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“Que veinte años no es nada”: aniversario de la revista Cultura.

Esteban Moore, Buenos Aires.

Hacia mediados de 1983, casi un año después de la derrota militar protagonizada por los
representantes de la Dictadura Militar en las Islas Malvinas, la Argentina comenzaba a
despertar de una tenebrosa y extendida pesadilla que se había iniciado el 24 de marzo de
1976.
En aquellos días, alguien escribió prolijamente en grandes letras de molde en una larga
pared ubicada a menos de una cuadra del parque de Barrancas de Belgrano: “los gansos
salvajes no dejan huellas en el estanque”.
Esta pintada aludía a la película de Andrew V. McLaglen Los Gansos Salvajes, un
olvidable filme sobre un grupo de mercenarios en un país del tercer mundo, estrenado en
Buenos Aires a principios de los 80. Leída fuera de contexto esta frase puede resultarnos
más cercana al haiku -la forma poética japonesa de naturaleza elíptica y plena de animismo-
que a las consignas políticas que comenzaron a ocupar por aquel entonces los muros de la
ciudad. Sin embargo, aquellas palabras en muchos casos, particularmente en el de los
desaparecidos y en el de la deuda externa, resultarían premonitorias, o como decía el poeta
Gabriel Celaya: cargadas de futuro.
A pesar de todo iniciamos un esperanzado retorno a la democracia; éste incluiría la labor de
la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) y el Juicio a las
Juntas Militares, que expondrían las profundas marcas de fuego y el paisaje devastado que
dejó la dictadura, llamada eufemísticamente por los locutores oficiales Proceso de
Reorganización Nacional, cuyos actos y políticas condicionaron perversamente nuestras
vidas. Alfredo Veiravé escribió en aquel invierno del 83 Nunca más, un poema que luego
incluiría en Radar en la Tormenta (1985), en el que capta, como sólo un poeta de fina
sensibilidad puede hacerlo, un sentimiento generalizado que atravesaba la sociedad
argentina: “Nunca más los gordos caballos de la muerte entrarán en la plaza/ a destrozar
los canteros de plantas y de flores (amarillas)/ de las tipas asustadas; nunca más los
bastones/ golpearán con esa furia las cabezas ensangrentadas de los que ahora corren/
bajo las nubes cirros, estratos, cumulus o nimbos; nunca más estas flores/ de lapachos
temblarán en la noche su color rosáceo al oír los aullidos;/ nunca más esos aullidos
cruzarán la calle subiendo desde el sótano/ en el subsuelo de la madrugada./ Nunca más
esos gritos terribles descarnarán la corteza de los murales/ de la plaza desnuda, nunca
más explotarán entre los intestinos/ o las bocas del cuerpo –las convulsiones de la
electricidad violenta;/ (nunca más llamarás gritando a tu mamá en la violácea oscuridad
lila/ y azul que oyeron solamente los jacarandaes florecidos de la plaza...”
En este estado de cosas hace su aparición la euforia democrática, y en el campo cultural
comenzaron a girar lentamente de un modo renovado los engranajes de la imaginación.
Algunos poetas nacidos a partir de 1950, y que nucleados en distintos grupos habían
comenzado a publicar sus revistas a partir de 1980, fueron los que hicieron los primeros
movimientos para socializar su producción. Se organizaron infinidad de lecturas,
encuentros, debates, y se publicaron nuevas revistas. Existía entonces lo que Osvaldo
Picardo definió como: “una gran esperanza en la palabra poética”1. De este período han
quedado como testimonio las antologías de Jorge Santiago Perednik, Daniel Fara,

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Alejandro Elissagaray, y el estudio de Héctor Freire, que a pesar de haber circulado aún
permanece inédito.2
Simultáneamente, no fueron pocos los que percibieron la necesidad de reiniciar el debate
público de ideas clausurado con violencia en 1976. Patricio Lóizaga fue uno de ellos. En
aquel mítico invierno del 83 que hoy nos parece tan lejano, comenzó a recabar opiniones,
realizó consultas, se reunió en bares, abultó su factura telefónica, vendió algunos bienes
personales y se decidió, no sin audacia, a iniciar la gran aventura: publicar una revista
cultural que llegara a los kioscos. El número cero de la revista Cultura comenzó a circular
hacia la segunda mitad del año. En marzo de 1984 apareció en los kioscos el primer
número. En su editorial, el director le comenta al posible lector: “...comencé a recorrer el
oído de escritores, críticos de arte y empresarios con una idea en borrador: reflejar en una
revista la cultura de la Argentina contemporánea, expresar a los hombres y mujeres de
nuestra cultura y con ellos convocar a ese público que hoy siente un impulso renovado de
mirarse en el espejo de nuestros creadores.”
En este primer eslabón de una cadena que ya lleva veinte años de existencia, aparece en
tapa Marco Denevi, a quien se le dedica una extensa entrevista realizada por el propio
Lóizaga: Denevi: el oficio de pensar. Esta elección encarna una definición, Marco Denevi
sólo se representaba a sí mismo; aislado desde hacía varios años en su departamento de
Belgrano, desde 1968 se ganaba la vida escribiendo, y podía compartir con quien lo
quisiera escuchar sus sinceras e incisivas opiniones, muchas de ellas vertidas en una mesa
del café Del Virrey, en la esquina de Cabildo y Virrey del Pino. Percy B. Shelley, en su
Defensa de la poesía, concluye que “ los poetas son los legisladores no reconocidos del
mundo.” De esta afirmación podríamos inferir, sin temor a equivocarnos , que los novelistas
son los historiadores no reconocidos de la humanidad, los que universalizan lo particular de
la historia, los que registran a través de las desesperadas peripecias y las pequeñas miserias
de sus personajes los hechos de la vida cotidiana. Esto propone Denevi cuando comenta:
“... la historia (con mayúscula), la Historia de los historiadores, prescinde de la modesta,
de la humilde aventura que cada uno de nosotros emprende desde el momento de nacer
hasta el momento de morir. ¿ Qué le importa, a la historia, el destino de un soldado o el
destino de un niño o la muerte de un viejo? En cambio la narrativa, hasta cuando se ocupa
de un rey, rescata la maravillosa especifidad del ser humano....”3 Palabras que en más de
una manera coinciden con las de Lóizaga cuando expresa en su primera editorial: “...aquí
estamos, sin otra pretensión que ofrecerles una respuesta a todos aquellos que creen en
nuestra cultura y en las gentes que en ella y por ella trabajan.”
Ésta fue una de las consignas que guiaron al responsable de la publicación y sus
colaboradores a través de su primera época, en la que la revista se propuso crear el espacio
para ejercer una mirada interior que nos permitiera observarnos en la contracara de nuestra
propia realidad. En este período Cultura se caracterizó por publicar extensas entrevistas, en
su mayoría realizadas por el director, y dedicar las fotografías de tapa a los entrevistados,
un conjunto de destacados creadores, pensadores y artistas plásticos. Éstas se
complementaban con ilustrativos epígrafes, en muchos de los casos tomados de las palabras
del entrevistado: Ricardo Piglia: “Después de todo, los escritores aspiramos a la música.”;
Juan José Sebreli: “La mejor ensayística sobre la Argentina es extranjera.”; Tomás Eloy
Martínez: “Los argentinos fuimos civilizados a golpes de barbarie.”; Beatriz Sarlo: “ Una
pensadora en los márgenes.” Ocuparon también la portada en esta etapa de Cultura, debido
a las muestras organizadas por el Museo Nacional de Bellas Artes, Luis Benedit y
Guillermo Kuitca. La imagen de este último apareció en la cubierta acompañada por un

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título y un avance de la nota, que en más de una manera señalaban particularidades y
comportamientos en el panorama cultural: “El caso Kuitca: Es el pintor argentino más
exitoso de todos los tiempos y hace diez años que no exhibe en el país.”
La revista en estos años incluyó varias columnas de opinión, en las que los diversos
aspectos de la vida cultural argentina fueron comentados y analizados por un conjunto
renombrado de críticos, escritores e intelectuales, entre los que se contaban: Ernesto Schoo,
Jorge Glusberg, Pompeyo Camps, Fermín Fèvre, Marcelo Zapata, Raúl Santana, Alberto
Bellucci, Abel López Iturbe, Nelly Perazzo, Alberto Farina, Edwin Harvey y Oscar Hermes
Villordo.
El final de los 80 no fue bondadoso con Cultura, que a partir de 1989, crisis económica
mediante, comenzó a aparecer trimestralmente. Sin embargo, éste fue un tiempo de gran
creatividad para su director, quien produjo una serie de ediciones especiales entre las que
sobresalen las dedicadas a Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Victoria Ocampo.
Éstas, es evidente, ponen de manifiesto la decisión de aceptar la diversidad de nuestra
tradición literaria, de ponerle una faja de clausura a aquellos tiempos en que la
faccionalidad existente en el campo de la cultura y la política, más que el reconocimiento
del otro, pretendía su negación en los términos más absolutos. Esta aceptación de la
diferencia, una de las características de Cultura, es acompañada por una mirada que
protagoniza múltiples cuestionamientos en todos los campos de la creación humana, que
tiene sus propias marcas signadas por un texto poético de Lóizaga escrito en los noventa:
“Quiero ser un hombre/ con pocas certezas / con muchos interrogantes. / Descreo de los
hombres / con todas las respuestas / ninguna pregunta” 4 , una línea argumental que nos
trae a la memoria aquella vieja consigna que afirma que toda pregunta, tanto en el territorio
de las ciencias como en el del arte, no necesita precisamente una respuesta, sólo nuevas
preguntas, convirtiéndose éstas en las grandes respuestas.
Terminada la década del 80 Cultura comienza un proceso de cambio, los entrevistados no
son sólo argentinos, comienzan a aparecer autores extranjeros. Éste es el caso del narrador
norteamericano Bret Easton Ellis, autor de American Psycho, que desde las páginas de la
revista es introducido en nuestro país. Marta López Gil y Enrique Valiente Noailles
exploran desde sus columnas de filosofía distintas facetas del pensamiento contemporáneo
y se produce un cambio notable, comienzan a aparecer en sus sumarios una serie de títulos
relacionados con la sociología de la cultura y el análisis cultural. Paralelamente, a través de
concursos organizados por Cultura se otorgaron becas para contribuir a la formación de
jóvenes escritores y artistas plásticos. Éstas fueron obtenidas por Paula Socolovsky (Artes
plásticas), Eduardo Berti y Marcelo Birmajer (Letras).
En 1997, Patricio Lóizaga participa junto a Daniel Samoilovich (Diario de Poesía), Beatriz
Sarlo ( Punto de Vista), Quintín ( El Amante) y María Saénz Quesada ( Todo es Historia) de
la creación de la Asociación de Revistas Culturales de la Argentina (Arca), institución que
busca impulsar la compra por parte del Estado de revistas culturales, y que éste las
distribuya en las bibliotecas públicas de todo el territorio argentino. Se debe destacar que
muchas de estas revistas esenciales al debate de las ideas y la producción cultural no están
disponibles a nivel nacional, y que el hecho de ponerlas al alcance de los lectores a través
de las bibliotecas públicas no es un capricho de los editores, sino una necesidad, para que
aquellos creadores e investigadores que están alejados de los grandes centros urbanos,
tengan la posibilidad de participar de este proceso y gocen de una mayor igualdad de
oportunidades. Es en esta militancia que se advierte la capacidad demostrada por Lóizaga
en las diversas facetas de la gestión cultural, que no se amilana ante la adversidad ni los

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designios negativos del mercado. En 1998 lanza una nueva revista en formato tabloide, El
Grito, que tiene gran éxito de venta pero que no logra captar la publicidad necesaria para
sobrevivir. Sus únicos dos números la muestran decidida por la renovación de la forma, y
su diseño a cargo de Ok Ju Pak ha marcado rumbos en el medio. En sus sumarios presenta
una gran amplitud de criterio. Artículos y notas dedicadas a Paul Auster, la narrativa chilena
actual, la arquitectura en los ’90, Philippe Starck, Guillermo Kuitca, Jackson Pollock, Fito
Paéz, Andrés Calamaro, Cesar Pelli, Néstor Perlongher, Alejandra Pizarnik, y Bret Easton
Ellis, entre otros, señalan los intereses de la publicación y el convencimiento de que la
cultura no reconoce fronteras y de que la difusión de hechos culturales sucedidos fuera de
nuestro ámbito territorial, puede ser el primer paso para iniciar un proceso de apropiación
que enriquezca nuestra propia producción.
Las consecuencias de este traspié editorial fueron enriquecedoras, ya que a partir de él se
reformuló el formato, el diseño y los contenidos de Cultura, que ahora comenzaba su
segunda época y se proponía actuar como un espacio para el cruce de las experiencias
culturales argentinas con las extranjeras. La revista asume nuevas exigencias e intereses
reflejando los de su director, poeta y pensador que ha dado a conocer, entre otros títulos,
dos volúmenes de poesía, Código Secreto (1991) y New York y otros poemas (1999); los
ensayos Mito y sospecha postmoderna (1989), Cándido López, Fragments and Details
(Nueva York,1993) y El imperio del cinismo: democracia, arte, medios, diseño y crítica
cultural frente al nuevo milenio (2000), una serie de conversaciones con intelectuales
argentinos: La contradicción argentina (1995), y el Diccionario de pensadores
contemporáneos (Madrid, 1996) dirigido por Lóizaga, y para el que redactó las entradas
correspondientes a Daniel Bell, Harold Bloom, Norberto Bobbio, Jon Elster, Francis
Fukuyama, Juan J. Linz, Gilles Lipovetsky, Orlando Patterson, Giovanni Sartori y Juan
José Sebreli.
En su segunda época, Cultura recupera aspectos del diseño de la desaparecida El Grito y
adopta el papel ilustración como vehículo. Sus sumarios reflejan la voluntad de analizar la
complejidad de las nuevas relaciones políticas y culturales, que comienzan una drástica
transformación luego de la caída del Muro de Berlín, y su gravitación en el panorama
nacional e internacional. Una de las tendencias que se advierten en la publicación es la de
revertir el clima de acriticismo que se había adueñado de nuestra sociedad en la primera
parte de los ’90. La revista suma a nuevos colaboradores: Gonzalo Villar, Horacio Nieva,
Mario Goloboff, Rubén Ríos, Julio Sánchez y Ernesto Quesada. Se le dedican notas a Jean
Paul Sartre, David Hockney, Eric Hobsbawm, Guillermo Kuitca, Daniel Ferullo, Julia
Kristeva, Manuel Puig, Alain Finkielkraut, José Luis de Diego, Alberto Girri, Allen
Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti, entre otros. Las Bienales de Arte y las grandes
muestras realizadas en Europa y las Américas fueron reseñadas en la revista, que también
dedicó un espacio importante al diseño, la moda, el cine y la publicidad. Cultura se
propuso cubrir todos los hechos relevantes en el mundo del arte, la ciencia y la política y no
sólo a nivel nacional. Pero existió para la dirección del medio un tema que emergía número
tras número: políticas culturales. Varios títulos y editoriales dieron cuenta de las
preocupaciones en este campo: Hacia una cultura productiva, Revistas culturales, La
CONABIP y el financiamiento de las revistas culturales, ¿Cuánto gasta el Estado
argentino en cultura?, Políticas culturales, A pesar de la crisis actual aumenta la
matriculación en carreras universitarias vinculadas al ámbito del arte y la cultura,
Impugnan la idea de la cultura como resistencia frente a la crisis argentina.

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Esta tendencia se vincula a otras actividades de Cultura y la editorial que la publica, a
partir de la cual surgen una serie de ediciones especiales: Guía Cultural de la Ciudad de
Buenos Aires (1997), Tribute to Borges –Tributo a Borges- (1998, textos en edición bilingüe
de Biancanciotti, Bloom, Cabrera Infante, Kodama, Salas, Savater, Sontag, Steiner, Tabucci
y otros), Catálogo Tributo a Borges (1999, edición especial que acompañó la muestra
fotográfica, con textos de Patricio Lóizaga), Imágenes de Nueva York (2000, edición
especial de la exposición que se realizó en la Universidad de Nueva York), y el Primer
catálogo de las revistas culturales de la Argentina ( 2001, textos de Patricio Lóizaga,
Horacio Salas, Esteban Moore y Gonzalo Villar). Asimismo la revista Cultura ha editado
el Anuario 2001 de Educación Superior de la República Argentina, y su director ha
participado como director del Instituto de Políticas Culturales de la Universidad Nacional
de 3 de Febrero en la edición de los Indicadores Culturales 2002 y 2003, que reúnen
información vital acerca del gasto público en el sector cultural, informes sobre las
organizaciones de la sociedad civil y la cultura e indicadores tecnológicos y derechos
culturales en el MERCOSUR, turismo cultural, formación de gestores culturales y los
aportes de la cultura a la economía argentina.
En estos, sus primeros veinte años de vida, Cultura ha ocupado, a partir de los 80, a través
de los 90, hasta arribar al nuevo siglo, un lugar preponderante en ese espacio que
denominamos cotidianamente ‘las revistas culturales’. En este territorio participó
activamente creando el ámbito propicio para la lectura y el análisis de los nuevos
fenómenos que a partir de la globalización incidieron en nuestro campo cultural.
Decididamente tomó parte en el intercambio de ideas con una mirada renovada, en la que
lo que se denomina postmoderno o la postmodernidad, no debe ser considerado
simplemente un agotamiento del proyecto de la modernidad.

1-Osvaldo Picardo, Partes Mínimas, revista Lateral N° 84, Barcelona, diciembre 2001.
2- Jorge Santiago Perednik, Nueva poesía argentina, durante la dictadura, Ediciones
Calle Abajo, 1989. Daniel Fara, Signos Vitales, una antología poética de los 80,
Colección La Pecera, Editorial Martín, Mar del Plata, 2002. Alejandro Elissagaray, La
poesía de los 80, Editorial Nueva Generación, 2002. Héctor Freire La poesía de los 80,
inédito, beca del Fondo Nacional de las Artes, 2002.
3-Marco Denevi, revista Cultura, página 14 N° 1, Buenos Aires, marzo, 1984.
4-Patricio Lóizaga, Código Secreto, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1991.

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