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ALGUNOS APUNTES SOBRE EL NUEVO LEVIATHAN

Cada horror tenía su definición,


Cada sufrimiento tenía algún tipo de fin:
En la vida no hay tiempo para penar largamente.
Pero esto, esto está fuera de la vida,
está fuera del tiempo,
Una eternidad instantánea del daño y el mal.
Estamos sucios de una mugre que no podemos limpiar,
Unidos por un veneno sobrenatural,
No somos sólo nosotros, no es la casa,
no es la ciudad la que está desclasada,
Sino el mundo que es una falla total.

Aclara el aire! Limpia el cielo! Lava el viento!


Toma la piedra de la piedra, toma la piel del brazo,
toma el músculo del hueso, y lávalos.
Lava la piedra, lava el hueso, lava el cerebro,
lava el alma, lávalos, lávalos!

T. S. ELIOT “Muerte en la Catedral”

El planeta está enfermo; la degradación ambiental es una problemática extendida a


nivel mundial, el realismo gráfico implícito en las caricaturas que muestran un
globo terráqueo envuelto en nubes oscuras de tóxicos y sofocado por ataques de tos
es bastante revelador de la situación actual. Los esfuerzos realizados por grupos
de ingenuos ecologistas y ambientalistas para enfrentar y deshacer ese círculo
vicioso de producción, distribución, consumo, desperdicio y desecho son gritos
perdidos en la inmensidad de la superestructura económica global. Nada puede
detener ese inmenso Golem productivo creado por el ser humano, el mercado es dueño
de sí mismo y de la misma manera impone sus reglas; la racionalidad económica
dominante no atiende otras razones que el incremento de la producción, la
generalización del consumo y la obtención de amplios márgenes de ganancia al
mínimo coste.

Estamos encerrados dentro de la jaula de hierro descrita hace casi un siglo por
Max Weber y muy poco hacemos para limar sus barrotes cubiertos de seda,
hipnotizados totalmente por la magia del marketing, por los estilos de vida
impuestos por una óptica cultural homogeneizante, por nuestra estrechez de miras
con respecto a los temas públicos relevantes, que son arrastrados y naufragan en
las aguas servidas de una opinión pública mediocre, frívola y preocupada
mayormente por las vicisitudes de aquellos seres light, que gracias al poder de
definición de los medios de comunicación se elevan a la categoría de personajes y
héroes de la vida nacional. No basta sino mirar la escandalosa oferta de revistas
y publicaciones de corte hedonista-narcisista dispuesta por doquier en
hipermercados, kioscos callejeros, ventas ambulantes y la extensa lista de
novelas, culebrones, seriados y demás esperpentos mediáticos ante los cuales
nuestra capacidad de asombro queda copada y que desgraciadamente inducen de forma
subliminal mentalidades acordes con el ethos dominante en la cultura occidental.

Sea este pequeño exabrupto sobre nuestra condición de superhombres de masa una
oportunidad para reflexionar sobre el grado de conocimiento como ciudadanos sobre
el estado actual de nuestro medio ambiente ( o miedo ambiente…?) y nuestros
recursos naturales y la enorme disputa generada entre los países del mundo con
respecto a su utilización , modos de acceso, regalías por uso y derechos de
propiedad sobre una amplia gama de aspectos relacionados con el manido pero
crucial tema de la biodiversidad existente en los países del sur, para utilizar
los términos del discurso de la ecología política, disciplina reciente pero con
una gran influencia en la actualidad.

Siguiendo a un autor tan ampliamente reconocido en temas ambientales como es el


mexicano Enrique Leff, se puede afirmar que dentro de los países desarrollados se
ha generado una nueva geoestrategia económica y ecológica la cual ante la propia
escasez de recursos naturales y materias primas para utilizar en sus procesos
productivos ha optado por una política de inserción y lobbyng para influir dentro
de las políticas ambientales y económicas de los países pobres, lo cual permita un
fácil acceso y aprovechamiento económico de aquellos recursos de la biodiversidad
que una vez clasificados, investigados y descubiertas sus propiedades
farmaceúticas, nutriceúticas, cosméticas etc. y sus posibles usos industriales,
comerciales e inclusive militares, deben ser apropiados, aprovechados y entrar
dentro de la órbita del dominio de sus descubridores, empresas mutinacionales
principalmente, mediante las herramientas ofrecidas por la legislación
anglosajona, que utiliza el dogma jurídico de los derechos de propiedad
intelectual y sus diversos mecanismos de manifestación, como son las patentes,
los derechos sui generis y los derechos de obtentores vegetales. para ejercer
señorío sobre productos muy ajenos a su cultura pero que ofrecen una gama
ilimitada de utilidades y beneficios comerciales, de cara a las necesidades de los
habitantes del Primer Mundo ( Hernández y Aguilar, 2002).

No sobra hacer alusión al llamado ADPIC, TRIP por sus siglas en inglés discutido
y aprobado en las rondas del GATT, o Acuerdo sobre Derechos de Propiedad
Intelectual relacionados con el Comercio, que todavía es objeto de discusión en
las sesiones de la OMC y que ha recibido una fuerte oposición de algunos países
miembros de esa organización y en vía de desarrollo, pero inmensamente ricos en
biodiversidad liderados por Brasil, debido a las onerosas condiciones y claúsulas
que en el sentir de muchos facilitan el saqueo legal de nuestros recursos
naturales por parte de las trasnacionales. Valga la pena anotar que Colombia se
encuentra en el grupo de países que han encontrado razones valederas en el
discurso de ambos bandos, llamados así ya que las negociaciones en algunas
ocasiones tomaron el cariz de un enfrentamiento Norte-Sur.

Sin embargo este nuevo paradigma de saber-poder en lo ambiental no se limita a la


lucha por el dominio del enorme potencial de la biodiversidad; paradójicamente las
políticas ambientales estratégicas de los países desarrollados propugnan un
conservacionismo a ultranza, haciendo uso de los llamados MIC (Mecanismos de
Implementación Conjunta) o MDL (Mecanismos de Desarrollo Limpio), que orientan
la gestión ambiental de los países pobres hacia la conservación de sus bosques
primarios y suelos y al mantenimiento y creación artificial de plantaciones
forestales, todo esto con el fin de que estos recursos naturales sirvan como
captores y sumideros del exceso de Dióxido de carbono generado por la industria
de los países desarrollados. Es decir se crea una nueva faceta del mercado de
servicios ambientales; la del comercio de las cuotas de emisiones de sustancia
tóxicas a la atmósfera, en la cual el probable porcentaje de efectividad en la
captura de de carbono que ofrece un bosque natural situado en un país del sur,
puede ser negociado y vendido a otros países con grandes ratas de emisiones
contaminantes, a fin de que cumplan con los parámetros o cuotas establecidos en
convenios internacionales.

De esta manera las grandes potencias industriales y económicas, los nuevos


cancerberos ecológicos, a través de la negociación de tales permisos de emisiones
que se cotizan en las bolsas mundiales cumplen con un requisito formal de
reducción de sus factores contaminantes, sin incidir realmente en la disminución
de sus emisiones tóxicas. Pese a los beneficios económicos obtenidos de este nuevo
tipo de transacción de permisos ambientales, no se tiene claridad con respecto a
la verdadera efectividad de la biomasa o población forestal primaria o artificial
para reducir realmente el índice de contaminantes existente en la atmósfera, pero
esta incertidumbre no preocupa en mayor manera a algunos economistas y think
thanks, acostumbrados en muchas ocasiones a trabajar y decidir sobre supuestos de
hecho.

Como bien se ve la racionalidad económica dominante, absolutista en lo que a lo


ambiental se refiere no está dispuesta a dejar pasar una oportunidad histórica
para involucrar cada vez más los objetos de la naturaleza, ya ampliamente
socializada y violentada al ciclo de la productividad de mercancías, bienes y
servicios que demandan los habitantes de los países desarrollados, sin que se
desconozca el enorme potencial de una masa consumidora existente en los países del
sur que debe ser dispuesta para recibir la avalancha de productos tangibles e
intangibles con los cuales el capitalismo occidental ha inundado el planeta.
Estamos de acuerdo con Enrique Leff cuando plantea que:

“…La geopolítica de la biodiversidad y del desarrollo sustentable no sólo prolonga


e intensifica los anteriores procesos de apropiación destructiva de los recursos
naturales, sino que cambia las formas de intervención y apropiación de la
naturaleza y lleva a su límite la lógica de la racionalidad económica. La economía
se transmuta en una “transeconomía”, en una inercia de crecimiento que se ha
desbordado sobre sus límites….”

Parafraseando a Jurgen Habermas la racionalidad ambiental moderna es un proyecto


inacabado, que corre en peligro de quedar en ese estado debido a la finitud de la
naturaleza y la falta de una ética de la responsabilidad con respecto al entorno
natural, que en un esfuerzo filosófico magistral propugnó un preclaro hijo de la
civilización occidental como fue Hans Jonas. Como se dijo anteriormente, los
ecologistas enfrentan nuevos retos en el siglo XXI; ya no se trata de boicotear
una reunión de la OMC o salirle al paso a un barco cargado de desechos tóxicos.
Las nuevas estrategias diseñadas por los gobiernos del Primer Mundo y que
necesariamente favorecen a las multinacionales, plantean la integración económica,
bajo el enorme atractivo y poder simbólico de palabras tales Libertad, Equidad,
Democracia e Igualdad. Es así como siguiendo a Thomas Hobbes, se crea un nuevo
orden económico-ecológico internacional regido por la OMC, cuyas dictados
emitidos bajo un falso halo de democracia y negociación caballeresca tienen mayor
poder vinculante que cualquier tratado internacional o las resoluciones de la ONU
y evitan que las naciones no se destrocen comercialmente entre ellas mismas. Es
decir comercialmente somos lobos que estamos dispuestos a atacarnos mutuamente y
necesitamos la presencia de una autoridad fuerte y poderosa que aminore nuestras
ansias de poder y ponga freno a esa violencia simbólica y real ejercida a través
del intercambio comercial mundial.

Este enorme reto que implica ser parte de una organización mundial superpoderosa
debe ser asumido con una nueva óptica y debe ser objeto de una análisis profundo
por parte de los Estados, la sociedad civil, las ONG´S e igualmente las empresas
locales que día a día viven el drama de la pérdida de sus mercados y su quiebra
económica debido a la presión y mayor poder de inversión, innovación tecnológica,
posicionamiento y negociación de los empresarios internacionales, cuyos intereses
se basan en el principio del mercado libre, enorme Leviatán que absorbe y
desaparece entre sus fauces a aquellos que no están preparados para las actuales
directrices de intercambio comercial de bienes y servicios.

Las nuevas luchas por la protección del medio ambiente y la biodiversidad no son
adelantadas precisamente por los gobiernos del tercer mundo o nuestra sociedad
civil, la cual acusa una falta de conocimiento y una apatía a intervenir en temas
tan delicados y vitales para la sobrevivencia y soberanía de las naciones. No
existe una opinión pública informada y concientizada sobre los riesgos que
entrañan los nuevos acuerdos comerciales que actualmente se discuten en todo el
mundo y que involucran de manera amplia la biodiversidad y los derechos de
propiedad intelectual sobre este valioso patrimonio. Esta falta de conciencia y
posición ética sobre lo público, mal endémico de nuestros países no permite tener
claridad sobre las nuevas obligaciones que le están siendo impuestas a los
gobiernos pobres en materia de biodiversidad y sobre el proceso de reconversión
ecológica que contempla la nueva política conservacionista del primer mundo,
limitando los servicios ambientales que puede prestar nuestro capital ecológico,
favorecido por las ventajas comparativas que le da la ubicación geográfica de
algunos países. La función de captura de bióxido de carbono, el valor ecoturístico
de nuestros ecosistemas y el nivel de degradación del medio ambiente, son tomados
como excusa por algunas multinacionales, dentro de la nueva racionalidad
económica-ecológica, para obtener beneficios mediante la apropiación sistemática
de nuestros recursos naturales y del conocimiento tradicional de nuestras
comunidades, citando nuevamente a Enrique Leff:

“…De esta manera, la mercantilización de la naturaleza bajo la nueva geopolítica


económico-ecológica ahonda las diferencias entre países ricos y pobres bajo los
principios del desarrollo sostenible. La nueva globalidad justifica las ventajas
comparativas entre los países más industrializados y contaminantes y los países
pobres que revalorizan su capacidad para absorber los excesos de los países ricos
y ofrecen los recursos genéticos y ecoturísticos de sus reservas de biodiversidad.
Las diferencias entre países centrales y periféricos ya no sólo se da por el
pillaje y sobreexplotación visible de los recursos, sino que queda camuflado bajo
las nuevas funciones asignadas a la naturaleza en las estrategias de apropiación
de los bienes y servicios ambientales del planeta…”.

En este orden de ideas las luchas ambientales y la defensa del patrimonio


ecológico y cultural son a la vez utopía y triunfo de las comunidades autóctonas
y de campesinos directamente afectadas por el embate de los bioprospectores y toda
laya de investigadores enviados a nuestras selvas y campos por los gigantes de la
biotecnología, quienes a través de contratos leoninos, cuya traducción al idioma
local en ocasiones difiere del texto original en inglés haciendo muy difícil para
los representantes de las comunidades involucradas sobre cual es el alcance real
de sus obligaciones y cuales son la implicaciones legales de su alianza
contractual con estas empresas fagocitadoras de conocimientos tradicionales. Son
numerosos los ejemplos en América Latina sobre las propuestas de contratos de
bioprospección y proyectos de desarrollo sustentables basados en el capital
natural autóctono que sometidos a consideración de comunidades indígenas y
campesinas han chocado contra la resistencia y la conservación de la unidad
tradicional frente a la sumisión mercantil y en condiciones de desigualdad que en
muchas ocasiones ofrecen las empresa farmaceúticas transnacionales ( Toledo, 1998,
Hernández y Aguilar 2002.). Encontramos que en muchas ocasiones existen mejores y
mucho más sagaces negociadores dentro de las comunidades indígenas y campesinas de
nuestros países, con una perspectiva y percepción más amplia de los efectos
perversos de este nuevo tipo de intercambio comercial a diferencia de algunos
delegados de los gobiernos del tercer mundo, preparados en universidades de los
países desarrollados donde se ven sometidos a la lógica del saber poder
imperialista y a los designios de las políticas intelectuales y de pensamiento
estratégico, que como ya se sabe tienen una orientación pragmática en función de
los intereses de las naciones desarrolladas (Bordieu, Wacquant 1997). Esta
situación muchas veces les impide la concreción de una visión propia de nuestra
realidad y les sitúa en clara desventaja a la hora de definir estrategias y
principios de negociación que defiendan nuestros intereses económicos, políticos,
culturales sociales y comerciales, que a estas alturas están siendo objeto de
reevaluación por parte de los bien pagos cerebros de las multinacionales.

Sin embargo este megapoder generado dentro del seno de la OMC, que supera con
creces y anula la capacidad decisoria y la autonomía de muchos países no debe ser
visto como el nuevo Leviatán que es, sin considerar antes el potencial poder de
negociación que tienen muchos países del sur ricos en biodiversidad y recursos
naturales. La lucha entre lobos en materia comercial, cuyas dentelladas son
administradas por este máximo organismo internacional, debe ser orientada de
manera proactiva por los negociadores del tercer mundo. Debemos ser conscientes de
nuestra riqueza y de nuestras posibilidades en el mercado mundial de bienes y
servicios, especialmente los de tipo ambiental, cuyas utilidades obtenidas en el
libre mercado pueden ayudar al diseño e implementación de políticas de creación y
reactivación de sectores productivos dedicados a los bienes manufacturados donde
se tengan ventajas comparativas y al establecimiento de un mercado de servicios
basados en avances tecnológicos. No sobra decir que esta utopía (aquí podría
decir que casi se peca de excesivo optimismo) debe ser compartida en la medida de
lo posible por una mayoría de ciudadanos afectos a la discusión de los asuntos
públicos y debe enfrentar el fatalismo endémico que se ha perfilado como uno de
los rasgos de nuestras “identidades nacionales “.

Somos objeto de la nueva geoestrategia comercial, nuestros mercados pronto serán


invadidos de productos baratos, multifuncionales, asépticos y diseñados para
satisfacer nuestro manifiesto deseo de pequeños burgueses modernos de tener un
estilo de vida lo más parecido posible al mostrado por los programas de
entretenimiento de la televisión satelital y el cine de Hollywood. A cambio de
esto, es muy probable que vendamos a precios irrisorios o nos veamos obligados a
limitar el uso en aras del equilibrio ambiental mundial, de nuestros más preciados
recursos naturales y de la biodiversidad, que pronto entrarán a ser parte del
círculo vicioso del neoliberalismo ambiental. Es obvio que muchos se aprestan a
la lucha y que los guía una conciencia clara sobre los peligros que entraña el
megapoder absorbente del comercio internacional. Cabe preguntarse entonces cual es
el papel del Estado y de la sociedad civil en la reivindicación de nuestro
patrimonio dentro del nuevo orden global enmarcado por el libre comercio. Debemos
confiar en la sapiencia de nuestros tecnócratas formados en Harvard, el MIT o
Cambridge a espaldas de la realidad nacional y contaminados del nuevo paradigma
económico y comercial o debemos preparar una nueva generación de negociadores
plenamente concientes de nuestras limitaciones y posibilidades en el marco de un
acuerdo de integración, que logren unas condiciones ventajosas para el país y no
precipiten un nuevo esclavismo y colonialismo disfrazados bajo el ropaje de la
armonización de políticas económicas y sociales entre otros objetivos
estratégicos. La duda que surge entonces tiene que ver con el tiempo que nos queda
para asumir tan escalofriante reto.

BIBLIOGRAFIA CONSULTADA

Aguilar Grethel, Hernández Gabriela; “Memorias del diálogo de Tikal sobre


comercio, derechos de propiedad intelectual y recursos biológicos en Mesoamérica”
2002.

Bourdieu Pierre, Wacquant Louis; “Las Argucias de la Razón Imperialista Editorial


Paidos 1997.

Habermas Jurgen; “El Discurso Filosófico de la Modernidad”. Editorial Taurus.


Barcelona 1987.

Jonas Hans; “El Principio de Responsabilidad”, Editorial Herder. Barcelona 1995.


Leff Enrique; “Saber Ambiental”. Siglo XXI Editores México 1998.

Leff Enrique; “La Geopolítica de la Biodiversidad y el Desarrollo Sustentable:


economización del mundo, racionalidad ambiental y reapropiación social de la la
naturaleza.

Max –Neef Manfred; “La Economía Descalza”. Fundación Fica. Bogotá 1984.

Rifkin Jeremy; “El Siglo de la Biotecnología”. Editorial Crítica, Barcelona 1998.

Toledo Alejandro; “Economía de la Biodiversidad”. PNUD, México 1998.

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