de
la rápida y suave revolución de todo el cosmos, pero los oídos
humanos no son capaces de recibirlo, aunque lo tienen dentro y
fuera, del mismo modo que son incapaces de mirar directamente al
sol, cuyos rayos ciegan y vencen los sentidos. Sólo los niños pueden
hacerlo, pero al crecer, se olvidan. Te das cuenta que, tanto aquí
como en la tierra, un día es igual a otro cualquiera. Aquí sólo hay
día.
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El sentido común es el sentido por lo común, es pensar en los
demás, no en tu provecho, por lo cual es necesario adherirse a lo
imparcial, a lo común, por lo común es imparcial, no puede
parcializarse, ya que no sería “común” si lo hiciera. Pero aún siendo
así, imparcial, el Logos, viven la mayoría como si tuvieran un
entendimiento particular – continuó el anciano.
-Ellos son como tú. Saben el número del fragmento, pero no saben
qué quiere decir el fragmento mismo. –dijo Heráclito.
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-Por lo mismo, dime como tú desees, de todas maneras estará bien.
Me quieres llamar “El oscuro”. Deseas decirme “el loco”, como se
quería llamar a sí mismo, HOKUSAI, “el viejo loco por el dibujo”.
Llámame “loco”.
-Tres-respondí-
-Tres. Un, dos, tres, el sol tiene el tamaño de uno de los pies. ¿Cómo
puede tener tamaño la luz?
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La naturaleza no tiene tamaño; lo decía cantando, Willie Colón,
según la canción del poeta brasileño, cuyo nombre no recuerdo.
-Bueno, es esto. El Sol no tiene tamaño. Estás aquí, ¿te das cuenta?
Has puesto tu pie en el Sol. En la cara del sol y desde hoy, tu
apellido será ELIDAN HELIOPODOS, el del pie que tiene el
tamaño del sol.
-El sol es la luz que en cada ser humano existe, en su fuero interno:
es el Ser, luminoso como el Sol. Ustedes lo llaman
equivocadamente “espíritu”, olvidándose que “espíritu” es la
esencia, el alcohol, como dicen los árabes, la OÚSIA, como decimos
nosotros, los griegos. El sol es nuevo cada día continuamente nuevo,
siempre nuevo, porque la luz no envejece jamás.
-Seis, tiene lógica si recordamos los seis días del génesis. Fíjate: los
griegos hemos llamado al nacimiento Génesis y los latinos cristianos
lo tradujeron como CREACIÓN. Es un disparate, puesto que
produce una filosofía enteramente errada. Deben traducir GÉNESIS
como NACIMIENTO o generación, no como CREACIÓN. La
Creación sería en griego POIESIS. Pero este cosmos, el mismo para
todos, no lo hizo ninguno de los dioses, ni de los hombres, sino que
siempre fue, es y será. Fuego siempre viviente, que según medidas
se enciende y según medidas se apaga.
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-Pues, creo que es el GRAN AÑO de 25.920, el mismo número de
respiraciones humanas en un día.
-Sabes más que pescado frito. Tengo tanto tiempo sin comer y no
obstante perdura en mi memoria el sabor de los pescados fritos en la
piedra ígnea. Aguárdenles a los hombres, al morir, cosas que ni
esperan, ni creen. . . sabes Elidan, tú estás aquí, en el Sol porque has
muerto allá en la tierra. . . a diferencia de otros, tú crees y esperas lo
que te aguarda al salir de tu entorno. Estás ahora hablando aquí,
conmigo, y pronto deberás volver a nacer de nuevo, en la tierra de
los hombres. Aquí en el Sol, no hay nadie. Sólo yo he quedado, por
comodidad, no por otra cosa. Juego a los dados, sólo, aquí en la
playa áurea. Ahora vas a tener que obedecer a la mía voluntad, como
dirían los italianos. También es ley obedecer a la voluntad de uno
solo. ¿Qué número tienen esas palabras mías, en el libro que ustedes
reconstruyeron?
-33
24
Como digno varón filósofo es necesario que estés bien enterado de
muchas cosas ¿sabes hacer nudos?
-Sí
-Pues debes empezar a enseñar a las gente a usar de nuevo los nudos
y a llamar cabos a las cuerdas, como verdaderos marineros. Por lo
tanto, al nacer de nuevo entre los hombres, madura, pasa la niñez
jugando, sin perder de vista al cielo y al Sol y al llegar a la mayoría
de edad, trata de prepararte para esa tarea que te estoy
encomendando: enseñar a la gente todo sobre el Ser. Empezarás con
los Nudos, los elementos más cercanos a la meditación, a la
contemplación, a la concentración. En una cosa consiste la
sabiduría: en conocer el designio por el cual todo mediante todo se
rige.
-Muchas cosas que yo dije, las dije en broma pero la mayoría de las
palabras que han quedado son ciertas. Lo que pasa es que el humor
escasea en nuestra raza humana y mucha gente toma en broma lo
que es serio y al contrario, toma en serio lo que yo dije sólo en
broma. Por lo menos lo de Homero es una broma pero son muchos
los que lo tomaron en serio.
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Por lo mismo, deja de investigar los alrededores de esa playa donde
caíste y espera tu momento para retornar.
-El 130.
-Disculpa...
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¿No ves cómo trabajan los pobres santos con tantas velas prendidas
en las casas y en las iglesias?
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-Estas palabras me parecen importantísimas. Pertenecen al
fragmento 99.
-Hay un fragmento, el 110, que dice que - “no es mejor para los
hombres que se les cumpla cuanto desean “-¿me quiere explicar eso?
-dije yo.
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Tal deseo abre una cuenta en la propia vida del deseante y el
pago se realiza instantáneamente, cuando el deseo se cumple. Si lo
que desea coincide con lo que está escrito, no se considera un
“deseo”, en el verdadero sentido de la palabra, sino una
coincidencia. Casualmente, el deseante ha deseado lo que ya estaba
escrito que se cumpla. Pero estos casos son raros. Por lo general, la
gente desea mil cosas, sin saber que tales deseos le generan un
descuento valioso de su propia vida, en días, años, meses, en salud y
en otras cosas que aquí no digo.
Hay que empezar a decirles y explicarles a todos, ese
fragmento. . . ¿qué número decías que es?
-110 –dije.
-Cierto, ese fragmento 110, a los niños, se les debería decir cada vez
que piden cosas, como están acostumbrados: quiero eso, quiero
aquello. Tú les dices: No es mejor para los niños que se les cumpla
cuanto desean. Da igual para los adultos. Son tan niños la mayoría
de ellos como los niños mismos, o quizás más. Ser “más niño” sería
algo así como más papista que el Papa, es decir “más infantil que los
infantes”.
Al final de los años 1700, por el año 1798 creo, vivió en
Alemania George Christoph Lichtenberg, y escribió un bello libro
que los familiares llamaron Aforismos, palabra que Lichtenberg
nunca usó para titularlo. En una de sus páginas escribió algo que me
hizo reír, porque me recordé algunas palabras mías referentes a los
puercos. Decía yo que los cerdos se deleitan en el fango más que
en el agua pura, y quería sugerir con ello algo relativo al fango de
las actividades humanas que muchas veces ensucian al Ser más que
al fango mismo. ¿Un ejemplo? Los homosexuales que se deleitan en
cosas eróticas. Todos tienen derecho de amar a quien quiera, pero de
allí a las cosas eróticas hay un gran abismo. Amistad, cariño, ser
afeminado y gustarle a cualquiera, otro sujeto del mismo sexo, es un
asunto menor y privado. No lo critico. Lo que ensucia el sentimiento
es el aspecto sexual-erótico entre homosexuales, no la atracción de
cariño para con el otro.
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Por lo tanto, hay cosas que ensucian más que el fango.
Lichtenberg escribe: Llovió tanto que los limpios se emporcaron y
los puercos se limpiaron.
-Es tiempo de decirte que la mayoría de los que frente a tales cosas
se encuentran, es decir frente a enseñanzas o palabras que yo estoy
diciéndote, no las entienden ni habiéndole sido enseñadas no las
comprenden, aunque ellos creen que sí. No es tu caso, pero debes
tener eso en cuenta cuando vayas a enseñar. No creas que una
sonrisa en los labios de los que te escuchan sea sinónimo de
entendimiento.
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-¿Puedo preguntar algo? –dije- observando que Heráclito se había
distendido un poco en la seriedad del discurso.
-Adelante –respondió.
¿En el Sol hay pájaros? ¿Existe el fénix del cual hablaba Cyrano? –
pregunté.
-Cyrano estuvo aquí hace unos siglos. Tenía una gran nariz, no
larga, sino maciza, signo de ser buen jugador de ajedrez. En su
mundo solar habían pájaros, cierto, pero cada uno, tenemos nuestro
mundo particular.
Son nuestros sueños, donde moramos y disfrutamos luego de
morir. Este es tu mundo, en el cual sólo vive Heráclito, el viejo loco
por el Logos. Para los despiertos hay un solo mundo, el real, pero los
que duermen construyen sus mundos. Los que duermen son como
los que mueren. Esto no es un sueño, querido Elidan, es la realidad
de tu despertar. Sólo hay este mundo que ahora estás disfrutando.
Jugamos a los dados, sólo nosotros, en el cielo, luego el Sol, la luz.
El bello cosmos parece basura tirada al azar, esparcida por los perros
en la calle de la ciudad ¡Pero qué basura! La Vía Láctea, un río, un
río estelar, ancho como el sonido. ¿Conoces la historia del sapo que
un día vio su pozo desde arriba? ¿Has oído ese cuento alguna vez?
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-Aquí también hay oro, querido Elidan, no sólo allí en la tierra.
Busca el resplandor seco, esa alquimia del ser, la playa de polvo
aurífero que pisan los poetas. Con ocasión de tu llegada y ahora de
tu partida, he compuesto este poema:
-Te voy a responder –dijo el viejo. Soñé con un poema sufí recitado
por una princesa persa. Ella decía “aunque hayas pasado una noche
entera de gozo y holganzas en la alcoba, con la bella vendedora de
lirios, cuando te pregunten tus amigos acerca de ella, tú dirás: “Ah,
apenas nos conocemos...”
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Yo iré a acompañarlo porque ve poco el camino que lleva a la
mina. Conocerse a sí mismo es saber que eres todo y saber todo es el
único saber. Para saber, hay que saber poco y antes, hay que saber
mucho. Luego, el saber se hace oro, primero polvo, luego diamante:
es el saber diamantino. A mí, todo el libro de Heráclito me parece un
poema, y lo bello es conocer al poeta mismo, no sólo a su verso. Su
verso es tan sólo la sombra de la luz que anda, sólo el eco del sonido
que vibra, sólo lagrimas de diamantes, pero conocer al que llora es
más importante que vender los diamantes de sus lágrimas. La gente
se contenta con lo que escribe el escritor y no se percata que el
escritor es más importante que su escritura. Pronto, el escritor se
despide y en la playa dorada no deja huellas. Ha partido para
siempre, para el mundo del siempre, el mundo del nunca. Entre los
objetos que he traído conmigo había un puro. Lo toqué largo tiempo
y se transformó en un tabaco de oro que encendí con un fósforo de
oro. El humo no era de oro, era un sonido que se elevaba hasta la vía
láctea y se confundía con las miríadas de estrellas de este camino
celeste que la mayoría de los hombres jamás ha mirado en el cielo,
aún teniéndolo tan presente, tan cerca y tan lejos. Entendí por qué lo
llaman el Camino Real: es la Vía que toman los seres para bajar y
para subir. La metáfora del río me escapó. Me olvidé preguntarle a
Heráclito sobre el bañarse y no bañarse dos veces en las mismas
aguas. ¿Qué haré con mis cosas? Tendré que dejarlas en la playa,
desplegadas al azar, como las estrellas. Me senté en el celemín y por
largo rato contemplé el mar.
Las olas caían suaves sobre la arena de oro, susurrando el
logos. Oye, fumador de puros, si cierras los ojos no verás el humo
que se levanta hacia la Osa Mayor. Oye, bebedor de vino, si cierras
los ojos, no verás la esencia que gira en tu vaso. . . si quieres ver,
abre los ojos. Si quieres oír, ciérralos. Antes de abrirlos de nuevo. . .
reflexiona. . . ¿Habrás cerrado la puerta? . . . ¿Habrás removido las
huelas que dejó tu cuerpo en la cama de la princesa? . . . ¿Te has
llevado el oro que dejó resbalar en tu boca, la mujer quemada por el
sol? ¿Has ordenado las piezas en el tablero? . . . ¿Habrás guardado a
la reina en su mismo color?
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El jugador ha dejado los dados sobre la mesa. El vencedor ha
dejado la espada en el cinto. El bebedor ha dejado el vino en la copa,
el fumador ha dejado la ceniza en el tabaco. El vendedor ha dejado
la tienda abierta. El comprador ha dejado el oro en la entrada. El rey
ha dejado la corona boreal en el cielo. El cielo ha dejado las estrellas
en tierra. El barco ha dejado al marinero en la orilla. El sonido ha
dejado el eco en el valle. El valle ha dejado la fuente en la montaña.
La luz ha dejado su brillo en el arco-iris, la luna ha dejado su luz
ceniza y el fuego ha dejado su calor en las brasas. Todos han dejado
algo. ¿Y Tú? En el umbral, no sé a quién estás esperando. Baja de
una vez, preséntate, te reconocerán algunos, la mayoría no se darán
por enterados de tu llegada, las flores festejarán, los pájaros van a
trinar, te aseguro, las piedras se quedarán, porque es su naturaleza
quedarse, y el sol iluminará tus pasos en la medianoche, de eternidad
en eternidad. Hay un infinito que se desploma en forma de un ser
humano. Estas palabras son un texto de fiar, escrito con letras del
oro de la playa de Heráclito. No importa la lengua, el sentido es el
mismo. No importa el sonido, el contenido es el mismo. No importa
el soporte, el libro es el mismo. De cuando en cuando, como gotas,
llueve oro del cielo y se deposita en el espejo cóncavo de tu silencio.
De vez en cuando alguien escucha y oye el sonido auricular y
peculiar. Bajamos, subimos, quedamos un rato en el peldaño inferior
y de nuevo escalamos la escalera hacia el Sol ¿Quién leerá en la
noche de luna estas palabras? Por fortuna había llevado conmigo el
pincel, pero al levantarlo, he quedado así congelado, frente a la hoja.
Temo que no podría hacer ni siquiera un círculo. Qué digo...ni un
punto dejaría. Ni siquiera la intención de elevar el pincel ha quedado
en mi memoria. Ni siquiera el eco de la tinta toca el papel. Este
sonido perpetuo, candente, llena los espacios de todas las figuras que
he deseado hacer. La que más amo es el punto. Cuando Hokusai
llegó a los ciento diez años, hasta el punto que él dibujaba estaba
vivo. Con un punto bastaría crear todos los círculos del universo.
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Hemos hablado de cosas sutiles, en el silencio fosforescente,
tal vez algunas de estas palabras germinará sobre la piedra y los
sonidos la envolverán, como grandes raíces, como el águila que
sostiene en su garra algo pesado para no dormirse, como las nubes
que cubren el sol para dejarlo un rato tranquilo, a descansar. Si no
fuera por las nubes, el sol jamás descansaría. . . Si no fuera por el
silencio, las palabras jamás descansarían. Si no fuera por las madres,
los seres jamás bajarían a la vida. He aprendido el arte de hacer
nudos, en la noche, en la hora del elixir. Nudos con las manos,
nudos con los ojos, nudos con las piernas. También con el corazón.
Nudos bien atados. Deslizantes en el cabo de vida que me ha sido
asignado.
A estribor, “hombre al agua”, gritan los hombres y lanzan un
salvavidas circular sobre el cual aún se lee el nombre del próximo
barco.
Hemos nadado mucho para llegar aquí. Hemos flotado en el mar
celeste, agreste, en el cual no hay peces, ni tempestades. Sólo he
encontrado veleros solitarios, embarcaciones individuales como
barquitos de papel llevados por el viento hasta la playa. Lo más
importante de un barco es el ANCLA. Llevarla, dejarla colgando,
para verse desde lejos y navegar en la cubierta. La sombra del
mástil tiembla con la orza y Odiseo sigue atado, escuchando ese
canto de las sirenas que embriaga al incauto y lo hace saltar en las
olas ¡Hola Odiseo! He venido a desatarte. Hay que taparse de nuevo
los oídos, para subsistir.
Tomamos un té en la cabina, sonreímos y, al pasar al estrecho, ni
siquiera miramos la Escila, ni siquiera nos percatamos que ya
Caribdis pasó. . . Somos recios marineros del Mediterráneo.
Pelasgos, digamos, malteses, atlántidos. No nos infunde terror la
tempestad. No hay remos en la galera. No hay brújula en el timón.
No es necesario cuando el barco va rumbo al Sol. No hace falta
tomar el Norte rumbo a Ítaca. No hace falta anunciar la llegada, la
reina espera, es tradicional, retorna el Rey, después de la guerra de
Troya. No es casual, lo que importa es no salir más, es no añorar de
nuevo el peligro.
35
Una vez en la orilla, encontramos todo como lo habíamos
dejado: Juventud sin Vejez y Vida sin Muerte – (J-V) + (V-M). El
hijo habría vencido solo a los pretendientes. No hacía falta luchar, ni
castigar a los intrusos. El pan estaba sobre las mesas y el vino, ya
servido, ondeaba en las copas. Vamos, Odiseo, prepárate, arroja tu
vestido de mendigo, ya que todos te han reconocido. . .
Empuña el arco una vez más, pasa la flecha por las doce
hachas y brinda conmigo. Vamos Cyrano, empuña la espada, saluda,
el duelo ha terminado y los testigos se han marchado. No hace falta
luchar. Vamos Alighieri, pasa, la puerta de los siete ENES está
abierta. Vamos caballero, deja tu triste figura y saluda a tu amigo
Montesinos. . . En la cueva hay un lobo amistoso que criará al niño,
enseñándole a hablar. Será el niño feral, el que todo entiende, en
todas las lenguas del mundo. Sin su amigo, Guilgamesh ha dejado
de buscar la hierba de la Inmortalidad. Ya sabe que es inmortal. . .
Vamos Alicia, estás al otro lado del espejo. Sonríe, la sonrisa de mi
gato es tuya, vamos, la madrugada está cerrada a esas horas del día. .
. Vamos Altazor, AAEIOAEA ¡Ea! Gandalf, regálame tu bastón, y
tú, Merlín, acércate. . . ¿Por qué callase sentado en el rincón? Arturo
ha llegado y Ygrene lo acompaña en grata espera.
Adelante todos, hemos llegado. Había una vez un poema. Era tan
largo que un día se cansó de andar y decidió terminarse a sí mismo,
en honor al silencio y a la poesía. Cerró sus puertas, calló sus
palabras, puso sus puntos y aguardó callado en país de la poesía.
Aquí termina el poema terminal que sólo desea descansar, en el
mundo vertical. Durante nueve meses estuve escribiendo
encaramado a mi próxima madre, caído desde las estrellas. . .
Al salir el cuerpo, entré por la fontanela, en el lugar que me
correspondía y comencé a estirarme y a tratar de llorar, para estar en
la onda natural de todos los niños que nacen en este mundo
horizontal. Me esperaba una nueva existencia, ya plasmada en la
anterior, ya marcada, ya escrita. Los primeros años trataré de jugar,
lo más que pueda, todos los juegos del mundo este y también los
juegos del otro. Nadie se percatará que este niño ya había estado
aquí: hay que disimularlo con arte. Aprenderé de nuevo a saltar.
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Tal vez estudiaré algo. Quizás buscaré algo. Es posible que
encuentre una compañera y con ella tendré niños, para que ellos
también giren, salten y aprendan a caerse. Este es el consejo de
Guilgamesh: Oh, tú hombre, deja de buscar la inmortalidad y
alégrate de los gritos de tus niños que juegan a tu alrededor y de tu
mujer y goza de tu magra comida y de tus rústicos vestidos, en un
continuo descanso activo en el sabor de la vida. A una cierta edad,
construiré una máquina estelar, según los planos de Cyrano y
llegaré de nuevo al Sol, para conversar con mi amigo Heráclitus, que
tal vez me espera impaciente para compartir su silencio. Esta vez no
hablaremos más de los “fragmentos”: fragmentaremos el logos en
porciones de silencio y en el intermedio, una taza de té aurífero será
suficiente para embriagarnos, Mientras tanto, observo en mi balcón
de Barcelona como los camiones de basura hacen su ronda nocturna,
recogiendo los contenedores llenos de los desperdicios del día.
Cuántas cosas útiles no se han botado. La luna está en cuarto
creciente: parece una DE.
La mujer está dormida junto a la hija de unos añitos. Prenderé un
puro, cerraré la ventana del cuarto, para que el humo no moleste a
las princesas durmientes y al haberse acabado el brandy, disfrutaré
de una cerveza, que por cierto, es tan antigua que aparece en las
páginas de arcilla de Guilgamesh. En la calle, carros vienen y carros
van. Todo el mundo tiene su ferviente actividad nocturna. Algunos
van a sus casas, otros salen de ellas, para ir a bailar. Yo adoptaré una
postura de silencio y desde allí viajaré al mundo estelar, sin que
nadie se percate de mi ausencia. Traeré frutas y oro en polvo, que
dejaré sobre las mesas, para que en la mañana, los buscadores
encuentren algo que comer. La luz del fósforo ilumina mi cara y me
imagino que ese brillo se percibe desde lejos. En las casas, la gente
está dormida, los mendigos regresan a sus castillos y los dueños de
los locales nocturnos se preparan para cerrar. Cada quién, en lo
suyo. La vida ha sido así siempre y así será. Fluida, salvaje, llena de
incógnitas, sorprendente. Adoro a los sabios. A través de ellos
tenemos comida especial, preparada en el crisol de la soledad: la
CRISOLEDAD.
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Quiero cerrar ese libro con un discurso sobre la soledad
acrisolada. En realidad, todo lo que deseaba decir, ya lo he dicho. He
hecho todo lo que he deseado hacer. En mi mochila no hay nada.
Las palabras dicen lo que nosotros deseamos decir. Lo que ocurre es
que los que leen estas palabras, en parte ignoran y en parte
entienden, pero en la mayoría de los casos, no entienden el sentido
de las palabras. Por lo tanto, hablar mucho o poco es irrelevante. Lo
que importa es que las palabras sean comprendidas. Es impropio
decir que no tienes palabras para expresar algo que consideras
maravilloso. Estoy tan ansioso a prender fuego a mi puro que no sé
si resistiré más de unos minutos para terminar todo esto que empecé
a escribir, hace unas horas. Acorde al trato que hice conmigo mismo,
debo acabar con el texto, sólo cuando las hojas de este cuaderno
terminen. Están a punto de terminar, pero aún no han acabado. . .
Aconsejo a los que van a hacer en el futuro este tipo de promesas, a
comprarse pequeños cuadernos con un máximo de cien hojas, para
no estar como yo, obligados a estirar el hilo de la madeja. Adiós,
adiós, adiós. Asól, asól, asól.
Eso es todo.
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Epílogo
Había una vez un sol que cubría de luz toda la tierra y la luz
llegaba hasta el corazón de los hombres y los hombres construyeron
grandes muros para impedir que esa luz les ilumine. En los muros
pusieron toldos para eliminar todo brillo y desviar hasta la
sombra. . . Armaron telas dobles para que nada de la luz pudiera
bajar al pequeño espacio del corazón. En su empeño de tapar lo que
no se puede tapar y de oscurecer lo que no puede oscurecerse, sin
estar en tinieblas, arriba de los toldos instalaron anchos parasoles de
tela opaca para cubrir aún más el sitio del corazón. Encima de los
parasoles colgaron sendos entramados para desviar los rayos, a
través de complicados espejos convexos y más arriba de los
entramados, elevaron espesos bosques artificiales para que la
sombra se extienda hacia abajo. Más arriba de los bosques de
plástico desplegaron largas cortinas y por fin, la oscuridad era total.
Pero eso no les bastaba: sobre las cortinas vaciaron cemento. Se
habían acercado, sin percatarse, casi a un salto, del gran astro . . .
De pronto dijeron: Vamos a dejar todo eso que hemos hecho allí
abajo, y quedémonos aquí cerca de la luz, para estar junto al sol y así
olvidarnos de nuestra insensatez. .
.
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No tenían vasos, no tenían techos, no tenían muros y abolieron
las fronteras del alma. Era el año dos mil cincuenta y uno, un mes de
octubre, un día octavo, a las ocho de la mañana. El sol brillaba
candente y su luz cubría el corazón de los hombres. Con el calor,
prendieron un fuego y las llamas se confundieron con los rayos del
sol, del cual estaban tan cerca que se fundieron con su brillo y nadie
pudo diferenciar la humanidad de la luz. Abajo, muy abajo, las
ciudades solitarias se anegaban en soledad. No había quien
caminara por sus calles vacías. Elevaron las escaleras, para que
nadie pudiera bajar al infierno oscuro y taparon los agujeros por
donde habían subido. Hoy, estos sitios se perciben como unas
curiosas manchas que aparecen de cuando en cuando, tal vez de
once en once años, en la superficie del astro ígneo, y desde otras
tierras del universo, esas manchas en el sol son un misterio.
HISTORIA DE LA LUNA
Había una vez una esfera que deseaba ser feliz. Cada día, la luz
del universo la cubría y moldeaba su forma hasta dejarla brillante y
luminosa, como una rueda de fuego. Pero la esfera quería algo
especial. ¿Podría acaso ser posible tomar aspectos múltiples y
aparecer en el cielo en forma de barco, en forma de vela de barco, en
forma de techo, como una cúpula, o en forma de manzana mordida?
¡Sí! El Sol, que en aquellos días, como hoy, cumplía los
anhelos de todos, oyó sus deseos y plasmó durante veintiocho días,
un programa luminoso que estuviera acorde con el deseo de la luna.
EL primer día se llamó “luz-cinérea” es decir, “luz-ceniza”.
El sexto día, la luz del Sol cumplió con dibujar en el cuerpo esférico
de la Luna, un fino borde circular que los niños llamaron - la “DE”.
Luego, al pasar otros seis días, el círculo se llenó y la gente vio en el
cielo La Luna Llena. Pero eso no pudo continuar así.
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Nada es perdurable, sino la Luz. Por lo mismo, el brillo empezó a
menguar y en unos días más, los niños llegaron a ver la luna como
una letra en el cielo, la letra “ce”. Parecía un creciente pero era
menguante. Poco a poco, la “CE” giró en forma de techo y pronto,
en el día veintiocho, como estaba ya pautado por el arquitecto ígneo,
la luz retornó a su cauce y dejó el astro lunar, huérfano de brillo.
Fueron tres días que la gente de todo el universo llamó Luna Nueva
¿Cómo puede ser nueva la Luna cuando nunca ha sido nueva? . . .
Pues bien, era una gestación. En la placenta de la oscuridad, la luna
nueva, como si naciera de nuevo, guardó su sombra y se preparó
para un nuevo florecer, para una nueva vida, para un nuevo día de
luz ceniza. Leonardo, uno de los hombres, vio que ese día la esfera
de la luna estaba feliz: aunque poco iluminada el cuerpo entero
estaba cubierto de un brillo translúcido que el llamó ardentía. Con
su visión sin mancha, consideró que aquella transparencia gris, era
fruto del reflejo del planeta azul que todos llamaban tierra, sobre la
superficie oscura de la luna iluminada, en el primer día en el fino
borde circular de su esfera.
LUZ-CENIZA,
LUZ-CINEREUM,
LUZ CINÉREA. . .
. . . palabras curiosas que hoy pocos conocen. Era el asombroso
nacimiento de un nuevo ciclo que enseñó a los hombres que las
mujeres son lunas que desean encarecidamente guardar la luz del
sol, aunque sea por un breve instante, como lo son todos los
instantes.
Al repetirse los instantes, alcanzan el estado de instantes sin
duración, momentos curiosos que se repiten sin cesar, hasta que se
perciben eternos y la luna estaba feliz porque así los hombres
conocieron el secreto de la mujer y el origen de la sangre. Cada
mujer es una luna, con su luz-ceniza, su cuarto creciente, su
plenitud, su cuarto menguante, y su novedad. Hay que descubrir lo
nuevo después de la mengua. Quién sabe eso calla y disfruta de la
Luz-ceniza de las mujeres, mirando la Luna, la gran Gestora y
Gestadora del cielo.
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HISTORIA DE LAS ESTRELLAS
Había una vez un cielo. Con ser cielo, le bastaba. Durante las
largas noches de los tiempos, nada brillaba en su extensión oscura.
Entonces - ¡qué bella palabra es “entonces”! -, el Sol recordó cómo
se hacían antaño las píldoras: en un mortero se trituran los elementos
y luego se añade miel. Se hace una masa sólida y después se estira
como una serpiente. Se corta en pedacitos iguales y estos trozos se
redondean entre los dedos. Así nacieron las pastillas de hoy. Lo
mismo hizo el sol: con tan sólo uno de sus rayos, le bastó un solo
rayo para hacer miles y miles de esferas luminosas, que luego arrojó
en toda la extensión del cielo. Como el proceso era manual, las
esferas salieron desiguales: una más pequeña, otra más grande, y
hasta el polvo fue salpicando los cielos en forma de Vía Láctea.
Como se trataba de píldoras de luz, no es de extrañarse que estas
esferas brillaran. Las estrellas son las medicinas de la noche, las
píldoras celestes de un Sol farmaceuta que inventó estos cuerpos
brillantes, a semejanza de los médicos antiguos. Hoy, las fábricas de
píldoras tienen maquinas muy sofisticados que hacen el trabajo de
las manos, mucho más rápido y no permiten que el tamaño de las
pastillas sea desigual. Todo es perfecto. Todo es preciso. Todo tiene
que ser perfecto y preciso. Pero ninguna de esas píldoras posee la
luz, que antaño, las manos imprimían a la materia. Lo natural es
brillante y luminoso y lo artificial es opaco y oscuro. Si deseas
medicina para tu Ser, eleva los ojos al cielo y toma todas esas
píldoras luminosas de un solo trago, sin importarte: pueden ser
magras, pero la amargura de tu boca se transformará en dulce manjar
en tus entrañas. Esa es la medicina: estrellas, estrellas, mirar las
estrellas...
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El Tratado de Navegación para Niños Medievales,
La Divina Comedia,
El Conde Lucanor,
Oh! . . . Gargantua,
¡Oh! . . . Masnavi,
¡Oh! . . . Hakim Sanai, con su Jardín Amurallado de la Verdad,
¡Oh! . . . Saadi, el poeta. . . su Bustan y Gulistan,
El Señor de los Anillos,
Elidan de Valaquia
o
Daniel Medvedov
o
NAADI
como lo llaman los cisnes de Almateria
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