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El País Echa a Perder Beneficios del Desarrollo Sostenible

Carlos Rymer (25 Abril, 2008)

En el 1987, la Comisión Mundial de Ambiente y


Desarrollo publico un reporte, Nuestro Futuro
Común (”Our Common Future,” por sus siglas
en ingles), que dio una definición oficial a lo que
hoy llamamos desarrollo sostenible. Desde
entonces, muchos gobiernos han tratado de hacer
algo al respecto, exclamando que se entiende que
un desarrollo sin frenos ni planes para el futuro
puede terminar en consecuencias catastróficas
para la sociedad humana. Desde el cambio
climático que pone en peligro a todas las costas
urbanas, turísticas, y agrícolas a la escasez del
agua fresca alrededor del mundo, se sabe que los problemas que nuestra sociedad tiene no son
pequeños y que se están empeorando.

En el 1992, países se reunieron en Rio de Janeiro, Brasil para comprometerse al desarrollo


sostenible oficialmente. Hoy, con muchas oficinas de desarrollo sostenible, una mayor
conciencia popular sobre los problemas que enfrentamos, y una sabiduría científica y
socioeconómica mucha mayor, estamos peor de lo que estábamos en el 1992. En breve, estamos
arriba del nivel de gases de efecto de invernadero que el planeta puede aceptar sin cambios
catastróficos, seguimos promoviendo políticas que incentivan el desplazamiento urbano, la
desigualdad económica, las inversiones sin incorporación comunitaria y diversas clases, y el uso
ineficiente de la energía y el espacio. Todo esto nos lleva hacia un manejo insostenible de
nuestros recursos en muchos casos, planificación sin visión al futuro, y crecimiento económico
sin beneficios tangibles a las clases más bajas y con mayor potencial de la población.

El desarrollo sostenible, según el reporte Nuestro Futuro Común, es “desarrollo que satisface las
necesidades del presente sin comprometer las oportunidades de futuras generaciones de
satisfacer sus propias necesidades.” En otras palabras, nuestro modelo de desarrollo no puede
dejar menos de lo que tenemos para una población que será más grande en el futuro. Muchas
veces, el desarrollo sostenible se explica visualmente con un diagrama que demuestra la fusión
de la calidad social de la vida, el crecimiento económico, y la responsabilidad ambiental. A veces
es muy difícil para las personas comprender esto porque es fácil creer que el crecimiento
económico debe tener más peso. Pero en la realidad, la sostenibilidad debe de ser como una
balanza, en la cual los tres aspectos son igualmente importantes.

En nuestra sociedad, las únicas cosas que tienen valor económico, y por lo tanto nuestra atención
prioritaria, son los bienes y servicios. A estos, le ponemos figuras monetarias. Una casa puede
tener un valor de RD $1,000,000, y por lo tanto le damos mucha importancia. Otras cosas, tales
como el servicio voluntario, la purificación del agua por nuestros ecosistemas, la polinización de
nuestros productos agrícolas por insectos, el valor de los espacios verdes urbanos, y hasta el
aprecio de nuestros amigos, amigas, y familiares, tienen un valor que sabemos que existe pero no
es necesariamente monetario. Pero si piensas, ¿cuánto pagarías por tener un parque verde donde
te puedas recrear en el centro de, por ejemplo, la ciudad de Santo Domingo? ¿Cuánto pagarías
para asegurar de que los ecosistemas puedan proveerte del agua, de los alimentos, e otros
recursos básicos? ¿Cuánto pagarías para que tu hijo o hija pueda tener un empleo progresista con
buenas condiciones laborales que le ayude a desarrollarse socioeconómicamente por sí mismo o
si misma? No es difícil entender que todas estas cosas que no tienen una figura monetaria en
nuestra sociedad son valiosas. Valorar todas estas cosas en nuestro modelo de crecimiento social
y económico es el reto del desarrollo sostenible. El desarrollo sostenible debe de incorporar estos
valores para que la balanza ambiental, económica, y social sea apropiada.

Esto es lo que nuestro país aun no entiende, desde la población a lo largo hasta las instituciones
gubernamentales. Hemos oído a nuestros líderes, incluyendo al Presidente de la República,
exclamando que estamos en camino hacia el desarrollo sostenible, pero ni nuestro gobierno
puede explicarnos lo que eso significa. El desarrollo sostenible no es una ola “verde” que quiere
proteger los bosques, las especies, y los recursos naturales a la costilla de los pobres. No es sobre
ambientalismo ni está en contra del emprendedismo, las corporaciones, o el desarrollo
infraestructural. El desarrollo sostenible se trata de desarrollarnos de forma que embarque todo lo
que valoramos en nuestra sociedad. Se trata de un trió donde la optimización es lo importante. El
desarrollo no optimizado pone más valor en uno de los tres componentes que en los otros, pero
termina con consecuencias graves para nuestra sociedad, como ya lo estamos viendo en nuestro
país y alrededor del mundo. Hoy pensamos en que debimos de desarrollar una industria de
biocombustibles y energías renovables que no interfiera con nuestra producción agrícola hacen
décadas, que debimos implementar y desarrollar la eficiencia energética hace mucho, y que
debimos ordenar nuestro territorio para no enfrentar los problemas de desarrollo urbano y los
conflictos de tierras que enfrentamos hoy.

Una cosa es decir que nos desarrollamos de forma insostenible y otra es demostrar. Un ejemplo
común es el desarrollo del sector turístico en nuestro país. La realidad es que el país se ha
beneficiado y tiene mucho de que beneficiarse del turismo. Hemos creado divisas, una fuente de
ingresos gubernamentales, y cientos de miles de empleos. También nos hemos distinguido como
el destino turístico del Caribe. Pero recientemente, un reporto confirmo que el turismo en la
República Dominicana no está dejando los beneficios que se creía que se verían en la población.
En la mayoría de los casos, tal como el nuevo proyecto del Grupo Metro en Santo Domingo (con
una inversión de US $1 billón para condominios lujosos), se desarrollan los proyectos sin
inclusión de las comunidades o la opinión publica. Se construyen residenciales que solo tienen
espacio y servicios para personas de clase alta, dejando a las personas de clases baja y media sin
oportunidades más que los empleos con saldos no progresistas. Se deja afuera la necesidad de
inversión en educación, investigación, innovación, emprendedismo, y desarrollo social.

En nuestras áreas urbanas, con la excepción de algunas ciudades, se planifica el desarrollo


urbano de manera libre, sin la participación pública, y sin incentivos para crecimiento inteligente
e integral. Las consecuencias son ciudades gravemente divididas en relación a las clases
económicas, la falta de incentivos que impidan el desplazamiento urbano (que contribuye al
incremento del consumo del petróleo), la falta de espacios verdes, centros de recreación y
crecimiento juvenil, y un sistema de transporte ineficiente que promueve el transporte privado (y
de tal manera la congestión urbana) y no prioriza el transporte público (el Metro fue una movida
en respuesta al problema que fue creado, no una movida para evitar el problema).
En nuestras áreas urbanas, tampoco se entiende el valor que sale de proveer a toda la población
agua potable, calles limpias y pavimentadas, viviendas asequibles, servicios de manejo de
desechos sólidos, y hasta arboles urbanos. Cuando estas necesidades son satisfechas, el valor
social y hasta económico (mediante la atracción de nuevas inversiones y negocios) de la sociedad
incrementa, y entonces se entiende que es desarrollo sostenible. ¿Cómo sabe el gobierno que
cada peso que invierte en infraestructuras turísticas retorna más que cada peso que invierte en las
necesidades urbanas?

En el sector energético también vemos otro ejemplo donde echamos a perder los beneficios del
desarrollo sostenible. La electricidad en nuestro país es manejada por la Corporación
Dominicana de Empresas Eléctricas Estatales. Por mucho tiempo, los únicos intereses de esta
institución gubernamental (y todavía lo son) eran la hidro y los hidrocarburos importados. Nunca
han entendido que es más barato invertir en eficiencia energética que en más producción
eléctrica y que perdemos cuando dejamos de invertir en recursos renovables, domésticos, y
económicamente seguros. Por lo tanto, el interés es en incrementar la capacidad eléctrica sin
importarles las pérdidas económicas que tenemos cuando no ahorramos o cuando el precio de los
hidrocarburos incrementa de manera rápida. Esta institución hoy está en la mira al carbón
mineral como sustituto al petróleo, creyendo que el precio del carbón mineral, por su abundancia
global, nunca incrementara como en el caso del petróleo.

Recientemente, la CDEEE apoyo a la empresa Coreana Kepco en su anuncio de que invertirán


US $500 millones en una planta de carbón mineral de 240MW (claro, también invertirán $240
millones en energía eólica para crear su imagen de “desarrollo verde”). Mientras tanto, los
bancos más grandes en los Estados Unidos ya están abandonando el carbón mineral porque ven
un precio en el dióxido carbono en los siguientes años. Por otro lado está la Comisión Nacional
de Energía, otra institución gubernamental con interés en las energías renovables. Esta
institución trabajo para que el Congreso y el Presidente promulgaran la Ley de Incentivos a las
Energías Renovables, completaron el reglamento que aplicara esta ley para la aprobación del
Presidente, y han atraído ya más de US $2 billones (o US $2,000 millones) en nuevas inversiones
en etanol, biodiesel, energía eólica y solar, y energía solar térmica.

Por un lado, la CDEEE se esta afiliando con el sector insostenible de los hidrocarburos (que ya
están llevando la concentración de dióxido carbono en el planeta a niveles peligrosos), y la CNE
se esta afiliando a empresas que quieren que la matriz energética del país sea satisfecha con los
abundantes recursos renovables que tenemos. El desarrollo sostenible debe incluir coordinación
y apoyo aclarado institucional, y viendo como estas dos instituciones trabajan por separado,
¿cómo es que podemos planificar correctamente? Una cosa es separarse para conseguir recursos
gubernamentales y otra es separarse porque una institución ve el camino y la otra tiene un interés
del pasado. En los Estados Unidos, esta división es lo que lleva al desperdicio de los recursos de
agua, el mal manejo de la industria agrícola, y el desarrollo insostenible de suburbios. Este
modelo nos llevara al mismo lugar en la República Dominicana, y por lo tanto es insostenible.

Mucho del crecimiento económico del país está concentrado en las inversiones y el crecimiento
corporativo. El gobierno cree que si incrementamos las inversiones entonces incrementamos el
crecimiento sostenible y por lo tanto la calidad de vida. Pero nuestro país abre las puertas a
inversiones sin miras a la sostenibilidad. Muchas inversiones son en infraestructura, lujos para
turistas, y bienes y servicios que la clase media y alta pueden pagar. Los inversionistas no
entienden el valor de la inversión social e ambiental. No ven que si existe una figura monetaria
en el incremento de la educación, la salud de nuestros ecosistemas, la eficiencia de nuestras áreas
urbanas, y la disminución de la pobreza, la delincuencia, y la corrupción. En realidad, no
podemos esperar que el sector privado vea el valor de estas (porque lo verán cuando choquemos
con la pared y sea muy tarde), pero si podemos incentivar al sector privado en esa dirección
mediante políticas fiscales que incentiven la valoración de estos aspectos de la sociedad.

Finalmente, no podemos crear desarrollo sostenible cuando la mayoría de nuestra productividad


es dependiente de la situación internacional y cuando nuestro sistema político es ineficiente y
influenciado por los sectores privados. El gobierno es una institución publica, y cuando no está
completamente separada del dinero privado (como es el caso en los Estados Unidos, aquí, y en
otros países), las campañas se vuelven en un lavamiento psicológico de los partidos a la
población, sin discusión de los problemas reales y con la perdida de las soluciones que la
población y el sector privado pueden ofrecer. Cuando el sistema político se basa en la existencia
de pocos partidos con dinero y en convencer a un pueblo que cada vez se aparta mas a la idea
de tomar cuentas en sus manos y crear las soluciones que necesitamos, estamos en vía a una
democracia muerta como la que existe en los Estados Unidos, una sociedad donde prevalece la
obesidad y el alto costo de la atención medica, donde se incentiva todo lo que es ineficiente,
donde el dinero en el partido tiene gran significado, donde no se ve los beneficios de trabajar con
el resto del mundo para el progreso, y donde se gasta más tiempo y dinero en políticas que en
progreso.

La sociedad que representa la República Dominicana esta en gran desarrollo. Finalmente


tenemos la oportunidad de incrementar nuestra competitividad, de proveer más oportunidades a
la población y en especial a la juventud, y de incrementar la calidad de vida de todos los
ciudadanos y ayudar nuestros países vecinos en la región Caribeña. Pero este experimento será
un fracaso si no entendemos que el modelo de desarrollo viejo nos llevara hacia más problemas
de lo que ya tenemos. Debemos entender el desarrollo sostenible, trabajar conjuntamente para
arreglar los incentivos y las prioridades públicas y privadas, y entonces involucrar a la población,
el gobierno, y el sector privado en algo que casi nadie en el mundo está haciendo aunque dicen
que es necesario. Hombres, mujeres, niños, y jóvenes: el desarrollo sostenible es nuestro único
futuro.

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