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La física en la antigüedad
Recuerdo haber visto un libro de catecismo de la década de los
noventa que realizaba una enseñanza confusa y poco acertada:
mediante un breve texto y una ilustración sencilla explicaba
cómo el hombre habitaba una superficie plana, delimitada por
los bordes del fin del mundo –suponemos que uno de ellos
podría ser el océano atlántico-, situada sobre el terrorífico y hoy
día negado infierno y sobre la que se apoyaban las columnas que
sostenían sobre nuestras cabezas la bóveda estrellada del cielo.
Una idea así debían tener nuestros antepasados de hace unos
tres mil años.
La primera actividad del hombre englobable dentro de la física
fue mirar al cielo. Las grandes civilizaciones de la antigüedad
(chinos, babilonios, egipcios) estudiaron los astros llegando
incluso a predecir eclipses pero sin éxito a la hora de explicar los
movimientos planetarios. En éste punto de inflexión del
conocimiento humano, antes de hacerse –y responder- ciertas
preguntas sobre la naturaleza, el cielo era un misterioso techo
plano en el que unas luces lejanas brillaban por alguna causa
más mística que astronómica. Unos cuatrocientos años antes del
nacimiento de Cristo los griegos ya empezaban a desarrollar
teorías, aún inexactas pero no del todo equivocadas, sobre la
composición del universo. Leucipo concebía el atomismo más
tarde desarrollado por Demócrito, que afirmaba que todo
estaba formado por microscópicas partículas llamadas átomos, y
que contradecía a la Teoría de los elementos, del siglo anterior.
Durante el periodo helenístico, Alejandría se convirtió en el
núcleo científico de occidente. Desde Sicilia, Arquímedes,
entre otros inventos como el tornillo infinito o la polea,
descubría las leyes de la palanca y de la hidrostática, principio el
de ésta última que llevaría su nombre y que enunciaba que “todo
cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical
hacia arriba igual al peso del fluido desalojado”, razón por la
cual se puede explicar que flote un barco o vuele un globo
aerostático. En la astronomía también se realizaron grandes
descubrimientos: Aristarco de Samo desarrolló un método
para medir las distancias relativas entre la tierra y el sol y la
tierra y la luna, inútil finalmente por falta de medios aunque
bien encaminado, y también, según se cree a través de los
escritos de Arquímedes, fue el primero en afirmar que la tierra
gira alrededor del sol; Eratóstenes midió la circunferencia de
la tierra y elaboró un catálogo de estrellas; Hiparlo de Nicea
descubrió la sucesión de equinoccios; y Tolomeo, ya en el s. II
d.C., elaboró su sistema para explicar el movimiento de los
planetas, en el que la Tierra permanecía en el centro de las
órbitas circulares del resto de astros.