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Homenaje del Instituto Antártico Uruguayo

al cumplirse 50 años
del Año Geofísico Internacional 1957 – 1958

A quienes hicieron posible la presencia de Uruguay en la Antártida

Diario del Viaje a la Antártida


Por Hugo Rocha

Diario del viaje a la


Antártida, realizado por
Hugo Rocha y
Antonio Caruso
en 1958.

Enviados especiales de
EL DIA con motivo del
Año Geofísico Internacional
1957 – 1958

1958 – 2008
50 años después
PERIODISTAS URUGUAYOS EN LA ANTARTIDA
1958 – 2008
50 años después

Los textos fueron escritos por Hugo Rocha –


Email: hrocha@adinet.com.uy

Las fotografías son de Antonio Caruso y fueron publicadas en diversos


medios de prensa de la época. Las fotografías originales y una película
denominada “Operación Antártica 1958”, están en el “Archivo Caruso” del
diario El País, de Montevideo.

La fotografía de la tapa muestra a Antonio Caruso señalando la Antártida y fue tomada por Hugo
Rocha.

La compilación del material y el diseño gráfico fue realizada por el Tte.Cnel. Waldemar Fontes del
Instituto Antártico Uruguayo
Email: wfontes@iau.gub.uy
Web: www.iau.gub.uy
Marzo de 2008

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 2


PERIODISTAS URUGUAYOS EN LA ANTARTIDA
1958 – 2008
50 años después

En Marzo de 2008 se cumplieron cincuenta años de la


primera visita a Antártida realizada por periodistas
uruguayos, el fotógrafo Antonio Caruso y quien esto
escribe. Lo hicieron en oportunidad del Año Geofísico
Internacional 1957/58 y el resultado fue una serie de
notas aparecidas en la edición diaria de El Día y en un
número especial del Suplemento Familiar de ese diario.
Con motivo de la celebración del Año Polar
Internacional 2007/09, nos ha parecido oportuno reeditar
dichos artículos, que significaron toda una novedad en
aquel entonces, dado que la existencia del sexto
continente era aun prácticamente desconocida para el
gran público.

Tuvimos el honor de ser invitados por la Marina de Guerra Argentina para integrar el Grupo
Naval Antártico, con la misión de asegurar la cobertura periodística de las actividades
científicas que se cumplirían durante la campaña de verano de 1958. Tan singular
experiencia fue posible gracias al embajador de la República Argentina en el Uruguay, Dr.
Adolfo Lanús, el Agregado Cultural, Sr. Samuel Eichelbaum, y el Agregado Naval, capitán de
fragata Carlos Alberto Musis Blancá, quien llegó en sus gestiones hasta el Jefe de
Operaciones Navales, contralmirante Isaac Rojas.

El privilegio que se nos concedió al permitirnos participar en una campaña operativa antes
que en una excursión turística, nos puso en contacto con una obra silenciosa y sacrificada,
iniciada largo tiempo atrás, en la que colaboran militares y civiles, y que ha merecido el
reconocimiento de los círculos científicos internacionales. Nuestra tarea se tornó
especialmente fácil y placentera en virtud del apoyo y la comprensión del comandante del
“Bahía Aguirre”, capitán de fragata Luis C. Fernández, el segundo comandante, capitán de
corbeta Alfredo E. Iglesias, y demás oficiales y miembros de la tripulación. Estas páginas
reiteran el testimonio de nuestra admiración por un trabajo bien hecho.

Hugo Rocha
Email: hrocha@adinet.com.uy
Marzo de 2008

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 3


VINCULOS HISTORICOS DE URUGUAY CON ANTARTIDA

La presencia efectiva del Uruguay en Antártida y las actividades operacionales que allí cumple el
Instituto Antártico Uruguayo son consecuencia lógica y feliz culminación de una larga historia
Montevideo, por su condición de puerto de aguas profundas, al abrigo de las tempestades del Rio de la
Plata, su clima templado que permite operar durante todo el año, la alta capacidad de sus servicios de
logística y comunicaciones, y su posición geográfica de avanzada sobre el Atlántico Sur, constituye el
lugar ideal para el contacto de la región antártica con el resto del mundo. La historia se remonta a los
primeros tiempos de la colonia. Reproducimos a continuación algunos datos, extraídos de la
cronología establecida por el Instituto Antártico Uruguayo.

1776. Con la creación del Virreinato del Río de la Plata, el Apostadero Naval de Montevideo, que
hasta entonces era la máxima autoridad marítima española en la región, se transformó en un
Departamento Naval de Ultramar, con jurisdicción sobre el Rio de la Plata, Aguas Atlánticas, Islas
Malvinas, Tierra del Fuego, Estrecho de Magallanes, la ruta al Cabo de Hornos y tierras e islas por
descubrir. Esta situación se mantuvo hasta 1814.

1789. El Apostadero Naval de Montevideo despacha la Expedición Malaspina, integrada por dos
corbetas, con la misión de efectuar estudios hidrográficos de las costas atlánticas desde el Rio de la
Plata hasta el estrecho de Magallanes.

1821. En pleno auge de la explotación foquera y ballenera, el puerto de Montevideo sirve como base
de operaciones de flotas procedentes de muchos países que operan en el Atlántico Sur y en aguas
antárticas. Una empresa ballenera nacional, propiedad de los hermanos Alejandro y Samuel Lafone,
operó a mediados del siglo XIX desde el puerto de Montevideo.

1916. En respuesta a un pedido de socorro de la expedición de Shackleton aprisionado por el hielo en


el Mar de Weddell, parte desde Montevideo el buque “Instituto de Pesca No. 1”. Fue el primer barco
con casco metálico que navegó en aguas antárticas

Durante todo el siglo XX el puerto de Montevideo fue escala obligada para los barcos y aeronaves de
un gran número de expediciones inglesas y norteamericanas que se dirigían a Antártida. Numerosos
militares y científicos uruguayos fueron invitados a participar en las campañas antárticas de países
amigos.

1958. Primera visita a Antártida de periodistas uruguayos.

1968. Se crea el Instituto Antártico Uruguayo.

1980. Uruguay adhiere al Tratado Antártico

1984. Uruguay establece la Base Científica Antártica Artigas en la isla Rey Jorge.

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EL AÑO GEOFISICO INTERNACIONAL Y EL TRATADO
ANTARTICO

El Año Geofísico Internacional fue propuesto en 1952 por el Consejo de Uniones Científicas
sobre el modelo de los Años Polares Internacionales de 1882-83 y 1932-33. Se deseaba
utilizar, con fines pacíficos, muchas de las tecnologías desarrolladas durante la segunda
guerra mundial y se decidió concentrar la atención en la región antártica, escasamente
conocida hasta entonces. Se eligió el período comprendido entre Julio de 1957 y Diciembre de
1958 porque correspondía a un ciclo de intensa actividad solar, indicada por la gran profusión
de manchas y la emisión acrecentada de radiaciones.
Científicos de 67 países participaron en los trabajos sin verse afectados por las tensiones
políticas de la Guerra Fría. Al contrario, la ayuda mutua y la cooperación fueron la norma; la
ciencia contó con el apoyo de los gobiernos, que proporcionaron los medios materiales para
el transporte y la instalación de los científicos en las bases militares y civiles mantenidas por
una docena de países en el continente e islas adyacentes. Más aun; algunas de estas bases
fueron establecidas expresamente con la finalidad de facilitar los trabajos del AGI.
Uno de los resultados más sorprendentes del AGI fueron las mediciones de la profundidad del
hielo antártico, que rindieron estimaciones radicalmente nuevas sobre la cantidad de agua
dulce en la tierra; se estima que Antártida contiene un tercio del total. Los estudios sobre
frentes fríos y corrientes marinas permitieron mejorar las predicciones meteorológicas para el
hemisferio sur; también se actualizaron los conocimientos sobre vida marina y terrestre, flujo
de glaciares, sismografía, geología, hidrología, geomagnetismo, luminiscencia atmosférica,
etc. Los estudios psicológicos sobre pequeños grupos humanos obligados a convivir durante
largos períodos en espacios reducidos y en condiciones extrema fueron de gran utilidad para
la planificación de viajes al espacio ultraterrestre.
El éxito del Año Geofísico Internacional abrió el camino para la firma del Tratado Antártico
en 1959. En virtud del mismo, los Estados parte acordaron un status especial para el sexto
continente, que fue declarado una zona de paz y cooperación científica, sin reconocimiento, ni
rechazo, de ninguna reclamación de soberanía nacional. Once naciones firmaron el Tratado:
siete que reclamaban soberanía sobre partes del territorio (Argentina, Australia, Chile,
Francia, Nueva Zelanda, Noruega y Reino Unido) y cinco que no presentaron ninguna
reclamación (Bélgica, Estados Unidos, Japón, Sudáfrica y Unión Soviética). Uruguay adhirió
al Tratado en 1980 y pasó a ser miembro consultivo completo en 1985.
Al Tratado se han agregado a lo largo de los años varias convenciones encaminadas a
asegurar la protección del ambiente, de los recursos marinos y de la flora y fauna autóctonas.
Para continuar y dar permanencia a la fecunda labor iniciada durante el AGI, se fundó el
Comité Científico Internacional de Investigaciones Antárticas, organización no
gubernamental responsable de coordinar todos los trabajos de estudio que siguen realizándose
en la región.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 5


TERRA AUSTRALIS INCOGNITA
América fue encontrada. Antártida fue adivinada. Tras el descubrimiento del Pasaje Drake,
donde el Atlántico y el Pacífico se unen al sur del Cabo de Hornos, los navegantes
presintieron la existencia de nuevas tierras alrededor del Polo Sur. Durante los siglos XVI y
XVII las supuestas tierras antárticas ejercieron una extraña fascinación; en los mapas se
dejaba un espacio en blanco marcado “Terra Australis Incognita.” Entre tanto, numerosas
islas australes eran descubiertas en forma fortuita por los cazadores de ballenas. Recién en el
siglo XVIII comenzaron los viajes de exploración, que continuaron durante el siglo XIX. La
conquista del Polo Sur pertenece al siglo XX y la primera travesía terrestre del continente
antártico acaba de realizarse en estos días. Puede decirse que Antártida apenas empieza a ser
conocida de modo completo y sistemático.
Españoles, ingleses, franceses
Las expediciones más famosas del siglo XVIII fueron las de la fragata española “León”, que
descubrió las islas Georgia del Sur; las de los franceses Bouvet, Dufresne y Kerguelen, y la
del inglés Cook. Este redescubrió las Georgia del Sur en 1775 y recorrió los mares australes
entre los 60º y 70º de latitud, sin tocar el continente.
“Nadie irá más lejos que yo”, escribió el capitán Cook en su diario. “Es una tierra condenada
por la naturaleza a quedar siempre sepultada bajo las nieves y los hielos eternos”. El dictamen
de Cook, avalado por su prestigio de navegante, desalentó las exploraciones antárticas durante
cerca de medio siglo. Sus viajes, sin embargo, fomentaron la cacería de focas en las islas del
Sur, con el resultado de que la valiosa especie peletera fue prácticamente exterminada.
Rusos, americanos, más ingleses
En 1819 el capitán inglés William Smith se apartó mucho de su ruta después de doblar el
Cabo de Hornos con rumbo al Este y descubrió las islas Shetland del Sur, a los 69 grados de
latitud. El almirante ruso Bellinghausen, en 1829, descubrió la isla Pedro I y la Tierra de
Alejandro I, al sur de las Shetland. El mismo año fue descubierta la Península Antártica, no se
sabe si por el inglés Edward Branfield o el americano Nathaniel Palmer.
Los balleneros siguen descubriendo territorios: en 1831, Biscoe toca la Tierra Victoria,
ingresa en el mar de Ross y navega hasta los 78º10’ de latitud. En su derrotero hacia el Sur es
detenido por la inmensa barrera de hielo, cuyo trayecto sigue a lo largo de centenares de
millas, sin hallar un pasaje. Los resultados de estas exploraciones dan los primeros visos de
realidad de la existencia de un continente austral. En 1898, Fricke propone el nombre de
Antarctica, (Antártida en español) que es aceptado universalmente. El nombre, que significa
“opuesto al Artico”, indica su posición geográfica, pero también alude al contraste entre las
dos regiones circumpolares: el Polo Norte es un punto rodeado de agua; el Polo Sur, en
cambio, ocupa el centro de una enorme masa de tierra, un continente casi tan extenso como la
vecina Sudamérica y bastante más grande que Europa.
Primeros pasos en el continente
Las exploraciones se interrumpen durante varias décadas, a medida que el interés mundial se
vuelve hacia la región ártica, donde se efectúan grandes descubrimientos, para reanudarse a
fines del siglo XIX. En 1897, la expedición belga al mando del conde de Gerlache explora el
archipiélago Palmer y la Península Antártica. Uno de los miembros de esta expedición es el
joven noruego Roald Amundsen.
Gerlache es el primer navegante que inverna en Antártida, al quedar atrapado en el hielo
marino en el invierno de 1898, debiendo esperar hasta el verano del año siguiente para ser
rescatado. Ese mismo año el noruego Borchgrevink inverna deliberadamente frente al cabo

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Adar. El verano siguiente sigue navegando por el mar de Ross y llega hasta los 78º50’ de
latitud.
Grandes hazañas del siglo XX
El siglo XX estaba destinado a presenciar las mayores hazañas de exploración antártica. En
1903, una expedición inglesa comandada por William Bruce pasa el invierno en las Orcadas,
donde construye una pequeña estación meteorológica. Como no la pueden seguir ocupando, la
ofrecen al gobierno argentino, el cual la acepta y se hace cargo de ella en 1904. Bruce avanzó
hasta los 74º de latitud.
En 1903 arribó también a la región antártica la expedición sueca dirigida por el Dr. Otto
Nordensköld; su barco, el “Antartic”, quedó aprisionado en el “pack”, al norte del Círculo
Polar Antártico, y terminó por hundirse. Los náufragos debieron pasar el invierno en
durísimas condiciones, hasta ser rescatados en noviembre de 1904 por la fragata “Uruguay”,
de la Armada Argentina. El acontecimiento tuvo repercusión mundial.
Casi todas las expediciones del siglo XIX respondían a fines comerciales, relacionados con la
cacería de focas y ballenas, tras el agotamiento de esos recursos en las regiones árticas. Hasta
el día de hoy, los mares antárticos siguen siendo el mayor centro mundial de explotación
ballenera, actividad que está regulada por acuerdos internacionales para impedir el exterminio
de los cetáceos.
Las expediciones de Nordenskjöld y Bruce fueron las primeras de índole puramente científica
que llegaron al sexto continente. Desde entonces, el interés científico ha predominado sobre
cualquier otro.
Acercamientos al Polo
En 1902-04 el comandante Robert Falcon Scott descubre la Tierra Eduardo VII sobre el mar
de Ross, se interna en la altiplanicie helada y alcanza los 82º17´, máxima latitud sur jamás
alcanzada. La expedición alemana de Drygalski llega hasta las islas Kerguelen en esa misma
época, realiza valiosos trabajos oceanográficos y descubre la Tierra de Guillermo II.
En 1904, el francés Jean Charcot, en la primera de sus tres expediciones, penetra en el
estrecho de Gerlache e inverna en las islas Palmer. En diciembre reanuda su viaje y a
principios de 1905 visita la Tierra Alejandro I, para luego regresar a Francia. Vuelve en 1908-
09, explora la zona meridional de la Península Antártica, e inverna en la isla Petersen.
Finalmente, en 1910, bordea el pack hasta el Océano Indico y descubre nuevas tierras, entre
ellas un islote al sur de Peterman que bautiza con el nombre de Bazzano, en homenaje al
meteorólogo uruguayo que le brindó datos sobre el clima antártico.
En 1908 Shackleton se interna en el continente y llega hasta los 88º23’, casi tocando el polo
geográfico. Determina la posición del polo magnético, que se halla sobre una meseta helada y
tiene forma de óvalo de unas 100 millas de ancho y 2.700 metros de altura media.
El triunfo de Amundsen
En 1911, Douglas Mawson inicia una intensa labor científica en el continente, que dura tres
años. El alemán Filchner intenta atravesar el continente desde el mar de Ross pero se ve
obligado a desistir de la empresa por falta de equipo adecuado. Descubre la Tierra de Luitpold
y la bahía de Vahsel. También en 1911 arribó una expedición japonesa, que no obtuvo
resultados apreciables.
Mientras esto ocurría en el sur, en 1910 Peary había llegado al Polo Norte.
Amundsen, que estaba organizando una expedición con el mismo objeto, decidió cambiar de
rumbo e intentar la conquista del Polo Sur. La operación fue admirablemente planeada y

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ejecutada. En enero de 1911 al mando de su nave, el “Fram” (“Adelante”), llegó a la Gran
Barrera del Mar de Ross y estableció sobre ella su base de operaciones. Hasta abril
Amundsen y sus hombres trabajaron acarreando provisiones a una cadena de bases hasta los
80º. Luego se quedaron a invernar en su primera base y en setiembre iniciaron la marcha
hacia el Polo, a donde llegaron el 14 de diciembre de 1911. Fue una de las mayores hazañas
del siglo.
Gloriosos fracasos de Shackleton y Scott
En febrero de 1911 la expedición comandada por Scott llega a otro punto de la Gran Barrera,
90 kms más lejos del polo que el elegido por Amundsen. Trae ponies de Shettland y tractores,
elementos de transporte que considera más idóneos que los tradicionales perros y trineos. En
noviembre de 1911 Scott y cuatro de sus hombres parten a pie hacia el sur. La expedición es
atrozmente castigada por el mal tiempo y la mala suerte. Los tractores se hunden en las grietas
y a los pocos días quedan inutilizados; los ponies sucumben un o a uno. El 18 de enero de
1912, después de terribles penurias, Scott llega al Polo y encuentra las huellas de los perros de
Amundsen y la bandera noruega. Scott y sus compañeros, obligados a tirar ellos mismos de
su trineo, extenuados por la fatiga y la falta de alimentación, mueren en el camino de regreso.
La adversidad se ensañó asimismo con Shackleton, aunque no logró doblegarlo. Este
explorador inglés volvió al Antártico en 1914, resuelto a atravesar el continente desde el mar
de Weddell hasta el mar de Ross para “vengar” al desdichado Scott. Uno de sus barcos no
llegó nunca a destino: arrastrado por una tormenta, estuvo un año a la deriva hasta que pudo
regresar a Nueva Zelanda.
El “Endurance”, a cuyo bordo viajaba Shackleton, se hundió en octubre de 1915, frente a
Tierra de Graham. Todos los tripulantes se salvaron entres botes y pasaron cuatro meses
terribles en el mar, antes de llegar a la isla Pailet. En abril de 1916, pasaron a la extremidad
norte de la isla Elefante.
Barco uruguayo al rescate
Escasos de provisiones, sin medios para protegerse del frío, los veintidós hombres no podían
pasar el invierno en aquel lugar. Shackleton y cinco hombres se embarcaron en el único bote
en condiciones que les restaba y en dieciséis días de azarosa navegación arribaron a las
Georgia. Allí Shackleton embarcó en un pequeño ballenero, pero no pudo llegar hasta sus
camaradas.
Su pedido de socorro fue atendido por el gobierno del Uruguay: el aviso “Instituto de Pesca
No. 1” llegó a Port Stanley el 10 de junio y partió en seguida hacia el sur. Llegó a avistar la
isla Elefante, pero el “pack” infranqueable lo obligó a retroceder. Averiado en su obra muerta
y con un mínimo de combustible, tuvo que regresar.
Shackleton se trasladó a Punta Arenas y contrató la goleta lobera “Emma”, pero volvió a
fracasar. Finalmente, un remolcador chileno, el “Yelcho”, atravesó el pack , llegó a la isla y
salvó a los náufragos de la muerte el 30 de agosto de 1916. Estaban exhaustos y solo tenían
raciones para cuatro días. Todos los miembros de las expediciones de Shackleton
sobrellevaron las más duras pruebas, pero ninguno perdió la vida en la demanda.
La época del avión y de la radio
En 1921, Shackleton organizó su cuarta expedición. Llegó a Grytviken en enero de 1922; allí
enfermó y murió. Su cuerpo fue trasladado a Montevideo, pero cuando se le iba a embarcar
para Inglaterra, su esposa pidió que fuera sepultado en el sur. El último de los grandes
exploradores de la época heroica reposa en el pequeño cementerio de Grytviken.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 8


A partir de Shackleton, la radio, el avión y los perfeccionamientos técnicos de la navegación,
abolieron las terribles penalidades antárticas. Las expediciones pudieron realizarse sin grandes
riesgos y se obtuvieron notables resultados.
Los primeros en explorar el continente desde el aire fueron los noruegos Christensen y
Larsen, en 1927-28. En 1929, el australiano Hubert Wilkins sobrevoló la Península Antártica
y el norteamericano Richard Byrd fue el primer hombre que sobrevoló el Polo Sur. En 1934,
Byrd organizó una gran expedición que realizó extensas exploraciones. En 1935, Lincoln
Ellsworth logró finalmente sobrevolar todo el con- tinente en 24 horas.
En 1934-37 la expedición de John Rymill traza la configuración exacta de la Tierra de
Graham (nombre que los ingleses dan a la Península Antártica) y en 1938-39 la expedición
alemana de Alfred Richster efectúa vastos reconocimientos aéreos. También en 1939, una
nueva y bien equipada expedición del almirante Byrd lleva a cabo un amplio plan de vuelos
exploratorios y estudios geológicos.
El Año Geofísico Internacional
Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-45) las naciones beligerantes suspendieron las
operaciones antárticas, pero a partir de 1946 no solo las reanudaron sino que comenzaron a
establecer bases permanentes. El almirante Byrd volvió ese año con 4.000 hombres, 12
grandes buques, 5 aviones, tractores, radar, aparatos perfeccionados de fotografía aérea y la
mayor novedad de todas: buques rompehielos. Organizó la base Little America sobre la Gran
Barrera del Mar de Ross y recogió datos para el relevamiento definitivo de la costa occidental
del continente. A partir de 1947, Argentina y Chile empezaron a instalar bases en el sector de
la Península Antártica que reclaman.
En la actualidad Antártida es objeto de una intensa campaña de estudio y exploración, con
motivo del Año Geofísico Internacional. Es de esperar que, para 1959, cuando se empiecen a
conocer los resultados de estos trabajos científicos, sean develadas algunas de las incógnitas
del continente blanco.
La riqueza de Antártida
Antártida se halla casi totalmente comprendida dentro del Círculo Polar Antártico; tiene una
superficie de 14 millones de kilómetros cuadrados y 3,400 metros de altura media. Está separa
por agua de los demás continentes; el Cabo de Hornos se encuentra a 1,170 kilómetros del
Círculo Polar; África, a 3.500 kilómetros; Australia, a 3.000 kilómetros.
El continente influye sobre el clima mundial por su aporte de hielo a los mares y por su
función como centro de bajas presiones, del cual se desprenden continuamente vientos
huracanados. Las corrientes frías que nacen en Antártida y avanzan hacia el norte también
afectan el clima y la vida marina en el hemisferio sur.
Es posible que existan minerales bajo la capa de hielos eternos que cubren el continente, pero,
por ahora, parece locura el querer explotarlos. El juicio de Cook sigue en pie, hasta cierto
punto.
Antártida empieza a ser conocida. Falta mucho para que pueda ser explotada. Entre tanto, es
el único lugar del planeta consagrado a la paz, la cooperación y la ciencia. Esa es la verdadera
riqueza del continente blanco.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 9


Diario del viaje que realizaran los periodistas
uruguayos Antonio Caruso y Hugo Rocha a bordo
del buque de la Armada Argentina, ARA “Bahía
Aguirre” en 1958 enviados por el diario EL DIA.

50 años del Año Geofísico Internacional 1957 - 1958

Textos y fotografías, aportadas por Hugo Rocha (email hrocha@adinet.com.uy )


Compilación y edición de Tte. Cnel. Waldemar Fontes (email: wfontes@iau.gub.uy )
Instituto Antártico Uruguayo – Archivo y Biblioteca
www.iau.gub.uy
Marzo 2008

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 10


El “Bahía Aguirre” listo para reanudar la campaña antártica
Buenos Aires, Sábado 18 de Enero de 1958. Esta mañana Caruso y yo visitamos el barco que
nos ha de llevar a la Antártida. Es el “Bahía Aguirre”, transporte de la Marina argentina,
veterano de cinco campañas australes. En el viaje de este verano lleva carga y personal de
relevo para los destacamentos de la Marina y el Ejército en las bases antárticas argentinas,
científicos asignados a los trabajos del Año Geofísico Internacional, invitados y periodistas.
Su comandante es el capitán de fragata Luis Fernández. El “Bahía Aguire” es parte del Grupo
Naval Antártico, formado además por el rompehielos “San Martín” y el remolcador
“Chiriguano”. El comandante del GNA
es el contralmirante Alberto Patrón
Laplacette, quien viaja a bordo del “San
Martin”.
Acompañados por el suboficial Urbano
Hidalgo – quien por cierto nos trata con
una cortesía que hace justicia su nombre
– recorremos el barco en su apostadero
de la Dársena A, en Puerto Nuevo. Bien
se ve que no está para recibir visitas a
esta hora de la mañana. Todos sus
tripulantes, en ropa de fagina, se afanan
cargando en las bodegas los mil y un
implementos necesarios para el
consumo del barco durante la campaña y
para el reabastecimiento de las bases
terrestres: combustibles, alimentos, repuestos para toda clase de máquinas, vehículos, balsas
de goma. Muchachos jóvenes en su casi totalidad, silenciosos y eficientes, llevan a cabo sus
tareas con la conciencia y el sentido de responsabilidad que cabe esperar de quienes sirven en
estas campañas exclusivamente a título voluntario. La Marina efectúa todos los años los
llamados correspondientes para llenar las plazas en los barcos expedicionarios y hasta la fecha
la oferta de voluntarios ha superado siempre las necesidades del servicio.
El teniente Natalio Abelleira distrae unos minutos de sus ocupaciones para darnos a Caruso y
a mí la bienvenida a bordo y asistirnos en la toma de las fotografías que acompañan a esta
primera correspondencia del diario de viaje de los primeros periodistas uruguayos que
viajarán al continente antártico.
Zarparemos el Miércoles 23 con destino a Ushuaia, capital de Tierra del Fuego, a donde
esperamos llegar tres días después. De allí seguiremos a través del Pasaje Drake – mil
kilómetros de océano glacial donde rara vez hay buen tiempo suficiente para toda una travesía
– hasta la primera base argentina, en Decepción, isla perteneciente al grupo de las Shetland
del Sur, a 63 grados de latitud, al borde del Círculo Polar Antártico.
Barcos de ayer y de hoy
Martes 21. Al embarcar se nos informa que la partida se ha postergado hasta el Jueves 23.
Conocemos al Segundo Comandante, capitán de corbeta Alfredo E, Iglesias, que ya hizo la
primera parte de la campaña, como casi todos los miembros de la tripulación. Tiene una larga
experiencia antártica, iniciada en 1947 a bordo del rastreador “Seaver”. No guarda un buen
recuerdo de aquella pequeña nave:
--Se movió mucho – dice – Eran otros tiempos. Ahora la Marina dispone de buques más
modernos y de mejor organización para estas misiones.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 11


El “Bahía Aguirre” integra esta nueva generación de unidades navales. Es un carguero de 102
metros de eslora y 5.000 toneladas de desplazamiento con carga completa. Tiene una
tripulación de 121 hombres y camarotes para 40 pasajeros. A popa dispone de una plataforma
para helicópteros, pero no lleva ninguno de estos aparatos, que operan desde el “San Martín”.
Arte en la bodega
El acondicionamiento de la carga en las bodegas es todo un arte, pues hay que clasificar por
separado la parte consignada a cada uno de los destacamentos, distribuir el peso de modo que
esté bien equilibrado, y amarrar firmemente cada bulto para asegurar que nada se mueva al
navegar en mar grueso. Se requiere además un gigantesco esfuerzo planificación, pues las
provisiones – víveres, combustibles, materiales de construcción, equipos de radio, piezas de
repuesto para vehículos, máquinas e instrumentos de la más variada índole – deben ir cantidad
suficiente para atender las necesidades de un año entero. Los errores y omisiones se pagan
caro.
El grupo científico, designado por el Instituto Antártico Argentino, está encabezado por el Dr.
Pablo Di Lena, geólogo, 32 años, que pasó el invierno en el continente y ahora regresa luego
de un mes de vacaciones. Le acompañan el agrimensor Guillermo Molisse, el topógrafo
Alfredo Palacios, y dos ayudantes.
A título de invitados especiales de la
Marina viajan los representantes del
Ejército, la Aeronáutica, la Prefectura
Nacional y el Ministerio de Relaciones
Exteriores, dos oficiales navales
uruguayos y cuatro periodistas: un italiano,
un brasileño y dos uruguayos, a los que se
suman dos conocidos artistas argentinos,
los dibujantes Lino Palacio y Juan C.
Cotta.
Personal joven y experimentado cumple la campaña antártica de la Marina Argentina

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 12


Buenos Aires, Jueves 23 de Enero. Una realidad salta a la vista: Antártida está siendo
conquistada por gente joven, como estos marinos del “Bahía Aguirre”. El comandante,
capitán de fragata Luis C. Fernández, cuenta 38 años de edad; el segundo comandante, capitán
de corbeta, Alfredo E. Iglesias, 35 y entre los oficiales, es raro el que llega a los 30. Lo mismo
cabe decir del cuerpo de suboficiales y tripulantes, así como de los miembros del grupo
científico. Todos ellos, sin embargo, poseen amplia experiencia, ya sea en anteriores
campañas antárticas o en la navegación a lo largo de las dilatadas costas australes de la
Argentina. Tal es el caso, por ejemplo, del capitán Fernández, que realiza su primera campaña
antártica; pero conoce la zona, pues ha navegado mucho por aguas fueguinas, en transportes
y rastreadores.
La primera parte de la campaña antártica del verano de 1957-58 ha sido ampliamente
satisfactoria –declara el capitán Fernández. Los viajes a la Antártida se ven facilitados en la
actualidad por la nueva cartografía editada por el Servicio de Hidrografía Naval del Ministerio
de Marina. Estas cartas se confeccionan con datos obtenidos en las diversas campañas por
barcos y aviones de la Marina. Los relevamientos aerofotogramétricos realizados por los
aviones son particularmente útiles. El tiempo fue favorable y podemos decir que en ninguno
de los cruces del famoso Pasaje Drake encontramos los temporales tan frecuentes en esa zona.
En general, hallamos las aguas antárticas casi totalmente desprovistas de hielo marino (pack
ice) aunque, desde luego, siempre hay témpanos, que se deben ir sorteando. El equipo de
radar del “Bahía Aguirre” detecta aún los témpanos más pequeños, de día o de noche.
El plan de viaje.
Según nos informa el capitán
Fernández, haremos escala en Ushuaia
para tomar combustible destinado a
reaprovisionar al rompehielos “San
Martín”; también se dejará carga para
el “Vema”, buque oceanográfico
norteamericano, en misión de la
Universidad de Columbia durante el
Año Geofísico Internacional. Luego
nos dirigiremos a Bahía Esperanza, en
la Península Antártica, para entregar
carga suplementaria de la que se
transportó durante la primera parte de
la campaña. Desembarcaremos
también a dos médicos civiles que van
a incorporarse al personal de las bases
navales de Melchior y Decepción. En
la isla o algún otro lugar adecuado,
esperaremos al rompehielos “San
Martín” para entregarle combustible,
carga y el personal de relevo y
científico destinado a la base San
Martín, perteneciente al Ejército.
Estaremos de vuelta en Ushuaia el 10
de febrero, para desembarcar a los invitados especiales y periodistas, quienes regresarán a
Buenos Aires en avión naval. Luego, el “Bahía Aguirre” volverá a la Antártida a completar
sus tareas, entre ellas, el relevo del personal del destacamento que el ejército mantiene en
Bahía Margarita. El regreso a Buenos Aires, está previsto para mediados de marzo, con lo que

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 13


terminará su campaña. Hasta el próximo verano, no ha de retornar a la Antártida. Allá
quedarán encerrados por los hielos, varias decenas de marinos y hombres de ciencia
argentinos, para pasar otro invierno aislados del resto del mundo.
De todos los pasajeros del “Bahía Aguirre” los que irán más lejos son los 18 hombres
destinados a la base San Martín, Perteneciente al Ejército, ubicada en el continente, al sur del
Círculo Polar Antártico. Encabeza este grupo el Tte. Gustavo A. Giró, 26, cordobés, oficial de
Infantería. Fue seleccionado para esta misión por el capitán Walter Muriel, jefe de la base,
que pasará allí otro año,
Las bases del Ejército son las más grandes y las que cuentan con mayores dotaciones; realizan
reconocimientos y levantamientos topográficos, y observaciones meteorológicas. Los
miembros de su personal son seleccionados entre aquellos que completan un curso de
capacitación organizado por el Ejército cada año en el hielo continental patagónico. Los jefes
de base tienen libertad para elegir su gente; las misiones significan méritos para la foja de
servicio.
No siempre puede preverse cuanto tiempo ha de durar una misión. En San Martín se tiene el
caso de dos cabos que han estado de servicio dos años seguidos y ahora inician el tercero.
Debieron quedarse el segundo año al no poder ser relevados por la Marina luego del primer
año. El efectivo completo de la base es de 24 hombres. Los 18 que viajan ahora van operados
del apéndice; es obligatorio en el Ejército. La decisión fue tomada en 1952, cuando un
hombre debió ser operado de emergencia, en condiciones de gran riesgo, pues se había
incendiado la casa de la base. (Todas las bases cuentan con una segunda casa, construida a
poca distancia, en previsión de estos accidentes.)
Uno de los miembros del grupo, el Tte. Amilcar Montero, porteño, 26, nos cuenta su
experiencia en los Andes, que incluye dos ascensiones al Aconcagua. Se puede subir a lomo
de mula hasta 300 metros de la cumbre; el trayecto final es una canaleta de piedra con paredes
altísimas en forma de L; la ida y vuelta es un penoso ejercicio que insume el día entero.
Tres médicos y un diplomático
Los doctores Luis Resio y Manuel Sánchez son civiles contratados por el Departamento de
Sanidad de la Marina para trabajar durante este año en los destacamentos navales antárticos.
Resio, 24 años, destinado a Decepción, tiene una conexión uruguaya: su padre es primo del
general Edgardo Ubaldo Genta. Sánchez, 27, va a Melchior.
Esperan encontrar pocos problemas profesionales: sus eventuales pacientes son hombres
jóvenes y sanos que han recibido su certificado de salud antes salir de Buenos Aires. Debido
al aire seco y frío, que constituye en efecto un medio estéril, no hay bacterias y por lo tanto no
es posible contraer enfermedades infecciosas; anticipan, eso sí, traumas y fracturas; tal vez
algún caso de apendicitis.
¿Por qué van? Dice Resio: “Es una aventura única en la vida, y este es el momento para
emprenderla. La experiencia de un año en Antártida, afrontando a diario desafíos graves y
urgentes, es una buena prueba para la formación del carácter y preparación para el futuro.
El Dr. Elmo Cacciavillani ya ha superado estas pruebas y con 35 años, casado, dos hijos,
quiere seguir adelante. Retorna por otro año a Esperanza después de un mes de vacaciones en
Buenos Aires. Se ha hecho extraer el apéndice, para sentirse más tranquilo. La Marina
recomienda esta operación a todo el personal que vaya por un año a las bases antárticas,
aunque no con carácter obligatorio. El Dr. Sánchez, por ejemplo, optó por no operarse.
El Dr. Mario Izaguirre, Jefe de la División Antártida y Malvinas del Ministerio de Relacioes
Exteriores, ha lidiado durante 9 años con los problemas diplomáticos atingentes a estos

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 14


territorios. A su amplio conocimiento teórico del tema agregará ahora la experiencia sobre el
terreno.
--El reclamo de soberanía argentina – nos dice – se basa en la doctrina, aceptada
internacionalmente, según la cual el descubrimiento y la exploración de territorios, por sí
solos, no confieren derechos. Sino que se requiere, además, ocupación continuada y efectiva.
Argentina cumple esta condición con el mantenimiento de ocho bases permanentes, tres de la
Marina y cinco del Ejército, a partir de las cuales científicos argentinos realizan trabajos de
cartografía, geología, biología y oceanografía. Argentina mantiene un observatorio
meteorológico en las Orcadas del Sur, desde 1904. Todas las bases disponen de oficinas de
correo. Los servicios nacionales de administración y justicia cubren estos territorios. Los
residentes en las bases antárticas votan en las elecciones presidenciales.
Geólogos a la conquista de Antártida
El Dr. Pablo Di Lena, geólogo de 32 años de edad, contratado por el Instituto Antártico
Argentino, trabajó durante todo el año pasado en Esperanza y zonas adyacentes: Bahía Duse,
Golfo Erebus y Terror, Canal Príncipe Gustavo. Anteriormente había hecho tres campañas
estivales. Con dos ayudantes, desplazándose en trineos tirados por perros, recorrió 4.000
kilómetros cuadrados de mar congelado e hizo 70 perforaciones para obtener datos
glaciológicos tales como temperatura, salinidad, estratigrafía y espesor del pack. Sus
ayudantes, que lo acompañan este año, son Carlos J. Bértola, 20, y Hendrik Smit, 22.
El pack se perfora con taladros operados a mano, lubricados con kerosene; cada perforación,
que debe ser efectuada por un hombre solo, insume por lo menos media hora de duro trabajo.
Durante el año pasado Di Lena y sus ayudantes hicieron estudios geológicos en lugares donde
la roca aflora sobre el hielo, especialmente aquellos donde existe la formación denominada
permafrost. El permafrost es roca en `proceso de disgregación que eventualmente ha de
convertirse en tierra. Está congelado, aunque no cubierto de nieve; su dureza lo hace casi
impenetrable. Al retirarse los glaciares, se tiene en estos sitios un suelo apto para la
vegetación. Tal lo ocurrido en la Era Jurásica, hace 150 millones de años, cuando Antártida
tuvo clima templado y suelo fértil, como lo prueban los fósiles de plantas que se han
encontrado.
Di Lena estudió también el Glaciar Pot, trabajo que continuará este invierno. Se harán
observaciones tendientes a determinar el avance o retroceso, según las épocas, del frente de
ese glaciar, o sea el aumento o la reducción de su caudal de agua helada. Otro tema de estudio
será la barrera de hielo (“shelf ice”) que rodea al continente. Todas las excursiones se
efectúan en ski o trineo. El año pasado su grupo descubrió el islote Melon, así bautizado en
homenaje al perro guía de su jauría.
Di Lena es casado y tiene tres hijos. Orgulloso de su profesión, proclama: “Los verdaderos
conquistadores de Antártida son los geólogos: Amundsen, Nordenskjold, Fuchs.”
Los tres primeros días de navegación; bañistas, ballenas y noctilucas
Domingo 26 de Enero. Hoy a las 10 de la mañana largó amarras finalmente el “Bahía
Aguirre”, desde la dársena A del puerto de Buenos Aires. La partida que había sido prevista
inicialmente para el día 20, debió ser postergada a causa de los trabajos que es necesario
efectuar en un barco destinado a la campaña antártica, que ha de operar durante dos meses en
una zona desprovista de toda clase de facilidades. El barco debe llevar a bordo todos los
elementos necesarios para la campaña y debe bastarse a si mismo hasta su retorno a Buenos
Aires; cualquier imprevisto puede tener consecuencias desastrosas. Por lo tanto, los controles
previos a la zarpada son necesariamente estrictos y minuciosos.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 15


El “Bahía Aguirre” es un transporte construido en Canadá en 1948-49, puesto en servicio en
1950 y que, desde 1951, ha intervenido en seis campañas antárticas. Ha efectuado relevos de
los personales de las bases, reabastecimiento, trabajos hidrográficos y oceanográficos; tuvo
importante actuación en la instalación del Destacamento Naval Esperanza, en el verano de
1951-52. Durante la primera parte de su campaña, cumplida entre el 11 de noviembre y el 23
de diciembre de 1957, acudió en socorro del buque inglés “Shackleton”, aunque, felizmente,
su intervención no fue necesaria.
Es una de las unidades de transporte más atareadas de la Armada Argentina; cuando no está
participando en campañas australes, hace viajes a Europa y Estados Unidos. Es también,
seguramente, uno de los barcos más confortables de la Armada. Posee cómodos camarotes
para los oficiales y pasajeros; la comida es excelente, hay biblioteca, salón de fumar, bar,
cantina, peluquería, lavadero, baños con agua caliente. Lleva a bordo médico, dentista y
bioquímico y posee los correspondientes equipos para la atención de salud del personal.
Pan fresco y guantes blancos
El primer indicio del nivel de vida que se observa a bordo del “Bahía Aguirre” lo tenemos el
mismo domingo al mediodía. Bajamos al comedor para almorzar y nos encontramos con que
son de rigor el saco y la corbata. Nuestros lugares en torno a las distintas mesas están
señalados con pequeñas tarjetas; la comida es servida por jóvenes marineros de guantes
blancos, que cambian nuestros platos con rapidez y eficiencia que ya quisieran los
restaurantes de primera clase de cualquier gran ciudad. El menú, impreso en un formulario
decorado con un pingüino, incluye, por ejemplo, vol au vents de langostinos, empanadas
riojanas, niños envueltos, sopa de crema de tomate, frutas frescas, ensalada de lechuga y
tomate. El pan se amasa a bordo, todos los días, el café es muy bueno y no falta el vino. Se
sirven cuatro comidas al día, desayuno, almuerzo, té y cena y cada una de ellas hace honor a
la buena tradición culinaria argentina.
El trato que los jóvenes oficiales del “Bahía Aguirre” dispensan a sus invitados está a la altura
de la caballerosidad y el señorío propios de la Armada. El domingo por la tarde, el capitán
Fernández ofrece un cocktail a los invitados especiales que lo acompañan en este viaje.
Previamente, el segundo comandante, capitán Iglesias, nos ha reunido para darnos
informaciones útiles acerca del barco y el viaje y contestar a nuestras preguntas. Nos entrega
un folleto preparado para el caso por el Ministerio de Marina, en el que se dice: “Los oficiales
y tripulantes desean hacer todo lo posible para ayudarlos en su tarea. Debemos convivir y
trabajar juntos, a veces en condiciones difíciles, en el estrecho espacio limitado por el casco
de este buque. Este folleto ha sido planeado para conseguir que nuestra vida en común se
desarrolle basada en la comprensión y tolerancia mutuas. Su cooperación, así como la
nuestra, será muy apreciada. Trabajando en equipo, superaremos todas las dificultades que
surjan”. No parece nada difícil cooperar con estos marinos y bien puede asegurarse que ellos
cumplen ampliamente con la parte que les corresponde.
El primer día de navegación transcurre sobre las aguas leonadas del Río de la Plata,
ligeramente rizadas por una brisa del sudoeste. A medida que adelantamos hacia el océano,
las suaves ondas se transforman en olas cortas, que hacen cabecear al barco y ocasionan el
mareo de algún navegante bisoño. Divisamos la costa uruguaya y por la noche, los faros nos
hacen señales amistosas. Un gran resplandor que asciende al cielo nos indica la presencia de
Montevideo; después, la noche se sierra sobre la nave y solamente nos acompañan las
estrellas. La Cruz del Sur nos indica nuestro derrotero.
Lunes 27. Al despertarnos por la mañana, luego de un sueño apacible, nos encontramos ya en
el Atlántico, cuyas aguas verdes y límpidas se muestran más tranquilas que las del estuario.
Hacia mediodía estamos frente a Mar del Plata; la gran ciudad balnearia se extiende

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 16


lujosamente, mostrando orgullosa sus hoteles, edificios de apartamentos –muchos de ellos en
construcción -, chalets, playas. En el centro del vasto abanico se ven los bloques gemelos del
casino y el hotel, más al sur aparece la base naval. Un gran número de lanchas pesqueras
pintadas de vivos colores pasan cerca del “Bahía Aguirre”, en demanda del puerto, ellas nos
recuerdan que Mar del Plata es, además, el centro de la industria de la pesca en la Argentina.
Pero no son los edificios ni la base ni siquiera las lanchas lo que más interesa a los grupos de
muchachos reunidos sobre la cubierta y el puente del “Bahía Aguirre”. Todos los que poseen
binoculares los enfocan sobre las playas, y señalan gozosos las siluetas lejanas de las bañistas.
Los anteojos pasan de mano una y otra vez, hasta que la distancia hace inútiles los esfuerzos
de tantos ojos ansiosos. Será esta la última imagen que han de guardar de la Argentina
veraniega, alegre y despreocupada, que dejan atrás; ahora no volverán a ver tierra hasta
Ushuaia.
Uruguayos en la plana mayor
Dos veces por día, a las 7:30 y a las 13:30, los oficiales distribuyen las tareas de la jornada a
la tripulación que se reúne a tal efecto; esto es lo que se llama la formación de armar trabajo.
En la ceremonia de esta tarde, son presentados al personal, por el segundo comandante, los
oficiales uruguayos, teniente Carlos Rico y alférez Germán Lariau, quienes han sido
incorporados a la plana mayor del barco para la presente campaña. Rico trabajará en el
departamento de material y armamento; Lariau en el de navegación. Ambos, así como los
representantes de Prefectura, harán los turnos de guardia de cuatro horas cada día, al igual que
los oficiales del “Bahía Aguirre”.

Esta noche, después de la cena, el teniente de corbeta, Eleodoro Doldán, ayudante del
departamento de ingeniería, invita a todos con una copa de champagne. Motivo; su alegría al
haber sido autorizado para permanecer durante el resto del año en la tripulación del “Bahía
Aguirre”. Sí, se pasa bien a bordo de este barco.
A propósito de bebidas, ha de señalarse que en Antártida no se consume ninguna bebida de
alto contenido alcohólico. La sequedad de la atmósfera hace que el cuerpo pida refrescos y
jugos de frutos. Con gran moderación y solo en ocasiones especiales se bebe champagne, un
refresco de lujo, como quien dice.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 17


Martes 28. Otra mañana de sol radiante y mar en calma, lo que, según informa uno de los
oficiales, son condiciones excepcionales en esta zona, que desde hace siglos los marinos
conocen como “los cuarenta bramadores”. Por lo común, más de la mitad de los días de
navegación hacia Antártida son de tormenta. Bien... veremos que nos reserva el Pasaje Drake.
Uno de los acontecimientos de todo viaje por aguas antárticas, es la observación “in vivo” de
ballenas, los únicos animales que no pueden verse en ningún zoológico. Parecería que las
gigantescas criaturas hayan adivinado nuestros deseos y he aquí que tres a cuatro de ellas
vienen a exhibirse a pocos metros de la banda de babor. Son unos grandes y lustrosos
armatostes negros, que nadan perezosamente, se sumergen y vuelven a aparecer, como
retozando al sol. Uno de los monstruos resopla y expulsa una delgada columna de agua y aire,
mucho menos alta que lo anticipado por nuestra fantasía alimentada de cine y grabados
antiguos. El Dr. Di Lena las identifica como individuos de la variedad “humpback”
(jorobadas), probablemente en período de celo. No pertenecen a la familia de cetáceos de
mayor tamaño, que es la de las ballenas azules. Esperamos ver a éstas en aguas antárticas,
pero no podemos sentirnos decepcionados ante el anticipo que se nos ha brindado.
Ahora el agua es azul y muy límpida. Estamos a 270 millas de la costa y sin embargo, se ven
numerosas gaviotas y posándose sobre ellas, de vez en cuando. Es evidente que deben pasar
algunas noches en el agua.
Medidas de seguridad
A las 16 horas, todo el mundo participa en un simulacro de abandono. Suena la alarma, nos
ponemos los chalecos salvavidas, de color azul y anaranjado y subimos a nuestro puesto,
junto al bote salvavidas que nos correspondiera en caso de naufragio. Están previstas tres
circunstancias de abandono del barco, hundimiento lento, lejos de la costa, hundimiento con
otros barcos en las cercanías y hundimiento rápido. Para cada una de ellas se imparten
instrucciones precisas y se distribuyen responsabilidades, este es tan solo el primero de estos
zafarranchos; se repite hasta que cada hombre a bordo reacciona automáticamente. Es, sin
duda, una prudentísima medida de seguridad, que debería ser tenida en cuenta en toda clase de
buque.
A medida que nos internamos en aguas australes, los días se van alargando, hoy el sol se puso
a las 20:50, y el crepúsculo vespertino duró hasta las 21 horas, en un prolongado, sereno,
bellísimo atardecer. Por la noche, el barco abre una estela levemente fosforescente, las crestas
de las olas relucen con un fulgor azulado en la negrura de la noche, pequeñas chispas
individuales –que indican la presencia de noctilucas – brillan un instante sobre la espuma y
desaparecen.
Otras tres jornadas hasta Ushuaia, la ciudad más austral del mundo
Miércoles 29 de Enero. Tercer día consecutivo de buen tiempo y mar en calma. El Tte. de
navío Federico Zanetti, Jefe del Departamento de Ingeniería, nos invita a visitar la sala de
máquinas. Con anterioridad, nos ilustra, en breve y amena disertación acerca del equipo de
propulsión del “Bahía Aguirre”: dos motores diesel de cinco cilindros, con una potencia total
de 2750 HP, que permiten desarrollar una velocidad de 12 a 14 nudos (alrededor de 24
kilómetros por hora). Nos comunica algunos de los problemas derivados del trabajo en su
departamento, en especial los que se relacionan con el contraste entre la temperatura que allí
reina –alrededor de 35 grados- y el intenso frío exterior.
Los hombres que pasan súbitamente del interior de la sala de máquinas a la intemperie, suelen
sufrir molestias diversas que es necesario prevenir y atenuar en lo posible. Se vigila también
el régimen alimenticio de esos hombres, arreglando los horarios de comida a fin de que no
tengan que hacer la digestión en el ambiente caldeado de la sala de máquinas. El orden y la

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 18


limpieza que allí encontramos dan fe de la eficiencia con que se atiende esta parte
fundamental del trabajo a bordo del “Bahía Aguirre”.
Bridge, sirenas y vestuario antártico
Al cuarto día de viaje, la vida de a bordo, que el primero se nos aparecía como rutinaria y tal
vez vacía, se ha henchido de quehaceres, todos ellos placenteros. Están, en primer término, las
comidas, con su correspondiente acompañamiento de conversación. Luego, las numerosas
oportunidades de dedicar algunas horas a esos juegos de azar e inteligencia que la vida
ciudadana rara vez nos proporciona. El salón de fumar se puebla todas las tardes y noches de
grupos, ora silenciosos y concentrados –son los de bridge, canasta, scrabel o ajedrez- ora
alegres y dicharacheros, que son, naturalmente, los del truco. El comandante es gran
aficionado al bridge y ya sabe con cuales de sus pasajeros puede contar para armar una partida
en su cabina, después de la cena. Muchos aprovechan el tiempo para leer, estudiar, escribir, o
dibujar.

Palacio y Cotta decoran el bar con una pintura mural de bailarinas de can can, una bahiana, y
una strip-teaser, a las que agregan dos personajes populares de las historietas de Lino: Don
Fulgencio invita con gin a un pingüino y Avivato se lleva una sirena a su casa. Los
muchachos, encantados; solo les preocupa qué dirá el capellán del GNA.
El mayordomo de a bordo, suboficial Juan Pisani, nos hace
entrega del equipo antártico.
Consta de las siguientes prendas: campera impermeable forrada
de lana; pantalón impermeable, sweater grueso de lana; camisa
y camiseta de lana; calzoncillos largos de lana; medias largas
de lana; bufanda y pasamontaña de lana; guantes de napa
forrados de corderito; botas de cuero impermeable forradas de
lana y plantillas de fieltro. Pero todo esto no es más que el
atuendo veraniego para la Antártida. Para invierno, hay que
reforzarlo con ropa interior de lana de angora, anchas fajas de
lana que protegen el vientre y los riñones y otras prendas,
según el tipo de trabajo que ha de efectuarse. Para salir en
patrulla, por ejemplo, se necesita un equipo exterior

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 19


impermeable al viento y a la nieve (en Antártida no llueve) llamado “anorak”, que consta de
dos piezas, pantalón y blusa, de tela avión, nylon o seda de malla tupida. Por debajo, se llevan
prendas de lana angora; además, botas de goma y lona con cierre relámpago, hasta debajo de
la rodilla. Las manos se protegen con mitones de tela avión forrados de piel de gatos. Para
manejar instrumentos, hacer anotaciones y cualquier otra labor manual, que requiera el uso de
todos los dedos, se usan guantes de seda dobles, que se llevan debajo de los mitones. La
cabeza es un problema aparte: se llevan orejeras de esquí, de lana angora doble y en caso de
tormenta, un gorro de tela impermeable, forrado de piel, con capucha protectora de boca y
nariz.
Los glaciólogos que toman muestras de hielo y efectúan otros trabajos observaciones al aire
libre en invierno, usan botas, pantalón, sacón y guantes de duvet: estos últimos permiten la
sensibilidad manual necesaria para la precisión de las operaciones que realizan. El equipo que
se nos ha entregado, pues, solamente es apto para los días de verano, en los que la temperatura
suele subir varios grados sobre cero y para vivir dentro de los edificios de las bases antárticas.
Está bien, además, para fugaces visitantes como nosotros.
En los canales fueguinos
Jueves 30. Sigue el mar en calma, lo que asegura una navegación serena. El cielo está
nublado y cae una fina llovizna durante la mañana; la temperatura es fresca, pero agradable. A
mediodía, entramos en un banco de niebla, pero el barco sigue adelante sin disminuir la
velocidad, navegando con radar y lanzando toques de sirena a intervalos regulares. Así
seguimos toda la tarde, mientras surcamos las aguas que separan al continente de las Islas
Malvinas. A las 16, nuevo zafarrancho de abandono. Esta vez, no perdemos ni un instante en
ponernos el chaleco salvavidas y marchamos sin vacilar hasta nuestro bote.
A medianoche, el Tte. Julián Montoya, jefe de Operaciones y Comunicaciones, nos informa
que hemos atravesado el paralelo 52 y nos encontramos frente al Canal de Magallanes.
Viernes 31. Amanecemos en el Canal Lemaire, que separa a Tierra del Fuego de la isla de los
Estados, ya en el confin austral del continente sudamericano. Sobre ambas bandas, se divisa
un paisaje desolado de montañas que caen a pico sobre el mar. El mar está en calma y el cielo
nublado, con un denso plafond que cubre las cimas de las montañas, impidiendo apreciar sus
elevaciones mayores. Estas son tierras inhóspitas y vacías; viéndolas, aún en condiciones
benignas, es fácil hacerse una idea de las penurias que afrontaron los atrevidos marinos
españoles, portugueses, ingleses, holandeses y noruegos que fueron sus descubridores, en
débiles veleros. La vida aparece de repente, en una forma característica de estos mares
australes: unos pequeños pingüinos patagónicos surgen como boyas en el agua y se zambullen
nuevamente, quizá jugando, quizá pescando. “¡Qué gauchitos!”, exclama a nuestro lado un
joven oficial cuyo acento delata su origen entrerriano.
La isla de los Estados está deshabitada; sólo quedan en ella las ruinas de una prisión que fue
la antecesora de la de Ushuaia, hoy también desaparecida. Navegamos ahora con rumbo a
Ushuaia, la capital de Tierra del Fuego. Penetramos en el canal Moat y poco después, en el
Beagle, dejando al sur, la isla Navarino y al norte, Tierra del Fuego. A babor, la isla Picton,
cubierta de bosques y en una parte de verdes pasturas, pobladas de ovejas. La isla está en
litigio entre Chile y Argentina: ¿de quién serán las ovejas?
Vuelan sobre el barco las infaltables gaviotas y dos tipos de aves antárticas: las skuas, más
grandes que las gaviotas, que planean como cóndores y los cormoranes, que vuelan a baja
altura, casi siempre en bandadas. Se ven también algunos gaviotines y algún raro petrel. Con
la ayuda de prismáticos se divisan pingüinos y lobos marinos en las islas. Sorprende la vista

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 20


de una columna de humo que surge de la isla Snipe: pocos minutos después divisamos las
siluetas de dos hombres con perros, posiblemente cazadores.
Cualquier indicio de vida humana llama la atención. Empequeñecidos por las montañas
avistamos minúsculos grupos de edificios que llevan los nombres de Puerto Harberton y
Almansa, sobre el lado argentino, Eugenia y Williams, sobre el lado chileno. Viven de la cría
de nutrias y la industria maderera y alojan, ocasionalmente alguna fábrica de conservas de
cholga, marisco característico de estas aguas. No faltan algunas casas, aisladas en medio de
este paisaje sobrehumano. Una de ellas, sede de un pabellón de la Prefectura Marítima, que
iza la bandera argentina en señal de saludo a nuestro paso.
Todos estos canales están perfectamente balizados, de modo que la navegación puede
realizarse en condiciones de seguridad. Sobre una playa vemos un monolito blanco,
monumento funerario erigido en memoria del Tte. MacKinlay, marino que murió mientras
desempeñaba tareas de balizamiento en ese lugar. También se ha dado su nombre a un paso
del canal Beagle.
El cielo se encapota y comienza a lloviznar, con lo que se interrumpe la contemplación del
paisaje, sin alterar nuestro derrotero. Llegamos a Ushuaia exactamente a las 20 horas, como lo
había previsto el comandante Fernández. Baja primero una lancha a motor para asistir en la
difícil maniobra de atraque al muelle de la planta de combustibles, que debe cumplirse de
popa y sin remolcador. La maniobra se realiza bien pero accidentalmente un cable se enreda
en una de las hélices. Un buzo bajará esta noche a desenredarlo.
A las 10 de la noche todavía está claro el cielo. Bajamos a tierra, para echar un primer vistazo
a la ciudad más austral del mundo.
Ushuaia, avanzada subantártica
Ushuaia, Sábado, 1º de Febrero. El "Bahía Aguirre" está amarrado al muelle de la
Gobernación, en este puerto de Tierra del Fuego, el más austral del mundo y avanzada
argentina hacia el Antártico. Esta es la base de operaciones de las unidades navales que
cumplen campañas antárticas y especialmente, dadas sus funciones, de un barco como el
"Bahía Aguirre", que viene a abastecerse de combustible para su propio consumo y para el del
rompehielos "San Martín". Ushuaia participa, al igual que Tierra del Fuego y las islas ad-
yacentes, de ciertas características geográficas y climáticas de la Antártida; la cordillera de los
Andes, que levanta aquí sus últimos picos nevados, se hunde bajo las profundidades del
Pasaje Drake y reaparece, con las mismas formaciones geológicas, en las islas y el continente
Antártico. Esta es, precisamente, una de las bases más firmes para establecer la tesis de la
continuidad territorial de la Argentina en la Antártida. El clima, desde luego, es menos rigu-
roso aquí que del otro lado del Drake, pero las bajas temperaturas durante todo el ano,
acompañadas por vientos huracanados y súbitos temporales, dan a la zona indudables perfiles
subantárticos. A ellos se agrega la presencia de especies animales muy similares, tales como
pingüinos, gaviotas, skúas, petreles, cormoranes y focas.
Un buen puerto natural
Ushuaia es mucho más, sin embargo, que el umbral de la Antártida. Es, sin duda alguna, una
de las ciudades más pintorescas de la Argentina, cosa que empieza a descubrir el turismo
nacional e internacional. Es una base naval, un centro industrial y comercial y un lugar, en fin,
donde aún se respira el aire de la aventura, de la lucha del hombre contra la naturaleza. En la
lengua de los indios Onas, aborígenes fueguinos, Ushuaia significa Bahía Interior, alusión al
excelente puerto natural, sobre el estrecho de Beagle, que posibilitó el establecimiento de la
ciudad. La primera colonización en este punto data de 1864 y fue iniciada por el pastor
protestante inglés Lucas Bridges, cuya familia aún perdura en el Chubut. En 1884 la Armada

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 21


envió al Comodoro Laserre para tomar posesión del lugar en nombre de la República
Argentina. La ciudad fue tristemente famosa durante varias décadas por el penal construido en
las cercanías, para recluir a los delincuentes considerados más peligrosos. Hoy en día el penal
no existe y Ushuaia ya no es el paraje inhóspito e inaccesible cuyo sólo nombre bastaba para
acrecentar el temor al confinamiento.
La ciudad llama la atención por su vivo colorido: casas verdes, amarillas, azules, con techos
rojos, como si quisieran destacarse de alguna manera contra el fondo monumental de los
montes Olivia, Susana y los Cuatro Hermanos, moles pétreas, parcialmente cubiertas de
nieve, que se yerguen a unos 1.500 metros de altura. Todas las casas tienen techos a dos
aguas; muchas están construidas con chapas de zinc y otras son de piedra o de madera; hay
pocas de ladrillo. Las calles paralelas a los muelles son aproximadamente llanas pero las otras
tienen pendientes empinadas; en algunas casas el fondo está más alto que el techo. En las
calles abundan los perros de gran talla, emparentados, seguramente, con los que se usan para
tirar de los trineos en Antártida. El vehículo más común es el Jeep; los coches de pasajeros
son todos de último modelo, porque éste es un puerto franco, donde se pueden comprar a bajo
precio, siempre que circulen dentro de la zona, exclusivamente. Se ven también caballos y no
faltan algunos esforzados ciclistas.
Robles y amapolas
La ciudad vive de la base naval y de los aserraderos y progresa lentamente, aunque su
población se ha estancado en 1.800 habitantes. Hace unos años, después de la guerra, se
fundó una colonia italiana que no prosperó; los inmigrantes viven hoy mezclados con el resto
de la población, lo que seguramente ha de ser mejor, al final de cuentas. Hay un tipo racial
característico: el chilota, de la isla de Chiloé, de baja estatura y cabeza grande.
En las numerosas tiendas se venden, a precios relativamente bajos, mercaderías importadas:
prendas de nylon, perfumes franceses, cámaras alemanas y hasta trajes de baño
norteamericanos. En cambio, escasean las verduras y frutas, que deben ser traídas de Buenos
Aires. Por esa razón, sin duda, casi todas las casas tienen pequeñas huertas donde se cultivan
papas, repollos, lechugas y cebollas. Escasean las flores pero en un jardín vimos grandes y
hermosas amapolas rojas.
Espesos bosques cubren las laderas de los montes circundantes; un vasto incendio hizo
estragos en ellos, hace cuarenta años, y todavía quedan los muñones ahumados de los ñires y
notofagos. Los que permanecen en pie, sobre las tierras altas, están doblados por el viento, en
dirección del mar. Los únicos árboles aprovechables industrialmente son el roble fueguino,
que alimenta a los aserraderos locales, y, en mucha menor escala, el canelo. La madera se
exporta a Buenos Aires en transportes de la Marina.
Por la tarde empieza a soplar el Susana, como se llama a un viento frío que procede del monte
del mismo nombre. El comandante Fernández recibe un pronóstico relativamente favorable
para el cruce del Drake y dispone la zarpada para las 18.30. Seguimos el mismo derrotero de
la entrada, por los canales Beagle, Moat y Lemaire. Sobre el puente, admiramos la belleza de
los cerros nevados. Un oficial del "Bahía Aguirre" sonríe y nos dice: “Miren más bien la
vegetación. Es la última que verán. La nieve es sólo la primera”.
Travesía del Pasaje Drake y arribo a la isla Decepción
Sábado 1 de Febrero. Cuatro horas después de salir de Ushuaia dejamos atrás el canal de
Beagle y penetramnos en el Pasaje Drake, el temido brazo de mar interoceánico, de mil
kilómetros de ancho, que separa a Sudamérica de Antártida y une el Atlántico con el Pacífico.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 22


Domingo 2. Sopla un viento de 60 kph. Oleaje largo, el barco rola moderadamente. Las aguas
del Drake son de un profundo azul de Prusia, casi añil. Vienen siguiendo la estela siete
grandes petreles, llamados quebrantahuesos, y un albatros. Esta es un ave majestuosa, de
largas alas siempre extendidas, planeando sin cesar; los petreles, en cambio, aletean de vez
en cuando. Todos vuelan en zig-zag, contra el viento; a veces se pierden de vista pero siempre
reaparecen para recoger las sobras de comidas que arroja el barco. A las 24 horas de
navegación sólo queda el albatros, barloventeando bravamente.
Cena con violines
El cruce del Drake se viene realizando con toda felicidad, a pesar de que hay mar de fondo y
los rolidos se acentúan progresivamente. Se sirve el primer menú antártico; trae una
dedicatoria en verso, escrita por el Tte. Abelleira, gamelero de turno (encargado de la cocina).
Se colocan sobre la mesa unas armazones de madera que sujetan los platos, vasos y botellas;
se llaman “violines”.
Guillermo Molise baja al salón comedor luciendo pullover de lana angora celeste y pantuflas
amarillas forradas de piel de conejo. Inmediatamente el segundo comandante organiza un
concurso de disfraces antárticos. Ganador: Molise. Premio: pagar el copetín para todos.
Otra muestra de humor antártico: se sabe que hay un enfermo en el Destacamento Naval
Decepción; es el representante de la Prefectura. El Tte. Montoya exhibe un telegrama del
Prefecto Nacional ordenando al subprefecto Alberto Mancuso que lo releve por dos años. El
hombre se indigna, protesta; cuando se un alma piadosa le revela la broma le hacen pagar una
botella de champagne. Ya la tenían puesta en el hielo. Todo pretexto es bueno: el primero que
aviste un témpano está obligado a pagar el copetín.
Lunes 3. Amanece con niebla, viento y oleaje moderados; por otra parte, la carga está bien
distribuida y eso contribuye a atenuar los rolidos. Empezamos a salir del Drake para ingresar
en el Mar de la Flota, que baña las costas noroccidentales de la Península Antártica y separa
ésta de las Shetland del Sur.
Lino Palacio dibuja un pergamino de homenaje al comandante, con excelente caricatura; lo
firman el pasaje civil y los invitados militares y se le entrega en el bar. El capitán Fernández
devuelve la atención en gran estilo, ordenado una rueda de champagne.
Más aves marinas; primer témpano
Mientras nos mantenemos a la expectativa ante la inminente aparición de los primeros
témpanos, observamos tres nuevas especies de aves marinas: petreles grises y dameros, y
petreles de Wilson, o de las tormentas, mal llamados golondrinas antárticas. Siempre van
juntos con los dameros; son pequeños, de color azul oscuro, vuelan bajo, rasando las olas,
aleteando casi constantemente, con breves intervalos de planeo, saltando a veces sobre el
agua, sin posarse jamás. Los contemplamos durante horas, admirados y conmovidos ante el
contraste entre esos seres tan pequeños y la inmensidad del océano que sobrevuelan
incansablemente.
Los dameros, de características alas en blanco y negro, son más chicos que las gaviotas: su
vuelo es ágil y elegante; revolotean en bandadas, planeando y aleteando alternativamente.
Una especie distinta son las skuas, aves de presa negras que ahora recogen sobras del mar
pero cuando vuelan sobre tierra se ciernen por a mínima altura encima de las pingüineras y de
pronto se zambullen como bombarderos en picada para robar huevos y pichones
A las 19:00 el bioquímico de a bordo, Dr. Figueroa, divisa el primer témpano, muy lejos, a
proa. Tiene dos cuerpos, uno rectangular y otro anguloso; esto indica que es viejo,
desprendido hace mucho tiempo de la Gran Barrera. Es una gigantesca escultura, de un

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 23


luminoso color azul, con vetas de mayor o menor intensidad que delatan las variaciones de su
relieve. Parece inmóvil, pero se desplaza muy lentamente, a impulso de las corrientes
marinas; parece inmutable pero cambia de forma sin pausa, por la acción del mar, el sol y el
viento; parece eterno, pero un día más o menos lejano se disolverá en el agua primigenia.
Luego aparece un témpano tabular, blanco y plano, una enorme plancha de hielo flotante,
forma que proclama su origen reciente. Ya cambiará su perfecta geometría a medida que se
vaya derritiendo, ejecute una media vuelta y aflore la parte mayor de su masa, ahora invisible
bajo el agua. Los témpanos son los heraldos de la primera tierra que tocaremos, la isla
Decepción.
Una entrada a tiempo
Decepción es un anillo de roca volcánica, absolutamente yermo, de color marrón oscuro,
cubierto por desparejos lamparones de nieve. El anillo pétreo, que es en realidad el cráter de
un gigantesco volcán submarino, encierra una espléndida bahía, un pequeño mar interno con
una superficie de 30 kilómetros cuadrados, espacio suficiente para albergar una flota entera.
La primera visión que tenemos de la isla son sus cumbres
nevadas, que surgen en el horizonte, a través de la
niebla. La rodeamos por el lado Oeste y a las 21:30, con
viento y lluvia, penetramos por la abertura denominada
Fuelles de Neptuno, que tiene un ancho navegable de
solo 180 metros.
Menos, en realidad, porque sabemos que a babor hay una
roca sumergida que acecha a los barcos; nos lo recuerda
el casco de un ballenero inglés que la rozó naufragó el
año pasado.
A estribor, la amenaza es visible: el Monolito, un
promontorio que surge del agua, El comandante dirige la maniobra desde el puente de
navegación: al pasar por los Fuelles el viento crece en intensidad y la lluvia nos golpea los
rostros con puntas heladas. Entramos en minutos que parecen una eternidad. Vemos primero,
a estribor, las luces del grupo inglés de la Royal Society; luego, sobre la misma banda, las
luces del destacamento chileno y, del otro lado, las del argentino.
Una vez dentro de la bahía, el capitán Fernández nos dice que entramos justo a tiempo para
eludir una tormenta que se estaba incubando afuera, como lo indica el descenso de la columna
barométrica. Agrega que la maniobra de entrada, con buen tiempo, no presenta problemas;
elogia la labor del timonel, cabo Beltrán. La temperatura del aire es 2o sobre cero; la del agua,
1o .
El barco fondea frente al destacamento y envía a tierra una lancha. En ella va el Dr. Abraham
Schwartz, para examinar al enfermo; también van paquetes chicos de correspondencia. A las
once de la noche todavía está claro; empieza a oscurecer a medianoche. En Diciembre no
había noche.
Un nombre equívoco: solfataras y hombres rana
Martes 4 de Febrero. La isla Decepción es el punto central de las Shetland del Sur, está
situada a los 62o de latitud Sur y 6o de longitud Oeste. Es inaccesible por todos lados excepto
por la estrecha abertura de los Fuelles de Neptuno. Su nombre español es un malentendido,
una mala traducción. El nombre inglés de la isla, Deception, significa “engaño”, “ilusión”,
“simulación”, y probablemente alude a la ubicación de los Fuelles, casi oculta a la vista de los
navegantes que se aproximan en un día de tormenta, que son los más comunes. A sus

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descubridores la isla debió parecerles inabordable hasta que, luego de contornearla en casi
todo su perímetro, se toparon con la maravillosa sorpresa de un tajo en el muro que daba
entrada a una de las bahías más espaciosas y seguras del mundo. Nada decepcionante hay por
cierto en esta isla; por el contrario, toda ella constituye una recompensa al coraje y la pericia
de los marinos que al penetrar en este refugio se sienten guiados por la mano de la
providencia.
Importancia de la segunda casa
Existen en Decepción tres establecimientos: el inglés, en Bahía Foster Bay; el chileno, en
Caleta Péndulo, y el argentino, en Bahía Primero de Mayo. Hay también dos refugios
argentinos no habitados La elevación mayor es el Monte Campbell, de 602 metros. El
destacamento naval Decepción es uno de los más antiguos instalados por la Marina en
Antártida: el 24 de enero celebró su décimo aniversario. Descendemos a tierra a bordo de una
lancha EDPV (Embarcación Desembarco Personal Vehículos) para visitarlo, mientras se
cumple la tarea de descarga. Nos recibe el comandante, capitán de corbeta Oscar Montes. Esta
base tiene una dotación de veinte hombres entre personal naval y civil. Hay ahora, además,
otros veinticinco, pertenecientes al Departamento de Construcciones Navales. Están
construyendo una nueva casa de emergencia, más grande y cómoda que la anterior, que fue
demolida.
Las casas de emergencia, nos explica el capitán Montes, son de vital importancia. El mayor
peligro en las bases antárticas es el fuego, debido a la gran cantidad de combustibles que se
almacenan para atender las necesidades de calefacción, iluminación, consumo de vehículos e
instrumentos de trabajo durante más de un año. Un incendio puede destruir en cualquier
momento la casa del personal, exponiendo a los hombres a quedar a la intemperie sin
vivienda, víveres, ropa, radio y demás elementos esenciales para la supervivencia. Se
construyen a cierta distancia de la casa principal, fuera del alcance de las llamas pero
rápidamente accesibles en caso de urgencia.
Rocas multicolores
El Tte. Ricardo Locarnini nos acompaña en una excursión a las fumarolas, emanaciones de
gases sulfurosos que surgen junto al mar y calientan el agua, haciendo posible, e incluso un
placer, bañarse en ellas. En el camino pasamos junto a una laguna de agua dulce, azul, y otra
verde, que comunica con el mar. Sobre la roca volcánica suelen verse manchas verdes de
liquen; hay huesos de ballena dispersos por todos lados. Las rocas tienen distintos colores:
negras, marrones, amarilla, rojizas; algunas caprichosas formaciones sedimentarias afloran
sobre la masa amorfa; una de ellas parece uno de los monolitos en forma de cabezas humanas
de la isla de Pascua. No hay tierra ni cosa que se le parezca. Vuelan sobre nuestras cabezas
algunas skuas de gran tamaño. Sobre la playa, restos de algas, gruesas cintas marrones
arrojadas por el mar; también valvas de lapas.
La casa del destacamento es de madera asentada sobre concreto. Tiene estación de radio,
calefacción y toda clase de comodidades. Los hombres viven en camarotes con dos cuchetas
como las de a bordo. Disponen de una amplia cocina, despensa, enfermería equipada con
mesa operatoria, autoclave y rayos X, biblioteca y sala de descanso con radio-tocadiscos.
El Dr. Resio está instalado desde anoche. Hizo inventario de medicamentos y pidió por radio
una nueva partida de antibióticos. El Tte. Oscar Ivanissevich, meteorólogo de la base,
confecciona cartas diarias sobre las observaciones que aquí se realizan y transmite los
pronósticos para las travesías del Drake.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 25


Mario Errecart, encargado del sismógrafo, nos muestra este aparato construido en Argentina
que registra sismos tan lejanos como los ocurridos en Méjico y Perú. Constantemente está
registrando microsismos en esta zona.
Los actuales ocupantes de la base están desde Noviembre y se sienten a gusto, aunque aún les
falta la parte más difícil, el invierno. Un oficial del GNA que está como huésped, el Tte.
Ricardo Méndez Casariego, tiene novia en Montevideo.
El fantasma de una ciudad
En Bahía Foster existió el mayor ejemplo, hasta ahora,
de prolongada residencia de humana en estas
soledades. Durante los primeros años del siglo XX,
una empresa ballenera noruega estableció en este
lugar una factoría para la industrialización de los
cetáceos que se cazaban por millares en los mares
australes. Fundó una pequeña ciudad, con dique
flotante, hospital, galpones, talleres, oficinas y
viviendas. En ellas vivieron alrededor de 400
personas, incluyendo esposas e hijos de los marinos y
obreros. Con el surgimiento de los buques-fábrica, que
independizaban a los balleneros de las instalaciones
terrestres, (y de los conflictos políticos consiguientes), la factoría perdió su razón de ser y fue
desocupada.
Al inicio de la segunda guerra mundial, la Marina británica, resuelta a impedir que los
alemanes aprovechasen esta magnífica bahía como base de operaciones de submarinos, ocupó
la factoría. Con el consentimiento de las autoridades noruegas, bombardeó las instalaciones.
La antigua población es hoy un fantasma. La destrucción no fue total; se ven altos edificios
todavía en pie, pero los seis miembros de la base científica inglesa ocupan solo una pequeña
casa. Las demás están vacías, con los techos hundidos, las puertas y ventanas rotas. Queda el
cementerio, con 36 tumbas sin flores y lápidas con los nombres casi borrados. Quedan
algunos muebles en las casas, algunas flores de papel, algunos juguetes que no toca la mano
de ningún niño.
Hombres ranas en Media Luna
Zarpamos a las 18 horas rumbo a isla Media Luna, donde se halla el destacamento Naval
Teniente Cámara (nombrado en memoria de un oficial muerto por las paletas de un
helicóptero), sobre la bahía Luna. Mar calmo, cielo nublado. Antes de la cena, el Dr. Caccia
ofrece el copetín de despedida pues mañana ha de desembarcar en Esperanza.
A las 21 horas avistamos la isla Media Luna: cumbres nevadas con altos frentes azules.
Desembarcan aquí los civiles Carlos Castroveja, jefe de la radio-estación, y Angel Abregú,
meteorólogo. Ambos estuvieron el año pasado y regresan después de un mes de licencia.
Embarcan el Tte. de corbeta Juan Carlos Carosella, un hombre rana de la Marina y dos
norteamericanos, el Tte. de corbeta Roger Saines y el biólogo Mike Neushul. Los tres han
estado haciendo estudios de biología marina y experiencias de buceo en isla Media Luna.
Carosella, 25, soltero, comprometido para casarse en abril, aprendió el oficio en la Escuela de
Buceo de Mar del Plata, con el creador de la técnica de los hombres rana, el italiano Eugenio
Wolk. Utiliza el equipo igual al del capitán Cousteau (traje de goma, ropa interior de lana,
tanques de oxígeno). En Antártida ha probado el traje de neopreno que usan los
norteamericanos. Dice que es muy frío en manos y pies y solo permite inmersiones muy

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 26


breves. Fue el primer buzo que trabajó en Antártida. Se sumerge durante períodos de hasta
dos horas. El agua está a temperaturas que oscilan alrededor de 1º centígrado, Es un agua muy
diáfana.
Carrosella penetra habitualmente hasta 20 metros de profundidad. Asegura que el trabajo es
fácil y sin peligro. Antes de sumergirse arrojan
explosivos al agua para ahuyentar leopardos marinos y
orcas, que son los únicos enemigos temibles. Aun
cuando en Argentina hay pocos hombres rana, afirma
que cualquiera puede aprender, incluso sin saber nadar.
Carrosella, es un muchacho alto, fuerte, de gran
capacidad pulmonar.
Mike Neushul, 24, biólogo de la Scripps
Oceanographic Institutios de la Jolla, California, fue
invitado por la Marina argentina para estudiar fauna y
flora marinas en Antártida. Ha estado un mes en el
destacamento naval Teniente Cámara buceando junto a
Carrosella y su acompañante el teniente Saines. Dice
que hay unas doce variedades de algas en esta agua y
ha encontrado especimenes de dos metros de alto
creciendo sobre el fondo del mar. En cuanto a la fauna,
incluye krill, lapas (moluscos), estrellas de mar, erizos
de mar y dos especies de peces de fondo.
El Tte. Roger Saines, frogman de la Marina de Estados
Unidos, vino a Antártida para acompañar a Mike y
estudiar el rendimiento del traje de neopreno en aguas
muy frías. La particularidad de este traje consiste en
que está hecho de goma porosa, que se ajusta al cuerpo
y deja entrar una pequeña cantidad de agua la cual es
calentada por el cuerpo y protege mejor al buzo. En
caso de ruptura del traje, el agua penetra por el agujero
y permanece ahí. El traje de goma común, en cambio,
se inunda y el accidente es fatal para el buzo. Roger tiene 24 años, como Mike, y es también
soltero. Se lastimó un pie y es atendido por el Dr. Schwartz.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 27


Miércoles 5. Arribamos a Bahía Esperanza, en el extremo meridional de la Península
Antártica, entre témpanos, niebla, vientos de 60 kph y frío de 1 grado bajo cero. Fondeamos
en 50 brazas cerca del rompehielos “San Martín”, frente a la base del Ejército; se baja la
lancha en la que desembarcan el comandante, el Dr. Caccia, el Dr. Di Lena y ayudantes, el
cocinero de la base y un técnico de SIAM que viene a reparar los equipos de refrigeración.
Aunque parezca extraño, las heladeras son necesarias en Antártida para conservar
adecuadamente los alimentos, medicinas y otros ítems perecibles que de otro modo se
congelarían. Esta es la primera base del continente, situada en el extremo meridional de la
Península Antártica.
La vista del mar que se ofrece a nuestros ojos es realmente polar, con témpanos de todas
formas y dimensiones: tabulares, blancos, de formación reciente: azules, con picos y
oquedades; piramidales, de color azul más intenso, yertas esculturas talladas por el sol, el
viento y el mar que semejan torres, veleros, aves, carrozas, dragones. Grandes bandadas de
pingüinos nadan cerca del barco, emergiendo y zambullendo rítmicamente, a increíble
velocidad. Sobre las rocas de la península se divisan extensas colonias, o pingüineras,
rodeadas de manchones rojizos formados por sus deyecciones; el hedor llega hasta el barco.
Ocasionalmente aparece una orca, o ballena asesina, en busca de presas.

Primera escala en el Continente. Pasado y presente en Bahía Esperanza.


Perros y pingüinos. Visita a una base inglesa.
Miércoles 5 de Febrero. Después de nuestra estada en la isla Decepción, zarpamos hacia el
Oeste, para tocar en bahía Esperanza, situada al norte de la Península Antártica, sobre el
continente. En el camino, nos detuvimos brevemente frente a la isla Media Luna, que como
Decepción, forma parte del archipiélago de las Shetland, para dejar correspondencia y
embarcar personal científico en el destacamento naval Teniente Cámara. La visita a este
destacamento quedó para una etapa posterior de la actual campaña antártica del transporte
“Bahía Aguirre”, en el que viajan los enviados de EL DIA.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 28


Llegamos a Bahía Esperanza navegando entre témpanos y niebla, con un viento de 60 km. por
hora y una temperatura de 1 grado bajo cero. El “Bahía Aguirre” fondea en 50 brazas frente al
Monte Flora, de 528 metros de altura, que guarda el acceso a la Base Esperanza, perteneciente
al Ejército argentino. El Ejército mantiene tres bases, todas ellas sobre el continente; además
de ésta, cuenta con las de Belgrano, en el mar de Weddell y San Martín, en la bahía
Margarita, debajo del círculo polar antártico, sobre las costas de la península. La Marina, en
cambio, tiene solamente una base sobre el continente; las otras cuatro se hallan en islas. De
esta manera, las fuerzas armadas se reparten el trabajo y complementan sus funciones de
exploración y estudio de los territorios antárticos.
El rompehielos “San Martín” está también fondeado frente a la base; viene del mar de
Weddell, donde relevó a la dotación de Belgrano. A bordo del “San Martín” viaja el jefe del
Grupo Naval Antártico, contraalmirante Alberto Patrón Laplacette, a quien acompaña su
estado mayor. Desembarcan en la base Esperanza el médico, Dr. Elmo Cacciavillant, que
regresa a pasar otro año, luego de un mes de licencia y el geólogo Dr. Juan Pablo Di Lena,
que viene también a pasar otro año, como jefe de un grupo de estudios glaciológicos del
Instituto Antártico Argentino.
Esculturas de hielo
El paisaje aquí es verdaderamente
antártico y difiere considerablemente
del de la isla Decepción. Las
montañas son más altas y están casi
totalmente cubiertas de nieve; los
glaciares exhiben sus agrietados
frentes de hielo azul, que se elevan a
más de 30 metros sobre el mar.
Grandes bloques de hielo parecen
estar a punto de desprenderse para
dar origen a un témpano, pero los
movimientos de estas masas sólidas
son lentísimos y se quedan ahí,
suspendidos en ángulos absurdos. De tarde en tarde hay algún desprendimiento, que turba
estruendosamente el vasto silencio y siembra escombros de hielo en la bahía.
A nuestro alrededor, hay témpanos de todas formas y tamaños: tabulares, de formación
reciente, blancos y lisos; icebergs azules, con grandes picos y oquedades, que tal vez tienen
varios veranos de existencia, labrados por el viento, el sol y el agua; yertas esculturas que
semejan catedrales, veleros, carrozas, focas, aves, dragones. Flotan lentamente, a la deriva;
cualquiera de ellos podría tumbar al “Bahía Aguirre” con sólo tocarlo. Son peligrosos en
extremo, pero es fácil evitarlos, para eso los oficiales de guardia en el puente están siempre
alerta.
Continúa el tiempo desapacible. En un día como hoy, en diciembre, durante la primera parte
de la campaña del “Bahía Aguirre”, se perdió un hombre de la base, que había salido en un
bote a remo. Al no funcionar el motor fuera de borda, el bote fue arrastrado por el viento y las
corrientes; se perdió de vista antes de que pudiera ser socorrido. La niebla terminó de aislarlo.
Un helicóptero del “San Martín” encontró al hombre 20 horas después; había tenido la
presencia de ánimo de abandonar el bote y subir a un promontorio rocoso, casi sin mojarse.
Eso y la gran fortaleza física y juventud del náufrago, fueron su salvación. Se recuperó pronto
y fue a despedir a los camaradas del “Bahía Aguirre” el día de nuestra partida de Buenos
Aires.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 29


Trabajo largo penoso
En estas condiciones, se complican las operaciones de descarga y recepción en playa, las que
son de sí difíciles, dada la ausencia de puertos, muelles y auxiliares mecánicos. Las
dificultades empiezan con el descenso de las lanchas sobre el mar agitado y continúan con la
carga de las mismas y su traslado a la costa. Allí se repiten los problemas; hay que descargar
sin ayuda de grúas y transportar todos los bultos hasta un lugar seguro, para llevarlos luego a
la base. A pesar de todo, el trabajo continúa de día y de noche: los oficiales y tripulantes se
distribuyen en agotadoras guardias de puente, bodega, lanchas y playa; los hombres de la base
cumplen con su parte en tierra; los civiles e invitados dan una mano. No se puede perder ni
una hora. Las lingadas de tambores y cajones se suceden sin cesar, levantadas por las plumas
desde la cubierta o la bodega y transportadas cuidadosamente hasta las lanchas. Los hombres
olvidan el frío, el cansancio y el sueño, hasta que se termina la tarea.
Además de las tareas de rutina, suelen presentarse otras, no previstas: efectuar una reparación
de emergencia, remolcar una lancha que queda al garete, atender a un accidentado. Es
frecuente que los marinos del “Bahía Aguirre” pasen noches enteras sin dormir o que los
arranquen de la cama poco después de acostarse. Todos participan de estos trabajos:
solamente el médico permanece a bordo en todo momento.
Una base militar
Jueves 6. La base Esperanza es la más grande de todas las que mantiene la Argentina en la
Antártida. Es una base de operaciones para
exploraciones y reconocimientos del interior,
tarea típica de los establecimientos del Ejército.
Desde luego, es también un centro de
relevamientos topográficos y observaciones
meteorológicas. Por la calidad y cantidad de las
observaciones que aquí se realizan, tiene la
jerarquía de estación meteorológica de primer
grado. Existen también instalaciones
pertenecientes a la Marina, que se hallan a
cargo de los científicos del Instituto Antártico
Argentino, destacados aquí en misión de
estudios glaciológicos.
Esta base fue instalada en 1952: la actual casa para el personal data de 1954. Es la única base
que dispone de un muelle flotante para atraque de lanchas y de una vía para vagonetas, todo lo
cual facilita la operación de descarga. Junto al muelle hay una casilla que aloja a un
mareógrafo, aparato medidor del flujo de las mareas.
El personal tiene muchas comodidades. Las habitaciones poseen camas y son algo más
amplias que las del destacamento naval de Decepción.
El comedor es común para todo el personal. Existe un
bien equipado consultorio médico y dental; también hay
laboratorio clínico, enfermería y servicio veterinario,
todo eso a cargo del médico de la base. El Dr.
Cacciavillani sabe también cocinar y hacer pan. “En
Antártida hay que saber de todo”, nos dice, “y lo que no
se sabe, se aprende”.
El jefe de la base es el mayor Alberto Giovannini, de 34
años de edad. Conoce la Antártida desde 1951 y pasó en

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 30


ella dos inviernos consecutivos, 1952 y 1953, cuando su dotación, que ocupaba la base San
Martín, no pudo ser relevada a causa de los hielos que cerraban la bahía Margarita. El jefe y
sus hombres están muy contentos con la llegada del “Bahía Aguirre”, que les trajo provisiones
frescas, especialmente carne.
Nos invitan a almorzar. El menú es digno de un buen restaurant porteño: después de una
sabrosa sopa de crema de verduras, viene un espléndido “baby beef” con cebollas y papas. Se
bebe jugo de pomelo y, en prevención de cualquier deficiencia, se sirven píldoras de
vitaminas y minerales. No puede negarse que los hombres de Antártida están bien cuidados.
Un testimonio de tiempos difíciles
A poca distancia de estas comodidades, surge un rudo contraste: los restos de la choza de
piedra construida en 1902 por los hombres de la expedición Nordenskjold, que habían bajado
a tierra y quedaron aislados de sus compañeros cuando se hundió su barco, el “Antartic”.
Pasaron un año solos, comiendo carne de foca y pingüino, hasta que fueron rescatados, el
verano siguiente, junto con todos los demás, por la fragata argentina “Uruguay”.
Aquellos eran tiempos duros. Las expediciones debían afrontar las terribles condiciones del
ambiente antártico sin contar con elementos hoy indispensables. No había cartas de
navegación ni pronósticos meteorológicos y, lo que es aun más grave, no existía la radio,
único medio que permite a los hombres aislados `por el hielo mantenerse en contacto el
mundo exterior. Los aviones y helicópteros de que se dispone hoy día son auxiliares
milagrosos con los que no soñaron los primeros exploradores. como la radio y el avión;
además, no existían cartas de navegación ni pronósticos meteorológicos. Estas carencias
agigantan el mérito de las hazañas de Amundsen, Scott y Shackleton. Sus nombres son
pronunciados con fervoroso respeto por estos jóvenes bien
nutridos y confortablemente alojados que hoy siguen sus
pasos.
Los perros de Esperanza
Entre adultos y cachorros, la base cuenta con 70 perros de
razas puras (Malimut, Pulque, Labrador) y cruces de las
mismas. Se ensayan diversos cruzamientos a fin de
perfeccionar una raza del más alto rendimiento para el trabajo.
En este viaje hemos traído, con esa finalidad, dos cachorros de
pastor alemán. Son animales muy belicosos; si se los deja
sueltos, matan pingüinos y focas y se despedazan
mutuamente, motivo por el cual hay que tenerlos siempre
atados cuando no están uncidos a los trineos. Se ha ensayado la castración para atenuar la
belicosidad, pero el efecto ha sido adverso en un doble sentido: reduce la fortaleza del perro
como animal de trabajo y acorta su vida útil.
Los cachorros de cinco a seis meses son encerrados con sus madres en jaulas de hierro; de allí
pasan directamente a las colleras. Se les alimenta con carne de foca (su manjar preferido) y
pemmican, una conserva rica en proteínas.
Los hombres los quieren mucho; de ellos dependen sus vidas durante las expediciones
invernales. Los perros retribuyen ese afecto; son extremadamente dóciles, mansos y
juguetones con los humanos, aun con extraños, como estos periodistas uruguayos. No
muerden nunca, pero les encanta robar guantes, botas, todo lo que se ponga al alcance de sus
poderosas garras y fauces. Cuando pelean entre ellos, los hombres los separan a puntapiés y
llegan hasta meterles las manos entre los colmillos; si no los apartan, se matan. Con

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 31


frecuencia ostentan heridas en la piel, las patas o las orejas, pero si son atendidos se curan
rápidamente.
La sociedad de los pingüinos
Sobre las rocas de la península, se ven grandes colonias de pingüinos, rodeadas de manchas
rojizas formadas por las deyecciones de estos pájaros; el hedor llega hasta el barco, traído por
el viento. Los pingüinos de Esperanza son de la variedad Adelia: talla de unos 50 cms, lomo
negro y pecho blanco, plumas muy lustrosas. Otras dos variedades residen en otras zonas: los
Papúas, que se caracterizan por una conducta agresiva, y los Antárticos, o de barbijo, que se
distinguen de los demás solo por una franja clara a través del pescuezo. Hay dos variedades de
talla superior, el Rey, de un metro de alto, con vistoso plumaje de color en la cabeza,
habitante de las costas del continente y las islas, hasta las Malvinas, y el Emperador, más alto
aún, solitario ocupante de las zonas cercanas al polo, donde los machos realizan el milagro de
incubar en pleno invierno, haciendo rodar el huevo sobre las patas, a oscuras, sin alimentarse
durante varios meses.
Los pingüinos vienen a las roquerías en Octubre para aparearse, desovar y empollar: emigran
hacia el Norte en Abril, cuando los pichones ya se valen por sí mismos, para invernar sobre el
pack, donde les es más fácil alimentarse. Son sumamente gregarios; viven en densas colonias
que albergan cientos de miles de individuos en áreas reducidas. Se acercan sin miedo a la
gente, hasta que, al comprobar que no tenemos nada para darles de comer, se alejan
despectivamente. Se ven muchos pingüinos muertos, que se congelan sin pudrirse; las skuas
se encargan de mondar los esqueletos.
El ciclo vital de estas aves se acelera en verano, a efectos de asegurar la perpetuación de la
especie. Los pichones quedan en los roquedales, al cuidado de uno o dos adultos, mientras los
padres van a pescar en el mar; al regreso, con el buche repleto, los alimentan por
regurgitación, pico a pico. Los pequeños están recubiertos de un plumón grisáceo debajo del
cual asoman las plumas cortas y duras del animal adulto. Graznan constantemente, abriendo
sus grandes picos, reclamando comida. “La imagen del desamparo”, comenta Cotta.
Ritos de pasaje
La observación de la vida social de estas aves que a cambio de no poder volar se ha adaptado
maravillosamente a la vida acuática absorbe nuestra atención y nos deleita durante horas. Los
pichones crecen a ojos vistas; en 40 días su peso aumenta de 100 gramos a 4 kilos; cambian el
plumaje, adquieren talla de adultos y están listos para alimentarse por sí mismos. Antes de
partir, empero, deben sortear un importante rito de pasaje: aprender a nadar. Es un
espectáculo tierno y gracioso a la vez: arreados por un adulto, se reúnen al borde del hielo,
juegan entre ellos, graznan agudamente y se empujan hasta que uno cae al agua. Si no es
atrapado por algún lobo marino, el instinto le hace remar con sus cortas alas similares a aletas
de pescado, y salir a flote rápidamente; lo demás es un simple juego. Se aleja, timoneando con
sus patas de palmípedo, vuelve a zambullir y a emerger hasta que, ya seguro de su
competencia natatoria, vuelve a la costa y sube de un salto al lugar de partida, visiblemente
ufano de su proeza. Los demás siguen el ejemplo y al poco tiempo todos los miembros de la
pandilla se lanzan al agua y chapotean bulliciosamente, exactamente iguales a niños de recreo
en un patio escolar.
Pero pasemos de los chicos a los adultos y a la principal actividad que les ocupa durante el
verano: la reproducción. El primer paso, desde luego, es un nuevo rito de pasaje, el cortejo
previo a la formación de la pareja. Otro espectáculo, este muy serio, pero también con ribetes
de comicidad. Aparearse significa construir nido, para lo que se necesitan piedrecillas que
puedan apilarse sobre el hielo y permitan depositar e incubar el huevo. El macho recoge una

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 32


con el pico, mira a su alrededor en busca de una hembra y se aproxima a la que le parece más
accesible. Si su proposición es aceptada, deja caer la piedra, la hembra la recoge y los dos se
marchan a edificar su futuro hogar. Es una decisión para toda la vida: los pingüinos son
monógamos y vuelven cada año al mismo nido.
Las piedras son escasas, por lo que son comunes los robos y los tironeos entre machos. Pero
existe, además, otro serio motivo de pelea: suele suceder que,como todos los pingüinos son
iguales en tamaño, color y aspecto general, y no tienen buena visión, a algunos les cuesta
captar las sutilezas de la diferenciación sexual. Y es entonces cuando se dan situaciones de
sainetesca comicidad: si el cortejante deposita la piedrita frente a otro macho, este reacciona
indignado, lo increpa a grito herido y lo persigue a aletazos y picotazos. Otro espectáculo que
absorbe nuestra atención durante horas.
Una base inglesa
Visitamos la base inglesa en
Esperanza, denominada Trinity
House, o Base D., es de carácter civil,
una de las diez que mantiene la British
Colonial Office por intermedio de la
Falkland Islands Dependencies
Survey. Además de estas, la Royal
Society mantiene una base en Halley
Bay, sobre el mar de Weddell y otra
más al Este, erigida para servir a la
Expedición Transantártica del Dr.
Fuchs. Fue establecida en 1945: el
edificio original se incendió en 1948,
con pérdida de dos vidas. La casa actual fue levantada en 1952; en previsión de otro incendio,
se construyó una choza de emergencia a distancia prudencial, y se la llenó de víveres, ropas,
transmisor de radio, trineos, esquís y combustible.
La base tiene una dotación de 12 hombres, tres de los cuales han salido en misión
exploratoria. El jefe es Lee Rice, 36, un irlandés del norte, agrimensor, alto, de ojos muy
azules. El personal incluye otro agrimensor, seis meteorólogos, dos radiotécnicos, un
mecánico y un médico, todos solteros, oriundos de distintos lugares del Rein Unido. Están
contratados por dos años y medio, sin vacaciones. Trabajan e la base y viajan al interior del
continente con objeto de efectuar observaciones meteorológicas y glaciológicas, pero
principalmente, confeccionar mapas de la zona. El año pasado un grupo de cuatro, incluido el
jefe, cruzó la Meseta Detroit; entre Octubre y Diciembre recorrieron 120 millas en trineo.
Cada tres horas transmiten observaciones meteorológicas a Port Stanley.
Llevan un austero régimen de vida. Duermen en una gran habitación común con camas
separadas por cortinas; en el centro hay una estufa a carbón que permanece encendida toda la
noche. Comen conservas porque no tienen el lujo de una cámara de frío. Tal vez por eso no
tienen; se turnan cada semana en la tarea. Alimentan a los perros con carne de foca; solo les
dan pemmican cuando viajan y no es posible cazar focas. Reciben provisiones una vea al año,
traídas por los transportes “Briscoe” o “Shackleton”. Todos han recalado en Montevideo, en
el viaje de venida o de retorno a Inglaterra y escuchan diariamente los programas de música y
noticias de varias radios uruguayas. La BBC irradia un programa semanal dedicado a
Antártida, que les permite recibir noticias de sus familiares. Se visitan regularmente con los
vecinos argentinos; una vez por semana cenan juntos en u otra de las casas. Mr. Rice nos

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 33


muestra el tesoro de la base: una gran colección de fósiles y mapas. Agradece nuestra visita y
nos obsequia estampillas y un sobre con matasellos de la base. Good bye, friends.
Accidentes del día
Hoy han ocurrido dos accidentes aunque, por fortuna, ninguno de graves consecuencias. El
primero, por la mañana, cuando al desembarcar en el muelle de Esperanza Lino Palacio cayó
al agua. Un conscripto trató de sujetarlo y cayó también. Ambos fueron rescatados
inmediatamente, trasladados a la base y atendidos por el médico. Se cambiaron de ropa y
pronto se recuperaron de la mojadura.
Por la tarde, una EDPV que regresaba al barco quedó sin propulsión, se le cayó el ancla y
empezó a derivar. Desde la playa, el Tte. Montero avisó por walkie-talkie al barco; éste
despachó una lancha a motor, al mando del Tte. Carvajal, que se encargó de remolcar a los
náufragos, entre los cuales se encontraba el periodista italiano Mario Intaglietta. Tuvieron
suerte, pues de haber soplado un viento más fuerte pudieron haberse alejado mucho más.
Relevo de la dotación de Belgrano; rescate de un grupo norteamericano.
Jueves 6 de Febrero. Cerca del “Bahía Aguirre” en bahía Esperanza, al Norte de la Península
Antártica, está fondeado el rompehielos “General San Martín”. Estas dos naves, junto con el
remolcador “Chiriguano”, integran el Grupo Naval Antártico. De acuerdo con sus
características individuales, las tres unidades se reparten el trabajo. El transporte trae
combustible, víveres y materiales hasta las bases situadas al Norte del Círculo Polar Antártico
y releva a sus personales; el rompehielos, por su parte, se encarga de las penetraciones hacia
el Sur mientras el remolcador es una especie de mucama para todo servicio, que circula
constantemente entre las bases en las más diversas misiones.
Ahora, el “San Martín” viene de la base General Belgrano, perteneciente al ejército y ubicada
del otro lado de la Península Antártica, sobre la Gran Barrera de Hielo, en la costa del mar de
Weddell. Allí desembarcó el personal de relevo y embarcó a los militares y científicos que
habían pasado 14 meses aislados del mundo, entre los hielos eternos. Embarcó también a un
grupo de 11 aviadores y científicos pertenecientes a un grupo de experimentación electrónica
de la U.S. Air Force, que se hallaban en la base norteamericana Ellsworth, cerca de Belgrano.
El jefe de este grupo es el mayor James Lassiter, famoso aviador que ha realizado extensos
vuelos de exploración sobre el continente antártico. Uno de sus dos aviones DC-3 sufrió
averías en un motor, por cuya razón Lassiter decidió dejar ambas máquinas en la base y
regresar a Estados Unidos, para volver a Antártida el próximo verano. La presencia del “San
Martín” en el mar de Weddell les dio la oportunidad de salir sin pérdida de tiempo. Fueron
evacuados, con todo su equipo, por los
helicópteros del rompehielos y uno de la base
norteamericana. En Decepción transbordarán
al “Bahía Aguirre”, que los llevará a Ushuaia.
De allí, seguirán con nosotros a Buenos Aires.
Trabajos oceanográficos.-
El Jefe del Grupo Naval Antártico,
contralmirante Alberto Patrón Laplacette, sube
a bordo del “Bahía Aguirre” acompañado por
varios oficiales de su estado mayor y por el
comandante del “San Martín”, capitán Luis
Capurro. Es un hombre alto, delgado, de
modales sencillos y hablar pausado. Como

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 34


todos sus oficiales, luce una frondosa barba, testimonio seguro de tres meses de campaña
antártica.
Las campañas antárticas de la Armada argentina, - nos informa - tiene objetivos permanentes
que se cumplen con regularidad y, este año, objetivos ocasionales derivados de los
compromisos contraídos por nuestro país con motivo del Año Geofísico Internacional. Los
objetivos permanentes incluyen el relevo y aprovisionamiento de dotaciones y la realización
de trabajos oceanográficos e hidrográficos, para los cuales el “San Martín” está perfectamente
equipado. Durante lo que va de la presente campaña veraniega, relevó al personal de las
bases de las Islas Orcadas y Belgrano y embarcó en Esperanza al batallón de construcciones
que debía continuar su trabajo en Belgrano. Durante el viaje a Belgrano, en aguas del mar de
Weddell, se hicieron diez estaciones oceanográficas, cada una de ocho horas,
aproximadamente, y se efectuaron observaciones sobre la composición y movimientos del
agua. También se extrajeron muestras del fondo y se hicieron observaciones sobre el hielo
marino. Se continuaron los trabajos hidrográficos, que son de particular importancia, dado que
la Antártida es una de las regiones del mundo menos conocida para la navegación.
Queda lo más difícil
La penetración en el mar de Weddell no presentó grandes problemas. El mar estaba abierto,
con reducidas extensiones de hielo marino, de modo que solamente se cortaron lenguas de
mar congelado para ahorrar camino. El tiempo fue bueno; no se registró ni un solo temporal.
Durante el viaje a las Orcadas, fue avistado un témpano tabular gigante, de 50 kilómetros de
largo por 15 de ancho y 50 metros de altura; seguramente un trozo desprendido de la Gran
Barrera y lanzado al mar.
El rompehielos debe todavía cumplir una tarea que se presenta como particularmente difícil;
el relevo de la dotación de la base San Martín, al sur de la Península Antártica. Este ha sido un
año malo en aquella zona; desde 1932 no se registraban temperaturas invernales tan bajas en
bahía Margarita. El verano, además, ha sido tardío.
La situación se agrava por el hecho de que parte del personal, incluyendo a su jefe, capitán
Walter Muriel, está aislada en un refugio a 40 millas de la base desde hace tres meses. El
grupo viajó al islote Rojo para instalar el refugio Ejército de los Andes. Cuando regresaba a la
base, se abrió una grieta en el mar helado, que se tragó a un tractor. Pudieron haberse hundido
todos los hombres, pero felizmente pudieron salvarse y volver al refugio que acababan de
construir. Tenían víveres para seis meses pero les faltaban fósforos. El capitán Muriel resolvió
llevárselos pero cuando llegó al refugio, también se vió obligado a quedarse. En caso de que
el barco no pueda llegar hasta los hombres aislados, cuenta con sus helicópteros para
rescatarlos.
El “San Martín”, nos informa el capitán
Capurro, fue construido en Alemania en
1952 y entró en servicio en la campaña
antártica de 1954. Puede romper hielos
totalmente consolidados de hasta 3 metros de
espesor; si hay espacio para mover el hielo,
pueden atravesarse capas de 5 metros.
Naturalmente el espesor de las capas que
puede penetrar depende de la consistencia del
“pack”; la presencia de hielo gruñón, muy
antiguo y duro, aumenta la resistencia de la
masa. Dada su particular construcción, (casco
de sección semicircular, sin quilla) el

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 35


rompehielos naturalmente rola más que un transporte en mar abierto, razón por la cual está
equipado con tanques de trasvase en ambas bandas que le permiten efectuar rolidos de 30º
para zafar del hielo.
Intercambio de oficiales
Los dos oficiales uruguayos que embarcaron en el “Bahía Aguirre”, Tte. Rico y Alf. Lariau,
pasaron al “San Martín” para cumplir el resto de la campaña. Ellos participan en el plan de
intercambio de oficiales con las marinas de
países amigos. En el “San Martín” han
prestado servicio durante esta campaña dos
oficiales norteamericanos y uno chileno,
dentro de pocos días, se intercambiarán
oficiales con el barco inglés “Protector”.
Cabe señalar en este punto que, a pesar de
los conflictos internacionales sobre derechos
territoriales en Antártida, reina la
cordialidad entre las tripulaciones de las
naves y las dotaciones de las bases
antárticas. A menudo, junto con las notas de
protesta se entregan invitaciones a cenar.
Porque por encima de las diferencias
políticas, los hombres de la Antártida se
siente unidos por un vínculo más fuerte; el de las penurias y los peligros comunes. Vaya un
ejemplo de cortesía antártica: En oportunidad de su visita a la base Halley, el almirante
Patrón obsequió a los ingleses una caja de champagne, con sus felicitaciones, para que
festejaran el éxito de la primera travesía terrestre del continente que acaba de realizar la
expedición encabezada por el Dr. Vivian Fuchs y Sir Edmund Hillary.
La colaboración y la solidaridad son imperativas. Refiriéndose a la evacuación del grupo de
norteamericanos, por ejemplo, el contralmirante Patrón dice simplemente: -Ellos hubieran
hecho lo mismo por nosotros.

Regreso a Decepción. Un trabajo de construcción y un vuelo en helicóptero.


Viernes 7 de Febrero. Se había previsto la zarpada para las 9:00 pero se postergó porque el
rompehielos avisó sobre un temporal en Decepción. La situación no es mucho mejor aquí: la
salida de la bahía Esperanza se encuentra totalmente bloqueada por témpanos y escombros de
hielo marino; sopla el viento sur, que trae más hielo. La carta meteorológica indica centros de
baja presión al norte y al sur; sigue nevando; las pingüineras están blancas.
Pasado el mediodía empieza a subir la presión y mejora el tiempo fuera de la bahía. Zarpamos
a las 18:00, esquivando témpanos de todo tamaño, entre ellos algunos de hielo gruñón, muy
peligrosos, porque apenas asoman sobre la superficie. Están constituidos por hielo muy
antiguo, transparente, incoloro y más pesado que el de los témpanos recientes, todo lo cual
dificulta su visibilidad. Pasamos cerca de un gran témpano tabular, de 200 metros de largo,
después comprobamos que este era el lado corto; el otro mide más de 400 metros.
Mar abierto y buen humor
En el puente, el capitán Fernández y el teniente Montoya dirigen la delicada maniobra de
salida. “Todo timón a estribor”, “Rumbo dos-cero-tres”, “Todo timón a babor”, “Parar

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 36


máquinas”. Esta última orden no es señal de peligro sino un recurso más de gobierno del
buque en este tipo de navegación.
Sigue nevando. Encima de un bandejón van varias docenas de pingüinos flotando a la deriva.
Al pasar el barco se han lanzado al agua. ¿Encontrarán el rumbo a la roquería? ¿Volverán a
sus pichones que los esperan, transidos de hambre y frío?
Atravesamos campos de hielo suelto y salimos finalmente a mar abierto. Nada de lo acaecido
hasta ahora, que ha llenado de inquietud a los civiles, hace perder el buen humor a los
marinos. Poco antes de la hora de la cena todos se sustraen al espectáculo de los témpanos
para jugarle una broma a Lino Palacio. Oficiales y pasajeros forman guardia al pie de la
escalera que conduce al comedor. Cuando baja Palacio, uno de los científicos, el glaciólogo
Alberto Mangione, toca en su violín la overtura de Tanhauser y el frogman Mike Neushul
acompaña con un redoble de tambor sobre la caja de su banjo, mientras el resto de la
concurrencia saluda marcialmente. A continuación, el Tte. Montero lee el texto de un
pergamino escrito y dibujado por Cotta por el cual se otorga a Lino su diploma como “Primer
dibujante rana de la Armada Argentina”. Lino agradece el homenaje, lo considera merecido.
Por la noche se monta guardia de hielo sobre el puente, a la intemperie. El radar detecta los
témpanos a una milla o más, pero los más cercanos y pequeños deben ser observados a simple
vista.
Un trabajo de construcción
Sábado 8. Arribamos a Decepción a las 6:30 de la mañana; con luz del día y tiempo calmo, el
pasaje a través de los Fuelles de Neptuno resulta menos dramático que la tormentosa entrada
nocturna de la primera vez y nos deja admirar la grandiosidad del panorama. La isla está
enteramente cubierta de nieve, cosa rara en verano. Todos los civiles e invitados nos alistamos
para colaborar en la construcción de la baliza República en la cima de un cerro de 180 metros
de altura. Esta baliza tendrá luz y reemplazará a la actual, que es ciega.
Desembarcamos en una EDPV; una vez en la playa, cada uno de nosotros carga con un bulto
(barras de hierro, picos, rollos de alambre,
tablones, bolsas de cemento y pedregullo) y
emprendemos la subida. Los cilindros de
acetileno que alimentarán la baliza quedan
para más tarde, puesto que se requieren dos
hombres para cargarlos. Es ardua la
ascensión: nuestros pies se hunden en la
nieve, pero seguimos adelante y la tarea
queda terminada en pocas horas.
La noche se presenta serena, con cielo
despejado y temperaturas por encima de cero
grado. Nos sorprende la llegada del transporte
“Les Eclaireurs”, que trae un centenar de
turistas a bordo, entre ellos algunas mujeres. Parece una visión irreal.
Domingo 9. Llega un hidroavión PBM, estafeta naval, que parte hoy mismo de regreso a
Buenos Aires; distribuye y recoge correspondencia, incluso nuestras notas para EL DIA.
Gracias a una gentileza del capitán Carlos Mayer, Jefe de Operaciones del Grupo Naval
Antártico, efectuamos un vuelo sobre la isla Decepción, a bordo de uno de los dos
helicópteros del rompehielos “General San Martín”. El piloto de la máquina es el capitán

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 37


René Davis y el copiloto, el Tte. Andrés Martínez Autin. Este joven oficial nació en
Montevideo, de padres argentinos, y tiene muchos familiares y amigos en nuestro país.
Desde lo alto, la isla parece aún más lúgubre; se acentúa la impresión de paisaje lunar. A
medida que empieza a fundirse la nieve bajo los rayos del sol, aparecen grandes grietas en la
negrura de la roca. Desfilan bajo nuestros ojos enormes colonias de pingüinos, lagos verdes y
azules, algunos perfectamente circulares. Las ruinas de la factoría noruega ocupan una gran
extensión, indicadora de la magnitud de sus operaciones en tiempo de auge de la explotación
ballenera. Todo está como quedó después del bombardeo, en un caos de tablas y chapas
aventadas por las explosiones. Nuestra baliza, en cambio, se yergue altiva sobre sus patas de
acero pintadas de rojo.
El canal de acceso a los Fuelles de Neptuno está, como siempre, encrespado por el viento; a la
salida se ve un espectacular témpano con tres altas espiras resplandecientes. ¿Ha retornado a
la superficie la catedral sumergida de Debussy?
El “San Martín” posee dos helicópteros
Sikorski, con capacidad para diez
pasajeros o carga equivalente. Son
aparatos modernos, de gran potencia,
especialmente equipados para las
operaciones en la región antártica. Tienen
mas de 12 metros de largo y 4 metros de
alto; las palas del rotor principal tienen 16
metros de diámetro. Estos helicópteros
son totalmente metálicos, y tienen tren de
aterrizaje de cuatro ruedas. Su motor
Wright de 700 HP les permite desarrollar una velocidad de crucero de 160 kms. por hora, a
300 metros de altura; pueden elevarse hasta 3.900 metros.
La utilidad de los helicópteros en las campañas antárticas es múltiple. Permiten al comandante
del rompehielos avanzar su visión hasta una distancia de 60 millas o más para explorar los
campos de hielo y elegir las rutas más viables. En caso de cerrarse el mar, los helicópteros
hacen posible el reabastecimiento de dotaciones y el relevo y rescate de personal aislado. Una
de esas misiones deberá ser cumplida, probablemente, en Bahia Margarita, durante la presente
campaña antártica. Un grupo de hombres pertenecientes a la base militar San Martín, entre
ellos el jefe, capitán Rafael W. Muriel, se encuentra en el islote Roca, a 40 millas de la base
desde el mes de octubre. El rompehielos tratará de llegar hasta ellos, pero si el espesor del
“pack” les cierra el paso, se confiará a los helicópteros la operación de rescate.
Los marinos están ansiosos por sacar de esa situación a sus camaradas del Ejército. “Es un
compromiso de honor”, nos dijo el contralmirante Patrón, jefe del Grupo Naval Antártico.

Un laboratorio flotante; plantas verdes en Melchior;


fútbol en el mar congelado
Lunes 10 de Febrero. Hoy visitamos el laboratorio oceanográfico instalado a bordo del
rompehielos “General San Martín”. Según explica su director, el Tte. Jorge Jáuregui, la
ciencia oceanográfica se ocupa de la composición y el movimiento de las masas de agua de
los océanos; sus conclusiones arrojan luz sobre problemas tales como el clima de los
continentes y la abundancia o escasez de vida marina. De las aguas antárticas, como es
sabido, sale una corriente fría que, luego de atravesar el Pasaje Drake, choca con Tierra del

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 38


Fuego y se divide en dos ramas: la de Humboldt, que recorre la costa chilena y peruana y otra,
menos definida, que llega hasta el Cabo de Buena Esperanza, donde desaparece al entrar en
contacto con las aguas del Océano Indico. Las aguas frías de estas corrientes son ricas en
elementos nutritivos y promueven una abundante vida animal y vegetal: eso explica la riqueza
en ballenas, focas, peces, mariscos, plankton y algas que se registra en los mares australes; es
también la razón de ser de la riqueza guanera del Perú, puesto que las aves productoras de
guano se alimentan de anchoítas que proliferan en la corriente de Humboldt. La desviación
que se nota actualmente en esta corriente está privando de alimento a las aves guaneras; si
persiste, puede afectar seriamente la economía de la costa occidental de Sudamérica.
En el laboratorio oceanográfico del “San Martín” se efectúan observaciones físicas y químicas
del agua y del fondo oceánico, mediante equipos modernos, manejados por técnicos
competentes. Llama la atención la ingeniosidad de los aparatos usados, por ejemplo, para
extraer muestras de agua a distintas profundidades; se trata de “botellas inversoras”, que se
cierran herméticamente al llegar a una profundidad dada y llevan termómetros cuya columna
queda fija en la temperatura allí registrada. La transparencia o turbidez de las aguas es un dato
valioso para determinar la densidad del plankton, es decir, la asociación de microorganismos
que a su vez, sustenta las formas superiores de la fauna acuática.
Muestras del fondo marino
La posibilidad de existencia de plankton, por otra parte, depende de la presencia de sales
nutrientes (fosfatos, silicatos y nitritos), cuya determinación se lleva a cabo por métodos
químicos en este laboratorio. Desde luego, también se efectúan, sobre las muestras de agua
recogidas, determinaciones de rutina de salinidad, alcalinidad o acidez y oxígeno disuelto.
Estos datos ayudan a investigar los movimientos de las masas de agua dentro de la aparente
homogeneidad del inmenso océano. Del mismo modo se extraen muestras del sedimento que
constituye el fondo del mar y se estudia su composición. La operación es bastante difícil, pero
se han logrado extraer muestras de fondos de hasta 4000 metros de profundidad.
Durante la actual campaña, el “San Martín” hizo diez estaciones oceanográficas en el mar de
Weddell, cada una de ocho horas de duración, por término medio, para la extracción de
muestras de aguas y perfiles de fondos marinos. Los datos obtenidos contribuirán a enriquecer
los ya amplios estudios científicos argentinos de esta zona y serán incorporados, además, a los
grandes estudios internacionales que se cumplen con motivo del Año Geofísico.
Antes del mediodía, el buen tiempo que reinaba desde ayer empieza a desaparecer, barrido
por una fuerte brisa. Los barcos, que están fondeados uno junto al otro en la Bahía
Decepción, corren peligro de golpearse. El “Bahía Aguirre” se separa, previo traslado al
rompehielos de los 18 hombres que van a la base San Martín. También pasan al rompehielos
los oficiales uruguayos Rico y Lariau.
Martes 11. Zarpamos por la mañana hacia el archipiélago Melchior, situado al sur de
Decepción. El “San Martín” permanece en la bahía para el aprovisionamiento de agua fresca:
la tomará de un chorrillo que cae de los cerros y que – cosa rara en Antártica- no está
contaminado por los pingüinos.
Después de ocho horas de navegación, arribamos a la isla Observatorio, a 64º de latitud sur y
64º de longitud oeste, en el archipiélago Melchior, que a su vez, forma parte del archipiélago
Palmer.
Detección de aviones sobre el hielo
Pasamos por un canal que separa las islas 1º de Mayo y Piedrabuena. Hay muchos témpanos;
las rocas están pobladas de pingüinos. Todo el paisaje es una tremenda aridez; no parece

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 39


posible que aquí exista un lugar apto para una vivienda humana. Y sin embargo, lo hay o
mejor dicho, lo han fabricado. Sobre una punta rocosa que forma parte de una tranquila caleta
en la isla Observatorio, advertimos las infaltables torres de radio y luego, la típica estructura
de una casa antártica, con su techo a dos aguas, cubierto de tela asfáltica. Casi tocando las
paredes de la casa, se levanta un cerro totalmente cubierto de nieve, que no deja literalmente
espacio para moverse a los hombres del destacamento. A falta de playa de desembarco, se ha
construido –es imaginable con cuanto trabajo- un muelle de cemento, al cual se puede atracar
una lancha.
Hablamos con el capitán David Roderick, segundo comandante del Grupo de Ensayos
Electrónicos de la U.S. Air Force, evacuado de Ellsworth por el “San Martín”. El grupo,
integrado por diez hombres, tenía la misión de probar el funcionamiento sobre el hielo de un
equipo electrónico que hasta ahora se ha utilizado para determinar la posición de aviones en
vuelo sobre el mar o la tierra. Se obtuvo un resultado positivo, pese a que el espesor – tres a
cuatro mil metros - del casquete antártico hace imposible el contacto a tierra de los aparatos.
El comportamiento del equipo fue ampliamente satisfactorio, pues se mostró capaz de detectar
un avión a 200 kilómetros de distancia con una precisión de 30 metros. Roderick tiene vasta
experiencia de trabajo en el Artico. Aquí, dice, los problemas son distintos; aquel es un
mundo acuático, éste, es continental; lo más parecido a Antártida sería Groenlandia.

Una casa sobre las rocas


Melchior es el primer destacamento naval argentino en la Antártida. Fue establecido en 1947
y está dedicado exclusivamente a observaciones meteorológicas, que se transmiten
diariamente al centro de la isla Decepción. El destacamento cuenta con 11 hombres, al frente
de los cuales está el Tte Luis Oscar Ventimiglia, de Infantería de Marina. Como todos los
militares de las bases, Ventimiglia es joven: tiene 27 años. Es casado y está aquí desde
noviembre.
La casa de Melchior es la más elegante que hemos visto hasta ahora en Antártida. El salón de
descanso tiene piso de linóleo encerado y está adornado con plantas de tomate, cultivadas en
macetas con tierra traída de Buenos Aires, la casa tiene los ya conocidos camarotes con
cuchetas superpuestas, cámara frigorífica, taller mecánico, cocina, enfermería, biblioteca y
demás comodidades. Hay también dos perros que deben llevar la vida más descansada del
continente. No se los usa para tirar de ningún trineo –por falta de espacio- son solamente
mascotas.
Aquí empezamos a conocer algunos de los secretos de la vida en la Antártida. Hasta ahora,
nos ha llamado la atención la normalidad de la vida que llevan los hombres en todas las bases,
dentro de las circunstancias excepcionales de aislamiento y lejanía en que se encuentran.
¿Cómo se las arreglan los ocupantes de este destacamento, donde ni siquiera hay lugar para
caminar fuera de la casa?
Nos enteramos de que, a pesar de la falta de espacio, la vida aquí es bastante entretenida. En
invierno, se hiela el mar y los muchachos conviertan a la pequeña caleta en cancha de fútbol.
También hacen esquí sobre la falda del cerro que cierra el paso a los trineos. La pesca en la
caleta es buena, aunque hay sólo una clase de pez, llamado nototenia, que vive en aguas
profundas. Es muy voraz y cae fácilmente con un cebo que consiste en un simple trapo rojo.
Es también muy sabroso.
--Siempre hay algo que hacer – dice Ventimiglia – Y si no hay, se inventa. El ocio es un
enemigo peligroso en Antártida.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 40


Tragedia en Bahía Margarita
Miércoles 12 de Febrero. Este diario de viaje debe interrumpir hoy su relato de operaciones de
rutina, para registrar un luctuoso hecho acaecido anteayer en la Bahía Margarita. Como se
temía, el rompehielos no pudo llegar hasta el islote Roca. Los helicópteros, en cambio, si,
llegaron y embarcaron al capitán Muriel y a sus tres compañeros: Tte. Herminio Prado,
sargento Mario A. Franco y cabo Juan Carlos Mutti. Según un comunicado expedido ayer por
el Ministerio de Marina de la República Argentina, en momentos en que el helicóptero HT-l
trasladaba a un grupo hasta el rompehielos cayó al mar, en las cercanías del lugar donde se
hallaba el buque. En el accidente se perdieron tres hombres: el suboficial Leónidas Carabajal,
de la Aviación Naval y el cabo Pedro Garay, ambos de la dotación del “San Martín” y el Sr.
Otto Freystag, topógrafo del Instituto Antártico Argentino. Fueron rescatados el piloto, Tte.
Eduardo C. Broquen, el copiloto, nuestro amigo el Tte. Martínez Autin, el capitán Muriel y el
Dr. René Dallinger, del Instituto Antártico.
El comunicado termina diciendo: “Actualmente, las tripulaciones de los buques que operan en
la zona se encuentran abocadas con el máximo de efectivos a la búsqueda de los
desaparecidos”. El Ministerio de Marina hizo saber, además, que el personal del Ejército
rescatado en esta oportunidad resultó ileso, con excepción del capitán Muriel, quien sufrió una
pequeña lesión. La Marina cumplió con su compromiso de honor... pero a que precio!
Puerto Paraíso.
Jueves 13 de Febrero. Después de cumplidas las
operaciones de descarga de provisiones y desembarco de
personal en el destacamento naval Melchior, el “Bahía
Aguirre” zarpa, con un solo motor, hacia el sur, rumbo a
Puerto Paraíso, en el confín del Círculo Polar Antártico.
Allí se encuentra el destacamento naval Almirante Brown,
único entre los de la Marina establecido sobre el
continente.
Entramos en Puerto Paraíso a las 10:00 de la mañana y pronto echamos de ver que este lugar
merece su nombre. A la belleza de sus altas montañas y glaciares se une la placidez de sus
aguas, que reflejan el espléndido paisaje. Brilla el sol y la temperatura alcanza a casi 5o sobre
cero, un verdadero record de calor para estas latitudes. Como si celebraran el hermoso día,
manadas de focas retozan en el agua. Pronto las dispersa una horda de ballenas asesinas, las
temibles orcas antárticas, verdaderas fieras marinas que devoran a todos los demás animales
de esta región, sin excluir otras especies de cetáceos.
Los glaciares que descienden hacia el mar desde el empinado dorso de la Península Antártica
muestran notables diferencias con los que vimos en Esperanza, más al norte. Sus masas de
hielo no se presentan en forma de planicies cortadas por grietas sino que aparecen plegadas y
replegadas sobre sí mismas, como aguas turbulentas de un torrente petrificado, despeñándose
hacia el mar en un tiempo infinito.
En una de las caletas de esta profunda y abrigada bahía, sobre una lengua de roca, está la casa
que ocupa el destacamento Almirante Brown. Es la más pequeña de todas los que hemos
visto. Brown fue instalado como refugio en 1951 y elevado después a su actual jerarquía.
Tiene una dotación de ocho hombres, a cuyo frente se halla el Tte. Horacio Méndez, un
robusto pelirrojo de 25 años, que se siente muy a gusto en su puesto.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 41


La casa es cómoda y acogedora, cuenta con un excelente equipo para observaciones
meteorológicas. A cargo de éstas, desde hace
dos años, está un veterano de Antártida,
Pablo Hugo Bisso, de 45 años, casado, padre
de 4 hijos. Es un civil contratado por la
Marina; en 1940 trabajó en el observatorio de
las islas Orcadas.
--Aquellos eran tiempos más duros - dice -
Eramos cuatro hombres, no teníamos médico,
ni cámara frigorífica. Comíamos corned beef,
carne de foca, de cormorán y a veces de
pingüino.
Aquí desembarca también el nuevo médico del destacamento, Dr. Mario Yamazaki, cordobés
de origen nipón.
Enlazando témpanos
Nos llama la atención un pequeño témpano varado junto al desembarcadero. Se nos explica
que esa es la fuente de agua fresca para la casa y que es una suerte que el témpano haya
venido solo.
--A veces tenemos que ir a buscarlos en lancha. Los enlazamos y los traemos a remolque.
Después los varamos o los atamos al muelle, para tenerlos a mano, -nos explica un miembro
de la dotación.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 42


El rostro sonriente de Antártida en Puerto Paraíso.
Alfombra de musgo para escalar un cerro. - Buenos vecinos.
A pocos metros detrás de la casa hay un cerro parcialmente cubierto de nieve; parece fácil
ascender y todos lo intentamos. Y aquí encontramos una de las maravillas de la Antártida, no
solo es fácil trepar la escarpada falda del cerro, sino que además, ella está alfombrada,
literalmente con panes de un musgo aterciopelado, que crece sobre la roca viva. Incrédulos,
atónitos, levantamos grandes porciones de ese tapiz verde y vemos que carece por completo
de raíz, que no se asienta sobre ningún suelo, se sustenta a si mismo, los restos de
generaciones anteriores alimentan a las actuales, formando un substrato que hace las veces de
humus nutritivo. Durante el invierno, la nieve cubre esta vegetación pero en verano, ella
renace y viene a suavizar la aspereza de estas piedras estériles. Somos muchos los que
apartamos nuestras pesadas botas de tan delicada alfombra. Sobre nuestra cabeza, graznan los

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 43


blancos gaviotines y revolotean las palomas antárticas, que vienen aquí a hacer su nido. Nos
sentimos extraños e indeseados en este paisaje prístino.
Fauna exótica
Hay tres bases en esta bahía: la
argentina, que ya hemos visitado, la
chilena y la inglesa. Por la tarde
visitamos la base chilena, Presidente
González Videla, en la caleta Gloria.
Pertenece a la Fuerza Aérea y fue
establecida en 1947. Tiene una
dotación de ocho militares y cuatro
civiles que realizan estudios científicos
relacionados con el Año Geofísico
Internacional. El jefe de la base es el
Capitán de Bandada Tulio Vidal. Los
civiles son estudiantes de del Instituto
de Física y Astronomía de la
Universidad Católica; tienen a su cargo las observaciones de auroras australes y luminiscencia
del cielo durante el AGI, para lo cual disponen de una cámara todo-cielo.
La gran novedad de este destacamento es la presencia en él de una vaca, veinte ovejas y un
corral con gallinas. Todos estos animales han sido traídos de Punta Arena y aclimatados al
frío. Los alimentan con pasto y maíz. De este modo, los chilenos se proveen de leche, carne y
huevos frescos.
La buena vecindad entre residentes antárticos de distintas nacionalidades rige aquí igual que
en todo el continente. Chilenos y argentinos se visitan frecuentemente, se ayudan y se
acompañan durante el largo invierno. La llegada del “Bahía Aguirre” es naturalmente, un
acontecimiento. Los chilenos nos invitan a tomar el té, que viene acompañado de unas
sabrosas tortas fritas envueltas en dulce de guindo, llamadas sopaipillas .
Regresamos al atardecer, es decir, pasadas las 21 horas. El mar es un espejo; los altísimos
frentes de los glaciares exhiben toda la gama del azul en sus grietas; el cielo, hacia el sur, se
tiñe de la tonalidad verde característica de esta atmósfera sin polvo. El segundo motor ha sido
reparado por la gente de Zanetti. El capitán Fernández organiza (y gana) un campeonato de
truco. La proa del “Bahía Aguirre” hiende suavemente las tersas aguas, apartando en silencio
los trozos de hielo flotante. Somos lo único que se mueve entre el cielo y el mar.
Científicos argentinos asociados al programa de estudios antárticos del Año Geofísico
Internacional.
Jueves 13 de Febrero. Mientras disfrutamos del buen tiempo, la paz y la belleza de Puerto
Paraíso, en el confín meridional de nuestra penetración en territorio antártico, hablaremos
hoy del tema de actualidad que es a la vez la razón de nuestro viaje: el Año Geofísico
Internacional y los trabajos que aquí se realizan.
Coordinación internacional de estudios
Como se sabe, el AGI, cuya duración fue fijada entre el 1º de Julio de 1857 y el 31 de
Diciembre de 1958, es una vasta empresa científica concebida con el objeto de avanzar el
conocimiento del mundo en que vivimos. Los países participantes se han comprometido a: (1)
coordinar todos los trabajos que se realicen, y (2) publicar los resultados de los mismos. La
colaboración internacional resulta imprescindible dada la índole global de los fenómenos que

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 44


se estudian: radiaciones solares, auroras boreales y australes, circulación de la atmósfera y de
los océanos, magnetismo terrestre, variaciones de la fuerza de gravedad en distintos puntos
del planeta, movimientos de los casquetes polares, etc. Los datos recogidos en centenares de
estaciones dispersas por todo el mundo serán enviados a tres centros mundiales para ser
analizados y clasificados. Se espera hacer públicas as conclusiones de estos trabajos en 1960.
Las investigaciones del AGI cubren todo el planeta. Sin embargo, dado que Antártida es la
región del mundo que presenta mayor número de incógnitas, se ha decidido concentrar los
estudios científicos en este continente. El más espectacular de todos los proyectos suscitados
por el AGI – si se descuentan los lanzamientos de satélites artificiales – es sin duda la
Expedición Transantártica encabezada por el Dr. Vivian Fuchs y Sir Edmund Hillary que
acaba de culminar con todo éxito. De este y otros trabajos se espera extraer datos tendientes al
mejor conocimiento de un continente de 14 millones de kms cuadrados que permanece aun,
en gran parte, inexplorado y misterioso, bajo su eterno manto de hielo.
Argentina, en su calidad de país limítrofe más cercano a la Antártida, con indudables derechos
de soberanía sobre un amplio sector del continente e islas adyacentes, participa en gran escala
del AGI. El Instituto Antártico Argentino, dependiente del Ministerio de Marina, realiza
importantes labores científicas en el continente desde hace años y las ha incrementado en esta
oportunidad. Otros estudios son llevados a cabo por el Servicio Meteorológico, el Servicio
Hidrográfico de la Marina y el Servicio Geográfico Militar.
¿Retroceso de los hielos?
A bordo del “Bahía Aguirre” se encuentra el jefe del departamento científico del IAA, Dr.
Otto Schneider, quien viene de instalar una cámara de auroras en la base Belgrano.
Numerosos geólogos, glaciólogos, biólogos y otros especialistas, han desfilado por la nave a
lo largo de la campaña en cumplimiento de diversas misiones. En cierto sentido, las campañas
antárticas y las bases instaladas en las islas y el continente no tienen otro objeto que el de
apoyar a estos hombres en sus trabajos. Porque, felizmente, a pesar de todas las ávidas
especulaciones que circulan por el mundo, Antártida no es todavía un lugar de conflictos para
grandes intereses internacionales. Las riquezas minerales que se supone existen bajo sus
hielos no pueden ser explotadas y su importancia militar es aun insignificante, aunque quizá
no lo sea en el cercano futuro de los proyectiles teleguiados. En uno y otro caso, este es el año
en que Antártida concita tan solo el interés científico puro de la humanidad, en un esfuerzo
generoso y desinteresado.
La Tierra se encuentra todavía en la Era Glacial. Los glaciares, que hace millones de años
avanzaron hasta las zonas templadas, perduran en los casquetes de hielo que cubren el Océano
Ártico y el Continente Antártico. Se sabe que existe un movimiento de retroceso de los hielos
en el hemisferio norte y se quiere saber si los hielos antárticos acompañan ese movimiento, si
lo contrarrestan, o si son indiferentes a él. Hasta la fecha, la densidad estadística de los datos
que se poseen, no permite afirmar ninguna conclusión.
Los glaciólogos del IAA, así como los del Ejército, recorren durante el invierno enormes
zonas del mar congelado y del continente para tomar muestras de los diversos tipos de hielo y
determinar su temperatura, estructura cristalina, salinidad y otras características. Viajan en
trineos tirados por perros y llevan carpas portátiles que son vivienda y laboratorio a la vez.
Perforan el hielo con taladros accionados a mano. El trabajo es duro y peligroso. También
hacen el censo de glaciares de cada región y determinan la ubicación geográfica de cada uno,
la altura del campo de nieve que los alimenta, el ancho y largo de su caudal de hielo y la
altura de sus frentes sobre el mar.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 45


--Antártida – dice el Dr. Schneider – es una cámara frigorífica que entrega regularmente al
mar y al aire sus reservas de frío. El movimiento de los hielos en este continente, influye
sobre el balance de agua, de calor y de frío en todo el mundo, a través de la circulación
general de los océanos y de la atmósfera.
Observación de auroras
Las auroras australes, como las boreales, son fenómenos luminosos de la alta atmósfera, que
se observan cerca del polo en los meses de invierno, esosí, cuando falta la luz directa del sol.
Quienes las han visto, las describen como haces multicolores de luz, que se mueven el cielo
como manejadas por un titánico iluminador de teatro. Estos fenómenos, causados por
radiaciones solares, son objeto de un concienzudo estudio durante el AGI. Se trata de saber si
las auroras ocurren simultáneamente en ambos polos y de determinar su frecuencia. Con tal
fin, se han diseñado cámaras especiales que toman vistas panorámicas del cielo con intervalos
de un minuto: se las llama cámaras todo-cielo Hay 90 cámaras de aurora en todo el mundo,
ocho de las cuales están en Antártida. Todas trabajan rigurosamente sincronizadas, de modo
que sus registros puedan ser comparables. El Dr. Schneider regresa de Belgrano, donde
instaló una cámara de aurora y coordinó su funcionamiento con la que existe en la base
norteamericana de Ellsworth.
Las observaciones meteorológicas asumen particular importancia en Antártida. Este
continente es un centro de bajas presiones en el que se originan los frentes fríos que luego
avanzan hacia el hemisferio sur. Los datos obtenidos por las estaciones antárticas ya están
contribuyendo a perfeccionar los pronósticos del tiempo en Sudamérica y son imprescindibles
para toda la navegación en mares australes. Desde luego, estos no son trabajos exclusivos del
AGI, sino que forman parte de las tareas de rutina de todas las bases instaladas en el
continente. Lo mismo cabe decir de los trabajos hidrográficos que son llevados a cabo de
manera constante por todas naves de la Marina argentina que surcan esta aguas. Las cartas de
navegación argentinas son reconocidas como las mejores que existen para el sector reclamado
por este país.
Un grupo de estudios biológicos, encabezado por los Dres. Ricardo A. Mauri y Alfredo
Corte, fue destacado por el IAA en Cabo Primavera, para estudiar la fauna y la flora del lugar.
Dos grupos de geólogos, dirigidos por los Dres. Pablo Di Lena y Osvaldo C. Schauer,
hicieron minuciosos relevamientos en vastas zonas de la Península Antártica. El Prof.
Leonidas Slausitajs y sus colaboradores tuvieron a su cargo las mediciones del
geomagnetismo en la parte occidental de la Península. Técnicos de la Fuerza Aérea hicieron
sondeos ionosféricas en Belgrano, a fin de determinar diariamente la altura de la capa
electrizada de la atmósfera que influye sobre las comunicaciones radiales en todo el mundo.
Todos estos trabajos, además de su valor intrínseco, son una espléndida escuela práctica de
adiestramiento para los jóvenes científicos argentinos. Nos hubiera gustado ver algunos
estudiosos uruguayos entre ellos.

Jardín antártico. Elefantes marinos y piedras peludas.


El Drake se hace sentir
Viernes 14 de Febrero. Continuando nuestro derrotero por el interior del estrecho de Gerlache,
que separa el Archipiélago de Palmer de la Península Antártica, llegamos hoy a la caleta
Brialmonte y fondeamos frente a Cabo Primavera, a los 60º10´ de latitud sur y 61º de longitud
oeste. Esta parte del continente antártico presenta panoramas similares a los que vimos más al
sur, en Puerto Paraíso; montañas de agudos picos, totalmente cubiertas de nieve; glaciares de

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 46


altos frentes; muchos témpanos; abundancia de animales marinos. Sobre algunos témpanos se
ven focas cangrejeras, de piel gris, durmiendo al sol, dejándose llevar a la deriva.
Hay aquí un refugio de la Marina, edificado sobre la falda de un cerro libre de nieve; también
una casa ocupada por un grupo de biólogos del Instituto Antártico Argentino, que realizan
observaciones en este lugar propicio. El “Bahía Aguirre” les trae la grata nueva de que serán
relevados en este viaje. Como por arte de magia, pocos minutos después todos los hombres
están listos para embarcar con su equipaje cuidadosamente acondicionado.
En tierra se repite el milagro de Puerto Paraíso: sobre la roca viva proliferan diversas
especies de líquenes, hongos, musgo y pastos. Estos últimos, pertenecientes a una gramínea
portadora de semillas, son la forma de vida vegetal más elevada de la Antártida. En algunos
sitios privilegiados, cubren pequeñas extensiones y llegan a formar prados en miniatura. No es
de extrañar que Cabo Primavera sea conocido como “el jardín de la Antártida”
Artistas en acción
Un témpano con tres focas encima se acerca al “Bahía Aguirre” por la banda de babor. Al
pasar frente a nosotros, las focas, conscientes de las cámaras que las acechan –la matanza de
animales está prohibida severamente por la Marina -, se lanzan al agua y ofrecen una
espectacular exhibición de sus habilidades natatorias. Cuando quieren volver a trepar al
témpano fracasan y se alejan en busca de otro. Como el témpano, en el interín, se ha acercado
a las hélices, se arría una lancha que lo aleja a golpes de proa.
Extensas bandadas de pingüinos nadan de regreso a la costa en busca de sus hijos que los
esperan para ser alimentados. Frente a los pingüinos se perfilan, de pronto, las inequívocas
siluetas de dos orcas. A unos 50 metros de distancia, los pingüinos detectan la presencia de las
ballenas asesinas y viran en redondo, dispersándose en abanico.
Al caer la tarde, retorna la niebla. Los témpanos, sobre el mar sereno, adquieren aires
fantasmales. Las montañas se esfuman y el horizonte se estrecha en torno al buque, mientras
un silencio impresionante desciende sobre el paisaje.
Sábado 15. Nuevamente fondeamos en Decepción, para embarcar al batallón de
construcciones que ya ha terminado la casa de emergencia para el destacamento naval.
Zarpamos de inmediato y luego de 5 horas de navegación, arribamos a la bahía Luna, en la
isla Media Luna. Aquí reencontramos al rompehielos, que viene a tomar agua del transporte.
No le fue posible aprovisionarse de agua dulce en Decepción; el chorrillo con que contaba
para ese fin se había congelado.
Sobre el costado del “San Martín” hay un gran letrero rojo: “Carnaval Antártico 1958”.
Descendemos a tierra, en medio de una repentina nevada, para visitar el destacamento naval
Teniente Cámara. Fue inaugurada en 1953 y bautizado con el nombre de un oficial muerto en
la campaña anterior. Tiene una casa moderna y cómoda, ocupada por una dotación de diez
hombres, al mando del Tte. Raúl Billinghurst. A diferencia de las demás bases navales, aquí
hay perros que se usan para excursiones
en invierno, sobre el mar congelado.
La Bahía Luna se caracteriza por una
playa de cantos rodados, en la que es
relativamente fácil atracar las lanchas de
desembarco y maniobrar un pequeño
tractor para ayudar en las tareas de
descarga. La playa termina, hacia el norte, en un promontorio rocoso habitado por una colonia
de pingüinos antárticos. Cuando la visitamos, encontramos vestigios de las actividades

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 47


balleneras noruegas, antes de la guerra: una barca abandonada, todavía en buen estado de
conservación; bidones de aceite oxidados; restos de remos; un timón de lancha.
Regresamos al barco a medianoche, siempre bajo la nieve. Al subir por la escala de gatos,
alguien, al ver caer los copos de nieve iluminados por las luces del barco, exclama: “Parece
que nos están tirando papel picado del cielo”. Bueno, después de todo, estamos en Carnaval.
Una imagen para el recuerdo
Domingo 16. Esta mañana fondeamos en Caleta Potter, frente a la isla 25 de Mayo, para
levantar el personal científico y militar que ha pasado el verano en el refugio Jubany. El
paisaje se presenta dominado por la mole de un cerro pétreo con manchas verdes. Al bajar a
tierra vemos que las manchas delatan la presencia de unos largos y lujuriosos líquenes, típicos
de esta zona, que cubren la faz de las rocas no expuestas al viento. Alcanzan hasta diez
centímetros de longitud y se aferran como garfios a las “piedras peludas”, según la gráfica
definición de los marineros, que las coleccionan como uno de los raros recuerdos que es
posible llevar de la Antártida.
Sobre la playa de piedras negras disgregadas hasta alcanzar una consistencia próxima a la de
la arena, el mar arroja grandes masas de algas gruesas y carnosas, que forman verdaderos
colchones. Esta comodidad es aprovechada por una colonia de elefantes marinos, grotescos
monstruos que se exhiben perezosamente a nuestra curiosidad. Los machos tienen una
prognosis que justifica el nombre, pero en realidad se parecen más a hipopótamos. Como
ellos, retozan en el agua o se quedan largas horas inmóviles, asomando las narices para
respirar. Roncan como motores de lancha; tienen la piel sensible y se rascan frecuentemente
con sus aletas pectorales, articuladas como manos humanas. Esta linda imagen será la última
que llevaremos de Antártida.
Cuando regresamos al “Bahía Aguirre” en la lancha, alguien exclama, con expresión de
alivio: - Antártida: ¡hasta nunca!
- Eso dicen todos – comenta un joven geólogo que ha pasado tres años en el continente -, pero
a fin de año son muchos los que vuelven.

De vuelta en Ushuaia
Lunes 17. Zarpamos rumbo a Ushuaia con viento de 60 kph. El buque rola algo más que
durante el viaje de venida, en parte por el viento y en parte debido a que viene con menos
carga. Al entrar en el Pasaje Drake se acentúan los rolidos y los cabeceos, que llegan hasta
una magnitud de 18º. A veces los balanceos laterales se combinan con los verticales para
producir un movimiento sinuoso, que hace casi imposible tenerse en pie. Es bastante
desagradable.
Martes 18. El viento llega a los 90 kms; el oleaje rompe contra el casco y en ocasiones el
agua cubre la cubierta y penetra por los ojos de buey que quedan abiertos. Los balanceos
alcanzan hasta 24ª. Hay muchos ausentes en el comedor. Los tripulantes aseguran que éste es
un buen cruce del Drake.
Al atardecer salimos del Drake y avistamos las montañas fueguinas. Fondeamos frente a
Puerto Español, en la bahía que da nombre a nuestro buque. Aquí hay una playa de arena,
árboles, flores y, en una de las casas que forman el poblado, un niño.
Los hombres que han pasado un año o más en el desierto blanco, rodean al niño, un indiecito
de seis años, conversador, seguro de sí mismo, y le hablan con una mezcla de simpatía y
respeto. Parecería que por medio de él entraran de nuevo en contacto con el mundo que

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 48


durante un año dejaron atrás. Dentro de pocos días, ellos reencontrarán a sus propios hijos y
reiniciarán la vida familiar interrumpida. Antártida, en la mayoría de los casos, será sólo un
recuerdo y una experiencia que les ayudará a ser hombres más fuertes y mejor capacitados
para enfrentar cualquier tipo de obstáculos.
Se han graduado en una gran escuela del carácter.

Hugo Rocha
1958

Antonio Caruso y Hugo Rocha – Antártida 1958

En homenaje al 50 aniversario del Año Geofísico Internacional 1957 – 1958

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En homenaje al 50 aniversario del Año Geofísico Internacional 1957 – 1958

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En homenaje al 50 aniversario
del Año Geofísico Internacional 1957 – 1958
1958

de  F
Selección  d de  
Fotografías  d
Antonio Caruso 

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Selección de Fotografías de Antonio Caruso – Viaje a la Antártida en 1958

1. En el puerto de Ushuaia.

2. Niños en Ushuaia: son los últimos que veremos hasta regresar de Antártida.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 52


3. El capitán de fragata Luis C. Fernández, comandante del “Bahía Aguirre”, es un
veterano de la navegación en los canales fueguinos y mares antárticos.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 53


4. Caruso y Rocha estrenan el vestuario de trabajo usado por todos los miembros del
Grupo Naval Antártico durante la campaña de verano.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 54


5. El “Bahía Aguirre” fondeado frente dentro de la bahía de la isla Decepción, primera
etapa del viaje.

6. El Rompehielos “San Martín” costea la Gran Barrera; a popa, el helicóptero que


utiliza para extender su radio de observación y realizar operaciones de salvataje.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 55


7. Después de visitar la base argentina en Decepción, un grupo de viajeros regresa al
barco a bordo de una EDPV (Embarque y Desembarque de Vehículos y Personal)

8. Las dos casas y la torre de transmisión de datos meteorológicos de la base inglesa en


la isla Decepción.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 56


9. Caminando por la playa de Decepción se llega a las solfataras, emanaciones
submarinas de gases calientes que han creado un pequeño centro de aguas termales en este
desolado lugar.

10. Los bidones de combustible se descargan directamente de la EDPV a tierra: en


Decepción no hay muelle ni grúas.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 57


11. Un bote ballenero que se conserva casi intacto perteneció a la factoría noruega
establecida en Decepción en la época anterior a los buques fábrica.

12. Un témpano antiguo: su forma tabular de origen ha cambiado bajo la acción de los
elementos y el largo tiempo de deriva a través de los mares antárticos.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 58


13. Animales raros: una vaca, ovejas y gallinas proveen de alimentos frescos a los
miembros de la base chilena en Esperanza.

14. Con la cámara montada sobre un trípode, Caruso registra imágenes de la Gran Barrera
para su película documental.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 59


15. Rocha entrevista al jefe de la base Esperanza, capitán Ventimiglia, en compañía del
segundo comandante del “Bahía Aguirre”, capitán Iglesias.

16. El cronista envía correspondencia desde la oficina de Correos y Telecomunicaciones


instalada en la base argentina de Bahía Esperanza.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 60


17. Bahía Esperanza, primera escala en el continente. A lo lejos, el “Bahía Aguirre”
frente a un glaciar que baja desde las montañas.

18. El cronista junto a un giróscopo, indispensable instrumento de navegación. Los


témpanos ya no son novedad.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 61


19. El fotógrafo juega con cachorros antárticos que pronto estarán listos para tirar de los
trineos.

20. El capitán Iglesias abraza a un amigo. Los perros antárticos se despedazan entre ellos
pero son sumamente mansos y afectuosos con los seres humanos.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 62


21. Los trineos tirados por perros son el único medio de transporte utilizado por los
geólogos para recorrer extensas áreas durante sus campañas de trabajo.

22. El comandante Fernández (centro) recibe a bordo al Jefe del Grupo Naval Antártico,
almirante Alberto Patrón Laplacette, y el comandante del rompehielos, capitán Luis Capurro.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 63


23. Costeando la barrera: el rompehielos es el único barco del Grupo Naval Antártico
capacitado para internarse profundamente al sur del Círculo Polar.

24. El hielo flotante representa un serio peligro para la navegación en Bahía Esperanza y
exige una vigilancia atenta y permanente

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 64


25. La belleza del paisaje justifica el nombre de Puerto Paraíso, especialmente en un día
soleado y con mar tranquilo.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 65


26. Caruso disfruta del sol y los 8º de temperatura que encontramos un día de verano en
Puerto Paraíso.

27. Lino Palacio prefiere aprovechar el día de buen tiempo en Puerto Paraíso para hacer
práctica de ski.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 66


28. Los enviados de EL DIA saludan desde una torre de transmisión en Puerto Paraíso,
con la barrea de hielo al fondo.

29. El fotógrafo se despide de Antártida en Puerto Paraíso.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 67


30. Las lanchas dejan una leve estela sobre las aguas tranquilas de Puero Paraíso en un
hermoso día de verano.

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31. El sol y el viento han labrado una corona sobre el montículo de hielo de un antiguo
témpano.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 69


32. El Pasaje Drake se caracteriza por la frecuencia de las tormentas que hacen
particularmente ardua la travesía.

33. Un grupo de pingüinos antárticos, o de barbijo, se lanza al mar. Esta es una de las
cinco especies que viven y prosperan en la región antártica.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 70


34. La suavidad de los colores de un atardecer esfumina la dureza del paisaje en isla
Decepción.

35. Listos para despegar en helicóptero desde la cubierta del rompehielos “San Martín”.
De izq. A der.; Lino Palacio, Mario Intaglietta, Hugo Rocha, piloto René Davis, copiloto
Andrés Martínez.

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36. Desde el aire se aprecia la extensión de la factoria ballenera noruega bombardeada por
la Marina inglesa al inicio de la segunda guerra mundial.

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37. Antonio Caruso y Hugo Rocha, primeros periodistas uruguayos en Antártida, izan la
bandera nacional sobre la llanura helada.

Diario de Viaje de Hugo Rocha – Antártida, 1958 73


38. Carátula del número especial del Suplemento Familiar de El Dia dedicado al viaje de
Rocha y Caruso a Antártida.

En homenaje al 50 aniversario del Año Geofísico Internacional 1957 – 1958

Digitalizado por Tte.cnel. Waldemar Fontes


Instituto Antártico Uruguayo
wfontes@iau.gub.uy

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