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El Boeing tenía la salida de despegue a las


20 horas del aeropuerto Charles de Gaulle, en un mes de
invierno del 1977. Era una noche de lluvia y de
estrepitoso viento, según iban pasando los minutos, el
frío iba aumentando, era infernal la humedad que se
respiraba en París. Mis mandíbulas, labios y espalda
temblaban ante ese poderoso frío y viento que azotaba
mi cuerpo.
De pie esperábamos en fila, al lado de la
pista, los ciento cuarenta y algo de pasajeros que íbamos
al mismo destino, Johannesburgo, deseaba con
impaciencia que, pusieran pronto las escaleras para subir
al avión, y que acabara el viaje que tenía de duración
dieciséis horas. La suerte que yo tenia y creo que los
demás pasajeros también, es que era directo. París -
Johannesburgo. Un señor también impaciente, quizás
más que yo, portaba un maletín en su mano derecha, no
hacia más que mirar la esfera de su reloj de pulsera, y
movía la cabeza. Al final salió de la fila y se dirigió a
dos azafatas de vuelo que esperaban como los demás,
delante de la entrada del avión, que todavía permanecía
cerrada. Oí a este señor que les preguntaba - Porqué el
avión iba con retraso - Una de las azafatas le dijo - Que
estaba llenándose de combustible, y que pronto darían la
orden para subir.
Estuve esperando muerta de frío, y debajo
de la lluvia pequeña que no cesaba de caer, treinta y
cinco minutos, que fué el tiempo que tardaron en venir

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dos empleados, llevando las escaleras metálicas y
acercándolas a la puerta de embarque, que también la
habían abierto.

El asiento que yo tenía estaba junto a la ventanilla, en la


cola del Boeing.
Con los cinturones abrochados, volábamos sobre
París, fué una imagen maravillosa que guardo en mi
mente, y que me sirve muchas veces para recordarlo.
París, iluminado, desde arriba parecía un gran carrusel,
que se balanceaba de un lado a otro. Sentí en esos
instantes, nostalgia de, dejar la ciudad de la luz, hasta
tiempo indefinido, no sabía cuando sería mi regreso o,
nuestro regreso, pues, iba a quedarme con Émile, mi
esposo, que trabajaba desde hacia seis meses, en la
industria del hierro, sabía trabajar este metal.

En las alturas, cerca del cielo, también llovía, pero


desmesuradamente. Había una tormenta tropical. Los
rayos iluminaban el cielo, pareciéndose a flechas que
caían en todas direcciones. Los rayos acompañados de
los truenos junto a las nubes oscuras hacían explosiones
que parecía fuera a reventar el Boeing. Las alas, hacían
un sonido espantoso de hojalata, el mimbreo era
incesante. Nos íbamos balanceando de un lado a otro,
cómo si de una barca se tratara, en medio del océano.
No sé cómo se conduce un avión pero, daba la
impresión de que nos habíamos perdido y que estábamos
a la merced del viento a donde nos llevara, y también
pensaba que estábamos dentro de una nube de rojo
pasión por los rayos que las atravesaban. En mi vida no

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había pasado tanto miedo cómo esa noche de terror,
jamás había deseado algo tan fuerte cómo pisar tierra
firme y echarme a correr.

El rótulo, donde indicaba - abróchense los


cinturones - desde que se encendió, permanecía
iluminado. Yo miraba el cinturón que abrochaba mi
cintura, y la cinta ancha reposaba encima de mi regazo,
no me ajustaba, podía meter dentro mis dos manos, y
aplaudir. Tantas normas y demostraciones que hacia la
azafata en el momento del despegue, no servían para
nada, pensaba yo.

De lo que no me quejo es de la cena que nos sirvieron,


tarde, pero era buena y abundante, cuando la tormenta
había perdido fuerza, pero los rayos iban apareciendo
uno tras de otro, y los truenos también.

Más tarde emitieron una película de la actriz Sofía


Loren, el título no lo recuerdo, pero había una escena
donde iba un tren a gran velocidad, por un puente muy
alto, y descarrilaba, cayendo al vacío. La angustia que
me entró de ver esa escena fué grande, yo pensaba -
¡ Cómo se le han ocurrido poner esta película en una
noche cómo esta !.

En el momento de servir la cena y que la azafata me


diera la bandeja con la comida bien tapada y de rigurosa
limpieza, le pregunté para tranquilizarme - Si era normal
lo que estaba sucediendo fuera - Me tranquilizó con una

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sonrisa, y me dijo - Que era normal y que no tuviera
miedo.
A mi derecha tenía a un señor de aproximadamente unos
cincuenta años de edad, era alto y obeso, devoraba los
pequeños tapers de la bandeja, cómo si hiciese tres días
que no había comido. Me molestaba el ruido que hacía
al comer, pero sobretodo con la nariz, me daba la
impresión de que le faltaba oxigeno. Cuando tragó lo
que tenía en la boca se giró para mirarme y me dijo con
voz potente.

- Señora, es normal lo de esta tormenta, casi siempre


que se pasa por este punto, ocurre lo mismo.
- ¿ Viaja usted amenudo a Johannesburgo ? - Le
pregunté mientras que se llevaba el tenedor a la boca
con un trozo de carne.
- Asintió con la cabeza, y cuando tragó la carne me dijo
intercambiando miradas.
- Todos los meses vengo una vez, y estoy una semana, y
después represo a París, cuestión de trabajo.

No le pregunté nada más, porqué lo que deseaba


era terminar de comerse todos los pequeños tapers,
desde el entrante hasta el postre, que era un pastelito
bañado con ron. Sin darme cuenta me había quedado
dormida y cuando abrí los ojos, la película de Sofía
Loren había acabado, y dentro del avión había una luz
débil, para que los pasajeros pudiésemos descansar y
dormir. El vecino que tenía a mi derecha dormía con la
boca entreabierta, dejándose oír flojos ronquidos, intenté
dormir de nuevo, pero el sonido del ronquido de mi

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vecino no me dejó conciliar el sueño, y dormía dando
pequeños tumbos que podrían ser de diez a quince
minutos.

Miré en mi reloj de pulsera y vi que pronto serían las


seis y treinta minutos de la mañana. Después de la
tormenta había quedado un cielo limpio y lleno de
estrellas que se iban tapando con el sol que empezaba a
levantarse. Era maravillosamente bello, ver desde arriba
volando el sol salir por el horizonte, lo estuve
observando desde que empezó a aparecer con una rayita
arqueada de luz, no me quería perder el despertar que
tiene nuestro astro Rey. Tenía pegado a mi rostro los
cristales de la ventanilla, esperando con inquietud verlo
salir. Uno de mis deseos que yo había tenido era poder
ver una mañana levantarse el sol, en París era difícil
poder contemplar tanta y tanta belleza. Amigos que yo
tenía me habían hablado en alguna ocasión, que habían
pasado una noche en la montaña para ver el sol salir por
la mañana muy temprano, por ver el baile que hacia
hasta quedarse en el firmamento. Este baile del que ellos
me hablaron, ahora yo lo estaba viendo desde las alturas.
Fué estremecedor contemplar esa gran esfera dorada
rojiza cómo se movía bailando hasta quedarse en su
posición. En ese momento recordé, las bandadas de
pájaros que vuelan por el cielo y que van bailando los
machos tratando de conquistar a una hembra. Y la
hembra copula con el que mejor ha bailado.

A las ocho de la mañana sirvieron un buen


desayuno, que para mi era casi una comida, con la noche

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tan tormentosa que había pasado, tenía el estómago
escurrido, y me pedía llenarlo. El resto del trayecto para
llegar a Johannesburgo, transcurrió tranquilamente. A
las doce y treinta minutos el Boeing aterrizaba en el
aeropuerto de Johannesburgo.

Dentro del avión, media hora antes de aterrizar, sentí, en


mi pecho una sensación extraña, era como un vacío que
en esos instantes no supe catalogar. Esa reacción
desconocida, me daba a entender que algo oscuro había
escondido nada más bajara y me viera con Émile. Quise
quitarle protagonismo y me centré en mi, en cómo se me
daría al principio de estar viviendo en África del sur, sin
saber nada de inglés. Asocié ese vacío extraño al modo
que llevaría mi vida, tampoco sabía si Émile hablaba
bien el inglés, las pocas veces que me había escrito no
mencionaba nada del idioma. Una sola vez me llamó por
teléfono, pero yo lo notaba bastante distante de mi, en
ninguna ocasión me hizo referencia a que yo fuera, ni
tampoco me decía, que me echaba de menos. Le había
vencido los seis meses de contrato con los que fué, y
ahora había firmado otro, pero para dos años. La vez
que me llamó por teléfono, me lo dijo, yo le hice
entender que, dos años ya era mucho tiempo para que
estuviésemos separados, y que yo quería ir, por lo
menos para estar una temporada a su lado. Émile, no me
animó a que fuera, y alegó, que me iba a aburrir sola
todo el día en la casa y sin saber inglés.

Hacia siete años que estábamos casados, y no


habíamos tenido hijos, no fué por no ir a buscarlos,

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porque hicimos todo lo que se pudo. Ahora ya no nos
importaba a ninguno de los dos de no tenerlos, pues
Émile hacia poco que había cumplido treinta y nueve
años, y yo treinta y siete.

La punzada que sentí dentro del avión, me atrajo


muchos pensamientos oscuros. Llegué a pensar que
Émile tenia otra mujer con la que estaba haciendo su
vida, era por eso que él, no estaba de acuerdo a que yo
fuera. Después de pasar por la aduana, y siendo policías
muy estrictos, que me hicieron volcar encima de una
mesa, mis dos maletas, me registraron lo que había en el
bolso que llevaba colgado al hombro. Estaba de mal
humor, me dejaron los policías enfadada y contrariada,
de ver mis mejores vestidos de seda revueltos en un
montón encima de una mesa larga y de hierro. Después
de recoger la ropa y meterla lo mejor posible dentro de
las maletas. Me fui a la sala de espera hasta ver si
llegaba Émile, que él, también al igual que el Boeing
estaba con retraso.

Esperaba sentada en una silla negra de plástico, y


enfiladas con muchas más. Miré la hora que había en mi
reloj, y marcaba las doce cincuenta y cinco minutos. Me
fijé en dos policías que paseaban por donde habían más
pasajeros, cuidando de que todo estuviese bien, y el
orden fuera perfecto. Sus miradas las posaban en todas
las personas que allí nos movíamos de un lado a otro,
con maletas, bolsas y paquetes.

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Observé en los dos policías de raza blanca, el uniforme
tan singular que portaban. Pantalones cortos, por encima
de las rodillas, y camisa, con los galones del grado en
los hombros. El uniforme era color beig, y calzaban
sandalias de cuero con correillas. Los miraba distraída
en lo altos y robustos que eran, pero sin dejar de pensar
en Émile, tenía que haber estado allí, a mi llegada, esto
me tenía de mal humor, puesto que sabía perfectamente
que era la primera vez que yo iba a Johannesburgo, y
que apenas sabia nada de inglés. De todas maneras, la
dirección suya la llevaba escrita en uno de los sobres de
las cartas que me escribía, y lo guardaba a mano, dentro
de mi bolso, por si tuviera que recurrir por algún fallo
que tuviese.

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- ¿Madame Franklin ?.

Una voz masculina sonó a mi izquierda que me hizo


girar la cabeza. Yo miré extrañada al hombre que había
delante de mi, de aproximadamente treinta años de edad,
alto, y más bien delgado, con los cabellos castaños y
ondulados. Abrí los ojos sorprendida pues no era Émile,
a quién yo esperaba, y también porque se dirigió a mi en
un perfecto francés. Antes de que yo articulara una sola
palabra me dijo con una sonrisa.

- Émile, no ha podido venir, y me ha pedido que lo


hiciera yo.
- ¿ Cómo sabía usted que se trataba de mi ? - Le
pregunté con el entrecejo fruncido.
- ¡ Mire ! - Me dijo al mismo tiempo que sacaba del
bolsillo de su americana gris claro, una fotografía mía
que Émile guardaba y que llevaba en su cartera desde
hacía un año, que fué cuando me la hice. Yo no había
cambiado mucho, el corte de cabello que tenía en la
fotografía me reposaba en los hombros, y en la
actualidad tenia media melena, pero seguía siendo
castaño muy claro casi rubio, con una mecha que me
tapaba media frente. Podía lucir el escote con gracia, en
París, mis amigas me decían que tenía un cuello de
cisne, y silueta de princesa.

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- ¿ Porqué razón no ha podido venir mi marido ? - Le
pregunté. Más que una pregunta era una interrogación.
Él se sentó a mi derecha, posiblemente para darme toda
la información que yo le exigía.
- Debido a su trabajo, pero no se debe preocupar porque
aquí estoy yo para lo que haga falta - Respondió
amablemente.

Hizo un gesto para ponerse de pie y seguidamente me


dijo.

- Perdone señora Franklin si no me he presentado, todo


es debido a mi retraso, de no haber podido llegar antes.
Mi nombre es Hugo Barreau, pero me puede llamar
Hugo.
- El mío es Claire, ya debe saberlo ¿ no ? - Le dije con
poco ánimo, pero agradecida porque hubiese venido.

Cogió una maleta en cada mano, al levantarlas del suelo


hizo un gesto con la boca por lo que pesaban. Yo lo
miré, mientras que salíamos de la sala de espera y nos
dirigimos al parking grande y extenso donde habían, dos
filas de automóviles que habían aparcados bajo un techo
de cañas de bambú, el sol pegaba fuerte. Se paró en la
parte trasera de un mercedes negro de segunda mano,
introdujo las dos maletas en el interior del maletero, una
al lado de la otra.

- ¿ Ha tenido un buen viaje ? - Me preguntó saliendo del


parking, y tomando una carretera ancha a la derecha.

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- Francamente, no mucho, pues dentro del avión he
pasado mucho miedo.
- ¿ Que ha ocurrido ? - Preguntó echándome una mirada.
- Una tormenta tropical, que creí por momentos que allí
nadie nos íbamos a salvar.

- Sucede con frecuencia, pero no pasa nada. ¿ Es la


primera vez que sube en un avión ?.
- No. Pero de largo trayecto sí es, el primero.
- Cuando se acostumbre a hacerlo varias veces verá que
el miedo le desaparece - Dijo sin dejar de mirar a la
carretera ancha, con altas palmeras en los laterales.
Como hacía un día caluroso, las ventanas del mercedes
estaban bajadas, yo tenía medio fuera la cabeza para
respirar algún hilo de aire que pasara. Iba al mismo
tiempo pensando en todas las preguntas que tenía
preparadas a Hugo, pero no sabía por donde empezar,
mi intuición de mujer chocaba con Émile de que no
hubiese venido a recogerme al aeropuerto, también la
presencia de Hugo, algo interior me decía que las cosas
para mi, no iban a ir bien. No me creí lo que me contó,
de que Émile no había podido venir, porque tenía
trabajo. Hacía seis meses que no nos veíamos, y tendría
que ser lógico y normal de que hubiese sido él quien
estuviera esperándome. Otra vez la intuición o
pensamiento y sentimiento se apoderó de mi - Algo me
ocultan - pensé.

- Hugo - Le dije mirándolo de lado - ¿ De qué se


conocen usted y Émile ?.

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Antes de responderme, me echó una mirada que se
cruzó con la mía.
- Trabajamos en la misma empresa de siderurgia.
- ¿ Qué tiempo llevas en Johannesburgo ?.
- Va para dos años y medio. Yo trabajaba en la empresa
cuando Émile entró, nos caímos bien por ser franceses, y
somos buenos amigos.

Nos miramos detenidamente, yo observé su ceja


izquierda más arqueada que la derecha, bajo unos ojos
color miel, algo asustados por lo que pudiese
preguntarle de nuevo.
- ¿ Vives cerca de la empresa donde trabajas ?. Lo digo
por ser tu quien has venido a recogerme - Al terminar
esta frase rectifiqué - Perdone Hugo, por haberle tuteado
antes.
- No, prefiero que nos tuteemos, creo que será más
cómodo para los dos, puesto que yo también comparto
casa con Émile, es un dúplex, con mucho jardín y
árboles frutales - Dijo sin parar de mirarme para ver la
reacción mía.
- ¿ Cuanto tiempo hace que estais compartiendo casa ? -
Le dije con voz suave.
- Cuatro meses hizo el treinta de octubre. Émile cuando
llegó a Johannesburgo, la empresa le tenía preparada
una vivienda que era para criados, de solo una
habitación, una cocina pequeña, y ducha. Cuando
intimidamos más, propusimos de alquilar un dúplex.

Recordé en aquellos instantes que la primera carta que


recibí de Émile tenía otra dirección.

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- Hugo ¿ Estás casado ? - Le pregunté con algo de rabia
que él notó.
- No - Respondió con sequedad.
- ¿ Y novia tienes ?.
- No.
Me fijé en los pómulos de su cara y los tenía rojizos,
también los bajos de los párpados inferiores. En su
frente advertí, algunas gotas de sudor, y con todo el
conjunto delataba que no lo estaba pasando nada bien.
Reconocí que no era para ponerse sonrojado y con sudor
por unas simples preguntas que yo le estaba haciendo
sin importancia, y que era para conocernos más, y seguí
preguntando, que era lo que yo quería.
- ¿ No has encontrado a la mujer ideal ?.
- Todavía no - Dijo sin mirarme.
- ¿ Crees que puede llegar a tu vida una mujer que te
guste ?.

Esto fué lo que ya colmó el vaso. Hizo un movimiento


con la cabeza, y mirándome de lado me dijo enfadado y
con voz gruñona.
- ¿ Esto que es un interrogatorio ?.
- Perdona Hugo otra vez - Le dije medio riendo - No
quiero entrar en tu vida, lo único que busco es
conocernos mejor. Tu sabes cual es mi posición, y me
gustaría conocer la tuya.
- Yo siempre digo que las hembras, solo dais problemas-
Contestó como revancha.
- ¿ Entonces tu eres de los que piensan que el género
femenino no es bueno ? - Le respondí también con un
desquite.

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- No entremos ahora en toda esa clase de polémica,
puesto que acabamos de conocernos - Claire - No me
caes mal, pero por el bien de los tres es mejor que te
mantengas en tu lugar.
Pienso que hubiera sido mejor que me hubiese dado una
bofetada o, algo peor, porque descubrí al instante que se
trataba de una venganza. Mis presentimientos se estaban
cumpliendo, pero todavía era pronto para echar las
campanas al vuelo. La respuesta que me dio, me dolió
bastante.
- Hugo. ¿ Porqué te has molestado ?. Mi intención no
era de herirte, sino de que nos conociéramos mejor.
- ¿ Crees que estoy molesto ? - Dijo con más suavidad.
- Sí lo creo - Le dije convencida.
- ¿ No lo estarías tu si alguien al que ves por primera vez
te acosara de preguntas ?.

No respondí, me eché hacia atrás en el asiento dejando


reposar la cabeza, y cerré los ojos imaginándome el
momento en que viera a Émile, y que me contara, los
seis meses que hacía que estábamos separados. Todavía
no habíamos llegado a la casa y, ya me sentía yo como
una extraña, y lo que era peor, un estorbo. Creo que a
los diez o quince minutos abrí los ojos, y me di cuenta
que habíamos dejado la ancha carretera de palmeras, y
estábamos en otra la mitad más estrecha, pero muy
larga, parecía que terminara en el horizonte.

A la derecha todo eran de casas, de una planta y de dos,


con bellos y resplandecientes jardines rodeados de
verjas. A la izquierda, creo que había centenares de

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metros de campo y plantaciones de maíz. Hugo para
romper el hielo y porque me veía disfrutando del
paisaje, me dijo.
- La próxima calle a la derecha es donde vivimos.
- ¿ A qué hora termina Émile su trabajo ? - Le pregunté
más animada, con el cuerpo echado hacia delante y
mirando lo bonito que era aquella zona residencial. No
me había hecho la idea de que África fuera tan llena de
color y de encanto. Siempre nos habían mostrado en las
películas un África donde todo era selva, y unas
pequeñas viviendas hechas con cañas de bambú, leones
y serpientes.
- Émile acaba su trabajo a las cuatro de la tarde, pero
cuando te deje en casa, me tengo que ir para recogerlo y
traerlo aquí.
- ¿ Entonces, me quedaré yo sola hasta que vengáis ? -
Le dije mirándonos de frente.
- No. Está en la casa todo el día Yosi, que es la joven
nativa que la cuida, y nos hace la comida. También está
Salomón que también es nativo, y que nos cuida el
jardín, y los árboles frutales.
- ¿ Tenéis dos personas a vuestro servicio ? - Dije
extrañada.
- Si, el gobierno obliga a los blancos a que demos
trabajo a los nativos, y a que los aseguremos. Yosi te va
a gustar, es una chica amable, y responsable de su
trabajo. Al final del jardín hay una vivienda para el
servicio, es pequeña, sólo, para una o dos personas, pero
quien la ocupa es solo Yosi. Salomón termina su trabajo
a las cuatro de la tarde, que es cuando anochece, y se va,
hasta el día siguiente. El sábado a la tarde, hasta el

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domingo a la noche, tienen descanso los dos. Yosi, el
sábado a la tarde se va, creo que con sus padres y
hermanos en la pequeña casa que tiene algo lejos de
aquí. También me dijo un día, que tiene un hijo de tres
años, y que lo cuida su madre, y que la mitad de su
salario se lo entrega a ella, por cuidar de su hijo.

- ¿ Qué edad tiene Yosi ? - Le pregunté, pues la historia


que me estaba contando de ella, era la misma de
cualquier madre que tenía uno o dos hijos y los cuidaban
los padres mientras que ellas iban a trabajar.
- Creo que veinte años, eso fué lo que ella me dijo un
día que habló de su hijo y de su madre que lo cuidaba.
- ¿ Entonces fué madre a los diecisiete ?.
- Sí, y algunas aún antes, los hombres que se echan de
maridos, que no se, si lo son, cuando la mujer empieza a
tener hijos, la dejan y cogen otra que no los tenga. Es lo
que tengo entendido, ellos no quieren responsabilidades,
tampoco sé si estoy en lo cierto. Es la clase de vida que
los nativos tienen.
- También estos casos se ven en Francia y en otros
países. Al final, es la mujer quien saca a sus hijos
adelante - Dije moviendo la cabeza con nostalgia.
- Ya te irás poniendo al corriente de todo, según vayan
pasando los días.

El mercedes perdió velocidad porque estábamos


llegando a la casa. Mi corazón iba a cien por hora, pues
en aquellos mismos instantes me enfrentaba a una nueva
vida, que para mi era totalmente desconocida.

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Hugo paró el automóvil delante de una casa
algo antigua de dos pisos, con mucho jardín, y una verja
de hierro, mientras que yo iba descendiendo del coche,
Hugo claxonó para que alguien viniese. Me acerqué a la
verja, y miré a través de los barrotes de hierro la
vegetación que vivía en su interior, descubrí flores de
una gran belleza, y reconocí entre tantas que habían, a
las azucenas, de dos colores, amarillas y blancas, a los
gladiolos de dos colores, rojos y blancos, a los lirios
violeta, a las margaritas de dos colores, amarillas y
blancas, también espléndidas hortensias, rosas y azules.
Lo voy a dejar así, porque la infinidad de bellas flores
eran muchas. En medio de este bonito Edén, seguía un
camino cómo de un metro y algo de ancho que acababa
en el porche, donde habían tres escalones para subir, y
una mesa redonda de bambú, con dos sillones a su
alrededor de la misma caña.

La casa, de estructura estrecha, y dos ventanas con


cristales en cada piso, que mantenían abiertas. La
fachada de la vivienda estaba pintada en blanco, pero ya
gastada por el tiempo, y por la lluvia que en esa época
abundaban las tormentas, que eran sonadas, por lo
fuertes que se presentaban.
Hugo había llegado hasta la verja y dejó en
el suelo las dos maletas, y en esos instantes aparecieron
por cada lateral de la casa, Yosi y Salomón a paso
ligero.

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Yosi y Salomón llegaban. Hugo dirigiéndose a


Salomón, le dijo unas frases en inglés, que yo no acerté
a saber que era, pero rápidamente lo averigué cuando vi
que Salomón cogía las maletas y volvía a la casa por el
camino que conducía a ella.
Yosi esperaba a que Hugo le dijera lo que tenía que
hacer, ella me miraba y trataba de sonreír para ser
agradable. Estaba al corriente de mi llegada por la
manera de mirarme que tenía. A mi, me cayó graciosa,
con su pelo corto, hecho caracolillos, y su corte de cara
redonda y labios gruesos. Iba vestida con uniforme azul
y delantal que ella trataba de colocar bien.

Hugo, le dijo también unas frases en inglés, y Yosi me


miró y me dijo.

- Milady - Al mismo tiempo que inclinaba la cabeza en


señal de saludo.

Yo le sonreí contestando su saludo.


Caminábamos los tres por la vereda, siendo Yosi quien
venía detrás nuestro, parándose cuando yo lo hacía, para
mirar las flores detenidamente. Mi mente estaba puesta
en tanta belleza que yo imaginaba me miraban, y que si
para mi eran importante esa gran cantidad de flores,
también yo lo era para ellas. Advertí, un gran árbol a la
derecha que daba mucha sombra, el tronco debería de
hacer aproximadamente un metro de ancho, y la altura

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no la pude calcular, pues parecía que tocara el cielo. De
su tronco salían gruesas ramas en abundancia, y las
hojas eran grandes y ovaladas.
Oí a mi izquierda la voz de Hugo diciéndome.

- Claire, ya tendrás tiempo de descubrir todas las


maravillas, que hay pero ahora es mejor que entres en
casa, y tomes una ducha porque seguro que la estás
pidiendo a gritos.
Me volví para mirarlo.

- Hugo, es cierto de que quiero ponerme al corriente de


todo, y que lo quisiera hacer ya, pero hay mucho tiempo
por delante. Es verdad que estoy cansada, dile a Yosi
que vaya preparando un baño.

Hugo le dio órdenes a Yosi de lo que tenía que hacer, y


ella nos adelantó y vi cómo entraban en la casa.

El salón - comedor era bastante grande, y amueblado


con lo imprescindible. Un sofá, dos sillones, y en los dos
laterales de los tres muebles habían dos mesas pequeñas
y redondas de madera color caoba que servían para
depositar vasos de aperitivo, y también tazas de té.

El centro del comedor lo ocupaba una mesa larga en


color caoba brillante, y a su alrededor seis sillas
haciendo conjunto. La pared más ancha la adornaba un
mueble bar, cómo de dos metros de largo, con una
estantería de madera llena de botellas de aperitivo y de

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licor. En la estantería que había más abajo, se podían ver
bien colocados vasos anchos, y otros largos y estrechos.

Las paredes las habían pintado en blanco, pero años


atrás, pues estaban gastadas y descoloridas. Hugo iba a
mi lado siguiéndome, pero sin mostrarme nada, esperaba
a que yo lo fuera descubriendo todo. Había una puerta a
la derecha que estaba entornada, puse la mano y con un
pequeño esfuerzo, la abrí. Descubrí, un dormitorio con
una cama de matrimonio, una colcha fina a flores, la
cubría con los ribetes por debajo de la almohada bien
metidos y colocados cuidadosamente. Dos muebles
percha habían junto a la pared, una silla de madera
corriente, en medio, y a la derecha un armario de dos
puertas, y un espejo en el centro. Me acerqué a la
ventana sin persianas, y miré al exterior, desde allí se
podía disfrutar del jardín floreado.

Salimos del dormitorio sin hacer ningún comentario,


pero reconozco que la sangre yo la tenía algo revuelta.
Miré a Hugo, pero seguía pasivo, cómo si con él no
fuese nada. Recuerdo que cogió el pomo de la puerta y
la cerró de un golpe. Ese detalle suyo lo vi muy
personal. Yo deseaba que llegara la tarde para hablar
con Émile, deseaba con todas mis fuerzas verlo, para ver
que historia me contaba, aunque reconozco que Hugo
me caía bien, era un hombre correcto y atento, pero algo
quisquilloso cuando le hacia una pregunta personal.

A la izquierda había otra puerta que estaba abierta y que


entraba mucha luz del día, el sol se filtraba dentro. Entré

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y descubrí que se trataba de la cocina, era ancha y
grande. Había una mesa cuadrada cómo de un metro, y
cuatro sillas de madera en los huecos. La cocina para
guisar era de butano y de dos fuegos. Un armario rústico
cubría una de las paredes. Había otra puerta con las
iniciales W.C. No la abrí porque sabía de qué se trataba.
Volvimos de nuevo a la cocina, pues quería
descubrir lo que había detrás de la puerta de otra salida.
Descubrí otro Edén de árboles frutales. Me acerqué,
seguida de Hugo, que sólo oía de él sus pisadas, y a
veces su respiración.

Me acerqué al primer árbol que había más cerca, miré al


suelo y vi que habían caído frutos de este árbol y que las
hormigas se estaban dando un buen festín, eran
centenares las que habían comiendo de ese fruto que yo
desconocía. Miré a Hugo y le pregunté, siguiendo el
nacimiento del árbol con la mirada desde donde
empezaba la raíz hasta la copa.

- Hugo, ¿ Qué fruto es este?.


- Mangos, a Francia todavía no ha llegado esta fruta,
pero el día que se conozca gustará mucho.
- Está el árbol cargado - Dije asomándome por entre las
ramas.
- El árbol continuo también da mangos, son árboles que
hace que están plantados, quizás más de cien años.
- ¡ Tantos ! - Dije extrañada.
- ¡ Mira los otros dos árboles que hay más lejos !.
- ¿ Que fruta es ? - Le pregunté.
- Este fruto lo conocemos es, aguacates.

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En el suelo donde los dos árboles se mantenían, estaba
repletos de aguacates que caían, y que las hormigas
estaban dando buena cuenta del fruto.

- En Francia hay que pagar un precio alto - Dije - Y sin


embargo aquí se caen de los árboles y se los comen las
hormigas.
Hugo me señaló con la mano - Mira Claire allí más
adelante hay un platanero, los plátanos que da son
pequeños, pero al comerlos parece que sea miel de lo
dulces que son y del sabor tan bueno que tienen.
Yo miraba los platanitos diminutos cómo mi dedo
índice, de largo y de grueso, no se podía comparar con
la banana que nos llegaba de la Martinique, por el
tamaño, pero seguro que estos platanitos eran más
buenos y sabrosos.

Me parecía estar soñando en un Edén repleto de cosas


buenas que Dios nos puso en la tierra para nuestro
alimento.

- ¡ Claire ! - Oí a Hugo que me llamaba. Me acerqué al


árbol donde estaba parado y me dijo.
- ¿ Conoces esta fruta ?.
- Claro que si - Respondí - Son granadas - Miré un poco
más adelante y comprobé que había un segundo árbol de
este fruto.

Oí que me dijo en broma - Coge esto - Vi una pelota


redonda y de color naranja que Hugo me había lanzado,

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cuando la paré con las manos descubrí que se trataba de
una naranja.

- ¿ También hay naranjas ?.


- Y limones, y almendras, y una higuera que da unos
higos dulces como el almíbar.
- Repuso bromeando -¿ Qué ha pasado con tu baño, ya
no te acuerdas ? Estará la pobre Yosi esperándote para
enseñarte donde están las cosas. Claire ahora tengo que
irme, pues en una hora, Émile termina su día laboral y lo
tengo que recoger, así hemos quedado. Yosi, se
encargará de enseñarte el resto de la casa.

Asentí sonriendo, pero no me encontraba bien dentro de


mi. Deseaba que llegara el momento para ver la cara de
Émile, con Hugo delante. Solo pensarlo me causaba
angustia y ganas de gritar contra mi misma por obligar a
Émile que yo fuera a Johannesburgo. En las tres cartas
que recibí de él, en seis meses, no me hablaba de Hugo.
Era tan poco lo que decía en una carta que no le daba
tiempo a contarme nada de África, lo poco que me
decía, veía yo claramente que era forzado, era por eso
que pensé que tendría que conocer a una mujer que le
gustase más que yo, y que quizás estaría viviendo con
ella.

Oí cerrar la verja, y un minuto después, el motor del


mercedes arrancar y alejarse.

Rodeé la casa y me encontré con Yosi que me iba


buscando y me dio a entender que el baño estaba en la

23
planta de arriba. Con la mano me hizo una señal para
que la siguiera. Entré por la puerta principal detrás de
Yosi. En el salón - comedor habían unas escaleras que
conducían al piso de arriba, las fui subiendo. Habían tres
puertas y la del medio era el cuarto de baño, la puerta
estaba abierta, entré siguiendo a Yosi que me enseñó
una toalla blanca de baño que acababa de colgar en una
percha que había a una altura de la pared. Me mostró
una esponja nueva a estrenar, champú y gel que había en
una repisa a mano de la bañera.

Yo la miraba sonriente y agradecida. Yosi salió del


lugar de aseo, cerrando la puerta dando un golpe. Estuve
metida dentro de la bañera veinte minutos, me sentía
más relajada, y el apetito se me había abierto. Con la
toalla atada por un nudo por encima del pecho salí del
cuarto de baño con los cabellos mojados buscando mis
maletas, necesitaba ponerme ropa limpia. Abrí la puerta
que había a la derecha y descubrí que se trataba de un
dormitorio con dos camas, las separaba una mesita de
noche adornada con una pequeña lámpara eléctrica, y al
lado bien colocado había un libro. Me incliné para leer
el título que estaba en francés. Les enfants du sable.
Seguía buscando mis maletas sin resultado alguno, y salí
del dormitorio de invitados, y fui a la tercera puerta que
estaba cerrada, pero con sólo coger el pomo y girar a la
izquierda, se abrió. Vi mis dos maletas encima de una
cama para una persona. Enfrente había una ventana que
daba al jardín, me asomé y vi que me estaba observando
Salomón con una sonrisa entreabierta, pero sin picardía
y mirada inocente. Me fui de la ventana y abrí las dos

24
maletas. En una guardaba ropa ligera de llevar, y en la
otra ropa más gruesa por si hiciese frío. Busqué un
vestido gris con flores pequeñas en rojo. Era sin mangas,
con un escote largo que llegaba hasta el canalillo, la
parte de la falda era en capa pero ligeramente
acampanada.

Según iba metiendo el vestido y ajustándolo bien a mi


cuerpo, observé sorprendida, que en el dormitorio donde
yo estaba era para invitados, esas eran las órdenes que
Salomón había recibido, de dejar las maletas en un
dormitorio de invitados, que por lo visto estaba
frecuentada amenudo. El dormitorio que a mi me habían
colocado, era sencillo, cómo el otro donde habían dos
camas.
Extraje de una de las maletas mi neceser, y unos
zapatos, blancos de correillas, de medio tacón, que iban
cerrados con una hebilla.

Vestida y calzada entré en el cuarto de baño con el


neceser, necesitaba arreglar algo mi rostro para cuando
Émile llegara, me encontrara bien, aunque el mal humor
en mi iba aumentando cada minuto que pasaba. No
podía comprender cómo pudieron llevarme a un
dormitorio de invitados ¿ Quizás no era yo la esposa de
Émile ? ¿ Qué clase de maraña se estaba tramando tras
de mis espaldas ?.

Miré mi reloj de pulsera y comprobé que eran las


dieciséis horas diez minutos. Pensé que vendrían de
regreso Émile y Hugo. Mi estado de nerviosismo iba

25
aumentando cada vez más, en mi estómago había un
hueco que yo lo asignaba a dos cosas. Hambre e
inquietud, sentía unos deseos locos de poder hablar con
Émile para ver que me decía, necesitaba que ese
entendido o mal entendido acabara pronto.

Bajé las escaleras, y me vino un aroma de un guisado de


carne, vi a Yosi en la cocina delante de los fogones,
removiendo en una cazuela comida con una cuchara de
madera. Advirtió mi presencia y se dio la vuelta, ella
asintió sonriendo mientras que me miraba de la cabeza a
los pies. Al parecer le gustaba el color de mis ojos grises
con el vestido que me había puesto. Se dirigió a mi en
inglés unas cortas frases que yo no entendí.
Yo levanté los hombros en actitud de no entender lo que
me había querido decir. Yosi fué hasta el mueble cocina
y señaló una bandeja de plata, donde había dentro una
tetera, una lechera pequeña y un azucarero, también de
plata - Oui - le dije en francés - Seguidamente rectifiqué
y le dije - Yes. Las dos reímos, me dio a entender que
esperara en el porche diez minutos, que era el tiempo
que tardaba en hacerse el té.

Salí al jardín, y miré algunas flores que se preparaban


para dormir, pues a las cinco de la tarde se hacía de
noche. Sentí nostalgia por esas flores, que fuera al
intemperie, hiciera frío o viento, allí estaban tan
delicadas y bellas. Quise entrar dentro de su savia para
sentir lo que ellas sentían cuando dormían en la noche, y
cuando se despertaban con el sol. Siempre me he sentido
atraída por la naturaleza, es mi parte débil o fuerte,

26
todavía no lo he descubierto, pero aunque ridículo
parezca, una lágrima me ha caído mirando las flores, y
los gorriones posados en un árbol. Siento mucha ternura
por todo lo bello que la naturaleza nos ha dado.
- Milady - Oí la voz de Yosi que acababa de depositar la
bandeja de plata sobre la mesa del porche. Ella entró de
nuevo en la cocina. Mis ojos se alegraron al ver en un
platito de postre, dos variantes de galletas bien
colocadas en fila. Me serví té en una taza de porcelana
blanca, y puse una nube de leche con dos azucarillos.
Cogí asiento en uno de los sillones de bambú, de cara al
jardín, mientras saboreaba el delicioso té, mi vista
recorrió el cielo de vetas rojizas que había dejado el sol,
y pensé - Mañana hará viento.

El té estaba delicioso y me puse una segunda taza, que


iba saboreando despacio. Sin que me diera cuenta se
había hecho de noche, y los grillos se dejaron oír, y
seguramente también algún roedor que se oía por entre
la hierba corretear.

Yosi vino a llevarse la bandeja y a encender la luz del


porche. Miré en la esfera de mi reloj y marcaba las
diecisiete horas cincuenta minutos. Émile y Hugo,
tendrían que haber llegado ya, para mis cálculos según
Hugo me dijo que tardarían una hora en llegar.
Desconocía cómo debería de ser Johannesburgo en la
circulación a la salida del trabajo, y seguí esperando
inocentemente sentada mirando el cielo cubierto de
estrellas.

27
Había hecho un largo viaje de dieciséis horas para estar
al lado de Émile. Siempre me había jurado amor eterno,
y que estaríamos juntos hasta el final de nuestras vidas,
incluso en el más allá nos encontraríamos. Esto me lo
había repetido muchas veces en los siete años de
matrimonio que llevábamos. Ahora me pesaba de haber
venido a Johannesburgo, no hice bien de querer saber
cómo era su vida ¿ O quizás sí ? Desde que se había ido
hizo un cambio bastante grande. Cuando estábamos en
París, era conmigo atento y romántico, no se olvidaba de
el día que nos conocimos, ni el de mi cumpleaños, y aún
menos de la fecha que nos casamos. Para cada día me
traía un regalo para recordarlo. También lo era yo con
él. Éramos felices, y para vivir no nos faltaba. Todo fué
el venirse a Johannesburgo por razones de querer darme
más de lo que podía, era obsesión lo que tenía conmigo
de verme en un chalet viviendo confortablemente.
Decía, que yo, merecía lo mejor. Fue por mediación de
una agencia de trabajo, que le ofrecieron de trabajar en
África, en lo mismo que trabajaba en París, en la
siderurgia, ganando el doble. Después de estar los dos
bastantes días pensándolo, llegamos a la conclusión de
que se viniera, sólo era para seis meses. Ya con este
dinero que ganara tendríamos para la entrada de un
chalet. Esos fueron nuestros planes. Yo me quedé
trabajando en el oficio que siempre tuve dependienta de
librería, en la Internacional.
Me desmoroné mucho a la primera carta que me envió,
pasado casi dos meses de su llegada a Johannesburgo,
me decía que él, estaba bien, y me hablaba un poco de
su trabajo, sobre mi, no se preocupaba, apenas

28
mencionaba nada, como si no le importara o, no me
conociera.
¿ Qué hacía yo sentada a las ocho de la noche en el
porche y sola ?. Yosi había venido para preguntarme, si
quería cenar - Le dije - Que esperaría a mi marido, y a
su amigo. Ella, señaló con su dedo índice la hora que era
en su reloj, y haciéndome una señal con la mano pegada
en su sien, me dio a entender que se iba a dormir,
porque al siguiente día se tenía que levantar pronto.
Cuando Yosi se fué a dormir a la casita que había detrás
del jardín, yo fui a la cocina y me puse en un plato, un
poco de estofado que Yosi había hecho para la cena. Lo
fui a comer a la mesa del comedor, y cogí del frigorífico
una cerveza de lata, conecté el televisor, y mientras
comía me reía de una comedia que hacían, no era
necesario saber inglés para entenderla, porque los
mimos eran más que las palabras.
De súbito me venía a la mente, que Émile no había
venido, y paraba de reír pensando en los momentos tan
tristes que estaba pasando, pero es que yo tengo fácil la
risa, y cuando me da, por algo gracioso que he visto o,
he oído, no hay quien me pare.
Fui comiendo el estofado de carne despacio y sin gana.
Estaba buenísimo y un poco picante, pero con la cerveza
apenas lo notaba.

La comedia que daban en la televisión había acabado, y


después de unos minutos de publicidad, pusieron un
documental de cómo capturaban los cocodrilos para
hacer bolsos, zapatos y más cosas. Yo me descentré en
este documental de ver capturar a un animal tan grande,

29
esperando a que saliera del agua, y la lucha tan feroz
que había entre dos hombres y el cocodrilo, y sólo
utilizaban la piel de su vientre, todo lo demás no servía.
Miré mi reloj, y vi que marcaba las diez de la noche. Me
puse en pie y fui a apagar la televisión. Recogí el plato
vacío y la lata de cerveza también vacía, y lo dejé a un
lado del fregadero.
Fui apagando las luces según iba subiendo al piso de
arriba. Entré en el cuarto de baño y me estuve lavando
los dientes. Las maletas aún seguían encima de la cama.
Advertí dos mosquitos que se habían filtrado por la
ventana, me di cuenta de que había una mosquitera, de
una tela metálica fina, tiré de la correilla y bajó.

Las maletas, no sabía que hacer con ellas, si vaciarlas o


dejarlas como estaban, hasta ver que pasaba. Hasta que
no hablara con Émile no sabía nada. Pero de esto estaba
segura, que no habían venido por no saber cómo afrontar
mi persona y la de Hugo. Tal cómo yo conocía a Émile,
lo debería estar pasando muy mal - ¿ Tanto le importa
Hugo ? - Pensaba yo.
Extraje un camisón de dormir de raso color marfil, y me
lo puse, dejando sobre una silla el vestido gris a
florecitas rojas. A un lado del interior de la maleta,
encontré un libro que puse. La biografía de Lucrecia
Borgia, autora Françoise Sagan. Cogí el libro y lo dejé
encima de la cama. Las maletas las había puesto en el
suelo, una encima de la otra.
Sin pensar en nada más, me metí en la cama dispuesta a
leerme todo el libro, pero no me di cuenta, y me quedé
dormida con el libro abierto entre las manos. La noche

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anterior en el avión no había dormido, y estaba cansada.
Me hizo bien de dormir pues lo necesitaba.

La luz del día entró por la ventana, y en mis ojos se


reflejó, y los abrí. Miré mi reloj y marcaba las seis de la
mañana. A las seis había un sol espléndido. En esa parte
de África el sol se va a dormir antes, y se despierta
también antes que en otros lugares de la tierra.

El libro lo tenía abierto encima del pecho, lo cogí y lo


cerré, y lo dejé a un lado de la mesita de noche, y al
mismo tiempo apagué la lamparilla, que había estado
toda la noche encendida.
A mi mente, vino rápidamente Émile, no sabía si había
venido a dormir. Me puse en pie y cogí de la silla un
salto de cama que había dejado la noche anterior, y que
hacía juego con el camisón. Metí los pies en las chanclas
y fui directamente al cuarto de baño. No había señales
de que alguien hubiese ido, todo estaba igual que yo lo
dejé la noche anterior. Me puse agua fresca en la cara, y
peiné mis cabellos.
Quería lo más pronto posible abrir la caja de Pandora,
pues me esperaban cosas desagradables, y las quería
descubrir cuanto antes mejor. El miedo se me había ido,
y sólo quería saber la verdad de todo.
Iba con cuidado para no hacer ruido, pues dentro de la
casa había un silencio absoluto. Abrí despacio la puerta
del dormitorio que había al otro lado del cuarto de baño,
y fui introduciendo la cabeza poco a poco, y miré si
había alguien acostado. Abrí la puerta de par en par al
comprobar que las camas seguían hechas, y nada había

31
sido tocado, cerré la puerta, y me dispuse a bajar las
escaleras. Iba por la mitad, y de pronto llevé mi vista
hasta el fondo, y en el salón, me estaba esperando de pie
Émile, en pijama rojo pasión, y encima un batín del
mismo color, abierto. Nuestras miradas se encontraron
con aire de desafío, él se mantenía serio y quieto. Había
engordado quizás tres kilos.

Mi vista se dirigió a la puerta del dormitorio de


matrimonio que estaba abierta por una rendija, y entre
ese hueco vi claramente el rostro de Hugo que
observaba lo que haríamos Émile y yo al encontrarnos.
Émile no se había movido de su lugar, y simulando una
sonrisa esperaba a que yo llegara a él. Comprendí, que
estaba vigilado por Hugo, y que algún gesto que hiciese
conmigo fuera de lo normal sería motivo de disputa
entre ellos dos. Jamás me sentí tan humillada cómo en
esos instantes, yo que había tenido el amor absoluto de
Émile, ahora no era así, y aún más humillada me sentía,
que se hubiera olvidado de mi, por el amor de un
hombre. En aquellos momentos tenía claro que se
trataba de eso. No quise echar más leña al fuego y me
acerqué a Émile con cautela, dejaría primero que fuese
él quien me saludara, después, vería lo que haría.
Yo, me mantenía seria y algo distante, creo que igual
que él, al mirarnos cara a cara, él se acercó y me dio dos
besos en cada mejilla, igual que se hace con una amiga.
Su mirada era lánguida y fría.

- ¿ Cómo estás ? - Me preguntó con medio metro de


distancia entre él y yo.

32
No le iba a mentir, era ridículo que lo hiciera, viviendo
esa situación tan desastrosa y denigrante. Una mujer no
puede estar bien cuando sabe que su marido la está
engañando.

- Ya puedes ver cómo estoy, mal - Dije al mismo tiempo


que miraba la rendija del dormitorio. Hugo se echó
hacia atrás para no ser visto.

- Anoche era bastante tarde cuando regresamos Hugo y


yo, para ir a saludarte, aunque vi que había luz en el
dormitorio, no te quise molestar - Dijo tranquilamente
cómo si de una desconocida se tratara.
- Ya, te entiendo, pero no encuentro que sea elocuente lo
que me dices, puesto que han sido muchas veces las que
me has despertado cuando lo necesitabas - Dije soltando
una lágrima.

- Perdona que ayer no fuera al aeropuerto, tenía mucho


trabajo pendiente, y cómo era viernes, lo tenía que dejar
acabado - Dijo con soltura y despreocupación - Repuso -
¿ Que te ha parecido Hugo ?.

Afirmé y después contesté.


- Me ha parecido un buen chico.
Émile se quedó unos instantes observándome. Me
hubiera gustado saber en ese momento que era lo que
pensaba de mi. Se cruzó el batín haciéndose un nudo, se
dirigió a la cocina, y yo lo seguí, allí estábamos fuera de
la mirada de Hugo. Yo quería hablar con Émile más en
privado. Abrió la puerta trasera de la casa, miró la hora

33
que era en el reloj cuadrado que había colgado en la
pared de la cocina, y marcaba las seis cincuenta
minutos, y mencionó.

- Yosi vendrá pronto ¿ Te apetece una taza de té ?.

Yo me quedé en la puerta trasera mirando los árboles de


mangos que había enfrente, me volví y le pregunté.
- ¿ No tienes café ?.
- El que hay en Johannesburgo es malo y sin sabor, aún
peor que el que hay en París. Aquí el té es una bebida
por excelencia, y naturalmente es bueno - Repuso -
¿ Que te ha parecido Yosi ?.
- Una chica maja, la encuentro interesante.

Émile había cogido de uno de los cajones del armario de


la cocina una tetera grande de aluminio para calentar
agua, se disponía a abrir el grifo cuando irrumpió con
paso largo Hugo. Primeramente miró la distancia que
separaba entre Émile y yo - Dijo - Buenos días Claire.

- Buenos días Hugo - Respondí.

Lo miré con atención, pues me chocó verle el pómulo


izquierdo algo hinchado, y de ahí al párpado inferior
morado ligeramente. Miré a Émile con el ceño fruncido
al mismo tiempo que movía la cabeza. Él se percató, y
sin mirarme hizo un sonido con la garganta cómo si
tuviera carraspera. En esos instantes, entró el la cocina
Yosi, dio los buenos días mirándonos a los tres. Émile y
Hugo le respondieron, yo le sonreí. Émile dijo algo en

34
inglés, que dos minutos más tarde comprendí que era.
Nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina, y Yosi
nos sirvió el té. En un plato largo puso bien colocadas
rebanadas de pan de molde, mantequilla en otro más
pequeño, mermelada de melocotón, y queso en lonchas
en otro plato.

Émile y Hugo, era evidente de que habían mantenido


una disputa, y por lo visto, violenta, pues Émile tendría
que estar bastante encendido para que le diera ese golpe,
y supongo que había sido a causa mía. Por lo que yo
había advertido de Hugo, al estar espiándonos por entre
la rendija de la puerta, daba a una persona celosa y
desconfiada.

En los años que hacia que Émile y yo, estábamos


casados, discutimos bastantes veces, pero nunca me
levantó la mano, ni se puso agresivo. Lo de ellos tenia
que haber sido muy fuerte para qué Émile le agrediera.
Fuera lo que fuese, Hugo, me causaba pena. Es ridículo
que diga eso, pero es la realidad. Lo veía un hombre
tierno y tranquilo, aunque algo quisquilloso, no
aguantaba mucho una broma por muy pequeña que
fuera.
Aunque extraño me pareciera, estábamos los tres
formando una familia, y necesitaba saber que era lo que
había ocurrido entre ellos dos, me preocupaba la
situación que estaban viviendo, incluso más que la mía
porqué me di cuenta que no tenía salvación mi
matrimonio, no iba yo a pasar por un menaje a trois, y
creo que Hugo tampoco. Puedo asegurar que cuando me

35
percaté de lo que estaba sucediendo, el amor que yo
había sentido por Émile, había desaparecido, y esa es la
verdad, y pensé, que no volvería a creer más, en ningún
hombre, la venda que tenía en los ojos cayó.

- ¿ Hugo, que te ha ocurrido en el ojo ? - Le pregunté,


con los brazos cruzados encima de la mesa.

Hugo, con una rebanada de pan en la mano untada de


mantequilla y mermelada, miró a Émile, y con un
ademán de desprecio dijo.

- Me lo ha hecho este.
- ¿ De qué manera ? - Le interrogué.
- Pregúntaselo a él, tiene la mano muy larga, cuando le
digo algo que no le interesa - Dijo mirándolo de reojo.

Émile tenia la taza de té en la mano derecha. Bebió un


sorbo, y seguidamente lo acabó, y dejó la taza dentro del
platillo, cómo si con él no fuera, cogió una rebanada de
pan, le puso mermelada y una loncha de queso, se lo
llevó a la boca y comió despacio, sin ganas. Lo vi
distraído y ausente, le debía parecer extraño y poco real,
que yo estuviese desayunando con ellos dos. Yo por
parte mía también pensaba lo mismo, que estuviéramos
los tres en Johannesburgo viviendo una situación
enojosa y bastante extraña. Tampoco creí culpable a
Hugo, por haberme robado a Émile, no vi de que fuera
una traición por parte de él, pues sinó hubiera sido
Hugo, lo hubiese hecho otro. Todo estaba en lo que

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sentía Émile hacia su propio sexo, y no creo que Hugo
le obligara a nada.

Émile me miró de frente, y tragando el bocado que tenía


en la boca me preguntó sin más preámbulos.

- ¿ Cuanto tiempo piensas quedarte aquí ?.

La pregunta la acogí cómo si me hubiera


dado un mazazo en la cabeza. Tenia los codos apoyados
encima de la mesa, y las manos cruzadas sosteniendo la
barbilla. Yo lo miraba recordando otros tiempos, en los
que me decía, que yo era su único amor, y prefería irse
él antes que yo, el día que muriésemos, puesto que sin
mi, no sabia que hacer de su vida. Y me repetía con
bastante frecuencia - ¡ Yo antes que tu !.

Émile me miraba esperando mi respuesta, yo ni corta ni


perezosa le cuestioné.

- ¿ Tu, antes que yo ?.

Émile parpadeo varias veces seguidas, cómo si fuera un


tic lo que tenia. La verdad es que se enervó y enrojeció.
Hugo, había oído lo que le dije a Émile pero no entendía
que era. Levantó la cara de la taza de té, y nos miró con
picardía, pensó que le había hablado en clave para que
él no nos entendiera. La verdad, es que si, pero esto era
ya agua pasada, sólo le quise hacer un pequeño
recordatorio.

37
Me di cuenta que Hugo era celoso, muy celoso, incluso
los celos lo consumían, y no era consciente de ello. Nos
miraba esperando un gesto o, movimiento de Émile o
mío, para llorar seguramente o, decir - ¡ Ya está !
Vosotros dos tenéis algo, os entendéis.
Le contesté a su pregunta.

- Émile llegué ayer de París, no conozco nada de


Johannesburgo, me gusta esta casa, y todo lo que hay a
su alrededor. Ya sabes a lo que me refiero.
- No - Me respondió con un tono de distanciamiento.
- El jardín - Le dije sonriendo - Los árboles frutales, este
clima tan maravilloso, en París, nada de esto tenemos,
nunca he podido disfrutar de un Edén tan espléndido.
Yo, no seré causa de disputa entre Hugo y tu.

Émile respiró profundamente dejando escapar un suspiro


de agotamiento, y de paciencia.
- ¿ De qué vas a vivir ? - Me preguntó Hugo con enojo -
No sabes hablar inglés.

Me sobresalté al ver a Émile que cogía a Hugo por el


hombro, muy enfadado, y le dijo mirándolo de frente.

¡ No te metas en nuestros asuntos, ya te lo dejé dicho


anoche bastante claro !.

No conocía yo a Émile, jamás lo había visto tan


violento, era cómo si su carácter le hubiese cambiado en
los seis meses que estuvo separado de mi. Lo miré con
crudeza, y soltó a Hugo, que en sus manos, parecía una

38
varita de mimbre. Hugo se levantó de la mesa, y la
servilleta que tenía en la mano derecha, la tiró con rabia
encima de la mesa, y cuando iba a salir de la cocina, se
giró y le recalcó a Émile.

- Te dije, que le dijeras cuando la llamaste por teléfono,


que no viniera aquí. Esta es nuestra casa, hemos
comprado los muebles entre los dos, y todos los gastos
corren a cuenta de los dos. Los dos también
compartimos la cama, y todo lo que es de uno es del
otro. ¿ Porqué me tuve yo que enamorar de un hombre
casado ?.

Hugo salió al jardín, dio algunos pasos sin saber que


hacer. Vi que lloraba, y que se secaba las lágrimas con
el puño. Pasados diez minutos fué a sentarse en uno de
los sillones que habían en el porche, y se quedó mirando
el paisaje.
Émile, me miraba con los brazos cruzados y serio, como
si yo hubiese tenido la culpa de la disputa. En aquellos
instantes quería más que nunca, quedarme en la casa, el
dormitorio que me habían designado, me gustaba, era
acogedor. Además tenía la intención de ir a una
academia para aprender inglés.
Le hice un gesto a Émile levantando los hombros, al
mismo tiempo que hacía una mueca con la boca.

- Claire, ¿ Porqué has venido ? - Me preguntó - Estoy


seguro de que estabas al corriente de mi relación con
Hugo.

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- Te voy a responder a la primera pregunta - Le dije - He
venido porque quieras o no, eres mi marido, y tengo el
derecho de vivir donde tu vivas. Yo sabía que me
estabas engañando con alguien, pensaba que se trataba
de una mujer, pero mi sorpresa ha sido desagradable-
mente mala, jamás pensé, que se tratara de un hombre.
Ha sido la peor bofetada que jamás me hayan dado,
jamás sospeché de que eras homosexual, lo has sabido
esconder bastante bien.

- Claire, de toda la vida he sido bisexual, lo que pasa es


que tu nunca te has dado cuenta, porque siempre cumplí
contigo en la cama, pero mis aventuras con hombres,
siempre las tuve. Me casé contigo porque estaba
enamorado de ti. Te di mucho amor, tu lo sabes, y
cuando conocía a un hombre que me gustaba y nos
gustábamos, teníamos relaciones. ¿ Porqué crees que
Hugo está tan celoso ? pues, porqué sabe que me gusta
tanto un hombre cómo una mujer.

Yo lo miraba de un modo aterrador, estaba viviendo una


pesadilla - ¿ Cómo es que no me di cuenta de nada ?
¿Tan tonta era y tan ciega estaba, que no llegué a
sospechar ni la más pequeña cosa ?. Incluso cuando
habían noches que venia a casa pasada la medianoche y
me decía que venía de trabajar, porque habían hecho
horas suplementarias, yo lo creía. Fueron infinidades de
veces que lo hizo, ante mi estaba cómo si nada, cómo si
me hubiese dicho la verdad.

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- Émile - Le pregunté - ¿ Porqué no viniste ayer a
recogerme al aeropuerto ?.

Miraba cómo me brotaban lágrimas, cerró los ojos


apretándolos por unos instantes, con la actitud de estar
pasándolo mal, mordió su labio inferior, mientras que
movía la cabeza. Después de hacer una respiración
profunda, me dijo.

- Claire, no fui porque Hugo se puso muy celoso y


pesado, me montó una escena. Me dijo que lo engañaría
contigo, que tendríamos relaciones nada más llegar aquí.
Tan mal lo vi, que decidí, de que fuera él a recogerte.

Cogí una servilleta de papel, y me sequé las lágrimas


que me goteaban por la barbilla, y también me soné la
nariz. El pelo me había venido a la frente y una mecha
me estaba tapando el ojo derecho. Émile llevó su mano
hasta mi frente, y con un gesto delicado puso la mecha
en su sitio, al mismo tiempo que me acarició los
cabellos.

- Émile ¿ Porqué vinisteis anoche tan tarde ?, te estuve


esperando hasta después de madrugada leyendo un libro.
- Eran las cinco, miré a la ventana de tu dormitorio, y vi
que había luz, pensé que estarías esperándome cómo en
los viejos tiempos. Me dispuse a subir, y cuando iba por
la mitad de las escaleras, Hugo saltó sobre mi,
diciéndome que no lo hiciera, y que si yo entraba en tu
dormitorio, todo habría acabado entre nosotros dos -
¡ Elige ! - Me dijo.

41
- Émile, no has respondido a mi pregunta - Le volví a
decir de nuevo - Hugo me dijo que tu trabajo terminaba
a las cuatro de la tarde, y que seguidamente vendríais
aquí, ¿ Porqué ese retraso ?.

Émile seguía con los brazos cruzados mirando cómo me


lo planteaba para que fuese más fácil para él. Se sirvió
otra taza de té, me hizo un gesto con la tetera en la
mano, por si yo quería que me sirviera otra. Negué con
la cabeza, siguiendo sus movimientos. Bebió un sorbo
de té, y dejó la taza en el platillo, se volvió de nuevo a
cruzar de brazos y mirándome de frente me dijo.
- Hugo, es un chico sensible, le afecta todo, ahora no
quisiera que estuvieras aquí, no confía en mi, pero si te
viera que lo estabas pasando mal, en otros aspectos, él,
sería el primero en ir a ayudarte, tiene un gran corazón.
Ayer cuando salí del trabajo, me estaba esperando al
lado del automóvil. Al llegar a él, seguidamente le
pregunté por ti, bastante interesado - Le dije - Cómo te
habías tomado que yo no hubiese ido - Pues sólo por eso
me montó la marimorena, diciéndome - Que no lo
quería, y que sólo estaba deseando verte a ti. Para que se
tranquilizara, cogimos el mercedes y nos fuimos al
centro de Johannesburgo, estuvimos tomando unas
copas. En ese local aún me seguía acosando, seguía, y
seguía. Hasta tal punto que lo saqué de allí, y fuera le
pegue un puñetazo para que me dejara en paz.

Se puso a llorar cómo una mujer. Me llamó canalla,


cobarde, mal nacido. Tuve que aplacarlo, volvimos de

42
nuevo a coger el mercedes, lo conducía yo, y lo llevé
hasta las afueras de Johannesburgo, al campo. Sé cómo
aplacarlo cuando se enfada, y en medio de hierbas altas,
tuvimos relaciones. Pronto era la hora de cenar,
volvimos a coger otra vez el mercedes y fuimos al
centro de Johannesburgo a un restaurante que ya
conocemos, y estuvimos cenando hasta muy tarde. Hugo
seguía sin querer que viniéramos aquí, y estuvimos por
ahí hasta de madrugada. ¡ Ya lo sabes todo !.

Me percaté de que Hugo estaba a un lado de la puerta


escuchando todo el relató. Yo lo miré, y seguidamente
entró en la cocina, y se sentó en la silla que ocupaba
antes.

Yosi, se acercó a la mesa y preguntó a Hugo algo, él


negó con la cabeza.
Miré la hora en el reloj que había colgado en la pared de
la cocina, y aprecié que marcaba las ocho horas
cincuenta y cinco minutos. Émile, también siguió mi
gesto, y mirándome me dijo.

- Cómo verás, sólo tenemos un cuarto de baño en el piso


de arriba, y un cuarto pequeño de aseo en esta planta. Es
mejor que tu te duches o tomes un baño antes que
nosotros, pues dejamos el baño sucio, para que lo
limpien.
Hugo, con los brazos cruzados encima de la mesa,
miraba por la puerta. Se podía ver la casita donde Yosi
vivía, y parte de un huerto pequeño donde sólo habían
plantado lechugas y zanahorias.

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Me puse en pie, dispuesta a subir al piso de arriba, y
entrar en el baño. Hugo me miró y me dijo.

- Esta noche iremos a cenar a un restaurante donde se


come muy bien, de esa manera conocerás algo de
Johannesburgo.

Émile lo miró extrañado, por la invitación que acababa


de hacer. Hugo le insinuó diciendo.

- No quiero que vaya a pensar mal de mi, después de


todo lo que le has contado nuestro, yo contra ella no
tengo nada, es contigo, porque sé que no sabes guardar
la compostura.
Émile levantó las manos a la altura de los hombros, y
con un movimiento de cabeza dijo.

- De acuerdo, está bien, no pensaba que la invitarías.

Yo sonreí, salí de la cocina y subí al piso de arriba, sólo


me iba a duchar, pues el día anterior había tomado un
baño que me fué de maravilla. Mientras me duchaba
pensaba en mi vida, que iba a ser de mi vida, a mis
treinta y siete años, sola en África y sin saber inglés. Yo
me consideraba una mujer sola, pues con Émile no podía
contar, aunque fuera mi marido, estaba haciendo vida
matrimonial con Hugo, y formaban una pareja. Tenía yo
que ingeniármelas para empezar lo más pronto posible
cosas que me pudiesen ayudar en todo lo que quería
hacer. No pensaba de ninguna manera irme a París, allí,
sabía lo que me esperaba. Vivir en un piso, no tener un

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jardín que fuera mío, ni árboles frutales, ni el sol todo el
día desde que se levanta hasta que se acuesta. En París
la vida es muy agitada, no se tiene tiempo para nada.
Había llegado a la conclusión de que era en África
donde yo quería quedarme a vivir.
Después de la ducha busqué en una de mis
maletas un pantalón fino para combinarlo con una blusa
beig sin mangas.

Dentro de mi dormitorio oí a Émile y a Hugo que habían


entrado juntos al cuarto de baño, no sé si lo hacían para
darse más prisa o, porque era lo habitual en ellos.

Después de vestirme, me dio tiempo a vaciar las maletas


y colocar toda mi ropa en el armario.
Bajé al jardín, y estuve mirando las flores de cerca, di la
vuelta a la casa y me quedé debajo del aguacate, miraba
el tronco grueso, la copa estaba poblada de ramas y
repletas de ese fruto, en el suelo, encima de la tierra
habían muchos que caían del árbol y las hormigas daban
buena cuenta. Pasaba lo mismo con los mangos, los
habían por docenas que caían del árbol, y en el suelo se
quedaban para la comida de las hormigas - Pensé - Tan
cara cómo están estas dos frutas en París, y aquí, nadie
se las come.

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4

Fui rodeando la casa hasta llegar a los


naranjos y limoneros, la hierba estaba alta, me cubría
media pierna. Salomón estaba cerca cortando sin prisa
con la hoz, al pasar por su lado, se puso derecho y me
sonrió levemente. El claxon de un automóvil gris que
acababa de pararse en la puerta, me hizo girar la cabeza,
advertí a una mujer al volante, llegué hasta la verja de
hierro. La mujer bajaba del vehículo con una sonrisa de
hipocresía. Tendría aproximadamente cuarenta años,
alta y delgada, con rigidez en su cuerpo y rostro. Se
acercó a la verja dispuesta a preguntarme y me dijo en
un perfecto francés.

- Buenos días señora.


- Buenos días - Le respondí.
- ¿ Es usted hermana del señor Franklin o, del señor
Barreau ?.

No supe que responderle en esos instantes, puesto que


no estaba al corriente, de si ella sabía la homosexualidad
de Émile y de Hugo. Miré hacia atrás al oír la voz de
Émile que dijo saludándola con pocas ganas.

- ¿ Cómo está, señora Lansiere ? ¿ No ha venido su


marido hoy con usted ?.

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- No - Dijo ella con una complicidad de miradas que
iban de Émile a mi. Émile llegó a la verja y abrió la
puerta.
- Le preguntaba a ella si era hermana suya.
- No - Respondió Émile - Es mi esposa.
- ¡ Oh ! - Exclamó la señora Lansiere llevándose su
mano derecha a la garganta - ¿ Su esposa me ha dicho
que es ?.
- Sí, ha oído bien - Recalcó Émile con una sonrisa.
- ¿ Entonces ? - Dijo mirando entre los barrotes de la
verja para ver si veía a Hugo.
- Señora Lansiere - Dijo Émile - Dígame que es lo que
quiere saber, y yo se lo digo.
- No, no ¡ Pero si a mi no me importa ! ¿ No me la va a
presentar ? - Dijo todavía asustada.
- Se llama Claire ¿ Quiere saber algo más ?.
- No lo tome a mal, señor Franklin - Dijo mirándolo con
sus pequeños ojos muy abiertos, boca pequeña y labios
delgados - Me gustaría invitarla un sábado como hoy, al
centro de Johannesburgo. Ahora voy de compras, y
seguro que le gustará conocer los supermercados y
almacenes, es todo moderno, y la vida que los blancos
tenemos es distinguida. Asistimos con frecuencia a
fiestas nocturnas que dan en los hoteles y grandes
restaurantes, lo que frecuentamos es, chic. Los blancos
vivimos muy bien.
La encontré algo extraña.
- Iré conociendo todo, poco a poco, pero si un día me lo
dice con antelación, me gustaría ir de compras y conocer
bien la ciudad, tengo entendido que es bonita y
acogedora - Le dije complaciéndola.

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- Señor Franklin, es muy agradable su esposa, me
gustaría que fuéramos, amigas - Dijo acercándose
mucho a mi terreno.
- Yo acababa de conocer a Chantal, la señora Lansiere, a
primera vista no me pareció ni bien ni mal, pero sí algo
cotilla, quería saber todo sobre Émile y Hugo, y sobre
todo aún más de mi. Pensaba ella qué podría imaginar
para preguntar. Émile como la conocía bien, pronto se
deshizo de ella diciéndole, que teníamos que salir y que
se hacia tarde.

- Claire, vendré entre semana a hacerle una visita ¿ Qué


le parece el miércoles ? - Dijo.
- Bien - Respondí.

Subió en su coche, lo puso en marcha, y se


fué.
Hugo nos estaba esperando sentado en un sillón, en el
porche. Dirigiéndose a Émile le preguntó.
- ¿ Qué, quería esa bruja ?.
- Ya sabes, lo de siempre, meterse en casa ajena y hacer
preguntas.
- ¿ Quien es ? - Pregunté a los dos.
- Son un matrimonio de Lyón con dos hijos. Hace diez
años que llegaron a Johannesburgo, y han hecho una
gran fortuna. Ella es simplona, y con mucha malicia,
tiene todo el día para no hacer nada, es por eso que se
ocupa tanto de los demás - Dijo Émile.
- ¿ En qué trabaja su marido ? - Pregunté.
- ¡ Huf ! - Dijo Hugo - Tiene muchos líos por ahí, se
ocupa de muchas cosas a la vez, incluso sabemos de

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buena tinta que trafica con armas, y las lleva a otro país
de África que están en guerra.
- ¿ Donde ? - Pregunté interesada por saberlo.
- ¿ Has oído hablar de Rodesia ?.
- No, ¿ Eso donde está ?.
- A mil cien o, a mil doscientos kilómetros de aquí, no
creas que está lejos.
- ¿ Cómo hace para llevar las armas allí ?.
- Chica, no lo se, pero la cuestión es que lo hace, y le
dan mucho dinero, es por eso, que también tienen un
restaurante, y una tienda de souvenir.
A parte, una casa de dos pisos, más grande que está de
propiedad, están forrados.
- ¿ Y dices que sólo llevan aquí diez años ?.
- Exacto - Afirmó Hugo.
- ¿ Qué edad tienen sus hijos ? - Pregunté.
- Creo que uno catorce, y el otro dieciséis, pero son tan
simplones cómo la madre, sus inteligencias no dan para
mucho, de tal palo tal astilla.
- Pues, si tienen un restaurante y una tienda de souvenir,
necesitan tener bastantes obreros.
- Sí, pero apenas les pagan, sólo, el mínimo que marca
la ley, sus obreros son todos nativos, y me gustaría que
vieras cómo los tratan.
- ¿ Mal ?.
- Bueno, muy mal, peor es imposible, cuando les habla
lo hace gritando, que tiene un chillido parecido al felino.
Te contaré - Dijo Hugo - Un sábado por la noche fuimos
Émile y yo a cenar al restaurante de ellos, pues no
hacían más que insistir para que fuéramos, ellos nos
invitaban. El restaurante estaba medio lleno. Había un

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cocinero y dos camareros para servir las mesas. Ella
cuando va, es de figurín, se pone a un lado luciendo el
modelo de vestido que lleva, y sólo hace que mandar,
pero con un despotismo aterrador. Oímos todos los que
estábamos cenando los gritos que su marido el señor
Lansiere daba en la cocina al cocinero. Los clientes se
miraban preocupados porqué sería, pues al cocinero lo
insultaba de mala manera. Émile y yo, nos levantamos
de la mesa, y entramos en la cocina para ver la gravedad
que el cocinero estaba cometiendo. Nos quedamos
Émile y yo de piedra de lo que vimos. Estaba el
cocinero, de veinticinco años aproximadamente en
cuclillas en el suelo, cubriéndose la cabeza con las
manos, y llorando suplicaba al señor Lansiere - Qué él
no había sido.

Émile le preguntó que ocurría.


- El señor Lansiere dijo - Que le había robado un saco
de patatas de cinco kilos, que se lo había dado a otro
nativo que vino, y se lo llevó a escondidas. Lo peor que
vimos, lo más ruin fué que, le decía al cocinero,
sosteniendo una campanilla en la mano y haciéndola
sonar, lo siguiente.
- Los espíritus vendrán de madrugada cuando estés
durmiendo, y te arrancaran el corazón, si no me dices
donde está el saco de patatas.
El cocinero se había puesto de rodillas con las manos
juntas, pidiendo clemencia, mientras que lloraba
amargamente. Los nativos les tienen mucho respeto a
los espíritus, están convencidos de que vienen para
robarles el alma, es un miedo tan feroz el que sienten,

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que sólo de pensarlo tiemblan, y muchos sufren
espasmos. El cocinero suplicaba de rodillas al señor
Lansiere con la cara pegada en el suelo.
- Mándeme a la cárcel, pero no haga magia atrayendo
los espíritus contra mi - Repetía una y otra vez en
grandes sollozos.

El señor Lansiere le decía con la cara


transformada por la ira - ¡ El saco de patatas, me lo traes
mañana, y de esta manera te perdonaré ! ¿ Me estás
oyendo ?.
- Sí señor, gracias señor - Decía el cocinero, mientras
que se ponía en pie, y volvió a su trabajo.
- Fué humillante para ese hombre - Dijo Hugo -
Castigarlo con lo que más miedo le causaba.

Yo estaba indignada de escuchar este hecho


tan ruin - ¿ Cómo puede un ser humano aprovecharse de
personas sencillas y que creen en el más allá ?.
- ¿ Le llevó al día siguiente el saco de patatas ? - Le
pregunté.
- Sí, por supuesto, y dijo el pobre cocinero, que lo había
comprado con su dinero - El señor Lansiere reía a
carcajadas diciendo, que era normal, puesto que se lo
habían comido su familia.
Émile asentía, apretando los labios, y dijo mirando al
horizonte - No son buena gente, en todos los conceptos.
Un día nos contó un hecho, que para ellos era una
anécdota - Dijo Émile - Ellos tienen dos chicos
trabajando en su casa, que tanto los tienen para la
limpieza que para el jardín. Un día uno de los nativos

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tenía mucha ropa que planchar, la plancha, por lo visto
era vieja y no calentaba bien. Hacía una hora que estaba
planchando, y apenas había planchado de dos a tres
prendas. La señora Lansiere que siempre está vigilando
para ver que es lo que encuentra mal - Le dijo - ¡ Porqué
había planchado tan poca ropa en tanto tiempo !.
El chico le respondió - Que era por que la
plancha apenas calentaba. La señora Lansiere se
enfureció, y quitándole de un estirón la plancha, la puso
en la mejilla del chico - Mientras que le repetía varias
veces - ¿ No calienta ? ¿ No te está quemando la cara ?.

El chico tuvo que apartar el rostro de la


plancha porque se estaba quemando. Ella le dijo
gritando y riendo al mismo tiempo - ¡ Date prisa en
acabar toda la ropa que te queda, imbécil !.
- Es escabroso - Dije enfurecida - ¿ No hay ley para
estas personas ? ¿ Los nativos no los denuncian ?.
- Claire, aquí la ley es lenta para los nativos - Respondió
Émile - Los blancos son los que llevan la batuta, eso es
cosa de cada uno, la clase de conciencia que se tenga.
Aunque debo decirte, que tienen miedo a quedarse a
solas con los nativos, porque les hacen mucho daño, hay
una discriminación tremenda. Me gustaría que un día, se
pudiese todo este racismo acabar, y que fuéramos todos
iguales. No hay razón para que no lo sea.

- ¿ Habla la señora Lansiere bien el inglés ? - Les


pregunté mirando a los dos.
Se echaron a reír, y Hugo respondió con
sarcasmo.

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- Lo chapurrea, lo destroza. Hace diez años que va a una
academia, pero debe de gastar el tiempo chismorreando
con otras como ella.
Traté de cambiar de tema porque hablar de
esa mujer era desagradable para mi, y pregunté a los
dos.
- Me gustaría lo más pronto posible ir a una academia
para aprender inglés, me quiero incorporar a la vida de
aquí, y también trabajar en algo que esté bien y que me
guste.
Émile, me miró sorprendido, no esperaba oír de mi decir
lo que pensaba hacer. Los dos nos miramos, y le
pregunté.
- ¿ Que te parece ?.
- No sé, eso lo tienes que ver tu.
- ¿ Esperabas que me fuera, de aquí, en una semana ?.
- ¿ Realmente te quieres quedar ?.
- Por supuesto, me gusta este lugar, y cómo se vive
¿Hugo, tienes inconveniente de que me quede ?.

Hugo tardó en responder, y mientras tanto


sólo hacia que observar a Émile, y observarme a mi,
nuestras expresiones, nuestros cambios de miradas.
- Si ella no se mete en nuestra relación - Dijo Hugo - Por
mi, puede quedarse, pero quiero poner condiciones.
- ¿ Qué clase de condiciones ? - Pregunté con el ceño
fruncido.

Émile, con los brazos cruzados, esperaba que hablara.

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- Claire, te voy hacer una pregunta - Dijo Hugo -
¿ Amas todavía como antes a Émile, después de saber
que se entiende conmigo ?.

La mirada de Émile y la mía se encontraron, traté de


desviar mi vista para no causar mayores males. Hugo
era muy celoso y buscaba alguna complicidad por parte
de alguno de los dos. Yo estaba segura que a Émile lo
había perdido, y tampoco hubiese vuelto con él, después
de saber que se acostaba con un hombre. A si es que, me
decidí a responder.
- Hace diez años que nos conocemos, tres que estuvimos
de novios, y siete de casados. Quiero decirte con esto
Hugo, que cariño aún le sigo teniendo, pero amor no
siento hacia él. No tengas miedo de que nosotros
podamos tener relaciones, porque no será así.

Hugo afirmó, y seguidamente dijo.


- Te creo, y pienso igual que tu, si yo estuviera en tu
lugar, haría lo mismo, por mi, puedes quedarte ¿ No
estás resentida con los dos?.

- Verás - le dije - más que resentida, me siento


traicionada, y herida en mi amor propio de mujer, creo
que el tiempo, todo lo cura, y dejaré de pensar en este
hecho, que irá perdiendo cada día valor para mi.
- Todavía eres joven Claire ¿ Que has pensado hacer con
tu vida ? - Me preguntó Hugo.
- Todavía no lo sé, tengo treinta y siete años, y me
siento en la flor de mi vida, y no creo que volveré a

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depositar mi confianza en otro hombre - Le dije
afirmativamente.

Émile seguía con los brazos cruzados, la cabeza baja


escuchando las preguntas y respuestas que manteníamos
Hugo y yo.
- Claire ¿ No crees que exageras ? - Dijo Hugo.
- ¿ En qué ?.
- En qué no volverás a confiar en otro hombre.
- Hugo ¿ Cuantos años tienes ? - Le pregunté.
- Treinta y uno.

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5

- ¿ Has estado con una mujer alguna vez ?.

Hugo, se quedó cortado al escuchar la


pregunta que le hice. Paseo su mirada por el rostro caído
de Émile, y seguidamente la dejó en mi.

- Lo mío, es muy largo de contar - Dijo con tristeza.


- ¿ Porqué no me cuentas algo, aunque sea poco ? ¿Sabe
de tu vida Émile ? - Le pregunté antes para asegurarme.
- Lo sabe todo, yo nada le he escondido, como él
tampoco me escondió de que estaba casado, y de que
había ido también con otros hombres, antes de casado y
después también.

Me di cuenta de que yo era gay, a la edad de doce años -


Dijo Hugo - Cuando tenía la ocasión de quedarme sólo
en casa, me ponía los vestidos de mis hermanas, también
los zapatos, y me pintaba los labios con sus carmines.
Me miraba al espejo y hacia gestos de mujer, imitaba a
mis hermanas y a mi madre. Me lo pasaba bomba, cada
vez quería yo más parecerme a una mujer. Un día, mi
padre llegó a casa y me descubrió, con un vestido de mi
hermana puesto, con tacones, con pendientes y con los
labios pintados. Yo temblé al verlo porque era y sigue
siendo muy severo, y sobre todo, la honradez era lo
primero que se tenía que destacar en su familia. Sin

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mediar palabra, me dio un bofetón que me tiró al suelo,
en el suelo me pegó dos patadas, como yo era delgado y
poquita cosa, me levantó por los pelos y me dijo
gritando como un loco - ¡ Maricón de mierda, quítate
ahora mismo eso, y cuando venga tu madre hablaremos!.

Hizo mi padre un concilio con la familia, con mi madre


y mis dos hermanas. Mi padre, le estuvo reprochando a
mi madre, que era ella quien tenía la culpa de que su
hijo fuera maricón, porque no paraba de mimarme, y me
estaba haciendo blandengue. Este sábado - Dijo mi
padre - Me lo llevo a jugar al fútbol, lo pondré de
portero para que le metan goles, haber si de esa manera
se hace un hombre. Mi madre le suplicaba que me dejara
en paz, que sólo era un niño, y que lo que pretendía era
jugar.
Con este descubrimiento que mi padre hizo, estuvo sin
hablarle a mi madre varios meses. Cuando yo sabía que
él venía, me iba a mi habitación, para que no me viera,
ni yo verlo. Le tenía un miedo espantoso, pues siempre
que podía, me daba una patada en el trasero. Eso no era
lo que más miedo me daba, sino, sus miradas bastante
peligrosas, si me hubiese podido matar, lo hubiera
hecho. Es el típico hombre macho que está lleno de
complejos, y ante la sociedad, la vida de él y de su
familia tiene que ser ejemplar, un modelo donde, los
demás puedan mirar.

El sábado anunciado llegó, y mi padre, me metió en el


coche en contra la voluntad de mi madre, y por supuesto
también mía. Los dos hacíamos todo lo posible para que

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me quedara, pero no lo conseguimos. Llegamos al club
donde un puñado de amigos se distraían jugando al
fútbol en un descampado que el club tenía reservado a
sus socios.
Mi padre, me puso en la portería, yo temblaba de la
cabeza a los pies, y no paraba de llorar - Le dijo a sus
amigos - ¡ Meterle goles, a ver si de esa manera lo
hacemos entre todos un hombre !.
Los amigos de mi padre se reían de mi, mi padre lo
permitía, y participaba con ellos. Jamás he conocido a
un padre más tirano que el mío, y ese resentimiento, lo
llevo dentro de mi, hasta el último día de mi vida.
Los amigos, me metían goles, a veces la pelota, me daba
en el estómago, produciéndome dolor y arcadas. Yo,
lloraba, llamando a mi madre. Tanto mi padre como los
amigos, se burlaban de mi, imitándome los lloros y los
llamamientos que hacia a mi madre. Ella era la única
que me comprendía.
Mi padre era cazador, y en una ocasión me llevó de
cacería, también, en contra de mi voluntad y la de mi
madre, pero tenía que ser, lo que él dijera. También este
deporte cómo él lo llama, asistían dos amigos más, de
los que jugaban al fútbol. Aquí, tenía yo, dieciséis años.
Era violento lo que veía, y me causaba terror. Cada vez
que disparaban sobre un animal yo me tapaba los oídos
con las manos, y me causaba un gran dolor de ver a una
liebre que era libre corriendo en el campo, y dos
minutos después quedaba muerta, tendida encima de la
hierba.
Mi padre, la cogía orgulloso mostrándosela a los demás.
Se dirigía a mi y me decía con los ojos brillantes por

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haber quitado una vida - ¡ Mira hijo, quiero que tu hagas
lo mismo, te voy a enseñar cómo se dispara con la
escopeta !.

Yo, me negaba, y me iba corriendo por el campo.


Mientras que yo corría, me decía gritando - ¡ Quiero que
pierdas, la sensibilidad que tienes de mujer ! ¿Me oyes?
¡ Naciste hombre y hombre tienes que ser hasta que te
mueras !.
Mi padre, me tomó manía, pero yo, no lo podía ver, sólo
mirarlo, me causaba arcadas, mayormente, por el miedo
que le tenía. Ocurrieron con él muchas más cosas
horrendas y desagradables que no voy a contar, porque
es mi padre.
Por las mejillas de Hugo resbalaban dos gruesas
lágrimas que fueron a caer encima de sus brazos, que los
tenía apoyados encima de la mesa. Sentí mucha pena
hacia él, era una persona buena y maravillosa, ahora era
cuando me estaba dando cuenta - Le dije, por si no
quería seguir contando más sobre él - Hugo, si quieres
parar puedes hacerlo, te estás atormentando de recordar.
- Claire - me dijo - Prefiero seguir, pues esto que te
estoy contando, sólo se lo he dicho a Émile, y la verdad,
que después, me siento más liberado.
Siguió hablando. Había cumplido dieciocho años, y para
que mi padre no me hiciera ningún reproche, iba de la
casa a los estudios, no salía los fines de semana, prefería
quedarme dentro de mi habitación estudiando.
Un día tuve que ir al dentista, y después de que me
arreglara una muela, me dijo - Necesito que me hagas un

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favor, y no te cobraré nada por el trabajo que te he
hecho - De acuerdo le dije, sin saber de que se trataba.
Cerró con llave la puerta de la consulta, y nos quedamos
los dos sólos dentro. Empezó a tocarme, y pidiéndome
que lo besara. Yo, trataba de esquivarlo, y cuando me
dirigí a la puerta, me cogió del pecho, por la camisa, y
me obligó a que me pusiera cómo él quería, y me violó.

Esa fué la primera relación que tuve con un hombre.


Después de probar lo que era, quería más, y estaba
seguro que no me gustaban las mujeres, sino los
hombres. Iba a las discotecas a buscarlos, la mayoría
eran hombres mayores, lo hacía con ellos para que me
pagaran bien, porque lo hacía por dinero, y porque me
gustaba.

Mis padres se alegraban, sobretodo mi padre


de que llegara tarde a casa, o sea, de madrugada,
pensaban que era porque había conocido a una chica y
salía con ella. Mi padre se portaba conmigo mejor, me
animó a que me sacara el carnet de conducir para
regalarme un coche - Me dijo - Que un chico que no
tenía coche, a la chica no le interesaba. Él, mismo fué
quién me inscribió en una academia, y pagó la matricula
para seis meses.
Era domingo y estábamos toda la familia
reunida en casa de mis padres comiendo. A mi padre no
se le ocurrió otra cosa que levantar su copa de vino para
hacer un brindis y anunciar - Brindo por Hugo, y por su
prometida, que espero que pronto nos la presente. Mi
madre sonreía con la copa levantada. Nuestras miradas

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se encontraron, y advertí en la suya, tristeza. En esos
instantes supe que mi madre no creía nada de lo que mi
padre decía, y que mis salidas nocturnas se debían a
otras cosas, que ella tampoco quería profundizar, para
no encontrarse con la realidad.
Pasaron unos días, y mi madre me aconsejó que llevara
una chica a casa, y la presentara cómo novia mía. ¿ Dios
mío, de donde sacaba yo una chica ? Esto fué lo peor
que me pudo pasar. Con las chicas del barrio no probé
porque estaban al corriente de mi condición gay. En la
discoteca donde iba, solían frecuentarla los sábados dos
chicas bastante formales. Esperé a que llegara ese día.
Me vestí más formal de lo que estaba acostumbrado y
me fui a la discoteca - ¿ Cómo se liga a una chica Dios
mío ? - Me preguntaba. En el local me conocían
prácticamente la mayoría de los chicos y chicas que lo
frecuentaba, con las chicas no había tenido nunca
ninguna conversación, porque no me atraían, era como
si viera a mis hermanas.
Cuando llegué a la discoteca, temblaba
como una vara de mimbre puesta en el aire, miraba
tratando de encontrar a las dos jóvenes - ¿ Y ahora para
que no hayan venido ? - Pensaba yo. Se me acercó un
hombre maduro, que me conocía, los dos nos
conocíamos de haber estado una noche en su
apartamento y mantuvimos relaciones. Esa noche se
acercó a mi, para pedirme lo mismo. Le dije, que no
quería saber nada y que me dejara en paz. Este hombre,
muy extrañado y confuso por la manera que me
comporté, se apartó, pero no apartaba la mirada de mi,

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debería pensar que estaba esperando, a otro, con el que
había quedado.
Vislumbré, a las dos jóvenes sentadas en butacas
alrededor de una mesa. La música estaba alta, eran
canciones para bailar juntos.
- Hugo ¿ Qué año era ? - Le pregunté interrumpiéndolo.

Hugo, miró por encima de mi cabeza pensativo,


buscando el año. Seguidamente volvió a mirarme y dijo.
- Allá, por el año mil novecientos sesenta y dos, sesenta
y tres, no lo recuerdo bien.

Las jóvenes miraban cómo me acercaba a ellas, mientras


que esperaban sonriéndome para ver que era lo que
quería. En aquellos momentos la boca se me secó, y no
podía articular palabra alguna. Quería invitar a bailar a
una de ellas, y me daba igual, una que otra. También me
sentí en esos instantes, canalla, porque estaba allí para
engañarlas, al mismo tiempo me sentí poca cosa y
desdichado, por no tener el valor de enfrentarme a mi
padre y decirle realmente lo que era, gay. Le tenía un
miedo feroz, y yo, tan poquita cosa cómo era, de un
tortazo me hubiese tirado al suelo, pero no se hubiera
quedado sólo ahí, creo que me hubiese matado de una
paliza, mi madre tenía el mismo miedo, es por eso que
quería que llevase una chica a casa, hasta ver que
pasaba.

- Hugo - Le pregunté - ¿ Entonces también tu madre le


tenía miedo a tu padre ?.

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- Sí, mucho, pero ese miedo lo pasaba por mi, con ella
se metía para reprocharle, que si yo era así, la culpa era
suya.
Eveline y Pauline que eran las dos jóvenes, al ver que
seguía yo de pie y delante de ellas. Eveline puso su
mano en el asiento que había vacío a su lado, y me dijo
señalando.

- ¿ Te quieres sentar aquí ?.


Cuando la oí decir eso, se me abrió el cielo y vi todas las
estrellas brillando en el firmamento. Mientras que me
sentaba pensé para mi - Con ella me quedaré, si es que
me acepta, ojalá - ¡ Hola que tal ! - Dije con la voz
cortada.

- Bien, muy bien - Contestó ella.


- Su amiga Pauline me observaba, quería decir algo pero
no se atrevía. En la pista habían parejas bailando una
canción bellísima Le bohéme la cantaba su propio autor,
Charles Aznavour. Las parejas bailaban muy agarradas,
mejilla contra mejilla. Me vi en un lío tremendo, por un
lado no sabía que decirles, no sabía llevar una
conversación con una chica. Con mis hermanas hablaba,
pero era diferente, aquí, tenía que demostrar otra
habilidad con la mujer, cosas que yo no tenía, por otro
lado no quería pedirle a Eveline que bailáramos porque
eran canciones románticas y había que bailarlas
pegados. Sólo de pensar que tenía que tener pegado a mi
cuerpo a una mujer, me daban escalofríos - Pensé -
Hugo, lo tienes perdido, porque ni siquiera te salen las
palabras de la boca.

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Eveline se acercó a mi oído y me dijo - ¿ Bailamos ?.
Qué podía yo decir, si estaba allí para eso. Me puse en
pie, y me encomendé a Dios. Entramos en la pista y fué
Eveline quién me cogió para bailar, cuando se dio
cuenta que no sabía mover ni un pie, se armó de
paciencia enseñándome los pasos, yo la seguía y trataba
de hacerlo lo mejor posible. Cuando nos fuimos a sentar,
porqué la canción había terminado, parecía que iba yo
con más ánimos, y las palabras me salían con más
facilidad, aunque no era gran cosa. Me excusé con
Eveline que era tímido, y que tenía deseos de volver a
verla. Parecía que ella también le gustaba la idea, y
quedamos para el día siguiente en vernos, que era
Domingo.

Mi madre, a parte de ser una madre ejemplar, era


también mi amiga, si de esa manera puedo decirlo. Le
hablé de Eveline nada más llegar esa noche a casa, le
dije que no me veía capaz de engañarla, pues era una
chica buena, y no se merecía que un hombre se riera de
ella y la tratara mal, digo mal, pues por parte mía, no
tendría ninguna clase de roce con ella. No sabía el
tiempo que podría durar toda esta farsa, pero de una
cosa estaba seguro, deseaba que pronto acabara, mi
madre me había dado lo mejor que ella sabía, y me
aconsejó, que el domingo o, sea al día siguiente llevase
a Eveline a casa, para presentarla a mis padres. Yo le
manifesté que el domingo era pronto para la
presentación, nos teníamos que conocer más tiempo -
No hijo - Dijo mi madre - Quiero que la traigas a casa

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cómo a una amiga, para que tu padre la conozca y se
quede más tranquilo. Vosotros después, vais a tu
habitación y escucháis música. No pasa nada porque te
encierres con una chica para oír música - ¿ Y si me pide
un beso o, es ella quien me besa, que hago ? porque me
da asco que una mujer me bese en la boca. Mi madre
sonrió, y se alejó moviendo la cabeza.

Esa noche del sábado dormí poco, pues estuve pensando


y ensayando mi comportamiento con Eveline, pero
sobretodo con mi padre - ¿ Se dará cuenta ? - Decía para
mi.
A la mañana siguiente desperté cansado, y con ganas de
haber cogido la puerta y haberme ido lejos de mi casa,
pero cuando pensaba en mi madre, me salían las
lagrimas, ella sí que sufría por mi.

- Hugo - Le dije - Estoy advirtiendo todo el rato, que tu


madre es muy importante en tu vida, siempre la estás
nombrando, para ti es cómo adorarla ¿ No es así ?.

Hugo clavó sus ojos color miel en mis pupilas, y riendo


movió la cabeza - Sí, la adoro - Me respondió - Todos
los hombres tenemos en la mente a la mujer, está puesto
de esa manera desde que Dios creó la tierra. Los gay,
queremos, creo que demasiado a nuestras madres, ellas
son las únicas que nos entienden, y las que luchan para
que salgamos adelante. Ahora en el año que estamos
1977, es difícil que la sociedad nos admita, pues figúrate
como era en el sesenta y dos. No sólo era la sociedad,

65
sino también la familia, no veían con buenos ojos que
les saliera alguien, raro, como ellos dicen. Te voy a
contar otra cosa tremenda que pasó en casa. Después
continuaré en donde me había quedado.
Se casó una hermana mía, la mayor de los tres que
somos, dos chicas y yo. Tanto mi padre como ella, no
admitieron que yo fuera a la boda. Por una parte, mi
padre sentía vergüenza de presentarme, porque yo vestía
más alegre que los demás chicos de mi edad. Las cejas,
también las llevaba algo depiladas, pero tampoco era
con exageración. Mi hermana dijo - Que no quería
presentar a un adefesio a los invitados por parte de su
novio - ¿ Qué iban a pensar de nosotros ? - Eso fué lo
que justificó para que no fuera. Y, aquí vuelve mi madre
a salir. Ella fué a la boda de mi hermana, porque era su
hija, pero estuvo todo el día, triste y llorando. Recuerdo,
que hundió mi cabeza en su pecho, y de esa manera
estuvo llorando. Los dos lloramos.

- Hugo - Le dije - Te habrá costado mucho separarte de


tu madre ¿ No es cierto ?.
- Si Claire - Me respondió - Pero, no tuve más remedio
que hacerlo, porque los enfrentamientos que yo tenía
con mi padre eran demasiado fuertes. Un día llegamos a
las manos, y mi madre se puso en medio de los dos, y
cogiendo mi cara con sus manos, me dijo - ¡ Hijo, no
vayas a pegarle a tu padre !.

Yo, la comprendí perfectamente, y antes de que


ocurriera algo peor, decidí irme de casa, y hacer mi
vida.

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- Hugo ¿ Cuanto hace que no la ves ?.
- El tiempo que hace que vivo aquí en Johannesburgo,
dos años, pero nos escribimos, y le he mandado una foto
mía reciente, también nos llamamos por teléfono de vez
en cuando.

- Hugo, ¿ Qué ocurrió el domingo con Eveline ?.


- ¡ Ah si !. El domingo esperado fui a la parada de
autobuses, pues era ahí donde Eveline venía, yo quería
ser con ella cortés, para eso había ensayado parte de la
noche del sábado. La recuerdo con un vestido azul de
capa, cabellos largos y castaños, y cara de buena
persona, eso era lo que hacia de que perdiera el miedo,
con ella me encontraba bien, porque era natural.
Ya paseando por la calle de camino a casa, la puse al
corriente de que íbamos allí. Le mentí diciendo, que,
quería que oyera lo último en canciones de Claude
François. Eveline muy amable aceptó, pues Claude
François gustaba sobretodo a los jóvenes. Qué pena que
haya muerto de esa manera tan inesperada.
No puedes imaginarte la cara de alegría que tenía mi
padre. Cogió a Eveline por los hombros, y con un brillo
especial que ese día tenía en los ojos, le dijo - ¿ Así es
que te llamas Eveline ? me gusta tu nombre, y tu
también.
Mi madre había hecho un pastel para este encuentro, se
esmeró todo lo que pudo. Hizo café y té, para que
Eveline eligiese. Trataba que mi padre lo encontrara
todo normal, cómo si realmente se tratara de una novia
que yo tuviera. Rápidamente mi padre llamó por

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teléfono a su hermano para comunicárselo, no cabía en
su gozo. Oía cómo le hablaba a su hermano de Eveline,
como una de las chicas más guapas. Me di cuenta de que
estaba traumatizado por la idea de que yo no fuera tan
macho como él.
Mis hermanas que también conocían mi condición gay,
se miraban y reían, esperaban ver, que pasaría con
nosotros dos.
Llevé a Eveline a mi habitación, le dije que se sentara en
una silla que me servía como percha, cuando me quitaba
una prenda, la dejaba en el respaldo. Yo empecé a
buscar el disco que le había prometido, y entre tantos
como tenía de otros cantantes, encontré el que buscaba.
Cuando la canción se empezó a oír, Eveline me miró
con el ceño fruncido mientras que sonreía, y me dijo -
Estas canciones no son nuevas, las grabó Claude
François hace dos años. Eveline se puso en pie, y vino
donde yo estaba con los discos, poniéndolos en orden.
Los iba mirando uno por uno. De pronto paró y se fijó
en mi, su rostro y el mío estaban muy juntos. Puso su
mano derecha encima de mi hombro izquierdo, se
aproximó a mi mejilla y me dio un beso suave, y dulce,
apenas rozó sus labios en mi cara, recordé los besos que
mi madre me daba. Yo estaba que no sabía que hacer, no
perdía la sonrisa, aparentando que me gustaba y me
sentía bien, pero en realidad quería que pronto acabara
por si llegaba a hechos mayores.
Eveline, se fue a sentar encima de mi cama, me cogió la
mano y dándome un pequeño estirón me dijo - Siéntate
a mi lado.

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En esos momentos estaba yo, temblando como una vara
de mimbre en el viento, se me notaba tanto el temblor,
que Eveline lo percibió. Cuando me senté cerca de ella,
me dijo mirando mis pupilas excitadas por el miedo -
Hugo no pienses que va a ver otra cosa más fuerte que
un beso en la mejilla entre tu y yo, así es que ve
quitándote el miedo, y para ya, de temblar - Eveline,
perdóname, de verdad te lo pido, es que todavía tu y yo
no tenemos la suficiente confianza. Yo, por mi parte,
necesito conocerte más.
Eveline era una chica inteligente, y me miraba riendo
sin decirme nada. Su mirada hacia mi, era tierna y al
mismo tiempo compasiva. Se acercó a mi oído y me dijo
en voz baja por si alguien nos pudiese oír - Hugo, no
temas, sé que las chicas no te gustan, porque eres gay.
Los gays me gustáis porque sois más correctos y más
amables con las mujeres que el hombre que se hace
llamar hombre - ¿ Sabías que yo era gay ? - Le pregunté
totalmente confuso, y avergonzado - Si - Respondió. Mi
amiga y yo, te hemos estado observando desde hace dos
meses aproximadamente. Vimos como buscabas a
hombres mayores, y después te ibas con ellos. Las dos
comentábamos de que eras homosexual, y recuerdo una
anécdota que las dos hicimos - Que pena, con esa cara
tan guapa y ese cuerpo con tanta elegancia, que no lo
podamos disfrutar nosotras.
Eveline rió con ganas, y yo también la acompañé.
Seguro que en el salón, mis padres y mis hermanas nos
estarían oyendo reír, y pensaría que lo nuestro había
cuajado. - Eveline - Le pregunté - ¿ Porqué has
aceptado mi invitación ? - Porque sabía que eras gay -

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Me respondió - Y no me pedirías como los demás
hombres que he conocido, que me fuera contigo a la
cama.

Jamás he reído tanto cómo ese día. Claire, si


supieras cómo me sentí ridículo. Eveline vio cómo me
puse rojo, igual que un fresón, y me dio con su mano un
toque en el hombro, y empezó a reír con más fuerza, yo
la seguía, los dos reíamos de tal manera que las
carcajadas se oían por toda la casa. Yo tenía las manos
puestas en el estómago, tratando de evitar un soponcio.
Eveline, con su mano puesta en mi hombro, y su cabeza
apoyada en mi brazo, reía y lloraba al mismo tiempo.
Cuando ya nos pudimos calmar, ella me preguntó -
¿ Quién te fuerza para que busques una chica ? - Mi
padre - Le respondí - Siente vergüenza de que sea su
hijo. Esta carta que he jugado contigo, me ha costado
mucho, no te puedes imaginar todo lo que he ensayado
esta noche, para que saliera bien contigo, y no me
rechazaras.
Eveline seguía riendo de oírme, mientras
que movía la cabeza - Pobre Hugo - Me dijo - Sabía de
que eras gay, pero no de que tuvieras tanta sensibilidad,
y miedo de herir mis sentimientos, eso demuestra que
eres una buena persona, y se puede confiar en ti -
Gracias Eveline - Le respondí - Creo mayormente, que
en vez de haber conocido a una amiga, he encontrado a
un ángel ¿ Conoces a más hombres gays ? - No - Me
respondió - Eres el primero, y creía, cuando se hablaba
de gays, que eran hombres amanerados, que iban por la
calle haciendo la loca - ¿ No crees que soy así ? - Le

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pregunté- ¿ No se me nota ? - Algo - Me dijo - si una
persona se fija bien en ti, es posible

- Hugo, en definitiva, ¿ Qué pasó con Eveline ? - Le


pregunté.

Hugo miró a Émile que seguía con los brazos cruzados,


y la cabeza baja, parecía que se hubiese quedado
dormido, pues esta historia la conocía. Seguidamente
Hugo, encontró mi mirada y siguió contando.
- Mi madre, sabía que todo era una farsa, pues ella fué la
que me introdujo en ello. Mis hermanas no estaban al
corriente, pero esperaban ver que Eveline y yo nos
besáramos para confirmarlo. Mi padre, quería que nos
casáramos lo más pronto posible, sobretodo, para acallar
las bocas de sus amistades y hacerles ver, que yo era tan
hombre como los demás. ¡ Ah ! se me olvidaba decirte
que, yo trabajaba en unos laboratorios de medicina, era
estudiante.
Caía en sábado la fiesta de San Valentín. Mi
padre había comprado para Eveline un anillo de
compromiso, lo hizo por su cuenta sin contar con mi
madre ni conmigo. Mi hermana la mayor estaba casada,
y ese día vinieron a comer a casa, ella y su marido.
Estaba embarazada de seis meses.
Mi madre había hecho una comida suculenta, y preparó
un delicioso pastel de chocolate. De esta manera se
celebraba el día de los enamorados cada año en casa, mi
madre es, muy detallista, y sobretodo, trataba de que mi
padre estuviera contento, para ella era muy importante.
Al momento de tomar el champagne con la tarta, sacó

71
mi padre del bolsillo de su americana, un paquetito
pequeño, con un envoltorio de regalo, y se lo ofreció a
Eveline. Ella se quedó parada, primero, me miró a mi, y
seguidamente a los demás, no sabía que hacer, si cogerlo
o, no.
Mi padre se lo puso delante diciéndole - ¡ Cógelo, es el
regalo de mi hijo !.

Eveline, cogió el paquetito, y lentamente lo fué


abriendo. Encima venia marcado con letritas doradas, el
nombre de la joyería donde lo había comprado, abrió la
cajita cuadrada, y ante su sorpresa, pero que ya se lo
había imaginado. Venía un anillo de pedida, en oro
blanco, con un zafiro rojo redondo.
Miré el rostro de mi padre como sonreía feliz, esperando
que Eveline y, yo, nos besáramos. Mi madre no sabía
que hacer, sus mejillas habían enrojecido, hasta el punto,
que se tuvo que poner de pie, y con una excusa dijo, que
iba a la cocina.
Eveline, me miraba moviendo la cabeza, no sabía que
hacer, ni que decir. En ese instante los dos nos dimos
cuenta, que esa farsa tenía que acabar de inmediato. Tres
meses que hacía que Eveline venia a casa, me había
dado mucha fuerza para afrontar contra los demás, mi
realidad. En el momento que me iba a dirigir a mi padre,
él, se adelantó, pero sin hacerlo adrede, y me dijo - Hijo,
a ver cuando os casáis, y le haces a Eveline, una barriga
como la que tiene tu hermana.
Eveline tuvo más coraje que yo, cerró la cajita, y la puso
encima de la mesa, delante de mi padre, con estas
palabras - Señor Barreau, Hugo y yo, sólo somos

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amigos, y yo por ahora, no tengo intención de casarme,
pues, sólo tengo dieciocho años, gracias por el obsequio,
pero no lo puedo aceptar.
Mi madre volvía de la cocina con una cafetera llena de
café recién hecho. Lo primero que se fijo fué en la cara
que se le había quedado a mi padre, mientras que ella
dejaba la cafetera encima de la mesa, quiso decirle algo
pero, él, no la dejó. Con voz insolente remetió contra
ella, diciéndole de todo, jamás lo había visto antes así de
enfadado. Vi que a mi madre le caían dos lágrimas y, ya
no pude aguantar más. Me puse de pie y mirando a mi
padre me enfrenté a él y le dije - ¡ Nací gay, soy gay, y
lo seré mientras viva, no me voy a casar con nadie y
estoy harto de que me discrimines del modo que lo
haces, cómo hijo te importo muy poco!.
Eveline, se había puesto también en pie. Le dije delante
de todos - Vámonos, te acompaño hasta tu casa.

Mi padre gritaba diciéndome - ¡ Siéntate, te irás cuando


yo te lo diga ! - No - Le respondí - Me voy ahora, y
quizás puede que sea para siempre.

Mi madre lloraba, me miraba con dolor.


Este fué el último día que Eveline fué a mi casa. Aquí
empezó la guerra entre mi padre, y yo.

- Hugo, ¿ Supiste más tarde algo más de Eveline ?.


- Sí, dos años después se casó, me invitó a su boda, la vi
feliz, y yo, me alegré mucho por ella, porque se lo
merecía.

73
- Entonces, la pregunta que yo te había hecho era, si
habías estado en alguna ocasión con una mujer.
- Claire, jamás he compartido cama con una chica, lo
más que he llegado hacer con ella es, darle un beso en la
mejilla como amigos, pero nada más.
- Me he fijado mucho a lo largo de esta narración que
has hecho que cuidas de la mujer bastante, la proteges y
la defiendes ¿ Eso no es amor ?.
- Ya te he dicho antes - Dijo Hugo - Que el gay ama
también a la mujer, es una ley que está escrita en
nuestros corazones, por tener un treinta por ciento de
masculino y el setenta de femenino, yo adoro a la mujer,
y sé mejor que un hombre entero, lo que la puede hacer
feliz.
- Hugo ¿ Me dejas que te haga la última pregunta ?.
- Sí claro, ¿Dime que es ?.

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6

- ¿ Cómo está tu salud ? ¿ Te encuentras bien ?.


- ¿ Porqué me lo preguntas ?.

Émile levantó la cabeza y me miró al mismo tiempo que


levantaba los hombros, cómo dándome a entender que
no preguntara por cosas personales. Yo le devolví el
mismo gesto haciéndole ver que no pasaba nada.
- No importa Émile - Dijo Hugo - Me gusta que se
interesen por mi salud, hace ver, que es una buena
amiga.
- Te voy a decir Claire - Aclaró Hugo - Hace como dos
meses que no me encuentro bien, estoy cansado, quizás
agotado, y sin fuerzas en las piernas.
- Eres alto, y creo que estás demasiado delgado, los
huesos de la quijada te salen, para mi entender, más de
lo normal ¿ Comes bien ? - Le dije analizando.
- Hay días que sí, y días que no, depende cómo me
encuentre de ánimo. He perdido cuatro kilos.
Émile rápidamente saltó y dijo - ¿ Dices que has perdido
cuatro kilos ? Yo te veo igual, es que tu eres delgado
¿ Todavía no te han llamado para los resultados que te
hicieron de la analítica ?.
- Me hablaron de quince días, hoy es el décimo, ya
tengo ganas de saber que es lo que está pasando dentro
de mi.

75
Émile lo miraba moviendo la cabeza, y seguidamente
dijo recordándole - Eres hipocondríaco, desde que te
conozco siempre estás mirándote la temperatura para ver
si tienes fiebre. Un día dices - Tengo cinco décimas,
otro día que tres, y así estás día tras día.
- Es que es verdad que tengo cada día décimas ¿ Porqué
no me crees ?.
- ¡ Porque ya estoy harto de que cada día me des la lata
con lo mismo ! ¿ Tu no estarías igual si esto lo hiciera
yo ?.
- No - Respondió Hugo rotundamente - Si yo viera que
tienes fiebre, te diría que fueras al médico, y si fuera
algo peor lo que tuvieses, estaría a tu lado cuidando de
ti. No creo que tu conmigo hagas lo mismo, estoy
seguro, que me dejarías morir igual que a un perro.
- Cómo ... ¡ Cómo te gusta argumentar la situación
cuando hay alguien delante ! - Le reprochó Émile -
¿ Porqué te gusta estar haciéndote siempre la víctima ?.
- Te digo lo que es - Repuso Hugo - ¿ Te avergüenzas de
que esté Claire delante ? Pues, ella mejor que nadie sabe
cómo eres.
- ¡ Hugo me estás calentando ! Siempre pasa lo que
pasa, porque la lengua no la sabes guardar, y tenemos
que terminar de la misma manera.
- ¿ Has visto el ojo que me pusiste anoche ? - Dijo Hugo
señalando con su dedo índice, el ojo morado - Pues
ahora me pones el otro igual, ¡ Eres cómo mi padre !.
- ¡ No te consiento, que me compares a él ! ¿ Me
entiendes ? - Dijo Émile levantándose del sillón y
encarándose, con las manos planas puestas encima de la
mesa, y los ojos extremadamente excitados.

76
Hugo , dirigiéndose a mi, me preguntó.
- ¿ Se ha puesto alguna vez contigo así de violento ?.
- ¡ A ella no la metas en esto ! - Saltó Émile antes de que
me diera tiempo de abrir la boca.
- No - Le respondí - Cuando nos discutíamos, y me
ponía más nerviosa de lo normal, cogía la puerta y se
iba, volvía tres horas más tarde, cuando sabía que ya
todo se había calmado.
- Chica, pues tuviste suerte, porque ya lo ves ahora
cómo se pone por nada que le diga.

Yo estaba molesta de oírlos discutir. Estoy segura que


Émile, no le volvió a pegar, porque estaba yo delante,
no eran dos caracteres que se avinieran, eran totalmente
opuestos, el uno al otro. Hugo más sensible y delicado,
su comportamiento era cómo el de la mujer. Émile se
caracterizaba, por tener poca paciencia, no querer
escuchar, y sobretodo mucha dureza. Pobre Hugo eso
era lo que sentía hacia él, compasión. Con su padre lo
pasó fatal, y ahora con Émile, le costaba soportarlo.

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7

Me puse de pie, porque para mi, toda esa


discusión me resultaba violenta. Bajé los tres escalones
que separaba el porche del jardín, y fui paseando
parándome en cada flor, me acercaba a su néctar y olía
su perfume. La vista me llevó a la hierba, que subía
como un palmo de altura, vi cómo se movía y se
deslizaba un ser con vida, era color verde, pero de donde
estaba no podía bien distinguir que era, la cabeza no la
veía, ni la cola tampoco, sólo un trozo de cuerpo verde
que iba avanzando. Me asusté, pensando que podría
tratarse de una serpiente - ¡ Dios mío ! - musité.
- ¿ Qué ocurre ? - Respondió Émile todavía enfadado.
- ¡ Ven, le dije, y tu también Hugo ! - Respondí.

La criaturilla que parecía venía en mi dirección, se ladeó


hacia su izquierda y siguió otro camino. Émile y Hugo
estaban a mi lado. Yo con el índice señalé el sitio donde
la hierba seguía moviéndose, y dije sin mirarlos a ellos,
y observando lo que me intrigaba.
- ¿ Que es aquello que se va deslizando por allí ?.
- ¡ Ah ! - Dijo Émile - Es un camaleón, en el jardín hay
varios.
- ¿ Qué hacen aquí ? - Pregunté todavía algo aturdida.
- Están en su ámbito, viven en su tierra - Dijo Émile.

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Hugo avanzó varios metros, que era por donde paseaba
el reptil saurio. Se agachó y lo cogió con cuidado, lo
llevó y lo puso delante de mi, encima de la palma de su
mano mientras que acariciaba con su otra mano el
cuerpo del animal. Era la primera vez que veía a un
camaleón tan de cerca.
- ¿ Muerde ? - Le pregunté a Hugo - Mi ignorancia
sobre reptiles era enorme.
- No. No muerde, lo puedes acariciar.

Llevé mi mano lentamente, y posé mis dedos sobre su


piel. Retiré la mano haciendo un gesto de nerviosismo.
- Claire, cógelo - Dijo Hugo, al mismo tiempo que me lo
acercaba.
- No, soy incapaz de hacerlo - Le dije agitando las
manos cerca de él. Además, tiene una cara que me da
miedo.
- ¿ Sabías que los nativos adoran al camaleón ?.

Levanté los hombros, al mismo tiempo que apretaba los


labios, y movía la cabeza, le pregunté.
- ¿ De qué manera lo adoran ?.
- Para la vida de los nativos, el camaleón es muy
importante, dicen que sólo un Dios puede cambiar de
colores en el lugar donde se posa, y se puede hacer
invisible.
- ¿ Piensan que los camaleones son Dioses ? - Le dije
sorprendida - ¿ Realmente lo creen ?.
- A parte del Dios supremo, están convencidos de que el
universo lo gobiernan también Dioses, y estos Dioses

79
cogen la forma de animales, y los camaleones es uno de
ellos.
- Es interesante - Le dije - no lo hubiese pensado
¡ Quien sabe, lo mismo es verdad !.
- Figúrate - Me dijo Hugo - Hasta que punto los
respetan, que si ven a uno de estos animales muertos,
hacen penitencias y oraciones para que a ellos no les
vengan un mal.
- ¿ Sólo por haberlos visto muertos ? - Le pregunté
sorprendida.
- Sólo por eso. Dicen que su espíritu se venga por
haberlos observado sin vida.
- Debe de ser una leyenda ¿ No ? - Le dije sonriendo.
- Para ellos no lo es. Son muy espirituales, hacen
rituales con cánticos, que ellos aseguran llegan hasta los
Dioses. También en estos rituales, hay muchos que caen
en trance. Aseguran que un espíritu ha entrado dentro de
ellos, y tienen formas diversas, cada uno se comporta
según el espíritu que lo ocupa.
- Hugo. Si un camaleón muere en este jardín ¿ Que
puede suceder ? ¿ Qué ocurriría si Yosi o Salomón lo
descubren muerto ? - Le pregunté, pues estaba
interesada en el tema.
- Que, se irían a otra casa, cambiarían de lugar, porque
si no lo hacen, vivirían con la obsesión de que ellos
morirían pronto, y serían castigados.
Me quedé parada mirando a Hugo y al camaleón que
seguía posado encima de su mano, y que había cogido
un color rosado pálido. Realmente era asombroso, hacía
sólo diez minutos que paseaba por la hierba, llevando un
verde transparente en su piel.

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- Hugo. ¿ Crees tu en esta historia o, leyenda ? - Le
pregunté, mirándolo fijamente.
- Ni creo, ni dejo de creer. Los nativos están muy por
encima de los blancos, en lo que a religión y creencias
nos concierne, ellos nos podrían enseñar en este terreno
mucho. ¿ Sabes también lo que dicen sobre las
mariposas ?.

- ¿ Qué ? - Le respondí deseosa de saberlo.


- Pues que son Hadas las mas grandes, las que tienen las
alas largas. Las mariposas más pequeñas, pero bastante
más, éstas dicen que son ninfas. Hablan de las mariposas
como si de Diosas se trataran.

Hugo se separó varios metros de donde estábamos Émile


y yo, para dejar sobre la rama de un árbol al camaleón.
Miré a Émile, que seguía con su mirada los pasos de
Hugo.
- Émile. ¿ Crees en esta leyenda que Hugo ha contado ?-
Le pregunté para escuchar sus creencias.
- De estas cosas, yo no me ocupo tanto, quizás sea más
superficial. Yo no tengo vida interior, todo lo que poseo
está a la vista. Se habla ahora tanto de vida interior, que
yo no sé a qué se están refiriendo - Dijo con firmeza.
- Que distintos sois Hugo y tu, uno es la noche y el otro
el día - Le dije cambiando de tema - ¿ Te ocuparás de
buscarme una academia para que aprenda inglés ?.

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- Conozco dos - Me dijo - Una está en el centro de
Johannesburgo, y la otra, no queda lejos de aquí, podrías
ir andando cada día.

Me sentí por dentro contenta, de pensar que quizás


pronto podría hablar inglés, y comunicarme más
extensamente con otras personas.
Hugo regresó a donde estábamos, había oído la
conversación que tuvimos Émile y yo, él, me aconsejó.
- Tienes que ir a la academia lo más pronto posible,
verás que en pocos meses sabes hablar inglés.

Hugo miró la hora que era en su reloj de pulsera -


Repuso dirigiéndose a Émile - Nos da tiempo antes de
comer de ir con Claire a la academia inglesa para abrirle
matricula.
- Hoy es sábado - Dijo Émile - Y las oficinas deben de
estar cerradas.
- No lo creo - Contribuyó Hugo - Si hay clases, también
hay oficinas. Vamos a mirarlo, en coche estamos en
siete minutos.

Cogimos lo necesario, lo que el reglamento pudiese


pedir para hacer estas clases de gestiones, y nos pusimos
en marcha. Estaba en lo cierto, sólo tardamos de siete a
ocho minutos en llegar a la puerta verjada de la
academia inglesa. Sólo faltaba media hora para que
acabaran las clases, y las oficinas se cerrarían, pero fué
el tiempo suficiente para hacer los trámites.

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Jamás me hubiese imaginado, que un día antes de llegar
a Johannesburgo, que al lunes siguiente, o sea tres días
después, iba a empezar mis clases de inglés. El destino
nos puede hacer un montón de jugadas que
desconocemos, y que es imposible escapar a sus garras,
tanto si son malas cómo si son buenas.

El director de la academia, un señor mayor, amable,


pero recto a la vez, entregó a Émile que fué quién habló
por mi, una nota con los libros que necesitaba, y
cuadernos. Regresamos a casa, pues era la hora de la
comida, la una de la tarde. Yosi nos había preparado de
primer plato, espagueti, con una salsa de tomate picante.
Estaba delicioso, pero bastante picante para mi, el
segundo plato era, estofado de carne, cortada en trocitos
pequeños, la salsa también picaba, pero estaba
buenísimo. No sé porqué, me había hecho la idea de que
los nativos sólo comían las frutas que iban encontrando
por el campo, y mazorcas, y que comida hacían poca,
pues este día pude comprobar de que era todo lo
contrario, y que la cocina que ellos hacían, no tenía
porqué envidiar a otra. Tan llena me había quedado que,
no pude empezar el postre de tres colores que había
dejado encima de la mesa, hecho también por ella,
parecido al flan.

El porche, donde estábamos comiendo se llenó de


inmediato de moscas molestas, que no paraban de
picarnos, y de posarse encima de los alimentos.
Habían dos tumbonas estiradas, debajo del grueso árbol
que daba sombra a la mitad del jardín. Émile ocupó una

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tumbona, y rápidamente se quedó dormido. Hugo, me
ofreció la suya generosamente, pero no lo acepté y le di
las gracias, preferí subir a mi dormitorio, y colocar en el
armario, toda mi ropa, que aún seguía en las maletas.
Acabé sudorosa y entré en el cuarto de baño para tomar
una ducha de agua fría, y después me sentí cómo una
rosa. De vuelta a mi dormitorio me cambié de ropa
interior, y me vestí con una blusa azul cielo, descotada y
sin mangas, y un pantalón blanco de seda fina.
Oí la voz de Émile que me llamaba desde el jardín, fui
hasta la ventana, y me asomé. Estaba de pie,
mirándome. Me preguntó.
- ¿ Estás preparada ?.
- Sí. Le respondí.

Habíamos quedado en ir por la tarde al


centro de la ciudad para comprar el material que yo
necesitaba para mis clases de inglés, y cenaríamos en un
restaurante. Hugo, me había invitado por la mañana en
el desayuno.

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8

Después de comprar lo necesario, de libros


en inglés y cuadernos. Era Émile el que conducía, Hugo
iba sentado a su lado, y yo, atrás, confortablemente.
Dimos varias vueltas por Johannesburgo para que yo,
conociera la ciudad. Pronto serían las siete de la tarde, y
la hora de cenar. Yo, apenas tenía hambre, pues, la
comida del mediodía fue rica en calorías, y aún me
sentía llena.

Émile, paró el mercedes, en el parking del restaurante,


que estaba a la derecha y a la izquierda del edificio. La
fachada y todo su alrededor eran de cristales, cubiertos
con cortinas amarillas, de un tisú muy fino. Desde el
exterior, parecía que fuera una nave dorada. En la
entrada, esperaba un obrero nativo, vestido con
esmoquin blanco, camisa blanca, pajarita negra, y
zapatos blancos. Yo, lo miraba entusiasmada, pues, en
París, jamás había visto tanta elegancia en un
restaurante, al menos, a los que tuve ocasión de ir.

Estábamos los tres delante del portero, que a mi, me


resultó atractivo. La puerta estaba abierta y pude ver el

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restaurante cómo era por dentro. La elegancia resaltaba
por todos lados, la iluminación, era grandiosa. Colgaban
del techo, tres lámparas grandes de pedrerías luminosas.
Ya me hacia yo la idea de estar sentada en una de las
mesas redondas, cubiertas con manteles rojos, y sillones
a su alrededor.
El portero, vi que se fijaba en Émile y en Hugo. Les
habló en inglés. Émile, con el semblante serio, me miró
y me dijo - Vámonos de aquí.

Cuando íbamos llegando al coche le pregunté.


- ¿ Qué ha ocurrido ? ¿ Porqué no cenamos en este
restaurante ?.
- Nos ha dicho a los dos - Dijo Émile - ¡ Cómo es que
vienen a cenar con una dama y uno, no trae americana,
y el otro, no lleva corbata !. ¿ Creen que es correcto ?
Aquí, no pueden entrar.

Me quedé asombrada al escuchar las


palabras de Émile, iba descubriendo poco a poco la
elegancia y el saber estar que había en África del sur.
Era cierto, Émile vestía con pantalón blanco y camisa a
rayas, y Hugo un traje gris, pero no llevaba corbata.

De allí, nos fuimos a otro restaurante pero de una


calidad bastante inferior. Yo había pedido, unas
brochetas, acompañadas de verduras, y arroz, con una
salsa picante. El camarero que nos servía, también
nativo, advirtió que era un plato fuerte, por la clase de
condimentos que llevaba. Hugo le dio las gracias por la
advertencia. Cuando me llevé el tenedor a la boca y lo

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probé, hice espantos con las manos, lo primero que se
me ocurrió fué coger el vaso de cerveza que había
pedido, y beber. El camarero, me miraba riendo.
Las mesas del restaurante estaban repletas, y en la barra
no cabían más personas.
Hugo había pedido una pizza, y con poco apetito miraba
por donde la iba a cortar. Émile había empezado a
comer un entrecot con patatas fritas. Tocó mi brazo
izquierdo, y me hizo un gesto para que mirara a la barra.
- ¿ Que es ? - Le pregunté.
- ¿ Ves esa chica ? - Dijo señalando con la vista - Es
francesa.
- ¿ Qué chica, porque hay varias ? - Le pregunté
mirando distraída.
- Esa que está sentada de espaldas a la barra, la que viste
con mini falda, y muestra por el escote de la blusa, el
sujetador.
- ¡ Ah ! ahora la veo - Le dije fijándome bien en ella.
- Cómo te he dicho antes es francesa, llegó aquí con su
marido al mismo tiempo que yo, es una buscona, le ha
puesto al marido infinidades de veces los cuernos, pero
lo peor no se queda ahí. Lleva a su casa los clientes, y si
está el marido, lo echa fuera de la casa, hasta que ellos
terminan.
Me quedé con la boca abierta mirándola,
pues se le veía una mujer de unos treinta años, era
vulgar, gorda, y patosa. Le pregunté a Émile.
- ¿ Es prostituta ?.
- No sé como llamarla - Respondió Émile, soltando una
carcajada - Ella dice que no cobra, que sólo va con los
hombres que le gusta.

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Me quedé mirando a Émile, con los ojos
como platos, y sorprendida le recalqué.
- ¿ Dices que va con los hombres que le gusta ?.
- Eso dice ella - me volvió a repetir.
- ¿ No ves cómo es ? - Le dije señalándola con la mano -
Sólo pueden ir con ella hombres con muchas ganas. ¿Por
lo que veo, la conoces bien ?.
- Si. Hemos coincidido con ella y su marido, en este
restaurante, es donde Hugo y yo, solemos venir a cenar
una vez a la semana, que es cuando salimos de noche.
- Viene hacia nosotros - Le advertí, agaché la cabeza, y
mezclé un poco de salsa picante con arroz, disimulando.
- Viene a chafardear, a preguntar, quien eres.
- Buenas noches señor Franklin, y señor Barreau.
¿Quien es esta dama tan elegante ? - Dijo con voz
potente, y de cazalla.
- Señora Lecran ¿ No está su marido esta noche con
usted ? - Le preguntó Émile, sin responder a su
pregunta.
- Hace tiempo que estoy buscando otro marido, el que
tengo no me gusta. ¿ No quiere decirme quien es esta
dama ?.
- Cuando se lo diga, se vuelve a ir otra vez a la barra
¿ De acuerdo ? - Le sugirió Émile.
- Señor Franklin, me está tratando mal. ¿ Ha olvidado de
que soy una dama ? - Dijo con voz seca, y abierta de
piernas todo lo ancho que le daba la minifalda. De
pronto la mesa se movió con violencia, de la patada que
le dio, y seguidamente le pegó la segunda patada, y la
tercera, hasta que volcó los vasos de cerveza que habían
encima, y el líquido se derramó y chorreó en el suelo.

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Ella se puso a gritarle a Émile en Francés - ¿ No
quiere presentarme a su puta ? ¡ Ah ! ¿ Ahora recuerdo,
vosotros dos no sois maricones ? ¿ Ella entonces quien
es ?.
Yo, la miraba sin responder, con ella había que llevarse
bien, eso fué lo que advertí en su comportamiento, cómo
persona iba perdida, estoy segura que lo sabía, y no le
importaba dar un escándalo o tres, si fuese necesario.
Entre Émile y Hugo, pusieron los vasos derechos, al
punto que venía el camarero que nos estaba sirviendo, y
se acercó a esta mujer, con buenos modales, y en inglés,
le dijo que abandonara el local.
- ¡ No me da la gana ! - Le respondió ella en francés.

En vista de lo chula que se puso, el camarero llamó a la


policía. Ella cuando vio que la policía iba a venir, y se la
llevarían presa, se volvió loca tirando los manteles de
otras mesas, y hacia caer los platos, las copas y los
vasos, al suelo. Después se metió con la mesa en donde
estábamos cenando, y no dejó títere puesto, sólo faltaba
que volcara la mesa. Mientras que la policía venia dos
camareros nativos, trataban impedir que rompiera más
cosas. Cuando la policía llegó, se había quedado en
medio del restaurante, insultando a todos los clientes, les
decía de todo, pero nosotros también cogíamos.
Dos agentes se acercaron a ella, y al primero que
vio, lo llamó chulo asqueroso. Cómo ella no los quería
acompañar, daba estirones con los brazos, cuando un
policía intentaba cogerla. Fueron dos quien la sujetaron,
cada uno por un brazo, obligándola a salir del

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restaurante. Mientras la sacaban, les pegaba patadas a
uno y al otro. Cuando ya se la llevaron, vinieron más
camareros a poner las mesas en orden. Quitaron los
manteles que habían quedado manchados, y mojados por
la bebida que había caído encima.
Cuando se quedó todo tranquilo, yo le regañé a Émile,
por haberle hablado de ese modo.
- Esta mujer, no tiene clase para que se le respete, se
acuesta con todos los borrachos que encuentra, además
está loca, una mujer normal, no hace el desastre que ha
hecho ella aquí esta noche, que ha quedado cómo lo que
es, una baratija de poco valor.
- ¿ Qué clase de hombre es su marido, que esté viviendo
con esa mujer ? - Dije, dirigiéndome a Hugo y Émile.
- Un pobre hombre - Respondió - Una noche vino a casa
con miedo, escondiéndose de ella, nos pidió por favor
que lo dejáramos pasar allí la noche, porque, lo iba
siguiendo con un cuchillo en la mano, para cortarle el
cuello. Como ella iba tras de él, vio que le abríamos la
puerta, y entro dentro ... no te puedes imaginar la que
nos formó fuera, delante de la verja. Nos llamó
maricones, y que nos íbamos a acordar de ella hasta el
resto de nuestras vidas.
Mientras que Émile me contaba tragedias y tropiezos de
esta mujer, yo asentía con la cabeza, me creía todo lo
que me dijera de ella, porque la había visto, cómo hacia,
y en el modo que se comportaba.
- ¿ Viven cerca de nosotros ? - Pregunté, totalmente
alarmada.
- Dos calles más arriba - Respondió Hugo.

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- ¿ De qué conocéis a esta pareja ? - Les pregunté a los
dos.
- El marido trabaja en la siderurgia - Dijo Émile.
- ¿ Trabaja con vosotros ?.
- En la misma fundación, pero en otra plantilla - Dijo
Hugo moviendo la cabeza - Y nos cuenta, cuando lo
vemos, cosas horribles que no te las puedes ni imaginar,
que ella le hace.
- ¿ Cómo qué ?.
- No te las voy a contar, por respeto a ti, es muy fuerte,
y sentiría yo vergüenza de decírtelas - Dijo Hugo
empezando otra pizza que le acababa de traer el
camarero, porque la que estaba comiendo, había
terminado en el suelo, pisoteada - Repuso - Te voy a
contar sólo una cosa, porque lo demás, no se puede
decir. Una noche dormían, y de pronto, ella le empezó a
pegar patadas, gritando, y diciéndole, que se fuera de la
cama, que no lo quería con ella.
Dijo Dominique, que es así como él se llama. Que de
una patada lo tiró al suelo, y así pasó toda la noche, en
el suelo, no se atrevió a decirle lo más mínimo por si en
el suelo lo remataba.
- ¡ Pero, si es un monstruo, en vez de una mujer ! - Dije
totalmente exaltada, y sin comprensión para esa
detestable persona.
- Otras veces nos dice - Dijo Émile - Que cuando le pasa
ese mal momento, se arrepiente, y llora pidiéndole
perdón, es por eso que sigue con ella, porque en el
fondo, no es mala, sólo se pone a romper y a insultar,
cuando ha bebido, es una alcohólica.

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- ¡ Ya ! - Exclamé, desconcertada - ¿ Entonces, la
policía que va a hacer ahora con ella ?.
- Lo más seguro es, que harán que la vea un médico, y la
sancionaran por el escándalo público que ha dado, y
también, tendrá que pagar los daños y desperfectos, que
aquí ha causado. Total un mes de trabajo de Dominique,
si aún no es más. A Émile, le habían traído otro entrecot,
con patatas fritas, pues el primero había comido la mitad
cuando ocurrió este suceso. Yo también había comido
un poco de brochetas, y algo de arroz, con esa salsa
picante pero muy sabrosa, y no me entraba más comida,
seria porque estaba nerviosa de presenciar lo sucedido, o
por que no tenia más gana.
Cuando llegamos a casa, eran, las doce y media de la
madrugada, y el único ruido que se oía era, el sonido
agudo de los grillos. Mi vida había hecho un giro de
ciento ochenta grados. En París era difícil de oír a un
grillo cantar, al menos que se viviera a las afueras.
No estaba arrepentida de haber llegado a África, y
descubrir la vida que hacia Émile y Hugo. Me sentí
humillada en el momento, pero cuando conocí a Hugo, y
su manera de ser, cambió todo en mi. Puede que fuera,
porque no amaba lo suficiente a Émile, y también,
después de oírlo confesándose, que ya era gay antes de
conocernos.

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9

El lunes, empezaban las clases de inglés, a


las ocho de la mañana. Me levanté a las seis, antes que
Émile y, Hugo. Pues, quería poner todo en orden, yo
también mentalizarme de que todo iba a salir bien, y que
no me iba a poner nerviosa.
Después de ducharme, bajé a la cocina, y me preparé un
desayuno. Té, y dos rebanadas de pan de molde untadas
con mantequilla, una loncha de queso, y otra de jamón
cocido. Me preparé bien, para tener la mente clara y
despierta. Mi desayuno lo llevaba a medias, cuando hizo
su aparición en la cocina Yosi. Me dio los buenos días
en inglés. Yo le respondí también en inglés. Émile me
había enseñado el día antes, para que, por lo menos
supiera decir, buenos días, buenas tardes, y buenas
noches.
Yosi traía puesto el uniforme rosa, lavado y planchado.
Se quedó de pie, delante de la mesa de la cocina,
mirándome cómo desayunaba. La miraba y pensaba.
Pobre gente, han nacido en estas tierras, son de ellos, y
los blancos venimos para adueñarnos de ellas, y hacerlos
a ellos trabajar para nosotros. Que injusta veía yo la
vida. ¿ Porqué era de esa manera ? Me di cuenta de que
yo le caía bien, se quedaba a mi lado, tranquila y

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sosegada. Deseaba saber pronto inglés, para poder
hablar con los nativos, y preguntarles, costumbres de su
cultura, estaba segura que debería de ser rica. Lo poco
que había visto de ellos demostraron saber conducirse
plenamente.
Bebí un sorbo de té, y dejé la taza dentro del platillo,
miré a Yosi, y con la mano le hice un gesto, qué era lo
que había ese día para comer - Ella se giró hacia el
frigorífico, y con su índice, señaló, una nota escrita en
inglés, que estaba en la parte de arriba, cogida por un
imán, de donde estaba podía ver que habían los siete
días de la semana, y cada día había escrito un menú. Lo
llevaba bien organizado.
Le mostré un libro en inglés que lo había dejado encima
de la mesa para ir ojeándolo mientras desayunaba. Me
hice entender, que era el primer día que iba a dar clases.
Yosi sonrió, y levantó su dedo pulgar y dijo - OK.

Oí a mis espaldas la voz de Émile que me daba los


buenos días. Se sentó en la mesa frente a mi, mirando el
desayuno tan suculento que estaba tomando.
- ¿ Has dormido bien ? - Le pregunté.
- Regular - Me dijo - Esta noche se ha encontrado mal,
Hugo.
- ¿ Qué tenía ? - Le pregunté preocupada.
- Decía que le dolía el vientre, y esta noche ha tenido
diarrea ¿ Lo has oído ir al cuarto de baño ?.
- No, cuando llegamos anoche caí rendida en la cama, y
me dormí rápidamente. ¿ Tenía fiebre ?.
- No sé lo pregunté, porque, como siempre está tan
obsesionado en tomarse la temperatura, no lo quise

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alarmar. Tengo ya ganas que le den los resultados para
que se tranquilice.
- Y si tuviera algo, una pequeña dolencia - Le dije - Si
dice que tiene todos los días, de tres a cinco décimas,
puede que se trate de una pequeña infección.
- ¡ Va ! no lo conoces - Dijo Émile - Es igual que un
niño chico, llama la atención para que yo esté por él.
Tengo mi trabajo, y cuando llego aquí, sólo quiero
descansar.
- ¿ Sigue en la cama ? - Le pregunté - ¿ Está bien para
que vaya a trabajar ?.
- ¡ Pues claro que si ! anoche debió sentarle mal tanta
pizza que se comió.
- Buenos días Claire - Dijo Hugo, entrando en la cocina,
con la voz un poco apagada.
- Buenos días - Le respondí.

Se sentaron los dos frente a mi. Émile se había puesto en


su taza té, con una rebanada de limón, y dos azucarillos.
Se preparó cuatro rebanadas de pan, untadas con
mantequilla, y queso.

Cuando ya había bajado a desayunar, la mesa, estaba


equipada para el desayuno. Yosi, la dejaba preparada
por la noche, y sólo había que hacer el té, y coger del
frigorífico el pan, y los demás alimentos.
Hugo miraba cómo desayunábamos Émile y yo. Lo
miré, y realmente, no tenía buena cara, su tez era blanca
y las facciones algo retraídas. Le pregunté.
- ¿ Te duele algo ?.

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- No. Sólo que no me encuentro bien, tengo molestias en
el vientre, esta noche he tenido colitis, y lo he pasado
realmente mal.
Eché una ojeada al reloj de la cocina, y
marcaba, las siete y veinte minutos. Me tenía que dar
prisa, era el primer día de clase, y quería estar antes de
la hora. Me preocupaba el aspecto que tenía Hugo, y
antes de levantarme de la silla le pregunté.
- ¿ Comerás algo antes de que os vayáis ?.
Después de negar con la cabeza dijo.
- Creo, que es mejor que no coma nada, parece que
ahora la colitis se ha parado, pero si tomo algún
alimento puede volver a surgir. No te preocupes Claire,
no es la primera vez que me pasa.
Miré a Émile, y le hice un gesto con la cabeza, para que
vigilara a Hugo durante el día. Émile levantó los
hombros con ademán de decirme - ¡ Pero qué pesada
eres !.

Subí rápidamente al cuarto de baño, y me estuve


lavando los dientes, hice, una pequeña necesidad, y en el
espejo estuve retocándome los labios, con un carmín
fucsia, que es como me gusta.
Rápidamente cogí de mi dormitorio, la bolsa de lona,
que contenía, los libros y cuadernos. El bolso lo colgué
en mi hombro izquierdo, y bajé las escaleras
rápidamente. Llegué a la cocina para despedirme de
Émile y de Hugo, y para que me desearan buena suerte.
Cuando todo esto lo obtuve, salí de la casa, y llegué
hasta la verja, la abrí con temblor en la mano, por los

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nervios, que se habían apoderado de mi estómago, y
sentía retorcijones.

EL PRIMER DÍA DE CLASE

El sábado por la mañana cuando estuvimos


para inscribirme, el director nos acompañó al primer
piso, y me mostró el número de puerta donde yo tenía
que ir, y era el número dos. Así es que, no tenía
confusión alguna. Delante de la puerta, respiré hondo,
esperé treinta segundos, cogí el pomo y abrí la puerta.
En la clase había diez personas, jóvenes relativamente,
unos menos que yo, y otros más, entre hombres y
mujeres, ocupando mesas, de dos en dos. Al principio de
la clase, detrás de la mesa estaba sentada la profesora.
Ninguno de los estudiantes miró para ver quien entraba.
Me acerqué a la mesa de la profesora, y esperé a que
fuera ella quien hablara.

Cogió una hoja que tenía a un lado del escritorio, y


después de leerlo, se dirigió a mi y me dijo en tono
suave.
- ¿ Milady Franklin ?.
- Si señora - Le respondí en francés.

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- ¿ No habla usted nada de inglés ? - Me preguntó en un
francés casi perfecto.
- No, casi nada - Le respondí tímidamente.
- Pues tiene que hacer mucho por aprender lo más
rápidamente posible, porque, estas son las últimas
palabras que le hablo en francés. Y señalándome una
mesa donde había una joven de veinte años
aproximadamente y también extranjera. Dijo señalando
con el índice - Siéntese allí, con esa señorita.

Me senté con cuidado para no hacer ruido, pues estaban


escribiendo un dictado que había en la pizarra. Saqué de
la bolsa los libros y los cuadernos, y los dejé encima de
la mesa, a mi derecha. Me quedé con los brazos
cruzados, sin saber que hacer. Rápidamente vino la
profesora con una cuartilla, y la dejó a mi lado sobre la
mesa. Me señaló con el dedo los dibujos que habían, y
me dijo en inglés, para que eran.
Lo entendí, no por las palabras, sino por los dibujos que
habían, de una taza, y debajo el nombre en ingles,
también había un cuchillo, una cuchara, y tenedor. Me
señaló uno de los cuadernos que llevaba, y me indicó
que todo lo que había en la hoja que ella me dio, lo tenía
que copiar, con dibujo y también escrito en inglés.
A las once de la mañana se hizo un alto para descansar
media hora, y servirse de una máquina, quién lo deseara.
Té, café o refrescos, el importe era veinte centavos.
Introduje una moneda, y apreté en el botón que
indicaba, té.

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Pasados los treinta minutos, un timbre
anunció que era la hora de entrar en clase. Cuando me
senté en mi sitio, la profesora todavía no había entrado,
pero pronto apareció otra, muy distinta a la primera. Era
pelirroja de nacimiento, con una gran mata de pelo
rojizo, cogido atrás de la nuca, por una cinta elástica de
cordón, de varios colores. Sus facciones eran
descaradas, su mirada era fría, su voz potente y seca. Le
calculé más o menos mi edad.
Cuando estábamos todos sentados y ella también. Me
miró con la cara levantada, y me preguntó en inglés, que
de donde era. No la entendí, y eso fué lo que le respondí
en francés. Se levantó y vino hasta donde yo estaba, y
me dijo en un francés perfecto.
- No crea que aquí le vamos hablar en su idioma.

Yo asentí con la cabeza, pues no quería responderle,


porque tendría que ser en francés, y lo mismo me
regañaba, pues Susi, que era cómo se llamaba, tenia
malas pulgas, no había que ir a buscarla dos veces,
porque enseguida saltaba, y se ponía de un genio
insoportable. Todo el tiempo que estuve yendo a la
academia, le tenia verdadero pánico, y trataba de hacer
mi trabajo y los deberes, lo mejor posible.

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Hacía un mes que vivía en Johannesburgo,


había pasado rápido, sin que me diese cuenta, pues con
las clases y los deberes no tenía tiempo para nada, iba
cansada y estresada. Sólo tenía para descansar, el sábado
a la tarde, y el domingo, pero que tampoco era
totalmente descanso, porque tenía muchos deberes, que
nunca acababa, porque se me hacían interminables.
Necesitaba arreglar mis cabellos, y cortarlos algo
más, y fui a una peluquería que estaba como a medio
kilómetro de casa, había que cruzar un campo, y en una
zona residencial habían toda clase de comercios, super,
carnicería, restaurante, y peluquería. Había atravesado
varias veces ese campo, para comprar algunas cosas en
el super, y en la carnicería. Siempre me encontraba al
cruzar, con mujeres nativas, las que tenían hijos
pequeños, de meses o, de uno a dos años, los portaban
atrás de la espalda bien cogidos por un pañuelo grande,
que ellas llevaban cruzados y atados por delante del
pecho, entre el hombro y la axila. Siempre iban alegres,

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y contentas, unas cantando en su patois, y otras
hablaban también en su lengua.
Cuando venia de regreso a casa con una bolsa de
compra, siempre había una nativa, que me la pedía para
llevármela hasta la puerta de la casa. Esperaban a que
les diera algunos céntimos a cambio, los recibían muy
contentas, y para hacer ver su agradecimiento,
inclinaban la cabeza y hacían palmas, con las manos
casi juntas, y sin hacerlas sonar.
Me divertía mucho este gesto de los nativos, como me
hacia gracia, reía y las nativas también reían conmigo,
pues se daban cuenta de que no conocía sus costumbres.
Eran dos peluqueras las que habían. Tanto una
como la otra lavaban, cortaban y peinaban. Eran dos
chicas blancas, e inglesas. Habían dos señoras dentro de
los secadores, y otra señora que esperaba sentada, y
leyendo un periódico. Me quedé de pie esperando a que
una de las peluqueras me viniera a preguntar. Le indiqué
a la peluquera, con un gesto de mano qué, quería que me
cortara el pelo. Ella amablemente me señaló una silla
para que me sentara.
Era sábado, y las cinco de la tarde, hora de tomar el té.
No sabía que cuando se tomaba el té, invitaban también
a las demás personas que se encontraran presentes. Es
un acto casi religioso que los ingleses llevan acabo
desde muchas generaciones, y que cuando llega la hora
de tomarlo, paran de trabajar.
La peluquera me ofreció té, pero no sé porqué no la
comprendí, y le pregunté en francés si hablaba mi
idioma. No - Me dijo, al mismo tiempo que movía la
cabeza.

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La señora que esperaba leyendo el periódico, se dirigió a
mi, en francés.
- Le ha preguntado que si quiere té.
- Si - Le dije.
La peluquera entendió, y a los pocos minutos venia con
una bandeja y seis tazas de té humeante, que fueron
repartidas para cada una.
- ¿ Es usted francesa ? - Me preguntó la señora que
esperaba.
- Si - Le dije.
- ¿ De donde ? - Preguntó, después de tragar un sorbo de
té.
- De París.
- También soy yo de París - Dijo contenta, de encontrar
a una compatriota - ¿ Hace poco que está aquí ?.
- Un mes.
- ¿ No sabe nada de inglés ? - Preguntó.
- Poquísimo, pues hablo bastante en francés, y esto es lo
que me impide a que no hable más.
- Me llamo Madeleine Reig - Dijo presentándose.
- Yo Claire Franklin.
- ¿ Es usted judía ? - Preguntó - Pues el apellido lo es.
- Me llamo Franklin, por parte de mi marido, pero
nuestra religión, es cristiana - Dije.
- No importa de que sean cristianos, pero el apellido de
su marido, y el mío, es judío. Yo si practico nuestra
religión, y voy a la Sinagoga todos los sábados con mi
marido. Esta mañana hemos estado. ¿ No le gustaría a
usted venir el sábado próximo, sólo para ver cómo es
una Sinagoga por dentro, y los rezos que se hacen ? -
Casi me imploró.

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- Los sábados por la mañana voy tres horas a la
academia, pero este sábado me lo puedo saltar.
- Su marido también puede venir, de esa manera
conocerá sus raíces religiosas - Dijo convencida de que
vendría.
- Él no vendrá, no le interesan nada las religiones ni
nacionalidades.
- Bueno Claire, pues viene usted, yo pasaré a recogerla
con mi marido en el coche ¿ Le parece bien ?.
- Si de acuerdo.
Las peluqueras habían acabado de peinar a las dos
señoras que estaban en el secador. Una peluquera le
indicó a Madeleine, que se sentara en la silla delante del
espejo. Tenía preparado el tinte que le iban a poner. A
mi me indicó la otra peluquera, que pasara al sillón para
lavarme la cabeza.

Lo mío fué más rápido que lo de Madeleine, y a la


media hora me habían cortado el pelo, y peinado.
Madeleine seguía aún con el tinte puesto en la cabeza.
Me cogió por la mano y me puso encima una tarjeta
suya - Me preguntó - ¿ Claire tiene teléfono ?.
- Si - Le dije - Pero no recuerdo el número.
- Su dirección ¿ cuál es ? - Me preguntó.

Madeleine abrió su bolso y extrajo, un


bolígrafo, y una libretita de apuntes, y estuvo
escribiendo la dirección que le di. Avenida Glasonara
nº 18.

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- El lunes o el martes por la tarde pasaré por su casa para
que nos conozcamos mejor. Necesito contarle muchas
cosas mías.
- De acuerdo - Afirmé - Me gustaría que nos
conociéramos mejor.
Nunca me pude imaginar que en la peluquería
llegaría a conocer mi mejor amiga.
Cuando llegué a casa, Yosi, me estaba esperando
para decirme que se iba para el fin de semana, y que el
domingo volvería a la noche, cómo de costumbre. Iba
bien arreglada, con una blusa blanca de manga corta, y
una falda acampanada azul marino. No la vi nunca vestir
con los vestidos típicos de África, que muchas nativas
portaban.
Un día tuve una conversación con ella, y me dijo - Que
no le gustaba vestir los vestidos típicos de las mujeres
africanas - Es más, me dijo - Que prefería trabajar con
blancos, que no con negros, porque entre ellos había
mucho racismo, y el negro rico, hacia trabajar a los
negros pobres igual que a esclavos. Tuvo la oportunidad
de trabajar en el Hospital para negros, para la limpieza,
y se negó, por miedo al trato que recibían de los
superiores. Su teoría se basaba en que tenía amigas y
conocidas que trabajaban para ese Hospital, y les
contaban atrocidades del mal trato que recibían.
Me contaba, que para ser aceptados y recibir buenos
tratos entre negros, tenían que tener carrera, o llevar
uniforme, cómo podía ser, de militar, doctores o,
enfermeras. Era por eso que ella exigió a Émile y a
Hugo, que tenía que vestir con uniforme para trabajar en
la casa, por que de esa manera seria respetada por los de

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su raza. Si trabajara con alguien que no le diese
uniforme, se podrían reír de ella, y reprocharle, que los
blancos con quién trabajaba, no eran nadie.

Entonces comprendí, porqué vestía de uniforme, pues a


Émile y a Hugo, le hubiese dado igual, y a mi también.
Salomón, no decía que se iba, cada día a las
cuatro de la tarde dejaba la herramientas de trabajo, o
sea la hoz, encima de la hierba, en donde le pillaba, y él,
también plegaba el sábado a la cuatro y no volvía hasta
el lunes por la mañana. A él, le costaba trabajar, iba
despacio y sin prisas cortando hierba. Cuando yo lo
necesitaba para darle un encargo y no lo veía por todo el
jardín. Lo llamaba dos o tres veces, y al cabo del rato,
veía su cabeza que sobresalía de por encima de la
hierba, hasta que poco a poco se ponía de pie.
Me había pedido dos veces, que le diese dinero para
comprar una hoz, porque la que tenía, la perdía, la
dejaba en el lugar del jardín donde estaba cortando la
hierba, y al día siguiente cuando volvía, no la
encontraba. Me decía que la había perdido o, que se la
habían quitado. Yo le preguntaba - ¿ Quién te la ha
quitado ?.
Salomón levantaba los hombros, y respondía.
- Milady, no lo sé.
- Pues ten más cuidado - Le decía yo.
Salomón respondía siempre de la misma
manera.
- Sorry, Milady.

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El domingo hice yo la comida y la cena. A Hugo le
habían dado los resultados de la analítica, y le dieron
para que hiciese una alimentación sólida, bastante arroz,
pasta y sobretodo que comiera carne. Pues el médico le
dijo - Que habían encontrado infección en la sangre,
también estaba bajo de defensas, y que el mal que
padecía, era contagioso, por la sangre y por el semen.

El doctor que llevaba la enfermedad de Hugo, estaba al


corriente de que era gay, y que vivía con otro hombre, y
que tenían relaciones.
Émile recibió una carta de este doctor, dándole día y
hora para qué fuera a hacerse otra analítica al Hospital.
Había que esperar otros quince días hasta que dieran los
resultados.
A partir de saber la enfermedad que padecía Hugo,
Émile empezó a portarse mal con él, le reprochaba
siempre que tenía la ocasión, y cuando se discutían, le
preguntaba con rabia - ¡ Con quien se había acostado !.

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El lunes a la tarde, tomábamos el té, en el


porche. Un auto se paró en la acera de la casa. Era la
señora Reich, y su marido, Émile los miró sorprendido,
pues no los conocía, yo tampoco le había hablado de
ella, y le dije mientras me ponía en pie, para ir a
recibirlos.

- Son los señores Reich. A ella la conocí el sábado en la


peluquería, es francesa, y su marido inglés.

Aceleré el paso, pues esperaban los dos, detrás de la


verja, sonriente ella, él, aguardaba a su lado quieto y
callado. Levanté la manilla de la verja, y abrí la puerta.

- ¡ Hola ! Madeleine - Le dije contenta de volver a verla-


¿ Que tal ?.
- Muy bien Claire - Respondió con una gran sonrisa -
¿Has pasado un buen fin de semana ?.
- Sí gracias.

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Se dio la vuelta hacia su marido y dijo - Patrick, mi
marido.
- Encantada - Le dije, extendiéndole la mano. Él, la
cogió suavemente.
- El gusto es mío, señora Franklin.
- Pasen - Les indiqué.

Émile y Hugo, se habían puesto en pie, bajaron los tres


escalones, que separaban el porche del jardín, y con
amabilidad, Émile extendió la mano, primero a Patrick y
seguidamente a Madeleine.
- Es Émile mi marido - Dije, y mirando a Hugo, me
quedé un poco parada, pero pronto me vino la idea y lo
presenté - Es Hugo, el amigo de Émile, y vive aquí.
Estábamos tomando el té ¿ Nos quieren acompañar ?.
- Por supuesto - Respondió Patrick - El té, nunca se
rechaza.

Émile fue a buscar dos sillas, y le dijo a Yosi que se le


había cruzado, que hiciera más té, que trajera más
pastas, y dos tazas.
Madeleine, era una mujer afable, y la sonrisa no la
perdía, daba a ver, que era una mujer feliz. Nadie sin
conocerla hubiese pensado al igual que yo lo pensé en el
momento que la conocí que su vida había sido siempre
un camino de rosas. Tenía alrededor de cincuenta años,
yo le eché aproximadamente esa edad.

El té, lo ibamos saboreando despacio, pues los ingleses,


es la mejor bebida que tienen, y los mantiene todo el día
con una gran vitalidad.

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- ¿ Sabe usted Émile que su apellido es judío ? - Dijo
Madeleine depositando la taza en el platillo.
- Si lo sabía - Respondió con un movimiento de cabeza -
Pero no practico la religión, tampoco otra, pienso que de
esta manera vivo mejor.
- Si, cada uno es libre de hacer lo que más le convenga -
Dijo Madeleine, mirándome y riendo.
Patrick, no decía nada. Se había bebido una taza de té, y
pidiendo permiso, se puso otra.
- Me gustaría - Le dije a Madeleine - De asistir contigo,
este sábado a la Sinagoga. ¿ Es parecido a la misa que se
celebra en las iglesias ?.
- ¡ Oh ! no, no tiene nada que ver, y si te lo digo, no lo
vas a entender, es mejor que vayas, y que lo descubras.
¿Te parece bien que te recoja este sábado a las nueve de
la mañana ? Pues, empieza el acto a las diez, pero quiero
antes presentarte a señoras, que nacieron en Israel. Hay
dos que son de Jerusalén, otras de Nazaret, y de Jericó.
Algunas pasaron por el mismo calvario que yo pasé,
cuando éramos jovencitas. Como nuestra raza está
dispersada por el mundo, hemos tenido que pagar las
consecuencias de algunos locos.
Los antepasados de las señoras de las que te hablo,
vivieron varios siglos en España, y que expulsaron
después. Todas ellas hablan el español antiguo, se lo
fueron pasando de generación en generación, de padres
a hijos. Cuando estas señoras hablan de España, parece
que estén hablando de su patria. Dicen que en España
hay sangre de ellos, porque los antepasados dejaron
descendencia.

109
Émile, interrumpió para advertirme - Claire, los sábados
tienes clases de inglés, por las mañanas ¿ Lo recuerdas
?.

Lo miré pensativa unos instantes, y seguidamente


reaccióné y le dije.
- Sí es cierto, pero un sábado que falte, no pasa nada,
tampoco vienen los sábados todos los que somos.
- Está bien - Respondió Émile - Eso eres tu quien lo
tienes que ver.

Madeleine, se quedó algo parada, y con la habilidad que


tenía para mirar, nos revisó a todos en dos segundos,
ella creyó que había ido demasiado rápida y se asesoró.
- Émile. ¿ Estás de acuerdo de que Claire venga el
sábado a la Sinagoga ?.
- Si, totalmente de acuerdo, ella sabe que no me meto en
nada de lo que quiera hacer - Dijo revisándonos a todos.

Me había quedado con la incógnita de saber, por qué


clase de calvario había pasado Madeleine, y tenía
mucho interés en descubrirlo, le pregunté.
- Madeleine, has hablado antes de algo horrible por lo
que tuviste que pasar. Yo te miro, y veo en ti, a una
mujer feliz, y que derrochas encanto, se te ve repleta de
felicidad.
Madeleine, había cogido una galleta de coco, y la iba
comiendo a pequeños mordiscos, después pasó su
mirada por todos, y se quedó fijamente mirando a Émile
y, a Hugo.

110
Tenía en la niña de sus ojos, un brillo especial, una luz
que le venía del fondo de sus pupilas. Seguidamente, sus
ojos, los detuvo en los míos, antes de que empezara a
hablar, me examinó detenidamente, e hizo una profunda
respiración, y se echó hacia atrás, en el respaldo del
sillón.
En ese momento, me arrepentí de haberle hablado sobre
este tema que, al parecer le costaba mucho de hablar, y
me sentí responsable, por la situación que le estaba
causando. Me excusé y le dije con pesar.
- Madeleine, no tienes porque hablar de algo de lo que
tu no quieras, si no lo ves adecuado.

Con la mano izquierda sostenía la galleta, y la derecha


la levantó, y negando con ella dijo.
- No, quiero hablar del tema, ¿ Conoces la historia de los
nazis ?.
- Sí, por supuesto, está en la historia del mundo - Le
respondí.
- Pues, cuando los alemanes, tomaron Francia, fué una
batalla campal que no tenía fin. En el año 1940, yo tenía
dieciséis años.
A mis padres, hermanos y hermanas, y otras familias
más, nos detuvieron por ser judíos. Todas las personas
que teníamos apellidos judíos, nos encarcelaron y nos
marcaron, cómo si de animales se trataran. Nos metieron
a miles que éramos, en un tren de mercancías, íbamos
peor que los animales, y nos llevaron a Alemania, a
campos de concentración. Nos separaron a todos, mi
padre, y mis hermanos estaban en diferentes campos. Mi

111
madre y mis hermanas también estábamos separadas. A
cada uno nos llevaron, a una ciudad diferente. A mí me
condujeron a Frankfurt. El campo de concentración que
allí había era para jóvenes. Todas las que allí estábamos,
nos operaron, vaciándonos, para que no pudiésemos
tener descendencia. Nos pusieron anestesia, que no era.
Nos humedecían la boca con una gasa de cloroformo.
Yo me desperté antes de que la operación acabara. Los
dolores que sentía eran terribles, tenía que resistir y
callarme, porque de fijo sabía que mi vida no valía nada,
y me hubiesen matado en el quirófano. Sentí, como me
cosían el vientre.

Habían dos gruesas lágrimas que resbalaban


por las mejillas de Madeleine. Yo también tenía los ojos
húmedos, y en los oídos oía zumbidos, y una dilatación
en las sienes, que parecía me fueran a estallar de un
momento a otro. Mis manos temblaban, pero la mano
derecha la fui acercando a la de Madeleine, que la tenía
reposando encima de la mesa. La apreté transmitiéndole
toda mi compasión y le dije.
- Madeleine, no sigas contando más, pues tengo el
corazón a punto de estallar, y la cabeza me da crujidos.
¡ Cómo un ser humano puede sentir tanto
dolor! ¿ Y también los otros que son seres humanos,
hacer tanto mal ?. Qué desnivel de mundo más
incorrecto y cruel.
Madeleine, sacó de su bolso, un pañuelo blanco, y
bordado por uno de los cuatro picos, de florecitas
amarillas y rojas, y se secó las lágrimas.

112
Patrick, su marido, besó la mejilla de ella, y le dijo con
ternura - Querida, tranquilízate.
- Lo estoy, Patrick - Respondió ella - Lo que pasa es que
recuerdo todos los malos momentos que pasé, y pienso
también, todo lo que le hicieron a mis hermanos y
hermanas. Y que a mis padres jamás los vi después.
Madeleine, tenía un mérito grandioso. Cuando se
hablaba con ella, nadie podría advertir su historia, pues
era una mujer alegre, la risa la tenía fácil, y lo que
menos se podría suponer, es que estuvo en un campo de
concentración, pasando miles de aberraciones ¡ Ya que
estaba puesta, y que había oído todo aquél relato
macabro, le pregunté !.
- ¿ Entonces, vosotros no tenéis hijos ?.
- Si - Dijo Madeleine sonriendo y más animada -
Tenemos dos. Un chico y una chica. Los adoptamos
cuando eran pequeños. Nuestro hijo tiene veinte años, y
tenía cuatro cuando nos lo dieron. Nuestra hija tiene
dieciocho, y tenía dos años cuando nos la entregaron.
Son buenos hijos, hemos tenido mucha suerte, y nuestras
vidas están colmadas.
- ¿ Donde los adoptasteis ? - Le pregunté.
- En Inglaterra. Cuando nos casamos Patrick y yo, nos
fuimos a vivir a Londres, pues él, trabajaba y sigue
trabajando para el gobierno.

Había oscurecido, y sin darnos cuenta,


apenas nos veíamos las caras. Émile se puso en pie y fue
a dar la luz del porche.

113
- Claire son las seis y media - Exclamó Madeleine,
mirando su reloj - Tenemos que irnos, pues pronto es la
hora de la cena.
- Quiero enseñarte la casa. Tenemos mucho terreno, y
árboles frutales. ¿ Te apetece verla ahora ?.
- Si por supuesto - Respondió amablemente.

A mi izquierda estaba sentado Émile, y su pie derecho lo


puso encima del mío. Lo miré, y me hizo una negación
con la cabeza. Al instante comprendí, que no quería que
enseñara la casa, no estaba preparado para que
Madeleine descubriera de que era gay. Nos habíamos
puesto en pie, y yo para complacer a Émile, y también
para mantener mi palabra, le dije a Madeleine.
- Quiero que veas los árboles frutales que tenemos, y
otro día con más tiempo, te enseñaré la casa.
- En París no hay todo esto, para ti, es como vivir en el
jardín del Edén - Dijo Madeleine caminando a mi lado.

Patrick, se había quedado hablando con Émile y Hugo,


de el trabajo de ellos. Era un hombre bonachón, y hacía
todo lo posible para que Madeleine fuera feliz.
Después que dimos la vuelta a la casa tranquilas y
hablando, llegamos a donde estaban los hombres.
- Querida, mira la hora que es - Dijo Patrick, a
Madeleine, señalando con el índice la esfera de su reloj.
Madeleine, lo miró y afirmó con la cabeza.
Seguidamente se giró hacia mi y me dijo.
- Claire, el sábado, estaremos aquí Patrick y yo, a las
nueve para recogerte e ir a la Sinagoga. ¡ Ah ! una cosa
se me olvidaba decirte. El sábado hay un niño que entra

114
por primera vez a la Sinagoga, y lee, unos pasajes de la
Torá, y a partir de ese momento ya es otro miembro y
puede ejercer la religión cómo otro hombre.
Cuando acaba el acto, los padres dan un banquete en los
jardines de la Sinagoga, y comeremos mucho, y de todo.
Para mi era una sorpresa, y nuevo, la fiesta que se hacía
a los niños, y le pregunté.
- ¿ Las niñas también leen la Torá, y le hacen una
fiesta?.
- A las niñas no les hacen falta, pues cuando crecen se
casan, y su misión es, cuidar de su marido y de los hijos,
para los judíos es un trabajo muy bello el que desarrolla
una mujer, puesto que ella nace con el don de cuidar y
educar a su familia. Mira Claire, para que me entiendas.
Los católicos, hacen una fiesta cuando sus hijos hacen la
primera comunión, esto es lo mismo.
- En la religión católica, hacen la comunión, el niño y la
niña. ¿ Porqué en la vuestra no ?.
- Porqué la niña al nacer está bendecida por Dios, y el
trabajo que le espera, es hermosísimo, pues el creador le
ha dado una bendición para que procree hijos, y los
traiga al mundo.
El hombre no está bendecido de la misma manera, es
por eso que tienen que hacer sacrificios a Dios, por
mediación de la oración y de su trabajo.
Pensé en las palabras de Madeleine, y afirmé con la
cabeza.

Se despidieron de Émile y de Hugo, éste, estuvo con


ellos más amable y sonriente. Émile, estaba distanciado,
y no le cayó bien de que fueran a casa. Las visitas que

115
recibían eran también de gays, y hacían alguna que otra
fiesta. Desde que yo había llegado, no habían invitado a
nadie, y creo que era eso lo que a Émile no le sentaba
bien, y no aceptaba de que yo llevara a nadie tampoco.
Yo no le prohibí nada, de hecho, no pensé jamás que
aquella fuese mi casa, vi ese hogar de Émile y de Hugo.
Aunque era Émile quien me suministraba el dinero, para
algo que me quisiera comprar o, ir a la peluquería, a
parte para los gastos de la casa.

La semana transcurrió, igual que la anterior. A las ocho


de la mañana entraba a las clases de inglés, y a la una de
la tarde nos íbamos. Cuando llegaba a casa la comida la
tenía hecha Yosi. Después en todo lo que me quedaba
para que terminara el día, lo dedicaba a hacer los
deberes, que me ponían las dos profesoras que habían.
Susi, siempre me estaba regañando, no había mañana
que no me echara una bronca. Pues las lecciones no me
las sabía cómo ella pedía, y el inglés apenas lo hablaba,
pues hablaba francés con Émile y con Hugo. Susi, me
regañaba cuando le decía esto, y me repetía muy
enfadada.
- Si habla francés, no va a aprender el inglés. Yo era
consciente de lo que me decía era verdad - ¿ Pero cómo
iba yo hablar en inglés con Émile y Hugo ?. Lo más
fácil para entenderme rápidamente, era hablar en
francés, lo veía cómodo. Con Madeleine también
hablaba en francés. Sabía que era un desastre, pero para
mi, era una salida rápida. Menos mal que estaba Yosi,
con ella si que hablaba en inglés, porque no sabía el
francés.

116
12

El sábado que yo tanto esperaba, y que


contaba los días haciéndoseme larguísimos, llegó. Bajé a
desayunar a la hora de siempre, a las siete de la mañana.
Mientras que desayunaba, pensaba en qué me iba a
poner para ir a la Sinagoga. No le había preguntado a
Madeleine, si había que ir en manga corta o, en manga
larga, si podía llevar pantalón o no. No le di más
vueltas, y pensé en un vestido color marfil, de manga
larga. Con esta indumentaria estaba segura que, quedaría
bien.
La ducha por la mañana era lo que más agradecía, y
estuve debajo del agua quince minutos, me lavé los
cabellos. A las nueve menos cuarto, estaba esperando
sentada en un sillón del porche.

117
Émile hacía media hora que se había levantado. Hugo
seguía aún, en la cama. Émile, me echó una mirada
revisándome, de la cabeza a los pies. En su cara vi, que
no le hacía gracia de que yo fuese con Madeleine a la
Sinagoga. No era porque asistiera a tal acto, no me
comentó nada, pero a Émile, lo conocía bien. Cuando
vivíamos en París, no le venía de buen gusto de que yo
fuera con alguien que no fuera él, a ningún sitio, incluso,
ni ir con una amiga o conocida de compras. Era bastante
machista, y esa manera de ser, no la había perdido. Se
sentó en el otro sillón frente a mi, seguía en pijama, y
con el batin puesto y atado a la cintura con un nudo.
Lo miré, tenía cara de no haber dormido bien, la mirada
la tenía cansada, y se le pronunciaban grandes ojeras.
No hablaba, parecía que de repente se hubiese quedado
mudo, le pregunté.

- ¿ Te encuentras bien ?.
- A medias - Respondió, con la voz algo apagada - Esta
noche Hugo, lo ha pasado mal, y hemos estado los dos,
en vela casi toda la noche.
- ¿ Que le ocurría esta vez ? - Le pregunté preocupada.
- Tenía dolor en el estómago, y daba arcadas, como para
vomitar, pero no lo conseguía. Puede que alguno de esos
medicamentos que le han prescrito, no le vayan bien.
- Tendrá que volver a ver al doctor, y decírselo - Le
aseguré.
- Se lo he dicho, y vamos a esperar a que me llamen
para darme los resultados de la analítica que me
hicieron, y se lo diremos, en eso hemos quedado.

118
- Émile - Dije cambiando de tema - Hoy no comeré en
casa, pues hay una fiesta, y comida.
- Sí, oí el otro día a Madeleine que te contaba en qué
consistía el acto que se celebraba.
El auto de Patrick se paró delante de la verja, y sonó el
claxon avisando de que habían llegado.
- Hasta luego Émile - Le dije, cogiendo mi bolso blanco
y lo colgué en el hombro izquierdo.
- ¿ A qué hora vendrás ? - Me susurró.
- No lo sé exactamente, pero seguro que estaré aquí,
para la hora del té.
Madeleine había descendido del coche, y me esperaba
por detrás de la verja, tranquila y sonriente.
- ¡ Hola ! Madeleine - Le dije al llegar a ella.
- Buenos días Claire - Respondió, al mismo tiempo que
agitaba la mano para saludar a Émile.
- ¿ Cómo estás ? - Me saludo Patrick.
- Bien, muy bien - Respondí, contenta.

Dentro del coche Madeleine, me iba explicando como


era el culto que se hacía en la Sinagoga. Yo esperaba
verlo para entenderlo mejor.
Habíamos llegado a una calle ancha, y en una gran
explanada, Patrick aparcó el coche, habían muchos más
aparcados, todos bien colocados, en fila. A la derecha
había un templo, y unas frases marcadas en hebreo.
Madeleine aproximó su rostro al mío, y me susurró -
Quiere decir Templo de Dios.

119
En la puerta habían hombres que hablaban
animadamente en hebreo. Patrick se fijó en Madeleine y
en mi, levantó su mano derecha, y nos dijo
- ¡ Hasta luego !.
- Que lo pases bien - Respondió Madeleine con una
sonrisa. Patrick, asintió con la cabeza. Cuando llegó al
pelotón de hombres, se puso en medio de dos, y echó
sus brazos por encima de los hombros de ellos.
En otro lado de la explanada, había un corro de mujeres,
de la edad de Madeleine, y también de más edad, que
hablaban y contaban algo gracioso, pues habían que
reían con plenitud. Ellas también utilizaban el hebreo.
- ¡ Hola ! a todas - Dijo Madeleine, en inglés al
acercarnos a ellas.
- ¡ Hola ! - Respondieron a la vez, mientras que me
echaban una mirada de la cabeza a los pies, y se
detuvieron en Madeleine, esperando que ella hiciese las
presentaciones.
- Os presento a Claire, después cuando habléis con ella,
le decís cada una vuestro nombre, sois muchas para
presentaros una por una - Dijo Madeleine, acercándose a
la primera y saludándose con un beso en cada mejilla, y
así hasta la última, que si no conté mal, eran treinta y
algo de mujeres.
El rabino estaba en la puerta del templo hablando
animoso con los demás hombres. Vestía túnica color
crudo. Yo me lo quedé mirando de la manera en qué
vestía.

120
Debería tener cincuenta y algo de años, pelo negro,
abundante rizado, con algunas canas. En la cabeza
llevaba puesta, la coronilla del rabino.
Patrick, estaba hablándoles de mi visita, pues el rabino
miraba hacia donde las mujeres estábamos. Pensé que
era posible de que no me aceptara, por no pertenecer a la
misma religión. Y lo que pensé, se lo comuniqué a
Madeleine.
- No - Me dijo ella, negando al mismo tiempo con la
cabeza - El Templo de Dios, es para todos, sea de la
religión que fuere.
Una de las mujeres que habían oyó nuestra
conversación, y se presentó - Soy Miriam, la esposa del
rabino. Cuando conozcas a José, verás, que es un
hombre bueno, y bastante alegre, hace todo lo posible
para que todos nos encontremos bien. Al principio,
parece de que sea serio y distante, pero cuando se le
conoce bien, es todo lo contrario, él se muestra de ese
modo hasta que no llega a conocer bien a la persona.

Terminó esta frase con una sonrisa. Era una mujer de tez
morena, de ojos color del mar, que daba un resalte bello
a su rostro. Cabellos largos y rizados del color del
azabache, con algunos mechones de canas aisladas.
El rabino salió de entre los demás hombres, y le hizo a
Madeleine un gesto con la mano para que nos
acercáramos las dos.
- Rabí José - Dijo Madeleine - Le presento a la señora
Franklin. Claire, esposa de Franklin. La he animado para
que viniera.

121
- ¿ Cómo está señora Franklin ? - Dijo mirando
fijamente mis ojos.
- Bien señor - Le respondí, pues no sabía cómo
dirigirme a él, y seguro que debió notar mi timidez.
- ¿ Y su marido no se ha decidido a venir ? - Dijo igual
que antes, con la cara levantada y mirándome fijamente.
- No cree en ninguna religión.
- No importa, porque al fin y al cabo todos somos hijos
de Dios, y a cada uno, nos juzga por nuestros hechos.
Acabó diciendo estas frases con una sonrisa que yo
agradecí.
Al principio creí que iba a ser difícil que yo mantuviera
una conversación con el rabino, pero después me
demostró, de que era un hombre sencillo, y dado al
dialogo.
Era un poco antes de la diez, y los hombres empezaron a
entrar en la Sinagoga. Las mujeres hicimos lo mismo,
pero por otra puerta, con escaleras que conducían a un
rellano largo y ancho, y sillas que habían puestas en fila
de tres para sentarse. Delante había una verja de madera
marrón, y desde ahí, podíamos las mujeres seguir el
acto. Los hombres, estaban abajo, todos llevaban
cubiertos los hombros y espaldas, con un manto color
hueso, y en la cabeza una coronilla.
El rabino se hallaba delante de los hombres, en pie sobre
un estrado. A su lado había un niño de aproximadamente
doce años. Sobre un posador estaba la Torá abierta.
El rabino, se dirigió a los hombres, ellos permanecían de
pie, no había sillas. Les hablaba en hebreo, y les
presentó al niño. Seguidamente el niño, empezó a leer la
Torá, después de que el rabino lo hiciera en hebreo. La

122
ceremonia duró aproximadamente una hora y durante
ese tiempo, las mujeres hablábamos despacio, para que
el rabino no nos oyera. Sobretodo me preguntaban, que
de donde era, cuanto tiempo hacía que vivía en
Johannesburgo. A qué se dedicaba mi marido. Yo
también le preguntaba a ellas cosas que me interesaba
saber.
Cuando subimos arriba y vi de que estábamos en
clausura, pensé que me iba a aburrir todo el tiempo que
durase el acto, y según iba pasando el tiempo, advertí,
que todo entre las mujeres era ameno, y que ellas arriba
separadas de los hombres, se lo pasaban mejor. Los
hombres en cambio permanecieron en silencio,
escuchaban las palabras de la Torá, leídas por el niño.
Cuando terminó todo, las mujeres bajamos al patio. Era
grandioso, con palmeras que daban sombra. En el medio
del patio jardín, habían puesto una mesa larga, como de
seis metros por tres de ancha. Toda la mesa estaba llena
de bandejas con variedad de comida, de pescado hecho
al horno, de cordero guisado con aromas de hierbas, una
pieza de ternera hecha también al horno. Ensaladas
variadas, y pastelería casera, más de lo que me pudiese
imaginar.
En otra mesa más pequeña que había aparte, encima
habían platos llanos, grandes y pequeños, cubiertos y
servilletas, que podíamos coger para servirnos comida.
La bebida que había eran refrescos, bebidas que
contuvieran alcohol, no había.

Este banquete lo organizaban los padres del niño, por


ser a partir de ese día un miembro más de la Sinagoga.

123
Tanto los hombres como las mujeres, felicitaban a los
padres, y al niño, y le entregaban un sobre cerrado.
Patrick, también tenía preparado otro sobre, y cuando
fue a felicitar al niño, se lo entregó.
Habían sillas por todo el jardín, aquí los hombres y
mujeres iban juntos, y los matrimonios se sentaban
juntos. Todo desbordaba alegría, habían quién hablaba
en hebreo, otros hablaban en inglés, y otros en francés.
Fué una fiesta que me gustó mucho, por la alegría que
había, y la sinceridad con qué hablaban. Era la primera
vez que asistía a esta clase de actos, y la verdad es, que
no me sentí aislada, tenía la sensación de que todas esas
gentes hacia años que las conocía, la amistad con ellos
surgió de inmediato. Madeleine tuvo que ver mucho en
esto, pues no paraba de presentarme a más invitados,
que llegaban algo tarde. El rabino con su esposa e hijos
que tenían dos, entre veinte y veinticinco años, también
estaban entre los invitados. Asistí más veces a estos
actos, con Patrick y Madeleine.
La amistad que mantuve sobretodo con Madeleine fué
extensa, pues era una mujer que merecía todos mis
respetos. Estoy segura, que el rabino y su esposa
también tendrían una historia que contar.

Eran aproximadamente las cuatro de la tarde cuando el


coche de Patrick me dejó delante de la casa. Madeleine
salió del coche y Patrick también, para despedirse de mi.
Miré por entre los barrotes de la verja, y vi que Émile y
Hugo, estaban sentados en el porche, poniéndose té en
las tazas. Invité a Patrick y a Madeleine a que entraran y
tomaran el té.

124
- No, gracias Claire - Dijo Madeleine - Estoy tan llena
de todo lo que he comido, que no sé si voy a cenar, lo
mejor será que no lo haga. Nos tenemos que ir, nuestros
hijos se estarán preguntando, que donde estamos.
- Si es cierto, no me he acordado de preguntarte por
ellos, ¿ Porqué no han venido a la Sinagoga ?.
- Claire, la juventud ahora no hace caso de la religión,
dicen que eso es un pelmazo, y que pasan. Mis hijos se
han quedado en casa, hoy tocaba limpiar el jardín, y se
lo he dado a los dos como trabajo.
- Gracias - Le dije - Por el día tan bonito que hemos
pasado, y por todos los amigos que he hecho.
- Sabía de que estarías contenta - Dijo Madeleine - Esa
clase de ceremonias te gustan, es que son muy buenas.
Claire, un beso, y saluda de nuestra parte a Émile y a
Hugo. Nos dijiste que eran amigos ¿ no ?.
Tenía un pesar dentro de mi por haberles mentido, pero
lo hice por salvar la reputación de Émile. Él, quería
siempre guardar la imagen de hombre casado. Sólo
sabían de que era gay, el círculo donde él y Hugo se
movían. Cuando se trataba de matrimonios serios, la
cosa cambiaba tenía muchas discusiones con Hugo, a
causa de este problema que tenía.

Me limite a responder a Madeleine.


- Ya hablaremos de todo esto, cuando tu y yo estemos
en un lugar a solas y tranquilas, eres mi amiga, y quiero
demostrarte que soy honesta contigo.
Madeleine, sonrió y me guiñó un ojo. Seguidamente me
dijo.

125
- Querida, no sufras por eso, tampoco tienes porque
darme ninguna explicación. El otro día cuando
estuvimos tomando el té con vosotros, me percaté de
algo. El comportamiento de un marido, no es el que
tiene Émile hacia ti. Hoy él, te hubiese acompañado,
pero ha preferido quedarse con Hugo.

Patrick se despidió de mi, y se metió en el coche, y nos


dejó a Madeleine y a mi hablando.

- Entonces - Le dije - ¿ Te has dado cuenta de algo ?.


- Por supuesto Claire, a mil leguas se puede ver que no
son sólo amigos. Duermen juntos ¿ no ?.
Esta pregunta tan directa, me sacó un poco de mi lugar,
tuve que aclarar mis ideas para poder responderle lo
mejor posible, sin que dañara la imagen de Émile, ni la
de Hugo.
- Madeleine, me siento mal respondiendo a tu pregunta.
- No importa Claire, ya me has respondido, y de verdad
que lo siento por ti, con lo atractiva y joven que eres.
Aún todavía puedes hacer tu vida con un hombre bueno,
y que te quiera.
- No quiero ya a ningún hombre más, quiero ser yo, y
salir donde me apetezca, y hacer la vida que me plazca.
Hoy, contigo y con los demás, he descubierto un mundo
nuevo, y de que puedo todavía hacer muchas cosas más,
de lo que me podría imaginar, estoy aprendiendo inglés,
y puedo trabajar en Johannesburgo. Por mi mente pasan
y se amontonan, miles de ideas, que puedo llegar a
conseguir.
- Querida, cuídate - Dijo por último Madeleine.

126
Subió en el coche, y Patrick arrancó, agitó la mano
diciéndome adiós.

- ¡ Ya nos veremos otro día ! - Dijo Madeleine en voz


alta, cuando el coche iba alejándose.
- ¡ Si ! - Grité para que me oyera.

13

Levanté la manilla de la verja y entré,


volviéndola a echar de nuevo. Émile no había levantado
la cabeza para mirarme, fué Hugo, que cuando me iba
acercando a ellos me preguntó, menos animado que
otras veces, debía ser, porque no se encontraba bien.
- ¿ Cómo has pasado el día, Claire ?.
- Muy bien - Respondí, sentándome en un sillón de
bambú en medio de los dos - Ha sido un día maravilloso.
Han hecho una fiesta que me ha gustado mucho, la
comida era muy buena y abundante.

127
- ¿ Que se celebraba ? - Inquirió, llevándose la taza de té
a la boca y sorbiendo un trago.
- No es difícil de explicarlo - Le dije - Pero voy a
procurar de hacerlo lo más fácil posible, para que lo
entiendas. Nosotros hicimos la primera comunión, ¿ No
es así ?.
- Sí.
- Bueno pues, este acto que se ha celebrado hoy,
equivale a lo mismo. El niño lee la Torá en Hebreo, al
lado del rabino que sigue todo lo que dice, y de testigos
están los hombres que siguen el proceso. A partir de ese
momento, el niño puede asistir a todos los actos
religiosos con los hombres. También dicen, que a partir
de este día, el niño se convierte en hombre, y puede
hablar de la Torá con los demás hombres.
- También habían mujeres ¿ no ? - Preguntó Hugo
sorprendido de que no las nombrara.
- Si, éramos muchas, pero estábamos separadas de los
hombres, en un piso superior, y por detrás de una verja
de madera.
- ¿ Porqué ? - Preguntó frunciendo el entrecejo..
- Pues, en los actos religiosos, las mujeres no pueden
estar con los hombres. Es una ley que ellos mantienen.
- Yo no veo eso que sea normal - Dijo Hugo moviendo
la cabeza.
- Yo ahora después de haberlo visto, no me parece mal.
¿ Tu sabes lo aburrido que es de estar abajo, de pie, más
de una hora escuchando los pasajes de la Torá ?. Las
mujeres lo pasan mejor, pues, pueden hablar por lo bajo,
y se cuentan muchas cosas. Es un día bueno para ellas
para reunirse.

128
- Mirándolo de ese modo, no está mal - Dijo Hugo
sonriendo - ¿ Y para las niñas lo hacen otro día ?.
- Para las niñas no hacen esta ceremonia - Dije
moviendo la cabeza - Dicen que ellas, no lo necesitan,
porqué en el momento de nacer, están bendecidas por
Dios.
- ¿ Y los hombres no lo están ?.
- Lo están, pero de otro modo. Ellos son los que tienen
que llegar con el pensamiento puesto en Dios, y por el
trabajo físico de cada día, para alimentar a sus mujeres y
a sus hijos. Es la ley que dejó escrita Moisés.
Yosi, se acercó a la mesa y depositó un platillo, con taza
de té, para mi. Preguntó si queríamos algo más, pues,
ella se iba hasta el domingo por la noche, que volvería,
como cada fin de semana. Émile le dijo - Que se podía
marchar.
Hugo tenía cara de cansancio, las ojeras se le habían
pronunciado aún más. La palidez de su tez le
pronunciaba tristeza, y en el rostro le habían salido
varios pequeños herpes, que no paraba de tocarse y de
rascarse, pues decía que le picaba. Por los brazos piernas
y vientre, también le habían salido.
Sentí compasión por él, yo no sé nada de medicina y mi
pensamiento fué que el mal que padecía era maligno.
Émile no hablaba mucho con él, desde que supimos, lo
grave de su enfermedad, y que él, era posible que
también lo padeciera, al ser contagioso.
Estaba yo más preocupada por la salud de Hugo, que por
mi propio futuro, no se merecía la enfermedad que tenía,
pues era amable, considerado y bueno. Lo que observé
en él, eran celos, muchos celos de que Émile lo dejara

129
por otra persona y esto era lo que Hugo defendía, no
verse rechazado, y dejado a un lado.

Émile, seguía callado, escuchando sin interés la


conversación que Hugo y yo, manteníamos. Él, quería
dominar a Hugo, y trataba de dominarme a mi también.
Quería el plato y las tajadas. Se mostraba conmigo serio,
porque buscaba que yo hiciera su voluntad. Quería
mantenerme amarrada a su lado, como en otros tiempos
hiciera en París. Era orgulloso y egoísta, todo lo quería
para él. Ahora y después de haber sabido cómo era su
vida, y cómo fueron todos los años que llevábamos
casados, había yo encontrado mi independencia. Ahora,
no podía decirme como antes - Eres mi mujer y estamos
casados.
Hugo cogió la tetera por el asa, y vertió té en la taza que
Yosi había traído, la acercó más a mí, y dejando la tetera
sobre la mesa, puso dentro de la taza dos terroncitos de
azúcar. Me miró y seguidamente me preguntó
refiriéndose al azúcar.
- ¿ Quieres más ?.
- No, gracias Hugo - Respondí con una sonrisa - Con
dos es suficiente.
- ¿ Qué has comido ? - Me preguntó.
- ¡ Uf ! mucha comida, pero de la buena.
- ¡ Pero qué ! - Siguió preguntando.
Lo miré moviendo la cabeza y sonriendo, pues, había
veces que se comportaba como un niño.
- He probado, unas ensaladas buenísimas - le dije -
También he comido un poco de besugo hecho al horno.
Estaba delicioso. He probado el cordero hecho con

130
hierbas aromáticas, que era una delicia, y tampoco he
dejado de probar, la ternera hecha al humo, estaba
exquisita.
- ¿ Hecha al humo ? ¿ Eso cómo es ? - Me preguntó
Hugo frunciendo el entrecejo.
- También, he hecho yo la misma pregunta al probarla,
por su sabor ahumado. Madeleine me lo ha explicado -
Dice que se hace una hoguera, y que la pierna de ternera
se pone encima de unas parrillas en el suelo, cerca, muy
cerca de la hoguera, y por el lado que viene el viento. El
viento lleva el humo hasta donde está la pierna de
ternera y con el humo se va haciendo.
- Es curioso - Dijo Hugo - ¿ Y si el viento para de soplar
por ese lado y lo hace por otra parte, que pasa con la
pierna de ternera ?.
- Pues, tiene que haber alguien al cuidado de eso, y su
trabajo es, de ir poniendo la carne por donde pasa el
viento, y así tiene que estar dando vueltas hasta que la
ternera queda ahumada, que es alrededor de tres horas,
es un trabajo bastante laborioso.
- ¿ Con todo eso que has comido, has podido probar el
postre ?.
- Si. No quería venirme sin probar la pastelería casera
que la mujeres habían hecho en sus casas. De toda la
variedad que había, he comido una pieza. Cada pastel
tenía un sabor diferente. Habían flores, son unos
pasteles con forma de flores, era una pasta muy fina, y
fácil de digerir, bañadas en miel. También habían
pestiños, y roscos.
- ¿ Has comido todo eso ? - Dijo Hugo espantado -
¿ Pues luego no vas a cenar ?.

131
- Seguro que no, con esta taza de té, y otra que tomaré
más tarde, estoy lista, pues el té da mucha energía y
vigor, mantiene sin hambre, bastante tiempo.
En todo el tiempo no se le había oído hablar a Émile, se
había puesto la segunda taza de té, y no había cesado de
comer galletas. Lo miré y le pregunté para hablar de
alguna cosa con él.
- ¿ Has comido bien Émile ?.
Tardó varios segundos en responder, cuando masticó y
tragó la galleta que había cogido.
- ¿ Porqué me lo preguntas ? - Respondió, mirándome
fríamente.
- Por nada, por saber si has comido bien - Respondí con
naturalidad.
- Desde que has llegado - Dijo con sequedad - No has
parado de hablar de comida, y de lo bien que te lo has
pasado con toda esa gente.
- ¿ Porqué estás enfadado conmigo ? - Le pregunté.
- No estoy enfadado con nadie - Dijo mirando a otro
lado.
- Si lo estás, estás enfadado conmigo, y no se porqué -
Le dije echándome hacia adelante para encontrar su
mirada.
- No es nada querida, ya se le pasará - Dijo Hugo -
Hemos pasado mala noche. ¿ Te lo ha dicho ?.
- Si, me lo dijo esta mañana, ¿ Pero eso que tiene que
ver para que no quiera hablar conmigo ?.
- Tu lo conoces igual que yo, y los dos sabemos el
carácter que tiene.
En esos instantes, Émile se levantó de su asiento, y
propinó una patada a un sillón de bambú que había al

132
otro lado de la mesa, y que cayó a un lado. Yo me
sobresalté, y di un respingón en mi asiento. Hugo miró a
Émile y meneó la cabeza, sin parar de mirarlo.
Émile le echó una mirada, y dándose rápidamente la
vuelta, lo cogió con violencia por el cuello de la camisa,
y lo levantó. Hugo se encontró indefenso y exclamó.
- ¡ aaaayyyy ! ¿ Pero que te pasa ? - No gritó de dolor
sino por la sorpresa que se llevó, no se esperaba la
reacción de Émile.
Yo intervine de inmediato - ¡ Deja tranquilo a Hugo !.
¿ No te das cuenta de que está enfermo ?.

Émile lo soltó de un golpe, y Hugo se volvió a quedar


sentado. Se había puesto blanco, del miedo que pasó. Su
única salida era llorar, y rompió en sollozos igual que
una mujer. Le dijo con lágrimas.
- ... ¡ Esta noche no duermo contigo, me voy a la
habitación que hay arriba !.
- ¡ Muy bien maricón ! - Le respondió Émile - Vete a
dormir a donde quieras. ¡ Total ya no sirves para nada !.
- ¡ Me llamas maricón ! - Dijo Hugo llorando - ¿ Crees
que tu no lo eres ?.
Émile se volvió hacia él, pero esta vez para pegarle
fuerte. Me levanté rápidamente de mi asiento y llegué
hasta él, lo cogí por la camisa, por la parte del pecho, y
clavé mis ojos en los de él, y le dije, muy, muy
enfadada.
- ¡ Como le pongas una mano encima, te arranco los
ojos, y se los echo a un cerdo para que se lo coma ! ¿
Me has entendido ?.

133
Émile, me miró con desprecio, cogió mis manos con las
suyas y las arrancó de un estirón de su camisa.
- ¡ Iros los dos al infierno ! - Dijo entrando en la casa.
Hugo tenía una servilleta de papel en las manos, con la
que se secaba las lagrimas. Me puse a su lado, y rodeé
sus hombros con mi brazo, tratando de consolarlo.
Sentía yo en esos momentos una rabia interior, que me
hubiese quedado mejor si a Émile le hubiera pegado un
guantazo, me quedé con las ganas. No hacia nada por
hacer la vida agradable a los demás. Desde que yo
llegué estaba insoportable. Me demostraba día a día que
no quería que estuviera allí. Pero eso, yo no se lo iba a
consentir, me gustaba vivir en África, y solo esperaba
saber hablar inglés para defenderme y poder trabajar.
En Johannesburgo habían grandes almacenes, y las
dependientas eran blancas. Todo estaba por secciones.
Había echado una solicitud en dos grandes almacenes, y
esperaba respuesta.
Émile volvió a salir de la casa, con alguna ropa interior
de Hugo. Lo dejó caer todo en el suelo del porche. Le
echó una ojeada a Hugo y le dijo con voz seca y
distante.
- Aquí tienes tus pertenencias, ¿ No has dicho que esta
noche duermes en la habitación de arriba ?. Pues aquí
tienes tu ropa. ¡ Ah ! y te digo una cosa, procura alejarte
de mi.

Émile estaba furioso, jamás antes yo lo había visto de


esa manera. Parecía que estuviese loco, no controlaba
sus impulsos, y su naturaleza animal, lo hacía aún más
salvaje. Toda esa rabia y violencia que hacia un tiempo

134
estaba sacando, la achaqué a la enfermedad que Hugo
padecía, y que era posible que también la padeciera él,
pues estaba muy compungido, y al mismo tiempo
nervioso, y temeroso de cuando recibiera los resultados
de la analítica y que le diesen positivo. Todos esos días
desde que le diagnosticaron la enfermedad a Hugo, no
paraba de comer, todo lo que veía y encontraba en el
frigorífico. Cómo a Hugo le había recomendado el
doctor, que no dejara de comer, pues las defensas las
tenía bajas, y su organismo pedía comer mucho para no
recaer más.

Émile comía más que Hugo, aunque no tuviese hambre,


mentalmente se preparaba, para hacerle frente a la
enfermedad, si es que la tuviera. Vivía consigo mismo
en un infierno, se amargaba la vida, y hacia difícil la
vida a los que vivíamos a su alrededor. La había tomado
con Hugo, hasta tal punto, que dejó de hablarle a partir
de esa tarde, su presencia también le molestaba.

Ese sábado por la noche, Hugo durmió en el dormitorio


del piso de arriba. Yo en toda la noche pegué ojo, pues
Hugo la pasó vomitando, y no paraba de entrar y de salir
del cuarto de baño. Una de las veces salí de mi
dormitorio para ayudarlo, pero me dijo - Que era mejor,
que me fuera a dormir. Yo no conforme con el consejo
que me dio, bajé abajo, y me dirigí al dormitorio donde
dormía Émile, llamé a la puerta y esperé un minuto.
Cómo no obtuve respuesta, cogí el pomo de la puerta
para entrar, pero me encontré con la sorpresa de que
estaba cerrada por dentro con llave. Volví de nuevo a

135
llamar repetidas veces con los nudillos, y llamé a Émile
dos veces de manera que me oyera, pero no dio
resultado, no respondió a los gritos que le daba
llamándolo. Volví de nuevo a mi dormitorio, segura de
que Émile me había oído, y de que también oía vomitar
a Hugo.

Era ahora cuando estaba yo conociendo bien a


Émile - ¿Porqué no me di cuenta antes de cómo era ?.
En los siete años que hacía que llevábamos de casados,
escondió bien su personalidad. No es que yo lo tuviera
antes por un marido ejemplar, pues no lo era, pero
tampoco me demostró ser como era en realidad.

El domingo, día siguiente, fué un día triste y apagado.


Hugo no bajó a desayunar. Émile esperó a que yo
desayunara y saliera de la cocina para entrar él. A mi
tampoco me dirigía la palabra. Quería entablar una
conversación con él, para preguntarle qué era lo que
realmente le pasaba, y esperé a que estuviera en la
cocina sentado y desayunando. No levantó la cara para
mirarme cuando me vio entrar, y siguió untando
mantequilla en la rebanada de pan.
Me senté en una silla frente a él. Yo lo notaba
nervioso y agitado, así es que no era mi intención
hacerle demasiadas preguntas, pero algo le tenía que
decir para romper el hielo, y hubiera una comunicación
aunque fuera pequeña. Cerré los ojos y respiré
profundamente antes de dirigirle la primera palabra.
- Émile, ¿ Has dormido bien ? - Le pregunté con mucho
tacto.

136
- No - Respondió, y cuando terminó de poner la
mantequilla, lo llevó a la boca y mordió, no sé si con
ansia o con apetito. Comía ignorándome. Puse los
brazos cruzados encima de la mesa, y lo miré cómo
comía y bebía té de la taza.
- ¿ Porqué haces esto ? - Le dije en tono suave - ¿ Que te
he hecho yo para que no me hables ?.

Esperé mirándolo, quizás más de un minuto, y pasado


este tiempo, con las dos rebanadas de pan casi comidas,
y acabado el té, levantó lentamente la mirada, y con
bastante frialdad y distanciamiento, argumentó.
- ¿ También estás tu en contra mía ?. No tenías que
haber venido a África, Hugo y yo éramos felices
viviendo los dos solos.
Cuando terminó de hablar, me di cuenta de que yo
estaba llorando. Dos lágrimas gruesas habían resbalado
por mis mejillas, y fueron a caer encima de mis brazos
que los mantenía cruzados.
- ¿ Quieres que me vaya de aquí ? ¿ Quieres que
abandone esta casa ? - Le pregunté en un tono triste.
- Ahora da igual - Dijo con voz queda - Mi vida ya ha
sido destrozada, ahora todo me tiene sin cuidado. La
enfermedad que tiene Hugo, y que no quieren decirnos
que es, y que supongo yo también la tendré, porque es
contagiosa. El doctor, nos ha hablado de un virus, pero
no nos dice que virus es, quizás ellos tampoco lo sepan.
- Seguro que habrán medicamentos para destruirlo,
tienes que tener confianza, y verás que todo tiene
solución - Dije para consolarlo aunque también lo creía.

137
- Lo nuestro no - Dijo meneando la cabeza - No dejo de
cavilar, de pensar, y la duda me atormenta, hasta el
punto de volverme loco, cuando ronda por mi mente la
posibilidad de que Hugo me hubiese engañado con otro
hombre, y sea este quien le contagió esa enfermedad.
- También está en la posibilidad de que tu también le
hayas engañado con otra persona, y sea esta quien te lo
ha transmitido ¿ No puede ser cierto ?.
Émile, se quedó mirándome fijamente. La mirada la
tenía apagada, le faltaba luz a sus pupilas. Negó con la
cabeza, y seguidamente dijo.
- Yo no lo he contagiado, Hugo hace un tiempo que no
se encuentra bien, incluso antes de que tu llegaras aquí a
Johannesburgo, le decía yo de que fuera a ver al medico,
y le contara lo que le estaba sucediendo, no era normal
de que tuviera cada día fiebre, y de que no tuviese
fuerza en las piernas. Estaba cansado, siempre decía que
no podía estar de pie.
- Esta noche de madrugada, he estado llamando a la
puerta de tu dormitorio ¿ Me has oído ? - Le dije al
mismo tiempo que alargaba mi mano para tocar la suya,
pero antes de que la pudiese alcanzar, él la retiró - Hugo
no se encontraba bien. Entraba y salía del cuarto de
baño vomitando, así se ha pasado toda la noche. Tu sitio
era el de estar a su lado porque anoche te necesitaba, yo
lo quise ayudar pero no me dejó, me dijo que me
volviera a la cama.
- Te oí, ya no quiero saber nada más de lo que le ocurra,
le he tomado manía hasta tal punto que no lo quiero ni
ver.

138
- No puedes hacer eso - Dije estremecida - Es tu
compañero y lo tienes que ayudar, está enfermo. ¿ Lo
vas a dejar morir ?.
- No me importa nada de lo que le ocurra - Dijo con
desaire - ¿ Además no estás tu aquí ? tu lo puedes
ayudar, puedes hacer de madre suya, eso es lo que has
estado haciendo desde que has llegado.
- ¿ Estás celoso ? - Le pregunté con sutilidad para no
enfadarlo, pues cualquier insinuación por pequeña que
fuera, podía hacer de que perdiera los nervios.
Me miró con descaro, pensando quizás en lo que me iba
a responder. Negó con la cabeza y después dijo.
- ¿ Celoso yo ? ¿ De quién, de él ? ¿ De ti ? ¡ Va ! no
digas tonterías.
- Entonces ¿ Porqué esa actitud que tienes hacia Hugo, y
hacia mi ? ¿ Que te ha hecho él, y que te he hecho yo ?.
- Mira, lo primero, es que te tenías que haber quedado
en París - Dijo con aire despreciativo - Y lo segundo, es
que Hugo, ya no sirve para nada.
- ¿ Cuando dices que Hugo, no sirve para nada, a qué te
estás refiriendo ? - Respondí, manteniéndole la mirada.
Émile seguía también con la mirada puesta en la mía, y
apenas parpadeaba. Tenía la cara levantada, y los brazos
cruzados a la altura del pecho. Dijo con espontaneidad.
- ¡ No te voy a responder a esa pregunta !.
- ¿ Quizá sea porqué no podéis tener sexo ? - Le dije.
- Puede que tengas razón - Dijo con una leve sonrisa -
Tengo treinta y nueve años, soy joven, y mi cuerpo me
pide sexo. ¿ Hay algo malo en eso ?.
- Si lo hay - Dije algo excitada - ¿ Cómo puedes olvidar
y abandonar a un amigo y compañero que se ha dado

139
completamente a ti, porque está enfermo y no puedes
tener sexo con él ? ¿ Qué clase de hombre eres ? ¿ No
tienes corazón ? ¿ No tienes sentimientos ? ¿ Qué clase
de monstruo estás hecho ?.
- Se acabó por hoy la tertulia - Dijo levantándose de la
silla.
- ¿ No vas a subir a ver a Hugo ? - Le dije - ¿ No te
interesa saber como está ?.
Émile, no respondió a mis preguntas, y salió de la
cocina. Entró en su dormitorio, pues oí como dio un
portazo y cerró la puerta con una vuelta de llave.
Me quedé a recoger las tazas usadas y platos del
desayuno. Pensaba en Hugo, y mi preocupación era
grande. Yo lo podía ayudar, a darle compañía, y a
consolarlo con palabras. ¿ Que más podía yo hacer ?.
Estaba a miles de kilómetros de su familia. Sus padres
no sabían nada con relación a su enfermedad. Realmente
sentía mucha compasión por él.
Pensando en Hugo preparé ese domingo un rosbif de
ternera que hice al horno, con la carne en su punto.
Sabía que mucho apetito no tenía pero era necesario que
comiera, y que comiera mucho. Las defensas las tenia
bajas, y las podía hacer subir, comiendo bastante carne
roja no muy hecha. Eso fué lo que le aconsejó el doctor.
El cuarto de baño lo tuve que limpiar y desinfectar bien,
poniendo bastante lejía en el inodoro, lavabo, bidet,
baño y suelo. Tenía que mantener mucha higiene.
Aunque la enfermedad que Hugo tenía, sólo se
contagiaba por la sangre, y por el semen. Años más
tarde supe que se trataba del sida.

140
El domingo transcurrió tranquilo y sin problemas. La
comida que hice estaba deliciosa, y tuve la suerte de que
comiéramos los tres juntos. Émile, Hugo y yo. Al
parecer la conversación que mantuve con Émile en la
cocina, dio resultado, y Émile se comportó de distinta
manera, pero tampoco era lo que tenía que haber sido.
Durante el día Hugo se fue recuperando de la dolencia
que había sufrido la noche anterior, y la noche del
domingo volvió al dormitorio de ellos, y pasaron la
noche juntos Émile y él.

14

El lunes a las siete de la mañana estaba yo


en la cocina haciendo té para los tres. Yosi entraba en
esos momentos por la puerta, con el uniforme rosa
lavado y planchado.
- ¡ Buenos días señora ! - Dijo.
- Buenos días Yosi - Respondí - ¿ Has pasado un buen
fin de semana ?.
- Muy bueno señora.
Yosi abrió las puertas del armario de la cocina, y
sacó tres tazas para el té, con los platillos que le
correspondían, lo dejó encima de la mesa, en cada lado

141
donde desayunábamos los tres, y terminó de equipar la
mesa del desayuno.
Cada día coincidíamos en el desayuno, cuando yo
terminaba de desayunar, llegaban Émile y Hugo. Él
tenía mejor cara, y parecía estar más tranquilo. Émile,
estaba como siempre, con el semblante serio, altanero, y
algo distante. Después de saludar dando los buenos días,
se sentaron para tomar el desayuno.
Por las mañanas iba siempre disparada. Desayunaba
aprisa, seguidamente cogía el bolso con los libros y
cuadernos de inglés, y me iba rápidamente.
Este día Susi, la profesora, parecía que sólo me
estuviese esperando a mi. Cuando llegó su turno que era
la segunda de las profesoras, y sobre las once de la
mañana que era cuando ella empezaba. Sólo entrar, y
sentarse detrás de su mesa, se fijó en mi, me dijo en
inglés con la cara levantada.
- Señora Franklin, venga aquí con los deberes de los
verbos.
No era posible que eso me estuviera sucediendo a mi,
pensé rápidamente de que era una revancha que me
hacía porque el sábado falté a clase. Con el fin de
semana que tuve tan ajetreado, y con todo lo que
sucedió entre Émile y Hugo, no tuve tiempo ni pensé en
estudiar los deberes. Así es que me acerqué a la mesa
sin cuaderno.
- ¿ Donde está el cuaderno con los verbos ? - Me
preguntó sin ningún miramiento.
- No los he estudiado - Le dije - No he tenido tiempo.
- ¡ Señora Franklin, ha tenido dos días ! ¿ Y en ese
tiempo no ha podido estudiarse los verbos ?.

142
- No.

Susi se puso de pie, moviendo la cabeza. Fué hasta


la pizarra, cogió la tiza y me la puso delante para que yo
la cogiera, y me dijo.
- Escriba en la pizarra el verbo amar.
- Susi, no lo he estudiado - Le dije - Se lo acabo de
decir, he tenido otras cosas en qué pensar y atender, que
para mi eran más importantes.
- Diga mejor que no ha querido estudiarlo - Dijo con
rintintin al mismo tiempo que daba un chillido.

Me callé para no decirle una barbaridad, y me mordí


los labios. Susi seguía mirándome con descaro, y
manteniendo una sonrisa sarcástica. La tomó conmigo el
mismo día que empecé la primera clase. Era una mujer
histérica con grandes rasgos de pesadumbre y tristeza.
El día que traía un problema de su casa, se encargaba de
desahogarse conmigo, por lo visto era yo un punto fácil
para descargar su ira. Cada vez que llegaba yo a clase, y
a las once de la mañana tenia que entrar ella, ya estaba
yo nerviosa, me daban ganas de coger mis libros y
cuadernos, e irme, no podía soportarla.
Ese lunes quería vengarse, por el sábado que no fui,
sabía que era eso lo que tenía, y con ironía me preguntó.
- ¿ Porqué no vino el sábado ?.

Los alumnos y alumnas de la clase estaban


pendientes y esperaban a que algo sucediera. En tres
meses que hacía que iba a clase no vi que se metiera con
nadie como lo hacía conmigo, y a ningún alumno le

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reprochaba el lunes, si no había ido un sábado. Llegó a
burlarse de mi, haciendo que se caía, y mirando distraída
a todos los lados, hasta que provocaba la risa de los
alumnos. Noté como me encendía, y la sangre me subía
a la cabeza.
- ¡ Vamos Señora Franklin, respóndeme ! - Volvió a
repetir - ¿ Qué obstáculo tuvo para que el sábado no
viniera a clase ?.
- No pude - Le dije simplemente - Y volví a mi asiento
muy enfadada.

Me miró con rabia y sin luz en sus pupilas, y me dijo


como si de una inquisidora se tratara.
- ¡ Señora Franklin venga aquí !.
- No - Le respondí y con el pensamiento le lancé ¡ Vete
a la mierda !.
- ¿ Cómo ? - Dijo indignada - Dice usted que no quiere
venir.
No seguí su sugerencia, y empecé a recoger mis
libros y cuadernos, y los fui metiendo dentro del bolso
de gran tamaño, cuando lo tuve bien colocado, me dirigí
a la salida, sin mirar la cara que tenía ella, y la de los
demás, poco me importaba allí nadie, pienso que lo
mismo yo a ellos.
Al salir por la puerta oí la voz arrogante de Susi
dirigiéndose a mi.
- Señora Franklin ¿ Vendrá mañana a clase ?.
- No lo sé - Le respondí dándome la vuelta para mirarla
- Creo que no volveré más.

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- Por favor no haga eso - Dijo con voz sumisa - Si no
vuelve, me llamará el director a su despacho, para
preguntarme que ha pasado.
- Usted me tiene sin cuidado - Le respondí - ¿ Porqué se
lamenta ahora ?.
- Señora Franklin vuelva, le aseguro que no volverá a
suceder más.
Negué con la cabeza y salí de clase cerrando la
puerta tras de mi.
A la tarde cuando llegaron a casa Émile y Hugo, y los
tres estábamos sentados en el porche tomando el té, les
conté lo sucedido en clase con Susi. No esperaba la
reacción que tuvo Émile, al manifestarme, que estaba
decidido a ir para hablar con el director, y supiera la
conducta de esa profesora, y la sancionara. Yo me
negué, pues había decidido no ir más, y seguir
estudiando con los libros que tenía. Yo tampoco pasaba
por un buen momento, y por pequeñas que fueran las
palabras que me decían, y muchas veces sin mala
intención me ofendían. Mi herida era grande al llegar a
Johannesburgo y descubrir de que mi marido era gay, y
que hacía vida con otro hombre. Trataba de olvidar, pero
me era imposible y lo llevaba mejor pues, por Hugo
sentía mucha compasión, y le cogí cariño, era víctima de
la vida, desde su nacimiento, y la enfermedad por la que
estaba pasando, que cada día que pasaba se iba
consumiendo un poco más. Había días que iba a
trabajar, pero otros no podía, por las mañanas le era
imposible de que se mantuviese de pie, el cansancio era
tan grande que había veces que las piernas se le
doblaban, y varias veces había caído al suelo.

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15

Como ya no iba a la academia de inglés, le


dije a Yosi que haría yo la comida, pues todo el día en
casa me aburría aunque dedicaba dos o tres horas a
estudiar inglés en mis libros, y también hablaba bastante
con Yosi.
Los nativos lo tenían mal, y los blancos que éramos
los últimos que habíamos llegado, era un paraíso, donde
teníamos acceso a todos sitios, con buen trato y saludos
afectuosos. Los nativos en pocos sitios podían entrar
donde estuvieran los blancos. En tiendas y carnicerías
estaba la entrada principal para los blancos, una entrada
amplia y buen recibimiento. Para los nativos era

146
totalmente distinto cuando iban a comprar para ellos.
Había una entrada pequeña de un metro cuadrado, no
había mostrador, todo estaba tapado con cristales, y una
ventanilla que era por donde pedían lo que necesitaran,
y lo que necesitaban era muy poco, compraban carne
sólo por unos centavos que poseían. Un día Yosi me
mostró la carne que le habían dado por veinte centavos
que le quedaba. Abrió un papel de estraza y me lo
mostró. Eran tres huesos, con un poco de carne pegada
al hueso. Le pregunté cómo lo hacía para que comieran
toda la familia. Me explicó, que en una cacerola ponía
los huesos a hervir, y cuando el tuétano lo había soltado,
echaba, milk milk, una harina amarilla sacada del maíz.
Metían dentro de la cacerola una cantidad de esta harina,
iban removiendo sin parar, hasta que se quedaba una
pasta espesa. Comían cada uno un plato de ese alimento
cocido, y me decía que tenía un gran poder nutritivo, y
de bastante sabor. La carne era un lujo para los nativos,
no comían nunca un filete, ni un entrecot. No sabían el
sabor que tenía.
Después del desayuno, miré en el congelador para
ver que carne iba a hacer para la comida de ese día. El
congelador estaba vacío, no me acordé de ir a la
carnicería a comprar. Y llamé a Yosi para que fuera. Le
dije que pidiera un kilo de filetes de ternera, le di un
dólar que era lo que costaba el kilo. Mientras que ella
venía fui al huerto con una cesta, y estuve cortando una
lechuga, dos tomates, y dos zanahorias para hacer una
ensalada para el mediodía.
Vi entrar a Yosi por la puerta de la verja, la miré y
no traía carne, sólo el dólar que yo le había dado, y lo

147
guardaba doblado dentro de la mano. Cuando llegó a
donde yo estaba me dijo.
- Señora, el carnicero no me ha querido vender la carne
y me ha preguntado, que hacía yo con un dólar.
Le dije que era usted la señora Franklin para quien
trabajaba, pero me ha dicho que todo eso me lo estaba
inventando. Estaba yo muy enfadada, que gente más
poco sensible, que poco confiaban en los nativos, aún
viéndolos de uniforme, con dinero en la mano, no se
creían que les estaban diciendo la verdad.
Le entregué a Yosi la cesta con la ensalada, y le pedí
el dólar, iba a ser yo quién iría a por la carne. Después
de atravesar un campo que lo hacía en quince minutos.
Me iba encontrando con nativas que ya nos conocíamos
cuando hacia yo este trayecto. Siempre me sonreían y
me decía una palabra agradable - Cómo que era una
mujer muy bella - Que todos me querían - Me
bautizaron con el nombre de la señora de la sonrisa.
Todas estas adulaciones aparte de que fuera verdad que
lo sintieran, lo hacían mayormente para que les diera
unos céntimos, cuando se los daba, juntaban las manos
como para hacer palmas, pero no las hacían sonar, se
despedían de mi con una gran sonrisa.
Cuando llegué a la carnicería, el carnicero que era de
origen italiano, un hombre alto, moreno, y de
aproximadamente cuarenta años de edad.
Reía mostrando sus largos y blancos dientes, se
forzaba por ser lo más agradable posible conmigo. Nada
más llegar ya me preguntó.
- Señora Franklin, hace un rato, una chica negra me ha
pedido para usted un kilo de filetes de ternera, por

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supuesto, yo no se lo he querido dar. Traía un billete de
un dólar, y podría ser que lo hubiese robado.
Le eché una mirada seca, y estuve algo
desagradable.
- Yosi, trabaja para mi - Le dije - Y cuando la mande a
que compre carne se la da. Hoy vamos a comer más
tarde por culpa de este incidente - Volví a mostrarle mi
descontento.
- Señora Franklin, perdone este mal entendido que ha
pasado, y que ha sido culpa mía, no volverá a suceder
nunca más. Ahora ya conozco a la chica que trabaja para
usted, y de hoy en adelante nunca más sucederá.
Desconozco si algunos blancos tuvieron
problemas con los nativos, yo nunca tuve nada, me porté
bien con ellos, y ellos se portaron bien conmigo, el
respeto era mutuo.
Una mañana mientras desayunaba, entró a la cocina
como siempre Yosi, eran las siete de la mañana. Ella
mientras iba sacando del frigorífico algunas verduras,
judías verdes y guisantes que iba desgranando para la
comida y cena, me fijé en las palmas de sus manos pues
nunca me había dado cuenta que las tenía blancas, igual
que nosotros, los blancos. Mi curiosidad fué grande y
directamente, le dije.
- Yosi, muéstrame tus manos.

Ella se quedó fijamente mirándome muy extrañada.


Mantenía la vaina de guisantes en la mano a medio
desgranar, parecía que se hubiese quedado muda por el
temor de que yo le fuera a reprochar algo malo que
hubiese hecho sin darse cuenta, aunque yo no lo solía

149
hacer, ella estaba acostumbrada a que en otros sitios,
casas donde había trabajado antes, le regañaran por
alguna pequeñez.
Yo le sonreí para que se tranquilizara, y le volví a decir.
- Digo que me muestres las palmas de tus manos.

Yosi dejó la vaina del guisante encima del montón


que tenía apilado en la repisa de mármol, y tímidamente
extendió sus dos manos para que yo las viera. Ella
esperaba con sorpresa qué era lo que le iba a decir.
- Yosi ¿ Te has fijado en las palmas de tus manos que
son blancas ?.
Ella cambio de gesto, y su cara se transformó en
sonrisa. Vi que también respiraba profundamente
dándole fin a una pesadilla que se había creado en su
mente. Se quedó donde estaba, se quitó una zapatilla
blanca de la que llevaba puesta y levantó la pierna
mostrándome la planta del pie. También vi que la planta
del pie era blanca, y pasé directamente a preguntarle.
- ¿ Todos los negros tenéis las palmas de las manos
blancas y la planta de los pies también ?.
- Todos señora - Me respondió, al mismo tiempo que
afirmaba con la cabeza.
- ¿ Porqué ? ¿ Será quizás porque no os da en esa parte
del cuerpo el sol - Dije esperando una respuesta.
- No señora - Dijo sonriendo - Es nuestra historia, de
nuestro origen.
Me quedé con la rebanada de pan, untada con
mantequilla y mermelada, dentro de la boca a punto de
morder, y la retire.

150
- Me gustaría que me contaras vuestra historia desde el
principio, estoy interesada en saber vuestros orígenes.
Se quedó de pie mirándome, tratando de recordar
por donde iba a empezar la historia de su raza, y empezó
diciendo.
- Se lo voy a contar como a nuestros abuelos,
tatarabuelos, y bisabuelos, les contaron los jefes de las
tribus, y que nuestros padres también nos han contado a
nosotros.
Fue todo al principio de los tiempos. En la tierra
había una raza de personas que físicamente eran altos,
fuertes, eran de piel blanca y muy bellos. Dios puso su
mirada en ellos, porque eran sus preferidos, los hizo
semejantes físicamente a los ángeles que lo servían.
Aparte de ser muy bellos, poseían una gran inteligencia,
y acumulaban muchos conocimientos que empleaban
para beneficio de ellos mismos. Al principio ayudaron
con su sabiduría a otras gentes de otras razas. Sabían
como curar enfermedades, como curar el espíritu, si era
eso lo que tenían mal. Curaban también por mediación
de hacer viajes astrales, para buscar a los espíritus que
se habían alejado del cuerpo y andaban por el astral
perdidos, y los llevaban a su cuerpo. Conocían la
naturaleza como nadie. Hablaban con los animales, con
las plantas y con las flores, los árboles representaban la
mente con lo Divino, y mantenían largas conversacio-
nes, y los árboles les transmitieron cómo era el nombre
de cada planta y de cada flor, y también el nombre de
ellos.
Dios les dijo - A los animales tenéis que amarlos y
respetarlos, cuidareis de ellos. Estos conocimientos los

151
tenéis que transmitir a las demás razas, todo lo que sea
para la evolución y el progreso.
Ocurrió que no lo hicieron de la manera que Dios
les dijo, incluso se olvidaron de que existía y de que los
había creado. La vanidad que tenían era tan grandes, que
ya no se respetaban entre ellos, unos querían ser más
que otros, y llegaban a matarse para conseguir su
propósito. De los animales ya no se acordaban, y los que
ellos tenían que cuidar, morían por falta de alimentos y
de amor. Crearon en la tierra un gran caos, pues todos
iban confundidos y desamparados. Iban poniéndose feos
cada vez más, por todas las malas acciones que hacían.
Un día la Diosa del cielo bajó a la tierra para hablar
con ellos. Les dijo con palabras amables - Que lo que
estaban haciendo no le gustaba al Señor del Universo, y
que estaba enfadado con ellos.
Eso fué la primera advertencia que tuvieron, pero no
la escucharon. Incluso hacían más aberraciones, porque
empezaron a hacer el mal, utilizando la sangre de los
animales, y las vísceras, para matar y destruirse unos a
otros. Entonces fué cuando bajó Dios del cielo, venía
lleno de cólera, su voz hacía temblar el firmamento.
Ellos, hombres y mujeres corrían asustados. De norte a
sur, y del este al oeste. Dios se quedó en el medio
mirándolos cómo corrían, y su voz potente y aguda llegó
a los oídos de todos - Les dijo - Os maldigo, y os castigo
a que corráis a partir de estos instantes, con las plantas
de los pies, y con las palmas de las manos a cuatro
patas, y caminareis de esta manera por toda la tierra.
Vuestros cuerpos blancos y brillantes, serán a partir de
ahora negros. Los cabellos largos, dorados y rizados, se

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transformaran en cabellos negros y cortos, pero seguirán
rizados.
De inmediato cayeron todos al suelo, dando con las
palmas de las manos en la tierra. Ellos hacían para
levantarse y ponerse de pie, para volver a caminar con
las dos piernas, pero no podían, la gravedad de la tierra
los atraía.
- Pasarán miles de años - Les dijo Dios - y seguiréis
caminando a cuatro patas, de generación en generación,
hasta que yo haya olvidado todo el mal que habéis
hecho. No os quito los poderes, ni conocimientos que os
enseñé, irán con vosotros hasta el fin de los tiempos.

Yosi, respiró profundamente, y con una sonrisa dijo.


- Señora, este es el origen de nuestra raza, así me la han
enseñado mis padres, pues sus padres de esa manera
también se la contaron, y los padres de mis abuelos, a
mis abuelos.

Estaba emocionada de haber oído todo este relato,


me quedé con la duda si era cierto o no, pero también
era posible de que Dios castigara a esa raza tan bella que
hizo, y con la ilusión para qué la hizo, para que después
se viera desilusionado, y burlado. Mis dudas se
quedaron en el aire.
En esos instantes entraron en la cocina para
desayunar Émile y Hugo.
- ¡ Buenos días ! - Dijeron.
- ¡ Buenos días ! - Respondí.

153
Se sentaron uno enfrente del otro. Émile estaba
como cada día, parecía que le debieran y no le pagaran.
Su amargura iba cada vez más en aumento. A Hugo
también se le veía triste y cansado, pero se esforzaba por
responder con una sonrisa y una palabra agradable.
Desayunaron rápidamente, pues ese día se habían
quedado dormidos, y llegaban justos al trabajo. Cuando
salían de la cocina me acordé de preguntar a Hugo,
cómo estaba. La historia que me había contado Yosi me
dejó pensando en cómo deberían de ser la raza que Dios
creó.
Hugo respondió con voz apagada, pero sin
faltarle la sonrisa.
- No he dormido esta noche bien, he tenido fiebre, y
todavía la sigo teniendo, pero menos.
- ¿ Porqué vas a trabajar en ese estado ? - Dije
imponiéndome.
- Creo que es mejor que vaya, porqué aquí, lo voy a
pasar peor, le doy vueltas y más vueltas a mi cabeza.
Émile había salido de la casa, y esperaba a Hugo
sentado en el coche, delante del volante. Me fije en
Hugo cómo caminaba por la vereda del jardín, hasta
llegar a la verja. Los pasos no los daba seguros, en las
piernas se le notaba claramente que no tenía fuerza, y su
cuerpo se iba de un lado a otro. Me fijé bien en su
silueta, lo mucho que había perdido en tres meses. En
esos instantes, recordé el día que me fué a buscar al
aeropuerto, no daba de que estuviera enfermo. Me senté
en un sillón del porche esperando que el coche
arrancara.

154
Le daba vueltas a mi cabeza, pensando que podría ser
de mi vida. Y presentía que pronto todo iba a cambiar
con la enfermedad de Hugo, y que también Émile
estuviese enfermo, pronto lo sabríamos cuando le dieran
los resultados de la analítica. Aunque los dos dormían
en el mismo dormitorio, no tenían nada entre ellos, la
pareja que formaban estaba rota.
Yosi vino al porche, me rodeaba con la mirada, su ir
y venir de un lado a otro, hasta que se mostró frente a
mi, y tímidamente me dijo.
- Señora.
- Si Yosi, que pasa - Respondí distraída, metida aún en
mis pensamientos.
- ¿ Sabe usted que tengo un hijo ? - Dijo con una
sonrisa.
- ¿ Qué edad tiene ? - Le pregunté interesándome.
- Tres años - Dijo orgullosa de su vástago - Cuida de él,
mi madre, y mi hermana que es menor que yo.
- ¿ Estás casada ?.
- No señora, nunca lo he estado, y cuando me quedé
embarazada de mi hijo, el padre me dejó y se fué. No he
tenido suerte con los hombres, cuando conseguían lo
que querían de mi, se iban. Señora quiero pedirle algo,
que para mi es de suma importancia. Usted tiene un
corazón bueno y generoso.
- ¿ Tu cómo lo sabes ?.
- Eso se ve en las personas, yo tengo un buen ojo para
darme pronto cuenta, si la persona que tengo delante de
mi, es buena o, no lo es.
- Bueno Yosi - Le dije para que no me alabara más -
Dime que es lo que quieres.

155
- Se lo voy a decir, pero si no le gusta, me perdona.
- De acuerdo, dime que es.

Yosi se quedó parada unos instantes, con su mirada


puesta en la mía, pensando cómo me lo iba a decir, y
cómo me sentaría.
- Vamos Yosi - Le dije - Decídete a decirme que es.
- Es sobre mi hijo - Dijo, y se quedó callada.
- ¿ Que le pasa a tu hijo ? - Le pregunté pensando en que
estaría enfermo.
- No le pasa nada - Dijo pausadamente - Es que me
gustaría tenerlo conmigo aquí, si usted lo ve bien.
- Si claro, lo puedes tener, a mi no me importa de que
viva contigo, eres tú su madre.

La cara de Yosi se llenó de alegría al oír mis


palabras, y las lágrimas se le saltaron de la emoción.
- Señora muchas gracias - Dijo muy contenta - Estaba
segura de que me diría que si. ¿ Su marido y el señor
Barreau pondrán algún impedimento ?.
- No, ninguno, tanto mi marido cómo Hugo te aprecian,
y verán normal de que tengas a tu hijo contigo.
- Gracias señora. Mañana sábado por la tarde me voy a
casa de mi madre, y el domingo por la noche cuando
regrese vendré acompañada de mi hijo.
- ¿ Cómo se llama ?.
- Moisés.
- ¡ Qué nombre con tanta fuerza y poder le has puesto !.
- Gracias señora que le guste. Hoy es un día bueno para
mi. Mañana cuando llegue a casa de mi madre, y le diga

156
que mi hijo se viene conmigo, se pondrá contenta y mi
hijo también. Yo estaré mejor si lo tengo a mi lado.

El día del sábado transcurrió igual que otro. Cuando


Yosi puso el té en la mesa del porche, se fué contenta y
con ganas de llegar a casa de su madre y darle la noticia.
Aún yo no había hablado del tema con Émile y Hugo,
esperaba el momento de que estuviésemos tomando el té
para decirlo. Aunque de antemano estaba segura de que
lo aceptarían. Hugo por supuesto que si, pues era una
persona sensible, y siempre estaba dispuesto a ayudar.
Émile tenía un carácter muy distinto, su apariencia era la
de un hombre serio y distante, pero en el fondo era
bueno.
- Mañana por la noche - Les dije mientras vertía té en
las tazas - Cuando vuelva Yosi, lo hará acompañada de
su hijo.
- ¿ De quién dices ? - Preguntó Émile distraído, mirando
la página tres del periódico del día.
- De su hijo, ha dicho - Respondió Hugo, después de
haber bebido té de la taza.
- ¿ Que ha sucedido para que ocurra eso ? - Preguntó
Émile, doblando el periódico y posándolo a un lado de
la mesa.
- Me lo ha pedido ella, no me he negado porque me
parece lógico, es normal de que quiera tener a su hijo
con ella.
- Si, es normal repitió Hugo.

157
Émile no dijo nada, puso un terrón de azúcar dentro
de la taza de té, lo movió tres veces con la cucharilla, y
fué tomándolo lentamente.

Alrededor de la seis de la tarde Émile fué a su


dormitorio. Hugo lo siguió, y diez minutos más tarde, oí
cómo discutían hablando fuerte. Aparté la vista del libro
de inglés, de gramática, para oír mejor que era lo que se
decían.
No habían pasado cinco minutos cuando salió de la
casa Émile y se quedó en el porche, vestido para salir,
con pantalón color hueso, y una camisa azul de seda,
desabotonada hasta la mitad del pecho. Hugo salía tras
de él, medio vestido, metiendo la camisa color salmón
por dentro de los pantalones beig. Émile le echó una
mirada desesperante, al mismo tiempo que le dijo.
- Te he dicho una y mil veces, que no vienes conmigo,
esta noche la quiero pasar bien, pero si tu vienes, no será
lo mismo.
- ¿ Con quién vas ? ¿ Dime con quién vas ? - Decía
Hugo con lágrimas - ¿ Los conozco yo ?.
- Te vuelvo a repetir que no los conoces, y aunque los
conocieras no te lo iba a decir.
- ¿ Y el local cómo se llama ? ¿ A qué sitio vas ?.
- Ya te he dicho antes que no voy a ninguna discoteca,
hemos quedado en casa de uno de ellos.
- ¿ Porqué me haces esto ? - Decía Hugo llorando, y
cogido al brazo de Émile.
- ¡ Suéltame ! - Replicó Émile estirando del brazo. Hugo
estaba enloquecido, miraba con desesperación qué podía
hacer en esos instantes. El coche estaba aparcado en la

158
acera, y Hugo bajó los tres escalones del porche, y
llegó al camino del jardín, se dio prisa para abrir la
verja. Las llaves las llevaba en la mano, llegó hasta el
coche y con mano temblorosa trataba de introducir la
llave en la cerradura, se daba prisa antes de que Émile lo
alcanzara.
Émile saltó los tres escalones del porche, y
rápidamente llegó a tiempo, para que Hugo no arrancara
el coche. Había puesto el pie derecho dentro.
Émile lo alcanzó en esos precisos instantes. Cogió a
Hugo por el cuello de la camisa y lo sacó de un puñado
del coche y lo dejó sentado en el suelo.
- ¡ Déjame ! ¡ Suéltame maricón de mierda ! ¿ Piensas
que no tienes la misma enfermedad que yo ?. Hace
quince días he estado hablando con Paul, le prometí que
no te lo iba a decir, pero ahora te lo digo. Me dijo que él
y tu habíais tenido relaciones tres veces, ¿ Y sabes que
él, tiene la misma enfermedad que yo ?.

Émile no esperó a oír más, le propinó un puñetazo


que cayó de nuevo al suelo, pues ya se había levantado.
Émile se agachó, y en el suelo estuvo pegándole más, y
más, mientras que le gritaba.
- ¡ No es verdad lo que dices, Paul, no tiene ninguna
enfermedad !.
- ¡ Sí la tiene ! - Repetía Hugo tendido en el suelo -
¡ Eres tu quien me la ha contagiado, yo no he estado con
nadie nada más que contigo !.
- ¡ Dime que es mentira lo que me estás diciendo ! -
Decía Émile muy acalorado - ¡ Dímelo !.

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Llegué corriendo hasta donde ellos estaban, cuando
me fui a acercar para que pararan ese horrendo
escándalo. Émile, me miró con cara de pocos amigos,
puso su mano justo a donde yo estaba y me dijo con voz
seca.
- ¡ No te acerques, a ti esto no te importa !.
- Si que me importa - Respondí - ¡ Deja a Hugo, déjalo
tranquilo. Si quieres irte coge el coche y vete ya !.
- ¡ Claire te he dicho que te mantengas al margen de este
asunto nuestro, no te lo voy a repetir más.
- ¿ Y si no te dejo que te ensañes con él ? ¿ Me vas a
pegar a mi también ? - Le dije mirándolo muy
fijamente- Sabía de que eras cobarde, pero hasta este
punto no.
Émile llegó hasta mi con la mirada desafiante,
tratando de impresionarme. Nunca le bajé la mirada, y
esta vez tampoco lo iba a hacer. Puso su cara muy cerca
de la mía. Y cuando estaba su nariz tocando casi a la
mía le dije.
- ¡ Qué !.
Se quedó quieto, parecía que se hubiese quedado
congelado, después de estar en esa posición como unos
segundos, me miró con desprecio y dijo.
- Tú y Hugo sois iguales, es por eso que vas siempre a
su defensiva, si lo que quieres es quedarte con él, te lo
regalo.
Al decir esto último subió en el coche, le dio con
rabia a la llave del contacto, salió echando fuego,
dejando polvareda de la tierra tras de él. Ayudé a Hugo
a ponerse en pie. Palpaba con los dedos su nariz y boca,
mirando la sangre que tenía en la yema de los dedos.

160
Miraba como el coche se alejaba por la calle, hasta que
dio la vuelta a la esquina.
- Sé a donde ha ido aunque no me lo ha dicho - Dijo
llorando - Paul vive sólo en un chalet con piscina, van a
reunirse allí varios. Voy al baño a lavarme la cara y
quitarme esta sangre, pero antes llamaré un taxi para que
venga a recogerme. Si cree que va a tener la noche en
paz, se equivoca.

Yo moví la cabeza, y lo miraba con miedo de lo que


le pudiese pasar, traté de impedírselo, lo cogí del brazo,
y le hablé como si fuera su madre.
- Hugo, no lo hagas. He visto hace unos instantes en la
mirada de Émile algo extraño que jamás antes vi. Creo
que nada le importa ya, porque sabe aunque todavía no
tenga los resultados de la analítica, de que está enfermo.
Yo también lo creo, pues su carácter no es el de antes.
Siente mucho miedo pero no lo da a demostrar, se quiere
hacer el fuerte. Si realmente ha ido a encontrarse con
Paul, le va a preguntar si está recibiendo alguna clase de
tratamiento, y su rabia y furia remeterá contra él.
Hugo entendía lo que yo le quería hacer entender,
pero sus celos superaba todo razonamiento.
- ¿ Claire, no te das cuenta de que ha ido a ponerme los
cuernos ? - Dijo esperando a que yo lo comprendiera.
- Si, se que ha ido a eso, y lo que busca es sexo. A mi
también me ha puesto los cuernos muchas veces.
¿ Cómo crees que me sentí el día que llegué aquí, y
descubrí que tu eras su pareja ?. Después cuando
reaccioné, me di cuenta que lo que tenía que hacer era
vivir, y que él, no valía la pena, ojalá tu pienses cómo

161
yo, y que esa enfermedad que padeces la puedas superar
pronto.
- Claire, es que no se si te das cuenta de lo que es. Émile
es el hombre que más quiero - Dijo Hugo sin parar de
derramar lágrimas - ¿ Y después de todo esto que me
está haciendo cómo lo voy a mirar a los ojos ? no voy a
poder, y te aseguro que cuando salga de esta
enfermedad, buscaré a otro hombre que me quiera,
porque yo necesito que me den cariño.
Tenía a Hugo cogido del brazo, y lo acompañé a que
entráramos en la casa, parecía que se hubiese calmado
con las palabras que le dije. No fué por lo que yo le
dijera, si no porque no se encontraba bien, y estaba
mareado.
Yo lo llevaba del brazo por el caminillo del jardín.
Le había cogido cariño maternal. Hugo a mi lado se
sentía protegido, y era su mejor amiga. La mente le
empezaba a hacer muchos estragos. Tenía muchas
perdida de memoria. Le contaba algo, y al día siguiente
decía que no se acordaba, me escuchaba pero sin prestar
demasiada atención.
Habíamos llegado a sentarnos en los sillones del
porche. Yo lo miraba y me daba cuenta de que estaba
muy mal. Él, no era consciente de la enfermedad tan
grave que padecía. Quería hacerle la vida fácil para que
estuviera lo mejor posible. Seguía pensando en Émile,
no estaba por escuchar ninguna clase de conversación.
Le interrumpí sus pensamientos y le pregunté.
- Hugo, ¿ Que te apetece esta noche para cenar ?.

162
Me miró con una leve sonrisa, tenía una boca bonita,
y cuando sonreía parecía haber en sus labios un misterio
escondido, era como si sonriera a medias, para no
revelar la verdad que se ocultaba detrás de su sonrisa, a
parte de que era bastante tímido, y esa timidez lo hacía
atractivo.
- Claire, necesito que me quieran, tengo la necesidad de
que alguien me ame. ¿ Claire me quieres amar tu ?.

Con el mal rato que acababa de pasar con los dos, lo


que menos deseaba es que alguien me gastara una broma
para forzarme a sonreír, y lo que Hugo me dijo, me
produjo una carcajada. Él me miraba sorprendido, pues
pensaba que lo que había pedido era normal. Cuando
paré de reír le dije con suavidad para no lastimarlo mas.
- ¿ Hugo, pero si tu eres gay ? ¿ Y quieres con locura a
Émile ?.
Agachó la cabeza y cerró los ojos. Lo observé con
pena, y más pena sentí de él, al ver que por sus mejillas
le resbalaban dos gruesas lágrimas. No quería hablar
más, no quería decirle nada, pues cualquier palabra que
dijera, estaba segura que lo lastimaría. Era muy sensible,
y en esos instantes su sensibilidad había aumentado.
Había una música que le encantaba, y que muchas
veces se la ponía en momentos de inquietud y de
ansiedad. Pensé que ese era el momento para que la
oyera y se tranquilizara. Me puse en pie, entré en la
casa, fui al lugar donde estaba la radio caset eléctrico y a
pilas. Busqué en las dos filas de caset que Émile y Hugo
tenían y que ponían amenudo, y encontré la caset que yo
quería, la que Hugo se ponía, y cerraba los ojos cómo si

163
se trasladara al lugar y a la época. Cuando me planté en
el porche con la radio caset, y dentro la cinta, lo puse
encima de la mesa. Hugo seguía con los ojos cerrados, y
las lágrimas continuaban cayéndole. Apreté la tecla
play, y empezó suavemente a oírse las notas de el bolero
de Ravel. Según iban las notas aumentando, Hugo se
echó hacia atrás del sillón con la cabeza reposando en el
borde del respaldo, y el cuerpo estirado. No abrió los
ojos pero me echó una leve sonrisa de agradecimiento.
En las ondas de mi cerebro esa música de una magia
extraordinaria que escribió Maurice Ravel, y que tiene
de duración diecisiete minutos exactamente. Cuando
acabó el bolero de Ravel, Hugo seguía con los ojos
cerrados, pero no lloraba, creí que se había quedado
dormido, me puse en pie, y me disponía a llevar la radio
caset a su lugar. Noté la mano de Hugo que retenía la
mía, y me dijo más relajado.
- Claire, vuélvela otra vez a poner.

Rebobiné la cinta y le di otra vez al play, empezaron


a oírse de nuevo las maravillosas notas de el bolero de
Ravel. En esos instantes miré mi reloj de pulsera y vi
que marcaba las 19 horas 45 minutos. Era la hora de
cenar, pero con todo lo que había ocurrido, las ganas de
comer se me habían ido, y por supuesto que a Hugo
también, pero sobretodo él, tenía que comer, y aunque
fuera sin hambre, ya me encargaría yo de que comiera.
Me levanté del sillón sin hacer apenas ruido, y cuando
estaba de pie, Hugo abrió los ojos y me preguntó.
- ¿ A donde vas ?.

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- A preparar algo de comida, es la hora de cenar y no se
que es lo que hay.
- Para mi, no hagas nada, comeré un sandwich, que me
haré después de que la música acabe.
Asentí con la cabeza y entré en la cocina. Tampoco
yo tenía ganas de cenar, e iba a hacerme otro sandwich
de ternera fría que había quedado del mediodía. Ya
estaba la carne cortada con cuchillo eléctrico. Era un
rosbif que había hecho en el horno al mediodía.
La luz del salón era la que estaba encendida, una
lámpara de pie que dejaba una transparencia dorada,
pues al llegar la noche, el porche se llenaba de
mosquitos y era por esa razón que la luz del porche
permanecía apagada. Había esperado a Hugo a que se
hiciera el sandwich para comerlo con él, estaba
pasándolo muy mal la traición de Émile. A mi también
me dolía, no por mi, pues no me afectaba directamente.
El día que llegué a Johannesburgo lo saqué de mi
vida. Lo estaba pasando mal por Hugo, que lo veía por
momentos, desesperado, yendo y viniendo a la verja
para ver si veía venir el coche. Necesitaba hablar con
Hugo seriamente de su enfermedad, pues él, pensaba y
estaba seguro que pronto se iba a curar y podría hacer
una vida normal.

Encima de la mesa quedaban los dos platos vacíos


de los sandwich que habíamos cenado, y dos latas de
cerveza vacías, en los vasos tampoco quedaba nada.
Hugo seguía en un total silencio, quizá estaría pensando
lo que en esos momentos estaría haciendo Émile. Para
mi era la primera vez que vivía de cerca el amor entre

165
dos hombres. Émile, no sé si era porque lo disimulaba
más o, porque estaba yo viviendo con ellos, pero Hugo
quería mucho a Émile, y no se escondía para
demostrárselo aunque estuviera yo delante.

De las veces que Hugo volvía al porche después de


haber estado un rato mirando por la verja, le dije.
- Hugo siéntate, que quiero hablar contigo.

Me miró sorprendido, le chocaba que le dijera que se


sentara para hablar. Cuando se sentó, su mirada buscó la
mía, y esperó a que fuera yo quién dijera algo.

- Tengo que hablarte del tema que me preocupa - Le dije


con un movimiento de cabeza - ¿ Saben tus padres de
que estás enfermo ?.

Me miraba profundamente, pensando en la pregunta


que le acababa de hacer. Puse los brazos cruzados
encima de la mesa, con el cuerpo echado hacia adelante,
después de humedecer los labios, dijo.

- No lo saben, para qué los voy a preocupar, total este


virus que he cogido, pronto lo matará los medicamentos
que estoy tomando.
- Creo que tendrías que decírselo - Dije asumiendo la
negativa rotunda - Ellos son tus padres y tienen derecho
a saber que te ocurre.
- Mira Claire, mi madre se iba a preocupar muchísimo,
yo la conozco y se pasaría las noches sin dormir, y de
día lo pasaría llorando y rezando para que no me

166
ocurriese nada. A mi padre le da lo mismo que enferme
o, que me muera, yo soy la oveja negra de la familia, y
me ha repudiado, no quiere saber nada de mi, a quién yo
le escribo es a mi madre, pues no quiere que ella le diga
nada de mi, se lo tiene prohibido.

- No es posible que un padre piense de esa manera de su


hijo - Dije negándome a creerlo - Tu padre piensa así de
ti, porque creé que estás bien.
- No Claire, tú no lo conoces, el honor para él, es lo más
grande y lo más importante, es sagrado, figúrate hasta
donde llega. Si reciben la noticia de que he muerto,
entonces es cuando se quedará tranquilo y descansará.
- Hugo, creo que estás exagerando - Dije totalmente
convencida - Yo no conozco a tu padre, pero si supiera
que lo necesitas iría corriendo a prestarte su ayuda.
Hugo respiró profundamente, al mismo tiempo que
negaba con la cabeza.
- ¿ Porqué tienes tanto interés de que les escriba para
hablarles de mi enfermedad ? ¿ Porqué razón ? - Dijo
triste y algo abatido.
- Por la sencilla razón de que tu eres su hijo. Si alguno
de ellos, tu padre o tu madre estuvieran enfermos y no te
lo dijeran ¿ Cómo te sentaría ?.
- A mi, muy mal, sobretodo si es mi madre quién está
enferma, no se lo perdonaría.
- Pues de esa misma manera reaccionaran tus padres si
no les dices lo que te pasa.
- ¿ Qué conversación más absurda tenemos, no ? - Dijo
poniéndose en pie, bajó los tres escalones el porche y

167
fué hasta la verja. No hacía nada más que mirar en la
dirección que Émile tenía que venir.
Miré mi reloj y marcaba las doce de la madrugada.
Observaba a Hugo, la paciencia que tenía de estar
clavado a la verja, cogido a los barrotes.
De pronto vi que venía bastante decidido, y al llegar
a donde yo estaba me dijo.
- Voy a llamar a un taxi, quiero encontrar a Émile en
plena acción, él y ese tal Paul, se van a acordar de mi.
Me puse en pie y lo alcancé cuando iba por el salón.
- Mira - Le dije mostrándole el reloj que tenía en mi
muñeca - Son más de las doce, Émile ya no tardará en
volver. No llames y olvida la idea porque no es buena.
Émile esta noche está muy enfadado, es capaz de
pegarte un golpe, y te aseguro que te hará mucho daño,
pues no aguantas ni un zarandeo.
- ¡ Me da igual que me pegue ! - Dijo encendido de ira -
No sería la primera vez que me pegara, cuando tiene
problemas y las cosas no le salen cómo él quiere, la
emprende conmigo, unas veces me insulta y me pega,
esta vez no me importaría incluso que me matara !.
No pude hacerlo venir en razón. Descolgó el teléfono
y marcó un número de taxi que tenía en una tarjeta al
lado del teléfono. Mientras que yo subía al baño, a hacer
una necesidad de urgencia, oí cómo decía la dirección, y
después cómo repetía - ¿ En diez minutos ?, y colgó el
teléfono.
No lo quería dejar ir sólo por lo que le pudiese
suceder, nada más salir del baño entré en mi dormitorio
y cogí mi bolso. Bajé las escaleras rápidamente, y llegué

168
hasta el porche que era donde Hugo estaba esperando a
que llegara el taxi.
Él, me miró pero sin extrañarse de ver que lo
acompañaba. Estaba demasiado excitado para decirle
nada en aquellos momentos. Los celos se habían
convertido en locura, y lo que observé de Hugo era eso
último. La excitación que tenía no era normal, la cara la
tenía encendida, y las dos venas de las sienes,
hinchadas a punto de explotar.
En la oscuridad de la noche se vieron los faros del
taxi que se aproximaba. Cerré la puerta de la casa con
dos vueltas de llave, cuando me di la vuelta Hugo ya
estaba abriendo la puerta de la verja, aceleré el paso
para alcanzarlo. Era un coche 4 L beig. Una vez dentro,
Hugo dio la dirección de a donde íbamos, al taxista
nativo - Dijo - Avenida Hooke.

El taxista volvió la cabeza y preguntó - Señor, ¿ A


qué número ?.
- El número no lo sé, pero cuando hayamos llegado a la
avenida Hooke, ya le indicaré la casa - Dijo Hugo.
- OK - Respondió el taxista.

En esta avenida cómo en la mayoria de


Johannesburgo son largas y anchas, de palmeras en los
laterales, y de robustas casas estilo inglés, bastante
separadas unas de las otras, con mucho espacio para el
jardin, pues en África del sur, lo que más resalta son los
jardines, que parecen paraísos.

169
Hugo no quería que el taxista nos dejara delante de
la puerta de Paul, para no llamar la atención y cogerlos a
todos desprevenidos.
Cuando entramos en la avenida Hooke que estaba
en la parte este de Johannesburgo, Hugo le dijo al taxista
que parara y nos dejara al principio de la avenida. Le
pagó el importe del viaje y bajamos del 4 L.
Durante el trayecto no habíamos hablado nada, pues
Hugo seguía igual o más nervioso que al principio. Miré
mi reloj, y en la esfera marcaba la una y diez de la
madrugada. Yo caminaba al lado de Hugo, nerviosa por
lo que esa noche pudiese ocurrir. Yo pensaba - ¡ Dios
mío, que historia me ha tocado vivir !.
Los sábados a la noche rara era la casa que no se
hiciera fiesta dentro y fuera del jardín. Había una casa
no, y dos sí, que estaban celebrando algo, las luces
iluminaban hasta fuera de las aceras.
Hugo me hizo una señal con la mano indicándome la
casa de Paul. Las luces del porche también estaban
encendidas, y las del jardin, la música se oía desde
fuera, eran clásicos de películas que habían ganado dos
o tres oscar, y uno era a la mejor música.
La casa estaba cercada por una verja de hierro que
estaba tapada con cañas de bambú, evitando de esa
manera que los curiosos que pasaran no pudiesen ver
nada. Allí detrás nos pusimos Hugo y yo, mirábamos
por entre las estrechas rendijas que pudiese haber entre
una caña y otra. Pude ver una piscina llena de agua y
dentro varias cabezas que sobresalían. A parte de la
música no se oía nada más, a jaleo me refiero, también
se oía de fondo el salpiqueo del agua nadando.

170
Hugo se iba cambiando de una rendija a otra,
mirando por donde podía ver mejor. La que acabó por
ponerse nerviosa fui yo, de ver la situación tan ridícula
que estaba viviendo en esos instantes. Dejé de mirar y
me aproximé a Hugo, y le dije.
- Vámonos, ya ves que no está pasando nada, tampoco
sabemos si Émile está aquí, todos están dentro de la
piscina bañándose.
- ¡ No me muevo de aquí ! - Dijo - Sin saber de cierto si
Émile está con los que se están bañando, de un momento
a otro tendrán que salir del agua.

Sin mediar más palabras y sin pensar de que lo iba a


hacer, salió de sus mirillas y se plantó delante de la
puerta de la verja, cogió el pomo dispuesto a abrir.
- ¡ No ! - Le dije exaltada - ¿ Pero tu quieres que esta
noche te partan la cara ?.
- Me da igual - Dijo muy enojado - Peor de lo que lo
estoy pasando y de los celos que me estan comiendo el
sentido, no me iba a dejar que me pegara, también yo le
respondería, esta aberración es la peor que estoy
pasando en toda mi vida.
- ¡ Hugo, por favor, escúchame, vámonos de aquí, si está
Émile y te descubre, tengo miedo por lo que pueda hacer
contigo o podais hacer !.
- Claire, ya no me asusta nada, es más, quiero que todo
esto acabe lo más pronto posible.

Giró el pomo de la puerta y la verja se abrió. Hugo


estaba delante esperando a ser visto por alguno de los
hombres que se estaban bañando. Yo permanecía detrás

171
de él, esperando con miedo que en algún momento
viniera alguien a la verja. Así estuvimos cómo cinco
minutos, y en vista de que nadie, se había dado cuenta
de nuestra presencia, fue Hugo quién avanzó varios
pasos hasta que llegó a la mitad del jardín, casi al borde
de la piscina. Yo lo seguía pero iba detrás, aunque de
esa manera las personas que habían dentro me podían
ver. Se escuchó la voz de uno de ellos que avisó
diciendo - ¡ Alguien ha entrado !.

Salió de la piscina un hombre en tanga, era bien


parecido, y de unos cuarenta años aproximadamente.
Llegó hasta donde estaba Hugo, y lo saludo con
amabilidad.
- ¡ Buenas noches Hugo, ¿ Qué haces aquí ?.
- Paul, vengo en busca de Émile - Dijo Hugo mirando
dentro de la piscina, y en el fondo de la entrada de la
casa.
- Émile no está aquí - Respondió Paul - Y ni siquiera me
ha llamado.
Yo me presenté, pues Hugo no lo hacía, sólo se
estaba preocupando de él.
- Soy Claire Franklin. ¿ Tu eres Paul ?.

Paul se quedó parado cuando le dije quien era, y


me preguntó por si no lo había entendido bien.
- ¿ Dices que eres Claire Franklin ? ¿ La esposa de
Émile ?.
- Exacto - Dije afirmando con la cabeza.
- ¿ Que hacéis aquí ? - Dijo extrañado - ¿ Os apetece
tomar una copa ?.

172
- No - Respondió Hugo - Sólo quiero que le digas a
Émile que salga de donde esté escondido, y que nos
vayamos a casa.
- Hugo, te acabo de decir, que Émile no ha venido, y si
no ha venido es porque no está aquí ¿ Me entiendes ?.
Cogí a Hugo por el brazo y le dije para que entrara
en razón - Vámonos, ¿ No te das cuenta de que Émile no
está aquí ?.
- ¿ Y esos que están dentro de la piscina quienes son ? -
Dijo Hugo con los pies puestos en el borde, mirando en
cuclillas.
- ¡ Hugo, basta ya ! - Dijo Paul enfadado - Si Émile
estuviera aquí ya habría salido. ¿ Ok. ?.
- ¿ Tú sabes donde a ido ?, dime donde está - Decía
Hugo cada vez más exaltado, y con los ojos cubiertos
por las lágrimas.
- ¡ Hugo, vámonos a casa ! - Dije bastante enfadada - No
me hagas perder los nervios más de lo que los tengo.
Lo cogí de un brazo y estiré de él, hacia afuera. Me
giré hacia Paul y le pedí que nos disculpara.
- No te preocupes Claire ¿ Quieres tomar una taza de
té?.
- No gracias, tengo ganas de llegar a casa, y de irme a
dormir, esta noche más que nunca lo necesito.
- Voy a pediros un taxi.
Paul entró en la casa y salió a los cinco minutos,
diciendo.
- Me han afirmado que el taxi estará aquí dentro de diez
minutos.
- Muchas gracias por todo - Dije - y perdona las
molestias que te hayamos causado.

173
- No te preocupes, te repito otra vez - afirmó
amablemente.
El taxi acababa de parar delante de la casa, y
claxonó para que se supiera que había llegado.
- Buenas noches Paul - Dije al despedirme.
- Que descanses Claire - Respondió sosteniendo con la
mano la puerta de la verja.

Hugo no dijo nada, salió a la par mía, sin decirle


adiós a Paul. Estaba demasiado alterado y confuso al
mismo tiempo, estaba seguro de que habría encontrado a
Émile en una situación embarazosa.
Dentro del taxi no hablamos de nada, si yo decía
algo era para reprocharle a Hugo la noche tan horrible
que me había hecho pasar. Por otro lado, él no estaba
para recibir un sermón. Se había echado hacia atrás del
asiento, con la cabeza reposando en el borde. Tenía los
ojos cerrados, y por sus mejillas bajaban dos gruesas
lágrimas.
Antes de que el taxi llegara a casa, vi que la luz del
porche estaba encendida. Mi nerviosismo aumentó
todavía más, ahora me esperaba soportar a Émile, sus
preguntas, y quizá insultos a Hugo. En aquellos
momentos quería desaparecer del mapa o entrar en las
entrañas de la tierra para no oír nada más sobre el tema
que nos aguardaba.
El taxi paró delante de la casa. Hugo pagó el importe
al taxista, al mismo tiempo que veía por entre los
barrotes de hierro la figura de Émile en el porche
sentado en un sillón, nos estaba esperando.

174
Acabábamos de entrar por la verja, y le pregunté a
Hugo.
- ¿ Que le vamos a decir ahora ?.
- Yo voy a ser franco como siempre - Dijo - Y le diré la
verdad.
- ¿ Sabes que en estos instantes siento miedo ? - Le
comuniqué.
- Émile a ti te respeta, no tengas miedo - Me consoló.
- El miedo que siento no es por mi, sino por ti. ¡ No le
digas nada, no le respondas nada ! ¿ Me oyes ?.
- Haré lo que tenga que hacer, ya no le tengo miedo a
nadie, ni a nada - Dijo con temple - A él, ya hace tiempo
que dejé de tenerle miedo. Ahora no voy hacer como
antes, que me pegaba y callaba, si me pega, también le
voy a pegar yo, y los dos nos pegaremos como dos
hombres se pegan. He aprendido mucho a tu lado desde
que estás aquí, es como si me hubieras transmitido tu
fuerza interior.
Observé que Émile miraba hacia la verja, a nosotros,
desde que el taxi aparcó en la puerta, no dejó de mirar.
- Vamos a entrar - Dije a Hugo - Desde hace unos
minutos nos está observando, y por favor, haz lo que te
he dicho.
Cogí la maneta de la puerta de la verja y la abrí,
quería yo entrar delante de Hugo, y poder apaciguar la
situación.
Émile venia a nuestro encuentro, con el semblante
serio, el paso tranquilo y seguro, me dio la impresión al
verlo mirar del modo que lo hacía, y seguro de sí
mismo, que se trataba de un gallo de pelea, chulo y
absurdo al mismo tiempo. Mientras yo iba avanzando,

175
pensaba en lo que le iba a decir para tranquilizarlo.
Sabía que estaba al borde de cometer una locura porque
conocía su modo de actuar cuando lo hacía con
violencia, no se agitaba, parecía más tranquilo que
nunca, pensaba bien antes de actuar cómo iba a provocar
y llevar a cabo el acto. El miedo mío era que le diera un
golpe fuerte a Hugo, pues estaba muy débil, y las veces
que se cayó dentro de la casa, lo tuve que ayudar a que
se pusiera en pie.
Al llegar frente a Émile, lo miré a los ojos, en ese
preciso instante iba hablarle pero no me dio tiempo. Con
una mano me apartó del caminillo, y me puso a un lado.
Había un metro de distancia hasta llegar a Hugo. Yo me
adelante y pude coger la mano de Émile, él me apartó
otra vez sin ni siquiera mirarme. Hugo le estaba
plantando cara, se estaba haciendo el fuerte, y quería
demostrarle que él, también sabía pegar.
De nuevo alcancé la mano de Émile, la cogí fuerte
con la mía, y le supliqué.
- Émile por favor deja a Hugo en paz, déjalo tranquilo,
¡ Está enfermo ! ¿ Es que no te has dado cuenta ?.
La mano derecha de Émile la tenía yo cogida con
mis dos manos, quería evitar de esa manera que le
pegara a Hugo. Al llegar a él, lo cogió de la camisa, de
un puñado, avanzaba con él, y estiraba de mi, así
llegamos hasta la puerta de la verja, la abrió, y sacó
fuera a Hugo, le dijo en un tono de voz mezquina.
- ¡ Vete de esta casa !, no quiero volver a verte nunca
más, y ahora te saco toda la ropa y pertenencias que
tienes.

176
Dejó a Hugo fuera echándole una mirada de rencor y
de crueldad. Sus deseos eran vengarse, porque estaba
débil, y no se podía defender.
Émile cerró la puerta de la verja. Sus ojos no sé
exactamente a donde miraban, su respiración era
agitada, la mano que yo le tenía cogida también
temblaba. La solté de mis manos y me tuve que encarar
a Émile, también con crueldad como él, lo había hecho
con Hugo.

- ¿ Te has vuelto loco ? - Le dije muy enfadada - ¡ Abre


ahora mismo esa puerta ! ¿ Porqué no miras en tu
interior y observas todo el mal que estás haciendo ?
¿ Crees que eres mejor que otro hombre ? ¡ Pues no lo
eres ! ¡ Y si te analizas verás de que en ti vive un
monstruo ! ¡ Un monstruo con mucha crueldad y malos
sentimientos !.
La mirada de Émile se clavó en la mía, en esos
instantes sentí, que me quería matar, vi en sus pupilas
mucho rencor hacia mi, pero no sólo hacia mi, sino a
todas las personas que lo rodeaba, a todos nos hacia
culpables por lo que estaba pasando.
- ¡ Abre esa puerta ! - Le volví a sugerir - Quiero que
seas tu quién le diga a Hugo que entre.
- ¡ No puedo, y quiero que se vaya ! - Dijo
retrocediendo unos pasos hacia atrás, y con voz trémula
- Antes de que llegarais, me ha llamado Paul, y me ha
contado el número que ha montado en la piscina. El que
está loco es él, no sé si es esa enfermedad que tiene que
se lo da, pero cada vez irá a peor, no es lo que era
cuando lo conocí.

177
Oíamos llorar a Hugo, se había ido a sentar en el
borde de la acera, la cara la cubría con las manos, y los
sollozos que daba eran grandes. También nos oía a
Émile y a mi discutir, esto hacia que su pena aumentara,
pues había alguien que lo defendiera, esa persona era
yo, que desde qué llegué le estaba haciendo de madre.
Después cuando pasó más tiempo me di cuenta de
que yo había hecho de madre suya, me adelanté y abrí la
puerta de la verja. Me quedé mirando a Émile y le dije.
- Llámalo, dile que entre. ¿ No te da pena de cómo está
sufriendo ?.
- ¿ Porqué has ido a la casa de Paul ? - Me preguntó
todavía bastante enfadado - No esperaba eso de ti, no
quería que Paul te conociera, tu eres una señora, y no te
tenías que haberte mezclado en la historia de
homosexuales.
Casi agradecí a Émile que se preocupara de mi
reputación, y también casi entendí que el enfado que
tenía con Hugo era a causa mía. Otra vez me demostraba
su amor, a su manera.
- He acompañado a Hugo por miedo - Dije más relajada-
Temía que le hicieras daño si te encontraba en casa de
Paul, eso es todo. No me importa la vida que hagas tu,
tampoco la que hace Hugo, y por supuesto aún menos la
que hace Paul. Él me ha parecido un hombre bastante
respetuoso y amable.
Miré el reloj de pulsera, y marcaba las tres de la
madrugada. El sueño se me había ido, la hora de dormir
había pasado, pero el cansancio hacía que no me
mantuviera de pie, creo que hasta me tambaleaba de un
lado a otro. Esta historia la quería acabar lo más pronto

178
posible. Hugo seguía sentado en el bordillo de la acera,
y Émile con su testarudez. Tuve de nuevo que repetirle
que le diera entrada a Hugo en la casa. Yo lo podía
hacer pero, no quería, era Émile quien se tenía que
disculpar con él, lo hizo, pero jamás me iba a imaginar
que lo haría de ese modo. Abrió la puerta de la verja, y
esperó como un minuto pensando lo que le iba a decir.
Me echó una mirada advirtiéndome, que era yo quien lo
había querido, esta faceta de Émile no la conocía hasta
esos instantes. ¿ Y cuantas más no conocía ?.
- Hugo, entra ! - Dijo dirigiéndose en un tono
desagradable - ¡ No te hagas más de rogar y entra ya de
una vez !.
Hugo se había puesto en pie, y venía con paso torpe,
con la cabeza mirando al suelo. Hasta aquí todo bien, lo
peor llegó cuando nos sentamos los tres en el porche
para hablar, y que todo se aclarara entre Émile y Hugo.
Yo hice un gesto de levantarme para irme, y dejarlos a
los dos que hablaran tranquilamente.

- ¡ Siéntate ! - Me sugirió Émile - Quiero que oigas lo


que le voy a decir.
Giró la cara y miré a Hugo de frente.
- Mira Hugo - Dijo en plan chulo - No quiero que te
acerques nunca más a mi, me... das... asco. Tu olor me
repugna, tu presencia me fastidia, no te puedes
imaginarte cuanto. Estás hecho una mierda, eres un tío
cagao. Si tuvieras un poco de honor, te irías de esta casa
ahora mismo.

179
- ¡ Eh ! alto - Paré inmediatamente a Émile - ¿ No te da
vergüenza de hablarle de ese modo tan tirano a un
amigo, a un compañero, sólo porque está enfermo ?.
- ¿ No querías que le abriera la puerta y lo dejara
entrar?- Dijo con despotismo - Pues aquí está, pero que
no se acerque a mi, porque podría vomitar.
Hugo lo único que hacia ya, era llorar. Se iba
tragando las palabras de Émile de una manera que a mi
me hacía sufrir. El llanto se lo tragaba también. Su
cabeza parecía que fuera a explotar por las gruesas
venas que le aparecieron en la frente, en las sienes y en
el cuello.
- No tienes derecho a hablarle de la manera que lo has
hecho - Le dije indignada - Comparte esta casa contigo,
el coche también. ¿ Cómo va a hacer ahora para ir al
trabajo ?.
- No puede ir ya a trabajar, ayer se cayó dos veces, otros
obreros lo tuvieron que ayudar a que se levantara del
suelo, yo estaba en otro departamento, y me lo vinieron
a decir. El encargado lo llamó a su despacho, y le dijo
que hasta que no estuviera bien, que no fuera. No quería
problemas con sus superiores, si sabían que tenía
trabajando a un enfermo, lo echarían a él.
- ¿ Entonces, con más razón para que no lo eches a la
calle, y no le hables del modo que lo has hecho - Dije
haciéndole mover la conciencia - ¿ Y si ahora cuando te
den los resultados de la analítica, tienes tu el mismo
virus que Hugo ? ¿ Que va a pasar contigo ?.
- No quiero hablar de ese tema - Dijo poniéndose en pie.
¿ Porqué tendría yo que tenerlo ?. Me encuentro bien, y
tengo ganas de hacer cosas. El perfil mío no da a alguien

180
que tenga una enfermedad, por ese particular estoy
tranquilo.
- ¡ Ojalá ! Que no tengas nada parecido, y que tu salud
sea perfecta - Dije deseándole lo mejor - Pero ahora
Hugo necesita ayuda, nuestra ayuda, somos sus amigos,
no tiene a nadie aquí, sólo a nosotros.
- Si, lo entiendo perfectamente - Dijo con más
humildad- Lo que le pido ahora es que, salga del
dormitorio, no quiero que duerma conmigo más.
Hugo permanecía callado y con la cabeza baja, no sé si
se estaba dando cuenta de que Émile ya no lo quería.
Su obsesión por Émile lo estaba llevando a la locura.
Cómo no se movía le dije.
- Hugo, coge tu pijama y lo más personal y sube al
dormitorio de arriba, son cerca de las cuatro de la
madrugada.
Tardó más de un minuto en responder.
- Me voy a quedar aquí sentado todo lo que le queda a la
noche, no pienso dormir arriba, además, me cuesta subir
las escaleras. ¿ Porqué no es Émile quién se cambia ?.
Me quedé mirando a Émile que estaba a punto de
entrar en la casa para irse a dormir, también eso era una
buena solución. Émile movió la cabeza, y seguidamente
dijo.
- ¿ Te das cuenta que testarudo es ? Lo hago de esa
manera porque arriba está el cuarto de baño, y lo
necesita muy amenudo, aquí abajo sólo hay un servicio
de lavabo y de water.
Émile entró en la casa, oí como abría la puerta de su
dormitorio, y seguidamente le daba al interruptor de la

181
luz. Yo necesitaba irme también a dormir, pero no
quería dejar a Hugo sólo en el porche y le dije.
- Ve a recoger tu pijama y lo que necesites al
dormitorio, antes de que Émile se acueste.
- Te he dicho que me voy a quedar aquí toda la noche,
mañana a lo mejor me habré muerto, entonces Émile
estará contento, y volverá a unirse a otro hombre.
- Hugo, por favor - Dije parándolo - No te hagas la
víctima, y no quieras hacer culpable a Émile de vuestros
divaneos, porque los culpables de todo lo que os está
pasando sois los dos. Deja de obsesionarte con él.
¡Olvídalo ! ¿ Lo entiendes ?.
- Dice que no me quiere, pero no es verdad, él, está por
mi, más loco que yo por él.
- ¡ Mira Hugo, vamos a dejar ya esta conversación
absurda que no nos lleva a ninguna conclusión ! ¿ De
acuerdo ? Necesito irme a dormir, no me tengo de pie,
los ojos se me cierran. ¿ De verdad te quieres quedar a
pasar aquí la noche ?.
- Pronto va a amanecer - Dijo cruzando los brazos, y
posándolos encima de la mesa. Sobre los brazos dejó
descansar la cabeza, y con voz cansada oí que musitó.
De aquí no me muevo, veré pronto salir el sol.
Puse mi mano sobre su cabeza, y le acaricié el cabello, y
me despedí.
- Me voy a dormir Hugo. Buenas noches.
Esperé unos segundos para ver si decía algo. Pero no
fué así. Entré en la casa y subí las escaleras. Y fui
derecha al cuarto de baño para hacer una necesidad, y
seguidamente fui a mi dormitorio, me descalcé, me quité
el vestido, y la ropa interior, y me coloqué un camisón

182
tres cuartos, rosa de encaje. El sueño me iba venciendo,
me eché encima de la cama, y me arropé a medias con la
sabana. No me di cuenta cuando me quedé dormida,
pero una hora después, a las cinco de la mañana, me
despertó el canto del gallo. El animal me despertaba
todos los días a la misma hora. Sentí la garganta seca,
me olvide esa noche con todo el ajetreo que hubo de
llevarme al dormitorio un vaso de agua y dejarlo encima
de la mesita de noche. Me levanté de la cama, metí los
pies en las chanclas, y me coloqué el salto de cama que
lo tenía colgado en una percha de tres brazos que había
detrás de la puerta.
Salí del dormitorio y bajé las escaleras despacio para
no hacer ruido. Estaba todo en silencio, la puerta de la
casa seguía abierta. Pensé en Hugo que se había
quedado en el porche sentado en un sillón. Antes de
nada fui a la cocina, cogí un vaso del armario, y abrí la
nevera, dentro habían refrescos y también agua. Cogí la
botella de agua y me puse en el vaso, bebí el agua
lentamente, y mi garganta me pedía aún más, me puse
medio vaso, y lo bebí en dos veces. Guardé la botella de
agua en el lugar que estaba, y el vaso lo deposite dentro
de la fregadera.
Salí al porche, Hugo no estaba en el lugar en que lo
había dejado, mi vista se dirigió a la verja, imaginando
que podría haber salido por la puerta. La voz de Hugo
hizo que me sobresaltara, miré en esa dirección y lo vi
que estaba sentado en el suelo en uno de los rincones del
porche, la espalda la tenía sostenida entre las dos
paredes del rincón, las rodillas dobladas y las manos
cruzadas por delante.

183
- Claire, ¿ No puedes dormir ? - Dijo con voz de congoja
de haber estado llorando - Me duele mucho la espalda y
me he puesto aquí.
Eran tres metros los que había de distancia, llegué
hasta él, y me puse en cuclillas para mirarlo de cerca y
hablarle.
- Este gallo que canta a las cinco me ha despertado - Le
dije - ¿ Porqué no te has ido a la cama ?.
- No puedo dormir en ningún sitio, me duele todo el
cuerpo, y en la cabeza tengo una sensación rara, me
duelen las sienes, y las piernas también. Estoy mejor en
esta postura. Émile seguro que estará durmiendo a
pierna suelta, ya no le importo nada.
- Deja de pensar en él - Le dije bastante oprimida -
Quiero que me hagas el favor de olvidarlo, sólo así te
pondrás bien, hace un rato te ha dicho claramente que ya
no te quiere. ¡ Hugo, no pienses más en él y ten algo
más de dignidad ! Cuando alguien nos dice que no nos
quiere de la manera que Émile te habló anoche, hay que
olvidar a esa persona porque te está diciendo la
verdad, y seguir con esa idea sería absurdo, y
desaconsejable para ti.
Hugo alargó una mano buscando la mía, se la di, y
me apretó fuerte, con cariño. Aquí, empezó a llorar, su
único escape era el llanto, su impotencia, se refugiaba en
las lágrimas.
Sentía yo mucha pena por Hugo, lo quería como a un
hijo o como a un hermano, no tenía a nadie, sólo me
tenía a mi, y en mí refugiaba todo su dolor. Él, no quería
que sus padres se enteraran de su enfermedad pero, yo

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no estaba de acuerdo, y lo tenía que convencer para que
lo hiciera, y de eso le hablé.
- Hugo, mañana le escribirás a tus padres, y los pondrás
al corriente de lo que te pasa.
- Claire, no soy capaz de hacerlo, pues mi madre
enfermará si le digo lo que me está sucediendo - Dijo
llevando mi mano a su mejilla para consolarse - Pues
como no puede hacer nada, moriría de pena y de dolor.
- ¿ Sigues pensando en que tu padre te volvería la
espalda ?.
- Lo pienso, y lo sostengo, porque es mi padre y lo
conozco - Dijo mirándome directamente a los ojos - No
le importo nada, no me quiere ni siquiera cómo hijo.
- Pues me gustaría verlo para poder creerte - Le dije
negando con la cabeza - Quiero que les escribas o, que
los llames por teléfono. Hugo, estoy muy preocupada
por ti. ¿ Qué vas a hacer ?.
- ¿ Sobre qué ?.
- Que, qué quieres hacer, escribirles o llamarlos.
- Llamarlos no, porque no sabría como decírselo, y
escribirles es otro tanto igual, no sé cómo entrarles,
cómo decirles que tengo un virus que me está dejando
sin fuerzas e incluso paralizado. Claire, perdóname, por
no hacerte caso, sé que tienes razón, pero la que me
quiere es mi madre, a mi padre y a mis hermanas no les
importo nada.
- Escúchame Hugo lo que te voy a decir. Ya que tu no
les quieres escribir, lo haré yo. Después del desayuno
quiero que me des la dirección de ellos. Yo les diré lo
que tienes, lo mal que lo estás pasando, y todo lo que
sufres, con ese cuerpo que sólo lo tienes para dolencias.

185
- No puedes decirles eso, no puedes contarle la cruda
realidad, que me visita las veinticuatro horas - Dijo
llorando sin soltar mi mano - Los medicamentos que
estoy tomando pronto me pondrán bien. ¿ Crees tu lo
mismo ?.
- No sé que decirte, cada día que pasa ocurre algo
distinto en tu cuerpo, las transformaciones que estás
haciendo, no son para mejorar, y perdóname que te lo
diga tan claramente, pienso que en estas cosas no hay
que ocultar nada. Como tampoco le voy a ocultar nada a
tus padres, mañana cuando les escriba.
- Claire, todo va a ser peor para mi, si lo haces.
- No Hugo, ya verás que cuando tus padres estén al
corriente de lo que te ocurre, vendrán a verte.

Hugo sonrió al oírme decir esto, seguía riendo y


moviendo la cabeza. Llevó mi mano a su boca y la beso
dos veces. Después dijo sin perder la sonrisa.
- Ojalá vengan, necesito estar con ellos, sobretodo con
mi madre, que es la que ha peleado más por mi. Claire
eres muy ingenua, y te lo crees todo, dentro de un rato te
daré la dirección para que les escribas, quiero que te
convenzas por ti misma de los resultados.
- Ahora, tendrías que irte a la cama a descansar un rato -
Dije cogiéndolo por un brazo para ayudarlo a que se
pusiera en pie.
- Tu eres la hermana que me hubiera gustado tener -
Dijo caminando a paso lento, y su mano apoyada en mi
hombro. Ninguna de las dos hermanas que tengo, se
hubieran preocupado por mi, como tú lo estás haciendo.

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- Hugo, me cuesta creer que tus hermanas no te quieran,
estoy segura que eres tú quién te haces esas ideas. ¿ En
verdad, no te han ayudado nunca ?.
- Bueno, nunca antes he estado enfermo, pero ahora te
hablo con el corazón, jamás se han preocupado por mi.
Ya te conté el otro día, que mi hermana la mayor, se
casó, y me advirtió que no se me ocurriera ir a su boda y
dijo alarmada - ¡ Qué vergüenza que la gente tenga que
conocerte y sobretodo tener que decirles que eres
hermano mío !.
- Por este particular tienes razón de pensar de esta
manera sobre tu hermana, pero ellas no son tus padres.
Olvida este incidente desagradable y cruel, que ella y su
marido llevaron a cabo. Te has quedado estacionado en
este desgraciado hecho, y crees que por eso, tus padres
no te quieren - Le hice entender cuando nos
disponíamos a subir el primer escalón para acceder al
piso de arriba.
- Contra mi madre no tengo nada, pero contra mi padre
todas las cosas. Si hubiera sido un buen padre no le
habría consentido este acto tan erróneo a mi hermana,
pero él, era el primero que se avergonzaba de mi.
Habíamos llegado al piso de arriba. Yo estaba un
poco cansada, y Hugo iba jadeando cada palabra que
pronunciaba. Le notaba en su costado la respiración
agitada. Mi mano la llevaba rodeando su cintura, y él,
rodeaba mis hombros con su brazo, los últimos
escalones que subimos fueron de un gran esfuerzo para
los dos. La puerta del dormitorio que Hugo iba a ocupar
estaba abierta, di al interruptor de la luz, y lo llevé hasta
la cama, se quedó sentado y jadeando de cansancio. Se

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agachó y fué quitándose las sandalias de cuero y de
correillas marrones. Me fijé en la manera que se estaba
descalzando, y advertí que estaba peor de lo que yo
pensaba. Las manos le temblaban, y fuerza tenía poca en
los dedos para quitar la hebilla, yo lo seguía mirando
para ver qué era lo que podía hacer. Al final abandonó la
hebilla y se quedó sentado encima de la cama,
respirando con dificultad.
Me agaché, posando una rodilla en el suelo, y a
continuación saqué las tiras de cuero de las hebillas.
Había que desnudarlo, pero, yo no me sentía capaz, no
por el hecho de desnudarlo, sino, porque yo tampoco
podía más estirar de mi cuerpo. Le cogí las piernas y las
puse encima de la cama. Cuando se sintió estirado lanzó
un suspiro de bienestar. Me miró y se esforzó por
sonreír como muestra de gratitud, también me habló
para confirmármelo, con un hilo de voz bastante débil.
- Claire, muchas gracias por todo lo que estás haciendo
por mi. Cuando mejore de esta enfermedad, te voy a
recompensar de manera muy generosa.
- Hugo, no quiero que me recompenses por nada, eres
mi amigo, y estoy contenta de hacer por ti lo que hago -
Dije afirmando con la cabeza, sobretodo que algo me
decía, quizá mi instinto femenino, que no se iba a poner
nunca bien. Esto me causaba mucha pena y dolor.
- ¿ Necesitas algo ? Tengo un sueño que me muero, y lo
que más deseo en estos instantes es acostarme y dormir
por lo menos tres horas - Repuse, con los ojos medio
cerrados.

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- Puedes irte a dormir, yo sueño no tengo, seguro que
Émile está durmiendo a pierna suelta - Dijo cogiéndome
la mano y volviéndola a besar.
Llegué hasta mi dormitorio que era la puerta que
estaba después del cuarto de baño, me quité el salto de
cama y lo dejé encima de la silla como si de un trapo se
tratara. Me eché sobre la cama y me quedé rápidamente
dormida.
Tuve un sueño bastante raro - Esperaba yo el tren
en una estación sin techo, o sea sin cubrir, era a las
afueras de una ciudad. El tren venía lentamente, eran de
los antiguos, cuando se paró, bajaron varios pasajeros
que no llevaban equipaje, iban vestidos de la época
1800. Un señor que vestía con capa y sombrero, me
saludó al cruzarse conmigo, se quitó el sombrero y me
dijo - ¿ Que tal se encuentra señora Thibault ? -
Dijo dirigiéndose a mi con un saludo de cortesía.
- No le conozco, no sé quien es usted - Dije imaginando
que se había confundido - Repuse - No soy la señora
Thibault, me debe confundir con otra persona.
- No, le aseguro que no. ¿ Usted no se acuerda de mi ?
Soy el señor Gasparini. Solíamos ir al casino, su esposo,
usted, mi esposa y yo. Hacíamos varias partidas de
cartas mientras que tomábamos whisky - No lo recuerdo
- Contesté - Y tampoco conozco a nadie que se llame
Gasparini. Lo siento, pero tengo que subir al tren.
Él, me saludó levantando su sombrero, y se fué.
Dentro del tren iba yo sentada frente a una señora
vestida también de la misma época. Iba bien arreglada y
ataviada con sombrero negro y rojo de terciopelo. Ella
me miraba y sonreía, como si me conociera. De súbito

189
dijo - ¿ A donde va esta vez señora Thibault ? - Voy al
otro lado del país, me llamaron para que fuera lo más
pronto posible. Es mi marido que no se encuentra bien,
su caso es, de vida o muerte.

Tres golpes en la puerta del dormitorio hizo que me


despertara - Dije todavía medio dormida y balbuceando.
- ¿ Quien es ? ¡ Que pasa !.
- Claire, son más de las doce ¿ Te encuentras bien ? -
Era la voz de Émile.
- Sí, muy bien - Dije saltando de la cama, y me di prisa
para abrir la puerta sin ponerme nada encima, y me
encontré de cara a Émile.
Él, se sorprendió al verme en camisón, y me echó una
ojeada de la cabeza a los pies, recreándose en mi casi
desnudez. Sólo tuve que dar tres pasos para alcanzar de
encima de la silla, el salto de cama. Lo puse bien en mi
cuerpo, y le hice dos nudos en la cintura, volví a la
puerta del dormitorio donde Émile seguía esperando.
- ¿ Qué hora dices que es ? - Dije dándome la vuelta
para comprobarlo en el reloj de la mesita de noche.
- Las doce y veinte minutos. He pensado que era mejor
despertarte, pues tu no acostumbras a dormir tanto
tiempo - Dijo con una sonrisa de complicidad que en
otros tiempos compartíamos. Estaba duchado, vestido y
perfumado. Me extrañó al verlo vestido para salir.
- ¿ Vas algún sitio ? - Le pregunté.
- Sí, voy a casa de unos amigos, hacen una barbacoa.
- ¿ Has ido a ver como está Hugo ? - Le cuestioné.
- Sí, pero no vale la pena discutir con él, pues no atiende
a razones - Dijo negando con la cabeza.

190
- ¿ Está en el dormitorio ?.
- Está abajo en el porche, lo he dejado sentado en un
sillón, también le he hecho el desayuno. Yo no puedo
hacer nada más por él - Dijo con aire despreocupado, y
sin afectarle lo más mínimo.
- Émile, ¿ Sabes que te necesita ?, te necesita ahora más
que nunca, le estás demostrando que no sentías nada
hacia él, y que ni siquiera era tu amigo.
Émile lanzó tres leves carcajadas, y cuando paró de
reír dijo.
- Mi querida Claire, la vida nos enseña a cómo debemos
ser y comportarnos con las personas - Dijo con la mano
apoyada en el quicio de la puerta.
- Explícate mejor ¿ y que es lo quieres decir ? - Le
pregunté.
- Nada, no quiero decir nada, ya nada importa. De lo que
me doy cuenta es que la vida hay que vivirla, porque
después se va sin enterarte.
- ¿ No puedo saber lo que ha pasado entre vosotros dos
para que ahora tengáis este alejamiento ?.
- Este alejamiento como tu dices, no es de ahora. Antes
de que tu vinieras, ya iba mal nuestra relación. Me ha
costado mucho soportar sus caprichos y sus locuras, es
peor que una mujer controlando a su marido.
- ¿ Vosotros dos no sois una pareja ?.
- Si y no. Cuando nos vinimos aquí a vivir éramos
amigos. Teníamos relaciones cuando nos apetecía, pero
nada era obligatorio. Salíamos a divertirnos cada uno
por nuestro lado, yo quizá más a menudo que él. Pero un
día fué detrás mío vigilándome para saber con quién iba.
Me enfadé mucho, y le dije que no lo volviera a hacer

191
más. Montó una escena de celos precisamente en casa
de Paul. Entró dentro y nos estuvo molestando a todos.
Nos decía a los que estábamos, que yo era su hombre, y
que a partir de ese día, él, vendría conmigo a todas
partes. Era como llevar un grano en el trasero, que
molestaba y molestaba, y no te lo puedes quitar - Dijo
lanzando un suspiro.
Escuchaba a Émile, a mi marido sin asombrarme,
toda la redacción que me estaba contando de sus
amoríos con Hugo, y también con Paul, y con muchos
más amigos que tenía. En esos momentos yo no me
reconocía, había cambiado de filo a filo. Tanto como yo
lo había querido, y ahora estaba fría oyendo sus
pasatiempos, sus enredos con otros hombres, jamás
pensaría que yo podría llegar hasta ese punto de que no
me importase nada. Émile hacia un tiempo que se había
dado cuenta de mi frialdad, de mi distanciamiento, y lo
poco que me preocupaba.
Yo lo había pasado muy mal al descubrir que mi
marido era gay, me dolió mucho, sobretodo por todos
los años que estuve dedicada a él, me entregué
totalmente a compartir todo lo que le gustaba. Yo veía a
través de sus ojos y oía con sus oídos.
La traición que había cometido conmigo desde el
principio de conocernos, se había convertido ahora en
un sedante para mi, pues al fin me vi liberada de las
mentiras y de los engaños. Ahora podría estar enfermo
de lo mismo que padecía Hugo, y no le guardaba ningún
rencor ni resentimiento, estaba dispuesta a ayudarlo en
todo lo que necesitara, al igual que lo estaba haciendo
con Hugo. Tenía interés por preguntarle lo que el primer

192
día de llegar a Johannesburgo me quedé con el deseo de
saber.
- Émile, quiero que me respondas a algo que para mi es
de suma importancia. ¿ Porqué te casaste conmigo
sabiendo que eras gay ?.
- ¿ Notaste algo en los siete años que estuvimos casados
y de relaciones ? - Dijo con sonrisa maliciosa y mirada
de picardía.
- Respóndeme a lo que te he preguntado. Eso que me
dices no es una respuesta - Respondí con las pupilas
puestas en las de él.
Émile acercó su mano a mi barbilla y la cogió
suavemente con el pulgar y el índice. Trató de hacer
para conquistarme lo que hacía en otras ocasiones, ladeé
la cara. Me soltó, tenía el semblante más serio, y se vio
obligado a responderme.
- Claire, me casé contigo porque te amaba y me
gustabas, no creas que lo hice para esconderme tras de
ti, y ocultar mi homosexualidad. Todas las relaciones
que tuvimos tu y yo, que fueron muchas, me gustabas
mucho como mujer, y todavía me sigues gustando, pero
se que todo por parte tuya está terminado, todo lo
nuestro ha muerto.
- ¡ Cómo tienes la poca vergüenza de decir eso ! - Dije
indignada - ¿ Pero que clase de vida es la tuya ? ¿ Crees
que yo no tengo dignidad ? ¿ Piensas que yo te puedo
seguir amando después de saber de ti todo lo que sé y de
ver todo lo que veo ? ¿ Porqué dices que me amabas
sino era cierto ?.

193
Émile, puso su mano en mi boca para que callara, yo
la cogí con la mía y la quité con rabia. Émile hizo un
ademán, con el índice, lo levantó y dijo con voz queda.
- Querida, habla más bajo, Hugo seguro que nos está
escuchando, y ya sabes lo sensible que es.
- ¿ Porqué me llamas ahora querida ? ¡ No quiero que te
dirijas a mi en esos términos tan cariñosos ! ¡ No te voy
a consentir que te sigas burlando de mi paciencia !.
Émile cogió mi cara con su mano y apretó, hasta tal
punto que me hizo daño, no me gusto nada la manera de
cómo me miraba. Di dos pasos hacia atrás, al mismo
tiempo que le daba un manotazo y me despegaba de él.
- Querida, lo quieras o no, eres mi esposa - Dijo con
sonrisa sarcástica - Y me dirigiré a ti, de la manera que
mejor me plazca - ¿ lo has comprendido ?.
En esos instantes me resultó más odioso que nunca.
Trataba a las personas que vivían con él, de cualquier
manera, y las hacia rebajarse hasta tal punto de creerse
superior a todos.
- Tengo que ducharme - Dije cogiendo el borde de la
puerta y la empecé a cerrar - Después, tendré que hacer
comida para Hugo y para mi. ¿ Si me disculpas ahora ?.

Émile con la palma de su mano mantenía la puerta


para que no la cerrara, mientras que con una sonrisa
movía la cabeza. Me dejó sorprendida con lo que me
dijo, y mi ira también me sorprendió.
- ¿ Sabes querida, que eres la persona que más he
amado?.
- ¡ Vete a la mierda ! - Respondí pegando un portazo.

194
Jamás le había hablado yo de esa manera antes, pero
es que últimamente me estaba haciendo dos juegos, me
hacía dos caras. Una era la del hombre macho que va
detrás de la mujer que ama, y la otra la del gay que
necesita compasión de la mujer, para que lo
compadezca. Esta farsa había llegado al límite de mi
capacidad de aguante. No iba a consentirle a él, ni a
ningún otro hombre que se burlara más de mi. Me quedé
en el dormitorio cinco minutos para tranquilizarme, y
para dejar tiempo a que Émile se fuera.
Cuando salí del dormitorio con la toalla doblada en
el brazo, me encontré de bruces con él, que me estaba
esperando apoyado en la pared. No puse atención a su
presencia y me decidí a pasar por delante, en ese preciso
instante me asió del brazo y me atrajo hacia él. Su pecho
y el mío se juntaron. Cuando intenté separarme, me
cogió del otro brazo y muy cerca de mi boca me dijo
con palabras melosas.
- ¡ Tú, me quieres !.
- ¡ No ! - Respondí con sequedad.
- Estás mintiendo, sino me quisieras no me hubieses
montado ese número. Si no me quisieras, te daría igual
todo lo que yo haga.
- Es que me da igual que hagas lo que quieras. Me he
enfadado porque ahora te gusta burlarte de mi. Estás
otra vez con engaños, para ver si puedes meterme en tu
dormitorio. ¡ Vamos, que lo tuyo no tiene nombre !.
Hugo estaba a la expectativa de todo lo que Émile
hacia o decía. Había oído mi voz algo alterada, y había
llegado hasta donde empiezan las escaleras. Miró hacia

195
arriba y nos vio a Émile y a mi que manteníamos una
discusión y dirigiéndose a mi preguntó.
- ¿ Qué ocurre Claire ?.
- Nada, no te preocupes Hugo - Dije desprendiéndome
de los brazos de Émile.

Llegué hasta el cuarto de baño, y cuando estaba


cerrando la puerta entre la rendija que quedaba
vislumbré a Émile que apuntándome con el dedo me
dijo.
- Esto, todavía queda pendiente entre tu y yo.
Terminé de cerrar la puerta y eché el cerrojillo. Fui
hasta la bañera y le di al grifo de agua fría, después del
sofocón que me había llevado con lo que había sucedido
con Émile, necesitaba una ducha de agua fría, es
terapéutica en estos casos.
Me vestí con un vestido color crema, ancho y
sencillo. En el porche esperaba sentado Hugo. Había
encima de la mesa un vaso de leche por la mitad, que iba
bebiendo a pequeños sorbos. Cuando advirtió mi
presencia me sonrió, y extendió su mano para que yo la
cogiera.
- Hugo, no sé si decirte buenos días o buenas tardes -
Dije correspondiendo a su sonrisa.
- Lo que quieras decir está bien dicho - Dijo besando mi
mano - Te invito a comer fuera ¿ Te apetece ?.
- ¡ Oh ! si mucho - Dije entusiasmada - Tenemos que
darnos prisa, pues pronto van a ser la una menos cuarto.
Hugo se puso en pie.
- Voy ahora mismo a llamar un taxi, y hoy me pondré
chaqueta y corbata, no vaya a ser que exijan etiqueta.

196
Vi a Hugo contento, andaba lentamente tratando de
poner los pies derechos para no caerse. Pasados dos
minutos oí como pedía un taxi.
Entré en la casa para subir a mi dormitorio, y
cambiarme de calzado y para coger mi bolso. Ya en el
salón me encontré con Hugo que salía del dormitorio de
Émile, y había cogido una chaqueta gris claro que hacía
conjunto con el pantalón que llevaba puesto, y una
corbata azul, que tenía en las manos, con el nudo hecho.
- Claire, me han dicho, que en diez minutos, el taxi está
aquí - Dijo entrando la corbata por la cabeza, y
ajustándola al cuello de su camisa.
- Ahora mismo bajo - Respondí subiendo las escaleras.
Esperábamos sentados en el porche a que el taxi llegara.
No hacía más de tres minutos cuando oímos el
claxon del taxi que nos avisaba de que estaba allí.
Sentados Hugo y yo en el asiento de atrás del 4 L. El
taxista nativo rodeó la cabeza para preguntar.
- ¿ Donde los llevo ?.
- A uno de los mejores restaurantes que haya en
Johannesburgo - Dijo Hugo.
- ¿ Usted no tiene idea en donde puede ser ? - Preguntó
el taxista.
- Lo dejamos a su elección - Respondió Hugo.
- ¡ Okey ! Los llevaré al restaurante London. Es
frecuentado por personas de alto nivel, lo conozco
porque he llevado a mucha gente, pero prepare la cartera
porque es muy caro.
- Está bien, llévenos allí - Dijo Hugo sin más
comentarios.

197
Nos paró el taxista delante de un edificio de
arquitectura inglesa. La puerta era de la que daba vueltas
para entrar. Los grandes ventanales que se hallaban a
derecha y a izquierda, estaban por detrás tapados los
cristales con cortinas blancas y finas de hilo. El portero
nativo y vestido de esmoquin blanco, camisa blanca y
pajarita negra. Se inclinó hacia mi, haciéndome un
saludo.
- ¿ Desean los señores comer ? - Preguntó.
- Si - Respondió Hugo.
Con la mano me hizo una señal para que entrara. Yo
le sonreí y obedecí. Hugo, me siguió detrás.
Había un ancho y largo salón que andar hasta llegar a la
recepción. Allí esperaba uno de los maitre para
conducirnos a una mesa.
- Buenas tardes señores - Dijo - ¿ Una mesa para dos ?.
- Si - Respondió Hugo.
- Síganme por favor - Dijo el maitre.

Había de fondo la música de Mozart, que a mis oídos


sonaba maravillosamente bien. Una vez acomodados
vino un camarero, y nos dio dos cartas, y dijo.
- Hoy recomendamos Coq al champagne.
- ¿ Que te parece Claire, pedimos Coq ? - Dijo Hugo
gustándole la idea y el plato también.
- Me parece bien - Respondí.
- De primero les recomiendo langosta, con salsa
pimpirenta - Siguió sugiriendo el camarero.
- Para mi es mucho, no puedo comer tanto - Dijo Hugo
mirándome de frente - Pero tu lo puedes pedir, es un

198
plato muy exquisito, y estoy seguro de que te va a
gustar.
- ¿ Lo has comido alguna vez ?.
- Si, en dos ocasiones, pero la langosta llena bastante.
- Pues, pediré de primero langosta, y de segundo gallo al
champagne - Dije pensando en mi estómago que hacia
rato me estaba pidiéndome que lo llenara.
El camarero le entregó a Hugo la carta de vinos para que
eligiera.
- ¿ Claire, comemos con champagne ?.
- Buena idea - Dije.
El camarero recogió las dos cartas del menú y la de
los vinos, y se fué.
- Qué bonita música - Susurré a Hugo.
- Me encanta Mozart - Susurró también.
- ¿ Que has desayunado ? - Pregunté, pues lo que Hugo
había pedido no era mucho.
Émile tuvo la gentileza, si así se puede definir, de
hacer también desayuno para mi. ¿ Que te ha ocurrido
esta mañana con él ? ¿ Porqué le hablabas en un tono
alto ? ¿ Te ha ofendido en algo ?.
- Prefiero no pensar, porque a mi mente vienen ideas
malas, que tengo que sacar de la cabeza.
- ¿ Entonces, lo que ha ocurrido es grave ? Cuéntamelo
Claire.
- Hugo, no tiene importancia, ya lo conoces y sabes
cómo es, ahora va por la vida de chulo, pero conmigo
sus chulerías no le sirven.
- Dime si te ha ofendido.
- No. Él nunca me ha ofendido, pero ahora está pasando
por un momento tonto, que yo antes desconocía. Mezcla

199
de arrogancia con chulería, lo mismo estas dos
composturas van juntas. Si se diera cuenta lo odioso que
resulta, trataría de ser más amable, y respetar más a los
demás.
El camarero se acercó a la mesa y dejó a un lado la
heladera con la botella de champagne dentro. La destapó
y sirvió mi copa a medias, seguidamente después hizo lo
mismo con la copa de Hugo. Brindamos por ese día y
para que todo nos fuera bien a los dos en todo lo que
hiciéramos y deseáramos.
El camarero trajo un plato con una langosta abierta
por la mitad, y aparte una salsera, que contenía la salsa
pimpirenta. También era un plato que llenaba mucho, y
por seguro que me iba a quedar bien.
- ¿ Señor, el segundo plato se lo traigo al mismo tiempo
que traiga el segundo de la señora ? - Preguntó el
camarero.
- Si, Gracias - Respondió Hugo.
- ¿ Claire sabes a dónde ha ido a comer Émile ? -
Preguntó Hugo con las pupilas brillantes ansiadas de
saber.
- Me ha dicho que lo habían invitado unos amigos a una
barbacoa.
- Ya sé a donde habrá ido, esta vez sé seguro de que está
con Paul y toda su pandilla, antes nos reuníamos
amenudo en casa de él.
Yo iba saboreando la langosta con salsa pimpirenta,
estaba deliciosa, no era la primera vez que comía
langosta, pero si la primera con esta salsa agridulce y
que resultaba tan sabrosa para el paladar. Hugo me
observaba cada vez que me llevaba el tenedor a la boca,

200
le aparecía en la boca una sonrisa, que siempre yo decía
que era una sonrisa a medias y que lo hacía de un gran
atractivo. Estaba adelgazando con una gran rapidez.
Observaba el hueso de sus pómulos, y los de las
mandíbulas, los tenía muy marcados haciendo que las
mejillas entraran hacia adentro. Las manos las tenía
también bastante huesudas, los dedos se les habían
quedado muy delgados.
Cuando acabé de comer la langosta, vino el
camarero y se llevó el plato, mientras que se alejaba, se
acercó a la mesa el maitre y me preguntó con suavidad.
- ¿ Señora, la langosta ha sido de su agrado ?.
- Si - Respondí con una sonrisa - Felicite a los
cocineros.
- Lo haré señora - Dijo haciendo un gesto de saludo
inclinando la cabeza, y seguidamente se fué.
En una mesa de ruedas venía el camarero con los dos
segundos platos. Uno posó en la mesa delante de mi, y
el otro lo dejó también delante de Hugo. El aroma que
desprendía era delicioso. La langosta que había comido
me había dejado bastante bien, pero tenía que probar el
Coq al champagne. Cuando probé el primer bocado,
hice una admiración ¡ Uh !.
- Tienes razón - Dijo Hugo lentamente masticando.
Al final Hugo no pidió postre, me mostraba el plato
como lo había dejado vacío. Yo tampoco pedí nada,
pues nada me entraba, había comido demasiado bien.
Después de que Hugo pagara la cuenta, pidió al maitre
que nos llamaran un taxi. De regreso a casa éramos
nosotros los primeros en llegar. Miré mi reloj y marcaba
las cuatro de la tarde. Casi acabábamos de comer y a las

201
cinco llegaba la hora del té, que por nada del mundo nos
lo saltábamos.
Hugo se quedó en el porche sentado en un sillón.
Un día antes habíamos hablado de que yo le escribiría a
sus padres para informarlos de la enfermedad que él
padecía. Aunque no era mucho de su agrado que lo
hiciera, lo llegué a convencer, de que era el mejor
camino.
Subí a mi dormitorio, y dejé mi bolso en el sitio de
siempre, o sea, encima de la cómoda que había de
tocador. Extraje del cajón de la mesita de noche, un
pequeño cuaderno y un bolígrafo para hacer un borrador
de lo que iba a ser la carta.
Bajé al porche y dejé estos indumentarios encima de
la mesa, y fui a la cocina para preparar el té. Cuando
regresé con la bandeja y dentro el té, dos platillos y dos
tazas, me asombré, pues Hugo en ese transcurso de
tiempo había llenado una carilla con todo lo que le
quería decir a sus padres. Deposité la bandeja a un lado
de la mesa. Hugo me miró, en su mirada leí, la emoción
que sentía, pues estaba a punto de llorar. Yo también me
emocioné porque no esperaba que hiciese tal cosa. Me
senté frente a él. Cogí su mano y le dije.
- Hugo, está muy bien lo que has hecho.
- Claire, lo voy a leer para ver cómo tu lo encuentras.
Asentí con la cabeza.

Queridos padres. En vez de llamaros


por teléfono, he preferido escribir
para poneros al corriente de lo que
me pasa. No quiero que os alarméis

202
puesto que estoy tomando los
medicamentos adecuados. El Doctor
dice, que he contraído un virus, que
tratan de controlar, pero que es largo
de irse. He dejado de ir a trabajar,
por que en las piernas no tengo
fuerza, y me he caído varias veces en
el trabajo. Sólo quiero poneros al
corriente de este pequeño incidente
que me está sucediendo. Os quiero
mucho, y también a mis hermanas.
Espero que os cuidéis vosotros.Y a ti
madre, te digo que cada día pienso
en ti.
Vuestro hijo que os quiere.

Hugo.

- ¿ Qué te parece Claire ? - Dijo Hugo con lagrimas en


los ojos.
- Eres extraordinario - Dije - No creía que serías capaz
de escribirles.
- No lo quería hacer, para no preocupar a mi madre, y
para quitarle molestias a mi padre, no le quiero molestar,
pues nada haría de corazón hacia mi, es un hombre muy
duro y con muchas convicciones.
- Hugo, no conozco a tu padre, pero estoy segura que si
lo necesitas lo tendrás, tiene que ser muy malo un padre
para que deje de lado a un hijo que lo necesita.
Puse té en las dos tazas, y una la dejé delante de
Hugo, le agregué dos terroncillos de azúcar como él

203
siempre lo tomaba. Fuimos tomando el té en silencio,
para saborearlo mejor.
- Mañana cuando pase el cartero le daré esta carta - Dijo
Hugo confiado en lo que había hecho.

16

El domingo estaba tocando a su fin. Eran las


seis de la tarde y había oscurecido. La maneta de la
puerta de la verja nos hizo girar la cara, entraba Yosi
con un niño cogido de la mano, era su hijo, ella según
iba avanzando sonreía con modestia. El niño lo tenía
bien vestido, con un trajecito azul cielo, y zapatitos

204
blancos. Se paró a un metro del porche, y nos saludó
dándonos las buenas tardes. Correspondimos al saludo.
El niño tenía una mirada muy expresiva, ojos
grandes y negros como el azabache. La cabecita era bien
redonda con el cabello muy corto y rizado.
Me puse en pie para recibir al niño amablemente y
con una sonrisa, quería que tuviera de nosotros una
buena impresión y que se sintiera a gusto. Los niños
tienen que estar siempre bien. En esos instantes no sabía
yo que hacer, e hice lo que mis impulsos me
aconsejaron. Fui hasta donde estaba Yosi con su hijo de
la mano, lo miré tiernamente y me dio el impulso de
cogerlo en brazos. Pesaba bastante, no se veía que fuera
un niño que pasara hambre, pues estaba bien relleno. Le
hice la pregunta que a todos los niños se le suele hacer.
- ¿ Cómo te llamas ?.
- Moisés - Dijo con voz que sonó bien.
Yosi reía contenta y satisfecha por la acogida que le
había hecho a su hijo y también por lo simpático que el
niño resultaba ser.
- ¿ Cómo te llamas tu ? - Me preguntó Moisés.
Al tiempo Yosi se acercó y le regañó diciéndole.
- No tienes que preguntarle a Milady como se llama, ella
es sólo Milady ¿ Lo has entendido ?.
El niño asintió con la cabeza, sin dejar de mirarme.
Lo dejé de pie en el suelo porque los brazos se me
habían quedado dormidos por el peso.
- ¿ Que edad tiene tu hijo, Yosi ?.
- Dentro de dos meses va a hacer cuatro años - Dijo
orgullosa.

205
- Es guapo, y está muy grande ¿ Cuando empezará a ir
al colegio ? - Pregunté acariciando la cabecita rizada del
niño.
- Lo llevaré cuando tenga cinco años, todavía es pronto
para despegarlo del entorno de la familia, pero sabe
contar hasta veinte, sin equivocarse, también sabe la
mitad de las letras del abecedario. Mis padres se lo han
enseñado. Moisés, me miraba con brillo en los ojos, y
sonreía, al escuchar a su madre todo lo bueno que
hablaba de él.
Hugo seguía sentado en el sillón sonriéndole a
Moisés, la presencia del niño nos alegraba. Había algo
que me había lastimado, y que sentí hacia Moisés.
Todavía no tenía cuatro años, y a esta edad los niños
hacen muchas preguntas, era normal que preguntara
cómo me llamaba, después de habérselo preguntado yo,
la reacción en el niño fué lógica. Yo había leído hacia
años un libro que tiene por título El esclavo. No
recuerdo el nombre del autor, pero lo que si puedo
recordar es que esa historia me marcó mucho. Los
hacían trabajar de sol a sol, los marcaban para ser
reconocidos a qué amo pertenecían.
La época de esa esclavitud hace muchos años que
terminó, pero todavía quedaba de que estuvieran mal
mirados y maltratados en su propia tierra.
Yo pretendía en aquellos instantes hacerle ver a Yosi
que la pregunta que su hijo me había hecho era lógica en
un niño de cuatro años, y así fué como se lo dije.
- Yosi es normal que tu hijo pregunte cómo me llamo.

206
- Señora - Respondió cándidamente - Es mi hijo, y la
educación se la doy yo, quiero que sepa respetar y
sobretodo distinguir, eso hará de él, un hombre de bien.
Encontré razonable lo que Yosi respondió. Sólo me
limité a sonreír y afirmar con la cabeza. En verdad, no
lo había pensado pero cuando recapacité, me di cuenta
de que tenía razón. Vi en los nativos, que la educación
que enseñaban a sus hijos era más severa y recta, que la
que los blancos damos.
Yosi cruzó el jardín con su hijo cogido de la mano,
para ir a recogerse en la pequeña vivienda que había al
fondo, detrás de los árboles frutales. Moisés giró dos
veces la cabeza para mirarme. Yo le sonreí agitando la
mano, pero el niño no respondió, seguía al pie de la letra
las instrucciones de su madre.
La noche se acercó sin que nos diéramos cuenta.
Sobre la mesa del porche seguían las tazas vacías y
resecas de té. Me dispuse a ponerlo todo dentro de la
bandeja, y lo llevé a la cocina. Abrí la nevera y miré qué
quedaba dentro para la cena de Hugo y mía, de Émile no
me preocupé, porque de sobras sabía que vendría tarde,
quizá de madrugada.
Quedaba en un plato un trozo de pierna de cordero
del día anterior que había hecho al horno.
En el porche se cenaba bien, con el buen tiempo que
hacia y el acompañamiento que teníamos de los grillos,
hacia que el tiempo pasara y no nos diéramos cuenta. La
cena había sido ligera, pues puse en cada plato dos
filetes finos de pierna de cordero, y un poco de lechuga,
y zanahorias que decoraba alrededor. Las hortalizas las
había cogido del huerto que teníamos por detrás de la

207
casa. Esa tierra no daba mucha verdura, era una tierra
pobre en lo que a hortalizas se refiere. Las diez lechugas
que habían sembradas, no crecían mucho, y tampoco
eran abundantes en hojas. Con las zanahorias pasaba lo
mismo, eran pequeñas y delgaditas. Tomates,
plantamos, pero los que crecieron eran pequeños. Un día
a la semana, pasaba en una bicicleta un joven nativo,
hortelano que traía detrás de su asiento una caja grande
de cartón, y dentro llevaba bolsitas de plástico con doce
o quince judías verdes, uno o dos tomates, y tanto de
cebollas. Lo vendía a un precio que era caro, pero era
todo lo que había. Cada semana cogía una de las
bolsitas, porque había que comer verdura, las judías
verdes por más que estuvieran hirviendo no quedaban
tiernas. Las patatas tampoco quedaban buenas, pero sin
embargo, había en abundancia y muy buenos mangos,
aguacates, higos, plátanos, eran pequeños cómo el
índice, pero dulces cómo el almíbar, y otras frutas, y
también había mucho maíz, era lo que más.
Eran las diez de la noche, y seguíamos Hugo y yo
sentados en el porche. Los platos los había recogido, y
limpiado la mesa. Hugo había escrito en un sobre de
avión la dirección de sus padres, y la carta la había
metido dentro. Cerró el sobre y le puso un sello para
Francia, al día siguiente cuando llegara el cartero le
daría la carta, era de ese modo cómo lo hacíamos los
que vivíamos algo alejados de Johannesburgo. Hugo,
esa noche estaba triste, tenía muchas razones para
estarlo, pero como ya habíamos hablado de todos los
temas, pues todo lo que se dijera era repetir. Estaba
segura que sus pensamientos estaban puestos en Émile.

208
Fué un golpe muy fuerte para él, que Émile saliera con
otros amigos y se divirtiera con ellos. El rechazo que
tuvo fué terrible, lo marcó para siempre. Su enfermedad
fué tremenda y dolorosa. Tenía muchos motivos para
estar triste. Cuando se quedaba pensativo, y cerraba los
ojos, siempre había unas lágrimas que le resbalaban por
las mejillas.
Hugo, se removió en el sillón, mostrando un agudo
cansancio, sin parar de mirar la verja esperando a que
Émile llegara. Noté que lo suyo hacia Émile era
obsesión.
- Hugo ¿ No sería mejor que te fueras a descansar ? - Le
remarqué - pronto serán las once de la noche, y hoy no
has echado la siesta.
- Claire ¿ Sabes en qué pensaba mientras tenía los ojos
cerrados ?.
- ¿ En qué ? - Respondí echándome hacia delante con
los brazos extendidos encima de la mesa.
- Pensaba, en que tu y yo podríamos vivir muy bien los
dos sólos.
- Ya estamos viviendo los dos sólos - Respondí
sonriendo, al mismo tiempo que se me escapó una leve
carcajada.
- Ya sabes a lo que me refiero - Dijo - Tu y yo, sin que
tenga nada que ver Émile, en otra casa. Estoy seguro de
que sería dichoso contigo, y también tú conmigo.
- ¿ Otra vez te estas declarando a mi ?.
- No es una declaración de amor, puesto que ya no sirvo
para nada de esto. Sería para vivir cómo compañeros,
como hermanos ¿ Te gusta la idea ?.

209
Aquí advertí, que Hugo no estaba bien, no sabía
muy bien lo que decía, la mente le estaba haciendo
estragos. Sentía por él, mucha compasión, tan joven que
era, y lo atractivo, y estaba disminuyendo las ondas de
su cerebro. Le pregunté para obtener más información.
- ¿ Dónde quieres que nos vayamos a vivir ?.
- Lejos de aquí, a París, de dónde somos.
- ¿ No viven tus padres en París ? ¿ Quieres ir cerca de
ellos ?.
- Contigo me atrevería. Cuando te conocieran estarían
contentos por la suerte que había tenido de conocerte.
Estoy seguro que en París me pondré bien de todo este
mal que padezco.

No parecía estar tan mal del cerebro al responder


todas estas preguntas. Estaba mirando por él, y pensaba
que estando lejos de Émile se iba a curar. En casa de sus
padres no iba a estar bien, y la solución la encontró en
mi.
Yo podía ayudarlo como lo estaba haciendo hasta el
momento, pero de eso, a irme con él, a París, todo se
rompía en mis esquemas. Me gustaba vivir en África, el
modo de vivir allí era totalmente diferente a cómo se
vive en Europa. No tenía en África ningún certamen,
pero me sentía joven, era joven, y en todos sitios se
vive, si la vida que se hace es la idónea. Hasta que me
creara un futuro estaría viviendo en la casa con Émile,
que hasta el momento, no me había faltado de nada. Me
había dejado que llevara las riendas de la casa, también
era un trabajo menos para él, y tenía más libertad para
sus divaneos.

210
Hugo se había mostrado hacia mi algo egoísta.
Ahora que ya Émile le había dado de lado, venía a
apoyarse en mi persona, para encontrar su bienestar. En
cierto modo lo comprendí, cuando se está en fases
terminales. También lo encontré lógico en el caso de
Hugo. Él, no sospechaba que le quedaba poco tiempo de
vida, y empezaba acercarse a un mundo mágico en sus
sueños de su futuro.
Hugo se puso en pie. Pensé, que iba al dormitorio
para quedarse a dormir, pero no fué así. Bajó los tres
escalones del porche, y anduvo por el caminillo con
bastante cansancio y torpeza hasta llegar a la verja, abrió
la puerta y salió fuera, y se quedó parado, y mirando en
dirección de donde tenía que venir Émile. No había
manera de que se lo quitara de la cabeza. Émile había
sido bien explícito con él, le había dejado los asuntos
entre ellos muy claros. Llegué a pensar, que le faltaba
dignidad, y que no le importaba arrastrarse a los pies de
Émile, por obtener aunque sólo fuera una palabra
agradable de él. Me demostró con su actitud, que el
amor, que un hombre siente hacia otro hombre es muy
fuerte. Yo no pensaba que fuera de ese modo. Pero de lo
que sí estaba segura era que yo siendo una mujer, no me
arrastraría con pasiones locas hacia un hombre, por
mucho que lo quisiera, habiéndome demostrado que no
me quiere o, que me engañara, cómo fué el caso de
Émile.
Hugo no venía, y se había quedado apoyado en el
medio muro de la verja, fui a su encuentro, después de
mirar la hora que daba en mi reloj, y eran las doce y
cuarto de la madrugada.

211
- Hugo ¿ Porqué no te vas a dormir ? - Le inquirí, con
los brazos cruzados por debajo del pecho.
Detuvo su mirada en la mía unos instantes antes de
responder.
- Claire, no podría dormir sabiendo que Émile no
duerme en su cama, y que está con otros hombres. La
idea me está destruyendo la mente, a veces creo que
puedo vivir sin él, pero sé que me estoy engañando a mi
mismo ¿ Porqué ya no me quiere ? ¿ Lo sabes tú ?.
No sabía cómo decírselo, pues con todo lo que Émile
le había dicho y la paliza que le había dado, no entendía,
era terco en cuestiones de amor, y aparte que su
enfermedad también se lo estaba dando, el cerebro lo
tenía medio destruido. Había veces que razonaba bien,
pero otras desbordaba los arrebatos sin saber que decía.
- Hugo, escúchame por favor - Le dije - Deberías ya
estar en la cama, mañana no podrás levantarte en todo el
día.
- Claire, me tratas cómo a un niño - Dijo con los ojos
llorosos - ¡ Estoy harto de que me traten como si no
fuera nada !.
- ¿ Te das cuenta de lo que estás haciendo ? - Le dije
enfadada. - ¡ Estás provocando otra vez la ira de Émile,
te gusta provocarlo ! ¿ Porqué ? ¿ No tienes bastante con
lo que te metió el otro día ?.
En esos instantes se divisaron dos focos de un coche
que venía todavía lejos, al principio de la calle.
Hugo había empezado a temblar, su cuerpo
temblaba hacía minutos desde que salió fuera. Empezó a
andar con dificultad y temblándole las piernas para
llegar hasta la carretera. Yo seguía con la vista todos los

212
movimientos que hacía, y me mantuve quieta. Era el
coche de Émile el que venía, cada vez más despacio
porqué la casa no estaba lejos. Hugo trató de correr para
ponerse delante del coche y ser atropellado. Cuando
advertí su intención fui aprisa a la carretera, y puse las
manos extendidas y en alto haciendo una señal para que
parara. Émile había visto a Hugo, y lo pudo esquivar,
viniendo hacia la derecha, y paró al lado de la puerta.
Salió del vehículo, parecía un loco, en menos de nada
alcanzó a Hugo que seguía parado en medio de la
carretera. Traté de impedirlo pero no pude.
- ¡ Émile, déjalo y no lo toques ! - Grité - ¡ Está
enfermo, más enfermo de lo que tú te piensas !.
Con furia, Émile cogió a Hugo de un brazo, y casi lo
llevó arrastrando hasta el bordillo de la verja, y allí lo
soltó.
- ¿ Te das cuenta gran imbécil de que te podría haber
matado ? - Gritaba Émile - ¡ Cuantas veces te voy a
decir que te apartes de mi camino !.
- ¡ Mátame ! - Decía llorando Hugo, y cogido a una
pierna de Émile.
Yo miraba la situación con un movimiento de
cabeza. Era desastroso lo que estaba viviendo, dos
hombres enfrentados, uno por amor, y el otro, por el
desprecio.
Émile dio un estirón con la pierna, y se separó de
las manos de Hugo que lo oprimían, y entró en el jardín,
y se dirigió a la casa y entró.
- ¡ Mátame, no me dejes así ! - Seguía gritando Hugo -
¡ Eres un canalla, decías que me querías y no es verdad!.

213
Me agaché y traté de reanimar a Hugo, que seguía
caído en el suelo. Lo ayudé a que se pusiera en pie,
cuando lo conseguí con mucho esfuerzo, lo cogí por la
cintura y entramos en el jardín. Noté en mis manos sus
costillas, se les marcaban mucho, se le había quedado un
cuerpo flaco y débil. Cuando íbamos subiendo las
escaleras del porche, vino por el aire una olor
desagradable, y seguidamente el estruendo de estar
vaciándose los intestinos. Hugo me dijo con estas
palabras bastante apenado.
- Claire, me he cagado encima, llevo los pantalones
llenos de mierda.
No hacía falta que me lo dijera porque lo sentía.
Me vi en un gran aprieto, y conduje a Hugo al aseo que
había abajo. Lo dejé dentro apoyado a la pared, y fui a
llamar a Émile para que nos ayudara. La puerta de su
dormitorio estaba cerrada, llamé dos veces con los
nudillos, pero no obtuve respuesta. Cogí la maneta de la
puerta, y la traté de abrir, pero estaba cerrada con llave.
- ¡ Émile ! - Grité fuerte - ¡ Abre la puerta, Hugo
necesita ayuda, por favor abre la puerta !.
- Estoy tratando de dormir - Oí la voz de Émile dentro
del dormitorio - Mañana tengo que ir a trabajar y me
levanto pronto.
- ¿ Quieres salir ahora mismo ? - Dije pegando un
palmetazo a la puerta.
Esperé cinco minutos, y al cabo de ese tiempo, salió
Émile en pantalón de pijama, y con las zapatillas de
chancla puestas y el tórax al descubierto.
- Qué le pasa, que ha hecho ahora - Dijo mirándome
muy de cerca.

214
- Está en el aseo - Dije - Entra tu que tienes más
práctica.
- ¡ Dios mío ! - Dijo nada más entrar en el aseo - Esta
vez huele peor que otras veces.
Me quedé esperando en el salón a que terminara
toda esta refriega que parecía no acabara nunca. Oía
llorar a Hugo, últimamente lloraba mucho. El grifo del
lavabo no paraba de caer, y la cisterna del water cuando
se llenaba, volvía de nuevo a vaciarse. Mientras estaba
ocurriendo todo este desaliento, yo pensaba en que a
Hugo lo tenía que ver el médico, y que le recetara algún
medicamento para esas diarreas que cada vez iban en
aumento y lo dejaba sin fuerzas.
Estuvieron dentro del aseo casi una hora.
Sacaba Émile a Hugo cogido por la cintura, los pies
los llevaba medio arrastras, y totalmente desnudo, sólo
le quedaba la camisa puesta, pero que también estaba
impregnada por el olor.
Miré el cuerpo esquelético de Hugo, no pensaba de
que estuviese tan delgado, pues casi tenía la piel pegada
al hueso. Émile se lo echó al hombro, y subió las
escaleras y lo dejó en el dormitorio que había ocupado
las noches anteriores.
Entré en el lavabo para ver que era lo que podía
hacer con la ropa de Hugo. Pasó por mi mente de ir a la
cocina y ponerme los guantes de goma, antes de coger
nada. Cogí también dos bolsas de basura, para meter
dentro toda la ropa maloliente y tirarla. Estaba
terminando de hacer esta labor, cuando entró en el
lavabo Émile. Me quitó de las manos la bolsa de basura
con todo el resto.

215
- No toques eso - Dijo - Ya me ocupo yo.
Lo dejé todo en sus manos. Los guantes también los
saqué de las manos, y siguiendo la recomendación de
Émile, los eché dentro de la bolsa de basura.
Fui a buscar a la despensa de la cocina, lejía, para
desinfectar el water y el lavabo. En este tiempo fué
Émile a tirar la bolsa con la ropa de Hugo, al container
que había en el borde de la carretera.
De regreso, Émile habló sobre la enfermedad de
Hugo, y de que tendría que entrar en el Hospital para ser
bien atendido, puesto que yo no podía hacerme el cargo
de todo este problema que quizá iría surgiendo cada día
y con más frecuencia. Puse al corriente a Émile de la
carta que Hugo había escrito a sus padres esa misma
tarde, y que al día siguiente yo se la daría al cartero.
Cuando nos dimos cuenta eran las dos de la madrugada,
Émile se fué a dormir, y yo también subí a mi
dormitorio, antes de entrar, fui a ver cómo se encontraba
Hugo. No dormía, y temblaba todo su cuerpo, como si
tuviese frío. Me acerqué a la cama, vi que Émile le
había puesto pijama, y lo había arropado.
- ¿ Cómo te encuentras Hugo ? - Le pregunté inclinada
hacia adelante mirándole el rostro - Estoy pensando que
lo mejor es que hables por teléfono con tus padres, y les
digas lo que te ocurre. La carta que has escrito tardará
quince días en llegar a París ¿ No te parece que lo más
lógico es que los llames ?.
- No me atrevo a hablar con ellos, me pondría a llorar en
el teléfono, y lo empeoraría más de lo que es.
Hugo no era consciente de la gravedad de su
enfermedad. Tenía miedo pero no le daba importancia,

216
porque pensaba que pronto se pondría bien, según él, era
cuestión de uno o dos meses para que se restableciera.
- Hugo, mañana nada más levantarme, voy a llamar por
teléfono a tu médico, y le voy a pedir que venga a verte.
- Creo que no es necesario, en quince días tengo que ir
al hospital para otra revisión, y le diré al doctor todo lo
que me está ocurriendo, no quiero que te preocupes
tanto. Vete a dormir debe de ser muy tarde.
Noté, que estaba más tranquilo, y que tenía sueño.
Me quedé mejor, y dándole las buenas noches salí del
dormitorio, pero convencida de que al día siguiente por
la mañana llamaría al hospital para que se desplazara
uno de los médicos a casa.
Con la preocupación que me fui a dormir, no podía
conciliar el sueño, y estuve leyendo un rato hasta que
los ojos se me cerraron.
A las cinco de la mañana que era la hora en que el
gallo de los vecinos ingleses cantaba, no me despertó,
cómo ocurría cotidianamente. El sueño lo tenía muy
profundo, y varios golpes en la puerta de mi dormitorio
hizo que me despertara. Al momento no sabía que estaba
ocurriendo, volví a la realidad cuando miré el reloj
despertador que posaba encima de la mesita de noche, y
vi que eran las once y media de la mañana. Salí de la
cama, y fui directamente para abrir la puerta. Delante
estaba Yosi, con su uniforme rosa limpio y planchado.
- Perdone señora que la haya despertado, es media
mañana, y he pensado que lo mejor era subir para ver si
se encontraba bien.

217
- Gracias Yosi - Dije agradecida - Has hecho bien de
subir y llamar a la puerta. Cambié de tema y le dije -
¿Has visto si ha venido el cartero ?.
- No, pero no debe tardar señora ¿ Necesita que le de un
encargo ?.
Asentí con la cabeza, y fui hasta la mesita de noche
y cogía de encima la carta que Hugo había escrito a sus
padres.
- Mira Yosi - Le dije - He puesto a la carta doble sello, y
abajo del sobre indico que es urgente. Se la das al
cartero cuando venga, y le muestras que lleva urgencia.
- ¡ Okey ! señora - Dijo Yosi cogiendo la carta entre sus
manos.
Al momento se oyó el timbre de la bicicleta que
hacía de transporte del cartero. Yosi bajó las escaleras
rápidamente y con la misma rapidez cruzó el jardin y
llegó a la verja. Vi desde la ventana, que la carta la
entregaba al cartero nativo, y le hizo la advertencia de
que era urgente. El cartero la cogió y la introdujo en un
departamento de la cartera dedicado a los encargos que
le entregaban.
Cuando Yosi volvía por la mitad del jardín, su hijo
Moisés iba a su encuentro, nada más llegó a ella, levantó
los brazos para que lo cogiera. Yosi, se negó, y oí cómo
le decía - Estoy trabajando. El niño, se echó a llorar, con
la barraquera apropiada que suelen hacer los niños
cuando quieren conseguir algo de la madre. Para que se
callara, Yosi lo cogió en brazos y dio la vuelta a la casa
para ir a su vivienda.
No sabía como estaba Hugo, pues desde la noche
anterior de madrugada que había estado en su

218
dormitorio, no sabía nada. Me ajusté al cuerpo el salto
de cama, y seguidamente fui a su dormitorio, la puerta
estaba abierta, entré, y con gran sorpresa descubrí que la
cama estaba hecha, y el dormitorio en orden, reconocí
las manos de Yosi, que habían pasado y dejado el
dormitorio limpio. Me tranquilicé, pues esperaba
encontrarme a Hugo en la cama. Entré en el cuarto de
baño y me estuve duchando. Después, me vestí y bajé
directamente al porche. Allí encontré a Hugo, sentado
en un sillón de bambú. Encima de la mesa reposaba la
bandeja, y dentro, la taza de té vacía, la tetera, y un
plato también vacío donde quedaban algunos restos de
migas de pan, queso y jamón cocido. Al parecer había
hecho un buen desayuno.
Hugo, me había visto llegar y me esperaba con una
sonrisa.
- Claire, perdóname por lo de anoche, jamás pensé que
me iba a suceder de ese modo - Dijo algo entristecido -
Por nada del mundo quisiera darte un trabajo tan
penoso, y sucio.
- No te preocupes ahora por eso Hugo - Le respondí con
sencillez y sin darle importancia para que no se
avergonzara, puesto que se había sonrojado al pedirme
disculpas - Lo importante es que estés bien, si tengo que
ayudarte lo haré. Te dije anoche que hoy llamaría al
Hospital, para que viniese un médico a verte.
- Claire, sinceramente, no hace falta, pues como te dije,
dentro de quince días tengo que ir para que me hagan
otra revisión, y le diré al médico lo que me está
ocurriendo con las diarreas. Estoy seguro que es, del
mismo virus que tengo. Le he dicho a Yosi, que me haga

219
arroz cocido. Comeré sólo arroz al mediodía y a la
noche, de esa manera iré mejorando.
Asentí con la cabeza, y seguidamente fui a la cocina,
y preparé té, pues iba a desayunar sólo té, por la hora
que era. En la cocina me encontré a Yosi con una
cacerola puesta en el fogón, que contenía el arroz del
que Hugo me había hablado. Le daba vueltas con una
cuchara de madera. Me sorprendió también, verla, con
su hijo en la espalda, sujeto con un gran pañuelo.
Moisés, me miró riendo, transmitiéndome - He
conseguido de mi madre lo que quería - Pobre Yosi -
Pensé.
Me hice un té sencillo, calenté agua, puse tres cuartos
de taza, e introduje dentro una bolsita de té, y la fui a
tomar al porche, me senté en un sillón, y esperé a que el
agua cogiera la fuerza del té.
- ¿ Sólo eso vas a desayunar ? - Preguntó Hugo
fijándose en la taza.
- Son las doce, es casi la hora de comer, como no tengo
ganas de hacerme nada para mi, creo que me haré una
tortilla con queso y jamón cocido, y dos rebanadas de
pan. Ya pensaré después lo que voy a hacer para la cena.
Émile, cena siempre muy bien.
- A propósito de Émile - Dijo Hugo con algo de luz en
sus pupilas.
- Anoche se portó muy bien conmigo, me estuvo
lavando como se lavan a los niños, me sentí un niño en
sus manos, no fué brusco conmigo ¿ Crees que todavía
me quiere ?.
Moví la cabeza, porqué pensé que Hugo no tenía
remedio.

220
- ¡ Quítalo de tu mente Hugo ! Émile no te ama, se portó
como lo hizo, porque es normal, necesitabas ayuda,
también eso se puede hacer con alguien que se conoce,
es la ayuda al prójimo, es un deber que cada uno
llevamos dentro, y en un momento dado, sale.
- ¿ Estás segura que lo que dices es verdad ?. Me sentía
yo en sus manos como un bebe ¿ Y después, no te distes
cuenta cómo me echó en su hombro y me llevó hasta la
cama ? me puso un pijama y me arropó, todo lo hizo
cuidadosamente, y con cariño, yo lo notaba, sentía su
aliento en mi cara.
- Hugo, no quiero ser cruel contigo, sólo deseo que te
des cuenta, que si Émile te quiere, es cómo a un
hermano, o amigo, pero nada más.
- ¡ Bueno, el tiempo lo dirá ! - Dijo con mirada de
felicidad, y convencido - ¿ Porqué encuentras extraño de
que Émile ya no me quiera ?.
En verdad, me encontraba con Hugo cómo en un
callejón sin salida, estoy segura de que era su
enfermedad que le hacía ver cosas que no existían.
Seguía convencido de que Émile sentía amor por él.
Para mi era difícil hacerle ver la verdad cruda y cruel,
tenía miedo de herirlo aún más de lo que ya lo estaba, y
que se agravara más su estado. Bebí la taza de té
rápidamente, y la puse dentro de la bandeja con el resto
del desayuno que había tomado Hugo, me puse en pié,
con la bandeja en las manos y dije a Hugo que seguía
esperando mi respuesta.
- Tengo que ir al super, y a la carnicería.
- Claire, no me has respondido a lo que te he preguntado
¿ Crees acaso que no tengo memoria ? - dijo buscando

221
mi mirada - ¿ Porqué no puede seguir amándome Émile,
si yo lo amo a él ?.
- Hugo, por favor dejemos esta conversación, te he
dicho que tengo que ir de compras, se necesita carne
para esta noche, cuando regrese seguiremos hablando.
Me vi sorprendida cuando noté que me había cogido
por la muñeca obligándome a quedarme. Me fijé en su
mirada, y la vi fría y distante.
- ¿ Qué me escondes ? Dime ¿ Qué sabes de Émile ?
¿ Te ha dicho él, que ya no me quiere ? - Dijo con voz
temblorosa.
- ¡ Hugo, por favor, ya está bien ! ¡ No me lo ha dicho a
mi, te lo ha dicho a ti ! - Dije casi enfadada - ¿ No lo
recuerdas ?.
- No. Nunca me ha dicho que no me quería ¿ Tu lo has
oído ?.
- ¡ Sí, lo he oído, y he visto cómo te ha pegado ! para
que lo olvides y no pienses más en él.
- No lo recuerdo, me estás mintiendo ¿ Porqué me haces
esto ?.
Me habían venido lágrimas a los ojos. Hugo no
recordaba nada de lo que había ocurrido en los arrebatos
de ira que Émile estalló contra él. Sólo, le había
quedado la imagen de lo sucedido de la noche anterior.
- ¿ Cómo te llamas ? - Le pregunté.
- ¿ Qué quieres decir ? - Dijo sorprendido - ¿ Estás todo
el rato llamándome Hugo, y ahora me preguntas que
cómo me llamo ? ¡ Me pareces rara !.
- Dime cómo te apellidas - Le pregunté.

222
Hugo, se quedó fijamente mirándome, tratando de
entender la pregunta. Movió la cabeza. Y seguidamente
me dijo.
- No puedo acordarme de todo, son muchas cosas las
que tengo en la cabeza ¿ Lo sabes tu ? ¿ Sabes cómo me
apellido ?.
- Barreau, es tu apellido, y tu nombre, Hugo.
- Ahora que lo dices me acuerdo, pero, es que son
muchas cosas las que llevo yo sólo - Dijo no muy
convencido, pero que podría ser.
- ¿ Hugo, qué cosas son las que llevas ? ¿ En cuantas
cosas trabajas ? - Le pregunté esperando a ver que decía.
Se quedó unos instantes pensando.
- Trabajo en la Fundación del plomo ¿ No ? También me
han llamado para trabajar en la televisión y en la radio.
Asentí con la cabeza.
- Sí, es cierto Hugo, trabajas en tantos sitios que no
puedes acordarte de todo ¿ Desde cuando trabajas en la
Fundación del Plomo ?.
- Desde hace muchos años. Era casi un niño cuando
empecé en esta profesión.
- Ya entiendo - Dije con los ojos encharcados en
lágrimas - Hugo, ahora tengo que irme al super ¿ Te
acuerdas ?.
Asintió con la cabeza, pero estaba segura que no
recordaba que era.
Llevé la bandeja a la cocina, y la posé al lado del
fregadero. Busqué a Yosi para decirle que me iba al
supermercado. Como no la vi, subí al dormitorio a coger
mi bolso, y Yosi estaba haciendo mi cama, y seguía con
su hijo sobre la espalda, se había quedado dormido.

223
- Yosi, me voy a la carnicería. Cuando pase media hora,
sírvele al señor Barreau un plato de arroz de ese que has
hecho, también le pones un plátano pelado, y empapado
en zumo de limón.
- Sí señora, así lo haré - Dijo - El plátano con el zumo
de limón ¿ para que es ?.
- Tanto el arroz como el plátano con zumo de limón está
recomendado cuando se tiene diarrea.
- ¡ Okey ! señora, lo he entendido.
Colgué el bolso en mi hombro izquierdo, y bajé las
escaleras. Cuando llegué al porche encontré a Hugo
leyendo el periódico de Johannesburgo, ya pasado.
- Hasta luego Hugo - Le dije.
- ¿ A donde vas ? - Preguntó.
- Te he dicho antes, que al super y a la carnicería.
- ¿ Vendrás pronto ?.
- Estaré aquí, dentro de una hora o de hora y media.
- Dentro de una hora o de hora y media habrá pasado la
hora de la comida ¿ Comerás fuera ? - Dijo cómo si le
preocupara.
- Comeré aquí, pero cuando vuelva. Voy a hacer ahora
estas compras antes de que haga más calor.
- Te espero y comemos juntos - Dijo con un poco de
ansiedad.
- Le he dado órdenes a Yosi para que te sirva la comida,
de aquí a media hora, seguro que cuando yo vuelva no
habrás terminado de comer - Le dije para tranquilizarlo.
- Claire, no quiero quedarme sólo, tengo miedo a que no
haya nadie conmigo.
- No te preocupes Hugo, que nunca estarás sólo, yo
estaré contigo haciéndote compañía, y para todo lo que

224
haga falta. Tengo que irme ya, de lo contrario tardaré
más tiempo en volver.
Hugo afirmó con la cabeza.

17

Cuando iba de camino al super, llevaba


mucha preocupación. Hugo, en cuestión de pocos días,
su salud había empeorado mucho y lo peor es que le

225
había afectado al cerebro. Lo único que tenía en su
mente presente era Émile, pero también había olvidado
todas las discusiones y peleas que hubieron entre ellos.
Me entristeció mucho el que no se acordara de cómo se
llamaba, también la introducción que hizo a la televisión
y a la radio. Su mente estaba llena de ilusiones y de
deseos, quizá los que tuvo de más joven y que no pudo
realizar. Me di prisa a hacer las compras, pues mi
sufrimiento iba en aumento. Me di cuenta que mi
preocupación era la de una madre hacia un hijo que
necesita ayuda. Con Émile, no podía contar mucho, pues
él, contaba conmigo, y de antemano sabía que yo era
responsable y que aguantaba todo lo que me echaran.
Para la cena nunca estaba con Hugo ni conmigo, su
trabajo terminaba a las cuatro de la tarde, y como mucho
podría estar a las cinco en casa, pero después de
finalizar su trabajo, se iba con otros amigos gay, y había
veces que llegaba a las diez y a las once de la noche,
pocas veces eran las que quería cenar, porque ya había
cenado con sus amigos. Era como si notara que el
tiempo se le iba, y tenía que aprovecharlo al máximo.
De regreso a casa, me encontré como siempre a
varias nativas, las que eran madres llevaban a sus hijitos
en las espaldas, bien cogidos por un gran pañuelo ancho
y largo, que estaba dedicado a este menester. Algunas
ya las conocía de querer llevarme las bolsas de la
compra hasta la casa. Esperaban que les diera un
dinerillo, y se iban contentas, y a mi también me
quitaban la carga de todo lo que había comprado. A la
mitad del camino advertí, una perra de color negro que
me iba siguiendo, al principio creí que la perra

226
pertenecía a algunas de las nativas. Al llegar a la verja,
dejaron como siempre las bolsas en el suelo, y después
de que les pagara por su servicio, me dieron las gracias
y se dispusieron a irse. Vi que la perra no se iba con
ellas y se quedaba quieta a mi lado. Llamé la atención
de estas nativas, mostrándoles que la perra no iba con
ellas, no las seguían.
- Milady, la perra no es nuestra - Dijo una de las nativas.
Miré en todas las direcciones, por si había alguien
que la estaba buscando, pero el resultado fué negativo.
Había de vez en cuando un coche que pasaba aprisa pero
no se fijaban. El animal esperaba sentada a mis pies a
que abriera la puerta de la verja para entrar conmigo.
Parecía que me conociera de toda la vida. Vi a
través de la verja a Salomón, que estaba cortando hierba
a tres metros de la entrada, llamé su atención.
- ¡ Salomón !.
- Si señora, enseguida voy - Respondió, dejó la hoz
sobre la hierba y vino, abrió la puerta de la verja y
rápidamente fué a coger las bolsas de la comida. Se fijó
en la perra, y seguidamente me miró, no dijo nada y fué
a dejar las bolsas de los víveres hasta la cocina. Salomón
regresó a paso ligero, por si lo necesitaba para algo más.
Cogí la cabeza de la perra entre mis manos y la
estuve mirando, ella tenía una mirada dulce, pero en la
manera de mirarme había mucha tristeza, que pedía con
ansia quedarse conmigo en esa casa. Cómo la estaba
examinando, vi que dentro de las orejas tenía pupas que
le sangraban, y las moscas no dejaban de ir a comer de
su sangre, ella sacudía la cabeza para quitárselas, pero

227
como estaban tan alimentadas en ese lugar no se
despegaban, las tenía bien enganchadas.
Le pregunté a Salomón si conocía esa perra, puesto
que él, se iba cada tarde cuando acababa su faena.
- No señora - Me respondió.
- Por ahora se va a quedar aquí - Dije - Puesto que no
tiene a donde ir, pero si alguien la busca se le entregará.
- Si señora - Respondió Salomón.
La perra no llevaba collar, al parecer, la habían
abandonado, y seguro que hacía días que iba vagando
sóla por los campos. Nada más entrar en el jardín
empezó a buscar comida y agua, manifestaba alegría, y
corría por entre la hierba, pues, había encontrado una
familia y un hogar.
En el porche no estaba Hugo, pero rápidamente
apareció Yosi al oírme hablar, creía que hablaba con
alguien, y soltó una ligera carcajada cuando vio con
quién estaba hablando, era con la perra. Manifestaba ser
muy lista y atendía en francés que era el idioma que le
hablaba.
- ¿ Señora, donde ha encontrado la perra ? - Preguntó
Yosi, señalándola con el índice para que su hijo la viera.
- Me ha seguido.
- Entonces ¿ no tiene nombre ? - Preguntó, con su hijo
en brazos porque Moisés daba muestras de tenerle
miedo.
- Es verdad, ahora mismo no tiene un nombre, lo debía
tener antes - Dije, cogiendo la perra por las manos y
levantándola - Pero ahora se lo voy a poner.
Salomón también estaba a mi alrededor sonriendo,
esperaban oír el nombre que le iba a poner. De

228
inmediato me vino uno a la mente, lo encontré bonito y
con dinastía, haciéndome recordar a la Diosa Diana.
- Diana, eso es cómo se va a llamar - Dije, dirigiéndome
a la perra.
Yosi, reía, tenía ligera la carcajada. Cuando le salía
se tapaba la boca con la mano, evitando que se la oyera
fuerte - Es bonito el nombre de Diana - remarcó, aunque
sea para una perra.
Me fijé la hora que tenía en mi reloj, y marcaba, las
dos menos cuarto. Me giré hacia Yosi y le pregunté.
- ¿ Donde está el señor Barreau ?.
- En su dormitorio señora.
- ¿ Ha comido bien ?.
- Regular - Respondió Yosi girando la mano de un lado
a otro - Le he servido, un plato de arroz, y un plátano
chafado con zumo de limón. Se ha comido antes el
plátano, y después, medio plato de arroz.
- ¿ Ha podido subir bien las escaleras ?.
- No, está en el dormitorio de aquí abajo. Dijo, que tenía
sueño y que quería dormir.
No respondí nada, otro problema más había ahora
con Émile, no sabía cómo se comportaría con él.
Últimamente estaba muy extraño, lo mismo
cogía una rabieta por nada, cómo estaba tres días
estupendamente.
Yosi, había tenido la atención de hacerme una
tortilla de patatas, y ensalada cogida de la pequeña
huerta. Se lo agradecí, y lo comí en la mesa de la cocina,
con una cerveza fresca. Hambre tenía, y sed también,
rápidamente el plato con la tortilla lo dejé vacío, y el
vaso de cerveza también. La mesa la dejamos libre entre

229
Yosi y yo. Las dos bolsas que traía de carne, esperaban
en la repisa de mármol para que yo hiciera la repartición
como siempre. Es decir, la pierna de cordero cortada,
iba poniendo raciones individuales para congelarla, y así
toda la otra carne que traía.
Yosi, siempre se quedaba de pie frente a mi,
mirando los entrecot que iba preparando para congelar.
Siempre esperaba de pie junto a la mesa porque cada
vez hacía para ella un apartado de carne, de toda la que
traía. Era un día feliz ese para ella, lo que comía
ella y su hijo, era lo que ella compraba, y cuando iba a
comprar carne, sólo llevaba unos céntimos, y lo que en
la carnicería le daban por ese dinero, eran huesos, con
un poco de carne alrededor. Cocía esos huesos, con
harina de maíz, milk milk, que es cómo los nativos
llaman a esta harina. La base de su alimento es la harina
de maíz y los trocitos de carne cocidos dentro.
Émile, le daba de salario a Yosi veinticuatro dólares
al mes, y la vivienda, ese era el salario puesto por la ley
para las chicas de servicio doméstico. Cuando se lo
empecé a pagar yo, porque Émile me dejó en su lugar, le
pagué tres dólares más, como tenía con ella a su hijo,
por si le quería comprar algo de necesidad. Tres dólares,
hace treinta años, era bastante dinero, y como los
nativos iban a comprar a las tiendas de los de su misma
raza, lo compraban mucho más barato. Había aún dos
bolsas más con víveres del supermercado lo fui
poniendo todo encima de la mesa. Compré dos tabletas
de chocolate para Moisés, y dos paquetes de galletas
variadas, era como un premio para cuando se portara
bien, porque había días, que no dejaba a su madre

230
trabajar, quería estar, sólo en sus brazos. Yosi, le
regañaba, y cuando se echaba a llorar, se lo echaba a la
espalda y lo sujetaba con el gran pañuelo, y limpiaba el
suelo con el niño sobre sus espaldas, guisaba, hacia las
camas con el hijo a cuestas.
En un cajón de abajo del bufet del comedor,
introduje el chocolate, y las galletas, delante de la
mirada de Yosi y de su hijo, le dije a Yosi.
- El chocolate y las galletas es para Moisés, cuando tu lo
veas necesario le das.
- Gracias señora, sólo le daré si se porta bien, porque de
lo contrario, no coge una buena educación.
A Diana, la perra, le di para que comiera arroz, y
corté con la tijera de la cocina dos lonjas de jamón
cocido que puse dentro del arroz. Se lo comió, con
mucha rapidez, y me miraba esperando a que le diera
más.
Me preocupaba las orejas que tenía ensangrentadas
por dentro y llenas de moscas, que chupaban sangre
agrupadas, pensaba, de qué manera las iba a exterminar.
Me llevé a Diana al porche, la mantuve quieta,
porque se había percatado que sus orejas estaban en
primicia. Después de examinarlas bien. Pensé, que lo
mejor era lavarla. Fui hasta el cuarto de baño y cogí gel
de ducha, eso era todo lo que tenía para ella. La llevé
seguidamente al jardín, y nos pusimos junto a la manga
que había para regar las plantas. No estaba
acostumbrada a que la lavaran amenudo, pues su mirada,
no la apartaba de donde salía el agua, y su cuerpo
temblaba. La enjaboné bien, y sobretodo la estuve
lavando profundamente las orejas, le quité bastantes

231
costras, y froté bien en la pus que tenía acumulada. No
le gustaba, y trataba de escaparse de las manos. Cuando
la tuve bien aclarada, y la dejé escapar, corría como una
desesperada por todo el jardín, revolcándose en la
hierba, trataba de ensuciarse para estar como antes.
Con el lavado de orejas que le hice, pensé, que se le
curarían y que las moscas no le molestarían más. A la
caída de la tarde, descansaba la perra acostada sobre la
hierba, vi de lejos, porque estaba lejos, una hilera de
moscas, peleándose entre ellas para coger un buen sitio
dentro de las orejas del animal. Me dio mucha rabia de
ver a estos insectos cómo se disponían a devorar las
ternillas interiores de las orejas. No tenía remedio en
mis manos, para acabar con todas esas devoradoras, y de
pronto pensé, en el spray bloom, para matar moscas y
mosquitos. Lo fui a buscar al porche, y me dirigí
directamente a donde estaba la perra acostada. Ella
cuando vio el spray en mis manos, y tan decidida cómo
iba a su encuentro, se puso en pie, y anduvo,
aproximadamente un metro, le dije que se sentara, y me
obedeció. Cuando la tuve bien cogida, tapé con el pulgar
el agujero del oído, y rápidamente inyecté el spray en la
ternilla de la oreja. A Diana no le gustó, y se asustó,
quería correr, escaparse de mis manos, pero no podía
porque la tenía bien sujeta. Cuando terminé de una
oreja, hice la otra, me fije bien, que no entrara líquido
dentro de los oídos.
Corría todo lo que podía cuando se vio libre, con las
manos trataba de quitarse el producto que le había
inyectado. Estuvo un rato tratando de quitarlo, y al
parecer encontró mejoría, y fué a acostarse en el suelo

232
del porche. Sufría yo por el animal - ¿ Y si eso que hice
no era lo correcto ? - Esperaba a qué llegara el día
siguiente, para ver los resultados.
Preferí no entrar en el dormitorio, para no molestar a
Hugo, que llevaba toda la tarde acostado. Fui a la cocina
y me puse a preparar la cena, cada noche hacia cena
para tres, aunque Émile no cenara a su regreso a casa,
pues, muchas noches había cenado con sus amigos.
A las siete de la tarde, que era la hora de cenar, Yosi
se iba a la pequeña vivienda que estaba destinada para el
servicio. Ese día vino a dar las buenas noches cómo
cada tarde hacía. Su hijo me miraba de frente, y tenía las
pupilas puestas en las mías, y poco a poco se iba riendo
hasta conseguir que yo lo complaciera. Esa tarde, venía
corriendo delante de su madre para llegar antes a mi. Me
miró e hizo lo habitual, y rápidamente sin perder ni un
segundo de tiempo, se dirigió al bufet, y abrió con
maestría el cajón de abajo, sus manos se dirigieron a una
de las tabletas de chocolate, y la otra, a un paquete de
galletas, los extrajo con una gran rapidez, mientras que
me miraba riendo con inocencia, y al mismo tiempo
traviesa.
Yosi, llegó al comedor, y advirtió lo que ocurría, no
pensaba que se iba a enfadar de la manera que lo hizo
con su hijo. Ella le dio una orden.
- ¡ Moisés, deja lo que has cogido en donde estaba !.
Moisés, con un gesto rápido, se guardó detrás de su
espalda la tableta de chocolate y el paquete de galletas,
mientras que me miraba para que yo saliera en su
defensa. Yo no podía decir nada, puesto que Yosi era su
madre, y ella era la que disponía, si lo tenía que comer o

233
no, a ella pertenecía educarlo, yo todo lo que dijera sería
para empeorarlo todo. Lo estaba pasando mal de ver al
niño cómo lloraba rehusando poner en su sitio esas
golosinas. Yosi, seguía ordenándole que dejara en su
lugar lo que había cogido, cada vez lo hacía con más
rigidez, y Moisés, cada vez lloraba más y más fuerte.
No quise compartir ese momento, y fui a la cocina
para seguir con la cena. No habían pasado diez minutos
cuando Yosi llegó a la cocina, con su hijo de la mano.
Moisés seguía llorando, y me miraba reprochándome
que no había hecho nada para impedir que se llevara a
su cuarto el chocolate y las galletas. Yo le sonreí, y me
encogí de hombros, haciéndole ver que no eran cosas
mías, sino de su madre, que quería que la obedeciera.
Cuando se alejaba cogido de la mano de su
madre, a cada instante giraba la cabeza y me miraba,
con los ojos brillantes por las lágrimas.
En toda la tarde había visto a Hugo, era el momento
de que fuera al dormitorio para ver cómo estaba. Había
tenido una tarde ajetreadísima, todavía no había puesto
en orden mi mente, y necesitaba relajarme para que mi
estabilidad emocional se tranquilizara.
La puerta del dormitorio estaba cerrada, llamé con
los nudillos dos veces, y esperé a oír la voz de Hugo que
me respondiera. Pasado quizá un minuto y al no tener
respuesta, cogí el pomo de la puerta y lo giré para abrir,
pero me encontré con la sorpresa de que la puerta estaba
cerrada por dentro. Hugo la cerró, quizá para que Émile
cuando viniera, no pudiera entrar. Grité al mismo
tiempo que volvía a llamar con los nudillos.
- ¡ Hugo ! ¡ Hugo !.

234
Me alteré al no oírlo. Salí de la casa, y me dirigí a la
ventana que pertenecía a la habitación. Normalmente
tendría que estar abierta, por la calor que hacía, pero
también la ventana permanecía cerrada, y los postigos
también. Llamé en los cristales con la palma de la mano,
una, dos y tres veces, y grité otra vez.
- ¡ Hugo ! ¿ Me estás escuchando ? ¡ Hugo abre la
puerta!.
Mi preocupación aumentó, no sabía qué hacer. Y
Émile sin venir, ya no se preocupa de nada, y me dejaba
a mi, sola para todo. No sabía que hacer, y me dirigí a la
verja, abrí la puerta y salí a la carretera, con deseos de
ver el coche y Émile venir.
Diana, fué tras de mi, hacía sólo unas horas que
había llegado a la casa y tenía miedo de quedarse sola.
Se plantó en medio de la carretera, al mismo tiempo que
pasaba un coche, y claxonó desviándose hacia un lado
para no atropellarla. Comprendí, que allí, yo no hacía
nada, y que lo mejor era entrar en la casa y esperar a que
Émile llegara. Diana, me siguió, vi que me seguía a
todas partes, el animal tenía miedo de perderme y de
encontrarse de nuevo sin dueño o dueña.
La luz eléctrica del porche iluminaba la mitad del
jardín. La casa de al lado, donde vivían los ingleses
estaba la entrada iluminada, y todo el jardín lo habían
decorado con banderitas y globos de colores, pues
estaban organizando una fiesta que empezó a la una de
la tarde, con barbacoa. Hasta nuestra casa llegaba el olor
al asado de pollo troceado, salchichas y entrecot de
ternera. Estaban haciendo mucho ruido, estos ingleses
cuando hacían fiestas eran sonadas, por el escándalo que

235
formaban. Gritaban, gritaban muy fuerte, parecía que se
estuvieran peleando. Se oía algún que otro vaso caerse
al suelo y romperse, al mismo tiempo que estallaban a
carcajadas. Estas fiestas las organizaban amenudo, cada
quince días o tres semanas, necesitaban emborracharse
en grupo hasta casi el amanecer.
Me senté en un sillón del porche, mirando de lejos
todos los invitados que se divertían bailando con
desatino y cada uno por su lado, las canciones que
habían de moda.
Diana se sentó junto a mis pies, estaba tranquila,
olfateaba el aire que traía los asados de carnes, parecía
que los estuviera saboreando. Se puso en pie, y posó sus
manos sobre mi regazo. Me estaba pidiendo algo, pero
yo no entendía que era, había comido, y tenía agua en
un recipiente que dejé para ella. Le empecé a acariciar la
cabeza, pobrecita, apoyaba la mitad de su cara en mi
vientre, contenta, esperaba que la siguiera acariciando.
Levanté sus orejas para observar en qué condiciones
seguían las pupas que las moscas le habían causado, y
por el momento ningún insecto se le había acercado.
Buscaba que le acariciara y que le diera mimos, seguro
que pocas veces le habían hecho una caricia. Fué un
premio grande para ella llegar a encontrarme.
Volví de nuevo a la puerta del dormitorio donde
Hugo permanecía encerrado, y llamé con la mano
abierta, hasta cinco veces - ¡ Hugo ! - Seguía yo
gritando. Lo llamaba sin cesar, esperé varios minutos
delante de la puerta y al no hallar resultado, volví al
porche, y bajé las escaleras, estaba inquieta y no sabía
que hacer. Pasaron por mi mente muchas ideas o

236
pensamientos que podría haber hecho Hugo, pero
después, las descartaba, se borraban, pues no creía yo
capaz de que hubiese querido acabar con su vida. No era
la clase de persona que pensara en el suicidio. Me
tranquilizaba al pensar que esto que estaba haciendo era
una venganza a Émile.
Me fui parando en las flores que dormían. Aunque
los ingleses tenían la música alta y estaban formando
jaleo, esto a ellas no las molestaban, al menos, eso era lo
que yo pensaba. Las flores que no dormían, creo yo, las
que estaban abiertas, cómo eran las hortensias, los
gladiolos y las azucenas, las noté que vigilaban mientras
que las demás dormían. El olor aromático de las
azucenas y del jazmín, llegaban hasta mi, y hacían que
me sintiera mejor. Me dio el impulso de acercarme a su
néctar para aspirar su olor, pero no me atreví, pues era la
noche y ellas descansaban.
Oí cómo delante de la puerta se paraba un coche, y
reconocí por el motor que se trataba de Émile que al fin
llegaba. Miré mi reloj, y marcaba las diez menos cuarto.
Cuando llegó a la puerta de la verja para entrar, me
sorprendió ver a Diana que llegó corriendo ladrándole,
estaba defendiendo la casa, pero el que más sorprendido
estaba era Émile, que no se esperaba encontrar a una
perra en el jardin, y tratando de impedirle la entrada. La
llamé - Diana, ven aquí.
El animal me obedeció, pero no estaba conforme de
que hubiese entrado un intruso, vino hasta donde yo
estaba, y se quedó de pie a mi lado ladrando y gruñendo.

237
En el rostro de Émile había una sonrisa, manifestaba
estar contento porque al fin, había una perra que cuidara
de la casa.
En todas las casas tenían un perro o dos. Otros
vecinos también ingleses que vivían en la parte de la
derecha, tenía cinco o seis caniches, entre blancos y
negros. Estos vecinos no eran ruidosos, pues eran
mayores y hacían una vida bastante tranquila.
- ¿ Qué sorpresa es esta ? - Dijo Émile acercándose a
Diana para acariciarla.
- Me ha seguido esta tarde, cuando regresaba del super,
alguien la ha debido de abandonar o, bien se ha
escapado, porque estaba el pobre animal que daba pena.
Émile, me estaba escuchando, y al mismo tiempo
miraba en dirección al porche, porque no veía a Hugo
sentado en su sillón habitual, antes de que me
preguntara, si es que lo hacía, le dije.
- Hugo lleva más de siete horas encerrado en el
dormitorio de abajo, he llamado varias veces a la puerta,
pero no responde.
- ¿ En el dormitorio de abajo ? ¿ Qué hace ahí ? - Dijo
fríamente - ¿ Porqué has dejado que se acueste en mi
cama ?.
- ¡ No me pidas explicaciones de todo esto ! - Respondí
enfadada - ¡ Cuando me fui al super lo dejé en el porche
sentado en el sillón ! ¡ Estoy impaciente esperándote,
aunque no creo que haya hecho nada contra su
persona !.
- ¡ Vamos, lo que faltaba ahora ! - Dijo, dirigiéndose a la
casa.

238
- ¿ Cómo vas abrir la puerta ? - Le pregunté andando a
paso rápido tras de él.
- ¡ Le pegaré una patada, y echaré la puerta abajo !.
- ¡ No lo trates mal ! - Le dije casi siguiendo su paso.
- ¡ No me digas, cómo lo tengo que tratar, sé muy bien
cómo hacerlo ! ¿ Crees que soy un bruto ?.
Las tres escaleras que había del jardín al porche, las
subió de una vez, y con pasos agigantados llegó al salón.
Yo corría detrás de sus pasos con el alma en un vilo por
lo que pudiera suceder o encontrarnos. Cuando lo
alcancé, me miró y me dijo con mirada desafiante, y voz
ronca.
- ¡ Quítate del medio, manténte lejos, pues voy a tirar la
puerta, la voy a echar abajo !.
- ¡ Llámalo antes, no vaya a ser de que esté detrás de la
puerta y lo mates !. - Dije bastante agitada y la voz
cansada de haber corrido tras de él.
Escuchó mi petición a tiempo, pues, a punto estaba
de pegarle una patada a la puerta, y llamó con el puño
cerrado de cuatro a cinco veces seguidas, haciendo
retumbar los cimientos de la casa.
- ¡ Hugo, abre la puerta ! - Gritó dos veces, y esperó. En
vista de que no obtenía respuesta me lanzó una mirada y
dijo.
- Aléjate.
Me quedé de pie, al filo de las escaleras, apoyada
en la baranda diciendo para mi - ¡ Dios mío, que Hugo
esté bien !.
Vi a Émile cómo levantaba la pierna derecha, y
estampaba la planta del pie en el medio de la puerta. El
estallido fué enorme, tremendo para mis oídos, me llevé

239
las dos manos abiertas y los tapé. La puerta cedió, y se
abrió pegando en la pared dos o tres veces. Me fui
acercando lentamente esperando oír la voz de Émile a
que dijera algo. Cómo no lo oía, me decidí a entrar.
Encontré a Hugo en la cama, de medio lado, en
forma de feto, lloraba desconsoladamente, y tapaba su
rostro con las manos. Émile, se había quedado de pie
cerca de la cama, mirándolo. Me acerqué al otro lado de
la cama, estiré mi mano con cuidado y la posé en el
hombro de Hugo, que temblaba cómo una vara de
mimbre al aire. Cuanta compasión sentía hacia él. Sentí,
que lo quería como se quiere a un hermano.
Levanté la vista para mirar a Émile que seguía en la
misma posición. Fue la primera vez desde que había
llegado a la casa, que vi a Émile llorar, por las mejillas
le resbalaban dos lágrimas. Se dio cuenta de la situación
que estaba viviendo Hugo en soledad, y que sólo yo, era
su soporte.
Estaba Hugo desnudo en la cama. Émile se fué
acercando despacio, y se quedó abrazado al cuerpo de
él. Los dos se abrazaron, yo salí del dormitorio, con la
victoria ganada de que todo había quedado en un susto.
Con el cuerpo más tranquilo, debió ser por eso, sentí
que tenía hambre y que necesitaba comer. Fui a la
cocina donde había dejado hecho un estofado de carne
para cenar esa noche. Me puse medio plato, cogí una
cerveza de lata de la nevera, puse un tenedor dentro del
plato del estofado, y fui a sentarme al porche, a
comérmelo. Diana me seguía detrás olfateando en el aire
la olor a carne guisada, se sentó cerca de mis pies, sin
parar de quejarse para que le diera un trozo de carne.

240
Cuando lo consiguió se quedó más tranquila, pero sólo
habían pasado cinco minutos cuando me estaba pidiendo
otra vez.
El aroma a azucenas llegaba hasta mi nariz, y
representaba un sedante para mi estabilidad emocional
de esa noche, que aunque estaba más tranquila, la
inquietud seguía comiéndome por dentro, y pensaba -
¿ Cómo será mañana ?. No sabía si lo ocurrido con
Hugo cambiaría algo el modo de comportarse de Émile,
de que no viniera tan tarde a casa, podría encontrarme
yo sóla cada día con una historia diferente con Hugo,
pues, ya no sabía muy bien lo que hacía, ni lo que decía,
su mente desvariaba hasta el punto de pensar, que lo
habían llamado de la televisión, y de la radio para
trabajar. Estaba convencido de que así era.
Antes de que anocheciera, ya habían empezado a
cantar o, a frotar sus alas varios grillos en el jardín. El
sonido se me había hecho familiar y cada tarde y noche
me hacían compañía. El sonido de los grillos tapaban
bastante el ruido de la fiesta que los ingleses seguían.
Me quedé mirando al cielo, desde aquél lado de África,
parecía que estuviera más cerca de la tierra.
Las estrellas se veían más grandes, y el planeta
Venus, esa noche, estaba muy cerca de la Luna, le
faltaban pocos días para que estuviese llena. Miraba
entusiasmada ese manto de estrellas que cubría el cielo.
Me estremecí en el asiento al escuchar cerca de
mi la voz de Émile, que me preguntaba.
- ¿ Hugo ha comido algo al mediodía ?.

241
- Según me ha dicho Yosi, muy poco, yo no estaba aquí,
me tuve que ir al super, y cuando regresé, se había
encerrado en la habitación.
Émile, se fué a sentar frente a mi. Los rasgos de su
rostro eran preocupantes, aún le quedaba en la cara el
color blancuzo que tomó al saber que Hugo llevaba
tantas horas encerrado en la habitación.
- Le he preguntado si quiere comer, y me ha contestado
que no tiene hambre - Dijo Émile con preocupación -
Me ha sorprendido su delgadez, los huesos de las
costillas los tiene muy marcados ¿ Te has fijado ?.
- Sí, ya hace muchos días que lo estoy observando,
creía, que tú te habías dado cuenta ¿ La otra noche
cuando lo tuviste que desnudar, porque se lo había
hecho todo encima, no lo advertiste ?.
Émile negó con la cabeza.
- Estaba yo muy encendido cómo para fijarme en su
cuerpo. Recuerdo, que en el dormitorio de arriba le puse
un pijama limpio, pero en su delgadez no me fijé.
- Hoy ha salido una carta en dirección a París, para los
padres de Hugo - Dije mirando fijamente los ojos de
Émile.
- ¿ Les has escrito tú ? - Preguntó sorprendido.
- Le ha escrito Hugo.
- Hugo, ¿ que raro ? Él, no escribiría a sus padres para
decirles de que está enfermo. Sabe que a su padre le da
igual, y a su madre le haría sufrir. Ha sido cosa tuya
¿ No ?.
- Si - Dije afirmándolo con la cabeza - Sus padres lo
tienen que saber, tienen que estar al corriente de lo que
le pasa a su hijo. Cuando ya sepan su enfermedad, es

242
posible que vengan para llevárselo a París. Allí la
medicina está más avanzada, y seguro que los
medicamentos que le harían tomar serían más fuertes y
eficaces.
- ¿ Has leído la carta ? - Preguntó poco satisfecho.
- Sí.
- ¿ La has redactado tú ?.
- No. Sólo le dije, que les tenía que escribir a sus padres.
- ¿ Porqué no me lo comentaste ? ¿ Es que aquí yo no
pinto nada ?.
- No me lo reproches, demasiado estoy haciendo. Ahora
te pregunto yo a ti ¿ Porqué vienes tan tarde ? Terminas
de trabajar a las cuatro de la tarde y demasiado sabes de
que Hugo está enfermo, y que necesita ayuda de todos
los que estamos a su alrededor. Es decir, tuya y mía
¿ Porqué lo haces ? ¿ Tus otros amigos son más
importantes que Hugo ?.

Émile, se echó hacia atrás del asiento, cruzó los


brazos como era habitual en él, y cerró los ojos. No
cerró los ojos para descansar, sentí, que estaba
reflexionando a todo eso que le dije. Estuvo como tres
minutos en esa posición y seguidamente abrió los ojos,
se echó hacia adelante, y posó los brazos encima de la
mesa. Me miraba fijamente, en su mirada noté de que
tenía miedo. Extendió sus manos para coger una de las
mías. Sentí en mi mano, la calor de las suyas, las tenía
sudorosas.
- Claire, tengo miedo - Me reveló, con sus pupilas
clavadas en las mías - Trato de no llegar pronto a casa
para no encontrarme con esta escena, me cuesta mucho

243
ver cómo Hugo se va yendo poco a poco, y el mayor
miedo es que dentro de pocos días me darán los
resultados de los análisis, y que me diga el médico, que
tengo la misma enfermedad que él, al menos, no ha
visto a nadie enfermo, pero yo lo estoy viendo a él, y
estoy viviendo lo que sufre. Si tengo yo lo mismo, sé lo
que me espera.
No sabía que contestarle en esos momentos, porque
de sobras sabía que tenía razón. Me sentí como un
conejito atrapado en una jaula. Había ido a África para
cuidar de dos enfermos de sida, era lo que me vino a la
mente en esos instantes, pero en realidad no fue así.
El destino se ocupa de abrir el camino a cada uno de
nosotros, y de que nos vayamos parando en cada lugar
donde nos necesitan, y donde no, seguimos caminando.
- Émile, ojalá no encuentren nada - Le dije con
satisfacción - Y que tu salud sea buena como ahora.
- Ojalá que así sea, pero el temor va por dentro, y me
encontraré mejor cuando tenga los resultados. Claire,
volvamos otra vez a Hugo ¿ Qué les decía a sus padres
en la carta ?.
Miraba a Émile, también sentía compasión por él.
En aquellos momentos no sentía amor hacia ese hombre
que un día me lo dio todo, aunque le gustara otros
hombres y compartiera momentos agradables con ellos,
pero era yo quien contaba en su vida, y tampoco sabía
yo nada de esto. La situación entre nosotros dos había
cambiado mucho, estaba también dispuesta a ayudarlo
en lo que fuera necesario.

244
- Émile - le dije - Hugo le ha escrito una carta a sus
padres. Les dice que está enfermo y que no va a trabajar.
También, que los quiere mucho, y algo más.
- Hugo lo pasó muy mal con su padre, le hizo mil
perrerías que a un ser humano no se le puede hacer, y
menos a un hijo - Dijo descaradamente, y sin piedad
para ese padre - ¿ Te ha contado alguna vez el hecho
más horrible y repelente que un día le hizo ?.
- Me ha contado muchos tremendamente horrorosos,
pero no sé a cual te refieres, prefiero no saberlo, ya me
ha contado bastante y con eso me basta. Pobre Hugo la
vergüenza que ha tenido que pasar, con un padre que no
hacía nada por entenderlo.
Miré a Émile moviendo la cabeza, y pensando en el
padre de Hugo. Era por eso y por muchas más cosas,
que decía que su padre no lo quería, y que a su madre la
hacía sufrir.
Había una pregunta que a Émile le quería hacer, y
no veía la ocasión. No es que me importara ya, pero era
sobre todo curiosidad, lo que tenía.
- Émile - Le dije - ¿ Cuando te enamoraste de Hugo ?.
Él miraba mis pupilas hasta el fondo. Aflojó de
oprimir mi mano, y la fué soltando despacio. Cruzó los
brazos, y se echó hacia atrás del asiento, se quitó la
carraspera de su garganta con un sonido que hizo.
- ¿ Quieres saber cuando me enamoré de Hugo ? -
Repitió mi pregunta.
- Eso es - Aseguré.
- Nada más llegar a Johannesburgo, cuando un día nos
cruzamos en la cantina de la empresa donde trabajamos,
él, sostenía una bandeja con la comida que había

245
elegido. Yo también llevaba en mis manos otra bandeja
con la comida que había cogido para mi. Los dos íbamos
buscando una mesa libre para sentarnos, y al pasar uno
al lado del otro, chocamos con las bandejas. Los dos nos
miramos, y al mismo tiempo nos pedimos disculpas. En
ese instante, sentí algo muy fuerte por él, creo que era
amor, me fui a sentar en una mesa donde había un sitio
libre, y no dejaba de mirar a Hugo, y oía en mis oídos la
manera en la que me había hablado, y cómo me había
mirado. Él, encontró otro sitio en otra mesa frente a la
que yo me senté. Los dos nos mirábamos de frente.
También Hugo en esos instantes se enamoró de mi.
- Es una bonita historia de amor - Dije emocionada
aunque parezca lo contrario - ¿ Sigues enamorado de
él?.
- No - Respondió al mismo tiempo que negaba con la
cabeza - Mi amor por Hugo duró unos cuatro meses.
- ¿ Entonces, no lo quieres ?.
- No es que no lo quiera, lo que siento ahora es cariño
hacia él, pero no siento amor. Aquél fuego que sentía,
sólo duró unos cuatro meses, incluso, no recuerdo si
llegó a ese tiempo.
- ¿ Qué fué lo que pasó para que te enfriaras ?.
- La absorbencia, es absorbente cien por cien. Es celoso
hasta la médula, me estaba vigilando siempre cómo si
yo fuera un ladrón. Provocaba un ataque de celos, en
donde fuera, según él, yo siempre estaba mirando a los
chicos más jóvenes, y les daba cita para verme con ellos.
- ¿ Lo hacías realmente ? - Le pregunté con una sonrisa
maliciosa, que podría estar dentro de lo posible.
Émile mordió su labio inferior, negando con la cabeza.

246
- ¿ No lo engañaste por aquél entonces con algún otro
hombre ? - Repuse.
- Si y no.
- Aclárate, si es que sí o, si es que no ¿ Engañaste a
Hugo a los dos meses de conoceros ?.
Cerró los ojos y respiró profundamente.
- Precisamente al mes y medio de estar los dos viviendo
en esta casa. Conocí a un chico negro, más joven que
Hugo, nos vimos en un bar, una hora, tomando cerveza
y hablando de nuestras cosas. Él, vivía con un hombre
mucho más mayor que él, no estaba enamorado y quería
dejarlo porque cada vez le pedía que le hiciera cosas
muy raras. Este hombre mayor también era de raza
negra, y le gustaba las orgías, pero sólo con hombres.
Según me contó, era un hombre muy rico, pagaba
bien, y hacia muchos regalos y buenos a sus amantes.
Este chico negro buscaba pareja estable con otro hombre
que fuera normal, que hiciera una vida tranquila cómo a
él, le gustaba. Yo le conté que tenía pareja y que estaba
bien con Hugo, pues estábamos enamorados el uno del
otro. Me pidió que pasáramos una noche juntos. Estuve
a punto de decirle que si, pero pensé en Hugo lo mucho
que sufriría si se llegaba a enterar. Lo único que tuvimos
fueron dos besos apasionados, pero no llegó a nada más.
- Émile, para mi punto de vista, sí le fuiste infiel a Hugo,
aunque no te acostaras con ese chico. Pero el hecho de
desearlo y besaros con pasión, es infidelidad y engaño
¿ Sabe Hugo algo de este chico ?.
- No, nunca se lo conté, es demasiado celoso y
malicioso cómo para que le contara esta historia, estaría
cada día pasándomela por la cara, reprochándome que le

247
fui infiel y que soy un canalla y un sinvergüenza ¿ Te
puedes imaginar lo que hubiese sido llevar detrás a
Hugo repitiéndome una, dos y mil veces la misma cosa
?.
- En esa ocasión no le fuiste infiel, estuviste a punto
de ... pero no sucedió. ¿ Émile, desde que Hugo está
enfermo y no puede ir a trabajar, has estado con otros
hombres ?.
Émile me miró fijamente, su mirada era cómo
atravesada. Hizo un sonido de carraspera con la garganta
y seguidamente contestó.
- Claire, ¿ Lo quieres saber para tu disfrute propio ? o,
por si le he sido infiel a Hugo.
- Émile, a mi cómo hombre no me interesas, ni me
interesarás nunca más. Sólo es curiosidad, de si has
engañado a Hugo estos últimos días.
- ¿ Porqué lo quieres saber ? No tengo porqué
responderte a esta pregunta - Dijo meneando la cabeza
algo molesto.
- Sí lo has engañado - Dije afirmándolo.
- ¿ En qué te basas para estar tan segura ?.
- Me baso, en que eres un hombre fogoso, necesitas
continuamente sexo. Ahora Hugo está enfermo, y tanto
tú cómo yo sabemos que no se pondrá bien. Necesitas
desahogarte un día si y otro no. Es por eso que estoy
segura de que tienes un amante, o varios, de lo contrario,
no vendrías tan tarde a casa cada noche.
Me echó una sonrisa sarcástica.
- Claire, ahora eres muy lista en relación de los amantes
que tengo o puedo tener ¿ Porque no eras igual de

248
avispada cuando te engañaba dos veces por semana con
hombres cuando éramos tan felices en París ?.
Afirmé con la cabeza, con mucho pesar.
- Émile - Le dije - Estaba enamorada de ti. Hubiese
puesto mi mano en el fuego segura de que no me
quemaría. Te amaba por encima de todo, te amaba
mucho. Eso tú lo sabes, sentía pasión por ti ¿ Cómo
podía yo pensar que me estabas engañando y lo menos
que me podría imaginar de que fuera con hombres ? Tu
eras mi gran amor. Cuando nos casamos te entregué mi
cuerpo, todo lo que yo era, porque veía a través de tus
ojos y oía tus palabras y las mantenía.
- También yo te correspondía y te daba todo de mi.
Cuando vine a trabajar a Johannesburgo, lo hice para
que de nada te faltara, quería para ti lo mejor ¿ No te
correspondí siempre con amor ?.
- Creo que sí, hasta que te fuiste de mi lado. Ahí, todo
cambió, en sólo dos meses que hacía que te habías ido,
cambiaste. La primera carta que recibí tuya, me dejó
fría, te dirigías a mi cómo si fuera una extraña, cómo si
sólo me hubieras visto un par de veces. Lloré mucho ese
día, sabía que te había perdido. Nos separaban miles de
kilómetros, y te sentía muy lejos, tan lejos, que jamás
llegué a imaginar que hoy, meses después estaríamos
aquí en África hablando de nuestro pasado amor.
Émile tenía sus ojos clavados en los míos, se estaba
regocijando de la confesión, que le estaba haciendo,
pero su regocijo era por sentirse amado, de que yo lo
hubiese amado de la manera que escuchó de mis labios.
Se puso en pie, sin dejar de mirarme. Yo seguía sus
gestos, exactamente no sabía qué quería hacer. Se iba

249
deslizando poco a poco cómo lo hace un tigre que quiere
coger desprevenida a su presa. Hasta que llegó a ponerse
detrás de mi. Noté encima de mis hombros sus manos -
Qué equivocado estás - Pensé. Mis cabellos se movieron
con el aire de su respiración. Esto me molestó bastante,
estaba a punto de girar la cabeza, cuando sentí en mi
cuello sus labios que los posaba. De un golpe me puse
en pie, me giré y lo miré. En su boca sostenía una leve
sonrisa.
- Émile, lo siento - Le dije serenamente - No siento nada
hacia ti, no insistas, porque ya no me atraes, para mi,
cómo hombre acabaste, trata de serenarte.
Émile no dejaba de sonreír, pero esta vez de otro
modo, lo hacía de manera que yo no me diera cuenta de
que se había ofendido. Estaba dolido, lo sabía, porque lo
conocía muy bien.
- Claire - Dijo, con las manos apoyadas en el respaldo
de mi asiento - Todo lo que me has relatado es amor que
aún sientes hacia mi. Solamente buscaba que me
besaras, que nos besáramos, cómo tiempos atrás lo
hacíamos. Sigo siendo tu marido, eres tú quien has
venido a buscarme. Sigues enamorada de mi, aunque no
lo quieras reconocer. Comprendo de que estés enojada
conmigo.
Todo acabó.
- Émile, no has entendido nada de lo que hemos
hablado, no tienes remedio, no sabes lo que quieres ¿ No
te has dado cuenta que yo no te amo ? Tu vida es otra
aquí en Johannesburgo. No sólo viniste aquí para ganar
más y que a mi, no me faltara de nada, también lo
hiciste buscando una libertad que en París no tenías a un

250
cien por cien. Buscabas, lo que ahora tienes, no me
pidas nada a mi.
Émile bajó la mirada, no sé si era porque estaba
avergonzado y le dolía hacer el ridículo o, por
resignación. Fué hasta la entrada de la casa, y asomó la
cabeza, vigilando que Hugo no hubiese escuchado
nada. Volvió al sitio donde estábamos y ocupó su
asiento. Cruzó las manos, y las posó sobre la mesa.
Estaba dispuesto a cuestionarme, lo advertí en su
mirada.

Me preparé a lo que fuera.


- Claire, tienes treinta y siete años - Dijo mojando sus
labios.
- Si - Respondí esperando un bombardeo.
- Estás lejos de París.
- Soy consciente de ello.
- ¿ Has pensado, que es lo que vas a hacer con tu vida ?.
- Todo viene a todos nosotros, día a día - Respondí
echada hacia atrás en el sillón.
- ¿ Y si yo te faltara ?.
- Para todo hay una salida. He echado varias solicitudes
de trabajo, y estoy segura que en uno de ellos me
avisarán para trabajar.
- Con el sueldo que aquí te den, no tendrás bastante para
pagar casa y manutención ¿ Lo has pensado ?.
- ¿ Qué quieres decir ? ¿ Pretendes echarme de aquí ? -
Le dije buscando su mirada.
- Quiero decirte, que si por lo que sea, le sucediera algo
a Hugo, esta casa es grande para mi sólo, tendría que

251
buscarme un apartamento o, irme a vivir con alguno de
mis amigos ¿ Lo has comprendido ?.
- Perfectamente, desde el primer día que vine.
- ¿ Entonces, estás cerrada totalmente al amor ? -
Preguntó con la mirada levantada para ver que era lo
que yo respondía.
Moví la cabeza pero sin estar segura.
- No puedo responderte ahora a eso, puesto que a mi
vida no ha llegado la persona ideal. No salgo de aquí,
pero si llegara el hombre con el que yo sueño, puedo
asegurarte ahora mismo, que lo dejaré entrar en mi vida.
- Sabía que ibas a responder eso - Dijo alejando la
mirada de mi. Se quedó mirando a Diana que estaba
sentada a mi derecha, y cambiando el tema - Repuso -
¿ Tiene un nombre el animal ?.
- Diana, le he puesto de nombre.
- ¿ Porqué Diana y no Cuqui ? Este último nombre le va
mejor a un perro.
- Le he puesto el nombre de Diana, en honor a la Diosa
Diana.
- ¿ La Diosa Diana ? ¿ Quién era ?.
- Una Diosa de la mitología griega. Se la considera
cómo la diosa de las fieras.
- ¿ Qué quieres decir, que la perra es una fiera ? - Dijo
en broma.
Sonreí admitiendo su broma, pero volví al
tema de antes.
- ¿ Dónde dejarás que se quede a dormir Hugo ? - Le
inquirí, preocupada de que lo subiera al dormitorio de
arriba, porque Hugo no podía subir o bajar escaleras.
Se quedó cómo dos minutos mirándome.

252
- He decidido dejarlo aquí abajo, no tengo otra
alternativa, pues, un día puede darte un susto, de que se
caiga rodando por las escaleras. Había pensado que
arriba estaría mejor, por estar el cuarto de baño, pero no
es lo más acertado.
Miré la hora que era en la esfera de mi reloj, y
marcaba la una y cuarto de la madrugada. Los vecinos
ingleses aún seguían con la fiesta, con las carcajadas, y
por supuesto, rompiendo vasos, y la música a tope.
Acerqué mi reloj a la cara de Émile, y marcando
con el índice la hora le advertí.
- Es tarde, yo necesito irme a dormir, aunque no es
seguro que lo consiga con todo este ruido que están
haciendo los vecinos ingleses.
- Ponte algodones en los oídos - Émile me recomendó -
Yo también tengo muchas noches que hacerlo, por el
escándalo que arman. Hugo y yo, también la hemos
liado con otros amigos aquí en casa muchos fines de
semana. Aquí nadie protestamos por estas fiestas que se
hacen, es normal. Es posible que esta noche duermas
aún menos. Yo dormiré en la habitación de arriba, y ya
conoces mi modo de roncar.
Reí, moviendo la cabeza.
- Estoy acostumbrada a tus ronquidos, no me cogerán de
sorpresa.
- ¿ Dónde vas a dejar a la perra que duerma ? ¿ Aquí en
el porche ?.
- No lo había pensado, cómo me sigue a todos lados, la
dejaré que duerma donde ella quiera.
- ¿ Has pensado dejarla en el dormitorio ? - Dijo
extrañado.

253
- Te he dicho que no lo he pensado, pero si ella quiere
¿Porque no ?.
Émile sacudió la cabeza totalmente
desconcertado.
- No sería así, si fuera mi dormitorio. Los animales están
hechos para que duerman fuera de las casas, ellos se
encuentran mejor.
- Es posible, pero, la dejaré que duerma donde quiera, le
dejaré esa opción.
Se puso en pie.
- Bueno, me voy a dormir, pues faltan pocas horas para
que amanezca. Voy a echarle un vistazo a Hugo.
- Que duermas bien - Le deseé.

18

254
Hice de ponerme algodones en los oídos, siguiendo
los consejos de Émile, pero fué inútil, creo, incluso que
oía más, y opté por quitarlos, aparte que me
molestaban bastante. Cuando cogí el sueño eran las
cinco de la madrugada, después de que cantara el gallo.
Todo quedó en silencio, y pude dormir bien, tres horas.
Diana había entrado conmigo en el dormitorio, buscaba
un sitio para ella. Estuvo paseando por la habitación,
buscaba y buscaba hasta que se quedó acostada en el
suelo, a los pies de mi cama. Fué ella quién me despertó
a las ocho de la mañana. Abrí los ojos y vi que me
estaba mirando, tenía sus manos puestas encima de la
cama, y lloriqueaba pidiendo que me despertara para
que ella saliera.
Medio dormida, alargué mi mano y acaricié su
cabeza. Estaba yo contenta de tener a alguien que me
despertara, que cuidara de mi.
Dentro del estómago sentía un vacío, era hambre lo
que tenía, me di prisa en bajar a la cocina para poder
desayunar bien. Me alegré de ver a Hugo sentado en el
porche y desayunando, me acerqué.
- ¡ Buenos días Hugo ! ¿ Cómo te encuentras hoy ? -
Dije sentándome frente a él.
- Bastante mejor - Respondió sonriendo tímidamente -
¿Has podido esta noche dormir con la música que
había?.
- No, hasta que no se fueron todos, pero las horas que he
dormido, que han sido sólo tres, he descansado bastante
bien.
La voz de Yosi hizo que rodeara la cabeza.

255
- Señora ¿ Le traigo el desayuno aquí ? - Dijo
presentándose en el porche.
- Si. Esta mañana tengo mucho apetito, así es que ya
sabes - Dije riendo.
- Si señora, le traeré una bandeja llena de todo.
Hugo iba comiendo lentamente, y sin ganas, la
rebanada de pan untada con mantequilla y mermelada de
melocotón, estaba posada en un plato de postre, que
también había una loncha de queso y otra de jamón
cocido, que no había tocado todavía, y la taza la tenía
media de té.
- ¿ Te acabas de levantar ahora ? - Preguntó Hugo. Y
mirando a Diana que todavía no la había visto - Repuso
- ¿ Qué hace aquí este animal ?.
- Me siguió ayer cuando venía del super ¿ Te gusta ?.
Se encogió de hombros.
- Si - Respondió sin gana. En casa de mis padres
también tienen un perro, es un pastor alemán, ya debe de
ser viejo ¿ Éste que raza es ?.
- Desconozco su raza, es un cruce pero no podría decirte
cual. Se llama Diana.
- Es parecida a un cooker, puede que sea un cooker -
Dijo convencido.
- Hugo, no es un cooker - Dije para que se fijara bien.
- ¿ Porqué sabes que se llama Diana ? - Preguntó
mordiendo la rebanada de pan.
- Porque se lo puse yo.
Sonrió, y bebió un sorbo de té.
- ¿ Has visto a Émile ? - Dijo, posando la taza en el
platillo.
- Lo vi anoche.

256
- ¿ Anoche ? ¿ Qué hora era ? - Preguntó sin recordar
nada.
- Anoche cuando llegó ¿ No recuerdas que tuvo que
echar la puerta abajo para poder entrar en la habitación?.
- ¿ En qué habitación ?.
- ¡ Hugo ! En la que te habías encerrado ¿ No lo
recuerdas ?.
- No, sólo recuerdo que tenía mucho frío.
- ¿ No recuerdas nada de lo que pasó ? - Dije
preocupada.
- ¿ Qué pasó ?.
Meneé la cabeza.
- ¿ No recuerdas que te encerraste en el dormitorio de
abajo ?.
- ¿ Para qué ? - Preguntó levantando los hombros y
extrañándose.
- Lo deberías saber tú ¿ No recuerdas nada ?.
- No, sólo que tenía mucho frío.
Se presentó Yosi con la bandeja en las manos, la dejó
encima de la mesa delante de mi. Me miraba con una
sonrisa, y esperaba que mirara dentro de la bandeja y
descubriera si era de mi agrado lo que había puesto. Lo
hice, y seguidamente le dije.
- Gracias Yosi, seguro que voy a desayunar muy bien -
Repuse - ¿ Duerme aún tu hijo ?.
- Sí señora - Respondió - Cuando pase un rato iré para
ver si ha despertado. Cada día lo suelo despertar a las
nueve de la mañana, es muy pequeño todavía para que
esté corriendo por aquí, pues sólo haría que gritar y eso
molesta.
- Claire, ¿ Que vas hacer hoy ? - Me preguntó Hugo.

257
- No tengo pensado de ir a ningún sitio, voy a dedicar el
día a hablar contigo, y a estudiar inglés, quiero también
oírlo en los cassettes que tengo, se aprende mucho y
bien la pronunciación.
Salomón se aproximó a las escaleras del porche. Nos
miró fijamente a Hugo y a mi, no sabía bien a quién
dirigirse, fui yo quien le tuve que preguntar.
- Salomón ¿ Qué quieres ? ¿ Tienes algo que decirnos ?.
- Si señora - Respondió tímidamente - He vuelto a
perder la hoz, no la encuentro.
- ¿ La has buscado bien ? - Le pregunté.
- Si señora, ya no sé a donde mirar.
- Después, te daré dinero para que vayas a comprar otra.
Ahora quiero que cogas algunos plátanos ¿ Okey ?.
- Si señora ¿ Necesita muchos ?.
- Coge los que puedas.
El platanero, daba el fruto muy pequeño, cómo el
dedo índice, pero eran de un sabor exquisito, y dulce
cómo la miel.
Sólo hacia quince minutos que Salomón había ido a
coger los plátanos, cuando se le oyó gritar. Primero creí
haberlo oído, pero el segundo grito que dio fué más
grande, y me puse en pie dispuesta a entrar en la casa, y
salir por la puerta trasera que había en la cocina, y que
daba justo enfrente de los árboles frutales. Pero en esos
instantes, venía Salomón corriendo a nuestro encuentro.
Traía, cogida con las dos manos, de la cabeza a la cola,
una serpiente de un color negruzco, gruesa cómo un
dedo, y de un metro aproximadamente de larga.
Salomón había palidecido, tenía un color de cara casi
gris.

258
- ¿ Te ha mordido ? - Me apresuré a preguntarle.
- A punto ha estado - Dijo con la voz todavía que le
temblaba - La he visto a tiempo, esta es venenosa. Le he
cortado la cabeza con el cuchillo.
- ¿ A donde estaba ? - Preguntó Hugo sobresaltado, y
algo asustado.
- Suben al platanero, y se esconden entre las ramas
largas, es un sitio que estas serpientes tienen para vivir,
se supone, que ahí están a salvo, y que la mano del
hombre no llega, pero una mordedura de éstas, puede
costar la vida, si no se llega pronto al Hospital.
- ¿ A dónde la vas a dejar ? - Le pregunté.
- Voy a la carretera, y la tiraré al container de la basura.
Salomón se dirigió a la verja, con la serpiente
colgando sólo de una mano, de la izquierda, con la
derecha abrió la puerta, y se dirigió hasta el container
que estaba, entre nuestra casa, y la casa de los ingleses.
Cuando Salomón volvió a los cinco minutos, venía más
tranquilo, el color grisáceo que tenía en la cara se le
había puesto más negro. Se aproximó a las escaleras del
porche.
- Señora - Dijo - Si no le parece mal, iría antes a
comprar la hoz, y cuando vuelva trataré de coger los
plátanos.
- Me parece bien - Dije - Espera que ahora vuelvo.
- Claire ¿ A donde vas ? - Me preguntó Hugo, seguía
asustado, y lo noté nervioso. Tenía miedo de quedarse
sólo.
- Hugo, voy a mi habitación a buscar dinero, bajo
enseguida.

259
Me di prisa y subí las escaleras rápidamente, cogí
dos dólares de mi monedero, y volví a bajar. Le
entregué los dos billetes a Salomón.
- ¿ Tienes bastante con este dinero ? - Le pregunte, al
mismo tiempo que se lo entregaba.
- Si señora, creo que es suficiente, nada más lo compre,
vuelvo.
Asentí con la cabeza.
Recogí la bandeja de Hugo y la mía, y las llevé a la
cocina, las dejé al lado del fregadero. Fui hasta la nevera
y la abrí, buscando qué podría hacer de comida. Había
dejado en un plato de la compra que había hecho el día
anterior, dos entrecot de ternera y tres salchichas de
cerdo. Era demasiada comida para Hugo y para mí.
Émile no venía hasta la noche, y tampoco era seguro de
que cenara, pues, la mayor parte de las noches, cuando
volvía a casa había cenado.
Aparte de los dos entrecot para hacerlos a la
plancha con patatas fritas, y ensalada. Seguro que ese
plato, Hugo lo comería bien.
Oí el claxon de un coche, y a Hugo que me llamaba
al mismo tiempo. Lo volví a dejar todo dentro de la
nevera, y fui al porche. Hugo me señalaba con el índice,
la verja, al mismo tiempo que decía - Ella no, que no se
quede aquí.
Me fastidió ver por detrás de la verja, y a punto de
abrir la puerta, a la señora Lansiere. Hacía meses que no
se dejaba ver, quizá lo hizo para que la extrañáramos
más. Si era eso, desconocía nuestra manera de pensar
sobre ella. Cuanto más lejos estuviera, mejor.

260
Ya me puso de mal humor tener que verle su sonrisa
de hipócrita, de mala persona y de perturbadora.
- ¡ Dile que no entre ! - Me dijo Hugo - No quiero ver a
esa mujer, es mala hasta el tuétano.
Era ya demasiado tarde para darle una excusa para
que no entrara. Había alcanzado el primer escalón del
porche. Era fría y seca, por no tener, no tenía ni
dignidad, se estaba dando cuenta de que no era bien
recibida, y se dispuso a subir las escaleras, cuando
estuvo arriba dijo con gritos, porque ella cuando hablaba
gritaba. Se parecía a una campesina, llevando una
espuerta de mala hierba que acabara de cortar.
- Hace tiempo que no nos hemos visto - Dijo con la
sonrisa desagradable como su propia persona.
- Si - Respondí.
Hugo se quedó callado, tenía la cabeza vuelta hacia
otro lado para no mirarla.
- Voy de tiendas a Johannesburgo ¿ Quiere venir
conmigo ?.
- No tengo tiempo, tengo cosas que hacer - Le dije.
- ¿ Usted cosas que hacer ? ¿ Para que tiene esa chica
negra ? Ella es la que tiene que hacerlo todo, para eso se
le paga, para que trabaje.
En esos instantes entraba en el porche Yosi con su hijo
de la mano.
La señora Lansiere, que más que una mujer parecía
una avispa, mirando con rapidez donde podía picar,
donde podía destrozar, y arrancar la piel a tiras de la
persona que se pusiera por delante.
Miró con el cuello rígido a Yosi y a su hijo. Estaba
haciendo un movimiento de cabeza lo más parecido a

261
una peonza que no se puede parar. No resistió más y me
preguntó con voz seca y desagradable.
- ¿ Quien es ese niño ?.
- Es el hijo de Yosi - Le respondí tranquila.
- ¿ Qué hace aquí ? - Dijo con voz perturbadora.
- Vive aquí, está con su madre.
- Pero ... ¡ bueno ! ¿ Eso quién lo ha dispuesto ? - Dijo
enfadada y levantando la voz.
- Yo, lo he dispuesto, yo ¿ Que tiene usted que decir a
eso ?.
- ¡ Pues, sí que tengo que decir y mucho !.
- ¿ Aquí en nuestra casa ? ¿ Usted tiene que decir algo
en nuestra casa ?.
- Es que lo que usted está haciendo con esta chica, nos
lo van a pedir todas, y la culpa de todo esto la tiene
usted. Es la última que ha llegado a África, y ya
lo está revolucionando todo. Usted aquí es peligrosa,
muy peligrosa.
Yosi seguía con su hijo cogido de la mano, y con
miedo miraba a esta mala mujer y despreciable,
temerosa de que tuviera poder, y la echara de nuestra
casa. No lo podía hacer, porque éramos nosotros los
dueños, y nosotros decidíamos lo que estaba bien, y lo
que estaba mal, y quien se quedaba en casa, y quien se
iba.
- Por el bien de todos los blancos que vivimos en
Johannesburgo, dígale a esa chica que se vaya ahora
mismo con ese niño.
- Hugo estaba aguantando peso y marca, hasta que no
pudo callarse más, se puso en pie como pudo,

262
cogiéndose a la mesa, dio unos pasos y se aproximó a
donde estábamos.
- ¡ Señora Lansiere, salga de esta casa por favor !.
- ¡ Oh ! ¡ Cómo me ha hablado, soy una señora para que
me traten de ese modo ! no puedo creer que me ha
echado a la calle - Dijo la repudiada señora llevándose
la mano derecha al pecho - ¿ Cómo se atreve a hablarme
de esa manera ? ¿ No sabe usted que mi marido tiene
muchas influencias en Johannesburgo ?.
- ¿ Si ? Pues, precisamente por eso salga de esta casa -
Respondió Hugo, nervioso y acalorado -¡ No se le
ocurra venir más por aquí, puesto, que no es bien
recibida.
La señora Lansiere tenía los ojos hundidos, y de
pronto parecía que se les fueran a salir del casco. Miraba
a Hugo con deseos de matarlo, con una maldad que no
tenía fin. Se puso frente a él, lo miró de la cabeza a los
pies, y seguidamente dio dos pasos hacia atrás, y dijo
humillándolo lo peor que podía.
- ¿ Y a usted que le pasa ? ¿ Porqué está tan delgado y
sólo tiene huesos ? ¿ Está enfermo ? ¿ Es por eso que
está aquí y no ha ido a trabajar ?.
- ¡ Salga de esta casa víbora ! - Le dije agarrándola del
brazo.
- ¿ Y usted ? - Me dijo maldiciéndome con la mirada -
¿Qué hace aquí viviendo con ellos dos ? ¿ No sabe que
su marido y este se entienden ?.
Hugo gritó poniéndose rojo.
- ¡ Fuera de esta casa maldita mujer !.

263
- Sí, me voy - Dijo mirando a Hugo y a mi con
desprecio- Pero, esto no se va a quedar así, se lo diré a
mi marido, y hoy mismo tendrán la respuesta.
Se dispuso a bajar las escaleras del porche, y yo me
encontré aliviada de que por fin se iba, y cuando había
bajado el último escalón, se giró. Miró descaradamente
a Yosi y le dijo en un tono inglés mal pronunciado, y
con crueldad.
- ¡ Eh, tú ó cómo te llames ! ¡ Llévate de aquí a ese niño,
y ponte a trabajar ahora mismo holgazana !.
Hugo le iba a responder, había avanzado dos pasos. Yo
lo retuve.
- No vale la pena - Le dije - Déjala que se vaya pronto
de aquí.
Al salir por la puerta de la verja se cruzó en su
camino Salomón que volvía de haber comprado la hoz,
y la llevaba en la mano. Lo empujó con rabia a un lado,
y oí que le dijo chillando.
- ¡ Deja paso inútil !.
Salomón se puso a un lado, y le pidió disculpas.
Yosi se quedó parada, seguía de pie con su hijo de la
mano, lloraba, del miedo que había pasado. Creyó, que
esa mujer la podía echar de la casa. Y el miedo que
pasó, no fué por ella, sino por su hijo, pensó, que los
podía separar.
Los nativos, se esperaban todo, de esta clase de
blancos que por lo visto abundaban. Se hacían ricos a
base de hacer trabajar a los negros, y de engañarlos. No
sólo vi este trato en algunos franceses, también lo hacían
los ingleses. Los que vivían a nuestro lado, los de las
fiestas, tenían a un chico negro para todo. Muchas

264
veces, oía a la dueña de la casa cómo le gritaba
mandándole. Ellos eran cuatro de familia, y muchos más
que se agregaban los fines de semana. Les pagaban una
miseria, y los hacían trabajar muchas horas.
El chico negro que trabajaba en casa de los ingleses,
un día vi que hablaba con Salomón a través de la
alambrada que separaba una casa de la otra. Cuando
terminaron de hablar, vino Salomón y me dijo.
- Señora, el chico de al lado me ha pedido que le diga si
puede entrar para coger mangos, aguacates e higos.
- ¿ Para quien son ? - Le pregunté.
- Son para él. Dice que le pagan muy poco. Y que si lo
deja que coja mangos, aguacates e higos, los irá a
vender al mercado los fines de semana, y tendrá un poco
más de dinero, pues tiene, una mujer y dos hijos para
alimentar.
- Si, dile, que puede entrar y coger de estos frutos, pues,
hay demasiados y es alimento para las hormigas.
Algunos sábados por la mañana, iba Salomón a
abrirle la puerta al chico de al lado. Venía previsto de un
cubo de plástico, cogido del asa por una cuerda larga, y
también traía varios sacos.
Tenía este nativo mucha habilidad en subirse a los
árboles.
Subió por el tronco del mango llevando consigo
colgado en un brazo el cubo de plástico. Cuando llenaba
el cubo de algunos de estos frutos, Salomón volcaba el
cubo dentro del saco, y el cubo volvía a subir. De esta
manera lo hacían.
Referente a la señora Lansiere, nadie vino ese día
para pedir explicaciones de nada, ni días después.

265
Cuando pasaba en su coche por delante de nuestra casa
lo hacía pisando el acelerador, cómo si llevara fuego.
Pero como lo malo no duerme, y vigila para ver donde
puede dañar. Supe de ella meses más tarde, y esta vez, si
que fué la definitiva.

19

266
Hugo por nada que ocurriera se ponía
nervioso, se sentía incapaz de afrontar cualquier
problema que surgiera por pequeño que fuera. Se
encontraba sin defensa, y muchas veces estaba aturdido
sin saber que quería hacer o decir. Su cuerpo apenas lo
controlaba, y su mente divagaba imaginando hechos que
no habían existido ni existían, y el miedo era uno de
ellos, sentía miedo de todo, no quería que me separara
de su lado porque creía que iba a venir alguien a hacerle
daño.
Por las noches en mi habitación cuando me quedaba
sola, pensaba en la tristeza que tenía a mi alrededor.
Émile dio en los análisis, positivo, tenía también la
enfermedad de Hugo, o sea el Sida, pero con menos
intensidad. El doctor le comentó que tenía una gran
fortaleza y que con los medicamentos adecuados podría
seguir adelante.
Su carácter también cambió aún más. Sólo pensaba
en divertirse y en pasárselo bien. Se daba cuenta de que
Hugo se estaba consumiendo, se iba apagando igual que
una vela. Tenía momentos de lucidez, y otros que sólo
decía cosas que no venían a qué.
Por las noches, nos quedábamos en el porche Hugo
y yo, después de cenar. El aroma a Jazmín y a azucenas
hacían las veladas más tranquilas y agradables, y
muchas veces no decíamos apenas nada.
El panorama que había también de noche era
acogedor, con el cielo pintado de estrellas y cuando la
Luna estaba en su cuarta fase, no se necesitaba luz del
día para poder ver las flores dormir, y los campos
repletos de maíz que estaban más lejos. Dos grillos

267
frotaban sus alas, había veces que los dos se ponían de
acuerdo para cantar a la vez, y otras veces, lo hacía uno
antes y el otro lo seguía después.
- Hugo, son las once de la noche - Le dije, mirando su
rostro que lo había dejado caer a un lado del hombro, y
los ojos los había cerrado, cómo si durmiera, pero no
dormía. Puso la cabeza recta, abrió los ojos, me miró y
dijo.
- Claire, quiero darte algo, que para mi tiene mucho
valor.
- ¿ Qué me quieres dar ? - Le pregunté con una sonrisa.
- Ves al sitio donde guardo los cassettes de música, y
tráelos.
- ¿ Quieres que traiga tus cassettes de música aquí ?.
- Si.

Me puse en pie, y entré en la casa, fui directamente al


salón, donde encima de una repisa tenía una caja larga
de color azul, y dentro guardaba Hugo sus cassettes.
Cogí la caja y volví al porche, la dejé encima de la mesa
delante de Hugo. Abrió la tapa y empezó a buscar
cassettes, los tenía en fila bien colocados. Extrajo dos, y
me los ofreció.
- Claire, toma, cógelos - Dijo con su sonrisa habitual de
timidez. Cogí los dos cassettes de sus manos, y los miré.
Uno era El bolero de Maurice Ravel. El otro cassette, el
Ave María de Schubert. Con los cassettes de esta
deliciosa música entre mis manos, busqué la mirada de
Hugo que aún seguía con los cassettes poniéndolos en
orden.

268
- ¿ Me das para mi estos dos cassettes ? - Le pregunté
sorprendida.
- Si, son para ti, quiero que los tengas tu.
- ¿ Esta música es la que a ti más te gusta ? ¿ Porqué me
la das ?.
- Porque para mi es lo que más valor tiene, y es todo lo
que yo poseo, es mi patrimonio y te la doy a ti.
- Llevaré conmigo siempre esta música, te lo prometo, y
la escucharé todas las veces que pueda.
- Quiero que me recuerdes siempre, y cuando la
escuches, te acuerdes de estos momentos.
Quedó dentro de mi un gran vacío, y una gran
congoja en mi pecho. No me podía llegar a imaginar que
Hugo estuviera pensando en la muerte. Una vez que
hablamos del tema, se asustó mucho, y tuvimos que
parar.
- Hugo, dime en lo que piensas ¿ Me lo quieres decir ?.

Afirmó con la cabeza.


- Claire ¿ Has pensado cómo debe ser la muerte ? ¿ Qué
es lo que se tiene que sentir al morir ? ¿ Crees que nos
damos cuenta cuando nos estamos muriendo ?.
Lo miraba y pensaba - Pobre Hugo, sólo tiene treinta y
dos años.
- ¿ Tienes miedo a morir ? - Le pregunté con nostalgia.
- Creo que ahora no, pero me gustaría saber que es lo
que se siente al dejar esta vida - ¿ Crees que me daré
cuenta ?.
- Hugo - Le dije con ternura - Todo es un sueño, el que
tu y yo estemos ahora hablando aquí esta noche, es un

269
sueño, cuando nacemos salimos de un sueño, y cuando
morimos, entramos en otro sueño.
Hugo me miraba sereno, me hablaba con mucha
normalidad. Llegué a la conclusión por su manera de
hablar, que estaba preparado, y esperando a que llegara
la Dama de la muerte.
- En un sueño que tuve - Le dije tranquila y con
suavidad - Vi la Dama de la muerte. Era una bella
Dama, vestía de blanco encaje. Su rostro lo tenía
cubierto por un velo blanco y de encaje. Podía ver a
través del velo, su bello rostro. Más que una Dama, yo
diría que se trataba de una Diosa. Una Diosa de las altas
esferas. Se mostraba tranquila y sonriente. Estaba
sentada en una silla, cerca de una persona que poco
después murió. La estaba esperando, tranquila,
apaciguada, no tenía prisa, sólo esperaba a que llegara la
hora que tenía que seguirla a ella. Pasó un poco de
tiempo, pero no mucho, cuando otra noche volví a soñar
con la Diosa de la muerte, en el mismo lugar que la
viera en el sueño anterior, y seguía esperando a esa
persona. Vi que la Diosa sonrió a la persona que la tenía
que seguir. Se puso en pie, la otra persona también lo
hizo, y fué tras de ella. Salieron de la casa donde
estaban, y se fueron caminando. Vi, que era un camino
muy largo el que tenían que recorrer. El horizonte las
esperaba, cuando llegaron a aquellas grandes colinas,
desaparecieron a mi vista.
Hugo me escuchaba con mucha atención, parecía que
estuviese viendo o, imaginando el resumen de mis dos
sueños. Estaba tranquilo, su rostro, reflejaba mucha
serenidad.

270
- ¿ Sabes quien era la persona que esperaba a la Diosa ?-
Preguntó con una gran sensatez - ¿ La conocías ?.
- Si, era mi madre - Dije con una gran serenidad.
- ¡ Ah ! - Dijo echándose hacia atrás en el asiento -
Claire ¿ No dicen que la muerte es el hombre que lleva
la guadaña ? Siempre que se habla de la muerte se
refieren a esta figura ¿ No es así ?.
- Se pone de figura al hombre de la guadaña, porque es
la herramienta que siega todo cultivo que hay en la
tierra. Las personas también nacemos de la tierra,
nuestro cuerpo, pero nuestro espíritu vuelve a Dios.
Cuando vi en el segundo sueño que mi madre seguía a la
Diosa, comprendía que se trataba de su espíritu, su
cuerpo se quedó aquí en la tierra.
Se escuchó el timbre del teléfono, a las dos llamadas
me puse en pie, y entré rápidamente al salón, y a la
cuarta vez que sonó, lo cogí.
- ¡ Alló ! - Pregunté en francés.
- ¿ Con quién hablo ? - Dijo la voz de una señora en
francés.
- Con Claire Franklin - Respondí.
- Señora Franklin, soy la señora Barreau, la madre de
Hugo ¿ Está mi hijo ?.
- Sí señora ¿ Quiere hablar con él ?.
- Sí por favor - Dijo la madre de Hugo con la voz
apagada.
Hugo me había oído y se había levantado del sillón,
y venía a paso lento. Le pasé el teléfono - Es tu madre -
Le dije.
- Mamá - Dijo Hugo con la voz agitada.

271
- ¡ Hijo que te ocurre ! He recibido esta semana tu carta,
y estoy asustada ¿ Estás enfermo ?.
Hugo no sabía que decirle a su madre, titubeaba
mientras me miraba, sin saber que responder. Yo le
decía en voz baja - Dile la verdad.
- Madre - Dijo con voz queda - Estoy enfermo.
- ¿ Enfermo ? ¿ Qué enfermedad tienes ? ¡ Hijo dímelo
todo !.
- El médico me ha dicho que se trata de un virus, y que
en casos puede ser mortal.
- ¿ Mortal ? ¿ Pues, que clase de virus es ?.
- Madre, ya conoces mi condición. El doctor dice que lo
he cogido a través del semen.
- ¡ Hijo ! ¿ El caso tuyo es grave ?.
Hugo hizo una pausa, vi cómo le resbalaba dos
lágrimas por las mejillas. Tragó saliva, y me pasó el
teléfono para que fuera yo quien respondiera.
- Señora Barreau, soy Claire.
- ¿ Porqué no está mi hijo al teléfono ? - Preguntó
excitada.
- Está llorando de oír su voz, se ha emocionado, y no
puede continuar.
- Claire, dígame usted la verdad de todo lo que le ocurre,
por favor ¿ Tan grave está ? - Preguntó con la garganta
seca.
- Sí, está grave.
- ¡ Dios mío ! Tan lejos cómo estamos. Hablaré con mi
marido para ver cómo lo podemos solucionar.
- La solución está en que vengan ustedes aquí, y estén a
su lado, y lo cuiden. El médico últimamente dijo el día
que fui con Hugo a la consulta, que tiene que entrar en

272
el hospital, para llevar la enfermedad más de cerca.
Tenía que haber entrado ya, pero Hugo no quiere, dice
que si va al hospital, allí se muere.
- ¿ Quién cuida de él, ahora ? - Preguntó con llanto.
- Prácticamente yo, estoy con él todo el día. Pero Émile
también hace lo que puede.
- ¿ Émile no es el que vive con mi hijo ?.
- Si - Dije con la voz medio cortada, porque sabía que
después vendrían más preguntas.
- ¿ Usted no me ha dicho que es la señora Franklin ?.
- Así es - Respondí con reserva.
- ¿ Es usted esposa de un hermano de Émile ?.
- No, señora Barreau. Soy la esposa de Émile.
- Bueno, no entiendo exactamente que es lo que ocurre,
y tampoco para mi tiene mucha importancia. Lo
importante ahora es la salud de mi hijo - Dijo aligerando
y saliendo de dudas - Mañana lo llamaré y le diré lo que
haya convenido con mi esposo ¿ Está cerca mi hijo ?.
- Sí, ahora se lo paso.
Hugo cogió el teléfono con la mano temblorosa,
estaba muy emocionado de que su madre hubiese
llamado, y de oír su voz.
- Mamá, necesito que estés conmigo - Dijo Hugo
llorando.
- Si hijo mío, a ver cómo lo arreglo con tu padre, pero
seguro que me dirá, que vengas tu aquí a París. Si no
tienes dinero para el billete de avión, te lo mandaremos.
- No quiero ir a casa de él, lo pasaría muy mal.
- ¡ Hugo hijo ! ¿ Porqué dices la casa de él ? También es
mi casa y la casa de nuestros tres hijos. Ha cambiado
mucho desde que te fuiste. Ahora es un hombre

273
tranquilo, que cuando viene del trabajo se pone a leer el
periódico. Ya no sale tanto con sus amigos.
- Claro, quien le estorbaba era yo. Muerto el perro, se
acabó la rabia - Dijo Hugo con un sollozo, lloraba cómo
un niño, y no se podía contener.
- Hijo no llores, mañana te llamo y te digo lo que hemos
decidido ¿ De acuerdo ?.
- Madre, cuídate, y si no volvemos a vernos más,
recuerda que yo siempre te he querido mucho, y te
seguiré queriendo.
- Nos veremos, y pronto hijo, nos volveremos a ver
antes de lo que tu piensas. Un beso, y hasta mañana.
Hugo colgó el teléfono con lentitud, con un temblor
en la mano que casi no atinaba a ponerlo en la
horquilla. Se quedó sentado en la silla, y llevando sus
manos a la cara la cubrió, y rompió a llorar, lloraba
desconsoladamente. Me acerqué a él, y le cogí la cabeza
con mis manos. Sintió mi calor y se abrazó a mi cintura.
Reposó su cabeza en mi pecho hasta que se fué
calmando poco a poco. En esos instantes apareció en el
salón Émile, que llegaba. Se quedó parado al vernos, y
se aproximó.
- ¿ Qué está ocurriendo ? - Preguntó alarmado.
- Nada - Respondí tranquila - Hugo se ha emocionado al
escuchar la voz de su madre al teléfono.
- ¿ Ha llamado su madre ? - Preguntó sorprendido.
- Sí, ha llamado para saber de Hugo. Ha recibido la carta
que se le escribió, y está preocupada. Es posible de que
vengan. Mañana llamará para confirmarlo.
- ¡ Ah ! - Replicó - ¿ Cómo está Hugo ?.
- Ya lo ves, llorando.

274
- Se me ha hecho tarde esta noche, y no he podido venir
antes - Dijo como excusa - Los amigos ¿ Sabes ? me han
retenido.
Moví la cabeza para no responderle.
Se acercó a Hugo y le cogió el brazo derecho para
tranquilizarlo. Pero Hugo hizo un gesto con el hombro
para que lo dejara en paz. Émile no insistió. Se dio
cuenta de que todo iba muy en serio. Retrocedió unos
pasos, seguidamente se giró y salió del salón.
El médico le había recetado a Hugo una pastilla para
que tomara cada noche y lo ayudara a dormir, pero esa
noche no se la había tomado, no quiso tomarla. Los
medicamentos que tomaba para su enfermedad tampoco
los quiso tomar. Se reveló contra todo, y lo peor, contra
él mismo. Émile ya se había ido a dormir, y nos
habíamos quedado en el salón Hugo y yo. Me horroricé
cuando vi que se estaba atacando a si mismo. Se mordía
las manos, las muñecas, hasta hacerse sangre. No lo
podía parar, si lo cogía para que parara, me daba
manotazos, y chillaba enrabiado para que lo dejara. No
tuve más remedio que ir al dormitorio donde dormía
Émile y despertarlo. Sólo habían pasado cinco minutos
que lo había dejado sólo, y cuando volví con Émile, se
había hecho también sangre en el pecho, arañándose, se
clavó las uñas también en el vientre.
- ¡ No lo toques ! - Me gritó Émile - Deja que yo le cure
esas heridas que se ha hecho. Hugo se había vuelto loco,
buscaba pero sin fuerzas, algo, un objeto punzante para
herirse más, y más profundo. Mientras que Émile le
curaba las heridas con gasas y agua oxigenada. Yo
descolgué el teléfono y marqué el número del hospital.

275
Cuando lo cogieron, creo que era una enfermera de
turno. Me preguntó, que le ocurría al enfermo. Nada
más contárselo, mandó una ambulancia, que tardó en
llegar quince minutos.
Hugo había perdido casi el conocimiento, estaba
como atontado, no sabía lo que hacía. Y creo que en
esos instantes, no sabía quién era yo.
Me di prisa a prepararle sus cosas más personales, en
una bolsa de viaje.
Cuando la ambulancia llegó, lo tenía todo preparado.
Dos enfermeros salieron de la ambulancia, uno traía una
silla de ruedas para sentar a Hugo. Los enfermeros le
hicieron todo con mucho cuidado, por la fragilidad que
mostraba, y de las piernas que no se podía sostener.
Émile fué en la ambulancia acompañando a Hugo al
hospital, y volvió cuando era casi de día.
Después que se fueron que eran cerca de las dos de la
madrugada, entonces me fui a dormir. Aunque lo que se
dice dormir, no dormí mucho, pues me venía a la mente
Hugo y lo ocurrido. Era cómo si hubiese querido acabar
con su vida. Con todo lo que yo había hablado con él,
deseaba morir, no tenía ganas de vivir, pues, era
consciente de que esa enfermedad, acabaría con él, y
que no le faltaba mucho.
Cuando Émile regresó a casa, que eran casi las cinco
de la mañana, salí de mi dormitorio y fui a su encuentro,
necesitaba saber en qué estado se había quedado Hugo.

276
20

Émile traía la tez blancuza, y el cansancio lo


marcaba bien las ojeras que casi le colgaban por encima
de los pómulos. Los labios los traía secos, y de un rosa
muy pálido.

277
Estaba en su habitación. Acababa de estirarse en la
cama, vestido, tal cómo vino. Tenía los ojos cerrados,
pero no dormía, le tuve que hablar, era necesario.
Con la luz que entraba por la ventana de Luna llena,
pude ver a medias la tristeza que había en su mirada.
- ¿ Émile, cómo te encuentras ? - Le pregunté en voz
baja.
Abrió los ojos y me miró.
- ¿ Cómo está Hugo ? - Volví a preguntarle.
Tardó unos instantes en responderme.
- Mal, muy mal - Dijo con voz queda.
- ¿ Que ha pasado en el hospital ? - Le pregunté,
acercándome más a la cama, e inclinándome para
mirarlo.
Émile se incorporó, y se quedó sentado a un lado de
la cama con los pies dando en el suelo. Sus ojos se
fijaron en los míos, y descubrí que tenía miedo y mucha
inquietud.
- Lo han llevado a urgencias, había un médico y dos
enfermeras, entre las enfermeras lo acostaron en la
camilla. Seguidamente, una le puso una inyección
intramuscular, para tranquilizarlo. Poco después, cuando
ya estaba más tranquilo, entre el médico y la enfermera
le estuvieron limpiando las heridas que se hizo. Lo han
tratado muy bien.
- ¿ Estuviste presente ? ¿ Viste cómo lo curaban ?.
- Sí, no me he separado de él, ni un sólo momento. Hugo
pidió, que me quedara, y el doctor aceptó. Pues con todo
el daño que trató de hacerse, tenía mucho miedo a que le
sucediera lo peor, y le pedía al doctor que lo curara.

278
Cuando ya le limpiaron las heridas, se quedó tranquilo.
Vinieron dos camilleros, y se lo llevaron. Lo condujeron
a otro pabellón para infecciosos, y lo introdujeron en
una habitación de seis camas, todas estaban llenas con la
de Hugo. No me he separado de él, ni un solo instante.
Quería que me quedara a su lado esta noche, yo estaba
dispuesto a hacerlo, pero la enfermera de turno, me dijo,
que no me podía quedar. Le prometí a Hugo, que
mañana después de que salga del trabajo iría a verlo. No
tendría que ir mañana a trabajar, y quedarme a
descansar, es muy tarde, no he dormido nada, y la
moral, la tengo por el suelo.
Émile cogió mis manos, y llevó cada una a sus
mejillas, para que mantuviera cogida su cara. Él, seguía
con sus manos apretando las mías, necesitaba calor
humano, calor mío. Por sus mejillas resbalaron dos
lagrimas, y lo que nunca le vi hacer, lo hizo esa noche,
junto con las lágrimas y la pena que tenía, se le escapó
un suspiro, que más que un suspiro era un sollozo que le
salió desde el fondo de su corazón. Estaba llorando con
mis manos cogidas a su cara. Sentí una gran compasión
hacia él, en esos instantes no sentía ningún
resentimiento, ya hacia tiempo que iba olvidándolo todo,
y en esos instantes sentí deseos de abrazarlo, igual que
se abraza a un hermano o, a un amigo. Me senté en el
borde de la cama a su lado, retiré mis manos de su cara
y lo estreche entre mis brazos.
Émile se abrazó fuertemente a mi, apoyó su cara
encima de mi hombro, y lloró, como nunca lo vi llorar.
Yo también lloré, dentro de mi pecho salía mucho
cariño hacia él, quizá era el amor que tantos años había

279
sentido por Émile, pero que ya no era amor sino un
inmenso cariño, mezclado con compasión. En esos
momentos me hubiese gustado que las lágrimas que
echaba, fueran de felicidad.
Allí estábamos Émile y yo, sentados en el borde de la
cama, abrazados cómo dos amigos que sentían mucho
cariño el uno hacia el otro y llorando. Cuando nos
tranquilizamos, nos separamos, y nos miramos con pena.
Émile seguía cogido a mis manos, tenía miedo de
sentirse sólo, no buscaba nada más, pues, de fijo sabía
que yo me había alejado para siempre de su amor. Ahora
todo lo veía distinto, diferente, también él, sentía
clemencia hacia mi, del daño que me había hecho sin
importarle lo más mínimo.
- Necesitarías tomar un vaso de leche caliente para que
te ayude a dormir - Le propuse - Aunque mañana no
vayas a trabajar y te quedes descansando.
- Tomaré el vaso de leche caliente, tienes razón, pero
tengo que ir a trabajar, he dejado hoy un trabajo medio
acabado, que urge - Dijo soltando mis manos, y
acercándose a mi mejilla derecha, me dejó un beso, que
noté que era de agradecimiento. Me puse en pie, seguido
de la mirada levantada de Émile que me siguió hasta que
salí del dormitorio.
Calenté leche para Émile y para mi, también yo
necesitaba tranquilizarme y dormir aunque fueran unas
horas.
Estaba llenando dos vasos de leche humeante, cuando
sentí detrás de mi la respiración de Émile, me di la
vuelta, y esperaba parecido a un niño, uno de los vasos
de leche. Cogí uno y se lo ofrecí. Lo cogió con el pulgar

280
y el índice, y mirándome con una leve sonrisa de
agradecimiento fué a ponerlo encima de la mesa de la
cocina, y se sentó en una silla. Advertí que sentía deseos
de hablar. Cogí el otro vaso de leche e hice lo mismo, lo
deposité encima de la mesa frente a Émile y me senté.
Bebí un sorbo despacio para no quemarme, Émile
me acompañó a hacer lo mismo. Allí estábamos los dos
sólos mirándonos frente a frente. Miré el reloj que había
colgado de la pared, y marcaba, las seis de la mañana.
Hice con la mirada un gesto a Émile para que se
diera cuenta de la hora que era. Émile posó su mirada en
el reloj, y después, me miró a mi. Hizo un gesto, levantó
los hombros dándole igual, seguidamente bebió un poco
de leche.
- Claire - Dijo haciendo una pausa - Me doy cuenta
ahora de que hacías falta aquí. ¿ Porqué la ceguera nos
lleva a ver las cosas de distinta manera, y no pensamos
que si algo se hace es porque es necesario ? ¿ Porqué
pensé, y ahora te lo digo sinceramente y con el corazón
en la mano, que tu presencia aquí estorbaba ? ¿ Te das
cuenta que la mujer a la que yo más he querido, no era
necesaria a mi lado ?. Quiero saber, porque soy tan
egoísta, porqué lo he sido toda mi vida. Claire ¿ Sigues
enfadada conmigo ?.
Negué moviendo la cabeza.
- Ya no - Respondí tranquila - Con la enfermedad que
estoy viviendo cerca de Hugo, y con la vida que estoy
viendo que hacen los nativos, discriminados por una
gran parte de los blancos, lo mío no tiene importancia,
lo nuestro, lo tuyo y lo mío es corriente de que el
hombre se aleje de su esposa por haberse enamorado de

281
otra mujer o, de un hombre, cómo es tu caso. Yo
también con el corazón en la mano, no te guardo rencor,
ni siquiera una pizca de quimera. No.

- ¿ Sabes lo que más me duele ? Dijo Émile moviendo la


cabeza.
- No.
- Que no me quieras, que no sientas nada hacia mi, que
sea para ti, indiferente. Eso me duele mucho ¿ Sabes ?.
- Es normal, la reacción mía hacia ti - Dije sacudiendo la
cabeza - ¿ Qué esperabas ?.
- Sé que tienes razón, y que me merezco todo lo peor,
pero desde un principio, desde el primer día que te
conocí ¿ Recuerdas esos días ?.
- Sí, cómo no lo voy a recordar.
- Pues, esa tarde cuando nos conocimos en el parque, tu
estabas con tu amiga de toda la vida, Marguerite. Yo me
senté a tu lado porque al verte, una flecha se me clavó
en el corazón. Pensé, ella es para mi. Pues bien, yo
venía de dejar a un amigo, y de quedar con él, para esa
noche. Ahora ya sabes para qué, cuando nos vimos tu y
yo dos días después, que fué a la tarde. Esa noche
también me acosté con este amigo mío, pero estuve todo
el tiempo acordándome de ti. Este amigo, que ya hacía
un año que nos acostábamos, esa noche notó que yo no
estaba como siempre. Incluso me montó una escena
diciéndome y reprochándome, de que yo tenía otro
hombre, porque dos días antes, que fué cuando tu y yo
nos conocimos y que yo y él, tuvimos relaciones, ya lo
notó. Esa noche tampoco estuve con él, como otras
veces.

282
- Émile, dime ahora que pasó el día que nos casamos,
cuando a la noche después de la cena con todos los
invitados, desapareciste durante una hora, y viniste
diciendo después, que unos amigos te habían llamado
para que tomarais unas copas juntos ¿ Porqué a estos no
los habías invitado ?.
- Si, te voy a contar lo que nunca me he atrevido a
decirte - Dijo mirándome fijamente y sinceramente a los
ojos - Se trataba de este amigo. Lo invité a nuestra boda
pero se negó a ir. Me dijo que no quería ver cómo me
casaba, y cómo besaba a una mujer. Me desafió
diciéndome que, durante la cena, se pondría en la barra
del restaurante, para vigilarme y para que me acostara
con él, de lo contrario iría a verte un día y te contaría lo
nuestro.
- ¿ Donde tuvisteis relaciones ?.
- Dentro de su coche - Dijo cerrando los ojos, y bajando
la cabeza.
- ¿ Entonces, esa noche, cuando nos acostamos, ya antes
habías tenido relaciones con él ? - Pregunté totalmente
abrumada.
- Sí, sé que es indigno. Que soy un sinvergüenza, un
miserable, todo lo que pienses de mi o digas, estás en tu
derecho.
- ¿ En ningún momento te arrepentiste de todo esto que
me estás contando ?.
Afirmó con la cabeza mirando el vaso de
leche vacío.
- Muchas veces, muchas veces intenté romper con esta
relación que me estaba dando muchos quebramientos de
cabeza, pero cuando le insinuaba algo, se ponía

283
histérico, pegando gritos y diciéndome que, un día
vendría a contártelo todo. Como verás, yo no estaba
dispuesto a que nuestro matrimonio se rompiera. Pues,
seguro que en aquella época era capaz de haberlo
matado si eso hubiese ocurrido. Te quería mucho
¿ Sabes ?.
Meneé la cabeza, incrédula.
- Claire, estás en tu derecho de pensar lo contrario. Soy
un miserable, lo mío, no tiene nombre - Repuso - Pero
me creas o no, es la verdad. Traté, de verás te lo digo,
que nuestro matrimonio no se rompiera, quería tenerte
cerca de mi.
- ¿ Cuando se rompió vuestra relación ? Porque se
rompió ¿ No es cierto ? - Le pregunté para aclarar más
la situación.
- ¿ Porqué crees que me vine a trabajar a Johannes-
burgo ? Había llegado la situación a un límite, que no
podía por más tiempo aguantar. No paraba de hacerme
chantajes, si no era con una cosa era con otra.
Un día me pidió que te dejara, y que nos fuéramos a
vivir los dos lejos - ¡ No ! - Le respondí - No quiero más
verte ni saber de ti. Me amenazó diciéndome que te iba
a escribir con detalles toda la historia que vivimos desde
el primer día hasta el último.
- Todo quedó en una amenaza ¿ No ? - Dije, con los
codos apoyados en la mesa y las manos cruzadas por
debajo de la barbilla.
- La amenaza la cumplió - Dijo Émile afirmando.
- ¿ Dices que la cumplió ?.
- Sí, la cumplió, era un rastrero, un sinvergüenza y por
no darle más calificativos un miserable.

284
- ¿ Pues, yo no recibí ninguna carta ? ¿ Porqué dices que
la amenaza la cumplió ?.
- Cuando me dijo que te había escrito, estuve dos días
seguidos esperando que llegara el cartero. Al segundo
día de esperarlo fué cuando trajo la carta, y después de
que la echara en el buzón, yo la recogí, la abrí, y la leí.
Eran cuatro folios los que te había escrito, mitad
de lo que había escrito era verdad, y la otra mitad que
era más, todo era inventado, todo eran mentiras, cosas
que jamás existieron entre él, y yo. Después de ver lo
que hizo, pensé que era peligroso para ti y para mi, de
que yo continuara trabajando en París, y viviendo en
París. Entonces fué cuando me ofrecieron este trabajo,
me vino como anillo al dedo.
- Está muy bien lo que hiciste - Dije medio enfadada -Te
viniste aquí, y a mi me dejastes sóla en París, eres más
cobarde de lo que yo pensaba. Qué ciega estaba
queriéndote como te quería. ¿ No pensaste que ese tipo,
que ese mal tipo, se hubiese podido vengar conmigo ?.
- No, me aseguré de que no fuera así, que podría haber
sido, pero unos días antes de venirme, me entrevisté con
él, le hice ver que nuestro matrimonio lo había roto, y
que yo me iba y te dejaba. Sonrió contento y satisfecho
de haber podido hacerme daño.
- ¿ Entonces, nuestro matrimonio quien lo rompió ? - Le
pregunté algo desolada pero sin tenerlo mucho en
cuenta.
- Quizá puede que fuera él, y yo actué de esa manera por
miedo, soy un cobarde, lo has mencionado antes y tienes
razón, siempre me he visto como un cobarde, me han
llamado de ese modo mil veces. Y sobretodo, quería

285
dejarte aparte de todos mis rollos y líos, no te lo
merecías, ni te lo mereces. Pero sólo Dios lo sabe tantas
noches a solas en mi habitación, lo mucho que he
llorado por ti. Por haberte engañado cómo te engañé. Me
sentía un ser despreciable y sucio, cuando por las noches
hacíamos tu y yo el amor, después de yo haber estado
con esa mierda de tipo.
- Émile, cuando te despedías de mi para venir a
Johannesburgo, en el aeropuerto me dijiste dándonos el
último beso que pronto nos volveríamos a ver, y que
ibas a traer mucho dinero para que no me faltara de
nada. Ojalá el tiempo pasé rápido, me dijiste para que
estemos otra vez juntos ¿ Que ha sido de toda esa
promesa ?.
- Todo lo que hice, fué actuando bajo el poder del
miedo, pero como te he dicho antes, el mayor miedo que
tenía era por ti, que no te fuera a ocurrir nada, ni que
nadie te dañara en lo más mínimo.
- Cuando conociste aquí a Hugo, seguiste con el mismo
rollo que tenías en París ¿ Porqué lo hiciste si tanto me
querías ?.
Émile se cruzó de brazos que era lo habitual en él,
cuando tenía que responder a algo muy concreto. Llevó
su mirada a lo alto, se humedeció los labios y meneó la
cabeza como si hubiera encontrado la respuesta.
- Necesitaba a mi lado a alguien muy sensible, tanto,
como lo eres tu u otra mujer. Hugo por dentro es igual a
otra mujer. Tiene las lágrimas fáciles, sus sentimientos
resaltan a la vista de cualquier persona, sus facciones,
son también suaves, y su piel fina como la de la mujer.
Rápidamente cuando nos conocimos, fué él, quién se

286
enamoró de mi. Era tierno, y me demostró su amor. Yo,
en cambio, aunque sea gay, soy muy distinto, por fuera
soy un hombre y por dentro también. No puedo sentir
como una mujer, ni como siente Hugo, soy áspero y
rebelde, me gusta dominar. Es por eso que mi amor por
ti, ha sido sincero. Te deseaba cada noche, cada instante
que te acercabas a mi para hablarme de algún asunto
¿ No recuerdas las veces que te escondías ? Aunque
fuera entre risas te escondías de mi para que no te
cogiera ¿ Lo recuerdas ?.
Afirmé con la cabeza, con una risa suave.
- Émile ¿ Que fué lo que te llevó, lo que te condujo a la
homosexualidad ? ¿ Porqué te atraían los hombres desde
muy joven ?.
Émile cerró la boca y selló los labios. Sus ojos se
clavaron en los míos, se echó hacia atrás del asiento y
respiró profundamente.
- Mis padres me metieron en un correccional, a la edad
de catorce años. No quería estudiar, buscaba peleas con
otros chicos de mi colegio, y llegué agredir a varios
seriamente. A uno en una pelea le partí la mandíbula.
Sus padres llevaron a juicio a los míos, por no darme la
educación adecuada, por no corregirme cuando lo
necesitaba. Mis padres tuvieron que pagar a los padres
de este muchacho una indemnización que el juez les
impuso, y les advirtió, que si había otra queja de otras
familias, tendrían la obligación de encerrarme en un
reformatorio hasta que fuera mayor de edad. A mi, todo
me importaba un pito, era agresivo por naturaleza, y no
me importaba causar daño. Mi padre no sabía cómo
aplicar la ley conmigo. Un día después de que le hubiese

287
pegado una paliza a otro chico de mi colegio. Se encerró
mi padre conmigo en mi habitación, se quitó la correa
para pegarme. Yo lo desafié y le dije - ¡ Ven y pégame
si tienes huevos ! - Mi padre no avanzó y se quedó
donde estaba, con el cinturón en la mano derecha. Me
miró de una manera, que aún todavía lo recuerdo. Yo
sabía que todo para mi se había acabado, y que sólo me
esperaba el internado. Salió de mi dormitorio, y sé que
iba llorando, oí como le decía a mi madre que lo
esperaba fuera - Mañana empiezo a mover los papeles
para que entre en un correccional - ¿ Porqué lloras ?
¿ Que ha ocurrido ? - Le preguntó mi madre con la voz
desgarrada - Me ha querido pegar - Dijo mi padre
lanzando un sollozo.
Cómo mi caso era grave y corría prisa, lo arreglaron
todo en menos de una semana. Mi padre tuvo que ir al
juez a exponer el caso, y es por eso que fué atendido
rápidamente. En el fondo yo deseaba que ocurriera este
proceso lo más pronto posible. Eran mis padres y me
dolía el daño que les estaba haciendo. A mi madre le
estaba causando un gran dolor, apenas me decía nada
para no alterarme. Antes de entrar en el reformatorio,
tuvieron que llevarme a un psiquiatra, para que le dieran
un informe de mi estado mental, y entregarlo con toda la
documentación que mi padre tenía que entregar. El
informe del psiquiatra decía. Mente normal, pero
impulsos muy agresivos.
Recuerdo el día que tenía que entrar en el
reformatorio. Mi padre, aparentemente parecía frío y
distante conmigo, pero en el fondo sabía que sólo era
una apariencia. Porque trabajaba mucho para poder

288
sacar a todos sus hijos adelante. Mi madre era la que
peor estaba, y no hacía más que repetirme - ¿ Porqué
nos haces esto hijo ?.
La primera noche que pasé en el correccional, la pasé
llorando.
Pensaba en mis padres, el daño que les había hecho,
pensaba en mis hermanos y hermanas, que también lo
pasaron muy mal. No quise despedirme de ninguno de
ellos, no podía. Eran mis hermanos y los quería, también
quería a mis padres, aunque mi comportamiento fuera
indeseable. No les guardaba ningún rencor por haberme
encerrado en el reformatorio, sabía que era la mejor
solución, al menos, eso era lo que yo creía.
Dentro del reformatorio, me mostraba desdeñoso con
los demás compañeros. Sabía que ellos estaban allí para
reformarse, por ser chicos difíciles y violentos, y trataba
de no enfrentarme con ninguno de ellos. La habitación
que ocupábamos era para diez chicos, de casi la misma
edad. Ya desde la primera noche que llegué, y después
de que el vigilante que se ocupaba de apagar la luz, y
darnos las buenas noches, se fuera, vi que habían chicos
que se pasaban a la cama del compañero que tenía al
lado. No me importaba lo más mínimo lo que hacían
entre ellos. Incluso, llegué a pensar - ¿ Esto es un
reformatorio ? - No me importaba nada nadie de allí,
eran tan sinvergüenzas cómo lo era yo.
Enfrente de mi cama dormía un chico. Era rubio, con
el pelo cortado al cepillo, el color de sus ojos eran
castaños, el bajo de los ojos lo tenía rojizo. Miraba a
todos de medio lado, menos a mi, que me miraba de
frente pero con la niña de los ojos hacia arriba. No solía

289
reír, la cara la tenía contraída por la ira y el rencor.
Calculé sus fuerzas con las mías, y pensé, que él, era
peor que yo, y que debía de estar allí, por algo peor que
lo mío.
Una noche antes de que viniera el vigilante para
apagar la luz, me miró cómo cada noche lo hacía, no me
lo esperaba cuando oí que me preguntó con desdén.
- ¿ Porqué me miras tanto ?.
- Te miro como tu me miras - Le respondí,
devolviéndole el gesto de indiferencia.
Esa noche no sucedió nada más, pues, no tardó en
llegar el vigilante, e hizo como cada noche. Algunos
chicos esperaban este momento para hacer cambio de
cama. Al principio, Antoine y yo, no habíamos
congeniado, él me caía mal, y yo a él, también.
- ¿ Se llamaba Antoine este chico ? - Le interrumpí para
preguntarle.
Émile afirmó con la cabeza y siguió.
Un día a la semana, los martes, venía al internado un
psicólogo. Hacía una terapia en común a todos los
chicos que estábamos en este centro, habían varias
habitaciones y en total éramos aproximadamente treinta
chicos. El psicólogo escuchaba a cada uno lo que le
exponía, y él, trataba de darle la solución al tema.
Antoine le preguntó -¿ Cuando hay dos que no
congenian que deben de hacer?- El psicólogo lo miró y
señalándolo con el índice le respondió - Cuando dos
personas son opuestas por sus caracteres, cuando no se
llevan bien y hay amenazas por ambos lados, es porque
en el fondo son iguales. Mi consejo es que, tienen que

290
vivir juntas para que se conozcan mejor y acoplen el
modo de ser.
Yo sabía que esa pregunta la había hecho refiriéndose
a él, y a mi. Estaba seguro de que los dos éramos
iguales, idénticos, y nos molestaba al uno y al otro
mirarnos de frente. Uno se reflejaba en el rostro del otro,
y esto nos fastidiaba a los dos. Una noche, hacía una
hora que el vigilante había apagado la luz. Me quedaba
siempre dormido bastante después. Todo me cogió por
sorpresa. Sentí encima de mi un peso, me di cuenta y,
quien estaba oprimiéndome el pecho con el suyo era
Antoine. Me dijo acercando sus labios a mi boca cómo
un susurro - No digas nada, y deja que esta noche
soñemos los dos juntos. Su manera de decirlo me gustó,
el contacto de su cuerpo con el mío también. Lo que al
principio me pareció que fuera un chico rudo y sin
modales, descubrí de que era todo lo contrario.
- ¿ Esa noche fué la primera vez que tuviste relaciones
con Antoine ? - Le pregunté ensimismada.
- Esa noche, no tuvimos relaciones, pero sí, nos
estuvimos tocando hasta llegar a eyacular los dos.
Antoine besaba muy bien, él no era la primera vez que
iba con un chico, yo sin embargo si, él fué quién me
enseñó a saber disfrutar del beso.
- ¿ Que edad tenía Antoine ? - Le pregunté.
- Un año más que yo - Respondió Émile.
- Entonces Antoine tenía quince años, y tu catorce ¿ Con
quince años había ido ya con otros chicos ?.
- Sí, no sé cuantos, pero por lo menos con dos o tres,
tenía más experiencia que yo. Los años que estuve en el
reformatorio, tuvimos casi todas las noches relaciones.

291
Unas veces, él venía a mi cama, y otras era yo quien iba
a la suya, llegué a quererlo, y mucho.
Así pasaron tres años, hasta que los padres de
Antoine lo sacaron del reformatorio, tenía dieciocho
años y con esa edad podía trabajar. Cuando supimos que
nos separaban llorábamos los dos abrazados, haciendo
planes para cuando yo saliera. Deseábamos con todas
nuestras fuerzas volver a encontrarnos, y hacer los dos
una vida en común.
El día que nos despedimos, fue muy amargo para los
dos, y creo que para mi más, porque me quedaba allí
dentro y sin mi mejor amigo.
- ¿ Supiste más tarde de él ? - Le pregunté.
Émile hizo una pausa, reposaba su vista en la mía sin
ninguna inquietud, creo, que admiraba la manera que lo
estaba oyendo, de cómo escuchaba sin ninguna clase de
rechazo su confesión gay.
- Claire, ¿ No te sientes molesta por todo lo que estás
oyendo de mi ? ¿ No estás resentida de que esta noche
me esté confesando abiertamente a ti ? - Preguntó con
sinceridad.
Meneé la cabeza manteniendo su mirada.
- Necesitaba que me hablaras del modo que lo estás
haciendo, tenía que saber, estoy en mi derecho de saber
porqué me dejaste por un hombre. Ahora ya casi un año
que hace que estamos separados, por fin, he oído lo que
por tu boca quería escuchar. Pero en esta historia hay
muchas cosas que no entiendo - Dije negando.
- Dime cuales son, y yo te responderé - Dijo con
honestidad.

292
- Por ejemplo - Dije - ¿ Cómo has podido amarme
siendo yo una mujer, del modo que lo hiciste ? Jamás
hubiera sospechado nada de ti.
- Antes te he hablado, y te he dejado claro, que lo tuyo
fué un flechazo. En mi vida has sido la primera y única
mujer. Nunca, jamás me ha interesado otra, ni he tenido
relaciones con ninguna.
- ¿ Entonces, antes que yo no hubo en tu vida otra
mujer?.
- No, y te lo puedo asegurar. La primera mirada que te
eché, cuando mis ojos se fijaron en ti, vi a una Diosa,
con la belleza angelical que una Diosa pueda tener en
las alturas del Olimpo. Los siete años que hemos estado
juntos, te he tratado como lo que eres, una gran mujer
¿ No ha sido así ?.
- Sí, es cierto - Respondí obligada, porque tenía razón -
Repuse.
- ¿ Que fué lo que pasó con Antoine ? ¿ Volvisteis a
veros de nuevo ?.
- ¡ Ah ! Venía al reformatorio a visitarme todos los
domingos. No podíamos tener relaciones cómo antes,
porque las visitas se recibían en una sala o, bien en el
jardín. En este último sitio podíamos a veces
escondernos detrás de algún arbusto, pero sólo nos
besábamos, por miedo a que nos descubriera alguien.
Pero me escribía todas las semanas dos cartas, y en ellas
me decía, lo mucho que me quería y me deseaba.
Esperaba ilusionado como yo, el día de mi salida. Al
año siguiente salí del reformatorio. Mi padre había
quedado ya con una empresa de siderurgia para que
entrara a aprender el oficio. Me buscó un trabajo que iba

293
bien con mi carácter. Yo iba más apaciguado, más
tranquilo. El reformatorio, no me reformó en nada, pero
mi carácter cambió quizá fuera porque estaba
enamorado e ilusionado con Antoine. Nos veíamos
prácticamente todos los días, y cuando había pasado un
año, y ya habíamos recaudado dinero de nuestro trabajo,
decidimos ir a vivir juntos a un pequeño apartamento
que alquilamos en la parte vieja de París. A los seis
meses de estar conviviendo, empezaron nuestras peleas,
peleas muy fuertes, hasta el punto de darnos puñetazos y
patadas, nos encarábamos para ver quién era el más
fuerte, y todo era por cuestión de celos.
- ¿ Qué era lo que sucedía para que llegarais hasta ese
extremo ? - Le interrogué, porqué no entendía la
situación.
Émile lanzó un suspiro.
- Éramos los dos en todo iguales. Yo advertí que me
engañaba con otros chicos, y él, también se dio cuenta
de que yo lo estaba también engañando. Ninguno de los
dos aceptábamos esta situación. Y un día llegamos a
romper gran parte de los muebles del piso, pues, era un
piso amueblado el que habíamos alquilado. Los vecinos
se fueron a quejar al dueño, y este, nos echó a la calle.
Aquí comprendimos que no estábamos hechos, él
uno para el otro, y decidimos romper nuestra relación.
Yo me vi obligado a volver a la casa de mis padres, pero
con una condición, que mi padre me puso - Me dijo -
Émile hijo, esta es la casa de tu madre y mía, trata de no
salirte de la raya, porque te echaré fuera, y nunca más
serás bien recibido. Comprendí bien la advertencia, y
por la cuenta que me traía lo hice todo bien. Años más

294
tarde te conocí, y nos casamos. Todo lo que sigue
después, lo conoces.
- ¿ Cómo se llamaba el chico con el que tenías
relaciones cuando nos casamos ? - Le pregunté, porque
tenía otra duda.
Marcó una sonrisa, y se cruzó de brazos.
- Se llamaba Daniel ¿ Porqué me lo preguntas ?.
- Es que no me convence, y lo veo extraño, que tu
siendo tan violento como has contado que eras, y que yo
también sé que eres, porque he presenciado cómo has
utilizado la violencia con Hugo, te fueras de París
huyendo de Daniel, y no le plantaras cara ¿ También
Daniel era violento ?.
- Claire, ya te lo he contado mil veces. Me vine de París
para que Daniel me olvidara, y no te hiciera a ti ningún
daño, por que entonces, sí que es verdad, que me lo
cargo, sé que iría a la cárcel, pero lo hubiese matado.
- Émile, no me has respondido. ¿ Daniel es también
violento ?.
- Es violento, pero lo más fuerte que él puede hacer es
destrozar la vida de una persona. Si no se le da lo que
quiere, carece de sentimientos. He llegado a la
conclusión de que su corazón está vacío de emociones, y
que no conoce la palabra sentimientos. A él sólo le
obsesiona una cosa y la mantiene en la cabeza hasta que
no la consigue. Sexo y más sexo.
Le hice creer que tu me habías dejado después de haber
recibido tu carta, y que me venía a África.
- ¿ Le dijiste que te venías a Johannesburgo ?.
- No exactamente aquí.
- ¿ Donde le dijiste ?.

295
- Le dije al Congo Belga. Si me quiere buscar que me
busque allí.
Solté una carcajada.
- ¡ Émile, mira la hora que es ! - Le marqué siguiendo la
vista hasta el reloj.
- Las seis y media, desayunaré algo más fuerte para
prepararme e ir a trabajar.
- ¿ Desde el trabajo te irás al hospital para ver a Hugo ?
- Le pregunté preocupada.
- Si, lo haré de ese modo, de esa manera podré estar más
tiempo con él. Claire, quiero pedirte perdón, quiero que
me perdones el haberte estado engañándote tantos años.
Sé que ya no me quieres como antes, pero también me
queda la tranquilidad, de que no me guardas ninguna
clase de rencor. No he sido nunca hombre de pedir
perdón, eso tu ya lo sabes, esta es la primera vez que te
lo pido a ti.
- Cuando nos enfadábamos, mostrabas siempre tu mal
carácter. Sabía que eras agresivo, pero no cómo me has
contado. Jamás, te tuve miedo en ninguna ocasión,
porque aunque seas mal hablado, y te dejes llevar por la
ira, sabía que había algo tierno en ti. Pues, media hora
después, se te había ido el enfado y volvías al estado
normal.
Tengo mucho que perdonarte, porque me has hecho
mucho daño, más de lo que tu te piensas, aunque no lo
demuestre, mi corazón está muy herido, y sin embargo
tengo la sensación de que tu no has pasado por mi vida.
- Claire, a mi sí me duele que digas eso, porque cada vez
que te tenía entre mis brazos, era el hombre más feliz de
la tierra. Nuestra vida vivida jamás se me va a olvidar,

296
tu por el contrario dices que ya no te acuerdas. Pero
vuelvo a pedirte otra vez perdón, para decirte, que no te
creo. Eres demasiado tierna y romántica cómo para
olvidar al gran amor de tu vida.
Lo miré sonriendo.
- ¿ Porqué estás tan seguro de que tu fuistes mi gran
amor ? - Le dije mirándolo a los ojos.
Émile seguía con temple mi vista al mismo tiempo
que vacilaba, estaba provocando llamar mi atención. El
orgullo de hombre macho, lo perseguía, y esto lo estaba
desgarrando por dentro, aunque con disimulo.
- No es verdad lo que me estás diciendo, lo dices ahora
para que yo me sienta mal, y me estás clavando el puñal
que el primer día que llegaste a Johannesburgo hubieses
hundido en mi pecho. No te creo - Dijo meneando la
cabeza.
Lo di por sentado, porque era muy tarde.
- Me voy a dormir - Dije poniéndome en pie.
Émile sin moverse de su asiento, cogió mi mano
derecha, con fuerza, me retenía para que yo siguiera
hablando, quería terminar la pregunta que me había
hecho.
- De nada sirve ya hablar - Repuse - Puesto que yo no te
hago preguntas de donde vienes cada noche, pues, si no
te las hago, es porque no me interesa ¿ De acuerdo ?.
- Te las puedo decir, si quieres ahora. Siéntate, y te lo
explico - Dijo estirándome de la mano para que me
volviera a sentar.
- Émile, por favor, no tienes porqué decirme lo que
haces fuera de la casa, porque me lo imagino.

297
- Qué te imaginas ¿ Que voy con otros hombres ? - Dijo
casi como una súplica.
- Ya no me imagino nada, es igual.
Émile se puso en pie, y de súbito, me cogió por los
brazos con fuerza. Había palidecido, no estaba en su
estado normal. Puso su cara muy cerca de la mía. Sentí,
su aliento seco y algo agrio. Esta vez me asusté, y abrí
los ojos cómo platos.
- ¿ Me has engañado con otro hombre, en el transcurso
de los siete años que hemos estado casados ? - Dijo,
salpicándome a la cara con unas gotas de su saliva.
- No Émile - Respondí con la voz algo temblorosa, y
tratando, liberarme de sus manos - No sé porqué me
haces esa pregunta, puesto que demasiado sabes, que no
soy mujer de engañarte ¡ Suéltame que me estás
haciendo daño !.
- ¿ Fué antes de nosotros conocernos ? - Preguntó
soltándome los brazos.
- Es posible, pero eso pertenece a mi pasado - Le dije
más tranquila.
- ¿ Lo quisiste a él, más de lo que me has querido a mi
?- Me interrogó.
- ¡ Émile, eso ahora que importa ! Lo quise, y nada más
¿ Que te ocurre ? ¿ Porqué estás celoso ? Antes no lo
estabas. Te fuiste de París dejándome sola, y no te
importaba nada ¿ No te parece que es ridículo que me
hagas ahora esa pregunta ?.
- Sí, quizá tengas razón - Dijo con la voz apagada, y
dándose la vuelta para salir de la cocina.
Me había quedado algo nerviosa, y antes de subir a
dormir, salí al porche a tomar el fresco de la mañana.

298
Me senté en un sillón y cerré los ojos aspirando el aroma
que venía a jazmín.
La furgoneta que pasaba por delante de la puerta
llena de botellas de coca - cola, me despertó. Miré mi
reloj y marcaba las seis horas cincuenta y cinco minutos.
La luz del día era clara y luminosa. Observé las flores
cómo habían todas despertado, y las gotas de rocío
lavaban sus aterciopelados pétalos. Me puse en pie, y
entré en la casa, y de ahí, al piso de arriba para entrar en
mi habitación y dormir un rato. No me había todavía
dormido, cuando oí a Émile, que se iba a trabajar.

21

El lloriqueo de Diana, me despertó. Quería


que le abriera la puerta del dormitorio para salir. Me
levante de la cama con los ojos medio cerrados, busqué
el pomo de la puerta y le abrí. Dejé la puerta abierta y
me volví a la cama, sin mirar y sin pensar en la hora qué

299
era. El sueño de nuevo me había vencido. Y esta vez
me despertó la voz de Yosi que me llamaba desde el
umbral de la puerta. Abrí los ojos, y vi que se disponía a
llamarme de nuevo.
- ¿ Qué ocurre Yosi ? - Le pregunté con la voz
somnolienta - ¿ Qué hora es ?.
- Las once de la mañana señora. La he venido a
despertar porque hay alguien en el teléfono y habla en
francés.
- ¡ Ah ! muy bien Yosi, ya mismo bajo.
Mientras que me ponía el salto de cama, pensé que se
trataba de la madre de Hugo. Bajé las escaleras sin
pérdida de tiempo. Pues, no era fácil de que dieran
conferencia de París a África, ni de África a París,
siempre tardaban de dos a tres horas, para dar línea. El
teléfono estaba encima de la mesa y de lado, era así
como Yosi lo había dejado. Antes de llegar a cogerlo oía
la voz de la madre de Hugo. ¡ Alló ! ¡ Alló !.
- Buenos días señora Barreau. Perdone por haberle
hecho esperar.
- Buenos días, señora Franklin - Dijo con voz agitada -
Creía que nadie me cogía el teléfono ¿ Cómo está mi
hijo ?.
- Verá ... señora Barreau.
- ¿ Qué pasa ? - Dijo asustada.
- Hugo no está aquí. Anoche vino una ambulancia, y se
lo llevó al hospital.
- ¿ Al hospital ? ¿ Pues qué le ha ocurrido ? ¡ Dígamelo
todo por favor !.
- Es que ... no sé por donde empezar ¡ Fué todo tan
raro!- Dije totalmente aturdida.

300
- ¡ Pues dígame lo que sepa, no se calle nada ! ¿ Qué fué
lo que pasó ?.
Yo quería explicarle a la madre de Hugo lo que
sucedió exactamente, pero se lo quería decir de manera
apacible para que no se alterara, porque la oía a través
del teléfono muy excitada, y casi llorando.
- Señora Barreau, cálmese por favor. Le voy a contar
todo, pero tranquilícese.
- Sí de acuerdo, estoy bien - Dijo tratando de calmar la
voz.
- Hugo está muy enfermo - Dije serenamente - Creo que
debido a su enfermedad ha perdido el control de sí
mismo. Anoche, se empezó a autolesionar.
- ¿ De qué manera ? - Preguntó asustada e
interrumpiéndome.
- Se araño el cuello, el pecho y los brazos, hasta que se
hizo sangre. Llegué a tiempo antes de que encontrara
algo para herirse más. Llamé al hospital, y mandaron
una ambulancia. Émile fué quién lo acompañó.
- ¿ Y qué pasó después ? - Preguntó desolada.
- Émile vino ya de madrugada, y me estuvo contando,
que cuando llegaron al hospital, lo sedaron y se quedó
hospitalizado.
Oía a la madre de Hugo sonándose la nariz y llorar.
- Señora Franklin ¿ Me oye ?.
- Si, si, pero llámeme Claire.
- De acuerdo Claire - Dijo haciendo una pausa breve -
Hemos decidido de ir a Johannesburgo mi marido y yo,
y nos queremos traer a Hugo con nosotros a París. Mi
marido está gestionando para que nos pongan las
debidas vacunas, para poder entrar en África. Le han

301
confirmado, que es cuestión de quince días, incluso el
visado. La semana que viene, nos darán la fecha de el
día de salida. Cuando la tengamos, la llamo, y le digo el
día que llegamos.
- Me parece muy bien, señora Barreau, es una buena
elección. Pues Hugo, los necesita pero en particular a
usted. Siempre la está nombrando, y muchas veces me
ha dicho, lo mucho que la quiere, y que la echa a faltar.
- Claire, llámeme Jeanne. Es mejor que nos conozcamos
por nuestros nombres de pila.
- Si, estoy de acuerdo con usted Jeanne. Entonces,
quedamos, en que usted me llamará ¿ No es así ?.
- Cierto, nada más tengamos la fecha de salida, la llamo.
Puse el teléfono en la horquilla, y respiré tranquila.
Gracias a Dios que venían los padres de Hugo, me
alegre mucho, sobretodo por Hugo, estaría contento de
tener junto a él su madre.
Fui a la cocina, y me hice un té. Lo bebí de pie
mientras miraba la hora que era en el reloj que había
colgado en la pared.
Eran las doce, la hora de la comida. Antes de nada, tenía
que subir al cuarto de baño y darme una ducha, mi
cuerpo lo pedía a gritos.
Al subir el último escalón del piso de arriba, oí ruido en
mi dormitorio, no pensaba en Yosi en esos momentos.
Al llegar al umbral de la puerta, descubría a Yosi que
estaba acabando de hacer la cama. Y los golpes que oía
eran de su hijo Moisés, que trataba, con el matamoscas
en la mano, de eliminar dos que se habían colado, y
saltaban en la pared.

302
Me dirigí al cuarto de baño, y me encerré. Debajo del
agua cayendo sobre mi cabeza, las ideas y pensamientos
se iban sentando, y lo veía cada vez todo más claro.
A las doce y media Yosi se retiraba a su pequeño
albergue con su hijo, pues, ella también tenía que hacer
la comida para ellos dos. A las tres de la tarde
emprendía de nuevo su trabajo. Que consistía, en
recoger la ropa que por la mañana había lavado la
lavadora, y plancharla. Por la tarde tenía mucho tiempo
libre, y la mayoría de tardes hablábamos. Pues, de esa
manera fui aprendiendo el inglés. También ella tenía
temas, que para mi, eran importantes, y aún más, porque
me interesaba saber la cultura de los nativos. Yo la
encontraba muy interesante, y aún más fascinante.
Esa tarde después de comer, me fui a echar en una de
las tumbonas que posaban casi siempre debajo del gran
árbol, y me llevé un libro para leer, aunque lo que más
quería era descansar, cerrar los ojos y dormir un rato,
hasta que viniera Émile. No sabía lo que haría en esta
ocasión, después de lo que habíamos estado hablando
por la mañana antes de irse a trabajar. Lo vi, bastante
abatido y confuso, creo que la enfermedad de Hugo dio
de lleno y con rapidez, no se lo esperaba, e hizo en
Émile una reacción negativa.
Tenía los ojos cerrados y pensaba en la madre de Hugo,
la pobre mujer, lo mal que lo estaba pasando, tan lejos
de África. La voz de Yosi hizo que saliera de mis
pensamientos, y cómo si de un sueño profundo se
tratara, fui abriendo los ojos muy despacio.
- ¿ Qué hay Yosi ? - Le pregunté, con la voz algo lejana.

303
- Señora, en el porche, encima de la mesa he dejado una
bandeja con el té.
- Gracias Yosi - Dije levantándome de la tumbona.
Todas las tardes Yosi esperaba de pie a un lado de la
mesa a que nos sirviéramos el té. Cómo era mucho el
que hacía, se llevaba la tetera con el contenido de té que
quedaba, y se lo tomaba ella en la cocina. Esa tarde hizo
como todas, y cuando se había tomado el té, vino al
porche acompañada de su hijo Moisés, que llevaba en la
mano una galleta y la iba comiendo.
- Señora, me gustaría explicarle algo - Dijo Yosi
decidida y sonriente.
- ¿ Que és ? - La animé para que lo dijera.
- ¿ Cree usted en los espíritus ?.
La miré sorprendida, porque no me esperaba que me
fuera hablar del más allá. Yo veía en ella una chica
corriente, e incluso llegué a pensar de ella, de que no
seguía ninguna clase de religión, por lo natural que era.
De lo que me había bien fijado era en la educación que
le estaba dando a su hijo. La llegué a admirar mucho en
este sentido como madre. Era una madre coraje, una
madre que estaba trabajando sola para que su hijo
cuando fuera mayor estudiara una carrera, y fuera, como
ella decía, alguien importante en la vida.
- Yosi ¿ Me preguntas si creo en los espíritus ? - Le
repetí la pregunta para estar segura.
- Eso es, ¿ Cree en los espíritus, en el más allá ?.
- Pues ... ahora me has dejado que no sabría qué decirte
¿ Porqué me haces esa pregunta ? - Dije acabando de
beber el último sorbo que quedaba en la taza de té.

304
- Es que yo noto que es usted una persona espiritual -
Dijo convencida, que de mi se podía sacar y mucho -
Estoy segura de que usted lleva las reglas de Dios
¿ Estoy equivocada ?.
- ¡ Yosi ! - Dije riendo, riendo abiertamente - ¿ Eres
vidente ?.
- No señora, vidente como se entiende por vidente no.
Pero me mezclo con las médium videntes, y sé
diferenciar cuando veo a una persona si es espiritual o
no, y usted lo es.
- ¿ Y en qué lo has notado ? ¿ O lo has visto ?.
- Pues, de la manera que usted es. Lo que hace, lo que
dice. El comportamiento de una persona, está
relacionada su espiritualidad.
- Yosi ¿ Qué es lo que haces para que aprendas a
distinguir tan delicado saber estar ? - Le pregunté
interesándome por el tema.
- Verá señora, en el poblado donde mi familia vive, y de
donde yo soy también, hay dos hechiceros, un hombre y
una mujer. Los dos son médium y videntes. Contactan
con los pocos habitantes que tiene el poblado, tres días
al mes. Que son los tres primeros días de Luna llena. Yo
sólo asisto los sábados por la noche que es cuando caen
en trance los médium que deciden recibir al espíritu que
quiere entrar. Es una fiesta religiosa, donde cantamos
canciones en nuestro patois, son canciones espirituales
que nos son heredadas de nuestros antepasados. Cuando
estamos todos con nuestra fuerza cantando, hay mujeres
que caen en trance y dicen el nombre del espíritu que la
ha poseído.

305
Advertí en medio de la conversación, que el hijo de
Yosi Moisés, estaba silbando una canción espiritual, al
mismo tiempo que la bailaba. Era digno de verlo tan
pequeño, y sabía silbar con el mejor tono el ritmo de las
canciones. Y la gracia que tenía el ritmo que llevaba su
cuerpecito moviéndose al compás de sus silbidos. Yo
pensaba - Parece de caramelo. Con su trajecito azul
cielo que Yosi le ponía por las tardes. Yosi me miraba
satisfecha y emocionada al mismo tiempo por estar
descubriendo esas dos habilidades que su hijo tenía.
Miré sus ojos y los tenía brillantes, a punto de que le
salieran las lágrimas. Para Yosi su hijo era su orgullo, su
pasión y seguramente su razón de vivir.
- Yosi ¿ Moisés también asiste a estos ritos religiosos ? -
Le pregunté extrañada por lo pequeño que era.
- Sí señora, lo llevo a todos los sitios conmigo, quiero
que no ignore nada de nuestra cultura. También a estos
ritos religiosos asisten mis padres y mis hermanas. Mis
padres también nos llevaban a mis hermanas y a mi, a
estos actos. Sé muy bien lo que significa cuando una
médium entra en su círculo sagrado. Sólo ella sabe lo
que ocurre, porque es quien lo vive, pero las demás
personas que estamos a su alrededor, sabemos que en
esos instantes está rodeada de espíritus, que quieren
cada uno transmitirle algo.
Estaba embelesada oyendo toda la explicación que
Yosi me estaba dando con detalles los ritos espirituales
que en su poblado realizaban el primer viernes, sábado y
domingo de Luna llena, jamás hubiera pensado que ella
pudiese seguir esta religión.

306
- Yosi ¿ Sois muchos los que asistís a esta ceremonia ? -
Le pregunté, porque me interesaba el tema.
- Nos reunimos muchos. Pienso que la mayoría del
poblado nuestro están allí, también asisten blancos que
viven en Johannesburgo.
- ¿ También van de Johannesburgo ? - Pregunté
extrañada, pero con deseos de saber cómo eran esos
rituales. Yosi captó mi deseo y me lo propuso.
- ¿ Le gustaría a usted asistir a una de estas ceremonias?.
- Sí. Sinceramente si, pero yo lo tengo algo complicado
para ir, mi marido no creo que me quiera acompañar,
aunque se lo pidiera no aceptaría, él no cree en el más
allá, ni en los espíritus. Dice que todo eso son bobadas y
pura teoría, y que no se está en su sano juicio si
pensamos que los espíritus van de un lado a otro. Es
bastante incrédulo a lo que religión se refiere.
- Señora, creo que usted debe de asistir aunque sea una
sola vez, estoy segura que le gustaría y se sentirá muy
bien, porque entre todos los asistentes y participantes
corre un fluido, una magia, y un bienestar, que nos
sentimos todos atraídos por esa noche mágica y llena de
esplendor. La única luz que nos alumbra es la de la
Diosa Luna, esas tres noches se viste con piedras
luminosas para darnos a todos luz.
- Quiero ir, quisiera descubrir ese mundo fascinante que
desde toda la vida he oído hablar, y que no sé lo que es
¿Cuando vuelven a hacer estos rituales ?.
- El primer viernes de Luna llena y el sábado, son los
días más importantes, y el domingo es para que los
médium presagien el futuro a los visitantes que lo pidan,
y lo hacen, a través de los espíritus.

307
- ¿ Te han predicho a ti alguna vez el futuro ? - Le
pregunté medio en broma.
- Una vez, y le aseguro que hasta ahora me ha salido
todo.
- Ya hablaremos más adelante cuando se esté acercando
el día, pues, hace sólo una semana que fué Luna llena -
Repuse cambiando de tema - ¿ Sabes que el señor
Barreau está hospitalizado ?.
- No señora, no lo sabía - Respondió con tristeza - Me
ha extrañado esta mañana cuando he entrado en su
dormitorio y he visto que no estaba. También el salón lo
he visto algo revuelto, y su dormitorio ¿ Es grave lo que
tiene ?.
- Quiero pensar que se repondrá, pero no las tengo todas
conmigo - Dije con la esperanza perdida.
- La señora que esta mañana estaba en el teléfono era
francesa. La operaria dijo que era una conferencia de
París - Dijo deteniéndose y observándome.
- Sí, era la madre del señor Barreau. Está preparando
viaje para venir con su marido, y estar un tiempo con su
hijo. Está sufriendo mucho la pobre mujer desde que
sabe que su hijo está enfermo.
- ¿ Se quedarán a vivir aquí ? - Preguntó por saber más
sobre lo que ocurría.
- Pues si, se quedaran aquí en la casa. Sé porqué me lo
preguntas ¿ Es por las habitaciones que hay ?.
- Sí señora - Dijo tímidamente.
- Ya nos arreglaríamos, eso no es grave. Lo que para mi
tiene importancia, y me tiene preocupada es la salud del
señor Barreau.

308
- ¿ Tan mal cree usted que está ? -Dijo también
preocupándose.
- Me gustaría hablar con el médico que lo lleva, y que
me dijera la verdad de la enfermedad que padece. Veo
cómo cada día se va consumiendo. Tengo ganas de que
lleguen sus padres, creo que le daremos una solución
cuando ellos estén aquí.
En esos instantes se oyó el timbre del teléfono. Me
puse en pie, y me dirigí al salón, y lo cogí - ¿ Diga ?.
- Claire, soy Émile. Te llamo para que sepas que ahora
salgo del hospital de ver a Hugo, está mejor o, quizá
siga igual. No me esperes para cenar, he quedado con
Paul, e iremos a cenar varios amigos a su casa.
Me extrañó mucho que Émile me llamara para darme
explicaciones de donde iba a cenar, puesto que desde
que estaba yo en Johannesburgo hacía lo que quería,
venía a la hora que le daba la gana. Me cogió de
improviso ese cambio.
Fui dura con él.
- ¿ Has hablado con Hugo ? ¿ Le has preguntado cómo
está ?.
- Claire ¿ Porqué me haces esas preguntas ? Te acabo de
decir que Hugo sigue igual. Te encuentro rara ¿ Te pasa
algo ?.
- A mi no es a quién me pasa, te está pasando a ti.
- ¿ Porqué me hablas de ese modo ? ¿ Te he hecho
algo?.
- Émile, son las cinco de la tarde. Saliste de tu trabajo a
las cuatro, dices que sales ahora del hospital ¿ Cuanto
tiempo has estado con Hugo ?.

309
- ¡ Ah ! ahora te entiendo ¿ Quieres que hubiese estado
toda la tarde con él haciéndole compañía ?.
- Es lo que menos puedes hacer por él. Está enfermo y
necesita cariño ¿ Quién mejor que tu se lo puede dar ?
Ha sido tu compañero, tu amigo, lo has querido mucho
¿ Porqué ahora le das de lado ? ¿ Ya no lo quieres ?.
- ¿ Porqué no vas tu al hospital y te estás todo el día a su
lado ? - Dijo enfadado.
Cuando se enfadaba era reacio a seguir la
conversación que se llevaba, se ponía muy borde y no
razonaba. El egoísmo que tenía no lo dejaba entrar en
razón, y la soberbia aún menos.
- Tendré que hacer eso que tu dices, porque de lo
contrario pobre Hugo, sólo y abandonado en un Hospital
de África.
- ¡ Ahora me pesa de que vinieras ! ¿ sabes ? - Dijo
gritando y con una rabia encima que no se la podía
sacar.
- Siempre has hecho las cosas a escondidas, para que no
sepa nadie lo que haces. Muchas veces son las que te he
dicho que no juegas limpio ¿ Lo sabías ?.
- ¡ Maldita sea ! ¿ Qué tienes ahora en contra de mi ?
¿Te falta algo ?.
- A todos nos falta de todo. Qué pregunta más tonta
haces.
- ¡ Ah ! ya sé lo que a ti te pasa - Dijo soltando una
carcajada.
- Dímelo si eres tan listo ¿ Realmente sabes lo que a mi
me pasa ?.

310
- Sí - Dijo con sarcasmo - Te gustaría que me fuera
ahora mismo a casa para estar contigo, ahora que no está
Hugo ¿ Estoy en lo cierto ?.
Me enfadé mucho.
- Eres más torpe que un cerrojo. No sabes distinguir
entre el bien y el mal ¿ Porqué crees que tu me
interesas? Émile, no quiero seguir siendo desagradable
contigo, pero no veo ni creo que sea justo, que te vayas
por la tarde con tus amigos, y dejes a Hugo sólo, que
seguramente estará llorando de pena de ver que no tiene
a nadie.
- Tu hubieras servido para hacer teatro, el drama te
gusta, y hacerme a mi daño también. Estoy dispuesto a
que me hagas el daño que quieras, creo que me lo
merezco. Y si ese daño viene de parte tuya me dolerá
menos, quizá.
- Deja de decir tonterías, y escúchame lo que te voy a
decir. Esta mañana ha llamado por teléfono la madre de
Hugo. Están preparando viaje para venir.
- ¿ Para venir aquí ? ¿ Los padres de Hugo ? ¿ Eso cómo
ha salido ? ¿ Quién lo ha convenido ?.
- Ellos. El otro día Hugo habló con su madre y le pedía
que viniera, que quería verla y estar con ella, que la
necesitaba. Es posible que dentro de quince días estén
aquí, esperan las vacunas y el visado.
- Pobre Hugo lo va a tener mal con su padre, es un
despiadado sin sentimientos, lo va a tratar peor que se
trata a un perro, y estará deseando que se muera pronto.
- ¿ Porqué hablas de esa manera tan cruel de un hombre
que no conoces ?.

311
- Lo conozco lo suficiente cómo para saber que lo que
viene hacer aquí, es entorpecer la vida de su hijo. Hugo
me ha contado cosas extrañas que le hacía ¿ A donde
van a vivir ?.
- ¡ Qué cosas tienes ! ¿ A donde quieras que vivan ?
Aquí en casa ¿ O quieres que se vayan a un hotel ? -
Dije desconcertada por todo lo que decía.
- Por lo que a mi me concierne, se pueden ir a un hotel o
a donde quieran. De todas maneras, cuando vengan, me
habré ido de ahí, no quiero estar viviendo en la misma
casa con ellos - Dijo con un desdén que siempre me
preocupó. Era la manera que Émile tenía de despreciar
con indiferencia toda aquella persona que no le
importaba o no le caía bien.
- ¿ Porqué tienes que estar siempre desafiando a lo
inevitable ? - Le dije despacio y con calma para no
alterarlo más.
- Para mi, no es un desafío ponerme delante de ese
hombre, yo me conozco, y sé la mala leche que tengo, si
en el menor descuido dice una pequeña frase que no me
guste, una palabra que vaya en contra de los gays.
Claire, prefiero no estar, ni siquiera cuando ellos
lleguen.
- ¿ Quién irá a recibirlos al aeropuerto ? El único que lo
puede hacer eres tu ¿ Me oyes Émile ? - Lo llamé
porque me había parecido que había colgado el teléfono.
- Sí, te oigo - Dijo con la voz seca y vacía - Pueden
coger un taxi, mucha gente lo hace ¿ Crees que voy a
tener preferencia con ellos ?.
- Émile, todo esto que me dices es muy frío. Piensa, que
a lo que vienen es a ver a su hijo, porque está enfermo.

312
Incluso, me ha dicho la madre de Hugo, que es posible
que se lo lleven a París.
- Están en su derecho de hacerlo si Hugo lo permite,
pero no creo que esté de acuerdo, no quiere ver a su
padre ni en pintura - Dijo con sarcasmo - Bueno, y aquí
tengo que cerrar. Esta noche cuando llegue será tarde, y
seguramente tu estarás durmiendo.
- Émile una cosa me queda por preguntarte - Dije con
voz queda para no alterarlo, pues se había puesto
nervioso cuando supo que los padres de Hugo venían -
¿Donde te quedarías a vivir ?.
- En casa de Paul, él estará encantado de que me quede
¿sabes que me pregunta a menudo por ti ? La noche que
acompañaste a Hugo, dice que lo impresionaste con tu
personalidad. No pensaba que fueras tan carismática.
¡Figúrate, que hasta creo que he cogido celos !.
- Me alegro mucho de que piense o me vea de esa
manera ¿ Y tu no exageras ?.
- ¿ Que estabas haciendo ahora ? - Me preguntó sin
responder a mi pregunta.
- ¿ Quien yo ?.
- Pues si, quien va a ser - Dijo más tranquilo.
- Estaba tomando el té, y hablando con Yosi.
- ¡ Ah ! es una buena chica. Entiendes ya bien el inglés
¿ No ?.
- Para defenderme, pero todavía me queda mucho, tengo
que hacer que me repita las palabras para saber qué
quieren decir.
- Cómo fuiste tan poco tiempo a las clases de inglés, y
entre nosotros siempre hablamos francés, pues te cuesta
más.

313
- Si pero ... me quité de encima una espina grande.
Siempre he pensado que Susi, me tenía manía - Dije con
tristeza.
- ¿ Porqué ? ¿ De qué te conocía ella para que te tuviera
manía ?.
- De nada, pero en mi, encontró una presa para
divertirse, para desahogarse de su carácter colérico e
histérico que tenía.
- Pero, solo se portaba de esa manera contigo, es que no
lo entiendo.
- Yo tampoco, por mucho que lo he pensado y
estudiado. Bueno ya para mi, no tiene importancia, es
agua pasada y una experiencia más que contar.
- Claire, que cenes bien, y que pases una buena noche -
Dijo con voz casi acariciante.
Le deseé lo mismo, y seguidamente colgué el
teléfono, pensando en sus últimas palabras, que me dejó
algo confusa.
Salí al porche, Yosi estaba sentada en el primer
escalón junto a su hijo Moisés. Los dos jugaban a un
juego de manos que también en Europa se hace, y que
consiste en poner las manos abiertas frente al otro, y así
se intercambian palmadas.
- ¡ Salomón ! - Llamé al chico que se cuidaba del jardín,
del huerto y de los árboles frutales. No me di cuenta de
la hora que era.
- Señora, Salomón se fue a las cuatro, estaba usted en la
tumbona y se había quedado dormida - Dijo Yosi
poniéndose en pie y subiendo el escalón - ¿ Necesita
algo ?.

314
- Sí, pero da igual ya lo haré yo, se lo quería haber dicho
antes a Salomón, pero se me olvidó.
- Dígame que es, por si yo lo puedo hacer - Dijo Yosi
ofreciéndose.
Pues el trabajo que realizaba Salomón, no lo hacía
Yosi. Un día me dijo, que ella no hacía nada de lo que
fuera huerto o jardín.
- Esta noche no voy a hacer nada para cenar, mi marido
no viene, y hubiese querido que Salomón cogiera higos
de la higuera y algunos plátanos, y también uvas de la
parra.
- Señora, si quiere, yo puedo coger la fruta.
Le dije que fuera a coger higos y uvas.

22

A las siete de la tarde hacía un aire frío, subí


a mi habitación. Dentro del armario saqué una chaqueta

315
de lana y me la puse. Era el mes de Junio, y en estos
meses de verano, en África es invierno, pero no es un
invierno de hacer frío, pues durante el día hacía sol y la
temperatura siempre estaba entre veinte a veintidós
grados. Cuando hacía más frío era por las noches, que
era necesario encender la calefacción eléctrica.
Salí al porche abrigada con la chaqueta. Encima de la
mesa Yosi había dejado antes de retirarse a su pequeño
refugio como yo lo llamaba, un plato con fruta variada.
No tenía mucho apetito y la fruta la iba comiendo
lentamente. Estaba oyendo las informaciones de las siete
de la tarde que daban todos los días en televisión, que
estaba en el salón, y desde ahí la oía, pero no la veía.
Hablaba el hombre del tiempo, y anunciaba fuertes
tormentas, acompañadas de mucha lluvia. Hacía sólo un
mes que vino una gran tormenta. El jardin se inundó, el
agua llegaba casi por el último escalón del porche, y
sólo faltaba un poco para que entrara en la casa. Pasé
miedo, nunca había visto tanta agua alrededor mío.
Estuvo la tierra cubierta de agua dos días hasta que se la
tragó. Pero hasta casi una semana no pude pasear por el
jardín, pues los zapatos se hundían en el barro, tenía
ganas de que la tierra se secara.
Me disponía a ponerme en pie y a recoger el plato
que había comido con la fruta, para llevarlo a la cocina,
cuando oí el motor de un coche que se paraba delante de
la verja, y los focos con luz amarillenta blanquecina
iluminaron el jardín. Con la luz de los focos no podía
ver de qué coche se trataba, pero sólo pasaron unos
segundos cuando escuché, reconociendo la voz de
Madeleine Reich, que me saludaba en un tono amigable.

316
Tenía ganas de hablar con alguien, y con Madeleine me
encontraba bien a su lado, era una mujer con una gran
fuerza interior, y nadie, podía nada contra ella.
Hacía dos meses que no sabía nada de Madeleine, y
la alegría de oírla inundó mi pecho.
Llegué hasta la verja y abrí la puerta.
- ¡ Hola querida ! ¿ Cómo estás ? - Me dijo
saludándome. Me acerqué a ella y nos dimos dos besos
en cada mejilla, cómo es costumbre en Francia.
- Estoy bien - Le respondí - Pero bastante pesimista, hay
momentos que la tristeza me embarga y hace de mi,
estragos ¿ Qué has venido a hacer y a estas horas ?.
- Vengo de la nueva casa del rabino, pues se han
cambiado esta semana, y le he ayudado a su esposa a
colocar la ropa de sus hijos en los armarios, y cuando
todo ha estado en su lugar, nos hemos ido a la cocina,
tenía en la entrada tres cajas grandes de cartón llenas
con la vajilla, cubiertos, manteles, y utensilios para la
cocina. Vengo para decirte, que el Rabino quiere que
vengas el viernes a la noche a cenar, pues es la
inauguración de la nueva casa. El sábado que fuiste con
nosotros, dice que se quedó prendado de ti. ¡ En el buen
sentido ! - Y se rió- ¿ Qué aceptas ? No está bien
despreciar su invitación, pues lo que dice es de corazón.
- Si, me gustaría asistir, él y su esposa también me han
caído simpáticos. Antes de conocerte a ti, tenía yo otra
opinión de los judíos. Creía que erais gente rara,
egoístas, que queríais acapararlo todo, que sólo os
mezcláis con vuestra raza y que las demás personas no
os importaba. Perdóname Madeleine de que sea tan

317
sincera y de que te diga todo lo que pensaba de vuestra
raza. Estaba totalmente equivocada.
Madeleine me escuchaba con la sonrisa abierta. Yo
desde un principio le había caído muy bien y encontraba
de ley que le dijera la verdad de mi manera de pensar
sobre ellos.
Le propuse que entrara.
- De acuerdo - Respondió - Pero sólo diez minutos ¿Has
cenado ?.
- Acabo de hacerlo, pero sólo he comido un poco de
fruta - Dije andando al lado de ella, por la vereda del
jardín.
- ¿ Estás sola ? - Inquirió mirando el plato que había
encima de la mesa del porche.
- Sí.
- Tu marido y su amigo ¿ No están ? - Preguntó mientras
se sentaba en uno de los sillones.
Yo me senté enfrente de ella.
- Mi marido se ha quedado a cenar con sus amigos, y
Hugo, está en el hospital.
Madeleine me miraba sin parpadear, cómo no
dándole crédito a lo que oía.
- Querida - Me dijo removiéndose en el asiento - Sé que
no me importa lo que ocurre en tu casa, pero sí me
interesas tú como persona y cómo amiga que te
considero ¿ Qué está pasando ? ¿ Me lo puedes contar ?.
Me quedé unos instantes mirándola.
- El tema, es bastante complicado, necesitaríamos varios
días para que te narrara toda la historia - Dije
echándome hacia atrás del asiento.
- No eres feliz ¿ verdad ?.

318
- ¿ Quien lo es ? Además, tampoco encuentro que sea
desdichada, vivo mi vida lo mejor que puedo.
- Si, todo esto está muy bien - Dijo Madeleine
meneando la cabeza - Tu ya sabes a lo que yo me estoy
refiriendo, para ponerte un ejemplo. Mi marido siempre
va conmigo, hoy no, porque era un trabajo de mujeres,
pero sé que me está esperando en casa para que cenemos
los dos juntos, y no cenará hasta que yo llegue ¿ Cómo
se llama el amigo de tu marido ?.
- Se llama Hugo, pero es un buen chico. Ahora está
enfermo, y creo que de algo muy grave.
- Querida, tratas de defender a tu marido, de ocultar sus
fallos, los que comete contigo ¿ Porqué lo haces ?
¿Crees que el día que vinimos mi marido y yo, no nos
dimos cuenta de que se trata de dos gays ? ¿ Qué haces
tu dentro de esta historia ?.
Afirmé con la cabeza, puesto que tenía razón.
- También es la pregunta que me hago a veces, pero
estoy enredada en el círculo. No es que no sepa cómo
salir, es que no quiero salir, me gusta estar como estoy.
Soy feliz a mi manera, quiero ver las cosas en positivo,
no quiero quedarme llorando y sin saber que hacer, vivo
el día según amanece.
- Mirando así las cosas, tienes razón, también tu eres
fuerte, quizá más fuerte que yo. Porque yo he sufrido
mucho, tú ya lo sabes, y en mi, habitaba la esperanza de
que todo aquél calvario que padecimos los judíos con
Hitler, estaba convencida de que un día acabaría y lo
podría contar. Pero lo que no iba a permitirle a mi
marido, es que fuera infiel, y del modo que lo es Émile.

319
Él tiene una gran suerte de tenerte ¿ Tenéis contactos
sexuales Émile y tu ?.
Me reí por lo bajo. Madeleine hizo lo mismo.
- No, no hay nada entre él y yo. Las últimas relaciones
que tuvimos fué en París.
- ¡ Ah ! - Exclamó - ¿ Y dices, que está cenando con sus
amigos ? ¿ Son también gays ?.
- Sí, todos los amigos que tiene son gays.
- ¿ Qué tiene Hugo para que esté en el hospital ?.
- El médico dice que se trata de un virus. Por lo visto es
un virus que todavía no han encontrado la eficacia de
derrotarlo, pues, está escondido dentro de la sangre, y
mata todas las células. Pobre Hugo, que mal lo está
pasando, a parte, que es un virus contagioso. Émile
también lo tiene.
Madeleine movió la cabeza con tristeza.
- ¿ Tiene familia Hugo ? - Preguntó preocupada.
- Sí, toda la familia la tiene en París. Sus padres están
preparando viaje para venir. Es necesario que vengan, y
se hagan cargo de su hijo. Está muy, muy enfermo.
- ¿ Tanto ? - Preguntó con pesadumbre.
- Sí, la otra noche cuando llamé a la ambulancia para
pedir ayuda, y para que lo vinieran a buscar, estaba
como loco, creo que se había vuelto loco. Intentaba
acabar con su vida. Llegó a un grado tan alto de locura,
que empezó a destrozarse el cuerpo.
- ¿ Cómo, de qué manera ? - Preguntó Madeleine con
los ojos brillantes.
- Cuando me viene la imagen a la mente sufro mucho.
Pobre Hugo, es un buen chico ¿ Sabes ?. Se arañó el

320
cuello, el pecho, el vientre y los brazos, la cara también
se la arañó. Se retorcía como una soga dando gritos.
- ¿ Eso cuando fué ? - Preguntó llena de espanto .
- Hace dos días. Mañana quiero ir a verlo al hospital.
- ¿ No lo va a ver nadie ?.
- Émile, pero él sólo se queda con Hugo unos minutos,
para él es más importante vivir su vida, la vida que le
gusta, y no se ocupa de nadie más, siempre ha sido muy
egoísta. No quiero seguir hablando más tiempo de
Émile, porque lo mismo digo cosas que no debo decir.
Que todo se quede como está.
- Claire ¿ Lo quieres ? ¿ Quieres a Émile ?.
- No sé ya nada, lo he confundido todo. He confundido
el amor de marido por el de un hermano. O quizá,
amigo. A lo que si puedo responderte es que como
hombre ya no siento nada hacia él. No me atrae
absolutamente nada. Hemos estado siete años casados, y
tres de novios, son diez años de estar viéndonos cada
día, el roce da cariño, y esto no lo puedo olvidar en un
chasquido de dedos. Pero de lo que si estoy segura es de
que ya no me atrae sexualmente, no siento nada hacia él,
incluso te voy a decir. Estoy mejor cuando no está aquí,
me siento más tranquila, más relajada y más contenta
¿ Crees que lo quiero ?.
Madeleine negó con la cabeza, al tiempo que
levantaba los hombros, con una expresión vacía.
- No creo que eso sea amor. El amor es otra cosa. Estoy
segura que tienes que encontrarlo.
- ¿ Encontrarlo ? ¿ A que te refieres ?.
- Me estoy refiriendo al amor por supuesto. Todavía eres
joven, y que te lo mereces, te mereces ser feliz y olvidar

321
todo este mal trago. No te mereces esta clase de hombre,
que no te quiere ni te respeta como mujer.
Me reí con ironía.
- Madeleine, para mi será difícil de que me vuelva a
enamorar. Esta experiencia que estoy viviendo, está
oscureciendo mis sentimientos, y lo que es más, mi
corazón. No estoy dispuesta a volverlo a entregar a otro
hombre, no quiero sufrir más. No creo en las palabras de
los hombres.
Madeleine me escuchaba negando con la cabeza.
- Claire, el corazón es sabio, y los sentimientos también,
no puedes ir en contra de tus sentimientos, porque ellos
y el amor van unidos, y son fuertes, muy fuertes. No
puedes decirles ¡ Quietos no podéis moveros ! No te van
a obedecer, no obedecen a nadie ni a nada, son como
trescientos caballos desbocados que giran sin poderse
detener.
Me gustaba mucho estar en la compañía de
Madeleine. Ella tenía una gran fuerza, una energía
incontrolable que la transmitía a la persona que tenía en
frente. Sólo de oírla hablar, levantaba los ánimos, y
daban ganas de luchar, y seguir adelante. No me
extrañaba lo más mínimo de como era ella, después de
haber estado varios años metida en un campo de
concentración, y haber pasado por todas las
imputaciones que le hicieron. Daba el perfil de una
mujer feliz, de una mujer que no había conocido la
desgracia, y de que la vida le había sonreído siempre.
Ella sí que tuvo suerte de casarse con el marido que
eligió. A Madeleine la vida sí que la había
recompensado por ese lado.

322
-Madeleine, antes no conocía mis sentimientos, y me
dejaba llevar por ellos, pero ahora esos efectos de sentir
los mido bien, y los detendré si es que fuera necesario.
A partir de ahora, voy a sentir más con la cabeza, y voy
a ser más racional, voy a ordenar con cuidado mis
sentimientos, si es necesario que los meta en un puño, lo
haré, pero lo que no voy a permitir es que llegue
alguien, y me los vuelva a destrozar. No soy tan ingenua
como era de más joven.
Madeleine soltó una carcajada, y
seguidamente otra. También yo me reía, me reía de lo
que a ella le había hecho gracia, a pesar que fui sincera
y dije lo que pensaba.
- Claire querida, eso no es del modo que tu lo pintas, no
puedes hacerte la fuerte tratando de encerrar tus
sentimientos en tu propio puño, puesto que esta acción
te iba a hacer mucho daño, tanto, que no creo que fueras
capaz de hacerlo. No te creo de esa manera, quizá
pienses de que eres dura y fuerte para luchar contra los
sentimientos, pero desde el tiempo que hace que te
conozco, no te creo así, y no eres así.
- Madeleine, estamos hablando de cosas que no van a
suceder - Le dije convencida - Vivo aquí como quien
dice sola y recluida, solo voy una vez a la semana al
super que está a medio kilómetro, cruzando el campo, y
a la peluquería, que como tu sabes se halla en el mismo
lugar. No tengo ocasión de conocer a nadie, y tampoco
tengo ganas, todo lo tengo a mi favor.
- ¿ No te gustaría conocer a un hombre judío? A la
sinagoga van varios que estan viudos, y otros
divorciados. ¿ Que te parece ?.

323
- La raza judía ¿ No se casan entre ellos ? - Pregunté.
- Eso era antes, ahora se hacen mezclas, incluso los hijos
salen más guapos de padres mixtos. Con un marido
judío nunca te faltaría para comer, son buenos esposos,
y amantes.
- Madeleine, sé que quieres que se me devuelva la
felicidad, y te agradezco el interés que te estás tomando,
pero sigo en la misma posición, y de aquí no me moverá
nadie.
Dos carcajadas más realizó Madeleine.
Me encantaba lo alegre que era, y la risa tan fácil que
tenía. A Madeleine la necesitaba como amiga, y como
consejera. Vivíamos lejos, yo como no tenía coche, no
la podía ir a visitar, cuando nos veíamos era ella quien
venía a verme a casa, eran pocas veces, pero esas pocas
lo pasábamos bien, contándonos cosas y riendo, parecía
que nos hubiésemos conocido de toda la vida.
Madeleine se puse de pie mirando la hora en su reloj -
¡ Oh ! - Exclamó - Son las ocho y media de la noche,
Patrick se estará preguntando donde estoy. Claire tengo
que irme ¿ Te animas para venir a cenar el viernes a
casa del Rabino ?.
- Desconozco cómo vosotros hacéis, no sé como son
vuestras costumbres y detalles.
- ¿ A qué te estas refiriendo ? - Preguntó Madeleine.
- A que si hay que llevar un regalo de unas flores. Sabes
que en Francia, se hace cuando alguien nos invita, se
regala flores, vino o champagne.
- Nada de todo esto tienes que llevar. En la mesa del
Rabino no falta de nada, así es que, no te preocupes por
eso. Claire, tengo que irme, ahora si es que es verdad

324
que me voy. Un beso querida, y el viernes pasamos a
recogerte a las cinco de la tarde. ¿ De acuerdo ?.
- De acuerdo Madeleine. Gracias por tu visita.
Acompañé a Madeleine hasta la verja. Arrancó el
coche con suavidad, y cuando estaba preparado para
correr en la carretera, sacó la mano por la ventanilla y la
agitó. Yo también le correspondí de la misma manera
diciéndole adiós.
Subí directamente al dormitorio, era un lugar
acogedor y reservado, donde por las noches antes de
dormirme me gustaba leer, según me encontraba de
ánimos.
Esa noche elegí para leer, Buenos días tristeza, autora
Françoise Sagan. Este libro lo había leído varias veces,
nunca encontraba la razón del porqué la protagonista
estaba siempre triste y esperando por detrás de la
ventana a ese amor que tardaba tanto en llegar. En
aquellos momentos yo me veía reflejada en aquella
carismática mujer, de aspecto frágil pero que en realidad
tenía una gran fortaleza.
Yo no creo que estuviera pasando por una depresión,
pero sí que era cierto que estaba muy triste, y apenas sí
me daba cuenta de lo que sucedía a mi alrededor, me
parecía a la protagonista de Buenos días tristeza. Me
sacó de la lectura los lloros de Diana, tenía siempre por
costumbre de dormir en mi habitación, en el suelo
encima de una alfombra a los pies de mi cama. Me puse
en pie y miré el sitio vacío, bajé las escaleras, y lo que
me supuse así era. Abrí la puerta que daba al porche, y
el pobre animal esperaba fuera delante de la verja.
Trataba de introducir la cabeza por entre los barrotes de

325
hierro para poder entrar. Se había quedado fuera el
tiempo que estuve despidiéndome de Madeleine. Bajé
rápidamente las escaleras, y me dirigí a la verja, y abrí
la puerta. Diana entró rápidamente y sin pararse en el
jardín ni en ningún sitio, subió directamente a mi
dormitorio y se acostó encima de la alfombra. Cuando
regresé al dormitorio dormía estirada.
Un día sí y otro no, le había puesto en las orejas a la
perra, spray de matar las moscas y los mosquitos, y las
orejas se le curaron, las pupas que tenía le
desaparecieron, y tenía por dentro las orejas limpias y
brillantes. La lavaba una vez a la semana y su pelo
negro brillaba como el azabache.
Esa noche no tenía sueño y me leí más de la mitad
del libro, y no lo leí casi todo porque oí el motor del
coche de Émile que se paraba en la puerta. Miré la hora
en el despertador de la mesilla de noche, era la una y
media de la madrugada. Sentí como habría la puerta de
la verja y después cerrarla, y dos minutos después cómo
entraba en la casa, y cerraba la puerta con llave. Oí sus
pisadas subiendo las escaleras al piso de arriba. La
puerta de mi habitación estaba abierta por una rendija.
Cuando subió el último escalón se paró unos instantes, y
seguidamente siguió andando hasta la puerta de mi
dormitorio. Yo seguía con el libro abierto, aparentando
que leía, pero no. Empujó ligeramente con la mano
abierta la puerta y la dejó a medio abrir. Asomó la mitad
de su cuerpo y me miró, yo también lo miré, cerré el
libro y lo puse encima de la mesa de noche.
- ¿ Estabas leyendo o esperándome ? - Me dijo con algo
de ironía.

326
- Quizá las dos cosas ¿ Que te parece ? - Le respondí
con sarcasmo.
- ¿ Tienes miedo de quedarte sóla en esta casa tan
grande - Dijo más serio.
- No, demasiado sabes que no soy miedosa - Dije
sentándome en la cama - En realidad, no tenía sueño y
estaba leyendo un libro que he leído varias veces
¿ Émile porqué has estado tan poco rato con Hugo en el
hospital ? Ahora él te necesita más que nunca.
Meneó la cabeza con disconformidad.
- ¿ También tu me atacas ? ¿ Porqué no me dejáis todos
tranquilo ? Sé muy bien lo que tengo que hacer.
- ¿ Quien te ataca o te reprocha aparte de mi ?.
- Mis amigos, esta tarde querían que fuéramos a visitar a
Hugo al hospital. Estuve con él un rato y eso me bastó y
fué suficiente para ver todas las desgracias que allí hay.
Por favor, déjame tranquilo, iré las tardes que pueda, y
estaré con él, media hora o como máximo una hora.
- Émile, no te voy a dejar tranquilo, y te preguntaré cada
noche cuando vuelvas, si has ido a ver a Hugo al
hospital. Y no basta que estés con él una hora, dedícale
más tiempo a él, que a tus amigos, ellos no están
enfermos.
- ¿ Y tu ? ¿ Porqué no lo vas a ver tu ?.
- Mañana voy, cogeré el autobús que pasa por la
carretera, y llega hasta el hospital de blancos. Iré por la
mañana y tu irás por la tarde, de esa manera tendrá dos
visitas.
- ¿ Porqué dices que yo iré por la tarde ? ¿ Y si no
quiero ir ? - Respondió manteniéndome la mirada -

327
Demasiado sabes que nunca me ha gustado que me den
órdenes.
- Ya sé que eres muy macho para lo que tu quieres. Vas
muy equivocado por la vida, las cosas no son como
crees que son.
No me dejó terminar.
- ¡ Otra cosa te voy a decir ! - Replicó con mal humor -
La causante de que los padres de Hugo vengan, eres tu.
Has estado un montón de tiempo comiéndole el coco.
Me contó Hugo como fué para que les escribiera.
Estabas todos lo días encima de él, diciéndole que les
tenía que escribir y les dijera que estaba enfermo. Él, no
quiere ver a su padre, te lo ha dicho mil veces, sólo
verlo, lo pondrá más enfermo, y él no está para que cada
día le esté haciendo reproches de lo que ha hecho con su
vida.
Estaba muy enfadado, y no atendía razones.
- ¡ Escúchame Émile ! ¿ Me quieres escuchar ?.
- Sí di lo que quieras - Dijo de mala gana, mientras que
abría totalmente la puerta, y me miraba fijamente.
- El padre de Hugo no va hacer tal cosa, está muy
afectado por la enfermedad de su hijo. Para Hugo, es
necesario que ellos estén a su lado, ahora no lo ve así,
pero después se dará cuenta de que es positivo.
- Ya te he contado esta tarde por teléfono que cuando
ellos vengan, yo me habré ido a casa de Paul. He
hablado esta tarde con él, y le he planteado la situación.
Además, Paul tiene ganas de que me vaya a vivir con él,
ahora será el momento de hacerlo. Con Paul estaré bien,
de esa manera te dejo la casa para ti y para los padres de
Hugo. Y también para Hugo cuando salga del hospital.

328
No te preocupes por los gastos, pues todo seguirá igual
que ahora, hasta ver que pasa con Hugo.
Me quedé pensando en las últimas palabras
que Émile dijo.
- ¿ A que te estás refiriendo ? - Pregunté con el ceño
fruncido.
- Pues ... que a Hugo no le queda mucho tiempo de vida.
- ¿ Cómo lo sabes ? - Dije con tristeza.
- La semana pasada me llamó por teléfono el doctor que
nos lleva, quería hablar conmigo pero en la consulta. Me
puso al corriente de la gravedad de la enfermedad que
Hugo tiene. Y me dijo, que era posible que no durara
mucho, porque la enfermedad había cogido mucha
fuerza.
- ¿ Entonces la otra noche cuando Hugo quiso acabar
con su vida, todo esto tu lo sabías ?.
- Sí, lo sabía.
- ¿ Lo sabe Hugo ?.
- No, por supuesto, cómo le voy a decir una cosa
semejante. Ya sabes que yo también tengo la misma
enfermedad, pero me dijo el médico, que Hugo la había
contraído antes que yo, y que era posible que fuera él
quien me la contagiara. Tantos años como hace que
tengo sexo con los hombres que me han gustado, y
ahora tengo una enfermedad que puede acabar con mi
vida cuando menos lo espere.
Una lágrima resbaló por la mejilla de Émile.
- Émile, eso no te debe poner triste, puesto que la muerte
nos puede sorprender a cualquiera en el momento menos
esperado. Hay personas que mueren jóvenes y no

329
precisamente de una enfermedad ¿ Es por eso que ahora
quieres vivir a tope ?.
Émile sonrió.
- Siempre he vivido la vida de esa manera, lo que pasa,
es que tu nunca te enteraste, fui muy discreto para no
perderte, y para no hacerte daño. No soportaba la idea
de no tenerte a mi lado. Te parecerá extraño que diga
eso ¿ No ? Pues es cierto nunca te he engañado con
respecto a mis sentimientos hacia ti. Te he querido
mucho, y te sigo queriendo, pero ahora eres tu quien no
me quieres a mi. Ya ves que respeto tu posición, sé que
tienes razón en que no sientas lo que sentías por mi. No
te lo reprocho, puesto que no me he portado bien
contigo.
Estaba convencida y segura de que Émile decía la
verdad, no estaba en una situación cómo para mentirme.
Sabía que me había perdido para siempre, lo tenía más
que asumido, y no me escondía nada. Iba descubriendo
modos de vida que llevaba, porque me lo decía, lo hacía
porque estaba seguro que no me hacía el menor daño,
era como si se lo estuviera contando a una amiga.
- ¿ Y por Hugo sientes algo por él ? ¿ Lo sigues
queriendo ? - Le pregunté con respeto - ¿ Has querido
mucho a Hugo ?.
- Sí, lo he querido, pero no tanto como tu puedes
imaginar. Al llegar aquí a Johannesburgo no conocía a
nadie. Trabajábamos los dos en la misma fundación,
pero en diferente plantilla. Nuestros destinos se cruzaron
el día que nos vimos por la primera vez. Sentimos
atracción el uno por el otro, y desde ese día no nos
hemos separado. Esta casa la alquilamos y compramos

330
los muebles con el dinero de los dos. Ahora por Hugo
siento lo que se puede sentir por un amigo, pero nada
más. Siempre le he reprochado, que fué él quien hizo
que yo me alejara de ti. Los celos lo devoraban, te
escribía poco porque no te podía contar nada. Antes de
que cerrara la carta, Hugo la tenía que leer, no se
quedaba tranquilo hasta que no la leía. La segunda carta
que te escribí, decía que te amaba, pues, la carta la
rompió, y tuve que escribirte otra donde apenas te decía
nada.
- ¿ Me quieres hacer entender que la culpa de nuestra
ruptura la tiene Hugo ?.
- En parte si, y en parte no. Él me pidió varias veces que
te dejara, que te escribiera de más tarde en tarde, de esa
manera tu te irías enfriando conmigo, y acabarías por
dejarme. En esta parte si que es Hugo culpable, pero yo
fui un cobarde, un sinvergüenza en apoyarlo y seguirle
el juego. No fui lo suficiente hombre para decidir yo y
hacer lo que me hubiese gustado, seguir escribiéndote
como lo hice en la primera carta. También fui un
egoísta, no cumplí lo que te había prometido, ir
mandándote dinero para que compráramos la casa que te
había prometido. Fui peor que un bandido, porque ese
dinero que tenías que recibir cada mes, me lo gastaba
con Hugo. Salíamos a fiestas, y en esa clase de fiestas
hay que gastar mucho dinero. Amueblar la casa también
nos costó caro, porque Hugo sólo quería muebles con
estilo. También fue él quien eligió esta casa que está
rodeada de árboles frutales, y de abundantes flores, con
un jardín espléndido. Es por eso que te digo, que la
culpa también es mía, más mía que suya. Porque no tuve

331
el suficiente valor a ponerme en mi sitio. Pero ahora ya
es tarde para lamentarse. Ya sabes todo lo mío.
Se lo agradecí en el alma.
- Prefiero que haya sido así - Le dije moviendo la
cabeza en acto de agradecimiento - Era necesario que yo
viniera a Johannesburgo, porque aquí estaba la razón de
nuestra separación. Sabía que me encontraría con una
sorpresa, y que se trataría de una mujer, pero lo que
menos sospeché, es que fuera un hombre. Jamás hubiera
imaginado que con quien te acostabas era con un
hombre. Eres un buen actor, sabes muy bien disimular,
lo haces a la perfección. Que más quieres que te diga
para no opinar de mi ¿ Que soy una idiota ?.
- No eres una idiota ni remotamente, eras una mujer
enamorada, y pensabas como una mujer que ama al
hombre de quien se ha enamorado. De mi te enamoró la
manera de seducción que utilicé para convencerte de
que yo era el mejor de los hombres, y que solo era yo
quien te convenía como marido. Y a mi me enamoró de
ti, tu sencillez, tu franqueza, tu feminidad, y tu carisma.
Yo si estaba seguro de que serías una buena esposa.
Hemos estado diez años amándonos, y ahora no
sabemos los años que estaremos juntos como amigos. La
vida tiene unos derechos y unos reveses inexplicables.
Miró la hora en el reloj de la mesita de
noche, yo también.
- Las tres menos cuarto - Dije alertándolo - Cada vez
que hablamos solos sacamos más razones para que
estemos más de acuerdo en la resolución que hemos
tomado.

332
-Sí, tienes razón, ahora miro todo lo nuestro como está,
y me quedo conforme. Buenas noches Claire, que
duermas bien.
- Tu también - Le respondí.

Émile salió de mi dormitorio dejando la puerta


entornada como estaba. Oí que entró en el cuarto de
baño, y al poco tiempo después, en su habitación.
Apagué la luz de la lámpara de la mesita de noche, y me
acosté, cerré los ojos tratando de dormir.
Por la mañana me despertó Diana con sus ladridos.
Miré la puerta de la habitación y vi que estaba más
abierta, Diana había salido, y estaba en la puerta de la
verja ladrándole a la gente que pasaba, ese era su debut
cada mañana, callaba cuando yo la llamaba. Entonces
venía y me hacia fiestas.
Cuando bajaba las escaleras para dirigirme a la
cocina, sentí un aroma a pan tostado, y el perfume
inconfundible del té. No era tan tarde como me
imaginaba, las nueve de la mañana. Había dormido
profundamente, y ni siquiera oí cuando Émile se
levantó, pues todas las mañanas lo oía cuando entraba
en el cuarto de baño, estiraba de la cadena y se duchaba.
El olor a pan tostado me abrió el apetito, sobre todo, lo
que más deseaba era saborear una taza de té.
- Buenos días Yosi.
- Buenos días señora.
Yosi estaba de pie junto a la fregadera cortando
judías verdes, las preparaba para la comida del
mediodía. La mesa estaba equipada para mi desayuno.
Yosi había retirado los platos y taza que Émile había

333
utilizado para su desayuno. Después de haberme puesto
té, y haber bebido la mitad de la taza, me dirigí a Yosi.
- Hoy vendré pasado la una de la tarde, en el
congelador hay carne, sácala, y guísala. Voy al hospital
a ver al señor Barreau.
- Si señora ¿ Cómo quiere que le haga la carne ?.
- La haces en salsa, de esa tan buena que tu haces. De
esa manera quedará para esta noche, aunque no sé si mi
marido vendrá a cenar, pero por si acaso.
Yosi sonrió.
El autobús casi siempre venía lleno de gente. Otra
cosa que me chocó mucho de los nativos era que si no
había un asiento libre, siempre se levantaban de su
asiento un hombre o una mujer y me ofrecían su sitio.
No lo hacían como una obligación por yo ser blanca y
ellos negros. Sus pensamientos eran distintos. Lo hacían
para sentirse ellos bien, no esperaban que se le
agradeciera, eran mucho mejor que todo eso. Muchas
veces me negaba a sentarme, porque quien se había
levantado para ofrecerme su sitio era una madre que
llevaba a su hijo cogido a la espalda. Con la cara
sonriente me decía que me sentara, pero yo no estaba a
gusto.
Siempre llevaba dentro de mi bolso un paquetito de
galletas, tenía costumbre de hacerlo porque había días
que a las once de la mañana, me dolía el estómago, no
sabía si era hambre u otra cosa. Delante del asiento
donde yo iba sentada, iba también una nativa que
llevaba a su hijito, quizá de un año y medio, cogido por
detrás de la espalda. El niño no hacía más que llorar. La
madre no le prestaba atención e iba hablando con otra

334
nativa que estaba sentada a su lado. El niño me miraba
con los ojos llenos de lágrimas. Abrí el bolso y saqué
una galleta y se la puse delante para que la cogiera. El
niño me observaba con los ojos muy abiertos, con las
lágrimas que le resbalaban por las mejillas, y los mocos
que le iban llegando al labio superior. Cogió la galleta
que le ofrecí, y mientras que la iba comiendo paró de
llorar, pero una vez que la había acabado seguía
llorando. Yo le volvía a dar otra galleta, y hacía la
misma operación. La gente que ocupaba el autobús,
reían de ver el cambio que el niño tenía de estar
comiendo y sin comer. La madre no se daba cuenta por
la conversación que llevaba con su vecina, pero cuando
oyó que la gente reía y que miraban hacia nosotras, se
percató rápidamente, y extrajo un pañuelo del bolsillo
de su vestido y le limpió la nariz a su hijo.

Era la primera vez que iba al hospital para blancos y


hablé con el conductor para que me avisara cuando
llegáramos. Me dijo que el trayecto terminaba enfrente
del hospital. No fué tan difícil como yo pensaba. Sentía
deseos de ver a Hugo, de hablar con él, de contarle cosas
agradables para hacerle sonreír, pues, para la risa era
poco expresivo, y cuando sonreía, lo hacía con timidez.
Me dirigí al mostrador de recepción, y a una de las
dos jóvenes que habían, le pregunté en qué planta estaba
el señor Barreau Hugo. Miró el nombre en una lista de
enfermos que tenía delante, y me respondió - Segunda
planta, puerta 201. Le di las gracias, y me fui
directamente para subir las escaleras, opté por las
escaleras y no por el ascensor. Siempre que he tenido

335
que ir a un hospital, si no eran más de tres pisos prefería
subir por las escaleras, pues, los ascensores van siempre
llenos de visitantes, y me falta aire.
Había una sala grande, y tres carros con utensilios
para curar, y una olor fuerte a alcohol y a yodo, creo. La
201 era la primera puerta que había a la derecha. Sentía
miedo o quizá escalofrío por lo que me pudiese
encontrar. La puerta estaba medio abierta, solo tuve que
apoyar un poco la mano para que se abriera del todo. La
cama que hacía la número seis, era donde estaba
acostado Hugo. Los seis enfermos que habían volvieron
la cabeza para ver quien entraba. Desde el umbral de la
puerta capté la figura de Hugo acostado, y esforzándose
para sonreír. Se incorporó en la cama quedándose con la
espalda medio apoyada en el respaldo. Me fijé en el
atuendo que tenía al igual que los otros cinco enfermos,
una camisa blanca de tela fina, ancha, larga y abierta
atrás.
El rostro de Hugo manifestaba alegría cuando me vio
entrar por la puerta. Me quedé más tranquila al
comprobar que en la habitación no había nada de lo que
me pudiese alarmar, los enfermos que habían estaban
acostados.
Me acerqué a Hugo con una gran sonrisa.
- ¿ Cómo estás ? - Le pregunté, al mismo tiempo que le
daba un beso en las mejillas.
- Pues, ya lo ves, harto de estar aquí - Dijo sin ponerse
triste, y manteniendo la sonrisa de agradecimiento por
verme.
Me senté en una butaca que había a un lado
de la cama.

336
- Llamó tu madre hace dos días, le dije que estabas en el
hospital. No se lo esperaba y la pobre mujer lo pasó mal.
- ¿ Que te dijo ? - Me preguntó Hugo con los ojos
bañados por las lágrimas.
- Están preparando viaje para venir, creo que es cuestión
de dos semanas, el tiempo para tener las vacunas y el
visado.
- Claire ¿ Es cierto que va a venir mi madre ? - Preguntó
con lágrimas en las mejillas.
- ¡ Si Hugo, y tu padre también ! ¿ Que te parece ?.
- Bien, formidable, pero a quien yo deseo ver es a mi
madre. Mi padre no sé como se va a portar conmigo.
Empezará a decirme apuntándome con el dedo - Ya te lo
decía, por no coger un buen camino mira ahora cómo
estás.
Se le escapó un sollozo.
- Hugo, tienes que olvidar el pasado, eran otros tiempos,
creo por lo que me has contado, que él no había
madurado como padre ¿ Crees que se va a desplazar
desde París, tan lejos como estamos para echarte una
bronca, y hacerte reproches ? Yo no lo pienso así. Y si
eso ocurriera estando yo delante te aseguro que se iba
arrepentir para toda la vida, pero estoy segura que no
será necesario.
- ¿ Sabe Émile que vienen ? - Preguntó, quitándose las
lágrimas con las yemas de los dedos.
- Sí, lo sabe.
- No me ha comentado nada ¿ Que ha dicho ?.
- Ya lo conoces, dice, que antes que ellos lleguen él se
habrá ido, no quiere cruzarse con tu padre, le tiene
manía de muerte.

337
- ¿ Y a donde va a ir ? ¿ Te lo ha dicho ?.
- A casa de Paul.
- Hace tiempo que están los dos enredados, mucho antes
de que yo supiera que estoy enfermo ¿ Sabes lo que
propusieron los dos una noche que estábamos los tres
cenando en el porche de nuestra casa ?.
- ¡ Qué ! - Pregunté imaginando lo que iba a decir, por
una señales que yo había visto en la casa.
- Como esa noche se querían quedar solos, y no podían,
me propusieron de hacer un menage à trois. Accedí sin
ganas, lo hice para yo participar también en esa noche
loca que los dos habían empezado a derrochar, con risas
y tocamientos. Como yo me sentí incómodo y empecé a
decirles una que otra grosería, se calmaron, y Émile,
para disculparse me dijo, que lo tenían preparado para
que participáramos los tres esa noche.
Lo entendí.
- Émile nunca va a cambiar, siempre será el mismo.
Tiene un temperamento muy fogoso, en fin, él sabrá lo
que hace.
- Y lo peor, es que todavía lo sigo queriendo - Dijo
cerrando los ojos.
Cambié de tema.
- ¿ Dan bien de comer aquí ?.
Hugo me miró unos instantes tratando de percibir la
pregunta.
- Sí, y ponen mucha cantidad de comida, pero como
tengo poco apetito, me dejo más de la mitad, las
enfermeras me regañan diciéndome - Que necesito
comer mucho.
- ¿ Viene el doctor cada día ?.

338
- Sí, cada mañana pasa revista como yo digo. Le
propongo cada día, que quiero irme a casa, que aquí, no
estoy bien, y que me encuentro más enfermo de lo que
estoy. Me sonríe, y me da una palmadita en el hombro, y
me dice - Pronto irá a casa señor Barreau.
Me despedí de Hugo con mucha pena de dejarlo en el
hospital. Su delgadez era extremada, en su cara, lo que
más le resaltaba eran los pómulos, y las cuencas de los
ojos. En ese rostro medio cadáver que tenía, aún le
resaltaba sus bonitos rasgos, y su sonrisa deliciosamente
bonita, era parte de su personalidad, de la parte tímida
que siempre había llevado consigo.
Cuando regresé a casa era la una y media. Había
estado haciéndole compañía a Hugo tres horas, y le
prometí que iría a verlo al día siguiente, y si no podía lo
haría al otro día.
Yosi había dejado en una cazuela carne cortada a
dados, con una salsa picante que estaba deliciosa. Un
día le pedí la receta de esta carne guisada, y la hice en
dos ocasiones y no era lo mismo, el punto que ella le
daba era otro.
A la tarde abrí el congelador, pues, quería sacar un
rosbif para que se descongelara para hacerlo al horno al
día siguiente. Por más que buscaba no lo encontraba y
no tuve más remedio que preguntarle a Yosi por el
rosbif. Ella se quedó mirando la cazuela, y me dijo
como si yo lo supiera - Es la carne que he hecho, y que
está en la cazuela cortada a dados.

339
23

Madeleine y Patrick vinieron a recogerme el


viernes a las cinco de la tarde para ir a casa del Rabino,
cómo habíamos concertado. Yo estaba preparada, y
esperaba sentada en un sillón del porche. Yosi estaba
avisada de que esa noche cenaría fuera. Un día antes se
lo había comentado a Émile, por si le daba la idea de
venir a cenar a casa y no me encontraba. No le dio

340
ningún argumento, para él no tenía importancia de que
el Rabino pensara en mi para invitarme a cenar.
Cuando vi el coche de Madeleine pararse delante de
la puerta, fui a su encuentro. Madeleine me esperaba,
galante en sus modales como siempre, fuera del coche y
mirando a través de la verja cómo me acercaba. Siempre
tenía una palabra agradable para decirme. Había sufrido
y había llorado tanto que no quería a su alrededor caras
tristes, y hacía que los demás nos encontráramos a
gusto.
- Claire, estás muy guapa - Dijo ya saliendo por la
puerta de la verja - Me gusta mucho ese vestido color
crema que llevas.
- Gracias Madeleine, tu siempre tan detallista, estoy
segura que aunque me hubiese puesto un vestido poco
elegante, me habrías aplaudido ¡ Tu si que eres guapa !.
Ella se rió, negando con la cabeza.
Patrick era más discreto o quizás más callado. Él veía
con buenos ojos y aceptaba lo que Madeleine dijese.
Estaba totalmente entregado en amor. Patrick estaba al
lado de Madeleine para hacerla feliz, para que se sintiera
totalmente una mujer realizada, y olvidara el pasado,
aquél horrendo pasado que sufrió en el campo de
concentración. Madeleine me contó en una ocasión, que
cuando los viejos recuerdos golpeaban su mente, y
empezaba a recordar a su madre y a su padre, que jamás
ya los volvió a ver ni vivos ni muertos. Lloraba con
mucha amargura, los llamaba a gritos. No podía olvidar
el daño que le hicieron a ella y a sus hermanos. Las
vaciaban para que no tuvieran descendencia. Madeleine
me comentaba que a ella la operaron casi sin anestesia,

341
y esa operación tan larga como es, se despertó a la
mitad, y ella gritaba pidiendo que la dejaran morir
porque le era imposible resistir el dolor. La dejaron con
el vientre medio cosido. Decía medio por las puntadas
tan largas que le habían hecho. Estuvo ensangrando más
de una semana, nadie tenía médicos para nada, el que
sufría, se tenía que callar, y el que moría deseaba
haberse muerto. Siempre vi en ella a una mujer con un
valor incalculable, y con una valentía fuera de lo
normal. Madeleine había nacido en París, y también sus
hermanos. Sus padres habían emigrado de muy jóvenes
con sus hermanos y sus padres, procedentes de
Jerusalén, la tierra de sus padres. Había ido en dos
ocasiones, pero ella se sentía francesa.
La casa del rabino José era muy acogedora, no tenía
muebles caros, todo estaba amueblado con mucha
sencillez, y tanto el salón cómo el comedor estaba
despejado, tenía lo necesario. La mesa del comedor era
para doce comensales, y esa noche éramos doce los
invitados. La esposa del Rabino junto a su hermana,
sacaban de la cocina cada una, una fuente de variantes
ensaladas y después más platos que iban dejando encima
de la mesa. El Rabino José estaba interesado por saber
cosas sobre mi. Yo estaba sentada junto a Madeleine o
sea, en medio del Rabino y de Madeleine. Ella me
sonreía para que cogiera confianza. De todas maneras,
no estaba cortada, tampoco mis ideas o pensamientos
estaban lejos. Eran en muy pocas ocasiones las que
había salido desde que llegara a Johannesburgo, y no
quería que esa noche acabara, porque el ambiente era

342
bueno, se hablaba y se reía. El Rabino seguía contento y
con una sonrisa el tema que los demás mantenían.
- ¿ Y su esposo cómo está ? - Me preguntó de súbito el
Rabino.
- Bien, muy bien - Respondí, sin que me diera tiempo a
pensar o decir otra cosa. Él me causaba respeto, pero no
creo que me puse nerviosa.
- ¿ Tenía cosas más importantes que hacer, que venir
esta noche con usted ? - Dijo sin idea de ponerme en
evidencia, noté que la pregunta que me hizo, le salió
natural.
Traté de ser yo también natural, y quería hablar con
él, y contarle el porqué de las cosas, cómo si de un
sacerdote se tratara en el confesionario. Tampoco quería
echar abajo la imagen de Émile, pero ya estaba bien de
ir escondiendo mis desánimos y soledades.
- Émile mi marido, no ha venido porque no es éste su
ámbito, él se aburre en estas cenas.
- ¿ Entonces, se ha quedado esperándola en su casa ?.
- No exactamente, él tiene otro círculo de amistades.
- Perdone Claire que le pregunte ¿ Él tiene unas
amistades y usted tiene otras ? ¿ Es eso lo que me ha
querido decir ?.
- Sí más o menos.
El Rabino se quedó callado y mirándome fijamente.
Esperaba a que yo le dijera más. Por supuesto que no le
iba a contar la vida de Émile y de Hugo, por lo menos
esa noche, las circunstancias no eran las apropiadas,
aunque sentía deseos enormes de poder hablar de mi
vida con una persona cómo él, estaba segura de que me
daría la respuesta apropiada, pero aunque me aconsejara

343
que me fuera de la casa y dejara a Émile, no lo iba a
hacer. Había decidido quedarme, y lo llevaría hasta el
final, hasta ver qué pasaba.
Los demás invitados seguían contando historias, y
anécdotas que les habían sucedido, y todos reían con
sumo placer. Madeleine se percató de la conversación
que manteníamos el Rabino y yo, también la esposa de
éste, que estaba sentada a su lado. Tanto Madeleine
cómo la esposa del Rabino me sonrieron. Yo les
correspondí, y seguí comiendo, un trozo de pollo en
salsa que estaba deliciosamente bueno.
Fué una velada maravillosa para mi, pues, no tenía
oportunidad de asistir a muchas, y esa noche me
reconfortó mucho. Cuando Madeleine y Patrick me
dejaron delante de la verja, eran las once de la noche, las
luces de la casa estaban apagadas, de todas maneras no
me esperaba otra cosa. La única luz que estaba
encendida era la del porche, que Yosi la habían dejado
hasta que yo viniera y viera bien para entrar al jardín.
Quién me estaba esperando sentada detrás de la verja era
Diana. El animal cuando me vio, se puso contenta, daba
saltos alrededor mío, y me hacía carantoñas para que la
acariciara.
Patrick y Madeleine esperaban de pie junto a la verja
para despedirse de mi. Madeleine me preguntó con un
perfil agradable cómo era costumbre en ella.
- Claire ¿ Lo has pasado bien ?.
- Sí, muy bien, ha sido una velada agradable.
- ¿ Que te ha parecido así de cerca el Rabino José ?.
- Un hombre amable, he estado tranquila y bien todo el
tiempo. Pensaba que al ser Rabino sería más distante y

344
quizá algo frío, pero me ha demostrado todo lo
contrario.
- Y la cena ¿ Te ha gustado ?.
- Muchísimo, yo que soy una gran gourmet, esta noche
he disfrutado y he saboreado una comida excelente
¿ Pero no te parece de que había mucha ?.
- La mesa de una familia judía siempre está llena, de
varios platos. Nos gusta probarlo todo, y picar, de aquí y
de allá.
- Me he dado cuenta - Le dije afirmando con la cabeza.
- Claire, cuando pueda pasaré a verte ¿ No ha llegado
Émile ? - Preguntó echándole una ojeada a toda la casa.
- Por lo visto no, pero de todas maneras si viene a
dormir será más tarde.
- Cómo si viene a dormir ¿ Ha habido noches que no ha
venido ? - Preguntó extrañada.
- Sí, pero no quiero darle más argumento - Dije
levantando los hombros dándome igual.
Madeleine no insistió sobre Émile.
- Claire, ¿ Hugo sigue en el hospital ? - Preguntó
Madeleine.
- Si todavía sigue allí, y el tiempo que todavía le quede.
- Bueno esperemos que pronto se recupere y que no sea
tan grave como pensamos.
- El médico que lo lleva, dice que es una enfermedad
contagiosa, que se contagia a través de la sangre o del
semen.
- ¿ Está también contagiado Émile ? - Preguntó con cara
de espanto.
- Sí.
- ¿ Y ?.

345
- No Madeleine, Émile y yo no tenemos relaciones, no
las hemos tenido desde que se vino a Johannesburgo, y
esto hace ya más de un año, la enfermedad la ha
contagiado aquí.
- ¡ Dios mío ! Claire ¿ Qué vas hacer ?.
- Pues nada, dejo pasar los días para ver que ocurre.
Patrick estaba oyendo la conversación, y manifestaba
estar afectado. Movía la cabeza con desaliento. Patrick
era de pocas palabras, pero si algo iba mal, se podía ver
en su rostro, y a la inversa también. Se acercó más a mi
para despedirse.
- Que pases buena noche, Claire.
- Gracias Patrick, tu también - Le respondí.
- Claire, igual que te he dicho antes, cuando pueda
pasaré a verte - volvió a recalcar Madeleine.
- De acuerdo, hasta pronto - Le dije al mismo tiempo
que nos despedíamos con un beso. Subieron en el coche,
y al tiempo que Patrick arrancó, me dijeron adiós
agitando la mano. También yo le correspondí, del
mismo modo.
En el interior de la casa, encima de la mesa del
salón, encontré una nota de Émile.

Esta noche no vendré a dormir.

Me extrañó que Émile me dejara una nota escrita


diciéndome que no vendría esa noche. Lo había hecho
en varias ocasiones, y cuando se iba por la mañana no
me decía nada, estaba acostumbrada desde hacía un
tiempo, que no viniera en todo el día, y así se tiraba
varios. Entendí la nota como venganza, por haber ido a

346
cenar a casa del Rabino. No lo hacía por la cosa de
haber ido, lo hacía por salvaguardar su reputación, su
imagen era muy importante. No soportaba que hablaran
de él, tanto si era bueno cómo si era malo. Iba por la
vida aparentando lo que no era. Su comportamiento era
como el de un animal salvaje, que seguía sus instintos
para favorecerse a si mismo. Desde que supo que tenía
la enfermedad de Hugo, o sea, el sida, su
comportamiento había cambiado a peor, y su
agresividad aumentó en un cien por cien. No sabía
dominar sus impulsos, aunque creo que nunca lo supo,
pero ahora era todo más difícil de llevar. Los cambios de
humor que tenía, eran cada vez más frecuentes e
intolerantes, Hugo tuvo que soportarle muchísimos,
entre ellos bastante coléricos. Incluso llegué a pensar si
era consciente de todos esos actos que cometía. Pero es
que no le perdonaba a Hugo que lo hubiera contagiado.
La idea de estar enfermo cómo él, lo aterrorizaba, lo
enloquecía, hasta el punto de no saber lo que hacía, ni
qué decía, y se ponía a dar patadas y puñetazos a todo lo
que se le ponía por delante.
Entré en mi dormitorio dispuesta para irme a dormir,
pero durante el día me había olvidado de bajar en la
ventana la mosquitera, para impedir de que entraran los
mosquitos. Y mi sospecha fué enorme cuando vi al dar
la luz, que en la pared de la cabecera de mi cama, habían
esperándome más de una docena de mosquitos bien
gordos y alimentados de sangre. No tuve más remedio
que echar mano al spray para moscas y mosquitos. Y
después de bajar la mosquitera, descargué casi la mitad

347
del spray sobre todos aquellos insectos, que el sólo
hecho de verlos, me producían picores.
Bajé al salón en espera que el producto que había
echado hubiese hecho efecto, y también que se hubiese
evaporado.
Conecté la televisión, y miré un reportaje que hacían
de la guerra que se estaba desarrollando en el Congo
Belga. Estaban mostrando cómo los nativos habían
cogido la ciudad de Kolwezi. Entraban en las casas
armados de fusiles, y cogían de rehenes a los blancos,
haciéndoles mil barbaridades, Mostraban las calles que
daba horror mirarlas. Habían cadáveres de blancos y de
negros tirados unos encima de otros, por encima de las
aceras y por medio de la calle. Los blancos que se
podían escapar de aquél terror, lo hacían corriendo y con
sus hijos en los brazos, por donde iban pisando se
topaban con cuerpos muertos por ametralladora.
Estuvieron viviendo un calvario interminable, hasta
que llegaron las unidades Belgas y francesas de
paracaidistas. Decían que habían entrado de madrugada,
cayendo en los tejados de las casas en los jardines y
patios. Habían cogido a los nativos militares por
sorpresa. Tuvieron varios días de lucha cuerpo a cuerpo
hasta que por fin, liberaron a todos los blancos franceses
y belgas que trabajaban desde hacía años en la
República Democrática del Congo.
Las familias francesas y belgas, salían liberadas de
sus casas y protegidas por los soldados paracaidistas.
Llevaban consigo lo necesario. Caminaban con los
rostros demacrados por el miedo y el terror que habían

348
vivido. Conducían los soldados a toda esa gente al
aeropuerto, con destino a sus países.
Lo pasaron muy mal los colonos. Mostraban el rostro
de alguna de estas personas, y la mirada la llevaban
perdida, no sabían exactamente lo que hacían en esos
momentos, y parecía que caminaran sin rumbo. El
trauma que habían vivido lo tendrían presente para toda
su vida. Este reportaje fué muy interesante. Estaba yo
sentada en el sillón y crispada de ver tanto dolor y
crueldad que habían cometido con mujeres y niños. Los
soldados nativos que tenían rehenes dentro de las casas
violaron a mujeres delante de sus maridos, también a
niñas de doce y catorce años, las violaban delante de sus
padres. No recuerdo bien si duró tres semanas o un mes,
y todo ese tiempo estaban las familias blancas retenidas
en sus casas, sin luz, y sin agua. El agua la daban un
rato por las mañanas, y en ese tiempo, la familia se tenía
que duchar, porque olían muy fuerte, con la calor que
hacía y con las puertas de las casas cerradas para que
nadie se pudiese escapar, y quien lo hacía por un
descuido del soldado que montaba la guardia, los
remataban en la calle a punta de ametralladora.
Para que tuvieran agua todo el día, llenaban la bañera,
los cubos, y las cacerolas que tenían.
Cuando terminó el reportaje, era la una de la
madrugada. Desconecté la televisión, y me propuse a
subir al dormitorio, pues tenía sueño, los ojos se me
cerraban solos, el párpado superior no se levantaba. Me
dispuse a subir las escaleras y Diana pasó por delante de
mi, se quedó en la puerta del dormitorio olfateando el
líquido que había echado para los mosquitos. Cuando

349
llegué a la puerta me detuve, e hice lo mismo que ella.
El olor al flic apenas se notaba, y en las paredes no
había quedado ni un sólo mosquito vivo. Dejé la puerta
de la habitación abierta para que se ventilara, y cómo no
me podía mantener más tiempo de pie, me fui
directamente a la cama, y me acosté. Me quedé al
instante dormida.
A las siete de la mañana, me despertó los ladridos de
la perra. Abrí los ojos, y de tanto sueño cómo tenía
miraba a los dos lados de la habitación, y por extraño
que parezca no sabía donde estaba, hasta que pasó, quizá
dos minutos para asegurarme de que estaba acostada en
la cama, y en el dormitorio.
Me puse en pie, y descolgué de detrás de la puerta el
salto de cama, me lo puse con rapidez, pues, los ladridos
de Diana iban cada vez más en aumento. Bajé las
escaleras también creo que rápidamente, y entonces
comprendí porqué ladraba. Era Yosi que empezaba su
jornada a las siete, y tanto la puerta de delante de la casa
estaba cerrada, cómo la parte trasera, era por esa puerta
por donde ella entraba al estar enfrente su vivienda. Esta
puerta se cerraba por la parte interior con un cerrojo de
gran tamaño, y cuando Émile bajaba a desayunar, abría
la puerta, pero cómo esa noche no había ido a dormir, y
yo me había quedado dormida, Yosi llamaba con la
palma de la mano.
Descorrí el cerrojo, y abrí la puerta. Delante estaba
Yosi con cara de circunstancias.
- Hola Yosi - Dije, tratando de despejar mis ojos con las
yemas de los dedos.

350
- Buenos días señora ¿ Se encuentra bien ? - Me
preguntó como si le preocupara.
- Si, muy bien, es que me he quedado dormida, y a no
ser por la perra estaría aún traspuesta en mi sueño - Dije
entrando más adentro y sentándome en una silla,
escapándoseme un bostezo, y un instante después le
siguió otro.
- ¿ Le preparo el desayuno o, quiere subir al dormitorio
y seguir durmiendo ? - Me preguntó mientras que cogía
la tetera.
- No creo que pudiese seguir durmiendo. Con este sol
radiante y que está calentando fuerte, es mejor que
desayune, y me iré despejando poco a poco. ¿ Sabes si
ha venido ya Salomón ?.
- Si señora, lo acabo de ver cortando hierba cerca de los
naranjos.
- Está bien, prepáreme un té fuerte para ver si me
despejo, mientras voy a hablar con él.
Me puse en pie y atravesé la casa, abrí la puerta
delantera, y salí fuera. En lo primero que me fijé fué en
el rosal espléndido que había a la izquierda del jardín,
según se entraba. Hasta donde estaba, llegaba el aroma a
rosas. Me había fijado dos días antes de que por el
grueso tronco, había una hilera de hormigas, que salían
de la tierra en fila y habían llegado hasta el centro de la
flor. Cuando Salomón advirtió que me aproximaba, se
quedó de pie con la herramienta de cortar la hierba en la
mano derecha.
- Buenos días Salomón.
- Buenos días señora - Me respondió esperando que era
lo que le iba a decir.

351
- ¿ Has visto las hormigas que hace días trepan por el
rosal ?.
- No señora, no me he fijado, todavía no he llegado allí.
- Pues, ve mirando todas las plantas, y fíjate en las que
tienen hormigas. Después, te daré dinero para que vayas
a comprar un producto para matarlas, porque de lo
contrario, son ellas quien van a acabar con todas las
plantas ¿ Te has fijado en la higuera ? También está
llena de hormigas. Ayer cogí un higo y lo abrí para
comerlo, pues, estaba por dentro lleno de hormigas.
-No señora, yo no me fijo en estas cosas, porque
hormigas hay por todo el jardín. Tendría que llamar a
una fumigadora, ellos saben cómo hacerlo.
- Sí es verdad, tienes razón - Respondí.
Volví a la casa y me quedé sentada en el porche, me
encantaba ese lugar, desde allí podía mirar la naturaleza
en su armonía y belleza. Yosi vino y me preguntó.
- ¿ Le traigo el desayuno aquí ?.
- Sí por favor.
A los cinco minutos Yosi llegó con la bandeja del
desayuno. Empecé por el té, que era lo que más
necesitaba, mientras que Yosi permanecía cerca,
mirándome cómo desayunaba, siempre lo hacía, era
como una costumbre que tenía.
Me preguntó.
- ¿ Cómo está el señor Barreau ?.
- Regular - Le respondí - Hace dos días que estuve en el
hospital, y la moral la tenía realmente mal.
En esos instantes sonó el teléfono. Me puse de pie, y
me dirigí al salón, y descolgué.
- ¿ Diga ?.

352
- Buenos días Claire, soy Jeanne, la madre de Hugo
¿Cómo sigue mi hijo ?.
- Está igual, no ha tenido cambio alguno. Hace dos días
lo fui a visitar al hospital, y lo que si tiene son muchas
ganas de venirse a casa, y también de verla a usted.
- ¿ Se puso contento cuando le dijo que íbamos ?.
- Mucho Jeanne, mucho.
- Claire, la llamo para decirle, que el próximo sábado
día veinte, llegamos mi marido y yo a Johannesburgo. El
avión tiene la llegada a las doce y treinta del mediodía
¿ Será fácil para llegar ahí a la casa ?.
Me quedé parada pensando. Émile hubiese ido al
aeropuerto, pero no lo iba a aceptar, incluso cuando
dijera que venían, cogería todas sus cosas y se iría a casa
de Paul, me lo confirmó un día, y lo que decía lo
cumplía.
- Claire ¿ Sigue en el teléfono ? - Repuso Jeanne.
- Sí, estoy aquí ¿ Me preguntaba si era difícil de llegar
aquí ?.
- Eso es.
- No, pero créame que lo siento que no la pueda ir a
recibirlos, no tengo coche. Pero cojan un taxi, le dan la
dirección escrita al taxista y los dejara en la puerta de la
casa. Créame, lo siento mucho.
- No importa Claire, no se preocupe, lo importante es
ver a mi hijo y estar a su lado.
La voz de Jeanne no había tenido ningún cambio al
decirle que tendrían que coger un taxi. Estoy segura que
se percató de la verdad, de que Émile no quería ir a
recibirlos, y siguió hablando normalmente, sin darle más

353
importancia al tema. Me pareció sin conocerla que era
una mujer inteligente.
- Jeanne, sólo me queda desearles un buen viaje.
- Gracias Claire, ya nos veremos el día veinte.

Salí del salón y me volví al porche. El té que había


dejado a medio tomar, se había quedado frío. Yosi venía
con su hijo Moisés cogido a la espalda, se acababa de
despertar, y lloraba nada más habría los ojos. Quería que
su madre lo cogiera en brazos, pero cómo Yosi
necesitaba los brazos para hacer cosas en casa, lo más
fácil para ella era ponérselo en la espalda cogido con un
pañuelo grande y largo. Me daba fatiga de verla trabajar
con su hijo de esa manera, hacía lo que fuera con tal de
que no llorara. Pues, lo había visto por las mañanas
algunas veces con un llanto que asustaba, parecía que le
sucediera algo grave.
Yosi me dijo sonriendo.
- Por las mañanas, casi siempre está así, tiene muy mal
despertar.
Moisés me miraba por encima del hombro de su
madre y sonreía. Yo comprendía esa sonrisa cómo - He
logrado hacer lo que yo quería, y siempre lo consigo
llorando. Sabía mucho, era un niño muy listo. Con sólo
mirar a la persona que había cerca, sabía de que humor
estaba, porqué razón lo miraba.
Aunque la casa era grande, Yosi no tenía mucho
trabajo, iba haciendo despacio, porque para una persona
o dos cómo máximo que éramos, no dábamos mucho
que hacer. Yo era quien hacía cada día la comida y la
cena. Yosi tenía por costumbre de hacer el té por las

354
mañanas para el desayuno, y por las tardes, a las cinco,
hora de la merienda. Quería ponerla al corriente de la
próxima llegada de los padres de Hugo. Acababa de
entrar en el salón para ponerlo en orden, con su hijo en
la espalda. La llamé.
- ¡ Yosi !.
Vino al instante y se quedó delante de mi.
- El próximo sábado día veinte, esperamos la llegada de
los padres del señor Barreau. Se van a quedar aquí por
un tiempo. El dormitorio de aquí abajo hay que
prepararlo, por si se quedaran ahí a dormir, pero todavía
no lo tengo muy claro.
- ¿ Y el señor Barreau cuando salga del hospital donde
dormirá ? - Me preguntó Yosi tratando de aclarar sus
ideas para que todo quedara bien, y no se equivocara en
nada.
- Cuando salga del hospital, ya veremos.
- ¿ Y el señor Franklin ?.
- El señor Franklin no dormirá aquí, se irá para ir a vivir
a otra casa.
Yosi me miraba con los ojos más abiertos que nunca.
Lo encontraba todo muy extraño. Noté en su mirada que
quería hacerme preguntas sobre Émile, por el sólo hecho
de saber, porqué se iba de la casa. Y seguramente, qué
era lo que iba a pasar con ella si Émile se iba, puesto
que era él y Hugo quién le pagaban cada mes. Le
pagaba el salario yo, pero con el dinero de ellos, que me
daban cada mes, para pagos, y gastos de la casa.
Rápidamente tranquilicé a Yosi. Era tierna la imagen
que tenía delante de mi. Ella con su hijito a la espalda, y
con cara de circunstancias y confusa.

355
- Yosi, tu seguirás trabajando aquí, no va a cambiar nada
para ti, el único cambio que va a haber será en nosotros,
cuando vengan los padres del señor Barreau, y cuando
salga él también del hospital. Lo único es que vas a
tener un poco más de trabajo, pero nada más.
- No me importa señora trabajar más si es necesario, lo
que yo no quiero es perderlos a ustedes. Se están
portando muy bien conmigo y con mi hijo. Otra familia
blanca no lo hubiese aceptado.
- Lo que estamos haciendo es lo normal Yosi. Es justo
que tu hijo viva contigo. Te da uno que otro
calentamiento de cabeza, cómo por ejemplo ahora que
quiere estar subido en tu espalda, pero tu como eres
madre aceptas todo de tu hijo, y no te molesta ¿ verdad?.
Yosi me miraba riéndose y satisfecha.
- Si señora tiene usted razón - Dijo algo enfadada con su
hijo que lo miró por encima de su hombro - El día que
se levanta como hoy, no sé que haría con él. Es
pequeño, sólo tiene tres años y no entiende el trabajo
mío aquí. Muchas veces le hablo y se lo explico. Le
digo, que no llore y que me tiene que dejar trabajar, que
no puedo estar toda la mañana con él en la espalda. No
lo comprende, y se echa a llorar, porque para él, es que
lo estoy regañando.
- Realmente le estás echando una regañina, el niño lo
sabe - Dije riendo.
- Si es verdad ¿ Pero que puedo hacer ? - Dijo con
resignación.
- Pues, nada, seguir como lo estás haciendo - Le
contesté.

356
- Señora ¿ Qué cambio hay que hacer en el dormitorio
grande de abajo ?.
- Todavía no tienes que hacer ningún cambio, eso será
cuando yo te lo diga ¿ De acuerdo ?.
Yosi asintió con la cabeza, y siguió limpiando el
salón. Yo la oía desde el porche decirle a su hijo - No
te acostumbres a que cada día te lleve encima, eres
grande y puedes estar en el suelo - Oía cómo le
respondía su hijo - Quiero que me lleves acuestas,
quiero estar contigo.
Era una figura tierna y dulce la que hacía Yosi y su
hijo detrás sentado a la espalda, pero sobretodo Yosi, el
peso que llevaba encima, y al mismo tiempo trabajando,
creo que lo cogía para que no llorara, pensando de que
me podría molestar. Lejos de todo eso estaba mi
pensamiento, porque el niño no molestaba ni daba jaleo.
Moisés era bastante formal y callado para su edad,
lo que ocurría es que sólo tenía tres años y estaba muy
enmadrado. No tenía tampoco como otros niños,
juguetes y chucherías. Las veces que yo le compraba
paquetes de galletas y chocolate, Yosi me decía que eso
no era comida para el niño, y que prefería que comiera
la comida que ella hacía para ellos dos.
Dejé de comprarle chocolate y galletas, porqué sabía
que en el sitio que yo las ponía las cogía, y cuando Yosi
lo descubría comiendo una de estas golosinas, le
regañaba y lo castigaba. Una tarde oí a Moisés que
lloraba con rabia, su llanto procedía por el lado trasero
de la casa. Crucé el salón y fui para averiguar porqué
lloraba. Yosi lo tenía castigado mirando a la pared. Ella
estaba justo detrás de él, y le decía con voz seria -

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¡ Quédate así hasta que yo te diga que puedes darte la
vuelta !.
Yosi tenía en la mano un paquete de galletas
empezado. Ese paquete se lo había quitado al niño
cuando había comido como unas tres o cuatro galletas.
Moisés era muy inteligente, muy listo, sabía que si
yo estaba delante, su madre no le regañaría haciendo la
vista gorda, porque no quería crear un problema. Así es
que Moisés cuando vio que yo aparecí por la puerta, me
miró con una cara de pena como si su madre le
estuviera haciendo las mil y una. Seguía mirándome y
llorando con más arranque, con más fuerza, para que yo
me compadeciera de él, y su madre le retirara el castigo.
Yosi me miraba sonriendo, y moviendo la cabeza.
¡ Lo que sabe ! Eso era lo que me quería decir.
Moisés no aguantó mucho de cara a la pared, no había
pasado ni dos minutos de mi presencia, que se fué
girando despacio y con disimulo para no alterar el
enfado de su madre. La miraba a ella y me miraba a mi,
con los ojos llenos de lágrimas, y con unos suspiros que
llegaban hasta el alma.

24

A las ocho de la tarde llegó Émile. El coche


lo aparcó de manera para no cogerlo más esa noche. Me
extrañó verlo tan pronto, pues desde mucho antes de que
Hugo entrara en el hospital, apenas venía por la tarde, lo
más pronto eran las doce o la una de la madrugada.

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Estaba yo en el porche acabando de cenar, una tortilla y
jamón en dulce, con una rebanada de pan de molde con
tomate y aceite. Émile venía sonriente, me miraba
contento mientras se aproximaba a mi. Hizo algo que no
me esperaba, se acercó a mi rostro y me dio un beso en
la mejilla. Lo miré sorprendida. Cuando Émile estaba
cogiendo asiento enfrente de mi, me dijo como algo
natural.
- Eres mi mujer ¿ Lo recuerdas ?.
Yo afirmé con la cabeza mientras masticaba. Émile
se fijó en mi plato, en el trocito de tortilla que me
quedaba, y en la media rebanada de pan. Alargó su
mano derecha y cogió el trocito de pan que quedaba en
el plato y la tortilla, y se la llevó a la boca. En esos
instantes recordé cuando vivíamos en París, que le
gustaba probar la comida que había en mi plato, era la
misma que la que él comía, pero decía, que la mía sabía
mejor. Parecía un niño chico comiendo en mi plato.
- No has cenado ¿ Verdad ? - Le pregunté.
- No, vengo ahora del hospital.
- ¿ Cómo está Hugo ?.
- Sigue igual incluso creo de que está más delgado.
- ¿ Mas todavía ? - dije sorprendida.
- Si, y creo que esto es el final ¡ Esta enfermedad
traidora se está llevando a mucha gente ! Ya veo lo que
a mi me espera, no lo quiero ni pensar, porque me
volvería loco.
- El médico te dijo que no todos los que padecéis esta
enfermedad estais condenados a morir, tus defensas son
muchas y muy fuertes ¿ Lo recuerdas ?.

359
- Si, pero de ver a Hugo cómo se va apagando como una
vela, la moral vence y se apodera de mi, y entonces me
veo hundido.
- Ha llamado esta mañana la madre de Hugo. Dice que
la llegada a Johannesburgo es el sábado día veinte.
- Correcto - Dijo Émile con desaire - Me da tiempo a
llevarme todas mis cosas.
- ¿ Porqué eres así ? De todas maneras te vas a encontrar
con el padre de Hugo, estás obligado a encontrarte con
él, sino es en el hospital, será aquí o, en otro sitio
¿ Porqué quieres evitar lo que es inevitable ?.
- No me importa encontrarme en otro lugar con esta
persona, pero aquí en mi casa no. A Hugo le ha hecho
las perrerías más grandes y humillaciones, y es su hijo.
Yo sabiendo lo que Hugo me ha contado, no puedo
mirarlo a la cara, porque sería capaz de cortarle la
cabeza, lo haría a gusto, y me quedaría tranquilo ¿ Sabes
cómo está Hugo de pensar que viene su padre ? - Dice -
Viene a reprocharme cosas desde el día que nací hasta
hoy.
- Ha pasado tiempo, y no creo que este hombre venga
para hacerle recordar a su hijo el mal que él cree que ha
hecho.
- Empezaré mañana a llevarme ropa, y mis cosas
personales ¿ Has pensado en qué dormitorio se van a
quedar ?.
- Todavía no estoy muy segura, pero creo que en el de
abajo.
- ¿ En el de aquí abajo? ¿ Porqué ? El dormitorio de
arriba donde yo duermo ahora, hay dos camas, pueden
dormir uno en cada una, y Hugo cuando vuelva del

360
hospital, que siga en el que antes estaba, en el más
grande, o sea en el de abajo.
- Hugo va a necesitar mucho aseo, y el cuarto de baño
ya sabes que está arriba. ¡ Es mejor que Hugo se quede
en el dormitorio que tu ocupas ahora, lo digo por eso !.
- ¡ Bueno, si tu lo ves de esa manera, pues está bien,
pero creo que tendría que ser a la inversa, puesto que es
nuestro dormitorio, y el que últimamente ocupaba.
Émile no apartó su vista de mis ojos, estaba
preocupado, tenía un codo puesto en el brazo del sillón,
sosteniendo con el puño cerrado su mandíbula.
- ¿ Te hago una tortilla de jamón ? - Le pregunté - Cómo
no te esperaba no he sacado carne del congelador, lo iba
a hacer después de que cenara, para mañana.
- Si esta bien - Dijo tratando de sonreírme - También
hazte tu otra, me he comido la mitad que te quedaba en
el plato, de esa manera me acompañas, no querrás que
cene sólo ¿ no ?.
Sonreí mientras lo miraba detenidamente. Era
encantador cuando él quería, cuando había algún
argumento que quería celebrar, pero en esos instantes no
había ninguno, puesto que teníamos penas por donde
miráramos.
- Cogeré algo de fruta para acompañarte ¿ tienes mucha
hambre ? - Le pregunté, poniéndome en pie, y cogiendo
de la mesa el plato vacío y la lata de cerveza.
- Regular - Contestó - al mediodía he comido bien, en el
bufet libre de la empresa, hay mucho para elegir y
abundante.
Mientras estaba haciendo la tortilla para Émile, oí
como entraba en su dormitorio. Trasteaba abriendo las

361
puertas del armario, y poco después cómo las cerraba.
Escuché sus pasos firmes bajando las escaleras, y
seguían en dirección a la cocina. Se plantó delante de la
puerta observando cómo la tortilla volaba de la sartén al
plato. Giré la cabeza y lo miré, en su rostro había un
encanto que desde hacía mucho tiempo no lo había
visto. Recordé que lo utilizaba cuando quería
conquistarme, cuando buscaba una caricia mía y
también que lo besara. Observé, que en su mano derecha
guardaba un paquete alargado envuelto en regalo, de
papel fino transparente. Puse un tenedor dentro del plato
donde había volcado la tortilla, también una rebanada de
pan untado con mantequilla, era así cómo le gustaba con
todas las comidas que comiera. En la otra mano sostenía
una lata de cerveza fresca recién sacada de la nevera.
Adelanté el paso y llegué hasta donde Émile
seguía de pie, sino se apartaba, no podía salir de la
cocina. Le hice una observación.
- Déjame pasar, vamos fuera.
Émile se puso a un lado.
Fui directamente al porche, y deposité encima de la
mesa el plato y la lata de cerveza. Seguidamente me
senté en el sillón que había ocupado antes. Émile se
sentó enfrente de mi. Me miraba con los ojos brillantes,
cómo un enamorado mira a su enamorada, con fuertes
deseos de tenerla entre sus brazos.
Alargó su mano con el regalo, y lo mantuvo en el
aire para que yo lo cogiera.
- Claire, es para ti - Dijo con naturalidad.

362
Lo miré al mismo tiempo que cogía el envoltorio, lo que
menos me esperaba era que me hiciese un regalo.
- ¿ Que es ? - Le pregunté.
- Ábrelo y lo verás - Dijo sonriendo.
Me puse un poco nerviosa al abrir el regalo. Émile no
paraba de mirarme, observaba todos mis gestos. Abrí el
regalo y me encontré con una caja de color rosa. Antes
de abrirla miré a Émile, él esperaba la impresión que me
llevaría al ver lo que había dentro, era una caja parecida
a un estuche, y pesaba, el regalo que había dentro era de
peso.
Lo abrí.
Venía bien colocado un collar de perlas de dos
vueltas, con un broche que lo cerraba, de una perla más
pequeña. Cogí el collar por el broche y lo alcé a la altura
de mi pecho, y lo coloqué por encima.
- ¿ Te gusta ? - Me preguntó Émile.
- Mucho, pero ... ¿ Porqué lo has hecho ?.
- ¿ Es el primer regalo que te hago ? - Dijo con ironía.
- No, me has hecho muchos, pero ahora es distinto, no sé
cómo tomar este gesto tuyo.
- No lo tienes que tomar de ninguna manera, es un
regalo que he querido hacerte.
- ¡ Ah ! entiendo - Dije mirando de cerca el collar y la
blancura que tenían las perlas ¿ Cuando lo has
comprado?.
- ¿ Que cuando lo he comprado ? ¿ Porqué lo quieres
saber ? Te gusta ¿ no ?.
- Si, me gusta, pero hace tiempo que lo tenías ¿ No es
cierto ?.

363
- Hace tiempo o, no hace tiempo ¡ Qué importa ¿ Lo
quieres ?.
- Depende como sea, ¡ no ! - Le dije mirándolo
fijamente- He oído cuando has subido al dormitorio de
arriba y has abierto el armario ¿ Era allí donde
guardabas el collar ?.
- ¡ Me estás tomando por un don nadie, como si yo fuera
una mierda ! - Dijo enfadado - ¿ Crees que este collar lo
compré para otra mujer ? ¿ Eso es lo que me estás
insinuando?.
- Puede que lo que dices sea verdad, porque no creo que
este collar se lo fuera a poner Hugo. Es por eso que
quiero que me digas cuando lo has comprado, y que no
mientas.
Los ojos de Émile se clavaron en los míos, parecían
dos espadas brillantes y de dos filos, me las hubiera
clavado de haber podido. Se puso en pie sin haber
tocado la cena que le hice, y bajó las escaleras del
porche, fué a paso lento hasta la verja, abrió la puerta, y
antes de salir, se dio la vuelta, me miró de frente y me
dijo con voz casi serena.
- Era una sorpresa que te tenía reservada. Hace un mes
que lo he comprado, pero no he encontrado el momento
de dártelo. Veo que conmigo no quieres nada, ni aceptas
nada de mi. Buenas noches Claire.

Me puse en pie, en esos instantes sentí lástima por


primera vez de Émile, pero es que no era de fiar, no me
podía confiar en lo que me dijera, puesto que podría ser
una cosa como otra. Desde que yo había llegado a

364
Johannesburgo había visto muchas cosas en Émile que
no estaban bien y muy desagradables.
- Émile, ven y cena. - Es lo que se me ocurrió decirle.
- No, me voy a casa de Paul ¡ Ah ! Paul vino conmigo el
día que te compré el collar, lo elegimos entre los dos.
Fué él quien me empujó para hacerte este regalo.
Te tiene como a una gran mujer.
Sabía que Émile era un desastre, pero tanto no.
Bajé los escalones del porche, y fui al encuentro de él,
sobretodo porque quería hablar más tranquilamente.
Había cambiado de la noche a la mañana, desde que
llegó a Johannesburgo a trabajar. En las declaraciones
que me había hecho un día, supe que siempre fue gay,
pero no contaba con un amigo suyo, para hacerme un
regalo, pues, que yo supiera jamás lo había hecho.
Cuando llegué a él, le dije.
- Vamos al porche para hablar tranquilamente,
sentémonos.
- Claire, de qué vamos a hablar, ya lo tenemos todo
hablado, desde que te confesé mi homosexualidad, no te
he mentido, cuando te hablo de algo, te digo la verdad,
ya no tengo ninguna razón de esconderme de nada,
puesto que de mi, lo sabes todo.
Cogí a Émile de la mano y estiré de él para llevarlo al
porche. Con la otra mano, él cerró la puerta de la verja.
Nos sentamos de nuevo en los respectivos sillones.
Acerqué el plato con la tortilla a Émile y también la
cerveza.
- Come - Le dije.
Abrió la lata de cerveza y se puso un vaso, con
bastante espuma, pues la cerveza se había calentado.

365
Bebió, y en el labio superior dejó la marca de la espuma.
Le hice una señal para que empezara a cenar. Cogió el
tenedor con desgana, y partió un trozo de tortilla, y se lo
llevó a la boca.
Mientras que comía me preguntó.
- ¿ De qué me querías hablar ?.
Lo miraba esperando a que tragara la comida que tenía
en la boca.
- Émile te quiero hablar del collar de perlas ¿ Quién lo
eligió Paul o tu ?.
- A Paul le gustó, y me dijo que ese collar era el mejor
para ti, porque tiene clase, y tu eres elegante. Vio entre
el collar y tu, una buena combinación de estilo y
elegancia.
- Entonces ¿ A quien de los dos debo agradecer este
regalo ?.
Con estas palabras conseguí que sonriera, ya se le
había pasado el enfado, al menos eso era lo que parecía,
porque no era necesario pincharle mucho para que
saltara, para que diera incluso un puñetazo encima de la
mesa, y también en alguna pared de la casa. Era violento
por naturaleza.
- Si lo miras de ese modo, a Paul y a mi. Paul puso su
idea, y yo puse el dinero.
- ¿ Estaré yo casada con dos hombres y no lo sé ? -
Bromeé.
Émile a parte de lo bruto que era, si yo le sabía
hablar, y tenía tacto en las palabras que le decía, era
igual que un niño. Este punto de Émile lo llegué a
conocer al poco tiempo de casarnos. Me di cuenta que si

366
se le hablaba con suavidad era más cariñoso, más
tratable y bromista.
- ¿ No te gustaría tener a los dos como maridos ? Paul te
mimaría de una manera, y yo de otra ¿ No te gusta la
idea ? - Dijo riéndose, pues, estaba bromeando ¡ Bueno
era Émile para compartir su esposa con otro hombre !.
Recuerdo cuando vivíamos en París, y salíamos
los fines de semana a pasear, no soportaba que me
mirara un hombre. Era celoso, muy celoso. Un día,
paseábamos por una calle comercial, y nos paramos en
el escaparate de una tienda de televisores, mirábamos un
modelo para comprarnos, pero no ese día, un señor se
paró a mi lado y miraba también las televisiones. No
había pasado cinco minutos, y no pudo soportarlo más.
Se giró hacia ese hombre y le dijo con mala leche -
¿ Quieres que te dé una foto de ella ?.
Este señor se calló y no dijo nada, y se fué de allí.
Yo le regañé y le pregunté, porqué había hecho eso.
Se enfadó conmigo diciéndome - Si es que ese hombre
me gustaba, porque lo que él menos hacía era mirar las
televisiones, me estaba mirando a mi.
Un año en el mes de agosto, alquilamos a través de
una agencia de viajes, un apartamento en Cala Mayor,
Mallorca. No voy a contar aquí los sucesos que
ocurrieron con sus celos, pero si voy a destacar uno, que
es digno de que lo cuente.
Estaba ya acabando el mes de agosto, e íbamos mirando,
por la gran avenida que está al lado del mar, las tiendas
de souvenirs, para llevarnos algunas cosas de recuerdo a
París. Al fin nos decidimos a entrar en una tienda que
parecía tener más surtido de regalos. Era un hombre de

367
aproximadamente cuarenta años, y un chico joven, que
no sé si era su hijo. Nos decidimos a comprar varios
regalos. El dueño de la tienda nos preguntó si éramos
franceses. Yo le dije que si, y estuve hablando con él,
algunas palabras en español, que aunque Émile no lo
hablaba pero entendía lo que decíamos. Nos fuimos de
la tienda con los regalos, Y al día siguiente, a eso de la
diez de la mañana nos fuimos a la playa. Émile no se
bañó ese día, y se quedó sentado encima de la toalla al
lado de la mía. Yo me metí en el agua, estaba el mar
repleto de gente, unos se bañaban, y otros jugaban con
un balón, había un gran griterío, y el agua de las olas
que venían con gran fuerza también hacían su ruido. Oí
de lejos cómo me llamaba Émile repetidas veces. Me di
la vuelta, vi que estaba de pie hasta donde terminaban
las olas. Me hizo una señal con la mano para fuera. Fui
hasta donde estaba, y me dijo bastante serio - ¡ Vámonos
de aquí ! - ¿ Porqué ? - Le pregunté - ¡ No preguntes y
vámonos ! - Respondió. Recogimos las toallas, me puse
encima del bañador un pañuelo ancho atado con dos
nudos por encima del pecho, y salimos de la playa a un
camino forestal que conducía a los apartamentos. Nada
más empezamos a andar por el ancho camino cubierto
de hierba, no podía más y le pregunté ¿ Émile, que
ocurre ? - ¿ Quieres saber lo que ocurre ? - Respondió -
Pues ocurre que el hombre de ayer, el de la tienda,
donde compramos los souvenirs, estaba nadando y
acercándose a ti. Este hombre cuando te vio ayer se
enamoró de ti, lo vi rápidamente, en la manera que te
miraba y cómo te hablaba. Soy un hombre y sé
distinguir esos momentos de otro hombre. ¡ Vamos a

368
hacer la prueba y verás, que no tardará mucho tiempo en
pasar por aquí buscándote ! Un hombre enamorado hace
locuras por una mujer.
Émile se quedó mirando a los alrededores, buscando
algo, yo no sabía que era lo que buscaba, pensé en esos
instantes, que se había vuelto loco, que había perdido la
razón, y me puse un poco en guardia por lo que pudiera
suceder. Saliendo del camino a la izquierda había una
gran piedra o roca, que se podían esconder detrás cuatro
personas agachadas. Me llevó cogida de la mano hasta
esa roca, y nos pusimos detrás en cuclillas. Me dijo -
Ahora vas a comprobar que tengo razón, este hombre no
tardará en pasar. Habían transcurrido como cinco
minutos y efectivamente pasaba un hombre en bañador
y en bicicleta. Yo no recordaba la cara del hombre de la
tienda de souvenir. Émile me aseguraba que se trataba
de él, pero yo no estaba segura - ¡ Bueno y qué ! - Le
dije - ¿ No puede venir ese hombre un rato a la playa ?.
- Este hombre no es de playa, ya ves que no está tostado
por el sol. Ha venido hoy porque nos ha visto pasar, y
quería hablar contigo. Sino es porque estamos en
España, y no quiero jaleo con la policía, le pego aquí
mismo una paliza, por querer quitarme a mi mujer.

Y seguimos con la conversación que llevábamos


anteriormente.
Émile bromeaba refiriéndose a Paul. Aunque entre
nosotros ya no había nada, para él seguía siendo su
mujer, e intentaba siempre que nada desagradable o
malo me llegara.

369
- ¡ Porqué no ! - Le respondí - Paul es amable con las
mujeres, por lo menos lo fué conmigo la noche que
acompañé a Hugo a su casa, es joven y guapo ¿ No es
cierto ?.
Émile también sabía que yo estaba bromeando. Me
conocía demasiado bien, y sabía que en esos instantes le
estaba llevando la corriente. Pero no obstante, me miró
con el ceño fruncido unos instantes. Noté que no había
cambiado referente a mi y a sus celos.
- A Paul no le gusta las mujeres - Se adelantó a decirme.
- ¿ Porqué estás tan convencido que no le gustan ? ¿ Te
lo ha dicho ? ¿ Te ha confiado ese gran secreto, que sólo
pertenece a los hombres ?.
Muchas veces me gustaba hacerle rabiar, era por eso
que se enfadaba conmigo, porque decía que me burlaba
de él, era una manera de ser, que cuando hacia una
broma había que tomarlo bien, pero si alguien, incluso
yo, se la gastaba, no le gustaba, pero él lo hacía para
hacerme reír.
- Estás rabiosa - Me dijo riendo - Porque fue idea de
Paul para que te regalara el collar de perlas, y no fui yo.
- No, estás equivocado. A estas alturas tanto me da, que
el collar me lo hayas regalado tu, que Paul, o que Hugo.
De manera que has intervenido tu, me da lo mismo. Me
estoy acostumbrando a tus hombres, a tus amantes a las
personas que realmente quieres.
- Claire, cómo has cambiado - Dijo echándose atrás en
el asiento, y limpiándose las manos con una servilleta de
papel, de haber comido la rebanada de pan untada de
mantequilla - No te conozco ¿ Sabes lo que me gustaría
ahora de ti ?.

370
- ¿ Qué ?.
- Volver a conquistarte de nuevo, pero como la mujer
que eres ahora - Dijo con sinceridad. Lo conocía en las
dos facetas, y sabía que estaba hablando sinceramente.
Cuando lo hacía, sus ojos se clavaban en los míos como
si los quisiera traspasar, y esta vez lo había conseguido.
- Eso ya no es posible, y nunca lo será - Le dije con
pesar, y con nostalgia. También él notó mi melancolía, y
se recreó en mi tristeza. Se rió como vencedor de que
solo él había sido el único hombre a quien yo había
amado. Me dio igual que lo tomara de ese modo, al fin y
al cabo era verdad.
- Claire ¿ Supe hacerte feliz ? - Preguntó satisfecho
esperando de mi un si.
- Quiero que estés contento, y que no sufras por eso,
aunque de cierto sabes, que hiciste todo lo que sabías y
podías para que yo fuera feliz. Me amaste a tu manera
¿ Crees que no me daba cuenta ? Era una manera egoísta
de amar, la que tenías, pero lo hacías cómo sabías, cómo
lo sentías. Es tu manera, no conoces otra. Muchas veces
eran las que te decía - Émile, te estás equivocando, eso
no es así, no tienes que ver solamente hacia ti, yo
también cuento. Es que eres de naturaleza salvaje.
- Esta noche quiero quedarme contigo, pues hace tiempo
que no duermo aquí. Pero no lo interpretes mal, lo que
quiero decir, es estar conversando como ahora lo
estamos haciendo, pasar una velada a tu lado como en
los viejos tiempos. Hablar de nuestras cosas, que hemos
ido dejando a un lado.
- Lo has ido dejando tu, pues conmigo hacías lo que
querías, pero con tus amantes no. Recuerda el día que

371
llegué a Johannesburgo, y me vino a recibir Hugo. Yo te
esperaba a ti, pero tuviste que agachar la cabeza y ceder.
Conmigo nunca cediste en nada, hacías lo que querías,
incluso te molestaba si te hacía alguna pregunta. ¿ Que
de donde venías cuando llegabas a casa de madrugada ?
Te sentaba mal, y te dabas la vuelta en la cama para
dormir, para no responderme ¿ Crees que me hiciste
plenamente feliz ? Eso no llegó en su totalidad, quien te
amaba era yo, y de esa manera aprendí a amarte, y no
estoy arrepentida, porque dentro me siento bien.
- ¿ Quieres decir que yo no te he amado ? ¿ Que no eras
para mi la reina del mundo ? Eras la reina del mundo y
mucho más. Aunque yo tuviera mis ligues, pensaba en
ti, miraba la hora para poder escaparme, y llegar a casa
para abrazarte ¿ Lo crees ?.
- Qué más da Émile, ahora ya todo es distinto, y no me
gustaría volver a los viejos tiempos, el pasado ya está
lejos, ahora quiero mirar con colores alegres el presente.
¡ Ojalá ! mis sueños se hagan realidad.
Émile seguía con el codo derecho reposando en el
brazo del sillón, con el puño cerrado apoyado en su
mandíbula. Me observaba detenidamente, quizá pensaba
en tantos años que habíamos compartido nuestras vidas.
La de cosas que hizo y que nunca se atrevió a decirme.
Mientras iba yo comiendo una naranja, separando gajo
por gajo, me dijo.
- ¿ Te apetece si este sábado salimos a cenar ?.
Me quedé pensando, porque me parecía que ese sábado
tenía yo algo que hacer importante para mi. Afirmé con
la cabeza recordando que era, y seguidamente le dije.
- Este sábado por la noche salgo.

372
- ¿ Que sales dices ? ¿ Con quién ? - Preguntó
extrañado, poniéndose derecho en el sillón, manteniendo
su mirada con la mía.
- Este sábado es el primero de Luna llena. En el poblado
de Yosi vienen médium de otros lugares, y entran en
trance, y se comunican con los espíritus. Son nativos
quien llevan este acto, esta ceremonia para los nativos es
religiosa. Le dije a Yosi que iría con ella el sábado,
porque me interesa el tema.
Émile sacudió la cabeza sorprendido al
mismo tiempo que se reía.
- ¿ Desde cuando te interesan estos temas ? - Dijo con
sarcasmo.
- Desde siempre, lo que pasa es que en París era difícil
de contactar con autenticos médium. Ahora tengo la
oportunidad de hacerlo, y si dejo pasar este sábado, ya
no podré asistir hasta la próxima Luna llena ¿ Quieres
venir ? - Le dije invitándolo.
- ¿ Pero bueno, tu a mi por quien me has tomado ?
¿Como puedes creer en esos hechiceros ? Sólo pueden
traer el mal, y tampoco creo que puedan hablar con los
espíritus, porque el que se muere, está muerto para
siempre - Dijo con algo de cólera porque no hacía lo que
me pedía. Era rebelde, no tenía solución.
- Los nativos, no lo creen así - Dije afirmando - Para
ellos, los que se mueren se quedan en la tierra, y están
por todo nuestro alrededor.
- ¡ Si eso es ! Que vamos chocando los unos con los
otros - Dijo echando una carcajada.
También yo me reí de su elocuencia.
- Más o menos así lo afirman los nativos - Dije.

373
- ¿ Entonces dejas pasar la oportunidad que te brindo ? -
Dijo con arrogancia.
No lo podía creer.
- ¿ Que tu me brindas una oportunidad ? ¿ Qué clase de
oportunidad es esa ? - Le pregunté sin reparo, al mismo
tiempo que me hacía cruces por la indecencia de su
proposición ¿ Qué era lo que quería ?.
- De que tu y yo volvamos a ser marido y mujer, o sea
como éramos en París ¿ No te gustaría ?.
Me moví en el asiento algo nerviosa.
- ¿ Que pasa que Paul no te hace caso ? - Le dije
directamente sin consideración, por el poco cariño que
sentía hacia mi, por el poco respeto que me demostró, y
por la herida que me hizo al hablarme de esa manera. Le
devolví el dardo.
- Estás equivocada, Paul es mi mejor amigo, y nos
tenemos el uno al otro cuando nos apetece - Dijo
enfadado, y salpicando su saliva en mi mano.
- Muy bien, lo veo bien, y os deseo a los dos mucha
suerte. Pero a mi déjame fuera de tu juego sucio ¿ No te
has reído ya bastante tiempo de mi ? ¿ Porqué me haces
esto ? ¿ Tan poco te intereso ? - Dije bastante enfadada.
Émile me miraba fijamente, sin parpadear, la tez de
su cara se había puesto blanca. Se puso en pie, y
dándole una patada hacia atrás al sillón, lo separó. Sin
parar de mirarme bajó los escalones del porche,
seguidamente después caminó a paso ligero por la
vereda del jardín. Llegó a la verja, y abrió la puerta,
salió y cerró tras de él. Entró en el coche y vi cómo se
alejaba. Seguro que fué a casa de Paul.

374
Encima de la mesa había quedado el estuche abierto
con el collar de perlas dentro. Lo volví a coger por el
broche y lo coloqué en la garganta. Entré al salón y me
fui a mirar en un gran espejo, y vi mejor la belleza de las
perlas.
Émile utilizó el collar para conquistarme de nuevo,
para que yo lo quisiera, pero eso ya no podía ser.
Mis ideas las quería poner en orden. El sábado, o sea
pasados dos días me iría por la tarde con Yosi a su
poblado, pues, no quería dejar pasar esta ocasión de
poder ver en vivo y en directo, lo que algunos canales de
televisión nos muestran en documentales.
El sábado siguiente día veinte, era cuando llegaban
los padres de Hugo. Lo iba a ver cada dos días al
hospital, y estaba al corriente de que sus padres
llegaban. Esperaba que llegara ese día para abrazar a su
madre.
Émile vino al día siguiente por la noche, de que
pasara el incidente, era ya tarde y me preparaba para
irme a dormir. Oí cómo abría con llave la puerta de
abajo. Fué antes a la cocina, y estuvo como diez
minutos, y seguidamente subió las escaleras. Salí de mi
dormitorio, y fui a su encuentro. Nos miramos de cara, y
le sonreí para que viera que no estaba enfadada. Émile
se mantenía serio, y con aire de arrogancia. Cómo era
hombre tenía que llevar la razón, tenía que hacerme ver
que quien estaba ofendido era él, y se hacía la víctima
para que fuera detrás.
- ¿ Émile, te quedas esta noche a dormir ? - Le pregunté-
¿Has cenado ?.
Negó con la cabeza.

375
- Qué quieres decir con este gesto, que no te quedas, o
que no has cenado.
Me observó unos instantes.
- Las dos cosas - Dijo con un tono bajo de voz - Vengo a
coger algo de mi ropa, y seguidamente me voy.
- Es tarde ¿ No te has dado cuenta la hora que es ? - Le
dije señalando con el índice la hora que era en mi reloj.
- Es la una de la madrugada, no importa, mañana es
sábado y no trabajo. Paul me espera a la hora que llegue,
además, esta noche está dando una fiesta, y no nos
iremos a dormir hasta las cinco.
En la mano derecha Émile guardaba las
llaves del coche y las hacía sonar sin darse cuenta, por el
nerviosismo que no lo dejaba.
- ¿ Has ido al hospital a ver a Hugo ? - Le pregunté.
- Hoy no he podido, he tenido cosas que arreglar, iré
mañana - Dijo entrando en su dormitorio - ¿ Has ido tu a
verlo ?.
- Estuve esta mañana con él, tres horas. Tengo ganas de
que lleguen sus padres, para ver que es lo que deciden
hacer.
- ¿ A qué te refieres ? ¿ Que es lo que tienen que
decidir? - Preguntó, pero dándole igual, mientras que
habría el cajón de la mesita de noche y sacaba un
estuche cuadrado que guardaba dentro un reloj de
pulsera de buena calidad que Hugo le había regalado.
Dio la vuelta a la cama, y llegó al armario. Lo abrió
y extrajo del departamento de arriba una bolsa de viaje
plegada, la desdobló y empezó a meter ropa interior
suya.

376
Yo me quedé de pie en el umbral de la puerta
mirando todos sus movimientos.
- ¿ Te lo vas a llevar todo esta noche ? - Le pregunté sin
mala intención - ¿ Cuando volverás ?.
Me echó una mirada, y seguidamente, cerró la
cremallera de la bolsa, y la cogió por el asa. Se quedó
frente a mi mirándome con hastío.
Esa noche por mucho que quisiera disimular de que
estaba bien, su propia mirada lo delataba. Había en sus
ojos mucha tristeza, y mucho pesar. Yo no lo di de que
fuera por causa mía. Era una época que lo estaba
pasando bastante mal, debido a la enfermedad de Hugo,
los dos sabíamos que de esto no iba a salir. También la
enfermedad que él padecía, era la misma, y por si fuera
poco, la llegada de los padres de Hugo, que él, no
aceptaba. En aquellos momentos se quería refugiar en
mi, como si nada hubiese pasado. A Émile ya no lo
aceptaba como marido, como amigo y compañero todo
lo que fuera necesario, él, sabía que me tenía para todo
lo que hiciera falta, se lo había demostrado desde el
primer día que llegué a Johannesburgo, pero su mujer
como se entiende, ya no podía ser.
- Volveré quizá el domingo u otro día, cuando necesite
algo que me haga falta - Dijo acercándose a mi para que
me retirara y le dejara paso.
- ¿ Has cenado ? - Le pregunté poniéndome a un lado de
la puerta.
- Sí, y mucho, hemos hecho una barbacoa de variadas
carnes.
Salió del dormitorio, y bajó las escaleras sin
prisa. Cuando llegó abajo, se dio la vuelta. Yo me había

377
quedado arriba en el último escalón. Se quedó unos
instantes mirándome.
- Buenas noches Claire - Dijo - Quiero que sepas que
siempre te he querido, aunque pocas veces te lo haya
dicho, pero en mi vida solo tu has sido la única mujer
que he tenido.
- De eso estoy convencida - Le respondí afirmando con
la cabeza. Se giró hacia la puerta, la abrió y salió,
cerrándola tras de si. Fui a mi dormitorio, y miré por la
ventana, cómo subía en el coche. Antes de arrancar miró
a la ventana de mi dormitorio. Me vio que estaba
asomada, agitó la mano para decirme adiós. Yo hice lo
mismo. Vi como se alejaba.

25

Al día siguiente sábado a las siete de la


tarde, esperaba Yosi con su hijo Moisés sentada en el
porche, a que yo acabara de elegir la ropa adecuada que
me iba a poner para asistir a la celebración del segundo

378
día de Luna llena. Yosi me había explicado algo, pero
yo no me hacía la idea de lo que iba a ser.
Decidí ponerme un vestido gris perla, largo hasta los
tobillos, de media manga, y un escote en forma de
corazón. Elegí un calzado plano, y cogí un chal blanco
de lana, para la noche, porque refrescaba, era por la
noche cuando hacía más frío, y tenía que ponerme sino
un chal, una chaqueta.
El taxi que había pedido por teléfono, hacía cinco
minutos que esperaba en la puerta. Sólo tenía que coger
el bolso blanco, y marcharnos. Al subir al taxi, Yosi le
pidió al taxista de que ella y su hijo fueran delante, ella
lo hizo a su modo, él afirmó con la cabeza. No parecía
que fuera hombre de muchas palabras. Yosi le indicó
donde íbamos, siguió la avenida hasta el final, y
seguidamente torció a la izquierda.
De lejos se veía un poblado de casitas pequeñas y
cuadradas, estaban edificadas sobre la falda de una
montaña. En coche había que dar más rodeo para llegar
al poblado de Yosi, pero seguro que cuando ella se iba
el sábado a la tarde y volvía el domingo a la noche, lo
debía de hacer cruzando el campo. Los nativos se
manejaban bien desplazándose atravesando los campos,
muchos iban descalzos. Para entrar en el poblado
íbamos por una carretera que no era ancha, incluso
muchos vehículos no debían circular, porque la hierba
crecía en el medio de la carretera. No era una zona de
bosque pero había mucha vegetación.
El taxista se paró en una explanada donde ya habían
llegado varios taxis, y también turismos. No pensaba
que asistieran tanta gente a estos actos. El poblado

379
estaba cerca, quedaba como a cinco minutos a pie, era
aquí donde se celebraban estos rituales, pues, según
decían las médium, los espíritus se quedan cerca de los
familiares, y viven en las casas de ellos, e incluso se
quedan fuera en la puerta, y ocupan las calles.
Dentro del taxi pagué el importe del recorrido. El
taxista me hizo una sugerencia - Era mejor que se
quedara a esperarme, porque cuando me quisiera
marchar, lo iba a tener complicado, puesto que los taxis
que se veían aparcados, eran los que habían traído a
clientes, y los esperaban hasta que se fueran. Le
agradecí su advertencia y accedí a que me esperara.
Estaban por grupos centenares de personas, blancos,
que habían acudido a estos actos. Nos íbamos acercando
a las casitas pintadas de blanco, Yosi, su hijo y yo. Nos
salió al encuentro una mujer y una joven nativas. Una
era la madre de Yosi y la otra su hermana, se parecían
las tres mucho. Yosi tenía la sonrisa de su madre. Esta
se hizo cargo de Moisés, y lo cogió en brazos, después
de que Yosi nos presentara. Se fué con su nieto y nos
dejó. Había bastante algarabía por parte de todos
los presentes. Los blancos hablaban en alto, y los
nativos también. Aunque era de noche, la Luna
iluminaba con su resplandor plateado. Ya se había
formando un gran corro de nativos médium y de sus
asistentes que estaban cerca por si había una médium
que caía en trance, iba pronto a sostenerla. Una joven
nativa vestida de blanco con ropa ancha estaba en el
suelo, decía nombres, muchos nombres de personas.
Mantenía los ojos cerrados, dos mujeres nativas de edad
mediana, la sostenían cogida por la espalda. Los

380
cánticos espirituales que la mayoria de las mujeres
hacían, se convertían en eco escuchándose por todo el
valle.
La mayoría de los blancos, habían llevado cámaras
de fotos, pero se lo prohibieron los dirigentes que se
ocupaban para que no hubiese extorsiones de ninguna
clase. Lo que yo no comprendía, se lo preguntaba a
Yosi, y ella trataba de explicármelo de la mejor manera
que sabía. Me decía que los cánticos que se oían iban
dirigidos a la Diosa Luna, y a todas las Lunas que
existían en el firmamento, pues, de esta manera los
espíritus entraban en conexión con los médium.
El momento llegó en que la mayoría de los médium
cayeron en trance. Fueron para mi, unos momentos de
mucha emoción - pensaba - Cómo se podía sentir la
médium que estaba en trance. Desde luego, sus
facciones iban cambiando a cada instante que pasaba, a
cada minuto. Se comportaba cada una de una manera
distinta. Yosi me iba explicando, que el comportamiento
que tenían, era el espíritu que las habían poseído. Si
había sido tranquilo en vida, la médium o el médium se
comportaban tranquilos, pero si habían sido personas
agitadas, el médium también lo estaba.
Me encontraba yo demasiado entusiasmada con dos
médium que siguiendo el ritmo de lo que cantaban
cayeron en trance, y no advertí hasta minutos después
que Yosi hablaba con un joven blanco que se había
puesto a su lado, él seguía hablando con ella, pero la
mirada la tenía puesta en mi. Calculé que debería tener
entre veintiséis y veintisiete años. No vi que fuera como
los demás hombres de su edad, sus maneras salían fuera

381
de lo común. Sus cabellos de un castaño claro casi
tirando a rubio, los tenía largos y recogidos atrás de la
nuca por una cola que le llegaba a la mitad de la
espalda. Con el reflejo brillante que daba la Luna,
pude ver el color de sus ojos, verde mar. Las facciones,
de su cara las tenía bonitas, pero varoniles. Pude verle
medio cuerpo para arriba. Vestía camisa blanca medio
abotonada al pecho y americana color hueso. En el
hombro llevaba colgada una bolsa marrón, y en sus
manos sostenía un cuaderno para escribir y una pluma
estilográfica. Nuestras miradas se cruzaron, él me hizo
un gesto con la cabeza, como modo de saludo, yo no
recuerdo si hice lo mismo, pero creo que le sonreí. Ese
rostro tan bello hizo que mi cuerpo se estremeciera, que
olvidara totalmente por unos instantes todo lo que estaba
viviendo, toda la quimera en la que cada día me
despertaba, todo el mal sabor que tenía de la vida. En
esos instantes no me parecía que fuera negativo nada de
lo que había a mi alrededor, era como si hubiera vuelto a
nacer. En mis oídos había desaparecido todo aquél ruido
estrepitoso que sacudía el lugar donde nos
encontrábamos. Oí la voz de Yosi que repetía una y otra
vez - ¡ Señora ! ¡ Señora !.
La miré, sin darme cuenta que escuchaba su voz, y
me dijo acercándose a mi oído.
- Ese joven me ha preguntado, quien es usted. Sólo le he
dicho que trabajo en su casa.
- ¿ Lo conoces de algo ? - Le pregunté sin dejar de
mirarlo.
- No, es la primera vez que lo veo.

382
Parecía que me interesaba el ritual que se estaba
llevando, pero no era así, ni para este joven tampoco.
Los dos hacíamos lo mismo a la vez, hacíamos ver que
nos interesaban las médium, pero no era así, pues, los
dos coincidíamos al mirarnos, y los ojos de él, eran los
míos, y los míos los de él. Yo quería salir de aquella
gran muchedumbre, y me di la vuelta para irme del
gentío. Yosi y su hermana me siguieron, y cuando pude
estar fuera de toda esa aglomeración, le comuniqué a
Yosi.
- Me voy.
- ¿ No le ha gustado ? - Preguntó con sutilidad.
- Si Yosi mucho, pero creo que ya es hora de que me
vaya.
Yosi no dijo nada, me acompañó con su hermana
hasta donde esperaba el taxista. Él hablaba con otros
compañeros que esperaban también a sus clientes. Nada
más me vio llegar fué hasta su coche, abrió la puerta
para que subiera. Agradecí a Yosi la noche tan especial
que había vivido, y nos despedimos hasta el domingo a
la noche. El taxista me llevó de vuelta a casa.
Volví la cabeza en el asiento para mirar por el cristal
de atrás, y comprobé que venía un turismo. El taxista se
puso a un lado por si lo qué quería era adelantarlo, pero
no era eso lo que buscaba el conductor de un
descapotable rojo. Seguía a una distancia moderada al
taxi. Pensé que fuera el joven que había visto que
hablaba con Yosi, pero dos segundos después quité esa
idea de mi cabeza, y opté otra, que no era posible. ¿ Y si
le preguntó a Yosi, quien era yo ? Seguro que lo había
hecho por curiosidad, quizá por saber qué clase de

383
personas iban a esos rituales, también hay encuestadores
para esta clase de actos.
Pero todo lo que había pensado no era.
Cuando el taxi se paró delante de la casa, pensé,
porque no me lo podía sacar de la cabeza, que el coche
que venía detrás, seguiría su ruta, pero no fue así. Se
detuvo como a cinco metros del taxi. Mientras que le
pagaba al taxista el recorrido y la espera, mantenía mi
mirada en el descapotable rojo, que seguía parado, y con
los focos encendidos. La luz del porche estaba
encendida, la había dejado yo para hacer ver de que
había alguien en la casa, y también para que Diana no se
encontrara tan sola, pues, estaba acostumbrada a que yo
estuviera siempre con ella.

26

El taxista antes de marcharse, le echó una


ojeada al coche que seguía parado. No le dio

384
importancia al comprobar que el porche estaba
iluminado hasta la mitad del jardín, y que también, la
perra me estaba esperando contenta al otro lado de la
verja, y para más, los vecinos ingleses, que tenían como
de costumbre montada una fiesta, y se veía gente en el
jardín, como corrían, reían y la estaban liando, ellos no
sabían divertirse si no era de ese modo.
Cuando el taxista se iba, vi como salía sin prisa de
su coche rojo descapotable, el joven que había conocido.
Cogí la maneta de la puerta de la verja para abrirla. Y de
súbito, oí la voz de él, que me decía cerca de donde yo
estaba, en un inglés perfecto.
- Perdona ¿ Puedo hablar sólo unas palabras contigo ?.
- Si - Dije con la voz algo baja.

Observé que miró mis manos.


- ¿ Vives aquí ? - Me preguntó en un tono de voz suave,
una sonrisa agradable, y una manera de mirarme que
volví otra vez a ponerme nerviosa.
- Si - Le respondí, mientras que abría la puerta de la
verja sin querer. Diana salió, y empezó a dar saltos a mi
alrededor haciéndome fiestas.
- Por lo que veo estas casada, llevas una alianza en tu
mano izquierda - Dijo cambiando la manera de mirarme
pero con más fijación, como esperando oír la respuesta -
Si, pero mi marido no está, es por eso que no me ha
acompañado.
- Sí estoy casada, la mayoría de las mujeres de mi edad,
lo estamos - Respondí más desenvuelta.
- ¿ Y cómo es que tu marido te deja sola siendo tan
guapa ? ¿ No tiene miedo de que alguien te rapte ?.

385
En esos instantes no supe que le iba a responder,
porque aunque no le importaba, tenía razón en lo que
decía, no era normal que una mujer sola fuera para
asistir a estos rituales espirituales, y a una hora alta de la
noche.
- Está trabajando, y no me ha podido acompañar - Fué lo
primero que se me ocurrió decirle.
Me miró fijamente con una sonrisa, no parecía creer
la excusa que le di, y no se la creyó.
- Vives sola ¿ No es cierto ? - Dijo con sus ojos verde
mar puestos en los míos.
- No, y de todas maneras, mi vida sólo me concierne a
mi. Buenas noches ¿ Señor ? ...
- John Edwars, pero llámame John ¿ Y ? ...
- Claire Franklin, esposa de Franklin - Dije.
- Claire ¿ Me permites que te llame Claire ?.
- Por supuesto - Respondí afable.
- Claire, mientras que te miraba esta noche en el ritual,
la Luna reflejaba tu cara, y la vi aterciopelada con una
brillantez que me impresionó, y no pude detenerme y
escribí una poesía, que en realidad es la imagen que vi
de ti, es tu personalidad y tu belleza. En esos instantes
hubiese querido ser, uno de esos cuervos que volaban
por el cielo iluminado y haberme posado en uno de tus
hombros, para acariciar tus cabellos, y tu cuello.
Tenía yo las llaves de la puerta de la casa en las
manos, y al oírlo decir todas esas frases dulces, y con un
tacto digno de admirar, se me cayeron al suelo. Hice un
gesto para agacharme, pero John fué más rápido. Las
cogió y me las puso encima de la mano.

386
Miraba las facciones de mi cara, las recorrió en un
instante, y volvía a empezar. Me sentía tan bien a su
lado, que ni siquiera la música y el griterío de los
vecinos ingleses me molestaba, sólo oía en mi cabeza
las palabras deliciosamente dichas de John.
- ¿ Es verdad que has escrito una poesía para mi ? - Dije
con gesto generoso.
- Si, la tengo aquí - contestó, tocando con la palma de su
mano el bolsillo de la americana.
- ¿ Eres poeta ? - Dije riendo.
- Si, lo soy - contestó con naturalidad - Escribo poesías,
y también libros, ahora tengo uno a medias.
- ¿ Qué escribes ?.
- Todo lo que veo lo convierto en una historia. Esta
noche he acudido a este lugar, porque estoy escribiendo
sobre los nativos, sus costumbres, y cultura. Y he tenido
la suerte de conocerte ¡ figúrate si soy afortunado !.
- ¿ Eres inglés ?.
- He nacido aquí en Johannesburgo, pero mis padres son
ingleses. Tú por el acento que tienes eres francesa
¿ No?.
- De París ¿ Entiendes bien el inglés que hablo ? - Le
pregunté para asegurarme si se me entendía, aunque era
posible de que me dijera que si, solo por complacerme,
y no dejarme mal.
- No es que lo hables bien - Dijo con bastante
sinceridad- Pero te entiendo todo lo que me dices ¿ Vas
a alguna academia ?.
- He ido - Respondí, moviendo la cabeza.
- Has ido ¿ Ya no vas ?.

387
- No, lo pase mal en una que fui, y lo poco que sé es
porque estudio en los libros, y lo que puedo hablar con
los nativos.
- ¿ Tan mal lo pasaste ? - Preguntó frunciendo el
entrecejo.
- Para mi, fué una experiencia bastante negativa.
- ¿ Pues que te ocurrió ? - Preguntó desconcertado.
- Es una historia que no tiene importancia, incluso es
ridícula, no quiero recordarla.
- ¿ Tanto daño te causo asistir a esa academia ?.
- John, no tiene importancia de veras.
- Claire, quiero que me lo cuentes por favor - Suplicó.
Hacia como media hora que estábamos con nuestra
agradable conversación fuera de la verja, y por lo que se
veía venir, el tema iba para largo. La puerta de la verja
estaba abierta, yo le sugerí.
- ¿ Te apetece que nos sentemos en el porche y
hablemos un rato ?.
- Si desde luego. Voy antes apagar las luces del coche, y
vengo.
Miré cómo andaba, con una elegancia varonil, por la
que yo me volvía loca. Me gustaba el hombre, hombre y
con elegancia a la vez, un hombre para mi tiene que
tener clase, tiene que saber estar y comportarse.
Volvió a los dos minutos, según se iba acercando a
mi, iba sintiendo su aroma, no llevaba puesta ninguna
colonia, era su cuerpo que desprendía una olor a limpio
y a ropa planchada. Entramos en el jardín, andamos por
la vereda y llegamos al porche.
- Siéntate - Le dije.

388
Se sentó en uno de los sillones, y yo me senté frente
a él.
- ¿ Te apetece que tomemos té ? - Le pregunté.
- ¿ Te apetece a ti ? - Me dijo.
- No, lo decía por ti.
- Estoy bien así, me encuentro bien a tu lado ¿ Que más
puedo pedir ? Sólo darle gracias a los Dioses por estar
contigo.
Me sorprendía cada vez que hablaba y me ponía a mi
de ejemplo para dar las gracias de que podía estar
conmigo. Daba la impresión de que no tenía a nadie con
quien hablar o con quien salir.
- John ¿ Tienes amigos ?.
- Pues claro que tengo amigos, y también amigas ¿ Y tu
tienes amigas ?.
- No, bueno si, una amiga pero que muy pocas veces nos
vemos. Se llama Madeleine, y es más mayor que yo,
pero tiene un alma joven, está casada, y ha sufrido
mucho.
Me sonrió.
- Cuéntame que fué lo que te pasó en la academia.
- Tener que recordar ahora eso, me resulta pesado -Dije
manteniendo su mirada.
- Cuéntamelo, que quiero saberlo - Dijo riéndose - ¿ A
qué academia fuiste ?.
- A la inglesa nacional.
- Es una buena academia, pero las profesoras son
bastantes exigentes y piden mucho de los alumnos.
- Una cosa es ser exigente, y otra era que me traía de
cabeza, Susi, la profesora de gramática.

389
- ¿ Has dado clases con la Susi ? - Dijo escandalizán-
dose - ¿ Cuanto tiempo ?.
- Un mes y medio aproximadamente, o quizá puede que
llegara a dos.
- ¿ Qué sucedió ? - Preguntó con una risa algo burlona.
- Me da vergüenza contarlo, no quiero contarlo - Dije
negando con la cabeza.
- Claire por favor cuéntamelo - Dijo con la misma
sonrisa de antes. Tenía arte para seducir.
Me quedé rezagada con la mirada hacia abajo,
también riendo recordando lo ocurrido el último día de
clase.
John esperaba con una sonrisa deliciosamente bella.
Esa noche desde el primer instante que lo vi, y de la
manera cómo me miraba, me di cuenta que era un
conquistador, sabía como hablarle a una mujer, sabía
seducirla. Es cierto que me enamoré desde el primer
instante que lo vi, pero mi corazón lo había cerrado
totalmente al amor, y no pensaba abrirlo para ningún
otro hombre, pues, con Émile fué una experiencia
terrible la que viví, y yo estaba plantada en que los
hombres, sino era de una manera o de otra hacían sufrir
a las mujeres. Émile estaba tranquilo por esa parte, de
que yo jamás me volvería a enamorar, y hacía lo que le
venía en gana.
- A ver por donde empiezo - Le dije, tratando de
ponerme seria, e hice un sonido con la garganta para
aclararla - Se metía mucho conmigo, eso por un lado, un
día abandoné la clase, porque me pedía que le diera el
verbo amar.
John soltó una carcajada. Lo miré, y los dos reímos.

390
- ¿ Has dicho que abandonaste la clase ? - Dijo con
retintín.
- Si, aunque sea difícil creerlo, me fui cuando se puso
borde conmigo. La dejé plantada, y se quedó con la boca
abierta, no esperaba mi reacción.
- ¿ Te dijo alguna palabra que no estuviera bien ? ¿Qué
fué lo que te dijo ? - Insistía en que le contara todo.
- Más que nada, porque me dejó en ridículo delante de
todos los alumnos. Esto lo empezó a hacer poco después
de que yo empezara las clases, pero ese día se pasó.
Hacía ver que era yo tonta y que no entendía nada. Cogí
mis libros y los cuadernos y salí de clase.
- ¿ Qué fué lo que te dijo Susi la pelirroja ? - Preguntó
con ironía.
- Quería saber si volvería al día siguiente, le dije que me
lo pensaría, pero quizá, no.
- ¿ Y no volviste más ?.
- No, lo poco de inglés que sé, lo he aprendido de los
libros que tenía para llevar a clase, y de hablar con los
nativos ¿ Conoces a Susi ? Por lo que me he dado cuenta
si la conoces - Le dije.
- Si, la conozco bastante bien. Ella fué durante un año
profesora mía, al principio tampoco congeniábamos. Es
que es bastante ruda para decir las cosas, pero después
cuando se le conoce, no es tanto, es su manera de ser
¿ Entonces ahora no tienes a nadie para que te dé
clases?.
- No, ya te he dicho antes que lo que sé de inglés, es por
los libros, y por las veces que hablo con los nativos.

391
John se quedó mirando la entrada de la casa, la puerta
aún permanecía cerrada, nos habíamos sentado, en el
porche y no la había abierto.
- Vives sola ¿ No es cierto ? - Dijo clavando sus ojos
verde mar, en los míos, pues, había veces que trataba de
evitarlos, me ponía bastante nerviosa y seguro que John
lo notaba. Hacia todo lo posible por aparentar ser
estable, pero ante su mirada cautivadora me era
imposible.
- No vivo totalmente sola. Esta noche no vendrá nadie,
pero mañana es posible que venga Émile.
- ¿ Quien es Émile ? - Preguntó ante la duda.
- Es mi marido, ya te dije antes de que estaba casada.
- ¡ Ah ! está de viaje ¿ Es por eso que no te ha
acompañado ?.
No sabía que decir ni que responder. Hacía pocas
horas que nos conocíamos, para que yo le hablara de mi
vida privada, no nos conocíamos aunque hubiéramos
entablado una conversación amistosa, pero se trataba de
mi vida personal y si decía algo, lo mismo sin darme
cuenta, salía toda la personalidad de Émile, y su imagen
no la quería dañar, quería que todo siguiera como
estaba, y más adelante si seguíamos siendo amigos, se
tendría que enterar de todo.
- No está de viaje, se ha quedado en el hospital
haciéndole compañía a un amigo - Dije lo primero que
me vino a la cabeza, sé que mentí pero era necesario.
- ¿ Este amigo está muy enfermo ? - Preguntó con tacto,
y con algo de tristeza.
- Si, mucho - Dije afirmando con la cabeza.

392
- Debe de ser muy grave lo que tiene cómo para que se
quede esta noche tu marido con él ¿ Qué enfermedad
padece ?.
- El médico que lo lleva dice que se trata de un virus.
- ¿ No ha dicho que clase de virus es ?.
- No, todavía no lo saben, están estudiándolo, y mientras
tanto nuestro amigo se está muriendo - Dije con los ojos
húmedos.
- ¿ No tiene familia aquí ? - Preguntó con tristeza, y con
un desaliento que había en sus palabras.
- No, sólo nos tiene a nosotros, pero el sábado próximo
llegan sus padres, procedentes de París. Tengo ganas de
que estén aquí, para que se queden con él, se encontrará
menos solo.
- ¿ Es compatriota tuyo ?.
- Si.
- Eso si que es tener mala suerte, estar lejos de su país y
encontrarse enfermo.
Cambié de conversación por lo triste que
resultaba.
- John, antes dijiste que habías escrito una poesía para
mi.
- Si, la guardo en mi pecho cerca de mi corazón, y cada
frase que he escrito, palpita de una manera distinta mi
corazón, porque cada palabra dice una cosa - Dijo con la
mano derecha y abierta puesta en el pecho.
El modo de mirarme, de nuevo me cautivó.
- ¿ Quieres leerme sólo un poco de lo que has escrito ? -
Le pedí, que más que pedir era una súplica.
- ¿ Te gusta saber cuales son mis secretos ? ¿ Que es lo
más bello y sublime que he visto en ti ?.

393
- Si - Respondí riendo - Soy una mujer, y me gusta que
me digan frases hermosas, aunque no sea del todo
verdad, pero yo me las creo.
- Claire, todo lo que he escrito de ti esta noche, es cierto,
ha sido mi manera de verte. Eres como una piedra
preciosa y mirar la gama que tiene de colores, de muy
bellos colores, y de ritmos musicales, la danza y el
cambio de pasos para que se haga una silueta dulce y
delicada. Este trozo de prosa es el contenido más
importante que he escrito al verte - Concluyó - Llevas
contigo a una gacela hermosamente bella, corre y baila
por los prados, sube montañas, y se encarama en ellas
majestuosa.
Mantuvimos los dos las miradas, nadie me había
hablado nunca de esa manera. Émile alguna vez que otra
había sido delicado conmigo, en tres o cuatro ocasiones
me dijo que me quería o, que ese día estaba guapa, pero
de ahí nunca salió. Y ahora llegaba John a mi vida, con
bastantes años de diferencia, apenas lo conocía, y me
había enamorado de él. Estaba segura de que me había
enamorado, pero me hacia la fuerte para disimularlo,
para que él, no se diera cuenta. Eso era lo que yo
pensaba, pero John tenía un ojo especial para la mujer.
En la manera de respirar sabía en qué estado la
mujer se encontraba, parecía que hubiese estudiado para
conocer a la mujer, pero no era así, era innato en él,
había nacido con ese don, si así se le puede llamar.
En aquellos momentos, no pensaba en nadie, nada
más que en él y en mi. Hablaba con John y parecía que
lo conociera de toda la vida, estaba a gusto a su lado, me
gustaba que me hablara, pero no para que me dijera

394
frases bonitas, sino para oír su voz aterciopelada, su
seductora sonrisa y su mirada de ángel. Su tranquilidad
me la contagiaba.
Después de estar unos instantes mirándonos.
- John, esto que acabas de decirme, ya se lo has dicho a
otras mujeres - Le dije afirmando con la cabeza.
- Es cierto que he escrito cosas bonitas para otras
mujeres, pero no las he detallado como a ti, eres distinta
y especial, no creas que quiero conseguir de ti algo, no
Claire. Esta noche has despertado en mi una pasión que
yo desconocía, y que dormía en mi interior.
- Tienes que conocer a muchas chicas ¿ No es cierto ?.
- Si a muchas, he estado enamorado dos veces, pero
cuando llegamos a conocernos bien, me daba cuenta que
entre ellas y yo, no había nada en común. Poseían
belleza, y podían enamorar al hombre más exigente,
porque realmente valían, pero les faltaban exquisitez, y
les sobraban glamour, me enamoré de todo lo superficial
que había en ellas.
- ¿ Las quisiste mucho ?.
John hizo una respiración profunda, y me sonrió.
- Si, las amé profundamente. Cuando conocí a Anne,
teníamos los dos dieciocho años, éramos casi dos críos
en la manera de comportarnos, pero ella en el amor tenía
más experiencia. Anne ya venía de otra relación
anterior, y para mi era la primera.
A Janette la conocí en una firma de autógrafos que
hacia yo para un libro, en la librería internacional de
Johannesburgo, hace tres años, y nuestra relación sólo
duró uno, y desde entonces hasta ahora, no me he
enamorado más.

395
- Ya tendrás ocasión de enamorarte más veces, eres aún
muy joven, y más tu con esa alma de poeta que tienes -
Dije lo que sentía y la verdad.
- ¿ Crees que me volveré a enamorar ? - Dijo con mirada
risueña.
- Si estoy segura - Afirmé.
- ¿ No estoy enamorado de nuevo ? ¿ Piensas que no lo
estoy ?.
- John, lo que yo piense no importa, lo que vale es lo
que tu sientas.
- Claire ¿ Cuanto tiempo hace que vives en Johannes-
burgo ? - Dijo recreando su mirada en mi sonrisa.
- Diez meses ¿ Porqué me lo preguntas ?.
- Pues, porque pienso que debes seguir estudiando
inglés, pero quiero ser yo tu profesor ¿ Lo aceptas ?.
- ¿ Te comprometes que estudie inglés contigo ? - Dije
poniendo cara de sorpresa, y contenta al mismo tiempo -
¿ No estás ahora escribiendo un libro ?.
- Si, pero tengo tiempo para las dos cosas, para escribir,
y para que estudiemos juntos ¿ Te parece bien ? ¿ O
crees que no soy la persona adecuada ?.
- ¡ Oh ! si, claro que si, ¿ Pero porqué se te ha ocurrido?.
- Quiero enseñarte como son todos los verbos, y
sobretodo el verbo amar.
John me iba sorprendiendo cada vez más, ahora
quería hacer de profesor para enseñarme lo que tanto
trabajo me costaba. Lo vi lleno de ilusión, aparte que
rebosaba de encanto - Pensé por unos instantes, si eso
me estaba sucediendo a mi ¿ Porqué me había elegido ?
¿ Tenía yo esa delicadeza que él decía ? ¿ Era yo esa
gacela que bailaba por los prados ? No me quería

396
enamorar, y me estaba enamorando. No quería volver a
amar y creo que ya lo estaba amando. John lo sabía, se
había fijado en la manera que yo le hablaba, y
sobretodo, cómo lo miraba, cómo le sonreía, él, sabía
mucho de mujeres, y yo muy poco sobre hombres. Sólo
había conocido a Émile como amor verdadero, y no se
parecía nada a John.
Mi propósito era, no enamorarme.
- Tengo que pensarlo - Eso fué lo primero que se me
ocurrió decirle - Tengo que estar segura.
- ¿ De qué es de lo que tienes que estar segura ? -
Preguntó tratando de buscar mis ojos.
- No lo sé John, es que no sé que responderte - Dije con
las manos cruzadas, sosteniendo la frente, y los codos
apoyados en la mesa.
- Claire ¿ De qué tienes miedo ? ¿ Soy yo quien te
asusta?.
- John por favor, no estoy preparada para esto, es
demasiado pronto, y apenas nos conocemos. Tengo que
dejar que pase algo más de tiempo, ahora mismo no te
puedo responder.
En esos instantes sonó el teléfono. Me di cuenta que
la puerta de la casa no la había abierto. Busqué las
llaves, y me acordé que las había vuelto a meter dentro
del bolso. Me puse en pie con las llaves en la mano, y
pidiéndole disculpas a John, me dirigí a la puerta y la
abrí. Di al interruptor de la luz que se encontraba a la
derecha. El teléfono seguía sonando. Lo levanté.
- ¿ Diga ?.
- Cómo es que has tardado tanto en coger el teléfono
¿Estabas durmiendo ?.

397
- No Émile ¿ Porqué me llamas a estas horas ? ¿ Ocurre
algo ?.
- No ocurre nada, sólo quería hablar contigo para
preguntarte cómo te ha ido en esos ritos de médium.
- Bien, todo ha ido bien.
- ¿ Hace mucho tiempo que has llegado ?.
- No, no mucho ¿ A qué viene ahora para que me
preguntes sobre este tema ? ¿ Si a ti esto no te gusta ?.
- Es que después me ha sentado mal de que hubieras ido
sóla, tenía que haberte acompañado ¿ Cómo has
venido?.
- En taxi, igual que he ido ¿ Pero porqué ese cambio ?.
El otro día cuando te pedí que me acompañaras me
dijiste que no, que estos temas a ti no te gustaban ¿ Has
ido al hospital a ver a Hugo ?.
- Si, he estado un rato con el, hoy he podido aguantar
una hora.
- ¿ Sólo has estado con Hugo una hora ? Émile es tu
mejor amigo y compañero, no lo puedes abandonar de
esa manera ¿ Como está ?.
- Sigue igual, creo que para él hay poco que hacer
¿ Cuando lo vas a visitar tu ?.
- Mañana, cogeré el autobús a las diez.
- ¿ Te ibas a ir a dormir ahora ? Es la una y media de la
madrugada.
- Si, ya pronto me voy a dormir. Buenas noches Émile.
- Mañana por la tarde iré a verte. Buenas noches Claire.
Dejé colocado el teléfono y volví al porche.
John seguía sentado, pero al verme se puso de pie, y
preparado para marcharse. Con Émile había hablado en
Francés y no pensaba que John había entendido nada.

398
- Era Émile al teléfono - Dije como disculpa.
- Decías que no te había acompañado porque se había
quedado en el hospital acompañando a su amigo.
- Si ¿ Porqué me lo preguntas ? - Dije algo desorientada.
- Porque Émile sólo ha estado con su amigo una hora, es
todo lo que ha podido aguantar ¿ No es eso lo que te ha
contado ?.
- ¿ Y tu cómo lo sabes ? ¿ Entiendes francés ?.
- Si lo entiendo, hice en el colegio todo el curso. Tengo
amigos que son franceses, y que de jóvenes salíamos a
divertirnos. Había veces que hablábamos en inglés y
otras en francés. Claire, conozco bien el perfil de una
mujer, y en su rostro lleva grabado el momento por el
que está pasando, y en su manera de vestir, también, y
sobretodo el modo de como habla. Tu, no estás pasando
por un buen momento con Émile, desconozco la razón
de porqué esta noche no te ha acompañado, pero un
marido que quiere a su esposa no lo hace. A Émile le da
igual que otro hombre conquiste tu corazón ¿ Porqué te
escondes, y tratas de protegerlo ?.
Me senté y cerré los ojos. En mi pecho había una
gran congoja, las lágrimas resbalaban por mis mejillas.
Esa noche John fue para mi el tubo de escape que
necesitaba para desahogarme. Era cierto todo lo que me
estaba diciendo, y me escondía de la realidad, y no
quería salir del agujero oscuro en donde me había
metido. Me había conformado a vivir de esa manera,
porque yo creía que no había otra. Deseaba tanto
desahogarme, y contar mis cosas, y todas las penas que
había a mi alrededor, que me entristecía. Sólo tenía a
Madeleine como mi mejor amiga, ella sabía todo lo mío,

399
pero tenía una familia, y pocas veces eran las que nos
podíamos ver.
La voz suave de John me hizo volver.
- Claire, por favor no llores, me estás rompiendo el
alma.
Traté de serenarme. Abrí el bolso y saqué un
pañuelo, y me estuve secando las lágrimas. Miré a John,
tenía los ojos brillantes, a punto para llorar. Se había
sentado y me miraba de frente, con las manos cruzadas
reposando encima de la mesa.
- John ¿ Qué edad tienes ? - Le pregunté más tranquila.
- Veintisiete años.
- Sabes mucho acerca de mujeres con lo joven que eres.
- Claire desde la edad de doce años le estoy escribiendo
al amor, las mujeres me habéis enseñado a ser como
soy. Cuando tenía cinco años, ya estaba enamorado. Mi
amor era una niña rubia de ojos azules, de cabellos
largos y rizados, con mirada de ángel, era una niña,
poco presumida, y por lo tanto, poseía una gran belleza.
Sentía yo una vergüenza enorme cuando ella me miraba,
el cuaderno y el lápiz se me caían al suelo. Ella seguía
con su mirada azul cielo a lo que se me había caído. Me
sentía torpe, porque tenía que agacharme y recogerlo.
Ella me sonreía y yo temblaba. Tuve el valor de ir a
cada uno de los niños para decirles, que no la miraran
porque me enfadaría con todos. Un día Elizabeth que era
cómo se llamaba, se acercó a mi, no sabía que era lo que
iba a hacer, quería echarme a correr del miedo que
sentía, jamás pasé tanto miedo como ese día. Acercó su
carita de manzana, a mi mejilla y me dio un beso. Me
quedé helado, sin saber que hacer o que decir. Yo la

400
miraba indeciso, con cara de circunstancias, me quedé
mudo, no me salían las palabras, aún no podía creer que
Elizabeth me hubiese besado. Sentía en mi mejilla sus
dulces labios, sus bonitos y angelicales labios. Cuando
estaba yo apunto casi para caerme al suelo, ella me dijo
con vocecita de campanilla . Ahora ya somos novios -
Me cogió de la mano, y así andamos un trecho del jardín
del colegio. Los otros niños nos miraban, y yo presumía
pasando delante de ellos. Cada mañana cuando mami
me llevaba al colegio, la única idea que había en mi
cabeza era ver a Elizabeth. Miraba su carita, y sabía si
estaba contenta o no, dependía del modo que me miraba,
y si no quería hablar mucho ese día, era porque algo le
pasaba. También yo me sentía triste.
Elizabeth fué mi primer amor platónico. Claire ¿ Puedes
creer que todavía no la he olvidado ? Aún siento en mi
mejilla su boquita, dándome el beso. Ella tenía también
cinco años, pero yo no le llegaba ni a la suela de los
zapatos. Elizabeth fué la primera niña que me hizo sentir
amor.
John era transparente cómo el cristal.
- ¿ Estuviste viendo a Elizabeth mucho tiempo ? - Le
pregunté por el entusiasmo que sentía al haber oído su
pequeña historia de amor.
- Solo ese año, al año siguiente, nos enviaron a ella y a
mi, a colegios diferentes. Después de ella entraron en mi
corazón otras niñas, y a la edad de doce años escribí mi
primeras poesías de amor. Era una niña que no hacía
más que decirme requiebros, y yo le correspondía de la
misma manera, pero por escrito. Le daba en clase a
escondidas de la profesora, una carilla de libreta

401
doblada, y escrita con una poesía de amor. De niño me
aterraba hablarle de amor a una niña, y me di cuenta,
que para mi era más fácil si se lo escribía. Le ponía todo
lo que yo pensaba decirle y no me atrevía.
- John, supongo que más tarde, cuando conociste a más
chicas, ese miedo se te iría. Porque ahora quien está
temblando de la cabeza a los pies, soy yo, ante alguien
cómo tu que sabes tanto de amor.
Se rió.
- No, las mujeres nos superáis a los hombres en
capacidad de amar, es innato en vosotras. Los hombres
estamos obligados a seguiros, y vamos a donde queréis
llevarnos. Es el fuego del amor, y sois las mujeres las
que estais al mando. Claire demasiado sabes de que es
verdad y que no me estoy inventando nada. Si me gusta
una mujer, voy a buscarla al fin del mundo, al centro de
la tierra si fuera necesario, subo en globo y desde las
alturas le grito que la amo. Vamos, donde ellas quieren,
porque nos enloquecen. Por un beso de una mujer que
me guste, soy capaz de hacer el caniche, y bailar a su
alrededor, para conseguir más y más besos. Con todo
esto que te estoy diciendo, no creas de que soy un
hombre infiel, porque no lo soy, lo que pasa es que el
romanticismo lo llevo al orden del día. ¿ Sabes que
algunas mujeres, bonitas y muy guapas me han abierto
su corazón ? Estas mujeres de las que te hablo son
casadas. Hemos entablado una conversación, y me han
llegado a decir, que sus maridos, no las buscan en el
juego del amor, que sólo van a lo que les interesan, en el
momento, y que apenas les han dicho una frase cariñosa.
Y tampoco tienen detalles con ellas. En verdad te digo

402
que no lo entiendo. No comprendo esta manera de ser en
un hombre hacia una mujer.
De la manera que he oído como has hablado con
Émile, tu marido, hay algo bastante importante que os
separa, desconozco la causa de que estéis tan alejados el
uno del otro, pero Émile si realmente te quisiera, no se
separaría de ti nada más que para ir a trabajar, ese es el
rol de un buen marido y amante.
John guardó silencio, su mirada traspasaba la mía, yo
no hacía nada para impedirlo, pues, sus ojos color verde
mar, me gustaban mucho, más que gustarme me
tranquilizaban, y mis problemas desaparecían, hasta el
punto que no pensaba en Émile. Tampoco es que yo
estuviera enamorada de Émile, pues no lo estaba, pero si
quedaba un cariño de siete años de matrimonio. Me
sentía una mujer libre, aunque era libre para hacer de mi
vida lo que quisiera y conocer un nuevo amor.
Eso era lo que yo pensaba, y estaba convencida, por
lo dejada y abandonada que Émile me tenía. Pero más
tarde se demostró de que eso no era así. Émile se iba
tranquilamente con sus amigos, porque estaba
convencido de que yo era una mujer sumisa, y que el
amor para mi ya no tenía interés.
- John, eres el único hombre que conozco que entienda
tanto de mujeres, y que al mismo tiempo las ponga tan
altas. Los hombres suelen tener muchos prejuicios, y no
aceptan de que las mujeres los superen aunque sea en el
modo de amar, no conciben que una mujer por el hecho
de ser mujer, vaya por delante de ellos. Esta guerra, y
mal entendido está desde el principio de los tiempos.
Eran los hombres, quien dominaban a las mujeres, y con

403
su fuerza y violencia las sometían a sus caprichos, a lo
que ellos querían que hicieran.
- Así es Claire, aún todavía en el siglo veinte que
estamos, hay lugares de la tierra donde las mujeres no
deben hablar cuando dos o tres hombres están
conversando. Eso no es normal, ni tiene lógica. Y aún
menos debe una esposa demostrar su amor al marido
que ama, pues lo primero que el marido piensa, es que
es una puta.
Nos quedamos en silencio por unos instantes. Miré
mi reloj de pulsera, y comprobé que faltaban cinco
minutos para que fueran las tres de la madrugada. Los
vecinos ingleses aún seguían formando jaleo, pero el
ruido había disminuido, pues quedaban menos invitados,
y esa era la causa.
- John ¿ Has hablado antes en serio ? - Le pregunté con
una sonrisa algo apagada, por toda esa conversación que
habíamos mantenido, y que yo me veía implicada.
- Siempre cuando hablo, lo que digo es en serio ¿ Pero a
qué te estás refiriendo ? - Dijo, buscando mi rostro, con
la mirada juguetona.
- A que tu serías mi profesor de inglés.
- Quiero ser tu profesor de inglés - Recalcó - Te iba a
pedir de que nos volviéramos a ver, y que seas tu quien
aceptes todo. Deseo verte sonreír, y dibujar tu sonrisa y
tu manera de mirarme, en mi pensamiento, de escucharte
reír, y que mis oídos sean música para tu voz.
John tenía diez años menos que yo, y el miedo
invadía mi mente, esa era una de las razones de que no
lo aceptara, pues, no ignoraba de que estaba allí como
pretendiente, aunque para mi era una ilusión que había

404
surgido de repente, pero cuando yo pusiera mis ideas en
orden, todo cambiaría en mi manera de mirarlo. Esas
eran mis conclusiones, aunque lo deseaba, me había
enamorado de él, como una colegiala de quince años.
Cupido había hecho un trabajo perfecto ¿ Qué mujer no
desearía a un hombre como John ? Hacia solo horas que
nos conocíamos, y todo lo que yo tenía en mi cabeza,
eran ilusiones, que habían cogido la forma en
sentimientos. Hacia tiempo que no me sentía deseada, y
necesitaba que me amaran, y yo también amar. Tenía
treinta y siete años, y me sentía joven, era joven, con un
montón de proyectos para realizar. Pero por el modo de
vida que llevaba, casi recluida, no veía de qué manera
realizaría nada. Era como John me dijo, que estaba
metida en un agujero oscuro, y que tenía que salir para
ver la luz.
- También quiero yo que nos veamos, como amigos, y
como profesor y alumna, no quiero volver a perder esta
oportunidad que la vida o el destino me brinda.
- Claire, nos brinda. La vida ha querido que tu y yo nos
conozcamos ¿ Y porqué no ? Y qué caminemos juntos.
- John, me causa miedo la manera en qué me hablas, tu
dices de caminar los dos juntos, y eso para mi quiere
decir, comprometerse con obligaciones. Es por eso que
es mejor que seamos amigos, muy buenos amigos, de
aquellos que cuando se dicen un secreto, se queda muy
bien guardado.
- Claire ¿ No te gusta ser feliz ? ¿ No sueñas con los
brazos fuertes de un hombre, que te apriete contra él ?
¿ o quieres seguir cómo estás, sóla viviendo de
recuerdos ?.

405
- Cómo estoy no quiero seguir, deseo con todas mis
fuerzas de que haya un cambio en mi vida. Pero los
hombres ahora me dan miedo, les tengo la confianza
perdida, y sobretodo lo que te he dicho antes, de que
seamos amigos, no creo que yo pueda llegar más lejos
contigo. De todas maneras, como vas a ser mi profesor,
te guardaré un secreto, y todos los que me quieras decir
y también yo te contaré alguno mío. Pero de amigos no
vamos a salir. Me das miedo, cuando me miras tiemblo,
cuando me hablas no encuentro las palabras. Sabes
demasiado que gustas a las mujeres y si tu mente no está
bien disciplinada, puedes hacerles mucho daño.
John me observaba con prudencia y con aire de
delicadeza, sus labios bien marcados sostenían una leve
sonrisa, que a mi me costaba mantener. No recuerdo que
nadie me hubiese hecho sentir de esa manera. De Émile
había estado muy enamorada en nuestros comienzos de
casados, y jamás había sentido con él, lo que sentía en
aquellos momentos por John.
- Claire, ya sé donde reside tu miedo - Dijo con voz
suave.
- ¿ Lo sabes ? - Le respondí algo desafiante, pero que
en realidad era broma.
- Si lo sé - Respondió respirando profundamente, y
echándose hacia atrás del asiento, sin dejar de mirarme.
- Donde, dímelo, porque lo quiero saber - le dije con un
poco de sarcasmo, pero que después me arrepentí.
- Tus miedos está en la poca seguridad que tienes de ti
misma. Has visto que nos separa de diferencia algunos
años, y has puesto el grito en el cielo. Te has asustado
igual que un gorrión cuando empieza a volar, cree que

406
se va a caer de un momento a otro. No te debe de asustar
la edad, porque se ama de la misma manera.
- ¿ Entonces crees que lo mío es miedo ? ¿ Que no es la
diferencia de edad que nos separa ?.
- Claire, eso no importa, lo importante es, que tu me
gustas, que esta noche cuando te he visto por la primera
vez, he creído que eras una Diosa, he visto en ti, la
mujer con la que yo siempre he soñado. Puede que no te
lo creas, y que es mi alma de poeta quien habla. Quiero
que seas feliz, quiero darte toda la felicidad que tu
necesitas y que mereces. Yo no voy a intentar hacer
nada contigo, quiero que seas tu quien te decidas, y
cuando yo vea que realmente me quieres, entonces es,
cuando iré a ti.
- Ahora guardo este secreto tuyo, porque es un secreto
¿No ? - Le dije sonriendo.
Se rió con ganas.
- Si, es mi secreto, nuestro secreto, y nadie más que
nosotros dos, lo debe saber.
Me puse en pie, pues, ya se hacía demasiado tarde,
no lo hacía porque tuviese sueño, sino porque pronto
amanecería y nos encontraríamos en el porche, con las
claras del día. Ya tenía bastante todo el domingo para
estar pensando en John, para estar recordando sus
palabras, su mirada, verde mar, y su inconfundible voz.
- Buenas noches John - Dije despidiéndome.
- Claire, te deseo que duermas bien, y que pienses en
todo lo que hemos hablado, también yo estaré pensando
en ti, y seguro que soñaré contigo ¿ Cuando nos
volveremos a ver ? - Dijo de pie, y a punto de bajar los
escalones del porche.

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- No lo sé exactamente, tengo que poner en orden mis
ideas, deja que el destino se ocupe, puesto que esa es su
labor - Dije, pero con más deseos que nunca de volver a
verlo.
- Recuerda, de que tengo que ser tu profesor de inglés -
Dijo sin soltarme la mano, que yo le había extendido
para despedirme.
- Sí, quiero que seas tu quien me enseñe todo lo que
tengo que saber.
Los dos seguíamos mirándonos, con las manos
cogidas, John no quería separarse del contacto mío, y a
mi me costaba también separar mi mano de la suya. Nos
fuimos deslizando despacio, hasta que nuestras manos se
separaron. Yo veía andar a John por el caminillo hasta
llegar a la verja. Se dio la vuelta, y agitó su mano
diciéndome adiós. Yo también le correspondí de la
misma manera. Lo seguí observando hasta que llegó al
coche, y subió. Al ponerlo en marcha, alzó la mano, y
volvió a decirme adiós.
Qué día tan especial había sido ese. Si quince días
antes o una semana incluso, alguien, me predice que iba
a tener ese encuentro con John, no me lo hubiese creído,
hubiera respondido que no era cierto. Pero el destino o
la casualidad, nos tiende una red y nos atrapa, y tenemos
que seguir la corriente por donde nos lleva.

27

408
Estuve durmiendo hasta las doce del
mediodía, que fué cuando me despertó llamándome
Émile, desde el umbral de la puerta del dormitorio. Abrí
los ojos con los párpados pesados, y en el cuadrado de la
puerta vislumbré la figura bien vestida de Émile. Hasta
mi nariz llegó su perfume, el que siempre se ponía.
Brut-Faberge. En esos instantes no sé que era lo que
sucedía a dos metros de donde yo estaba en la cama,
porque cerré los ojos y me volví a dormir. Pero la mano
de Émile posada en mi hombro, hizo que de nuevo me
despertara con un ligero movimiento. Lo miré con los
ojos muy abiertos.
- Claire ¿ Te ocurre algo ? ¿ Estás bien ? - Me preguntó
con su cara muy cerca de la mía.
- Si, no me ocurre nada ¿ Porqué me lo preguntas ? - Le
respondí, al mismo tiempo que me sentaba en la cama.
- Es que no es normal de que duermas hasta las doce del
mediodía, tu nunca lo has hecho ¿ Te fuiste a dormir
tarde ?.
- Sí, muy tarde - Respondí titubeando - Los vecinos
ingleses tenían formada una fiesta por todo lo alto, y me
costaba mucho dormir, así es que me quedé en el porche
hasta muy tarde - Eso fué lo primero que me vino a la
mente para salir del paso. Pues, si a Émile le digo la
verdad, no sé cómo hubiera reaccionado, porque todavía
a esas alturas vigilaba mis pasos, y miraba con quién
salía. La única persona que conocía y que era una amiga
de verdad era, Madeleine, y tampoco veía con buenos
ojos que me viniese a buscar. Siempre me quiso para él
solo, y aunque tenía mucho que callar, no se daba por
vencido.

409
- ¿ Que tal fué anoche la fiesta esa o, mediumnidad,
Claire ? ¿ Ha sido el miedo que pasaste que no te ha
dejado dormir ? - Dijo soltando una carcajada.
También yo me reí para seguirle la corriente.
- Muy bien, me gustó mucho - Dije levantándome de la
cama y poniéndome un fino salto de cama, que tenía
colgado en una percha detrás de la puerta.
- ¿ No tienes nada preparado para comer ? - Preguntó
con más seriedad.
- No, nada, pero pensaba hacerme una tortilla de patatas
y una ensalada. Quería sacar una paletilla de cordero del
congelador, para hacerla esta noche, puesto que era
posible de que tu vinieras. Anoche en el teléfono no me
aseguraste nada, es por eso que no te esperaba ahora.
Miraba profundamente mis ojos, esperando encontrar
algo nuevo, buscaba una respuesta, que él no sabía lo
que era, quizá me vio distinta o, cambiada, su mirada era
extraña. Me percaté de que algo raro había visto en mi.
Era posible que mis gestos o cambio de facciones fueran
distintos a los que él estaba acostumbrado a verme.
Porque era cierto que me había enamorado, y seguro que
se me veía en la cara. Las personas que estan
enamoradas, tienen un color distinto de cara que del que
tenían, y la manera de sonreír también es diferente, en
los ojos tienen un brillo especial.
- Claire, mientras que te duchas, voy hacer yo la tortilla
de patatas para los dos, y cogeré del huerto una lechuga
y algunos tomates ¿ ok ? - Dijo con entusiasmo, lo veía
muy contento y generoso para ofrecerme ayuda, y
hacerme compañía compartiendo la comida. Me causó
escalofríos y miedo, ya había intentado hacia varias

410
veces de volver a entrar en mi vida. Pero no lo iba a
consentir, no me explicaba las razones de porqué lo
hacía, lo trabajaba todo como siempre, despacio y a
escondidas.
- De acuerdo, ve haciendo tú la comida, y cuando me
haya duchado bajaré - Repuse - ¿ Has ido a ver a Hugo?.
- No, quiero esperar hasta esta tarde, para que vayamos
los dos ¿ Qué te parece ? Se pondrá contento ¿ No
crees?.
- Pues no sé como reaccionará. Creo que es mejor que
no nos vea juntos, para evitarle un disgusto ¿ No
recuerdas que es tu pareja ? ¿ Y también lo celoso que
es? Con tantos días que lleva metido en el hospital sin
saber que ocurre fuera, tendría de nuevo una recaída, si
pasa un mal pensamiento por su mente.
- ¡ Y qué, que pase, que importa ya ! - Respondió muy
seguro de lo que decía.
- A mi si me importa - Dije enojada, por los pocos
sentimientos que demostraba tener, ni por Hugo, ni por
mi. Por lo que estaba haciendo de nuevo hacia mi, no
tenía nombre, no sentía respeto por nadie, lo movía todo
a su manera, a la manera que más le convenía.
Me echó otra mirada.
- Claire, esta tarde quiero que vengas conmigo ¿ Me vas
hacer ese favor ?.
- Porqué ¿ Que hay detrás de todo esto ? ¿ Qué interés
tienes que vaya contigo al hospital ? - Dije mirándolo de
frente.
- No tengo ninguna clase de interés, sólo quiero que
vengas, que me acompañes, que estemos los dos más

411
tiempo juntos, que volvamos a ser lo que éramos años
atrás.
Enmudecí.
- Émile, eso jamás - Le dije hablándole muy claro -
Entre tu y yo no queda nada. ¿ Y Paul ? ¿ Qué ocurre
con Paul ? ¿ No es tu actual pareja ?.
- Paul nunca ha sido mi pareja, nos hemos juntado cada
vez que nos ha apetecido, pero él es libre y yo también.
- ¿ Por quién me has tomado Émile ? Cuando estábamos
casados, no sabía lo que hacías cuando no estabas
conmigo, era una ilusa, y muy ingenua, porque estaba
ciega, tenía una venda en los ojos que no me dejaba ver.
También tu, me lo ocultabas todo, pero ahora conozco la
verdad de cómo eres, de lo que te gusta. No podría
dormir contigo en una misma cama ¿ Cómo crees que yo
me siento en estos momentos al darme cuenta que
quieres de nuevo volver a utilizarme ? ¡ No, Émile, no !
Esa idea absurda que te ha venido a la cabeza, la
descartas.
- Claire, eres mi esposa, y estamos casados para lo
bueno y lo malo. Tengo la misma enfermedad que
Hugo, y mis miedos son muchos. Paul también tiene el
mismo virus. Hemos hablado, y hemos llegado a la
conclusión, de que tenía yo que hablar contigo, para que
volviéramos de nuevo.
- ¿ Es por eso que me regalaste hace varios días el collar
de perlas ? ¿ Todo era un convenio que teníais entre
Paul y tu ? Resulta que Paul y tu sois iguales de
aprovechados, de oportunistas y de egoístas. No me
importa ayudarte en lo que sea y tu lo sabes, pero de eso

412
a que volvamos a ser un matrimonio cómo éramos antes,
no.
Émile se puso pálido.
- ¿ A ti que más te da Claire, si el único hombre que
conoces y que existe en tu vida soy yo ?.
Me callé, y no respondí, hasta que pasaron
como tres minutos.
Émile repuso por la duda - No hay nadie en tu vida ¡ O
estoy equivocado ! Porque no voy a consentir que venga
otro y te arrebate de mi lado, soy capaz de cargármelo.
Tu eres la única mujer que he tenido, y la única que
tendré ¿ De acuerdo ?.
Rompí en sollozos.
- Émile, no eres justo, no tienes derecho a tratarme del
modo que lo haces - Dije con los ojos encharcados en
lágrimas - Cuando viniste a Johannesburgo y conociste a
Hugo, y empezasteis a vivir juntos, no te acordabas de
que yo existía, apenas me escribías, te alejaste de mi
rotundamente. No viniste a buscarme al aeropuerto el
día que llegué aquí, por no disgustar a Hugo. Días más
tarde de yo llegar, me reprochaste porqué había venido.
Todas las humillaciones y aberraciones que he tenido
que vivir aquí contigo, han sido muy duras para mi. No
me vengas ahora con que tu tienes todos los derechos
sobre mi, porque los derechos hace tiempo que los
perdiste.
Me cogió fuerte del brazo causándome dolor.
- ¡ Espero que no haya nadie en tu vida, porque iba a
durar poco ! ¿ Me oyes ? - Dijo con los ojos muy
abiertos a punto de salirles del hueco.

413
- ¡ Me haces daño suéltame ! - Dije con rabia - Si
estuvieras, donde deberías de estar, no dudarías de nada.
Pero como crees que soy tu esclava, y que tengo que
estar aquí las veinticuatro horas, me exiges, me ordenas
y me obligas. Émile, eres mi marido, pero para mi, es
como si no lo fueras. No has tenido una atención
cariñosa ni generosa conmigo. Todo lo que hay de ti, se
lo has dado a tus amigos, yo he sido la última en todo.
- ¿ No llevas el mando de esta casa ? - Dijo tratando de
que entráramos en razón - ¿ No eres tu la que dispones
todo lo que se tiene que hacer ?.
- Claro, si tu no estás nunca, para ti ha sido fácil de
dejarme al mando, de esa manera tu te has desentendido
¡ gracias de que estoy aquí !.
- Claire, vamos a calmarnos, y a poner las ideas en
orden. Mira lo que vengo a proponerte. Tengo apalabra-
da una casa con un bonito jardin, y piscina. Para que nos
vayamos a vivir tu y yo. De aquí a pocos días llegan los
padres de Hugo. Ya sabes que no quiero vivir con ellos.
Sobretodo al padre de Hugo no lo soporto, me cae muy
mal, tu conoces mi carácter, que salto por menos de
nada, tampoco creo que él me soporte a mi, cuando sepa
que he sido yo el amante de su hijo. Llegaríamos a las
manos, nada más me insinuara algo, lo echaría a la calle.
Quiero evitar todo ese mal trago, y quiero evitártelo a ti
y a Hugo por supuesto, porque es su padre. Me
entiendes ¿ Verdad ?.
- Émile, quiero que razones - Le dije - Los padres de
Hugo son personas mayores, no saben inglés. Sobretodo
la madre de Hugo está muy atormentada, por la
enfermedad que tiene su hijo, y sin saber que es. Y

414
cuando vengan y vean en el estado en que se encuentra,
está mujer se muere. ¡ Cómo se les va a dejar aquí solos!
Yo no lo voy hacer, estaré con ellos el tiempo que haga
falta ¿ Porqué has apalabrado una casa sin contar
conmigo ? ¿ Que idea tan absurda es esa ? Yo sigo para
ti, sin contar para nada, eres tu el que decides por mi,
cómo siempre has hecho. No Émile, no me voy a mover
de aquí.
Se encendió igual que una bomba de relojería. Cerró
el puño, y pegó un puñetazo en la pared que hizo
temblar el piso de arriba. Fué fuerte el golpe que dio,
porque se hizo sangre en el puño. Yo me quedé clavada
en la pared casi con los brazos en cruz. Sentí pánico, le
cogí miedo. Era la primera vez que se mostraba de ese
modo tan violento conmigo.
Me miró con la cara transformada, los ojos le iban a
salir de su sitio. Los puños los mantenía cerrados. En
unos instantes pasó por mi mente, de que quería acabar
conmigo. Se dirigió a mi con los ojos ensangrentados
por la ira, y de golpe sin esperarlo clavó las dos palmas
de sus manos, en la pared, a los dos lados donde yo
mantenía la cabeza. Acercó su boca a la mía como a
cinco centímetros de distancia, y como si le saliera
fuego dijo con voz terrorífica.
- Estaré vigilándote, aunque sea lo último que haga, no
te dejaré en paz en ningún momento, y pobre de ti, si es
que has dejado que alguien entre en tu vida. Porque tu
vida es mi vida, no quiero que lo olvides ¿ Que hacías
anoche cuando te llamé por teléfono ? ¿ Porqué no
estabas acostada ?.

415
Lloraba y lloraba, y también temblaba, el pánico se
apoderó de mi, me veía más indefensa que una niña
chica, a merced de lo que Émile quisiera hacerme.
- Te ... lo dije, no podía dormir - Respondí con voz
trémula.
- ¡ No te creí, y tampoco te creo ahora ! ¡ Zorra, que
hacías anoche levantada tan tarde ? ¿ Porqué no me lo
dices ya de una vez ? ¿ Con quién estabas ? ¿ Lo
conozco ?.
Los sollozos que daba se oían por toda la casa. Émile
estaba enloquecido, había perdido el control de si
mismo, y razonar con él era imposible. Jamás lo había
visto antes, tan despiadado y tan cruel. Ni siquiera con
Hugo había utilizado este método, tan mezquino y
sanguinario. Sólo le faltaba matarme, porque estaba a su
merced como la hoja de un árbol que cae al suelo, y la
podía triturar con la planta de su pie.
Émile veía normal que yo pasara por alto y que
olvidara todo el ajetreo que se traía con los demás
hombres, no tenía que verlo con malos ojos, puesto, que
lo de engañarme con sus amigos, era antiguo, lo hacia
desde mucho antes de casarnos.
Mientras que luchaba con mi miedo haciéndole
frente a la violencia de Émile, que seguía
manteniéndome contra la pared, el ángel de la guarda
vino a punto para salvarme.
- ¡ Hola ! ¿ Estás aquí Claire ? - Era la voz de Madeleine
que había entrado en la casa buscándome, y se había
quedado abajo.
- Ma .. deleine, estoy aquí arriba - Dije dando un grito
medio desgarrador.

416
- ¿ Claire, te ocurre algo ? ¿ Donde dices que estas ? -
Preguntó Madeleine con la voz algo agitada.
- ¡ Arriba Madeleine, sube arriba !.
En esos instantes Émile tapó mi boca con su mano, y
me dijo con la boca pegada a mi oído.
- ¡ Ahora muéstrate como si nada, quiero que estés
natural, no lo olvides ! ¡ Más tarde seguiremos
arreglando cuentas tu y yo.
Se separó de mi como a dos metros de distancia.
Introdujo los dedos de sus dos manos por la cabeza y
peinó sus cabellos, trataba de mostrarse tranquilo, lo
máximo. La mirada que por último me echó era
inmunda y sucia. Levantó el índice a la altura de su
nariz, y en voz baja me dijo.
- ¡ Recuerda lo que te he dicho !.
Oía los últimos escalones que le quedaba por subir a
Madeleine. Con las yemas de mis dedos retiré las
lágrimas que había en mis ojos y mejillas. Los cabellos
los peiné alisándolos con las manos abiertas. Pero en mi
pecho seguía la agitación, y mi cara estaba
descompuesta. Madeleine era una mujer inteligente, no
se le pasaba nada por alto. Los años que estuvo en los
campos de concentración, aprendió mucho del
sufrimiento, de la injusticia y de la traición, y nada más
me viera se daría cuenta de lo ocurrido.
Se plantó delante de nosotros con una sonrisa, con la
suya habitual. Pero cuando se fijó en mi, en el estado en
que estaba, la sonrisa desapareció de sus labios, y con el
ceño fruncido se acercó a mi. Le echó una mirada a
Émile provocando una respuesta. Cómo no la tuvo me
preguntó mirando mi cara y el cuerpo medio desnudo

417
que me había quedado, por el movimiento y zarandeo
que Émile hizo con su discusión conmigo.
- ¿ Que ha pasado ? ¿ Que te ha sucedido Claire ?.
- Nada, Madeleine, estoy bien - Respondí con la
respiración agitada.
- ¡ No, no estás bien ! - Dijo cogiendo mi brazo
izquierdo y mirando lo rojo que lo tenía. Se giró hacia
Émile y tras quince segundos de pausa - ¿ Se lo has
hecho tu ?.
Émile no se movió de donde estaba.
- Cosas de matrimonios, hemos tenido una insólita
discusión, Claire es muy testaruda - Dijo con voz
pausada y tranquila.
- Pues, para ser insólita como tu dices, te has
despachado a gusto, pues menos mal que no es
frecuente, por que si no hubieras acabado con ella. ¡ Hay
que llevarla al hospital para que el médico le mire el
brazo !.
- ¡ Vamos Madeleine no exageres ! - Replicó Émile - A
penas le he tocado el brazo.
- ¿ Dices que apenas le has tocado el brazo, y lo tiene a
punto de explotar ? Lo que tu ignoras es que esta clase
de violencia la he vivido en mi y en las demás personas,
en los dos campos de concentración donde me llevaron
los nazis. Con esta clase de violencia no se mata a nadie,
el que lo hace lo sabe. Lo hace para humillar y ultrajar,
porque se siente superior, y la persona que tiene en sus
manos, le interesa menos que nada.
- ¡ Claire, habla tu, dile que ha sido lo que te he hecho !
¡ Dile, que apenas te he tocado, lo que pasa es que tiene
la piel fina, jamás le he puesto una mano encima, nunca

418
se me hubiese ocurrido pegarle - Decía casi suplicando -
¡ Habla Claire !.
Yo no podía articular palabra. La pena me había
llegado a la garganta, haciéndome un nudo que al tragar
la saliva me hacia daño - ! Cómo podía ser tan miserable
y tan mezquino ! - Él no era el Émile que yo había
conocido. De inmediato me pasó por la mente, que la
enfermedad que tenía, empezaba a hacerle malas
jugadas, y se estaba convirtiendo en un enfermo tirano,
sin poderlo controlar, llegué a creer, que no se daba
cuenta de lo que hacía, y que actuaba bajo la influencia
de su malestar.
En aquellos instantes no podía contrariarlo.
Utilizaba frases de ángel con Madeleine, y a mi me
miraba de manera diabólica, amenazándome para que lo
sacara de la situación en la que se había metido. Jamás
le tuve miedo, pero ese día guardé mis armas para no
provocarlo y empeorar más de lo que estaba su ira y
acaloramiento, así es que, tuve que seguir su rol, para no
contrariarlo más de lo que estaba y para yo quedarme
más tranquila.
- Madeleine, Émile no ha hecho nada, he sido yo que me
he dado un golpe con la puerta. Te estoy diciendo la
verdad, puedes creerme - Dije mirándola seriamente a
los ojos.
- ¿ Te has dado cuenta Madeleine, que yo no he sido
quien le ha dado ese golpe en el brazo ? - Replicó con
rapidez Émile.
Madeleine de todos estos argumentos se creía muy
poco de lo que le decían, puesto que lo había vivido en
muchas situaciones, pero como era una mujer

419
inteligente, no pidió más explicaciones, por lo mal que
yo lo fuera a pasar después. Ella se iría, y yo me
quedaría a solas con Émile. Sólo se limitó a mirarlo. Y
Émile se encogió de hombros, con una sonrisa de
hipocresía y de victoria porque creía haber ganado.
Aunque a Madeleine yo le había negado las
evidencias, a ciertas sabía que no lo había creído. La
mirada de ella y la mía se encontraron. Madeleine
conocía de mi cuando estaba diciendo la verdad, y
cuando no, y por supuesto, sabía que me había visto
obligada a mentir.
- Está bien Claire, te creo - Dijo afirmándome con la
cabeza. Pero hay que ponerte en el brazo hielo, para
evitar que la hematoma salga fuera.
- ¡ Ya lo hago yo ! - Saltó Émile - Bajo a la cocina y
subiré hielo en una bolsa de plástico o mejor prefiero
que bajemos los tres, sentados alrededor de la mesa, lo
haremos mejor.
Émile lo pensó mejor y prefirió que no nos
quedáramos a solas, por lo que Madeleine me pudiese
preguntar, y yo responderle.
Madeleine y yo nos sentamos enfrente una
de la otra.
Émile extrajo del congelador una bandejita de
cubitos de hielo, los metió despegándolos en una bolsa
de plástico. Y con mucho cuidado, la pegó a mi brazo.
Delante de Madeleine se estaba portando lo mejor
posible, me llenaba de atenciones, y de palabras
amables. Su comportamiento era conmigo, el mismo que
utilizaba cuando vivíamos en París. Su cara la tenía casi
pegada en mi brazo, mirando de hacerlo lo mejor

420
posible. Madeleine se encontraba enfrente de mi. Al
tiempo que la miré, ella me guiñó un ojo, y me sonreía.
El brazo lo tenía a punto de estallar de dolor, con el
hielo que Émile me puso, se fué calmando, también el
tono rojizo bajó, pero el miedo mío era, que la
hematoma saliera, y así sucedió al día siguiente.
- Claire, he venido para ver si querías venir a comer con
Patrick y conmigo, a casa. Mis hijos se han ido con otros
amigos, y estarán todo el día fuera. Es Patrick quien se
ha quedado terminando de hacer la comida.
- Íbamos a comer nosotros ahora - Se adelantó Émile.
Madeleine echó una ojeada por la cocina, buscando los
enseres donde hubiera comida, pero encima de los
fogones lo único que había era la tetera vacía. Antes de
que Madeleine pudiese decir algo, Émile replicó con
rapidez.
- Iba a hacer yo la comida, pero algo sencillo, en eso
habíamos quedado ¿ No es cierto Claire ? - Dijo
buscándome la mirada.
- Si, es verdad - Respondí.
- Como ya es tarde ¿ Porqué no venís los dos y
comemos los cuatro juntos ? - Propuso Madeleine.
- No, gracias, en otra ocasión, pues también teníamos
previsto de ir al hospital después de comer ¿ Sabes que
nuestro amigo está hospitalizado ?.
- Si, lo sé, pero tenéis tiempo para todo, ahora, es la una
de la tarde - Dijo Madeleine mirando la esfera de su
reloj.
- A ver Claire ¿ Qué dices tu ? - Se dirigió a mi en esos
términos Émile, para que yo dijera que no, y quitarse un
peso de encima, y un mal entendido.

421
- Si, Madeleine, habíamos pensado hacer eso que Émile
te ha dicho - Dije al mismo tiempo encogiéndome de
hombros, pero con aire de paciencia.
- Bueno, pues, entonces os dejo. Me voy, pues Patrick
me estará esperando. Claire vendré a verte un día de
estos.
- Que sea pronto Madeleine, pues la única amiga que
tengo eres tú, y como ya sabes, no converso con nadie.
Salí a despedir a Madeleine hasta el porche. Émile
venía detrás de mi, no me dejaba un sólo momento a
solas con ella, su miedo era si nos encontrábamos a
solas, y yo le hablaba de él, lo mal que me habló y que
me trató físicamente. Siempre quería quedar cómo un
caballero, hacia fuera, de cara a las demás personas,
mostraba de que era un buen esposo, pero cuando los
dos nos encontráramos a solas, todo cambiaba. Esta
manera de comportamiento no fué siempre así, sólo
desde que yo llegué a Johannesburgo. Se volvió un
maltratador, un hombre violento, un tirano, tanto para
Hugo cómo para mi.
Después de que Madeleine se fuera, subí al cuarto de
baño y tomé una ducha de agua templada. Émile ese día
vio su victoria asegurada con respeto a Madeleine, y que
las cosas no hubieran ido más lejos. Émile no conocía a
Madeleine también como yo, pero lo suficiente para
entender que ella no iba a callarse un mal trato que se le
diese a una persona, y aún menos, si se trataba de una
mujer. Todos los crímenes y aberraciones que pudo
presenciar en los campos de concentración, la volvió
dura cómo el hierro, y cómo la roca, que por más que la
golpee el agua con sus olas, sigue de pie esperando el

422
próximo mimbreo rompiendo el agua en la piedra.
Madeleine había denunciado en varias ocasiones a
algunos colonos blancos del mal trato que le daban a los
nativos. Lo iba a decir a la persona, y lo prevenía del
mal que se estaba haciendo a sí mismo, puesto que un
día los nativos se revelarían contra ellos, y podrían hacer
masacres, por estar causándoles tanto dolor.
Madeleine una vez me contó, que los nativos cuando
estaban ya muy afligidos por el mal trato que le daban
los blancos, recurrían al hechicero de las tribus para que
les diera un remedio, y poder acabar con ese maltrato,
que también se convertía en empujones y en golpes,
también en una que otra bofetada. El hechicero les hacía
un preparado en polvo metido en una bolsita de tela, y
les decía, que lo tenían que echar donde los amos
pisaran con los pies descalzos. Al poco tiempo se
anunciaba la ruptura de la pareja o, la enfermedad de
algún miembro de la familia, también se podía producir
la muerte. De esa manera ya se vengaban los nativos.
Émile conocía esta faceta de Madeleine, le tenía
mucho respeto, y la mantenía a distancia. No, porque él
maltratara a ningún nativo, jamás lo hizo, pero si por el
trato que últimamente estaba yo recibiendo de él.
Comí de lo que había cocinado Émile. No
paraba de observarme todo el tiempo, y me animaba a
que comiera más, pero yo no tenía apetito, no podía
comprender el cambio que se había producido en él,
ahora me necesitaba más que nunca, aunque no me lo
decía, había habido un cambio en él, este cambio era
para que viviéramos los dos, bajo el mismo techo. Algo
grave le había dicho el doctor que llevaba su

423
enfermedad y la de Hugo, que a mí, no me quiso decir
nada. Quizá por no alarmarme o, porque no me quería
decir la verdad.
Al principio le había dicho a Émile que no iría al
hospital con él para visitar a Hugo, por temor a que si
nos veía juntos pudiera sufrir una recaída a causa de sus
celos, pero mientras que íbamos comiendo, trató de
convencerme, y no me negué por miedo a que nuestra
relación volviera a sufrir otra recaída.
Y al terminar de comer.
- Claire, déjame hoy que sea yo quien limpie todo lo que
hemos ensuciado, y lo coloque en su lugar - Me dijo -
Mientras tu te vas vistiendo. Después de que salgamos
del hospital quiero que vayamos a cenar, a aquél
restaurante donde la primera vez no nos dejaron entrar,
porque a Hugo le faltaba la corbata, y yo no llevaba
chaqueta ¿ Lo recuerdas ?.
- Si, y hay veces que pienso en aquél suceso, y me río -
Dije.
- Pues, esta noche nadie nos va a impedir que entremos,
porque voy a ir con todo el atuendo preciso ¿ Que te
parece ?.
- Bien, muy bien, entonces, yo también me pondré un
vestido para la ocasión.
- Ponte el vestido amarillo con margaritas blancas, ese
vestido, siempre que te lo pones me gusta, te hace más
guapa aún de lo que eres.
- ¿ No crees que es un poco llamativo para ir al hospital
a visitar a un enfermo ?.
- Todo depende de los ojos cómo lo mires, también esos
colores y las formas de las margaritas pueden dar alegría

424
a la persona que está hospitalizada, en este caso a Hugo,
es muy bonito este vestido, póntelo.
- Te haré caso, lo decía para no llamar la atención de
Hugo, para que no se quede después pensando, pues,
esto no es recomendable para su curación.
Movió la cabeza.
- Hugo, ya no se va a recuperar.
- ¿ Porqué lo sabes ? - Le pregunté preocupada.
- Hace una semana estuve hablando con el doctor que
nos lleva, y me lo dijo.
- ¿ Qué fué lo que te dijo ? - Le interrogué aún más
preocupada.
Hizo una pausa sin dejar de mirarme.
- Pues ... me dijo, que a Hugo apenas le queda de vida
tres meses.
Los ojos se me llenaron de lágrimas - ¡ Pobre Hugo
pensé !. - También me vinieron a la mente sus padres,
pues llegaban en pocos días, el sábado siguiente.
- ¿ El doctor te ha comentado algo acerca de tu
enfermedad ? - Le pregunté también preocupada.
- Sí, me ha puesto al corriente, y me ha comentado, que
lo mismo coge un giro fuerte, cómo a Hugo le ha
ocurrido o, se quede estacionada, que nunca se sabe con
este virus el rumbo que va a coger.
- ¿ Te encuentras mal ? ¿ Estás cansado ? - Le inquirí
para que me dijera la verdad.
- Por el momento no, pero el miedo empieza a
apoderarse de mi. No creas que si voy poco a visitar a
Hugo al hospital, es porque no quiero. No es así, aunque
me veas fuerte e impetuoso, siento mucho miedo dentro
de mi. Antes pensaba de Hugo muy diferente a cómo

425
pienso ahora. Es valiente, muy valiente, pienso que sabe
que le queda poco tiempo de vida, y sin embargo no nos
lo hace ver. Está resignado a su destino. Creo que yo no
soy tan valiente cómo él.
Miré a Émile con pena, había olvidado el mal rato
que me había hecho pasar, y hasta creo que lo
comprendía, pero tampoco se lo podía dejar pasar,
puesto que se trataba de malos tratos. Lo más duro
todavía estaba por llegar cuando le dijera, para que
realmente me creyera, que yo no me iba a ir a vivir con
él a otra casa. Yo no me quería mover de allí, de esa
casa que me acogió desde el primer día que llegué a
Johannesburgo.
Subí al dormitorio, y me puse el vestido que Émile
me pidió. También me gustaba a mi. Era un vestido que
Émile me había regalado para nuestro sexto año de
casados, fué en París, y si recuerdo bien, sólo me lo
había puesto tres veces. Era un vestido de seda natural,
muy elegante. Con escote barca, manga corta, plisado, y
largo hasta media pierna, y un cinturón con hebilla que
ajustaba mi cintura. No era un atuendo para llevar a un
hospital, puesto que en las tres ocasiones que me lo
puse, fué la primera para asistir a una boda de una
amiga, y las dos otras veces, para ir a cenar a casa de
unos amigos. En Johannesburgo ésta era la primera vez
que me lo ponía, pero sin estar de acuerdo, resultaba
frívolo, para que Hugo me viera vestida con elegancia
para ir a visitarlo, lo primero que iba a pensar, era que
Émile y yo, después de verlo a él, nos iríamos a
divertirnos a algún lugar, y además, que daba la

426
impresión de que no me importaba ¿ Pero cómo podía
yo convencer a Émile de lo contrario ?.
Me puse un calzado casi plano para que disimulara
más. Bajaba las escaleras, y Émile salió a mi encuentro,
se fijó sobretodo en mis piernas, en la manera de cómo
las iba bajando. Por el modo de mirarme, me hizo
recordar a tantos momentos buenos que habíamos
pasado, y en lo mucho que nos habíamos amado. No le
di más importancia, puesto que para Émile, no era lo
mismo, las cenizas apagadas, volvieron a resurgir de
nuevo. Este pensamiento de él, era peligroso, puesto que
yo, no lo amaba, no sentía amor hacia él, sólo un cariño
que se había hecho viejo, desde que nos conocimos,
hasta ese día.
Cuando pensaba en todas las veces, que habían sido
muchas, las que me había engañado con otros hombres,
sentía repudio hacia él, y hasta estaba contenta de que
me hubiese enterado de su homosexualidad, para que
saliera de mi vida.
Cuando Émile estaba abriendo la puerta de la verja, y
yo me hallaba a su derecha, de pronto me vino una
subida de sangre, y el cuerpo se me encendió, al
descubrir, que enfrente de la casa, pero como a unos
cincuenta metros, el coche rojo y descapotable de John
estaba estacionado a un lado de la avenida. Con mi
mirada buscaba a John, y descubrí que se encontraba
fuera del coche, y su silueta inconfundible reposaba
apoyado en el tronco de un grueso árbol, como a cuatro
metros de su coche. Vestía con un traje blanco, y
corbata gris, los zapatos también eran blancos y atados.
Los cabellos los llevaba recogidos por una cola.

427
Salí de la verja, y mi acaloramiento se hizo mayor,
cuando nuestras miradas se encontraron.
Émile no había descubierto nada, no se dio cuenta
del descapotable rojo que estaba aparcado en la acera,
pues, todos los días, incluyendo ese, habían aparcados
varios coches, y esa era la razón por lo que no lo
advirtió.
Después de cerrar la verja, se aproximó a la puerta
de la derecha del coche, donde tenía que entrar para
conducirlo. Abrió la puerta y se instaló, poniéndose
cómodo. Oí su voz que me llamaba. Me había distraído
con la presencia de John, que seguíamos mirándonos.
- Claire, sube al coche - Dijo bastante tranquilo.
- Si - respondí distraída.
Abrí la puerta y me senté. Émile arrancó, y mi
tensión se volvió a acelerar, en el instante en que
pasamos junto al coche de John. Los dos nos volvimos a
mirar de frente, él sostenía una leve sonrisa, que me
pareció que fuera un saludo, era un saludo, pero yo no le
pude corresponder. El miedo mío era de que Émile se
fijara en el descapotable, y aún más en el joven que
permanecía apoyado en el tronco del árbol, su figura era
inconfundible y nada más lo viera otra vez lo recordaría.
John esperó a que diésemos la vuelta a la avenida,
para seguirnos y venir detrás. Cómo lo había imaginado,
así sucedió. Por el retrovisor que tenía a mi izquierda, vi
el descapotable rojo que se mantenía a una distancia
prudente, para no ser observado por Émile. Mi corazón
iba a cien por hora, iba pensando en John, en lo atractivo
que era, en la personalidad tan exquisita que poseía, era
fácil enamorarse de él, pero yo me estaba haciendo la

428
fuerte, y luchaba contra mis sentimientos, contra mi
voluntad para seguir como estaba, para sentirme libre.
Desde que era una niña me ocurría que al ver a una
mariposa volar, y posándose en las flores y en los
árboles, pensaba de que eran seres libres, y que las
mariposas tienen las alas doradas. Perfilaban de ese
modo su belleza, su encanto y su libertad, sobretodo su
libertad. Yo quería ser cómo una de esas mariposas, y
ahora llegaba el momento de serlo.
Me era difícil no pensar en el color verde mar que
tenía los ojos de John, y aún menos en su mirada, que
me envolvía y me sentía desprotegida, difícil de escapar
a su encanto, y de sus labios bien perfilados y con
deseos de besar y de amar.
Émile aparcó el mercedes en el parking del hospital
que estaba reservado a los visitantes. Bajamos del
coche, y mientras que Émile lo cerraba con llave, yo
miré hacia donde podría haberse quedado John. Vi algo
lejos el descapotable, que se quedaba en una zona de
pago, y la silueta inconfundible de John que descendía
del coche.
De lejos, nos volvimos a mirar. No sé porqué pensé
en esos instantes de que John era esa clase de hombres
que cuando les gusta una mujer, la seguían hasta el fin
del mundo. Era de esos, pero yo no me fiaba,
desconfiaba un cien por cien. Porque John era diez años
más joven que yo, él era un hombre de una gran belleza
varonil y estaba soltero. No quería más desengaños en
mi vida, ya tenía bastante con lo que estaba viviendo
con Émile, cómo para volver a empezar de nuevo y caer
en la misma rueda de la vida.

429
Andaba distraída al lado de Émile para entrar en el
hospital. Miraba sin darme cuenta al final de la calle
donde John se había quedado. No había advertido de
que Émile se había fijado en lo distraída que iba, y en la
dirección donde yo miraba, y me interrogó.
- ¿ Ocurre algo, Claire ?.
- No ... nada - Dije a media voz.
Émile no me volvió a preguntar nada más, pero antes
de entrar en el hospital, echó una ojeada en dirección de
donde yo estaba mirando, buscando algo. Habíamos
llegado a la puerta de la habitación donde se encontraba
Hugo. Había yo ido a verlo el día anterior por la mañana
o, sea el sábado.
La puerta estaba cerrada. Émile cogió el pomo y lo
giró hacia la derecha, y abrió la puerta. Era deprimente
ver tantas camas ocupadas por enfermos que padecían la
misma enfermedad que Hugo. Daba pena de verlos con
la piel y el hueso, estaban esqueléticos, los ojos
hundidos, y el hueco muy marcado. Hugo nada más nos
vio, se incorporó en la cama, y se quedó sentado,
levantó la mano haciéndonos un saludo. Llegamos hasta
él haciéndonos paso entre los visitantes que habían ido
para quedarse un rato con sus familiares enfermos. El
murmullo que había era grande. Ya había observado en
otros hospitales de París, que los visitantes respetaban
poco el malestar que pudiese sentir cualquier enfermo.
Varias veces, la enfermera había tenido que entrar
en la habitación para pedir silencio. Aquí en
Johannesburgo sucedía lo mismo, la gente, en todos los
lugares tienen el mismo comportamiento. No tardó
tampoco hacer su presencia la enfermera, pidiendo de

430
que se hablara más bajo. Lo hacían al momento, pero
nada más que ella volvía la espalda seguía el murmullo,
que parecían susurros, y molestaba mucho.
Me acerqué a la cama donde reposaba Hugo. Émile
lo hizo por el otro lado. Le di a Hugo un beso en la
mejilla. Estaba contento de vernos allí a los dos. Émile
hizo una observación.
- Es mejor que salgamos los tres de aquí, y vayamos a la
sala de visitas, este ruido es insoportable.
- Iba a hacerlo yo ahora - Replicó Hugo - Tengo la
cabeza a punto de estallar ¿ Porqué se comporta la gente
de esta manera, en un sitio cómo éste ?.
- Porque ellos no están enfermos - Dije algo enfadada.
Entre Émile y yo ayudamos a Hugo a que se pusiera
de pie. Émile le ayudó a que se calzara, poniéndole en
los pies unas zapatillas de paño. Tenía pijama puesto.
Hugo dijo, que no quería ponerse el batin, por la calor
que hacía. Cuando lo pusimos en pie, ayudado cada uno
de un brazo, apenas se tenía, las piernas le temblaban, y
en los brazos sólo le quedaba el hueso.
Hugo que estaba en todo, y que nada le pasaba por
alto, me miró mientras andábamos hasta llegar a la
salida de la habitación, cuando estuvimos fuera dijo
dirigiéndose a mi.
- Me veis tan delgado porque no tengo movimiento, y el
apetito que tengo es poco, pero cuando salga del
hospital, me pondré mejor, y también engordaré.
- Si Hugo - Le respondí con una sonrisa - ¿ Te ha dicho
el doctor cuando saldrás de aquí ?.
- Vino a verme el viernes por la mañana, y me consoló
al decirme, que es cuestión de días, sólo les falta

431
hacerme una prueba, y cuando tengan los resultados,
podré irme a casa. Me dio mucha alegría al escucharlo
decirme esto.
- Entonces, es posible de que estés en casa para cuando
vengan tus padres - Dije para animarlo.
Llegamos a la sala de visitas. Estaba cómo a unos
veinte o veinticinco metros de la habitación, y Hugo
daba una muestra grande de cansancio, aligeraba el paso
para poderse sentar. Entre Émile y yo, lo pusimos en un
sillón cómodo. Hizo una respiración profunda, y con las
dos manos apoyadas a los dos brazos del sillón, quedó
más tranquilo. Émile y yo nos sentamos a su lado. No se
había olvidado de lo último que le dije ¿ Y ?.
- Claire ¿ Cuantos días faltan para que vengan mis
padres ?.
- Dentro de seis días están aquí, el sábado llegan, a las
doce y media del mediodía.
Émile me echó una mirada, poco favorable, que
entendía a la perfección. Lo más probable era que Hugo
preguntara, y así fué. Dirigió la mirada a Émile y le
preguntó.
- ¿ Los irás a buscar tu ?.

Émile tardó en responder, me volvió a mirar de


nuevo, yo agaché la cabeza mientras que la movía. La
situación era embarazosa sobretodo para Hugo. No lo
era de la misma manera para Émile, puesto que no le
importaba decirle lo que tenía pensado de hacer. Y
cómo a los dos minutos, respondió.

432
- Hugo, no los voy a ir a buscar, tu padre no encaja
dentro de mis ideales, por parte mía no es bien recibido,
¡ Esto lo sabes !.
Hugo miraba a Émile y a mi, con los ojos hundidos y
asustados, y con una expresión de llanto en su rostro.
Parecía un niño desprotegido y con miedo.
- Si no vas a buscarlos ¿ Cómo van a llegar a casa ? -
Dijo con la voz más firme, reponiéndose del susto.
- Claire, ha hablado por teléfono con tu madre, y le ha
dado las instrucciones a seguir. Tienen la dirección de
casa, cogerán un taxi, no tiene mayor importancia - Dijo
Émile tranquilo.
- No quiero que mi madre se vea sóla en un lugar que no
conoce ¿ No te das cuenta de la pobre mujer ? ¡ Cómo
no es tu madre !.
Émile iba a decir algo, pero para estropearlo todo, y
yo intervine de inmediato.
- No te preocupes Hugo, que tus padres no se
encontraran sólos en el aeropuerto, los iré yo a buscar,
cuando ellos lleguen yo los estaré esperando.
Hugo buscó mi mano, la llevó hasta sus labios y la
besó. Hizo igual que otras veces hiciera en momentos de
agradecimiento.
- ¿ Porqué le tienes esa manía a mi padre si no lo
conoces ? El sábado no trabajas - Dijo Hugo
encarándose con Émile.
- No trabajo el sábado, ni tampoco el domingo ¿ Y qué ?
Digo que no los voy a buscar y no voy - Replicó Émile
levantando la voz.
Lo miré, y le hice un gesto con la mano para que
hablara más bajo. Hugo que estaba en todos los detalles,

433
no había mencionado nada sobre el vestido que llevaba
puesto, y eso me extrañó, pero no tardó en fijarse, y me
preguntó.
- ¿ Donde vais después ?.
Se adelantó Émile.
- Vamos a cenar.
- ¿ Con quien ? - Preguntó mirándonos a los dos.
- Los dos sólos, porqué ¿ No te gusta ? - Le interrogó de
mala manera.
Miré a Émile, y negué con la cabeza.
- ¿ Que pasa ? - Se encaró también conmigo - ¿ No te
das cuenta de que no nos deja ni a sol ni a sombra ?.
- No son maneras de hablarle - Le rectifiqué.
- Siempre le has dado la razón, nunca has visto un fallo
en él ¿ Porqué tiene que ser él, el bueno, y yo el malo ?.
- Vamos a dejarlo ya, Émile por favor, no es este el
lugar para dar un espectáculo.
- ¡ Nadie está dando un escándalo ! ¿ Porqué dices eso ?
- me replicó enfadado.
No quería ir con Émile al hospital, pues, de buenas
sabía que la iba a liar de una manera o de otra. Pero
Hugo tampoco se quedaba atrás. Se fijó en mi brazo, la
manga del vestido no llegaba a tapar el morado que
Émile me había hecho ese mismo día. Y cogiéndome
por la muñeca, acercó mi brazo cerca de su cara, y me
preguntó.
- ¿ Te has fijado en el morado que tienes ? ¿ Te duele ?.
- Un poco - Respondí, mirando de frente a Émile.
- ¿ Te lo ha hecho este ? - Dijo acusándolo.
Me quedé callada y sin responder. Sabía que si decía
algo, la íbamos a tener bastante fuerte Émile y yo.

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- ¿ Es lo único que tienes para decir ? ¿ No sabes hablar
de otra cosa ? - Respondió Émile algo indignado -
¿ Sabes porqué no me gusta venir a verte ? Pues, porque
eres muy pedante.
- De acuerdo, seré todo lo pedante que quieras, y
muchas cosas más que se me atribuyen, pero jamás he
maltratado a nadie, y menos a una mujer. Y a Claire
tendrías que ponerla en un pedestal, ella es la única y mi
madre que aguantan a hombres insoportables, violentos,
y maltratadores, como eres tu y mi padre.
En esos instantes, no pensé que por la boca de Hugo
iba a salir tanta verdad, estaba apenas sin fuerzas, y
parecía, que hasta le costaba trabajo pensar y hablar.
Émile estaba blanco como el papel, de ira, de rabia,
de locura, y de no poder despotrillarse con Hugo como
él hubiese querido. Si toda la verdad que le dijo, se lo
dice en casa, seguro que hasta hubiese sido capaz de
insultarlo y de maltratarlo, hasta de pegarle.
Yo estaba pasando un mal rato. Se habían enfrentado
el uno contra el otro. No creo que los motivos sólo
fueran por el moratón que Hugo había descubierto en mi
brazo, habían muchas cosas más, cosas que yo ignoraba
y que no sabía. Hugo tampoco reprochaba de una
manera tan radical cómo lo hubiese hecho
encontrándose mejor.
Pensaba en aquellos instantes en el poco tiempo que
le quedaba de vida, y lo miraba cómo buscaba las
palabras adecuadas para responderle a Émile, sin
imaginarlo muerto.
Hacía una hora que habíamos llegado al hospital, y en
todo ese transcurso de tiempo, no pararon de echarse en

435
cara Émile y Hugo todo lo que pensaban el uno del otro.
Dejé a los dos a que se desahogaran bien a gusto,
mientras yo salí al pasillo. En aquellos instantes pensé
en John, en el valor que había tenido de seguirme hasta
el hospital. Y el rato que debería de estar esperando
delante de la casa, por si me veía salir. No pensaba que
lo de John fuera tan fuerte hacia mi, me imaginaba de
que todo era un pasatiempo, y que cuando viera que no
le hacia caso, abandonaría la idea y me dejaría tranquila.
Tampoco yo lo tenía bien en aquellos momentos
con Émile, con la idea fija que se le había metido de que
yo volviera con él. Desde luego que no lo iba a hacer, y
trabajo me iba a costar de que se fuera a vivir sólo. Pero
yo estaba decidida a todo, sólo esperaba a que llegaran
los padres de Hugo. Émile ya no viviría en la casa, de
todas maneras, ya le quedaban pocas cosas allí, cada día
se llevaba algo a casa de Paul.
Llegué a la conclusión con Émile y con el padre de
Hugo, de que los dos eran iguales en carácter, en manera
de ser, y por supuesto, en imponer. Era por eso que no
se quería ver frente a él, para no mirarse en el mismo
espejo. Émile lo sabía, era por eso que no quería verlo,
para no reprocharle defectos que él mismo tenía.
Oí la voz de Émile que me llamaba. Me di la vuelta y
nos miramos de frente. Émile venía hacia mi, con paso
normal, cuando se acercó me dijo.
- Hugo quiere hablar contigo a solas. Yo, ya me he
despedido de él, no estés mucho tiempo, y ten cuidado
en lo que te pregunte, no le vayas a responder
plenamente a todo, quiere sacarte cosas que a mi no ha
podido ¿ Lo has entendido ?.

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- Si, me doy cuenta de todo lo que me has dicho,
supongo que no voy a fallar en nada, para que tu estés
bien y te quedes tranquilo.
- Otra vez estás en contra de mi, te gusta verme
enfadado, te alegras y te lo pasas bien, cuando todo me
da la espalda ¿ Te he fallado en algo alguna vez ?.
- Eres la persona más déspota, y sin escrúpulos que he
conocido - Dije bastante enfadada - ¿ Cómo puedes
preguntarme en qué has fallado ? ¡ Has fallado en todo,
y a partir de estos instantes, no te voy a pasar ni una
más, que te quede bien claro ! ¡ ni una más ! ¿ Me has
entendido ?.
Me sentí fuerte como una tigresa y aunque
inconscientemente no lo hice, dentro de mi ardía el
amor, el gran amor que yo sentía hacia John, y John
hacia mi.
Me volvió a coger otra vez del brazo izquierdo, del
mismo brazo de antes, y me clavó los dedos. Sentí un
dolor inmenso, y lancé un quejido. Se dio cuenta de lo
que estaba haciendo y me soltó. No actuaba con
conocimiento de causa, y cuando se daba cuenta, era ya
demasiado tarde, y las culpas como es natural, me las
llevaba yo, por no saber callar y no obedecerlo. Eso era
lo que alegaba después. Era un enfermo, no cabía la
menor duda.
Se arrepintió al instante.
- Claire ¿ Te das cuenta lo que me haces hacer ? ¿ No
quiero hacerte daño, te quiero demasiado, y sería
incapaz de causarte algún mal ¿ Porqué tu a mi no me
quieres ?.
No soporté más.

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- ¿ Donde has dejado a Hugo ? - Le pregunté para
terminar la cuestión que nos traía a cabo.
- En la sala de espera, sigue sentado en el sillón. No le
des mucha coba, y ven pronto.
Me daba asco, pero no se lo podía decir.
Anduve sobre el suelo blanco y bien pulido del
pasillo, despacio y sin prisa, no estaba dispuesta a hacer
lo que Émile me había recomendado. No puedo definir
lo que sentía en esos momentos dentro de mi, es como si
todo en mi cuerpo hubiese cambiado. Mi mente, mi
corazón, mis sentimientos. Todo lo que estaba
relacionado con Émile, me daba igual. Tenía deseos de
cambiar, y en esos instantes había cambiado.
Hugo me esperaba sentado en el sillón. Estaba cómo
a cinco metros de él, y al mirarlo me causó una gran
pena, parecía un anciano, en poco tiempo le habían
salido muchas canas, la cabeza se le había quedado
alargada, y reducida. Estaba echado hacia atrás del
asiento del sillón, la cabeza la tenía reposada en el borde
del respaldo, y los ojos los mantenía cerrados. Cuando
oyó mis pasos que se acercaban a él, abrió los ojos, por
los dos lados, le resbalaban un hilo de lágrimas.
Cogí asiento en el mismo lugar en que estaba antes.
Hugo se incorporó, me miró, y sonrió. Aún de la
manera en que estaba, esa manera de sonreír lo seguía
haciendo atractivo, porque Hugo era un hombre guapo a
donde los hubiera. Puso su mano con la palma hacia
arriba, dejándola reposar en el brazo del sillón. Yo
conocía ese gesto suyo, cuando lo hacía era para que yo
posara mi mano sobre la suya. Cuando sucedía cerraba
los ojos, cómo si de esa manera se encontrara bien,

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tranquilo y reposado, siempre pensé, que lo hacía
porque pensaba en su madre, y se imaginaba que tenía
cogida la mano de ella. No lo quería incomodar con
alguna pregunta que yo le hiciera, esperaba a que fuera
él quien me hablara.
Abrió los ojos y me miró con cansancio.
- Claire ¿ Que és lo que te ha propuesto ahora Émile ? -
Preguntó con un hilo de voz.
Me acordé de la advertencia de Émile, pero
no la quise respetar.
- Me ha pedido de que vuelva con él, y que olvide todo
lo sucedido.
- ¿ Estás dispuesta a hacerlo ? - Preguntó tranquilo.
- Se lo he dicho. Estaré a su lado el tiempo que sea
necesario, si necesita mi ayuda, se la daré, pero no
compartiré el mismo dormitorio con él. Porque eso es lo
que quiere. Dice que tiene apalabrada otra casa, para
que nos vayamos los dos a vivir. Me he negado rotunda-
mente.
- ¿ Sabías que a Émile le ha empezado a brotar esta
enfermedad ?.
- Si, me ha puesto al corriente. Precisamente es por esta
razón, por lo que quiere que vuelva con él.
- ¿ Y Paul ? ¿ Que pasa con él ? ¿ Ya no son tan amigos
como antes ? ¿ Ya no se aman de la manera que llegaron
a demostrarme, que no podían vivir el uno sin el otro ?.
- Hugo, no sé nada de todo esto, Émile no me cuenta sus
amoríos, y yo, no le pregunto pues, no me interesa.
Puede hacer la vida que le da la gana, es un hombre
libre, y yo también lo soy. Cada uno por su lado, puede
hacer lo que le plazca. Lo tengo bien claro.

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- Claire ¿ Estás tratando de decirme algo ? ¿ Has
conocido a alguien ? - Dijo apretándome la mano y
mostrando una sonrisa.
Sonreí, y negué con la cabeza.
- Sí, conoces a alguien, cuéntamelo. Venga, soy tu
amigo, ya sabes que no te delataría por nada del mundo
¿ Vamos ?.
- Hugo, por favor, no quiero decirte nada, puesto que
nada hay. Si te dijera algo, sería una tontería - Dije
mirándolo de frente, y sin parar de sonreír.
- Estás enamorada, seguro que lo estás. Tu mirada te
delata, tu boca también, con esa sonrisa que no para. Y
para que te quiero contar tu manera de hablar. Esa
manera de decirme de que no estás enamorada, te hace
cómplice, no te sabes esconder ¿ Quien es ? ¿ Dime
quien es ? Sabes que a mi me lo puedes contar.
- Hugo - Dije echándome a reír - Anoche conocí a un
joven escritor, pero nada más.
- ¡ Venga, cuéntamelo todo ! ya sabes que tus visitas me
sirven siempre de consuelo, y me distraes. No tengas
miedo de que Émile se vaya a enterar por mi, por parte
mía, nunca se enterará de nada. Y además él, hace lo
que quiere ¿ No puedes tu hacer lo mismo ?.
- No, y bien sabes, que con Émile no. Él puede tener
todos los amantes que quiera, pero a mi, ningún hombre
me puede mirar.
- Sólo dime cómo es - Dijo cogiéndome la otra mano, y
bastante animado.
Lo consiguió.
- Es muy guapo, demasiado. Y eso es todo, no te diré
nada más, puesto que no hay nada.

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- ¿ Son de los que a mi me gustan ? - Dijo llevando la
broma.
- Seguro que sí. Pero sería imposible, pues, las mujeres
les gusta demasiado.
- ¿ Como tiene el color de los ojos ? - Dijo todavía más
animado.
Solté una ligera carcajada.
- Color, verde mar.
- ¡ Uh ! me encantan ¿ Y la boca la tiene bonita ?.
- Él es un hombre bello - Dije.
- ¿ Y te has enamorado como una loca de él ? ¿ No es
cierto ?.
- Hugo, es que no sé lo que está ocurriendo en mi, de
verdad que no lo entiendo.
- ¡ Claire, querida, el amor ! Te has enamorado. No
quiero pensar si Émile se enterara. Irá a por él, querida,
ya sabes lo macho que es para estas cosas.
- No se va a enterar porque no voy a dar pie a eso. No
quiero volver a amar a nadie más - Dije muy
convencida.
- ¿ Cómo se llama ? - Me preguntó sin prestar atención a
lo que le dije.
- John, se llama John - Dije, moviendo la cabeza y
riéndome.
- ¡ Uh ! que nombre más bonito para un hombre. Me
estoy imaginando la cara que pondría Émile el día que
lo sepa. Su mujer que siempre le ha sido fiel, y que
pensaba que nunca se iba a enamorar de otro hombre.
Estaba contenta, de ver a Hugo reír.
- Hugo, le estás dando mucho argumento a una historia
que no existe - Le dije para que no pensara más.

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- ¿ Es francés ? ¿ De donde es ? - Seguía preguntándome
sin prestar atención a mi sugerencia.
- Ha nacido en Johannesburgo, y es de padres ingleses.
- Claire, la historia tiene argumento ¿ No crees ? Sabes
incluso de donde son sus padres ¿ Cuantos días hace que
os estais viendo ?.
- Ya te he dicho antes, que nos conocimos anoche, pero
estuvimos hablando más de tres horas.
- ¿ Más de tres horas ? ¿ Donde querida ? - Preguntó
mordiéndose el labio inferior, y con la sonrisa que lo
caracterizaba.
Tardé unos segundos en responder.
- En el porche - Dije en voz baja, y riendo por lo bajo.
- ¿ Donde ? - Preguntó extrañado.
- Estuvimos los dos sentados, y hablando en el porche.
- ¿ En el porche de nuestra casa ? - Repitió alarmado.
- Si.
- Querida, me lo tienes que presentar, quiero conocerlo,
por nada del mundo me quisiera morir sin saber quien es
¿ Qué tiene ese hombre para que tu lo dejaras entrar en
casa ?.
- Hugo, no ha entrado en casa, del porche no ha pasado -
Dije para suavizar la situación, y porque era verdad.
- ¿ Hoy domingo no ha tratado de verte ? ¿ Ha dejado de
pensar en ti ? Porque eso de un hombre me extraña.
- Verás Hugo, te lo voy a contar, pero guárdalo en
silencio, y en secreto como todo lo que te estoy
contando. Ha venido siguiéndonos en su coche, y se ha
quedado un poco más arriba. Está esperando a que
salgamos, para venir detrás.

442
- ¡ Oh ! ¡ Oh ! ¿ Dices que está esperándote a que
salgas?.
- Sí. Y me he dado cuenta, de que no le tiene miedo a
nadie.
- ¿ Como va a tener miedo, si es un hombre
enamorado?.
- Ya, pero lo nuestro no puede ser, no me fío nada, no
quiero volver a tropezar en la misma piedra.
- ¿ Porqué dices que no te fías ?.
- Pues, porque es diez años más joven que yo, y creo
que piensa conmigo en tener una aventura. ¡ Y para
aventuras estoy yo ! Que todavía no me he sacado el
trauma de Émile, y ves a saber en cuanto tiempo estaré
bien. Sé que van a pagar justos por pecadores, pero de
los hombres ya no me fío. Quiero seguir como estoy. He
tenido una oferta de trabajo de la librería inglesa Inter,
el trabajo me gusta, es el mismo que hacía en París.
- ¿ Habías echado una solicitud en esta librería ?
¿ Sabías que la dirigen agentes del gobierno ?.
- Si, estoy al corriente, me ha llegado este trabajo por
mediación de Patrick. Él trabaja para el gobierno.
- ¿ Te estás refiriendo al marido de Madeleine ?.
- Exactamente.
- Me gustan mucho los dos, son personas serias y
responsables ¿ Lo sabe Émile ? - Preguntó haciendo una
mueca con la boca.
- Todavía no se lo he dicho, sólo tiene tiempo de
pedirme que me vaya a vivir con él, y yo para negárselo.
- Pero, es que me extraña mucho de que Émile deje a
Paul, de que los dos se dejen. Sé de buena tinta, que
últimamente son inseparables. Figúrate, hasta que punto

443
están los dos de enamorados y se atraen el uno al otro,
que la semana pasada, dentro de la piscina, y con más
amigos, se pusieron ellos dos a tener relaciones, te lo
digo de esta manera, para no decir una grosería.
¡ Buscan de ti, los dos algo, abre los ojos !.
- Hugo, los tengo bien abiertos, todo eso que me estan
contando, no me extraña, y me da todo igual. Ahora
Émile sigue siendo mi marido, y lo ayudaré en todo lo
que necesite, pero no me iré a vivir con él.

Hugo, me miraba sonriendo de verme feliz, y sus


ojos pesados, y cansados, se pararon en mi brazo, en el
morado que Émile me había hecho ese día por la
mañana. Con una mano levantó la manga de mi vestido,
y me preguntó con el entrecejo fruncido.
- ¿ Te has fijado lo que tienes aquí ? ¿ Cómo te lo has
hecho ?.
Cerré los ojos y negué con la cabeza.
- ¿Es Émile quien te lo ha hecho ? ¿ Porqué, dime
porqué ?.
- Por lo que antes te he contado, porque no quiero irme a
vivir con él, porque le he dicho mil veces que no lo
quiero, y que me deje en paz.
- ¿ Pues sabes lo que te digo Claire ? Que a Paul no es
capaz de tocarlo, porque Paul, también pega fuerte ¿ No
recuerdas la noche que estuvimos, el cuerpo musculoso
que tiene ? Lo vi una vez en pelea y sacude bien. Dejó a
su contrincante k.o, porque entre Émile y otros dos más,
se lo quitaron, pero parecía una máquina pegando. No
hubiese querido yo ser el tipo a quien pegaba. Lo pasé

444
mal, muy mal, de ver al otro chico la cara
ensangrentada.
- Émile es un hombre duro en todos los conceptos. Hasta
no hace mucho, he sabido como fueron sus comienzos, y
fueron muy difíciles y duros. Se crió sin amor de padres,
pero no porque no lo quisieran, sino porque era duro de
pelar, y lo tuvieron que internar en un reformatorio a los
catorce años ¿ Te lo ha contado ?.
- No, siempre ha estado guardando su entidad, me ha
contado cosas sin importancia, pero sé, que es más duro
de lo que nos suponemos ¿ Has estado en el médico para
que te vea este morado ? - Dijo preocupado.
- No, porque no quiero causarle problemas. Un médico
enseguida se daría cuenta de lo que es. Aún tiene suerte.
Hugo me miraba y movía la cabeza.
- Claire, cuéntame cosas de John. Dime que tono de voz
tiene.
Sonreí con la vista puesta hacia arriba.
- Es una voz suave la que tiene, y que acaricia cuando
habla. Hugo, no sé muchas cosas sobre John, porque
sólo hemos estado hablando unas tres horas. A partir de
ahora todo está por venir. Pero no quiero darle más
importancia de la que tiene.
- Querida ¿ Dices que no tiene importancia y te ha
seguido hasta aquí ? ¿ Qué hombre que no esté
enamorado hace eso ? Estoy seguro, que los dos os
habéis enamorado hasta la médula ¿ Entonces, ahora
John tiene veintisiete años ? Claire lo tuyo es elegancia,
categoría ¡ Vamos que es demasiado !.

445
Me encantaba Hugo, el modo de ver las cosas
cuando se refería a mi. Con cada frase que me decía, me
estaba deseando mucha suerte y felicidad. Yo por el
contrario sabía que le quedaba poco tiempo de vida. Y
solo de pensarlo y de mirarlo, me abrumaba, me causaba
una pena muy grande en el corazón. Lo miraba hundido
en el sillón, con los huesos de las rodillas
pronunciándose debajo del pantalón del pijama azul.
Sin esperarlo nos encontramos delante con la
presencia de Émile, que nos estaba observando, de pie y
con los brazos cruzados.
- ¡ Qué pasa ! ¿ Que todavía no habéis terminado de
hablar? ¿ Tantas cosas tenéis que deciros ?.

Me fijé en Hugo cómo examinaba detenidamente la


silueta de Émile, manteniendo en su boca una sonrisa,
que yo imaginaba era por todo lo que le había contado
de John. Debía de estar pensando en John, que nos
esperaba al final de la calle, y sin que él se diera cuenta,
y sin saberlo. Llevaba a mi pretendiente detrás,
pisándonos como quien dice, los talones.
- Necesitaba hablar con Claire - Respondió Hugo
marcando aún más la sonrisa - Está guapa ¿ No es
cierto?.
- Si esta guapa - Repitió Émile con dejadez - Vamos a
ayudarte para dejarte en tu cama.
- No, no quiero entrar en la habitación todavía, hasta que
la gente no se vaya. Pronto servirán la cena, y para
entonces iré - Dijo Hugo negándose con un movimiento
de mano.

446
- Bueno - Respondió Émile - Entonces aquí te dejamos,
cena bastante ¿ Tienes apetito ?.
- No mucho, los dos platos que me ponen, primero y
segundo, me los dejo casi enteros. Lo único que me
como bien, es el postre, porque cada noche es dulce.
- Hugo, si mañana no puedo venir, vendré al día
siguiente a verte - Le dije acercándome a su rostro para
besar sus mejillas.
- Saluda de mi parte a John, si es que puedes hablar con
él - Me dijo con la boca pegada en mi oído.
Afirmé con la cabeza, echando una sonrisa.
- Venga, vendré pronto a verte - Dijo Émile, acercán-
dose a sus mejillas, y se besaron como dos amigos.
Émile y yo íbamos a salir de la sala de espera. Yo me
di la vuelta para decirle adiós a Hugo. Él me saludó y
me guiñó un ojo. Salimos del hospital, yo tenía los ojos
encharcados en lágrimas, porque pronto, perdería a un
amigo. Pero me quedaba el consuelo, de que se liberaría
de sus males, de sus amores frustrados, y de lo poco que
su familia le llegó a comprender. Yo me lo imaginaba
volando, y subiendo al cielo igual que una mariposa con
las alas doradas. Llegaría hasta el firmamento, y las
mariposas que tienen las alas doradas, saldrían a su
encuentro para que volara con todas al paraíso de las
hadas.
Saqué un pañuelito blanco de mi bolso, y me estuve
secando los ojos. Émile me echó una ojeada, y vio que
estaba llorando. Rodeó con su brazo mis hombros,
haciendo ver que compartía mi pena.
Cuando nos acercamos al coche, la primera mirada
que hice fué al fondo de la calle, para ver si seguía el

447
coche de John en el lugar que lo dejó. Busqué unos
segundos a John, y comprobé de que estaba sentado
dentro del coche, esperaba tranquilo a que Émile saliera
con el coche para seguirnos.
Mi corazón iba a cien por hora, me sentía igual que
cuando tenía dieciocho años, que estaba llena de
ilusiones, esperando llegar a conocer a mi príncipe azul.
En mi mente tenía grabada la imagen de John, su
físico, sus extraordinarios ojos verde mar. Su sonrisa, no
se me borraba, ni su voz, con sonido a melodía.
Mientras que iba subiendo al coche e instalarme, quise
quitar todos estos pensamientos que se habían instalado
en mi mente, y centrarme en lo que estaba viviendo en
esos momentos junto a Émile, sólo quería vivir la
realidad. Todo lo de John estaba por venir, si es que
venía.

28

Sin que me diese cuenta, el coche se deslizó.


Émile me dijo algo que no oí bien que era, él volvió
de nuevo hablarme.
- Claire ¿ Me has oído lo que te he dicho ?.

448
- No - Respondí, mientras que miraba por el espejo de
mi izquierda el descapotable rojo que nos seguía a una
distancia prudente - ¿ Qué era lo que me decías ?.
- Digo ¿ Cómo has encontrado a Hugo ?.
- Igual que ayer, en un día no creo que haya muchos
cambios, pero ha reído, y eso me ha gustado.
- ¿ De qué habéis hablado ? ¿ Se puede saber ?.
- No, es un sumario de confesión - Dije mirándole de
lado.
- Habéis estado hablando una hora y media, en ese
tiempo os habéis dicho muchas cosas ¿ Te ha
preguntado algo sobre mi ? ¿ O sobre Paul ?.
- Émile, no insistas, porque no te voy a decir nada. Y a
partir de ahora quiero que respetes mis intimidades, y
que aceptes de que no eres tu el más fuerte.
- ¿ A qué viene eso ahora ? - Dijo contrariado, y girando
el volante con violencia para dar la vuelta a la calle.
- Ten cuidado con lo que haces, porque puedes llevarte a
alguien por delante - Le dije, mirándonos de frente.
- ¿ Eres tu ahora la que mandas ? - Dijo sin parar de
mirarme.
- Nunca he mandado, y no lo voy hacer ahora ¿ Ya para
qué ?.
- ¿ Cómo que para qué ? ¡ Tenemos tu y yo todavía que
caminar juntos no quiero que lo olvides ! ¿ Porqué no
eres más amable conmigo ?.
- Ya lo soy, créeme, más amable de lo que te mereces.
- Cada vez me arrepiento más de que hubieses venido a
Johannesburgo. Te tenías que haber quedado en París, y
haber rehecho tu vida allí ¿ No te acuerdas de que
apenas te escribía ? ¿ Y las pocas veces que lo hice

449
apenas me interesaba por ti ? ¿ No lo recuerdas ? - Dijo
como si de un miserable cobarde se tratara e intentando
de hacerme el máximo daño posible. Estaba equivocado,
porque ya sus palabras no me ofendían, no me
interesaba las pocas conversaciones que teníamos,
porque siempre acabábamos de la misma manera. Me
ofendía sin necesidad de hacerlo, pues, yo sentía por
Émile pena. Últimamente lo veía perdido, un día hacia
una cosa, y otro, otra distinta.
- Si me acuerdo - Le respondí muy tranquila - Émile,
nunca llegarás a saber lo mucho que te he querido, y si
vine a Johannesburgo, fué buscando tu amor ¿ Y que me
encontré ? ¿ Que sorpresa me tenías preparada ?.
Émile me miró.
- Claire, no te tenía nada preparado, te encontraste con
la vida que yo estaba viviendo. Por nada del mundo
hubiese querido que la descubrieras ¡ Pero tu te tuviste
que meter de morros ! ¿ Acaso crees que yo no lo he
pasado mal ? El primer día cuando llegaste, y sabía que
me esperabas en la habitación de arriba, que tenía que
hacer con Hugo ¿ Matarlo ? ¿ Te hubiera gustado que lo
hubiese matado ?.
- No hace falta de que lleves las cosas a un extremo tan
desesperado, nunca me ha gustado de ti lo radical que
eres.
Miraba por el espejo el descapotable rojo.
- ¿ Que ocurre ? - Preguntó Émile mirando por el
retrovisor - Hace rato que no paras de mirar por el
espejo.
- Nada, miro todos los coches que vienen detrás - Dije
sin darle importancia.

450
- ¿ Vas a venir mañana a ver a Hugo ? - Pregunto sin
más.
- Mañana no sé si voy a poder ¿ No te he contado lo
último ?.
- ¿ Lo último ? ¿ Sobre qué ? ¿ Qué nuevas hay, que no
me hayas dicho ?.
- Mañana, a las diez, tengo una entrevista de trabajo en
la librería inglesa Inter.
- ¿ En esa librería echaste una solicitud ?.
- Si, y estoy apoyada por Patrick, el marido de
Madeleine. Mañana tengo que entregar mi curriculum,
de los años que estuve trabajando en París, en la Librería
Francesa.
- No me gusta la idea, prefiero que no trabajes - Dijo
negando con la cabeza.
- ¿ Porqué razón no quieres que trabaje ? - Le pregunté
esperando su respuesta.
No sabía que decir, no le salían las palabras. Sólo
hacía que negar con la cabeza. El volante lo giraba de
una manera que no controlaba, se pasó un paso de cebra,
y me asusté, porque no respetó los peatones que pasaban
en ese momento.
- Claire, te necesito a mi lado ¿ Sabes ? - Dijo como un
susurro.
- ¿ Me estás diciendo que necesitas de mi ayuda ? ¿ Para
qué ? No te noto de que estés enfermo, por el momento
tu salud es buena.
- Te necesito a mi lado Claire, ahora más que nunca.
Tengo miedo desde que he visto a Hugo deteriorarse, y
desde que el médico que nos lleva dijo que solo tenía
para tres meses de vida. A Hugo le vino todo de golpe, y

451
eso mismo me puede suceder a mi. En estos casos, los
amigos no quieren saber nada. Y lo primero que dicen es
que, sean los padres quien cuiden de sus hijos enfermos.
Ya sabes que yo con mis padres no tengo trato. No quise
saber nada de ellos, y ellos tampoco se ocupan de cómo
estoy yo.
Habíamos llegado al restaurante. Émile
aparcó en el parking de la derecha, debajo de un
cobertizo de cañas de bambú.
Me quedé sentada un poco de tiempo más hablando
con Émile, pero sobretodo lo hice porque quería ver de
muy cerca a John, venía con su descapotable. Haría
como si no lo conociera, cómo si no lo hubiese visto
jamás. Y deseaba verlo muy de cerca, y saber si entraría
en el restaurante, y que lugar le otorgarían.
No tardó en aparecer el descapotable, y John
conduciéndolo, nuestras miradas se volvieron a
encontrar. Fueron unos instantes, los suficientes para
que a mi se me estremeciera todo el cuerpo, y mi
corazón diera un vuelco. También en la mirada de John
pude ver y sentir, la misma sensación o parecida de lo
que yo sentía. El corazón me hablaba, y jamás sospeché
que guardara tantos secretos de amor hacia alguien que
acababa de conocer. Tantos sentimientos que sin
haberlos vivido sentía hacia John.
Experimenté un miedo espantoso, mis sentidos se
cruzaban y no sabía poner cada cosa en su lugar. El
miedo que sentía era porque Émile no fuera a notar algo
extraño en mi. Mi mente en esos instantes fluía, quizá en
el aire, y se diera las circunstancias que cometiera un
error, algo, una mirada, un descuido, incluso una

452
palabra. No sabía si Émile se había dado cuenta de algo
que yo hice, que me pareció, me observaba más de lo de
costumbre.
Me distraje mirando a John como descendía del
coche, estaba frente a nosotros, yo me quedé también
descendiendo del coche, y con un pie en el suelo, y
nuestras miradas se cruzaron, sin poderlas apartar.
John después de haber cerrado la puerta del
descapotable, me hizo un gesto con la cabeza
manifestándome un saludo. Cómo yo me encontraba de
espaldas a Émile, y no me podía ver, le sonreí. John
tampoco deseaba de que Émile notase nada, y decidió
entrar en el restaurante antes que lo hiciéramos nosotros,
para no dejar ninguna pesquisa.
- Buenas noches señor Edwars - Dijo saludando en
inglés a John el portero del restaurante, pues ya lo
conocía.
- Buenas noches Ralf - Contestó John.
Émile con su mano, había cogido mi brazo, y de esta
manera nos dirigimos a la entrada del restaurante.
- Buenas noches señores - Saludó el portero dirigiéndose
a nosotros, elegantemente vestido con esmoquin blanco.
La cabeza la llevaba afeitada, y hacia un contraste
bonito con el blanco del esmoquin, y el moreno brillante
de su cabeza, me recordó al genio de la lámpara
maravillosa.
- Buenas noches, íbamos a cenar - Dijo Émile.
- Si señores, pueden pasar - Contestó amablemente.

Lo que menos me interesaba del restaurante, era de


cómo estaba decorado. Yo buscaba con la mirada a

453
John, donde lo podían haber sentado. Al final, en la
parte izquierda en una de la mesas redondas, y vestida
con manteles blancos cal. Se hallaba John, manteniendo
el menú entre las manos haciendo que lo miraba, pero a
quien miraba era a mi.
Uno de los maitres nos condujo a una mesa del
centro. Los oídos los tenía tapados de lo distraída que
estaba, hasta que oí la voz de Émile que me repetía por
segunda vez.
- ¿ Sabes que música está tocando el pianista ? ¿ Lo
conoces ?.
No me había fijado en el pianista, ni había oído la
obra tan maravillosa que estaba tocando al piano. Me
quedé unos instantes pensando, porque la conocía, hasta
que di con la obra que era.
- Rapsodia, número dos de Liszt - Dije contenta por
haberme acordado, pues, hacia como dos años que no la
oíamos. A Émile y a mi, nos gustaba mucho los
fragmentos de Liszt.
Me fijé en el pianista. Estaba sentado de cara a los
clientes, en un piano de cola, y brillaba como las
lámparas que colgaban del techo, dando reflejos de
varios colores.
El camarero se acercó a la mesa y nos dejó dos cartas
para que decidiéramos elegir lo que íbamos a cenar. Me
daba igual pedir pollo confitado que dos huevos fritos.
El apetito se me había ido. Sólo de ver a John que estaba
cenando a diez metros de mi, el nerviosismo se apoderó
de mis sentidos, y temía no hacer algo bien. Émile leía
la carta que el camarero había dejado, yo seguía con la

454
otra carta entre mis manos tratando de leer, pero sin
darme cuenta lo que leía.
- ¿ Te has decidido ya por algo ? - Me preguntó Émile.
- No, todavía no ¿ Y tu ?.
- Voy a pedir Concha de marisco - Coquille Saint
Jacques, de primer plato, y de segundo Besugo-
rousseau al horno.
- ¿ Vas a cenar a base de pescado ?.
- Si, me apetece, llevo muchos días comiendo carne, y
estoy un poco harto. He pedido champagne, con esta
clase de comida van bien.
- También pediré de primero cómo tu, y de segundo,
lenguado - sole. De esa manera, los dos comeremos
pescado.
El camarero vino, se llevó las cartas del menú, y
también el encargo de lo que íbamos a cenar. Tampoco
me apetecía a mi, comer carne, puesto que cada día se
comía en casa, y de esta clase de pescado no abastecían
a los supermercados. Eran pescados muy caros y
difíciles de conseguir. Sólo llegaban a los grandes
restaurantes de Johannesburgo, y a un precio alto.
Íbamos saboreando las Coquille Saint Jacques ¿ Y ?.
- Claire, quiero que sigamos hablando la conversación
que nos habíamos dejado a medias - Dijo de súbito
Émile cortando mis pensamientos.
- ¿ Te estás refiriendo a mi trabajo, o mejor dicho, el
trabajo que me van a ofrecer ?.
- A eso me refiero, al trabajo de la librería, tienes que
hacer ocho horas diarias, y ocupará la mayor parte de tu
tiempo.

455
- No me importa, es lo que yo quiero - Respondí
convencida de que era eso lo que quería hacer con mi
vida - Necesito tener un trabajo, salir de casa,
relacionarme con gente, hacer otra vida a la que estoy
haciendo.
- ¡ Te falta algo ! Di ¿ Que es lo que te falta ? - Dijo
levantando ligeramente la voz.
Miré a mi alrededor, y temí de que alguien hubiese
oído el timbre de voz que Émile había de súbito
adoptado. Me fijé en John, y también sentí vergüenza de
que hubiera apercibido algo. Todo seguía en calma, la
gente comía saboreando el plato que habían elegido.
- Émile, por favor, no hables tan alto, este no es un lugar
para dar un espectáculo. Hablaremos todo esto en casa
¿De acuerdo ? - Le recomendé por lo bajo.
- Me da igual que lo hablemos aquí o en casa. Mañana a
las diez me presento en la librería contigo, para que no
te den ese trabajo. Te he dicho antes que te necesito,
quiero que estés conmigo. Eres mi mujer, y es a mi lado
donde debes de estar ¿ Está claro ?.
Me quedé unos instantes mirándolo fijamente, al
mismo tiempo que negaba con la cabeza.
- ¿ Qué quiere decir ese no ? - Repuso - Sé que he
cometido fallos, que no me he portado como lo debería
haber hecho, pero ahora todo es distinto, no volverá a
suceder nada a lo de antes. Iré a trabajar, y me recogeré
pronto ¿ Qué más quieres que te diga ? ¿ Quieres que
me arrastre por el suelo cómo una serpiente sólo para
complacerte ?.
- Demasiado sabes que no quiero nada de eso, lo único
que deseo es poder ser yo misma, nunca lo he sido a tu

456
lado, siempre me tenías oprimida a causa de tus malditos
celos. Querías hacer de mi tu esclava, y lo conseguiste.
Ahora me atemorizas diciendo que mañana te vas a
presentar en la librería ¿ Para qué lo quieres hacer, para
intimidarlos y que no me den el trabajo ?.
- Piensa lo que quieras, pero lo que si te puedo asegurar
es que no trabajarás en esa dichosa librería, y vamos a
terminar aquí la conversación ¿ Entendido ?.
No le quise prestar oído.
- ¿ Que pasa con Paul ? ¿ Ya no es tu amigo ? ¿ Te ha
dicho que te vayas de su casa ?.
- ¡ Mira Claire, si no estuviéramos aquí ya verías ! No
tengo que darte explicaciones sobre Paul. Hago lo que
me sale ... ya sabes de allí.

El camarero vino y se llevó los restos del primer


plato.
Miré en dirección a la mesa donde comía John, y
nuestras miradas de nuevo se encontraron. Advertí de
que se había dado cuenta de algo, no llegaba hasta él, la
voz de Émile ni la mía, pero si pudo darse cuenta los
gestos de cómo hablábamos, se podía apercibir de que
eran dos personas que no estaban de acuerdo en lo que
se decían.
Ahora si que era verdad de que esta conversación la
quería cerrar, pero no sólo en el restaurante, también en
casa. Le llegué a coger miedo a Émile. Su violencia iba
en aumento, y creo que no era dueño de sus actos.
Podría en un momento de ira, darme un golpe, y no
tuviera remedio. Pero, de lo que si estaba segura era de
que no me iría con Émile a vivir a otra casa. Me hacía

457
recordar la edad media, cuando los reyes y grandes
señores se iban a la guerra, y les ponían a sus esposas el
cinturón de castidad, llevándose con ellos la llave.
También cuando las encerraban en una torre, y las
dejaban que allí murieran. Émile era de otra época, pero
era de esos. Deseché la idea de presentarme al día
siguiente a la librería, por lo que pudiese ocurrir. Y
cuando Madeleine me preguntara, ¿ Porqué no había
ido? Le diría la verdad. Nosotras siempre nos
contábamos todo. Madeleine era para mi como una
hermana mayor, a Dios le daba gracias por tenerla.
Tenía ganas de que termináramos de cenar y
de que nos marcháramos. No sabía lo que haría Émile, y
poco me importaba. Si se quedaría a dormir en casa o se
marcharía a la de Paul, era en el primero que pensaba,
porque era el único amigo de él, que yo conocía, pero
por supuesto que tenía más que yo no conocía. Émile lo
hacia de esa manera para que yo no le pudiese reprochar
nada.
No pedimos postres, pues, le manifesté a Émile que
tenía ganas de llegar a casa. Por esta vez no me
contradijo, y seguidamente pidió la cuenta. Al instante
observé que John hacía lo mismo. Había pedido también
la cuenta al camarero.
Íbamos de vuelta a casa seguidos igual que
antes del coche de John. Émile en toda la tarde no había
notado nada. Pero yo tenía el alma en un vilo. El miedo
que sentía dentro de mi era, que más pronto o más tarde
Émile se tendría que enterar de los seguimientos tan
continuos de John, y no sabía cómo saldría todo esto,
porque Émile era muy bruto, y hubo veces según él me

458
había contado, que llegaba con la pelea hasta el final.
No le importaba, que él o el contrincante hubiesen
muerto.
En este aspecto, yo no conocía a John, lo acababa de
conocer, y era todo un señor, con modales exquisitos,
con temple encantador, con alma de conquistador y
abundancia de romanticismo que derrochaba. Era todo
lo contrario a las virtudes Émile poseía.
Vi por el espejo del coche que John se detenía al
empezar la calle. La agitación que sentía en el estómago
desapareció al instante, y me relajé.
Émile paró delante de la puerta, como de costumbre.
Diana estaba esperando a que llegáramos, por
detrás de la verja. Al vernos, se puso contenta, cuando
me acerqué y abrí la puerta, salió fuera dando saltos a
mi alrededor, haciéndome toda clase de fiestas. Llegué
hasta el porche seguida de Diana. La luz estaba
encendida, pues, yo la dejé antes de salir, para que en el
jardín hubiese luz, y la casa se viera más protegida. Oí
en varias ocasiones que en otras casas y durante la
noche cuando los dueños no estaban, habían entrado a
robar. A nosotros nunca nos sucedió nada de eso, pero
siempre que salía por las tardes, dejaba la luz del porche
encendida, daba mucha claridad, y todo quedaba más
tranquilo. Abrí la puerta de la casa, di la luz del salón, y
subí a mi dormitorio. Dejé mi bolso sobre la cómoda, y
lo primero que fui es a mirar por la ventana, si el
descapotable de John seguía al principio de la calle. No
se había movido del lugar de donde se había quedado.
John estaba de pie, y su cuerpo apoyado en el lateral
derecho del coche. Hacía una figura bonita, John vestido

459
con traje blanco, y el rojo vivo del descapotable. No
pude estar más de tres minutos observándolo, porque no
tardó en irrumpir en el dormitorio Émile. Al verlo, me di
cuenta que no se quedaba a dormir, estaba preparado
para irse, lo cual, yo me alegre, y respiré a fondo, por la
tranquilidad que me aguardaba. Me sentía mejor cuando
no tenía a Émile conmigo. Era problemático, y muy
quisquilloso. Yo tenía que tener cuidado de cómo le
hablaba, porque enseguida lo tomaba por otra cosa, no
tenía sentido del humor. Sus reglas se basaban en estar
serio para que lo respetaran.
En el fondo sentía pena por él, de lo poco feliz que era,
buscaba sólo complacer su cuerpo, y hacer lo que le
venía en gana, pero feliz nunca había sido en la vida.
Nada le llenaba a parte del sexo. Y cuando pensaba, que
había estado enamorada de él, no me lo creía. El amor es
ciego, y hay amores que merecen palos. Pero también
era cuando vivía otra situación, muy distinta a la que
estaba viviendo ahora, pero el carácter machista siempre
lo tuvo, el mal humor no tanto, se le acentuó más
cuando yo llegué a Johannesburgo, y me encontré con lo
que había.
Me di la vuelta y me puse de espaldas a la
ventana.
- ¿ Que pasa Émile ? - Le pregunté tranquila, como si no
hubiésemos discutido, y cómo si no me diera cuenta de
que estaba preparado para marcharse.
- Me voy, he quedado esta noche con unos amigos para
tomar unas copas, es el cumpleaños de uno de ellos, y
les dije, que estaría acompañándolos.

460
- Muy bien - Respondí con naturalidad - Que lo pases lo
mejor que puedas y te diviertas.
- Mañana volveré a la tarde, pero después de la cena, y
quiero que me des definitivamente la respuesta de si te
vienes conmigo a la casa que tengo apalabrada. Creo
que es mejor que recapacites y lo pienses con sensatez,
porque esta casa, esta misma semana la voy a dejar.
Como está a nombre de Hugo y mío, se quedaría como
arrendatario Hugo, pero a él, no le queda mucho de vida.
Supongo que sus padres cuando muera se volverán a ir a
París. Tu te podrías quedar tal como esta todo, pero
tendrías que pagar un alquiler, y todos los gastos que
conlleva la casa ¿ Cómo lo ibas a hacer ? Para eso
necesitas dinero.
Me lo estaba poniendo todo muy difícil.
- Es por eso que mañana quiero ir a la librería para tener
una entrevista con la directora, y entregarle mi
curriculum. Tendría mi sueldo, y es posible que pudiese
hacer frente a los gastos de esta casa, pero de una
manera más modesta.
La cara de Émile se volvió blanca como el papel.
- ¡ No quiero que hablemos más del tema, te lo he
dejado bien claro en el restaurante ! - Dijo enfadado.
- Émile, es la única manera de que yo pueda seguir
adelante con mi independencia. Tu siempre serás el
mismo, nunca vas a cambiar. El sexo hacia otros
hombres te atrae como las moscas a la miel. No quiero
entorpecer nada de tu vida, ni de lo que te guste hacer.
Pero no por eso yo voy a salir perdiendo ¡ Lo único que
quiero es vivir ! solo vivir ¿ Crees que no tengo
derecho?.

461
Se acercó más a mi, y con su mano cogió las
mandíbulas, apretándome, y muy cerca de mi cara, me
dijo con una ira que me causó escalofrío.
- ¡ Te voy a cortar todos los caminos ! ¡ Eres mi mujer y
me tienes que seguir vaya a donde vaya ! ¿ Te has
enterado ?.
De mis ojos cayeron dos gruesas lágrimas que
resbalaron por las mejillas. Me soltó las mandíbulas con
aire despreciativo y señalándome con el índice me dijo
fijamente mirándome a los ojos.
- Mañana noche cuando vuelva quiero de ti una
respuesta positiva. No creas que me voy a ir a vivir sólo
con esta enfermedad que he contraído. Estoy viendo los
resultados en Hugo, y cada día que pasa, me hundo más,
porque sé el fin que me espera. Hugo tiene padres que lo
quieren, yo los tengo, pero como si no los tuviera, y sólo
te tengo a ti. Tu eres mi única salida, lo único que tengo
¿ Lo vas comprendiendo ?.
Retrocedí unos pasos y me quedé de
espaldas a la ventana.
- Émile, es que yo no te quiero, me has hecho tantas
maldades que tu mismo haces de que yo no te quiera -
Le dije con calma.
Avanzó dos pasos hacia mi.
- No se trata de que me quieras, nunca te voy a pedir tal
cosa, porque sé que no me merezco tu amor ¡ Como
verás soy sincero contigo ! Lo único que te pido y
quiero que lo entiendas y por una última vez, es que
vengas a vivir conmigo, para que estés a mi lado, y me
cuides el día que lo necesite ¿ Lo has entendido ahora ?.
Me armé de valor y le respondí.

462
- ¡ No ! ya te he dado la respuesta. No quiero irme a
vivir por ahora con un ser despreciable como tu. Cuando
estés, si es que alguna vez lo estás, como Hugo, estaré a
tu lado, te ayudaré, te lavaré y te limpiaré. Pero ahora
estás muy bien, y ojalá siempre lo estés ¿ Me has oído a
mi ahora ? ¡ O crees que soy tonta !.
Frunció el entrecejo, porque no se esperaba
esta respuesta mía.
- ¡ Está bien ! - Dijo tratando de tranquilizarse - Dentro
de cuatro días, que es el último de mes, no obtendrás
ningún dinero más ¡ A ver que es lo que vas a hacer ! y
no pienses en el trabajo de la librería, ni en ningún otro,
porque todos lo que busques te los aplastaré. Y tampoco
te dejaré en paz. Chafaré todo lo que te propongas hacer.
- Saldré de esta. Es lo peor que me ha pasado contigo,
pero lo superaré. Y no creo que me puedas hacer más
daño del que ya me has hecho. La culpa de que no te
quiera es tuya. Eres egoísta, sólo piensas en ti, y
también un gran cobarde. ¿ Tan mal estás ? ¿ Tan mal te
sientes por dentro que sólo piensas en hacerme daño
para destruirme ?.
Meneó la cabeza con un gesto de
indiferencia.
- No me gusta tu filosofía, sólo la utilizas para hablarme
en términos despreciativos. Yo utilizo la supervivencia,
y destruyendo es como se puede vivir, y cortando
caminos a los demás, es cómo se puede seguir adelante.
Es la ley de la selva, que según cómo se mire, también
es la ley que utilizamos los humanos.
- Me das asco, más de lo que tu te imaginas ¿ Cómo es
posible que hayas aprendido esa mezquindad, esa

463
manera tan cruel y despiadada para que los demás
hagamos tu voluntad ? - Respondí algo desesperada.
Se rió de verme en ese estado.
- ¡ Supervivencia querida supervivencia ! - Dijo
lanzando una carcajada - Si fueras más obediente, nada
de esto tendría que haber sucedido, pero como siempre
quieres sobresalir, es por eso que te pegas el golpe.
- ¿ Tu le llamas supervivencia a los malos tratos ?
¿Llamas supervivencia a destruir la vida de una
persona ? No sabía que para sobrevivir se tenían que
hacer tantas maldades, tanta destrucción, tanto daño. Tu
ley no es la ley de la selva, es la ley de los malvados.
Los animales que matan, lo hacen por necesidad, porque
se tienen que alimentar, pero jamás lo harían con la idea
de destruir.
- No quiero seguir hablando más contigo, porque es una
pérdida de tiempo - Dijo, con un gesto de desprecio - Ya
veremos a ver quien gana esta batalla.
Se dio la vuelta y anduvo varios pasos hasta llegar a
la entrada de la habitación. Yo respiré profundamente de
ver que se iba. Se volvió, y me miró de frente. Hizo un
gesto con la boca estirando los labios, y con altanería
me dijo con voz trémula.
- Tu si que me das asco, tu y todas las mujeres, es por
eso que prefiero a los hombres. Nosotros somos más
dignos, y menos complicados que vosotras.
No respondí, quería que se fuera lo más
pronto posible.
Salió por la puerta, y alcanzó el pasillo. Oí como
descendía por las escaleras, y entraba en el dormitorio
de abajo, y pasados como diez minutos salió, y fué

464
directamente al jardin, lo atravesó hasta llegar a la verja.
Yo lo iba siguiendo con la mirada, me hallaba
medio escondida a un lado de la ventana para que no me
viera. Llevaba en su mano derecha una bolsa de viaje
llena, quizá de ropa interior suya. Subió en el coche y se
acomodó, echó una mirada a la ventana, pero yo estaba
escondida detrás de la cortina. Puso el coche en marcha
y arrancó, lo iba siguiendo con la cabeza medio
asomada, vi que pasó por delante del descapotable de
John, que aún seguía allí.
Salí del dormitorio y fui al cuarto de baño, tenía que
hacer una pequeña necesidad, y también necesitaba
lavarme la cara, echarme agua fresca para calmarme del
sofocón.
Pensaba en John, que hacía más de dos horas que
estaba esperando, un poco más abajo de la calle. Tenía
gran necesidad de hablar con alguien, y qué mejor que
John, que lo que él deseaba era estar a mi lado, y que
habláramos.

29

Miré la hora que tenía en mi reloj de pulsera


y marcaba las doce y media de la madrugada. Estaba
totalmente despejada, y sin pizca de sueño. Bajé al

465
porche y me senté en un sillón, con la esperanza de que
John viniese a hacerme compañía. Lo deseaba con toda
mi alma, después de la discusión que había tenido con
Émile, deseaba estar cerca de John y escuchar su voz, su
voz aterciopelada, y que me sacara de la tristeza
profunda en la que estaba.
Desde el porche no veía el coche de John, tenía que
ir hasta la verja y mirar desde fuera. No lo quería hacer
para no demostrarle mi ansiedad por verlo, y esperé
hojeando una pequeña revista de publicidad, que durante
el día dejaron en el buzón, y que recomendaba para los
hombres un tratamiento muy eficaz, que se componía de
un líquido que venía en una botella de veinticinco
miligramos, para el hombre que no tuviese vello en el
pecho. Frotándose con el mencionado líquido, le crecía.
También venía otra publicidad para la mujer. Era
un tubo de crema, y servía para las mujeres que tenían
los pechos pequeños. Dándose un ligero masaje en los
senos con esa crema, los pechos en una semana cogían
volumen. Eso era lo que explicaba la publicidad de la
revista. Habían números que eran apartados de correos
donde había que escribir, en caso de estar interesado.
Venían muchos más productos en la publicidad, que
servían para otras cosas, también para el cuerpo, y para
los cabellos hacerlos crecer.
Estaba pensando en los vendedores, en la manera que
embaucaban a la gente con engaños para que compraran
sus productos que no servían para nada.
- Claire - Oí la voz de John que me llamaba. Miré, y vi
que esperaba detrás de la verja. Mi corazón dio un
vuelco, y me estremecí de la cabeza a los pies. En esos

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instantes era lo que más necesitaba, hablar con John
descansar en su mirada candente, en sus ojos verde mar,
en su voz melodiosa. Necesitaba esta medicina. Y no me
importaba de que alguien viera que estaba allí, era lo
que menos me preocupaba en aquellos momentos.
A John lo acababa de conocer, sólo hacía una noche,
y desde que hablé con él, tenía ganas de vivir, de salir y
de ir a divertirme. Con Émile estaba recluida, aunque no
vivía en casa no le gustaba que saliera. No le hacía ni
pizca de gracia de que saliera con Madeleine que era la
única amiga que tenía.
Llegué hasta la verja, oía mi corazón cómo palpitaba
dentro de mi pecho, parecía que de un momento a otro
me fuera a desmayar. A través de la verja sentí su calor,
sentí su energía como envolvía mi cuerpo. Me sentí más
tímida que nunca, su presencia varonil y extremada-
mente seductora, me hizo temblar.
Abrí la puerta, y me quedé inmóvil frente a él. Me
pasó por la mente el recuerdo de Émile, si le daba por
volver. No me importaba que volviera o, que se enterara
de que John, un joven que no conocía, había venido esa
noche a verme ¿ Que me podía pasar ? A mi por
supuesto nada, pero entre Émile y John hubiese habido
un enfrentamiento, y bastante duro.
- Buenas noches Claire ¿ Llego en un momento
oportuno ? - Dijo casi disculpándose.
- Si John, por supuesto que si ¿ Quieres entrar ? - Le
pregunté facilitándole la entrada.
- Si, desde luego - Respondió sonriéndome.
Ésa noche los vecinos ingleses, estaban tranquilos,
hacia rato que no se veía ninguna luz encendida en la

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casa, por lo visto se habían ido todos a dormir. Al día
siguiente era lunes, y día de trabajo. Cerré la puerta de
la verja, y nos fuimos a sentar igual que la noche
anterior en los sillones del porche. Yo no sabía que
decir, ni de qué hablar, aunque tenía muchas cosas que
contar, pero a John no le quería transmitir mis
problemas ¿ Para qué le iba a contar mi vida ? Sólo
quería ser amiga de él, tener a alguien a parte de
Madeleine con quien hablar. Aunque John me
gustaba mucho, y estando a su lado temblaba, no
encontraba las palabras.
- ¿ Es tu marido el que acaba de salir ? - Me preguntó.
- Si, lo conociste esta tarde cuando salimos de casa
¿Porqué esperabas en la calle y nos seguiste hasta el
Hospital y después al restaurante ?.
- ¿ Porqué ? - Dijo mirando hacia arriba. Yo también
miré, y descubrí un cielo bordado de estrellas - ¿ Me
preguntas porqué lo he hecho ?.
- No lo sé - respondí tímidamente - Quiero que tu me lo
digas.
- Anoche hablamos tres horas en este mismo lugar, y te
puse al corriente de lo que siento por ti, nada más te vi
en el poblado de los nativos.
- ¡ Ya ! Pero lo nuestro no puede ir muy lejos, también
te lo dije. No quiero que ningún hombre ocupe mi vida
por el momento. No me siento con deseos de amar a
nadie.
- Claire, no tienes que ir contra corriente, no podrías con
la fuerza del agua, y eso es lo que tu pretendes hacer.
Negué con la cabeza.

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- Quiero tener otra vida - Dije - Quiero sentirme libre, y
sé que junto a un hombre no lo seré. Los hombres sólo
pensáis en vosotros, y absorbéis todo el tiempo a la
mujer. Quiero trabajar, tener un pequeño apartamento, y
encerrarme dentro con llave, y saber que sólo mando yo
en mi, que si soy esclava, quiero serlo de mi misma
¿ Me comprendes John ?.
- Si Claire te comprendo, cuando se trata de un hombre
como tu marido, es razonable de que pienses de la
manera que lo haces ¿ Acaso crees que esta noche
cenando en el restaurante, no me he dado cuenta de que
tu marido te ha levantado la voz ? ¿ Crees que no he
visto de que es un bruto, y de que para las mujeres no
tiene modales ? Me he dado cuenta de todo esto. Estás
herida, muy herida, pero no creas que como tu marido
hay muchos hombres. Me he estado fijando en ti todo el
rato que ha durado la cena, y te he dado el premio a la
paciencia.
Asentí.
- Hay veces que tiene arrebatos de locura, que pierde el
control de si mismo, y rompe lo que se le pone por
delante, pero después cuando se le pasa, siente mucho lo
ocurrido.
- Claire ¿ Estás tratando de esconder sus errores ? ¿ Su
mal genio ? ¿ El poco cariño que siente hacia ti ?
¿Porqué lo defiendes ? Algún día serás tu quien recibirá
un golpe fuerte. A esta clase de hombres no se les puede
defender.
- John, no lo estoy defendiendo, sé que es bruto y que
todo lo que has dicho es cierto, pero también te digo la

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otra verdad. Siento pena por él, porque nada bueno le
espera en la vida, y eso me duele.
- ¿ Lo quieres ? Pero deja que hable tu corazón, no digas
algo para dejarlo en un buen lugar ¿ Lo amas ?.
Negué con la cabeza, y me mantuve callada.
- No lo amas - Repuso - Has respondido, pero no te
atreves a pronunciar las frases ¿ Y tu quieres ser una
mujer libre ? ¿ No te atreves a decir lo que tu corazón
siente y buscas tu independencia ? Cuando se busca ser
libre, y totalmente integro en nuestras pasiones, nuestros
sentimientos, y nuestras maneras de ver las cosas, hay
que ponerles nombres a todas las palabras. Tenemos que
expresarnos cómo amamos y cómo sufrimos, de qué
manera somos felices y cómo somos desdichados. Dime
Claire ¿Lo amas ?.

John estaba abriendo en esos momentos para mi,


centenares de puertas, miles de puertas, que yo tenía
cerradas, y que no me atrevía a abrir, por miedo a
encontrarme con la pura realidad. Las tenía todas
cerradas, desde la primera hasta la última, no era fácil de
expresar lo que yo sentía, no sabía como tenía que
empezar, ni por donde. Mi cabeza estaba hecha un lío.
Mis pensamientos volaban por el aire, sin rumbo fijo.
No sabía si era una mujer feliz o, por el contrario si era
desafortunada. Sólo sabía de que era una mujer, de que
estaba casada con Émile y de que vivía en
Johannesburgo. Ahí se acababa todo lo relacionado a mi
persona.
John esperaba mi respuesta, pero sin prisa. Me veía
observada por sus exquisitos ojos verde mar. Todo lo

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que yo sentía hacia John, me hubiese gustado decírselo,
utilizando los sentimientos y el romanticismo que él
utilizaba con verdadera pasión.
- John, no sé si lo amo, estoy viviendo momentos muy
difíciles y mi mente no coordina con mis sentimientos.
Si te digo que si lo amo, es posible que me esté
engañando a mi misma, y si te digo que no, también,
estoy hecha un lío, y no sé que hacer.
- Claire, quiero que confíes en mi, y si lo haces, es
seguro de que te podré ayudar, pero sólo si confías en
mi, y no me ves como a otro hombre bruto y vulgar.
Deseo con todas mis fuerzas de que puedas expresar tus
sentimientos, tus gustos, tus pasiones, tus deseos y tus
ideales. Sólo de esta manera podrás ser libre e
independiente. No creas que la libertad y la
independencia vienen solas sin hacer un esfuerzo. Todos
lo tenemos que trabajar, para obtener más tarde los
frutos que deseamos ¿ Estás preparada para empezar ?.
Todas estas frases que me musitó, me dejó más
desconcertada de lo que ya lo estaba. No comprendí
muy bien lo que quiso decirme para que hiciera. Quería
que empezáramos ya ¿ Pero de qué manera quería que
confiara en él ? Sólo hacía veinticuatro horas que lo
conocía ¿ Se estaría burlando de mi ? -Pensé - Me sentí
igual que una niña pequeña cuando se le regaña por algo
que no tienen razón. No sabía que era lo que se
proponía, ni a donde quería llegar ¿ No estaría jugando
conmigo, para que yo le expresara mis sentimientos ?.
- Quieres que empecemos ya ¿ A qué ? - Le pregunté.
John me miraba con una sonrisa.

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- A lo que tu quieras - Respondió casi musitando - Ayer
noche hablamos y quedamos en que yo sería tu profesor
de inglés ¿ No lo recuerdas ?.
- Si ¿ Pero te estás refiriendo a que tu puedes enseñarme
bien, hablar, leer y escribir inglés ?.
- Exacto - Contestó con los codos apoyados en los
brazos del sillón, y echado hacia atrás en posición de
relax - Todo lo demás surgirá mediante el tiempo que
duren los estudios. Cuando llegue el momento de
estudiar los verbos, y de pronunciarlos, trabajaré contigo
con verdadero ardor, para que los sepas expresar con
facilidad, sin que sientas vergüenza de pronunciar las
frases más íntimas, las más queridas y ansiadas. Quiero
hacer de ti lo que eres, una diosa, que le cortaron las
alas, igual que hicieron con la divinidad Victoria. La
querían tener cerca, por que su belleza cautivaba,
también les traía suerte, y con las enormes alas que tenía
podía volar por lugares infinitos. Lo mismo han hecho
contigo. Me estoy refiriendo a tu marido. Pero yo te las
devolveré, y cuando mires tus enormes alas, podrás
volar por todos los lugares, por lugares que jamás habías
soñado.
Ahora me gustaba John de la manera en que se
expresaba, y lo que antes había pensado de él, ahora lo
veía normal, natural y deposité en él mi confianza, sin
pensar en más ¿ Qué podría yo perder ?.
Me había quedado embobada escuchándolo, con los
codos apoyados sobre la mesa, y las manos sujetando mi
barbilla. Me acordé del insecto lepidóptero al que yo me
quería parecer, por lo libres que eran, a las mariposas
que tienen las alas doradas. No sabía si era cierto el don

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que John me atribuía de diosa. Era posible que estuviera
en su mente o en su repertorio de poeta. Pero sí era
cierto que me causaban envidia las mariposas cuando las
observaba con deleite volar en el jardin, y pararse en las
flores, y subir a los árboles, y después, perderse en el
cielo. Siempre he pensado que son seres maravillosos,
encantadores ¿ Y porqué no divinos ?.
Respondí a John con precisión.
- John, cuando tu quieras empezamos las clases de
inglés. Tengo ganas de saber, necesito saber, tantas y
tantas cosas que no me han dejado que aprenda.
Creo que tu eres mi gran oportunidad. El momento ha
llegado, no puedo decir tarde, se ha iniciado en el
momento adecuado.
- Claire, estaba seguro que razonarías, que dirías que sí.
Te has dado cuenta de que es por tu bien, y que no
encontrarás ataduras, ni trabas a partir de ahora ¿ Te
apetece que sea mañana cuando empecemos la primera
clase ? - Dijo John bastante contento.
Recordé que era al día siguiente que tenía
que ir a la entrevista de trabajo, pero que no iría por
todo lo que había sucedido con Émile. Me prometió y
aseguró que lo cumpliría, que no me dejaría trabajar en
nada, pero con John, no podría hacer lo mismo. John
estaba para ayudarme, y quitarme las ataduras que tenía
con Émile, y le di la respuesta de inmediato.
- ¿ Iría bien a las diez de la mañana ?.
- Correcto - Contestó - Es una buena hora. Mañana a las
diez vendré a buscarte en mi coche, e iremos a mi casa,
mi despacho es bastante amplio, y tengo todo el material
necesario.

473
Tenía que hablarle de la entrevista.
- John, mañana a las diez tengo que presentarme a una
cita de trabajo, en la librería inglesa Inter, pero Émile no
quiere que vaya, no quiere que trabaje, porque está
preparando que yo me vaya a vivir con él a otra casa.
- ¿ Esta noche en el restaurante la discusión que habéis
tenido era por eso ?.
- Si, y cuando hemos llegado aquí, me la ha montado
aún más fuerte. Ha estado a punto de ...
- ¿ De qué ? Háblame claro ¿ Ha pretendido pegarte?
¿Es eso lo que quieres decir ?.
- No quiero hablar más de él, pero me amenazó de
dejarme sin trabajo, de ir a hablar con los directores para
que no me den el empleo. Y tengo que cuidar de él
cuando esté enfermo.
John sacudió la cabeza sin comprender bien.
- ¿ Dices que cuando esté enfermo tendrás que cuidar de
él ? ¿ Es que está enfermo ? - Preguntó con los ojos fijos
en los míos.
- ¿ Sabes que tenemos un amigo ? Se llama Hugo, y que
está en el Hospital, con un virus que ha contraído, y que
ha contagiado a Émile de ese mal. Hugo está muy mal,
la enfermedad está en la última fase, y le queda poco
tiempo de vida. Pues, Émile quiere que nos vayamos de
esta casa, a otra más pequeña, para que yo cuide de él,
cuando la enfermedad esté más avanzada.
- ¿ Y de qué manera Hugo ha contagiado a Émile ?.
Buscaba la mejor manera para decírselo.
- John, eres mi amigo, y te lo voy a decir, aunque pase
vergüenza por mi misma, por haberme casado con un

474
hombre que es gay, y que yo no sabía - Émile y Hugo
son gays, eran pareja, y vivían juntos.
John se quedó parado, no pensaba que yo
iba a hablarle de esto.
- ¿ Tu marido es gay? - Dijo con asombro.
- Si, pero no desde ahora, es gay de toda la vida.
- ¿ Porqué te casaste con él ? - Preguntó todavía
aturdido.
- Porque me enamoré de él, y lo quería, pero yo no sabía
de que era gay. Es posible que no me diera cuenta,
porque fué el único hombre que conocí para casarme.
Yo no tenía experiencia sobre hombres. Tampoco yo le
notaba nada, me sentía amada por él, era celoso, y lo
sigue siendo. Lo supo bien esconder.
- ¿ Y cuando te has enterado de que es gay ? - Preguntó
con la mirada congelada clavada en la mía.
- Hace un año aproximadamente, cuando decidí que
tenía que venir a Johannesburgo para ver que era de su
vida. Yo estaba segura de que me engañaba, pero que se
trataba de una mujer. Y cuando llegué aquí a casa, me
encontré con la sorpresa. Compartía casa con Hugo, y
también compartían sus vidas. No te puedes imaginar
cómo me sentí burlada, humillada, traicionada. Hasta
llegué a pensar que yo como mujer no valía mucho,
incluso nada ¿ Entiendes ahora porqué no confío en los
hombres ? ¿ Porqué quiero sentirme libre y buscar mi
independencia ?.
Hice una pausa, los dos nos mirábamos en
silencio.
Pasados unos minutos.

475
- Claire, me he dado cuenta de que a Hugo le tienes
cariño ¿ Porqué, siendo él quien ocupaba tu puesto ? He
advertido como te preocupas de su salud y de que esté
bien. No lo entiendo.
- Verás John, lo mismo que tu no entiendes, yo tampoco
entendía de que fuera Hugo quien dirigía a Émile, él
tenía que hacer lo que Hugo le mandaba, porque los
celos se lo comían. He sido testigo de cómo Émile
maltrataba y pegaba con furia a Hugo, hasta el punto de
dejarlo en el suelo echando sangre por la nariz. Hugo me
causaba pena, porque cuando se le conoce, es una gran
persona, es un gran amigo que te da incluso lo que no
tiene.
La homosexualidad de Hugo, es de nacimiento. Me
ha contado hechos realmente escabrosos que su propio
padre cometió con él, desde que era un niño, y se vestía
de mujer con los vestidos de sus hermanas, incluso su
hermana mayor, el día que se casó, no quiso que
asistiera a su boda, porque sentía vergüenza de tener a
un hermano raro. Podría estar contándote de Hugo mil
aberraciones que cometieron con él su propia familia. A
su madre la dejo a un lado, no la meto en toda esta
locura, porque ella al igual que Hugo, sufrieron en
silencio los malos tratos. A Hugo lo quiero, es mi amigo
¿ Sabes que hoy en el Hospital le he puesto al corriente
de que tu nos ibas siguiendo a Émile y a mi en tu coche?
Es el único que lo sabe. Él sería feliz de verme a mi que
lo soy.

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John me escuchaba casi sin respirar, con los codos
apoyados encima de la mesa, y las manos puestas en la
cabeza, pasando los dedos por entre sus cabellos.
- Repuse - Este sábado llegan los padres de Hugo,
procedentes de París. Saben que está enfermo, pero
ignoran hasta qué punto. Me da lastima de su madre,
pobre mujer. Pues, Émile me ha comunicado que no irá
a recibirlos al aeropuerto. Le tiene al padre de Hugo
manía de muerte, por todo lo que Hugo le ha contado
que le hizo.
- Claire, yo puedo ir a buscarlos al aeropuerto - Dijo con
suma sinceridad.
- Gracias John, pero es mejor que te mantengas al
margen de todo lo que se refiere a Émile. Me va a
inundar en preguntas. Cuando se toca donde él no quiere
se pone bruto, pierde el control, no respeta nada ni a
nadie. Es como una fiera salvaje, que sólo piensa en
hacer daño y en destruir. Hoy en el hospital, le he dicho
a Hugo, que iría yo a recibirlos. Llamaré un taxi para
que venga a buscarme, y después, con los padres de
Hugo, regresaremos con otro. Lo haré así.
John me miraba no muy de acuerdo.
- Claire estoy metido en esta historia, porque es tu
historia, tu vida, y todo lo que a ti se refiere, me afecta
o, me alegra, y en esta odisea voy a participar, le guste a
Émile o no. Lo encuentro cobarde al esconderse de
alguien que ni siquiera conoce ¿ Que daño le puede
hacer un hombre mayor, si vendrá con una gran pena ?.
- Émile no lo cree así, ni Hugo tampoco. Yo pienso
igual que tu, no puede ser que un padre trate a un hijo

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mal ya casi en su lecho de muerte, porque a Hugo le
queda poco tiempo de vida, quizá dos meses.
- ¡ Vaya paquete, con el que se van a encontrar sus
padres ! - Dijo John entristecido, y pensando en el
problema.
Miré la hora que había en mi reloj.
- John, son las dos de la madrugada, estoy cansada, y
necesito dormir - Dije con los ojos medio cerrados.
- Si, el tiempo ha pasado rápido y no me he dado cuenta
de la hora que podría ser - Respondió poniéndose en pie,
y dispuesto para marcharse.
Noté en su mirada, que sus deseos eran los de
cogerme la mano. Su vista se dirigía a mi rostro y
después a mis manos, era como si lo necesitara, para irse
mejor. Hice como si no me hubiese dado cuenta, y me
dispuse a bajar los escalones del porche para ir a
acompañarlo hasta la verja. Pensé, que era demasiado
pronto para que hubiera tanta intimidad entre los dos.
No se trataba de querer coger mis manos para
despedirse, era algo más, que yo no estaba preparada en
esos instantes para asumir.
Por el caminillo hasta la verja caminábamos uno al
lado del otro. Al llegar a la puerta se giró hacia mi. Me
miró con radiante luz en sus pupilas, y sin que yo me
diera cuenta había cogido mis dos manos, y las tenía
cerca de su boca, sentí su aliento en ellas, y
seguidamente sus ardientes labios. Las besaba una y otra
vez, no se cansaba, me dio la impresión de que tenía
hambre de besos.

478
No quería seguir, ni debía seguir, estábamos en la
vista del huracán, aunque eran las dos de la madrugada,
nos podían ver, los búhos no duermen de noche ¿ Y ?.
- John, pronto serán las tres, y tengo un sueño que me
caigo - Le recordé.
- Si, es cierto - Dijo soltándome las manos con cuidado -
Mañana estaré aquí delante de la puerta esperándote.
- Buenas noches John - Musité por el cansancio que
tenía, y porque me estaba durmiendo de pie.
- Que duermas bien, Claire - Dijo, poniendo su mano
abierta sobre mi mandíbula izquierda, acariciándola.
Salió, y anduvo algunos metros hasta llegar a su
coche, y se puso al volante. Creí que iba a seguir
adelante, pero mi sorpresa fué que dio marcha atrás,
hasta que se puso delante de la casa. Yo lo miraba con
una sonrisa, moviéndole la cabeza, y pensaba - ¡ Está
loco ! - Me echó un beso con la mano y dijo a media voz
- Te quiero.
Sonreí, y afirmé.
- ¿ También me quieres tu ? - Preguntó, con la felicidad
que un niño muestra al recibir un regalo.
- No - Le respondí, porque no sabía que decirle. Yo
estaba segura que lo quería, y mucho, era el primer
hombre que me trataba como yo había deseado que lo
hubiese hecho Émile.
No se movía de delante de la puerta, con el motor
del coche en marcha, sabía que esperaba una respuesta a
su pregunta, pero no me salía decirle que yo también lo
quería. Necesitaba abrir la puerta al amor, pero todavía
era demasiado pronto para que mis sentimientos
hablaran. Como no respondía si lo quería, saltó del

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descapotable por encima de la puerta, y en pocos pasos
llegó a donde yo estaba. Me puse a reír, por su manera,
él también estaba sonriendo, me dijo muy cerca.
- No me iré hasta que me respondas ¿ Me quieres ?.
- Un poquito - Dije señalando dos centímetros entre el
pulgar y el índice.
- No es cierto - Dijo negando con la cabeza - Cuando me
digas la verdad, me iré.

Cerré los ojos y los apreté, tenía ganas de decirle que


si lo quería, y que me gustaba, me gustaba más de lo que
yo llegué a imaginar. Si yo creía que él estaba loco, más
loca estaba yo, pero me controlaba, y le mandaba a mis
sentimientos que se calmaran, pues, la situación que yo
estaba viviendo, no era la que vivía John.
- Vale, te quiero - Al fin dije riéndome.
- No, ese te quiero, a mi no me vale. Dime la verdad.
Porque yo por ti haría locuras, no te puedes imaginar lo
que llegaría a hacer.
- ¿ Qué llegarías a hacer ?.
- No me he tirado nunca en paracaídas, pero lo haría, y
mientras fuera bajando, gritaría a los cuatro vientos que
te quiero, que te amo, y que tu eres lo máximo que me
ha podido suceder ¿ Qué harías tu ?.
- ¿ Por quien ? - Dije en broma, como si no hubiese
entendido qué era lo que me preguntaba.
- ¡ Claire ! ¿ Porqué no me respondes ya de una vez ?
¿No tienes ganas de irte a dormir ?, pues, cuando me
respondas te dejaré tranquila y me iré ¿ Me quieres ?.
- Mucho John, mucho - Yo misma me asombré de lo que
dije, pero me salió de dentro del corazón.

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- Lo sabía, estaba seguro - Dijo acercándose a mi
hombro y besándolo, fué bajando hasta llegar al brazo, y
lancé un pequeño quejido de dolor. John paró, y me
miró extrañado - ¿ Qué sucede ? ¿ Porqué te has
quejado? ¿ Te he hecho daño ?.
- No ha sido nada - Respondí, tratando de bajar la media
manga del vestido.
- A ver, déjame que mire - Dijo preocupado.
- No es nada John, de veras te digo que no es nada - Dije
retirando el brazo.
- Claire, por favor, por favor te lo pido, déjame que
mire, déjame que vea que es lo que tienes - Decía
insistiendo cada vez más. Y por lo que yo más padecía
era por la preocupación que tenía, y de que pudiera
sospechar.
Sabía que no tenía escapatoria, y que se lo tenía que
enseñar. Y me dejé que John subiera la manga del
vestido, la llevó hasta el hombro. Yo observaba su cara
y me estaba preparando para lo que le iba a decir.
- ¿ Con qué te has hecho este golpe ? ¿ Te has dado
cuenta de que está morado ? ¿ Te duele ?.
- Me duele bastante, pero no tiene importancia - Dije.
- ¿ Con qué ha sido ? Claire, dime la verdad, encima del
brazo tienes un pequeño bulto ¿ Quien te lo ha hecho ? -
Preguntó observando en la floja luz que daba el farol
que se hallaba a dos metros de la entrada.
Me puse algo nerviosa, y estiré del brazo.
- John, no es nada, no le des más importancia de la que
tiene, ha sido un golpe que me he dado con la puerta del
baño.

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- Claire, no quieres decirme la verdad ¿ No es cierto ?
Estás protegiendo a Émile, estoy seguro de que es eso
¿Cómo te lo ha hecho ? - Preguntó desconcertado y
perplejo - No puedes dejar pasar por alto, este grave
error que ha cometido contigo. Hoy ha sido esto, y
mañana será algo peor. Si no se le para los pies, llegará
a hacerte mucho más daño.
- No, porque pronto dejará de venir a esta casa, sólo
estará viniendo hasta el jueves o el viernes. El sábado
llegan los padres de Hugo, y no quiere encontrarse aquí
con ellos.
John no prestaba atención a esto que yo le
decía.
- ¿ Te ha pegado con la mano o con el puño ? - Volvió a
preguntarme.
- Sólo me ha cogido el brazo con fuerza. Fué esta
mañana porque me negué a ir con él, a vivir a otra casa
que dice tiene apalabrada.
- ¿ No dice que tiene amigos, y que pasa su vida con
otros gays ? ¿ Para que te quiere a ti ? ¿ No te ha
causado ya bastante sufrimiento ?.
- Mucho sufrimiento, más del que te puedas imaginar,
pero mantiene de que soy su esposa, y que tengo que
seguirlo hasta donde él quiera.
- No, está muy equivocado, las cosas no son así. Tienes
motivos suficientes para que lo dejes, y te vayas lejos de
su lado.
- Lo tengo muy difícil - Dije, sin dejar de mirarnos - No
me deja trabajar, me entorpecerá lo que me proponga
hacer. He llegado a pensar, y sería contra mi voluntad,

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de volverme otra vez a París, y empezar a hacer una
vida nueva.
John negaba con la cabeza.
- No dejaré que te vayas - Dijo totalmente convencido -
Acabo de conocerte, y eres lo más grande que me ha
podido suceder, voy a luchar por ti, por nosotros dos, y
sobretodo, por nuestro amor. Espero tu ayuda, y que no
te niegues a colaborar conmigo, y que no le tengas
miedo, porque, si es necesario, estaré contigo las
veinticuatro horas, me tienes a mi ¿ Sabes ?.
Era maravilloso lo que me estaba sucediendo con
John. Me daba cuenta, que lo quería más de lo que yo
pensaba.
En esos instantes, sentí deseos de besarlo, pero no
como se besa a un amigo. Dentro de mi ardía el amor.
John era especial, y derrochaba sensibilidad, y dentro de
esa esencia natural y delicada, notó mis deseos, mis
impulsos humanos, y sin que apenas me diera cuenta,
sus labios y los míos se estaban besando, con verdadera
pasión. Me abracé a su cintura, era como estar en el
cielo. John me tenía abrazada por los hombros, y
nuestras bocas no se despegaban.
Fué un beso largo y duradero, el beso que nos unió
para siempre.
- Es muy tarde - Le comenté - Ha pasado una hora desde
que miré el reloj.
- Si, amor mío, dejo que duermas un rato. A las diez
pasaré a recogerte ¿ Ok. ? Que tengas dulces sueños -
Dijo separándose de mi, y retrocediendo unos pasos.
- También tu, y que duermas bien.

483
- Eso para mi, será más difícil esta noche, pues, no
podré quitarte de mi mente - Dijo echándome un beso
con la mano - Te quiero, te quiero más que a nada.
Llegó al descapotable, abrió la puerta y se acomodó
en el asiento, y seguidamente cerró. Puso el coche en
marcha y salió despacio. Me quedé en la puerta de la
verja viendo cómo se alejaba, hasta que giró a la
derecha.
Entré y cerré la puerta de la verja, andaba lentamente
por el caminillo. A mi lado iba Diana llevando mi paso.
El sonido de un grillo que no había parado de cantar en
toda la noche, me parecía el canto del ruiseñor. Los
sentimientos que sentía en aquellos instantes, volaban
por el infinito cielo estrellado y luminoso. Cuantas
sensaciones había vivido en ese día. Me habían sucedido
demasiadas cosas, demasiados encuentros. Demasiada
pena, y demasiada alegría.
Habían un montón de días que nunca sucedía nada, y
el día que menos me esperaba, surgió todo a la vez. Qué
extraña es la vida, y el destino, qué caprichoso es.
Fui apagando luces, hasta llegar a mi dormitorio, me
desvestí despacio, coloqué sobre mi, un camisón blanco
adornado con encaje por el escote, mangas y bajo. Y me
acosté encima de la cama, apartando solamente la colcha
de verano. El despertador lo puse para que me
despertara a las ocho y media. Y rápidamente me quedé
dormida.

484
30

Faltaba diez minutos para que sonara el


despertador, pero me despertó los gritos que Moisés
daba llamando a su madre. Oí a Yosi que le hizo -
Chiiiiist - Y seguidamente le dijo por lo bajo - No grites,
que está la señora durmiendo. Moisés se paró junto a la
puerta de mi dormitorio, vi la sombra de sus pies cómo
se reflejaba por debajo de la puerta. Para no dejar que
sonara el despertador, lo paré, justo cuando le faltaba
cinco minutos para que la alarma saltara. Salté de la
cama, cogí la bata y me la puse. Y abrí la puerta del
dormitorio. Moisés al verme, me echó una sonrisa. Yo le
acaricié la cabeza - Hola Baby - Le dije.
Yosi salía del dormitorio de Émile. No había
dormido esa noche en casa, ni la anterior tampoco, ni la
otra. Yosi sacaba en las manos, las sábanas usadas de la
cama de Émile.
- Buenos días señora - Me saludó - Estoy quitando las
sábanas de la cama de su marido. Hoy a las siete estaba
aquí. Y me dijo que quitara las sabanas de su cama, y
que limpiara la habitación.
- ¿ A qué hora dices que ha venido mi marido ? -
Pregunté todavía casi dormida.
- Era aproximadamente, las siete y diez minutos.
- ¿ Te preguntó algo sobre mi ?.

485
- Me dijo que la puerta del dormitorio de usted estaba
cerrada por dentro. Que le tenía que hablar, pero que no
la quería despertar.
- ¿ Te dijo algo más ?.
- Sí, que más tarde volvería, pero no me dijo la hora.
- ¿ Ha desayunado aquí ?.
- No, ya venía desayunado. Sólo vino para decirme esto,
y seguidamente se fué.
- Está bien Yosi. Prepáreme un doble té bien cargado, y
dos tostadas. Bajo en media hora a desayunar - Le dije,
y entré en el cuarto de baño.

Dentro de la ducha, mi mente no podía dejar


de pensar en Émile - ¿ Qué iba a pasar cuando se
enterara de lo de John ? - Porque tenía que saberlo un
día u otro.
Si aceptaba lo que Émile me había propuesto, me
esperaba junto a él, una vida llena de sacrificios, y de
privaciones.
Émile no tenía la enfermedad aún desarrollada a un
cincuenta por ciento. Se estaba medicinando, pero era
para qué no avanzara más. Tenía la fuerza de un toro, y
el carácter de una pantera. Esta fuerza la tuvo siempre, y
el carácter a medias, siempre lo había tenido malo, pero
desde que Hugo entró en el Hospital, y vio como iba
deteriorándose poco a poco. Su carácter se hizo
insoportable, y su violencia aumentó.
Por el amor que yo sentía hacía John, estaba
dispuesta a luchar al igual que él. En el beso
interminable y lleno de pasión que nos dimos, sentí su

486
fuerza y sus deseos de amarme. Su beso fué sincero o
quizá más que el mío, y juntos, íbamos a pelear.
Bajé a desayunar. Yosi lo tenía todo preparado sobre
la mesa de la cocina. No le había dicho donde quería
desayunar, pero me dio la impresión que adivinó mi
pensamiento, era en la cocina, y no en el porche.
Estaba impaciente por terminar el desayuno, pues,
sólo pensaba en John. En la clase que tenía, y en la clase
de hombre que era. Estaba fascinada por su
personalidad, y por su talante, siempre de buen humor y
contento.
Quedaban sólo veinte minutos para que viniera John,
tenía que darme prisa a vestirme. Había pasado hora y
media desde que el despertador sonara, y para mi era
poco tiempo, entre desayunar, ducharme y vestirme. En
el dormitorio buscaba algo adecuado para ponerme, con
rapidez abrí el armario, y busqué entre las perchas un
atuendo, falda y blusa para ese día que requería. Me
decidí por una falda plisada beig, y una blusa blanca de
seda natural.
Oí el motor de un coche que se paraba delante de la
casa, miré por la ventana, y vi que se trataba del
descapotable rojo. John descendió del coche, y anduvo
unos pasos haciendo tiempo hasta que yo saliera.
Bajé las escaleras rápidamente, y me dirigí a la
cocina. Encontré a Yosi lavando los utensilios que yo
había utilizado para el desayuno.
- Yosi, tengo que irme - Le dije - Estaré de regreso para
la hora de la comida. Prepárame lo que quieras, lo que
veas en la nevera.

487
- Si, señora. Si viene su marido ¿ Qué le digo ? Porque
me dijo que vendría después.
- Le dices, que he tenido que salir, pero que a la hora de
la comida estaré aquí.
- Señora ¿ Hago carne estofada de la que a usted le
gusta?- Preguntó, siguiéndome, y secando sus manos en
un paño de cocina.
- Si Yosi, puedes hacerme ese estofado, y una ensalada.
Al llegar al porche, Yosi miró el descapotable que
esperaba, y a John, que trataba ver, ladeando con la
punta del pie, algo que había en el suelo.
- Señora ¿ No es el joven que me preguntó por usted el
sábado a la noche ? - Dijo extrañada.
- Si, es él, pero tu de esto, nada a nadie ¿ Eh ?.
- No señora, yo haré lo que usted me diga - Dijo
negando con la cabeza.
- Si viene mi marido antes de que yo vuelva, le dices lo
que antes te he dicho. Que me he tenido que ir.
- ¡ Ok. ! No se preocupe, así lo haré.
Llegué hasta la verja, y abrí la puerta. John me
esperaba delante, y sus ojos sonreían, el brillo que
tenían era parecido al de una estrella, radiante,
luminosa, llena de vida. Aunque John me gustaba
mucho, muchísimo, tenía miedo a amarlo. No estaba
dispuesta a volver a sufrir de nuevo, y aún menos con
alguien que era diez años menor que yo, me había
enamorado de él, y estaba segura de que lo quería, y
mucho. Pero el temor era superior a mis sentimientos.
No quería pensar si ocurriera algo en serio entre los dos,
y que después, todo se quedara en nada. Ese

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pensamiento me hacía padecer, y me daba
quebramientos de cabeza.
- ¿ Cómo está, esta mañana, mi diosa ? - Me preguntó
nada más me acerqué a él.
- Bien, muy bien - Respondí, mirándolo de frente.
- ¿ Preparada para estudiar inglés ?.
- Preparada - Dije riéndome, porque ya empezaban sus
bromas.
Se dirigió a la parte izquierda del coche y me abrió la
puerta para que me acomodara, y seguidamente la cerró.
Sentí su aroma en mi rostro. Utilizaba una colonia muy
suave. Pasó por delante del coche para ocupar su
asiento. Vestía pantalones anchos blancos de algodón, y
una camisa también ancha y blanca, que llevaba por
fuera. Advertí que era el color blanco lo que utilizaba
para vestir, era su preferido. El cabello, lo cerraba atrás
en una cola, que le llegaba a la mitad de la espalda. Los
mocasines que calzaba, también eran blancos, y bastante
planos.
- ¿ Donde vives ? -Le pregunté, al tiempo que girábamos
a la derecha.
- En una casa, algo alejada de Johannesburgo, donde
puedo escribir tranquilo y sin ruidos, los únicos ruidos
que llegan, son los de la naturaleza. No es una casa
grande, pero me gusta, porque está edificada encima de
un cerro. Estoy seguro de que te va a gustar. La vista
que desde allí se ve, es maravillosa. A la izquierda de la
casa sale el sol, y está todo el día pasando por delante.
- ¿ Tienes a alguien que se ocupe de la casa ? - Le
pregunté.

489
- Sí, está Samuel, que se ocupa del jardín, y de mantener
limpia el agua de la piscina. Y Rosemary, que es un
encanto de mujer, ella se ocupa de la casa.
- ¿ Es guapa Rosemary ? - Pregunté con algo de recelo.
John lanzó una carcajada que se escuchó en
el viento.
- Si, muy guapa, y la quiero mucho - Dijo mirándome
con brillo en sus ojos, y sonrisa en sus labios.
- ¿ Es blanca ? o ¡ nativa !.
- Ya sabes que las blancas no trabajan en el servicio
doméstico, ese trabajo, lo efectúan las nativas.
- ¿ Qué edad tiene ?.
John lanzó otra carcajada, pero más
divertida que la anterior.
- ¿ Te preocupa que Rosemary sea joven ?.
- Depende, pero creo que si ¿ Porqué la quieres tanto ?.
- Claire, ya estamos llegando, y lo primero que voy a
hacer es presentártela ¿ De acuerdo ?.
- Si - Respondí, algo celosa. Era la primera vez que iba a
casa de un escritor inglés. De un hombre que la belleza
la podía regalar de tanta como la naturaleza le había
otorgado. Cualquier mujer estaría celosa de un hombre
como él.
Nos paramos delante de una casa vallada, pintada
con cal. La casa no tenía estilo inglés. Se parecía más a
una casita de la isla de Patmos.
Cada uno abrimos la puerta del coche, y salimos. Yo
tenía ganas de conocer a Rosemary - ¿ Sería más bella
que yo ? ¿ También más joven ? Pronto iba a salir de
dudas.

490
La puerta estaba abierta. Yo andaba al lado de John.
En el borde de la piscina se hallaba un hombre nativo
que podría tener sesenta y cinco años. Con un palo largo
y una red, limpiaba las hojitas que de los árboles caían.
John y el nativo se miraron y se sonrieron, y el nativo
volvió de nuevo a seguir sacando hojas, y pequeños
frutos que se desprendían de los árboles, y caían en el
agua de la piscina.
Rosemary, no aparecía, y yo tenía unas ganas locas
por conocerla, y ver si realmente era tan guapa cómo
John me había confirmado.
Se oyó la voz suave pero firme a la vez, de una mujer
que procedía de la parte trasera de la casa.
John me miró sonriendo, y me cogió del brazo con
suma galantería, y dimos la vuelta a la casa. Me quedé
congelada, y con la boca abierta, al descubrir que
Rosemary era una mujer mayor y nativa, yo le eché
aproximadamente sesenta años. Tenía una cara risueña,
ojos negros, y la mirada llena de amor, era más bien
pequeña de estatura, y algo entrada en carnes. Los
cabellos canosos, cortos y muy rizados.
Había una cesta de mimbre en el suelo como a medio
metro de sus pies, donde iba poniendo manzanas que
cogía de un manzano.
Habíamos llegado a donde estaba Rosemary. Su
manera de mirarme y de sonreírme, me gustó mucho.
John se adelantó con la alegría de un niño.
- Mami Rose, te presento a Claire.
Rosemary me miraba con ternura.
- Mi niño, es encantadora, y con una sonrisa que
cautiva- Dijo mirándonos a los dos, sin dejar de sonreír,

491
y dirigiéndose a mi, me preguntó - ¿ Quieres mucho a
mi niño ?.
La encontré tan sincera y agradable que
respondí.
- Si, mami Rose.
Ella lanzó una carcajada al aire de
satisfacción.
- Si, estoy segura que lo quieres - Dijo - También tu eres
de la misma raza de él.
No la comprendí, y me quedé mirando a
John.
- Mami Rose, explícate mejor, porque Claire no te ha
entendido - Aclaró John.
- Claire, eres exquisita, igual que lo es John, los mismos
sentimientos, y estoy segura que los mismos ideales. Me
acabas de conocer, y ya me has llamado mami ¿ Te ha
contado John el porqué me llama así ?.
- No, pero si él la llama mami, yo también quiero
llamarla del mismo modo, si usted me lo permite.
- ¡ Cómo no, mi niña !. Y los hijos que tengáis también
me llamaran mami.
Rosemary era una mujer muy directa, que decía lo
que había visto o, advertido en la otra persona. Tenía
una capacidad muy rápida de captar cómo era la otra
persona que tenía delante, y le mostraba, si le gustaba o
no.
- John ¿ Porqué la llamas mami ? - Pregunté fascinada y
llena de curiosidad.
- Porque ella fue la que me vio nacer. Mami, me crió.
Me dio el biberón, me cambiaba de pañales. Dormía a
medias, porque muchas veces eran las que me

492
despertaba de madrugada. Ella fué la que me vistió,
cuando hice la primera comunión. Ella era la que estaba
conmigo en los momentos de la pubertad, los más
difíciles. Ella me enseñó a rezar, a dirigirme a las demás
personas con respeto. Ella es, mi segunda madre, es por
eso que la llamo mami.
Cuando empecé a hablar la llamaba mamá. Hasta
que un día mi madre me oyó, y me dijo, que ella era mi
madre, y que a Rose, la podía llamar mami. Mami me
llevó al colegio a la edad de cinco años. Ella era la que
se encargaba de mi, de llevarme y de traerme. Muchas
veces fueron las que me defendió de otros niños. Porque
cuando somos niños, somos muy crueles, y por nada nos
inventamos una historia para hacernos daño, sin que
haya alguna razón.

Me quedé asombrada, porque su madre, apenas salía


en su historia, no la mencionaba.
- ¿ Y tu madre donde estaba ? - Le pregunté.
- Mis padres son los dueños del Gran Hotel. Y hace
veintisiete años que fué cuando yo nací. Era un pequeño
Hotel, que regentaban mis padres. Y mi madre estaba
todo el día ocupada, y apenas estaba en casa. Contrató a
Rose dos meses antes de que yo naciera, para que me
conociera desde el primer día, y me quisiera. También
contrató a su marido Samuel.
El día que yo nací, ella estaba delante,
ayudando a la comadrona. Esta casa la compré hace tres
años, por un precio moderado, que fué cuando me
independicé. Y les pedí a mis padres, que no quería
separarme de mami. Y Cómo tenía que contratar a dos

493
personas, para que llevaran la casa, prefería que fueran
ellos. Mi madre aceptó.
Claire, ahora ya conoces la historia, de mami, de Samuel
y mía.
- ¿ Que te parece mi niña ? - Me preguntó mami, al
mismo tiempo que arrancaba otra manzana, y la
depositaba en la cesta.
- Es una historia muy bonita ¿ No tienen ustedes hijos ?.
- Si, dos varones, pero uno lo tuve a los catorce años, y
el segundo, a los dieciséis. Samuel y yo, nos casamos
muy jóvenes. Mi madre no esperó a que diera a luz a mi
primer hijo, y con una barriga de ocho meses, nos
tuvimos que casar.
- Mami ¿ Y tus hijos donde están ? - Le pregunté.
- Mi niña, mis hijos ya me hicieron abuela, y estoy
contenta, porque están bien. Trabajan, y tienen salud
gracias a Dios.
- Si, pero cuando tuviste que venirte para criar a John
¿ Qué edad tenían tus hijos ?.
- ¡ Ah ! no fué difícil al ser los dos varones, uno tenía
diecisiete años, y el otro quince, se quedaron con mis
padres, aunque ellos ya trabajaban de jardineros en casas
distintas.
Al nacer John, volví de nuevo a criar, y para mi fué,
como si yo lo hubiese parido, pues, no te puedes
imaginar, cómo lo llegué a querer y cómo lo quiero.
Porque es, una criatura muy tierna.
- Mami, no empieces ya - Dijo John - Hay veces que me
habla como si fuera todavía un niño.
Rosemary se rió.
- Mi niña ¿ Te vas a quedar a comer ? - Me preguntó.

494
- No, mami, he dejado a Yosi instrucciones para que me
espere al mediodía. Gracias, pero no puedo hoy, otro día
que venga con más tiempo, me quedaré.
John le advirtió.
- Mami, no entres ahora en mi escritorio, que vamos a
trabajar.
Ella me miró con una sonrisa pícara.
- Vamos a estudiar inglés - Le dije - Mejor dicho John
me va a enseñar a hablar bien inglés, a leerlo y a
escribirlo.
- Muy bien, que estudies mucho - Dijo, siguiendo con su
labor de las manzanas.
El porche era muy acogedor. Por la estructura que
tenía la casa y por los años también, daba a que la
habían construido una familia venida de oriente. Casita
de una planta, sencilla y cómoda. El salón, que también
hacía de comedor, había en las dos paredes laterales,
asientos de piedras incrustados en el muro, cómo a unos
cincuenta centímetros del suelo, aproximadamente, para
que las piernas tuvieran un buen descanso. En la pared
de enfrente, había una gran chimenea de leña. Los
inviernos, allí arriba debía hacer frío, mucho frío. Me
sorprendió al ver las paredes decoradas con utensilios de
cobre, de un cobre brillante, que parecía que fuera oro
de lo que brillaba. Una mesa larga y antigua de madera
color caoba viejo, se hallaba detrás de un sofá
plenamente confortable, y un sillón a la derecha donde
dormía felizmente una gata angora blanca. Hacía mucho
bulto. Me dirigí a John, y le pregunté.
- ¿ La puedo acariciar ?.
- Sí, desde luego ¡ Es preciosa !.

495
- Que suave es - Dije mientras pasaba mi mano por su
lomo, y acababa por su abundante cola.
Miré al techo y no había lámpara alguna, pero me fijé
en los dos laterales entre los asientos de piedra y la
chimenea, que habían dos lámparas altas de madera,
trabajada, y pintada, de flores exóticas. John se fijaba en
todo lo que yo iba descubriendo. Me fascinaba ese estilo
de decoración. Sencillo, y sin lujos, pero extraordi-
nariamente original, y campestre.
Seguidamente pasamos al escritorio de John. Me
puse a reír, porque tenía cuadernos, y papeles escritos,
por los cuatro rincones de la habitación. Encima de la
mesa, la máquina de escribir, de las más modernas. Y a
la derecha de la máquina, había una lámpara de
sobremesa, y dos sillones de bambú, a cada lado de la
mesa.
La puerta del escritorio se quedó abierta. Teníamos
poco tiempo para estudiar, una hora escasa, pero, para
ser el primer día, era suficiente. En otra mesa más
pequeña, y redonda se hallaba encima los cuadernos y
libros de inglés. John lo tenía todo dispuesto y
preparado para estudiar.
Estaba contento, muy contento de verme en su casa,
apenas hablaba para dejarme tiempo para descubrir
detalles de la casa. Por donde íbamos pasando se
mantenía callado, y disfrutaba, de ver mis gestos y
cambios de cara. Era un hombre que podía hacer feliz a
una mujer. Poseía todo, o casi todo lo que una mujer
sueña. Yo le consideré un príncipe azul, aunque siempre
iba vestido de blanco. Las tres veces que lo había visto,
había cambiado de traje, entre blanco y color caña.

496
La ventana estaba abierta, y me llamó la atención el
ruido de unas pisadas, esperé a que alguien pasara por
delante, y vi que se trataba de mami. Se dirigía hacia un
camino de árboles a los dos lados, y llegaban lejos. Ella
entró por ese camino, y poco después, ya no la vi,
porque los árboles la tapaba.
- John ¿ Que hay en ese camino por donde mami ha
entrado ? - Le pregunté bastante interesada por saberlo,
y también yo para descubrirlo.
- Al final está la vivienda de mami y de Samuel. Ahora
va para hacer la comida de ellos, y cuando hayan
comido, mami viene aquí, y me prepara rápidamente
algo. También es posible de que ya lo tenga preparado,
y sólo tiene que ponérmelo en la mesa. Como tu le has
dicho que no te quedabas a comer, no se ha quedado en
la cocina. Guisa muy bien, le da un sabor exquisito a
los platos.
- Le he dejado dicho a Yosi, que me hiciera uno de sus
guisos para cuando volviera al mediodía. También estoy
algo preocupada, o mejor dicho, muy preocupada.
John frunció el entrecejo.
- ¿ Porqué estás preocupada ? Quiero que me lo cuentes
todo.
- Yosi, me ha comentado nada más despertarme, que
Émile ha venido a casa esta mañana, a las siete y diez.
Quería entrar en mi dormitorio, pero no lo pudo hacer
porque la puerta la tenía cerrada por dentro. Le dijo a
Yosi, que me dijera cuando me despertara, que vendría
después, porque tenía que hablar conmigo.
John sacudió la cabeza, cómo enfurecido.

497
- No tienes que sentir ninguna clase de temor. Él es el
primero que ha fallado en todo. Te ha estado engañando
desde el primer momento que lo conociste. Tengo por
seguro, que me las tengo que ver con él. Yo soy el que
no voy a soportar de Émile que te vuelva otra vez a
lesionar, porque lo que te ha hecho en el brazo es una
lesión.
Lo veía yo todo muy difícil y complicado.
- John no quiero meterte en nada de esto. Émile es muy
bruto, y tu eres diferente. Tienes una vida tranquila,
vives muy bien, y sin problemas. No soy yo, quien va a
venir a dártelos.
John sonreía, girando la cabeza de un lado a otro.
- Claire, yo también soy bruto si me lo propongo, más
bruto de lo que tu te puedes imaginar. Has entrado en mi
vida, y antes te lo he repetido, y te lo repetiré mil veces.
Voy a luchar por ti. Voy si es posible a destrozar a quien
se atreva a mirarte con malos ojos. Porque desde la otra
noche que te vi por primera vez, te llevo aquí dentro, y
ahora sería imposible dejar que te fueras. Eres lo más
bonito que me ha pasado.
John posó sus manos en mis hombros.
- Lo más bonitos ¿ Sabes ? - Repuso - Y voy a cuidar de
ti como una diosa que eres. Porque tu eres mi diosa.

Sus ojos verde mar, sus palabras suaves y su voz


candente, todo este conjunto, hizo de que otra vez, sin
que yo me diese cuenta, nos estuviéramos besando, y
esta vez duró más que la primera.
Me encontraba en la casa de John, como en otro
mundo, en otro planeta que acaba de descubrir.Y no

498
sentía deseos de volver a casa. En esos momentos, me
hubiese quedado para siempre a vivir en casa de John.
Me di cuenta de lo feliz que vivía. Mami, lo bien que
cuidaba de él. Tenía una vida de Rey, no sé si lo sabía,
creo que sí, pero era tan buena persona que no lo hacia
ver.
No habíamos estudiado nada de inglés. Con la
presentación que me hizo de mami, que estuvimos un
rato hablando, después en su escritorio, también
estuvimos comentando lo de Émile. Se hizo la hora que
tenía que volver a casa.
- Claire, te veo muy preocupada - Me preguntó John al
volante, de regreso a casa.
- Ya conoces mi preocupación la que es. Ahora cuando
llegue a casa, no sé si me encontraré con Émile. Dios
quiera que no haya llegado.
- Cuando nos vayamos acercando a tu casa, si el coche
de Émile está en la puerta, yo no me iré. Estaré
esperando para ver si me necesitas - Dijo cogiendo de
un departamento del coche una tarjeta suya. Me la
entregó - Cógela, puede que la necesites. Me llamas por
teléfono, nada más te veas en apuros.
Miré la tarjeta y leí los titulares. Y seguidamente abrí
mi bolso, y la guardé dentro.
- Ojalá que todo vaya bien, y que no la tenga que
utilizar nunca - Le dije deseosa de que Émile no hubiese
llegado. Miré mi reloj, y marcaba, la una menos cuarto.
Al alcanzar la calle, en lo primero que nos fijamos,
fué si el coche de Émile estaba aparcado en la puerta. El
resultado fué que no. Respiré hondo, y me tranquilicé.
John había sentido la respiración profunda que hice, y

499
me miró. Con su mano izquierda cogió mi mano
derecha, y la apretó con suavidad, sentí su calor, y me
serenó. Incluso me desapareció el miedo que sentía, ya
no por mi, sino por John. Y tampoco, porque Émile le
fuera a hacer algo, pues, John también sabía defenderse,
pero era por haberlo metido en todo esto.
Cogidos de la mano llegamos hasta la puerta de casa.
Noté, que ya era difícil de que me pudiese separar de
John. Cada minuto que pasaba tenía más necesidad de
estar siempre a su lado. De sentirme en sus brazos, y de
que me apretara fuerte contra él.
- Ahora, necesito que me beses - Dijo John -
acercándose a mi boca.
No respondí, sólo me dejé llevar.
Nos besamos, una, dos, cinco y siete veces repetidas.
Sentí deseos de volver con John a su casa, y dejar todo
lo demás. Pero mi propia razón, me hacia entender, que
eso podría ser más tarde. Pero que ahora tenía algo
medio por acabar, y cuando estuviera todo terminado, se
realizarían mis sueños. Me sentí feliz al pensar de ese
modo. Tenía que salir del coche, si John me dejaba,
pues, el tenía más ganas que yo de que nos fuéramos a
vivir juntos a casa de él.
Yosi salió al porche al oír el motor del descapotable,
y no tuve más remedio que despedirme de John.
- Tengo que entrar, Yosi me está esperando, y es seguro
de que algo importante me quiere decir - Dije con la
puerta del coche abierta. Y dándonos el último beso.
- Te necesito mucho Claire. Ahora, sí es que es verdad
que me he enamorado, y de que no puedo pasarme sin ti.
- Adiós John, hasta pronto - Dije algo preocupada.

500
- ¿ Hasta pronto dices ? Esta tarde estaré esperando
cinco metros más abajo, para que estemos otra vez
juntos, y por mucho rato.
- También yo lo deseo, pero tengo que mirar antes como
está la situación. Es mejor que ahora regreses a tu casa
puesto que todo está tranquilo.
- De acuerdo Claire. Llámame, tanto si me necesitas
como si no, quiero oír tu voz, a cada momento ¿ Ok. ?.
- Te prometo que te llamaré.
- ¿ Cuando ?.
- Cada noche - Dije para que se fuera tranquilo.
- Cada noche de madrugada, quiero que sea de
madrugada. A esta hora te podré saborear mejor.
- ¡ Estás loco ! - Dije riéndome.
- Muy loco, diosa mía - Dijo tiernamente, buscando mis
manos, y llevándoselas a los labios, las besó varias
veces.

Yosi me estaba haciendo un ademán con la mano


para que fuera. Se lo hice ver a John, para que me dejara
ir. Bajé del descapotable, y dejé la puerta abierta,
cuando lo advertí, di la vuelta para cerrarla, pero John,
ya lo estaba haciendo. Me guiñó un ojo, y me echó un
beso con los labios. Moví la cabeza riendo.
Me quedé delante de la verja para ver cómo se
marchaba. Me hizo un saludo agitando la mano, y
arrancó el coche. Cuando vi que iba a dar la vuelta a la
derecha, abrí la puerta de la verja.
Yosi me estaba esperando con cara de preocupación.
- Yosi ¿ Que ocurre ? - Le pregunté, nada más llegar a
alcanzar el porche.

501
- Señora, su marido vino media hora después de que
usted se fuera. Y me preguntó, donde estaba.
- ¿ Qué le dijiste ?.
- Lo que usted me dijo, que había tenido que salir.
- ¿ Dijo algo ?.
- Primero subió al piso de arriba, y oí, que estaba en el
dormitorio de usted. Después bajó, y me dijo - A la una
volveré, y comeré con mi mujer.
- ¿ Dijo algo más ?.
- No señora, salió de la casa, y se fué, como si llevara
mucha prisa.
- Muy bien Yosi, pero no te preocupes, te veo asustada
¿ Tienes miedo ?.
- Tengo miedo por usted, no vaya a ser que su marido le
haga algo.
- ¿ Porqué dices eso ? ¿ Te has fijado en algo que no sea
normal ? - Le pregunté, con más preocupación que ella,
pero me mostraba tranquila.
- Señora, lo he visto nervioso, muy agitado. Cuando ha
visto que no estaba usted aquí, se ha puesto peor. Y
aunque usted no lo sepa, he presenciado peleas entre su
marido y el señor Barreau, y siempre ha salido
perdiendo, este último.
Se oyó el motor del coche de Émile que se paraba
delante de la verja. Me di la vuelta, y vi con qué rapidez
salía del coche, y abría la puerta de la verja.

502
31

El bolso aún lo llevaba colgado en el


hombro, lo saqué, y lo dejé encima de la mesa, sin dejar
de mirar a Émile, que avanzaba hacia mi, a largos pasos.
Yosi entró en la casa.
- ¿ A donde has estado ? - Me preguntó Émile de mal
talante, y sudoroso. Por la frente le resbalaba chorreones
de sudor, y la garganta, la tenía inundada, y la mirada
llena de furor.

- He tenido que salir - Le dije, mirándolo a los ojos.


- ¿ Sabes lo que me ha dicho la señora Lansiere ? - Dijo
con voz medio ronca.
Me paré a pensar en este nombre.
- ¿ Las señora Lansiere ? - Repetí.
- Si, Chantal Lansiere ¿ Ya no recuerdas quien es ?.
- ¡ Ah ! si, ahora la recuerdo ¿ Que ha podido decirte esa
maltratadora mujer de nativos ?.
A Émile le chocó mi expresión, pero
después recapacitó.
- Me ha parado para decirme que esta mañana, ella venía
en su coche, y antes de llegar aquí, vio, como tu subías
en un descapotable rojo, y que lo conducía un chico más
joven que tu ¿ Quien es ?.
Permanecí callada y sin dejar de mirarlo.

503
- ¡ Respóndeme ! - Repuso con bastante enfado.
- No lo conoces - Me limite a decir.
- ¡ Ya sé que no lo conozco, pero dime quien es !.
- No te importa - Respondí, secamente.
Los ojos se le encendieron, y movía la
cabeza enloquecido.
- ¡ Zorra, no me obligues a que vuelva a utilizar contigo
la violencia ! Por tu bien, dime cómo se llama, y donde
vive !.
- No me asustas, no me das ningún miedo - Le dije
serenamente - No te voy a decir quien es, porque es
posible de que lo conozcas antes de lo que tu piensas.
Con brusquedad me cogió por los hombros, e hizo
que me sentara de un golpe en el sillón. Émile se fué a
sentar frente a mi. La cara la tenía encendida, a punto de
estallar, los chorreones de sudor le resbalaban por las
mejillas abajo. En esos instantes pensé - Tanto como le
llegué a querer, y ahora siento repugnancia hacia él. Me
daba asco, un asco, que me era difícil de controlar.
Émile era muy listo, y captaba la manera de mirarlo,
el modo de hablarle. Se daba cuenta si lo hacia con
sinceridad o, si me estaba esforzando.
- ¿ Porqué me has hecho esto ? - Dijo con gran
expresión en las manos, que a punto estuvo de tocarme
la cara.
- Émile, no tienes derecho a preguntarme nada. Y haz el
favor de no insultarme más. Tu eres gay, y yo nunca te
he dicho que eres maricón.
- ¿ Qué ? ¡ Vuelve a repetir eso otra vez, y te vas a
comer las palabras ! - Dijo bruscamente levantándose a
medias del asiento.

504
- ¿ Sabes Émile ? En ti hay un grave problema, que
nunca supiste resolver - Le dije con palabras tranquilas.
- ¿ Yo problema ? ¿ Yo no tengo ningún problema de
ninguna clase ? ¿ Si me lo quieres aclarar tu ?.
- Sí, es bueno de que hablemos de eso, ya va siendo
hora. Lo que te quiero hacer ver, y que no lo he hecho
antes porque no lo sabía, es que desde el primer
momento que supiste que eras homosexual, no lo tenías
que haber escondido. Tus padres no estaban al corriente
de tu homosexualidad, ni tus hermanos y hermanas, ni la
gente más allegada.
Émile me cortó la palabra.
- ¡ Basta ya de tonterías ! ¿ A donde quieres ir a parar ?.
- Ya voy, me estoy acercando. Has estado viviendo las
tres partes de tu vida con muchos complejos, y miedos,
miedo a que alguien descubriera en ti, de que eres
homosexual. Te has creado muchos prejuicios, me has
maltratado los siete años que llevamos de casados ¿ Y
sabes porqué ? Pues porque tenías como hombre que
cumplir en la cama. De ahí viene la mayoría de los
malos tratos que el hombre da a la mujer. Todo sería
más sencillo, si se declararan homosexuales. Muchas
mujeres, estaríamos viviendo más tranquilas y mejor.
Se descompuso, cuando terminó de oír esto.
- ¡ No tengo porqué decirle a nadie lo que soy ! - Dijo
pegando un palmetazo encima de la mesa.
No me alteró en absoluto.
- ¿ Sabes porque prefiero a Hugo más que a ti ?.
- Alguna idiotez tuya irás a decirme de nuevo - Dijo con
la garganta seca.

505
- Pues, porque desde un principio, supo decir la verdad,
y no le importó que su padre lo maltratara, que se riera
de él, que sus hermanas le dieran de lado. Pues, hay que
tener para eso, mucho coraje. Tiene Hugo mucho más
valor y nobleza, de la que tu puedes ya adquirir en
muchos años que vivas.
Se echó hacia atrás del asiento, con la
mirada perturbada por la ira.
- Dejemos ahora a Hugo y a mi a un lado. Hemos
empezado a hablar de ese chulo que has conocido.
Quiero que me hables de él.
- No te diré nada sobre esa noble y buena persona ¿ Me
hablas tu de tus amigos ? ¿ Te pregunto yo acaso con
quien sales ? ¿ O con quien te acuestas ?.
- Te has enamorado de él, ¿ Verdad ?. Sí, porque no es
tu manera de actuar ¡ Respóndeme ! ¿ Te has enamorado
de ese quitaesposas ?.
- Es posible, pero no tengo porqué decírtelo.
Frunció el entrecejo.
- ¿ Así es que estás jugando conmigo al ratón y al gato
?. Pues ya verás lo que voy hacer con tu chulo. Cuando
lo veas, después no vas a querer saber nada más de él,
porque le voy a poner un culo tan ancho como un
embudo, y después, le voy a deformar la cara a golpes
¡ Vamos ! que será después otro maricón, porque cuando
lo pruebe la primera vez, querrá repetir la segunda, la
tercera, y así hasta el final de sus días ¿ Me has
entendido ?.
Me puse en pie, e hice lo que jamás me atreví a hacer
con Émile. Me miraba muy descaradamente, con una

506
sonrisa sarcástica, pensando qué me había hecho mucho
daño, y sobretodo, que me había atemorizado.
Levanté la mano derecha con rabia.
Le pegué de lleno, una bofetada en la mejilla
izquierda, y antes de que pudiese reaccionar, le pegué
otra en la mejilla derecha, hasta el punto que me hice
daño en las manos.
- ¡ No vuelvas más a hablar de ese modo tan sucio y
ruin, sobre esa persona ! - Le dije con la voz levantada -
No te lo voy a consentir !. Y a partir de ahora, no se te
ocurra tocarme ni un solo dedo de la mano ! ¿ Me oyes
bien ? ¡ Ni un sólo dedo !.

De un golpe se puso de pie, y con la pierna tiró hacia


atrás el sillón donde estaba sentado, tan fuerte, que lo
tiró al suelo. Sólo nos separaba la distancia de la mesa.
No parábamos de mirarnos, desafiándonos.
- ¡ Qué ! - Le dije plantándole cara - Se acabaron para ti
los buenos modales. El día que me hables mal, te
responderé de la misma manera. Y cuando me hables
bien, también te hablaré yo bien.
Me señaló con el dedo, con la mirada cruzada, y con
el semblante blanco.
- ¡ Claire, esto que has hecho, lo tenías que haber
pensado antes ! Me has pegado ¿ Te has dado cuenta ?.
- Sí, me doy cuenta, y no estoy arrepentida, y si vuelves
a hablar mal o a pensar mal de esta persona, te aseguro
que no te hablaré nunca más ¿ Me has entendido ?. Ya
hemos hablado varias veces de tu enfermedad y de sus
consecuencias, y te he dicho y vuelvo a repetírtelo, que

507
te ayudaré en todo, si es que, algún día se desarrolla
¿ Ok.?.
Su modo de mirarme era más tranquilo.
- Claire, solo quiero que comprendas una cosa.
- ¿ Que es ?.
- Pues ... si realmente quieres a este hombre, irás con él,
y de mi no querrás saber nada. Viviréis en la misma
casa. Compartiréis todo juntos, ves a saber incluso, si no
tendréis todavía hijos, porque tu eres aún joven, y los
puedes tener ¿ Has pensado qué puede ser de mi ? ¿Sólo
y sin nadie ?.
- Émile, te lo vuelvo a repetir, que cuando me necesites,
si es que alguna vez me necesitas, me tendrás a tu lado.
- Esta persona no te dejará, y te dirá que él también te
necesita ¿ Que vas hacer entonces ?.
- Lo sabe.
- ¿ El que sabe ?.
- De que tienes esta enfermedad, pero que todavía no
está desarrollada.
- ¿ Se lo has contado ?.
- Le he dicho todo sobre Hugo y tu.
- ¿ Porqué se lo has contado ? - Dijo algo contrariado.
- Es que no quiero entrar en detalles. Porque eso sería
hablar de él, y no quiero,
- ¿ Tanto lo quieres ? ¿ Tanto te molesta lo que yo pueda
pensar de él ?.
- No, es que hay otras cosas que tu no sabes.
- ¿ Quieres decir que ya habéis hecho el amor ?.
- No, es una persona que me respeta mucho, y tampoco
hace tanto que nos conocemos.

508
- Claire, te aseguro que no te voy a reprochar nada, y
que me voy a mantener en mi lugar. Te lo prometo.
Me volví a sentar. Émile cogió del suelo el sillón que
había tirado y lo puso derecho, y se sentó antes de que
yo empezara dijo.
- Claire, te pido disculpas, por lo bruto que he sido y lo
mal hablado. Pero la sangre me ha hervido dentro, al
saber que había en tu vida otro hombre, no lo soporto.
- Te disculpo - Dije, y seguí - A John lo conocí el
sábado a la noche, cuando fui con Yosi al poblado.
Al mirarnos, hubo un flechazo, y nos quedamos los dos
encandilados. De regreso aquí, vine con el mismo
taxista que nos llevó a Yosi y a mi, me esperó. John nos
venía siguiendo en su deportivo rojo, y cuando se fué el
taxista, estuvimos aquí los dos hablando, nos estábamos
conociendo.
- Espera Claire ¿ Dices que estuviste hablando dentro de
casa ?.
- No, aquí en el porche, donde estamos ahora tu y yo.
- ¿ De qué hablabais ?.
- Si me haces preguntas, no te voy a contar nada
¿ Vale?.
- ¡ Ok. ! ¿ Pero se llama John ? ¿ Es así como se llama ?.
- Sí. Y el sábado era de madrugada cuando nos
despedimos, sin más. Ayer cuando íbamos tu y yo al
Hospital para visitar a Hugo. Venía detrás nuestro, lo
hizo sólo por venir siguiéndome, para estar más cerca de
mi. Venía en su descapotable a una distancia prudente,
para que tu no te percataras de nada.

509
- Claire, te voy a interrumpir otra vez - Dijo para saber
mejor la situación - ¿ Dices que es un descapotable
rojo?.
- Sí.
Le daba todo detalle para que comprendiera
que tanto John cómo yo no le teníamos miedo.
- ¿ Es un chico alto, con el pelo recogido atrás, y que iba
vestido con un traje blanco ? - Dijo frunciendo el
entrecejo.
- Sí.
- ¿ Ese chico, no entró antes que nosotros en el
restaurante ?.
- Exáctamente.
- ¿ Y dices que nos vino siguiendo todo el tiempo
detrás?.
- Sí. Cuando fuimos al Hospital, y después, al
restaurante.
- ¿ Cómo es posible que yo no me diera cuenta ?.
- No lo sé, venían varios coches, y detrás venía él.
- ¿ Fué cuando yo te dije, que porqué mirabas tanto por
el retrovisor ?.
- Sí. Yo lo venía vigilando, y él sabía que lo había visto.
- ¿ Sabía que íbamos a cenar al restaurante ?.
- Yo no se lo dije. Y tampoco de que íbamos al Hospital.
Se llevó prácticamente toda la mañana esperando
a cincuenta metros de aquí, para ver si salía.
- Ese guaperas, me ha robado a mi mujer - Dijo con los
ojos húmedos por las lágrimas.
- Émile, él no te ha robado a tu mujer. Eres tu que me
has tenido abandonada, dejada. Cuando llegué a
Johannesburgo fué cuando conocí tu historia, tu

510
verdadera vida. Ese mismo día renuncié a ti. Tu lo sabes
¿ Porqué ahora te haces la víctima ?.
- Pero John es bastante más joven que tu ¿ No ? Al
menos eso es lo que recuerdo de él - Dijo, con la
posibilidad de que fuera algo que pronto se
desvaneciera.
- Es diez años más joven, pero en sólo tres días que hace
que nos conocemos, me ha demostrado su amor, me ha
hecho ver, que la edad para amarse no tiene nada que
ver con los sentimientos, y que el amor, está por encima
de todo.
Émile tenía los codos apoyados encima de la mesa y
con las manos sostenía su frente. Lo oía cómo lloraba
por lo bajo. Dejé que llorara para que liberara tensiones,
era necesario.
Yosi se acercó con pasos cortos y apagados.
- Señora ¿ Les traigo la comida aquí ? - Dijo con voz
silenciosa.
- Ya la pondré yo, puedes irte ahora a comer.
Émile se aclaró la garganta, y se echó hacia atrás en
el asiento. Me miraba con naturalidad. Había llegado a
convencerse a sí mismo, de que la derrota la tenía
segura, y que por mucho que luchara, de nada le iba a
servir.
- Claire ¿ En qué trabaja John ? ¿ A qué se dedica ?.
- Es escritor.
- ¿ Cómo se apellida ?.
- Edwars. Se llama John Edwars.
- Su nombre no me suena, pero es que, yo no compro
libros, no leo, mi vida es un desastre, siempre lo fué.
Tenía que cambiar de tema.

511
- Voy a poner la comida, comeremos aquí en el porche.
Émile asintió con la cabeza.
Yosi había hecho un estofado buenísimo de carne, y
una fuente de ensalada. Fuimos comiendo despacio,
pues, tanto Émile cómo yo, no teníamos hambre, y de
estofado quedó para la noche, pero sólo cenaría yo.
Émile volvió de nuevo a insistir.
- Claire, ¿ Donde vive John ?.
- En Johannesburgo - Le dije.
- Si de acuerdo ¿ Pero donde ?.
- ¿ Para qué lo quieres saber ?.
- Quisiera hablar con él, sin que tu estés delante, quiero
hacerle preguntas que sólo los hombres sabemos si lo
que nos dice otro hombre es verdad o no.
- Émile, te prohibo de que te entrometas en mi vida, no
te lo voy a permitir, no quiero que hables con John.
Entre tu y él, tenéis pocas cosas en común, puesto que
sois, la noche y el día.
- Es que quiero saber si de verdad te quiere. Por
supuesto que él y yo, nada tenemos en común, pero me
destroza por dentro saber que otro hombre te va a tener.
- ¿ Crees que yo lo he pasado perfectamente bien,
cuando supe de cómo era tu vida ? Siempre has sido
muy egoísta, sólo has mirado por ti ¿ Piensas que yo no
siento, ni sufro ? Hasta hace muy poco tiempo no sabía
que iba a ser de mi vida. Y por si eso fuera poco, me
ofrecen un trabajo que me gusta, y donde estaría bien, y
tu me lo hechas a perder, me prohibes que coja mi
independencia, me prohibes de que sea feliz, y me
prohibes de que viva ¿ Que puedo esperar más de ti ?.
Mantenía la mirada baja.

512
- Es que tengo miedo de que te suceda algo - Dijo
mirándome de nuevo - Y que este John, sólo quiera de
ti, conocerte cómo mujer, y saber de la manera que eres
en la cama. Es diez años más joven que tu, y atractivo.
Es el perfecto cebo, para que una mujer caiga rendida a
sus pies.
Me dolía la cabeza de oírlo.
- Esa clase de hombres, que tu dices que existen, creo
que no se fijarían en mí, mayormente buscaría a una
adolescente, pero si así fuera, John no es de esa índole.
- ¿ A donde te ha llevado ? ¿ Me lo quieres decir ?.
- Émile ¿ Porqué insistes tanto ? Estás metiéndote
profundamente en mi vida.
- Claire, sólo quiero que me respondas a esta pregunta
¿ A qué sitio te ha llevado ?.
- Hemos estado en su casa - Dije suspirando.
- ¿ En su casa ? ¿ Para qué te ha llevado allí ?.
- Para que conociera cómo vive ¿ Estás satisfecho ?.
- ¿ Y cómo vive ? - Preguntó cómo si de un
interrogatorio se tratara.
- Émile, vive normal, como otra persona normal.
- ¿ Vive solo ?.
- No vive sólo ¡ Y basta ya ! ¡ No quiero que me hagas
más preguntas.

Seguía con lo mismo, era una idea que tenía fija.


- Pues convive con sus padres - Dije para que dejara
tranquila.
- ¿ A los veintisiete años y escritor sigue en la casa de
sus padres ?.

513
- ¿ Émile, te pregunto yo a ti, por tus amigos ? ¿ De con
quien viven o dejan de vivir ? ¿ Porqué no me dejas ya
tranquila ?.
Movió la cabeza buscando las palabras.
- Es que cuando una mujer se enamora, olvida a su
marido, si es que está casada - Dijo con tristeza.
- ¿ Pero eso que tiene que ver contigo y conmigo ?
Demasiado sabes que nuestro matrimonio está roto, no
se puede arreglar ¿ No te has enterado todavía ?.
- No me dejarás ¿ Verdad Claire ? - Dijo como el que
pide una limosna.
- Émile, deja de lamentarte y de pedir caridad. El amor
no se pide, no es una limosna que se da. El amor tiene
que venir solo, y se tiene que entregar en cuerpo y alma
¿ Sabes lo que eso es ?.
Agachó la cabeza, y negó.
- Pero a ti, yo te he amado, y te sigo queriendo - Dijo
casi como una advertencia.
- Si, ya sé que me has querido, a tu modo, a tu manera
egoísta. Émile, tu no sabes lo que es querer. Tienes que
ser sincero contigo mismo, y ver que nunca has amado a
nadie. Sólo has querido vivir a tu manera, sin pensar si
hacías daño a otras personas.
- ¿ Te ha propuesto John de que os vayáis a vivir juntos?
- Dijo volviendo a lo mismo.
- Sólo hace tres días que nos conocemos ¿ No te parece
que es un poco pronto ? John es muy sensato, y cuando
se propone de hacer algo, estoy segura de que no va a
dar un paso en falso.
- ¿ No ha podido enamorarse de otra mujer ? ¿ Porqué
has tenido que ser tu ? Yo también te necesito ¿ Sabes ?

514
Quizá más que él. John puede tener todas las mujeres
que quiera, pero yo, sólo te tengo a ti. Tu eres mi única
familia ¿ No te parece que él, es más egoísta que yo ? Al
fin y al cabo es otro hombre.
- ¿ Qué quieres decir con eso ?.
- Pues ... Que los hombres lo hacemos todo
egoístamente, para nuestro bien.
- ¿ Quieres darme a entender que John se ha fijado en
mi, por el sólo hecho que le intereso, y no por amor sino
por otra cosa que yo desconozco ?.
- Más o menos.
- No sabes como es. Tiene gente a su alrededor que lo
quieren y que antes de que pida algo, lo tiene servido.
John se ha enamorado de mi profundamente, nos hemos
enamorado los dos, eso nada tiene que ver con lo que tu
estás diciendo.
- ¿ Te ha dicho que te quiere ? - Preguntó con sarcasmo.
- ¿ Me lo has dicho tu alguna vez en los diez años que
hace que nos conocemos ?.
- Sí, muchas veces - Dijo convencidísimo.
- No es posible. No es posible lo que oigo ¿ En qué
ocasión me lo dijiste ? - Dije haciéndome cruces.
- En muchas.
- Muchas, pueden ser infinidades de veces ¿ Me quieres
recordar alguna ?.
- Ahora así, no lo recuerdo bien, pero estoy seguro que
el día que te pedí en matrimonio, te lo dije.
- No. Nunca me lo has dicho. Siempre me he quedado
con las ganas de oírte decir esa palabra.
- Entonces ¿ Porqué te casaste conmigo ?.

515
- Porque me gustabas. Eres varonil, y no marcaba tu
cuerpo y tus rasgos tu homosexualidad.
- Te gusté, porque te parecía macho ¿ Sólo por eso ?.
- Por eso y por otras cosas más, que poco tiempo
después de casarnos, dejaron de interesarme.
- ¿ No te di todo lo que me pedías ? ¿ Te faltó alguna
vez algo ?.
- Sí.
- ¿ Qué te faltó ?.
- Tu, no estabas en casa a la hora que normalmente están
los maridos ¿ Cuantas noches te esperaba acostada, o
leyendo un libro ? ¿ No lo recuerdas ? Unas veces eran
las doce o la una de la madrugada. Siempre me echabas
un achaque diciéndome, que te habías quedado a hacer
horas extras. Y lo peor era, que yo me lo creía.
- Es fácil engañarte, eres muy ingenua. Ese es el miedo
que siento por ti, de que John, te esté engañando, y tu no
te des cuenta.
Quería salir de este callejón sin salida que
no nos llevaba a ninguna parte.
- ¿ Hoy no has ido a trabajar ? - Le pregunté.
- Ya ves que no - Respondió tranquilo.
- ¿ Qué excusa has dado para no ir ?.
- El médico, les he dicho que me hacían unas pruebas.
- ¿ Y has montado toda esa mentira sólo para que yo no
fuera al trabajo que me habían ofrecido ?.
- Pues si, pero casi hubiese preferido que te hubieras
presentado a la cita que tenías con la directora de la
librería.

516
- Ya, ahora lo ves de ese modo. Eres incorregible
¿ Porqué siempre estás intentando de rompérmelo todo?-
Dije totalmente desolada.
Recapacitó unos segundos.
- Todo lo hago porque no te quiero perder, y quiero que
estés siempre conmigo ¿ Hago mal con eso ?.
- A mi me haces mucho daño ¡ No te puedes imaginar
cuanto !.
- Claire ¿ Que vas a hacer esta tarde ? - Preguntó,
ayudándome a recoger la mesa.
- No tenía previsto nada, y no voy a salir. Quiero seguir
estudiando inglés.
- Es que me gustaría que me acompañaras, para que
vieras la casa que estoy a punto de firmar el contrato. Es
muy bonita. Lo había hecho con mucha ilusión
pensando en ti. Creí que vendrías a vivir conmigo.
- ¿ Porqué tienes que hacer las cosas pensando en ti
mismo ?. Yo nunca cuento ¿ no ?.
- No lo hago por esa razón, sino para que tu estés bien.
¡ Pero cómo siempre me equivoco !
- ¿ Cuando tienes que firmar el contrato de la casa ?.
- Esta misma tarde. Quiero que el dueño de la casa te
vea conmigo, pues le dije que era para los dos. Y cuando
tenga las llaves, la vamos a ver.
- Siempre has ido por la vida lo mismo, te has estado
cubriendo tras de mi, para aparentar lo que no eres.
- Sé que tienes razón, y que merezco que me reproches
muchas cosas más.
- ¿ A qué hora tienes que firmar el contrato ?.
- Exactamente dentro de una hora.
- ¿ A las cuatro ?.

517
- Si, es en la vivienda del propietario de la casa.

Teníamos el tiempo justo. No sabía si John vendría


para verme aunque fuera de lejos. Necesitaba hablar con
él por teléfono, para ponerlo al corriente de que Émile
ya sabía que por la mañana habíamos estado en su casa,
y también decirle, que tenía un deportivo rojo. Y que se
había fijado en él, la noche anterior al entrar en el
restaurante. Lo quería prevenir por si coincidíamos esa
misma tarde u otro día en algún lugar. Y Émile tratara
de vengarse.
Émile no se separaba de mi lado. Si llevaba un plato
a la cocina, él venía detrás. No veía el momento de
llamar a John. Y no me quería encontrar esa tarde con
algo desagradable que pudiese ocurrir entre Émile y
John. Pues a Émile lo conocía bien, y me ponía una cara
cuando quería conseguir algo, y después podía cambiar
totalmente, y ser de otra manera. Eso, me lo había hecho
infinidades de veces. Rogaba, para que John, no
estuviese esperándome cerca de la casa o, aún más lejos,
porqué Émile esta vez estaría pendiente por el
retrovisor, para ver si éramos seguidos por el
descapotable rojo. Y John, que también era
inconfundible. No habían muchos hombres con el
aspecto que él tenía.
En esos instantes, sonó el timbre del teléfono. Pensé
rápidamente en John, tenía que ser él. Émile creo que
también pensó igual que yo. Nos hallábamos en el
porche acabando de recoger la mesa, y Émile dejó sobre
la mesa lo que tenía en la mano y dio la vuelta para
coger el teléfono. Yo lo detuve.

518
- Déjame Émile que lo coja yo.

Me miró un instante, y se quedó donde


estaba, pero con mala gana.
Llegué hasta el salón, y cogí el teléfono antes de que
yo dijera nada, vi que Émile me había seguido, y se
quedó de pie a mi lado. Me quedé sin saber que decir.
- Diga - Dije con la voz apagada.
- Claire ¿ Cómo estás ? - Dijo la voz de John.
- Bien, muy bien - Respondí todavía con la voz tímida.
- Noto en tu voz que te ocurre algo ¿ Que es ?.
- Estoy bien John, de verdad que estoy bien.
Émile puso su brazo derecho junto al mío, y con la
mano izquierda, me hizo un gesto para que le pasara el
teléfono.
Lo miré y negué con la cabeza, me aparte
como medio metro de él, indicándole que se fuera.
- ¿ Está Émile cerca de ti ?.
- Sí.
- ¿ No te deja hablar ?.
- No.
- ¿ Se ha propasado contigo ? Claire quiero que me
digas la verdad, aunque él esté delante.
- No ha pasado nada.
- Quiero ahora ir, para hablar contigo, me quiero
asegurar de que estás bien.
- Íbamos a salir ahora.
- ¿ A donde vais ?.

Levanté la vista para mirar a Émile. En el perfil de su


cara podía saber en qué estado emocional se encontraba.

519
Su semblante era casi blanco, y su cuerpo rígido, sus
manos apoyadas en las caderas. Me pareció ver en él, a
un tigre a punto de saltar sobre su presa. Pero no sabía,
si su presa era John al teléfono o, yo misma.
- No lo sé - Respondí, sin dejar de mirar a Émile.
- ¿ Cómo que no lo sabes ? ¿ No sabes a donde vas con
Émile ?.
- Es para ver una casa.
En esos instantes, Émile me arrancó el teléfono de la
mano y como un león rugiente atacó contra John.
- ¡ Escúchame niñato de mierda, quiero que dejes a mi
mujer tranquila ! ¡ Si me entero que la vuelves a ver una
vez más, iré a por ti, te aseguro que te romperé las
piernas, y la cabeza si fuera necesario !.
Forcejeé con Émile para quitarle el teléfono. El
aparato estaba en el aire, sostenido por la mano de él, y
por la mía. Oía la voz de John que repetía.
- ¡ Claire ! ¡ Claire !.
Me pude hacer del teléfono y colgué. Me
puse delante para qué Émile no lo pudiese coger. Me
miraba con ojos de loco, estaba fuera de sí. Quería
remeter contra alguien. Y pagó las culpas, un jarrón de
China, una pieza extraordinariamente hermosa. Le pegó
una patada, y la tiró al suelo, rompiéndose en pedazos.
El corazón me latía a prisa. Temí por mi vida, de que
me hiciera algo.
Yo seguía de espaldas al teléfono, con las manos hacia
atrás cogiendo el aparato. Émile me desafiaba con la
mirada. Por su boca salieron las palabras suyas
habituales.

520
- Zorra ... Puta. Ahora soy yo, quien no quiero saber
nada de ti.
Al oír esto, respiré con tranquilidad. En esos
instantes volvió a sonar el timbre del teléfono. Tal como
yo estaba de espaldas, lo cogí, y lo volví a colgar.
Émile llegó hasta mi, y me empujó hacia un lado.
Cogió el teléfono, se puso a escuchar, por si aún John
seguía en la línea. Su respiración era agitada, en esos
instantes hubiese hecho algo irreparable.
Al cabo de un minuto dejó colgado el teléfono. Pues,
cuando yo descolgué, y colgué, John supo que algo
grave me estaba pasando, y el miedo mío aumentó más.
Estaba segura de que vendría, para ver si yo estaba bien.
No quería pensar el encuentro que podrían tener Émile y
él.
No sabía que hacer en aquellos instantes. John podría
llegar en quince minutos o, veinte cómo máximo. Tenía
que calmar rápidamente a Émile, y sacarlo de la casa,
antes de que John llegara.
Me puse a recoger rápidamente los trozos del jarrón
esparcidos por el suelo, y sin darle importancia al hecho,
dije con la voz tranquila mirando mi reloj.
- Émile son las tres y media, y a las cuatro has quedado
para firmar el contrato. Tenemos que darnos prisa,
porque sino, no llegaremos a tiempo.
Émile me observaba, no se hacia al cambio que yo
había tenido.
- ¿ Quieres venir conmigo ? - Me preguntó.
- Si claro - Dije, recogiendo el último trozo del jarrón -
Te dije que iría contigo, yo estoy ya lista ¿ Y tu ?.
- Sí, yo también - Dijo más calmado, pero con reserva.

521
Fui rápidamente a la cocina, y tiré los restos del
jarrón que llevaba en las manos. Y también con rapidez
subí a mi dormitorio, y cogí mi bolso.
Émile miraba cómo lo hacía todo rápidamente, y sin
perder un sólo minuto.
- Ya estoy - Dije, saliendo al porche, donde Émile me
estaba esperando, con las llaves del coche en la mano.
No hablamos de nada en todo el trayecto. Pero yo iba
observándolo, como miraba demasiado por el retrovisor,
quizá esperaba ver venir detrás nuestro al descapotable
rojo. Y el miedo mío era que realmente fuera así.

522
32

El propietario de la casa que había alquilado,


era un hombre mayor que vivía sólo, en un apartamento
de lujo en el centro de Johannesburgo. Era un señor
amable y correcto. Quería exáctamente unos inquilinos
como el matrimonio que aparentábamos ser Émile y yo.
Tenía preparado y escrito a máquina el contrato de la
vivienda, y la casa la alquilaba sólo por un año, y si a
partir de esa fecha estaba contento, lo podía prolongar
para un año más o, quizá varios. Una mujer nativa era la
que cuidaba del apartamento. El propietario le mandó
que hiciera té, y que lo llevara a la mesa del salón, era
allí donde se estaba firmando el contrato.
El propietario nos estuvo leyendo todas las cláusulas
que exponía. Cuando las hubo leído preguntó
dirigiéndose a los dos.
- ¿ Están ustedes conformes ? - Dijo Afablemente.
- Si, estoy de acuerdo - Respondió Émile algo distraído,
como pensando en otra cosa.
El propietario nos miró a los dos, con el entrecejo
fruncido.

523
Émile se dio cuenta de la frase que acababa de
pronunciar, recapacitó y rectificando dijo.
- Estamos mi esposa y yo de acuerdo señor Scarpet - Y
metiendo la mano dentro de la americana, en el bolsillo
izquierdo, sacó un cheque que ya tenía escrita la
cantidad y firmado - Tenga el cheque, con dos meses,
como me pidió, el mes corriente, y el que se queda en
depósito.
El propietario lo cogió y miró la cantidad.
- Era eso lo que me pidió ¿ No es cierto señor Scarpet ?.
- Sí, exactamente - Respondió el propietario. Y
cogiendo dos manojos de llaves que se hallaban, a su
derecha, encima de la mesa del salón, se las entregó a
Émile en mano - Tenga la llaves de su casa, para qué la
disfruten lo máximo que puedan - Y dirigiéndose a mi -
Señora Franklin usted no ha visto la casa, espero que le
guste, tiene toda clase de comodidades. Es una casa que
tiene treinta y un años. La hice construir para mi esposa
y para mi. Pero la fatalidad llegó a nuestras vidas, y mi
esposa hace cinco años que murió. Después de recibir
este tremendo golpe, no quise quedarme a vivir en ella,
pues, todo lo que veía, me traía un recuerdo suyo, y
decidí venirme a vivir a este apartamento que se ajusta a
mi.
Hizo la entrada en el salón la asistenta, con bandeja
en mano, y dentro, servicio completo de té, en plata, tres
tazas, y una bandeja pequeña que contenía galletas, y
según dijo, las había hecho ella. Las probé, y realmente,
estaban deliciosas, con un toque de sabor a anís.

524
Me fijé en la decoración del salón pude
comprobar que estaba decorado con gusto exquisito. El
propietario seguía mi vista, mirando mis movimientos.
- ¿ El salón lo ha decorado usted ? - Pregunté más bien
para que él me diera la respuesta que esperaba darme.
- El salón al igual que el resto de la casa, mandé que lo
hiciera una decoradora. Pero antes, la llevé a la casa que
ustedes van a vivir y le dije, que quería el mismo estilo,
la misma manera.
Es triste para mi de vivir sin mi mujer. Llevábamos
cuarenta años de matrimonio con mucha felicidad.
Pienso, que lo mejor que hubiera sido para mi, era
haberme ido con ella. Cuando dos personas se quieren
tanto como nosotros nos queríamos, y nos
necesitábamos el uno al otro, el que se queda sufre
mucho.
Se le veía un hombre honesto.
- ¿ Tuvieron hijos ? - Le pregunté algo triste.
- Mi mujer tuvo dos abortos, en los primeros cinco años
de estar casados, y después, ya no se quedó más
embarazada ¡ Qué le vamos a hacer, así es la vida ! ¿ Y
ustedes tienen hijos ? - Preguntó mirándonos.
- No tenemos - Dije, negando con la cabeza.
- Bueno, pueden venir también más tarde, todavía son
ustedes jóvenes - Dijo, manteniendo una sonrisa.
- Señor Scarpert, tenemos que marcharnos - Intervino
Émile.
- Sí, ha sido un placer para mi conocerlo, y estar con
usted un rato charlando - Dije, pues era lo que sentía.
Los tres estábamos de pie, despidiéndonos.

525
- De nuevo le vuelvo a repetir señora Franklin, que
disfrute mucho la casa - Dijo el propietario
estrechándome la mano.
Émile me echó una mirada.
- Encantada de haber hablado con usted - Le volví a
repetir.
Émile le estrechó la mano - Nos seguiremos viendo -
Le dijo.

33

Estábamos acomodados en el coche Émile y


yo. Antes de poner el motor en marcha me preguntó.
- ¿ Quieres que vayamos a la casa ? ¿ Te interesa verla
?.
- Si claro - Respondí, al mismo tiempo que nos miramos
los dos.
- Si no quieres, no estás obligada a ir. Y a partir de ahora
no te voy a obligar a nada de lo que tu no quieras hacer,
a nada ¿ Me oyes ?.
- Me parece que es lo correcto. Eso te engrandece y hace
de ti un caballero - Le dije totalmente sorprendida por el
cambio.
- Eso es, estaré a la altura de los hombres que a ti te
gustan ¿ No es así cómo los prefieres ?.
Íbamos a empezar de nuevo, lo veía venir.
- Émile, quiero ver la casa en la que vas a vivir ¿ Vale ?.

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- ¿ Sabes que la he elegido más bien por ti ? Me gustó
por dentro de la manera que está amueblada. Y el jardín
tan espléndido que tiene, y la piscina, para que te
pudieses bañar. Todo lo hice pensando en ti, para que
estuvieras mejor que en la otra casa - Dijo con palabras
tiernas para convencerme.
- La has elegido para ti, yo no te importo nada ¿ Porqué
me sigues mintiendo ? Émile, quiero que hagas tu vida
como la estás haciendo ahora, y quiero, que me dejes
tranquila, y que yo también haga mi vida por mi lado
¿ Es mucho lo que te estoy pidiendo ?.
- Claire, me estás pidiendo todo, me pides que te
arranque de mi, y que te olvide. Demasiado sabes que
eso nunca va a suceder, jamás lo vas a conseguir, porque
tu eres la única mujer que tengo en mi vida, y te
necesito más de lo que tu te imaginas.
Estaba a punto de volverme loca.
- ¿ Y tus amigos ?.
- ¿ Que pasa con ellos ?.
- ¿ No los llevarás a esta nueva casa ?.
- Si tu vienes a vivir conmigo no. ¿ Los he llevado
alguna vez a la otra casa ?.
- No.
- Pues, igual sería aquí.
- ¿ Y no te verías nunca más con ellos ?.
Me echó una mirada asesina.
- Demasiado sabes que soy homosexual ¿ Porqué esa
pregunta ahora ? Tu no quieres ya acostarte conmigo
o ¿ si ?.
- Émile, siempre me has tomado por algo que se coge y
después se tira. Pues, esta vez te has equivocado. Quiero

527
vivir mi vida, y me merezco ser feliz, te guste o no,
quiero que eso te entre también en la cabeza.
- Estás pensando en ese niño de mierda, no te lo puedes
sacar de la cabeza ¿ Crees que no me doy cuenta ? No
estás en nada, tu pensamiento sólo está en él, cuando me
ocupe de ése tal John, ya nunca más te va a molestar.
- ¡ No se te ocurra hacerle nada ! ¿ Me estás oyendo ?
¡nada ! ¿ Acaso crees que John no es un hombre y no
sabe defenderse ?.
- Qué vas hacer si por ejemplo, le rompo un brazo y una
pierna ¿ Eh ?.
- Pues, que no me volverás a ver nunca más.
- No serías capaz de hacer eso conmigo.
- Si tu le dices lo más mínimo, no te dirigiré jamás la
palabra, y para mi habrías muerto.
- Estás protegiendo mucho a ese niño ¿ No ? Para mi, no
es un hombre. O él no sabe que lo proteges de ese modo
¿ Tienes miedo que le haga pupa ? - Dijo con sarcasmo.
- Estás celoso, tienes unos celos que te mueres. Tu no
vives ni dejas vivir a los demás. Lo que no entiendo es,
cómo te pueden gustar los hombres, y yo también.
Aunque me he dado cuenta que siempre te esforzaste
para complacerme y quedar bien conmigo para que no
sospechara nada. ¡ Qué buen actor eres !.
- Claire.
- ¿ Qué ?.
- ¿ Sabes que tu y yo hemos nacido para vivir siempre
juntos ? Si nos separáramos, tu fracasarías, y yo
también. Lo sabes de sobra, porque entre tu y yo hay
mucha química, siempre la hubo, y la seguirá habiendo
¿ Estás de acuerdo conmigo ?.

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- ¿ En qué ?.
- En lo que te acabo de decir.
- Es que esta tarde me has dicho tantas tonterías, que
ahora no sé a cual de ellas te estás refiriendo.
- Eres muy lista, siempre te lo estás haciendo. Tu sabes
muy bien a qué me estoy refiriendo.
- No, si no me lo vuelves a explicar - Dije para
fastidiarlo. Pues era cierto sobre la química que los dos
sentíamos, pero ese deseo de querer estar siempre
juntos, hacía años que se había evaporado, y de la
química no quedaba nada, por parte mía era así. Y por
supuesto que por la de él, mucho antes. Pues Émile no
era un hombre romántico, sino todo lo contrario. Charlas
sobre este tema habíamos tenido muchas. No quería ser
para él, un objeto de deseo al instante, y poco después,
parecía que no me conociera. Esta manera suya de ser,
fué la que me iba enfriando. Era un ser egoísta.
- ¿ Sabes qué ? - Me dijo con rabia.
- Dime lo que me tengas que decir - Respondí,
preparada a todo.
- Que no quiero que veas esa casa, no tienes porqué ir
allí. He pensado, que lo mejor es que la deje para mi y
mis amigos.
Me quitó un gran peso de encima.
- Émile, tienes razón - Respondí demasiado contenta
hasta el punto que a él, no le gustó.
- No creas por esto, que de mi, te vas a liberar
fácilmente, siempre estaré vigilándote, y voy hacer que
tu vida sea un calvario. Me vas a pedir a gritos para
volver conmigo, y entonces, yo seré el que no querré.

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- Yo sólo te deseo que te vaya todo bien, y que seas feliz
a tu manera. Porque tu felicidad, la entiendes sólo de un
modo. Privar a los que te rodean de todo lo bueno para
que sean felices, si no se cumplen tus deseos.
- ¿ De qué te he privado a ti ? - Preguntó en un tono
áspero y seco.
- De todo Émile, de todo. Y según tu me has contado
también privaste e hiciste la vida imposible a tus padres,
a tus hermanos y hermanas, a los chicos de tu colegio.
Esa fué la razón por la que tus padres se vieron
obligados a encerrarte en un correccional ¡ Y ya ves
cómo saliste de allí !.
No me esperaba la reacción que tuvo, y me llevé una
gran susto, cuando ya no podía hacer nada. Me cogió la
muñeca derecha, la sentí dentro de su mano como si me
la estuviera triturando. El dolor lo sentía dentro de mi
mente, igual que un clavo ardiendo. Y por si fuera poco,
también me cogió la muñeca izquierda, e hizo lo mismo.
Por mis mejillas resbalaban lágrimas de dolor. Por
mucho que yo forcejeara para liberarme de él, era
imposible. Utilizó conmigo toda su fuerza, y no le
importaba, romperme las muñecas, si era necesario.
- ¡ Zorra ! ¡ Puta ! - Era su lenguaje hacia mi
últimamente, con las pupilas exaltadas, me seguía
apretando e insultando - ¡ Te voy a dejar sin manos,
puta, para que tengas un buen recuerdo mío ! ¿ En qué
vas a trabajar cuando estés manca, recurrirás a mi, como
siempre lo has hecho ?.
- ¡ Émile déjame me estás haciendo mucho daño ! -
Suplicaba llorando - ¡ Me estás rompiendo las muñecas ¡
¡ Émile ! ¡ Émile ! ¡ Suéltame !.

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Sentí de que iba aflojando despacio, pero sin prisa.
Tenía la mirada aturdida, el semblante blanco, las manos
le temblaban. Me pareció, que no sabía lo que estaba
haciendo en esos momentos, y le cogí miedo, un miedo
que yo misma no podía controlar. Me di cuenta que los
dos, estábamos temblando. Y cuando al fin me soltó,
miré las muñecas, y las tenía blancas, sin que la sangre
pudiese pasar.
Nos mirábamos. Su respiración era agitada, y la mía
también. Sentí temor, por lo que todavía pudiese hacer,
pues estaba enloquecido, fuera de sí. El bolso mío,
reposaba en mi regazo. No quería hacer un movimiento
brusco, y que se pusiera peor, pues parecía en aquellos
momentos, una fiera salvaje a la que no se podía
controlar.
Cogí el bolso con la mano derecha, pues, en aquellos
instantes, no sentía dolor. El deseo mío de salir fuera del
coche lo superaba.
Con la mano izquierda, cogí la manilla de la puerta y
la abrí. Rápidamente salí fuera. Cuando estuve en la
calle respiré profundamente, miré las muñecas, y
empezaban a coger un tono rojizo fuerte. Ya tenía tres
marcas de él, en sólo dos días. Mi intención era coger un
taxi y volver a casa. Encontré en esos momentos odioso
el coche de Émile y pensé, que nunca más subiría en él.
Era ridículo pensar esto, puesto que el coche no tenía
culpa de lo que había sucedido dentro, pero mi mente,
reaccionó de ese modo.
Émile bajó del coche, y se puso frente a mi. Miré sus
ojos, fué en lo primero que me fijé. Su mirada seguía
todavía alterada, pero algo más tranquila.

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No se disculpó.
- ¿ Has visto en qué estado que me has puesto ? Si te
mantuvieras callada, muchas cosas no sucederían
¿ Porqué eres así ? - Dijo, tan fresco como si nada
hubiese pasado - Sube al coche, que te llevo a casa.
- No Émile, no quiero, nunca más subiré contigo en el
coche, cogeré un taxi - Dije manteniéndole la mirada.
Meneó la cabeza totalmente descontento.
- Claire ¿ Verdad que no te gustaría volver a ponerme
otra vez nervioso ? Porque de todo lo que estoy
haciendo últimamente, tu tienes la culpa ¿ No es así ?.
- Déjame en paz, déjame tranquila, y no des un paso más
hacia adelante, porque grito, pediré auxilio. Y la verdad,
no me importa lo que te pueda suceder.
- ¿ Quieres que aquí mismo te pegue dos bofetadas, y
me desquite por las que tu me has pegado esta mañana
?.
- No quiero que vuelvas más a entrar en la casa, no se te
ocurra entrar por la verja, porque llamaré rápidamente a
la policía, no quiero volver a verte nunca más ¿ Me oyes
tu ahora ? nunca más, porque no tendré compasión de ti.
- ¿ Quieres decirme con eso que te irás a vivir con ese
niñato chulo ?.
- No te importa, y no quiero que te vuelvas a meter más
en mis asuntos personales.
Un taxi venía, y le di el alto para que parara.
- Claire, tengo todavía ropa y cosas en la otra casa,
pasaré más tarde a recogerlas - Dijo cuando me iba
acercando al taxi, que se había parado.
- Te he dicho antes, que no quiero que vayas más allí.
No quiero que utilices conmigo más la violencia, y

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como estoy siempre sola, abusarás de tu fuerza, porque
siempre lo haces cuando no hay nadie que te pueda ver.
- ¿ Cómo voy a hacer para recoger mis cosas ? - Dijo
más tranquilo, porque el taxista nos miraba por la
ventanilla.
- Ahora cuando llegue cogeré todas tus pertenencias, y
las tendré preparadas. Llámame mañana por teléfono
cuando vayas a venir, y te lo daré - Dije, abriendo la
puerta del taxi para entrar.
- ¿ No crees que esa casa es todavía mía ? - Dijo
cogiéndome de nuevo por la muñeca, y reteniéndome.
El taxista miró el gesto, y Émile me soltó.
- Soy consciente de que es tu casa, pero no quieres vivir
en ella, y cuando vienes, es sólo para molestarme, e
insultarme y muchas cosas más. Es por eso que es mejor
que no entres. Ya sabes que el sábado llegan los padres
de Hugo. Tampoco quieres interesarte de ir a buscarlos.
Son muchas cosas las que hay en contra tuya - Dije
sentada en el taxi.
Me echó una mirada que me atravesó.
Cerré la puerta del taxi, y al taxista, hombre nativo,
le di la dirección a donde iba. Cuando el taxi se iba
alejando me di la vuelta, y miré por el cristal de atrás.
Émile seguía de pie y quieto en el mismo lugar donde se
había quedado, viendo cómo me iba alejando.
Las cosas entre Émile y yo habían cambiado mucho.
Al principio de llegar a Johannesburgo, no le tenía
miedo, y en aquellos momentos, no sabía que hacer para
no verlo, por la violencia que estaba utilizando conmigo.
Aunque le advertí que a casa no fuera, yo sabía que esa

533
regla no la iba a cumplir, y mis temores, aumentaban
cada vez más.

34

Al dar la vuelta para entrar en la calle, mi corazón


dio un vuelco de alegría, al descubrir el descapotable
rojo que esperaba cerca de la casa. John iba dando
paseos, con la mirada baja, y bastante preocupado. Al
escuchar el ruido del motor del 4 L que el taxista
conducía, levantó la cabeza y miró frente a él.
Se quedó parado observando quien iba dentro, y
rápidamente reaccionó cuando vio que se trataba de mi.
Quedaba como treinta metros para llegar a casa, y los
anduvo para llegar a la puerta, que era donde yo me
tenía que bajar. Pagué al taxista la tarifa del recorrido
que había hecho, y mientras iba descendiendo del coche
consulté mi reloj. No me había dado cuenta de que eran
las siete de la tarde, la hora de cenar.

534
John me miraba con aire preocupado el perfil que yo
podría tener, si había llorado o, qué otra cosa podría
sucederme. Le sonreí, pero en mi rostro debía marcarse
la tragedia sucedida una hora antes.
- Claire ¿ Estás bien ? - Me preguntó mostrando bastante
inquietud.
- Sí, o creo estarlo - Respondí sin parar de sonreírle.
- Y Émile ¿ Donde está ? ¿ A donde te ha llevado?.
Pensé que era mejor antes de responderle, de ir a otro
lugar más seguro para hablar, pues con la preocupación
que tenía, de si Émile podría presentarse de un momento
a otro, las condiciones no eran buenas para seguir
hablando delante de la puerta de la verja.
- John, vayamos a tu coche, y hablemos lejos de aquí, y
te diré lo que ha pasado.

Nos dirigimos hasta el descapotable, y subimos. John


lo puso en marcha, y salimos de la calle.
- ¿ A donde vamos ? - Le pregunté.
- Vamos a cenar, es la hora de cenar. Te voy a llevar a
un restaurante, que es muy tranquilo, ya verás que te va
a gustar mucho.
Habíamos llegado al centro de Johannesburgo. Mi
sorpresa fue enorme, al hallarnos delante del Gran
Hotel, y del restaurante que pertenecía al Gran Hotel y
que tenía el mismo nombre. John aparcó el descapotable
en el parking para clientes. Al descender del coche John
cogió mi brazo, y nos dirigimos a la entrada del
restaurante de arquitectura inglesa. Un portero nativo
elegantemente vestido con un esmoquin blanco, nos
recibió inclinando la cabeza con un saludo.

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- Buenas noches señora, y señor Edwars.
Sólo me limité a sonreírle.
- Buenas noches Josué - Dijo John respondiendo al
saludo.
Era un restaurante en redondo, parecía una gran pista
de baile, con mesas redondas, no muy grandes, vestidas
con manteles color crema. En el centro de todas las
mesas las adornaba un pequeño florero de cristal, con
margaritas de varios colores recién cortadas. Mi vista se
fué al techo, colgaban iluminando la gran sala, cinco
lámparas de cristal coloreado, azul, blanco, verde y
amarillo, esa luz daba relax. La posición de las lámparas
eran, cuatro en los extremos, y una en el centro.

John me observaba de lo sorprendida que estaba.


Lo que menos me iba yo a imaginar era, que me
llevara al restaurante de sus padres. Tenía dentro de mi
un presentimiento. Que lo más probable sería de que esa
noche conociera a los padres de John. No estaba
preparada para recibir esa nueva aventura, porque estar
con John era estar viviendo a cada instante una nueva
sorpresa, una nueva realidad. Desde el primer momento
que lo conocí, pensé, que vivía en un mundo fantástico,
pero real.
Fuimos a sentarnos a una de las últimas mesas que
habían en la redonda. Las mesas del centro estaban
ocupadas por clientes que cenaban. Creo que la idea de
que fuéramos a ocupar una de las mesas de los extremos
fué de John. Allí podríamos hablar con tranquilidad.
Descubrí la silueta de una señora bien vestida, de
cabellos rubio teñido, y media melena, de aproximada-

536
mente cincuenta años. Ella desde un sitio más bien lejos,
observaba de que todo estuviera en orden. Vi como le
hacía señas a un camarero nativo, para que se acercara a
donde ella estaba. Le señaló dirigiendo la mano a una
mesa donde faltaba vino en las copas, y rellenara. Su
físico era muy parecido al de John, y también alta y
esbelta. Estaba segura que nos había visto, pero no se
fijaba en nosotros. Sólo estaba pendiente, de los demás
clientes, y de todos los que seguían entrando.
Al mirar a John, vi que se estaba fijando en las
señales que me habían quedado en las muñecas. Quise
esconder las manos debajo del mantel de la mesa para
evitar un golpe desagradable. Pero al tiempo que lo iba a
hacer, las cogió, e hizo que las mantuviera sobre la
mesa.
- Claire ¿ Cuando te ha hecho esto ? - Me preguntó, con
deseos de matar a Émile.
- Hace pocas horas. No tenía que haberle dicho las cosas
que le dije, lo puse nervioso - Dije, para que se
tranquilizara.
- Sigues defendiéndolo ¿ Porqué lo haces ? ¿ Estás
esperando a que te de un golpe y te mate ?.
Me resbalaron por las mejillas dos lagrimas.
- Tengo miedo John. Le he dicho, que no venga a casa
más, y que la poca ropa que le queda allí, se la sacaré
fuera. Sé que va a seguir yendo hasta el sábado que
llegan los padres de Hugo. Entonces ya no irá más, y me
dejará tranquila. Eso es lo que creo.
- ¿ Y porqué razón te ha hecho esas señales en las
muñecas ? ¿ Qué locura le ha pasado esta vez por la
cabeza ? ¿ Fué cuando te llamé por teléfono ?.

537
- Fué después. Quiso que lo acompañara a casa del
propietario de la casa que ha alquilado, para que viera
que tenía una esposa, y que todo iba bien entre nosotros.
Cuando nos fuimos y entramos en el coche, volvió a
pedirme de nuevo que me fuera a vivir con él. Por
supuesto yo me negué. Y volvió a mencionarte a ti. No
le caes nada bien, porque según él, tu eres su rival, su
peor enemigo, el hombre que le ha robado a su mujer.
Figúrate que disparate, con la vida que lleva, y lo poco
que paraba en casa.
Uno de los camareros se acercó a la mesa.
Traía en las manos dos menús, y como estábamos
hablando, los depositó sobre la mesa, para no
molestarnos. Mi vista recorrió la redonda del
restaurante, y me paré en la silueta esbelta de la madre
de John. Me imaginaba que se trataba de ella. Esta vez
que la miré, sus ojos también color verde mar como los
de John se cruzaron con los míos, y nos quedamos unos
instantes mirándonos. Mi vista volvió al rostro de John,
que inquieto había seguido mi relato.
- Claire, es peligroso que te quedes en la casa sola - Dijo
moviendo la cabeza con aliento de desespero - Creo que
Émile está loco, aunque estoy seguro de que sabe lo que
hace, pero tiene una vena de locura, por el propio temor
de saber que te ha perdido.
- Pues, tendré que pasar por todas - Dije resignándome -
Le tendré que echar valor, por lo menos hasta el sábado.
No creo que Émile se atreva con gente en la casa, de
hacerme algún daño. No es la clase de hombre que
maltrata delante de los demás. Lo hace, cuando no hay
nadie que lo pueda ver.

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- Es que el perfil de maltratador es eso exáctamente que
estás diciendo - Dijo John asintiendo con la cabeza -
Precisamente esta clase de hombres, hacen una cara
delante de la gente que no es la auténtica. Se muestran
hacia los demás, cómo el marido perfecto, que ama y
adora a su esposa. Pero después cuando están a solas, es
cuando empiezan los malos tratos, sean físicos o
psíquicos. Sólo se tiene que mostrar la mujer en
desacuerdo en algo que el dice, para que empiece su
batalla en silencio - Claire ¿ Siempre te trató de este
modo ?.
- Cuando vivíamos en París todo iba bien, porque
siempre hacía lo que le gustaba, no lo contrariaba en
nada, porque encontraba correcto todo lo que hacia o
decía. Todo cambió cuando llegué a Johannesburgo, me
encontré de que Émile vivía con Hugo, y que los dos se
entendían. Entonces fué cuando Émile me habló de su
condición gay. Ya no quise saber nada más de él, como
esposo. Y todo viene de ahí. Y eso es todo.

John hizo un gesto al camarero que había venido a


traernos los menús. Abrí la carta que tenía delante y
miré qué había. Era bastante extenso. Como tenía el
estómago algo mal, debido a los nervios que había
pasado, no tenía mucha hambre, y para que John me
ayudara a elegir le pregunté.
- ¿ Que vas a cenar tu ?.
Me sonrió.
- Algo de canapés variados ¿ Te apetece lo mismo ?.
- Creo que si, pienso, que es lo mejor.

539
John devolvió la carta al camarero, y le pidió que
trajera dos platos de canapés variados, y una botella de
vino francés, Bourgogne.
Mientras que esperábamos la cena, le comenté a
John.
- ¿ Es tu madre la señora que viste un vestido negro de
azabache brillante y collar de perlas ?.
- Si, es ella. Está atareada con el trabajo, esta noche hay
muchos clientes para cenar.
- Me ha mirado ¿ Crees que le caigo bien ?.
- Si a mi me gustas, eso es lo que importa. Justo hoy
comiendo aquí con ella al mediodía, le he hablado de ti,
le he dicho, que cualquier día te traería a comer. Ella no
pensaba que podría ser tan pronto - Le dije - Que le
avisaría con anticipo. Esta noche no es el momento para
presentaciones, ya buscaremos un día que sea especial.
- ¿ No tienes más hermanos ?.
- No, soy hijo único, pues mis padres trabajaban tanto
que no tuvieron tiempo de procrear más. Mi madre
siempre dice, que no quería quedarse con las ganas de
tener al menos un hijo.
- Puede estar contenta - Dije manteniendo la sonrisa.
- ¿ Contenta de qué ? - Preguntó conteniendo la risa.
- Pues porque eres igual que ella, me estoy refiriendo al
físico. He podido ver el color de sus ojos, y son como
los tuyos.
- Sí, ella va presumiendo mucho de eso, de que los dos
somos la misma estampa ¡ Cosas de madre !.
El camarero se acercó a la mesa, y dejó delante de
cada uno los platos de canapés. Estaban bien adornados,
con la variedad de ensaladas.

540
- Tienes suerte de tener unos padres como los tuyos -
Dije saboreando un canapé de foie - gras.
- Y los tuyos ¿ Como son ?.
- Mi madre murió hace cinco años, y mi padre mucho
antes.
- Lo siento Claire - Dijo parando de comer, y dejando a
medias un canapé dentro del plato.
- John así son las cosas, y jamás encontraremos la razón
de un porqué, aunque mucho busquemos.
Nos mirábamos.
- Claire ¿ Sabes que estoy pensando ?.
- No.
- Que no deberías de ir en varias noches a dormir a tu
casa, al menos hasta el sábado, que lleguen los padres de
Hugo. No estaré tranquilo hasta que todo esto acabe, si
es que acaba algún día. Soy consciente de que con
Émile me tendré que enfrentar, y ese día no está lejano.
Porque ya no le voy a permitir nada, que te haga más
daño.
- John, no lo conoces, no sabes la mala leche que gasta.
Es bruto hasta la médula. Se hizo en la calle con gente
muy vulgar, y mediocre, no conoce las reglas si por eso
tiene que ganar. Tu no eres de esa clase de hombre, no
tienes que enfrentarte a él, pues nada tenéis en común.
Espero que se vaya dando cuenta por si solo, hasta que
abandone la idea de que me tengo que ir a vivir con él.
- Claire, tu piensas eso, y yo pienso de otro modo. Y mis
pensamientos son, que hay que acabar con este abuso
que manifiesta contigo, lo más pronto posible.

541
Te propongo esta noche hasta el sábado de que
vengas a quedarte a dormir a mi casa. Al menos estaré
más tranquilo.
- John, si hago eso que dices, le estoy haciendo ver, que
le tengo miedo, y no le quiero demostrar ninguna clase
de ansiedad por parte mía. Lo conozco bien, y cogería
mucha más fuerza para asustarme, y hacer conmigo lo
que quisiera.
- Tienes razón ¿ Pero yo cómo voy a estar tranquilo
sabiendo de que estás en la casa sola ?.
- John, no es necesario de que te preocupes tanto.
Conozco los límites de Émile y hasta donde puede
llegar. Que yo sepa, nunca ha matado a nadie, es muy
violento, pero de eso a matar ¿ Es en eso en lo que estas
pensando ?.
- Con esa clase de hombres tan raros, hay que ponerse
en todo.
- Le tengo miedo es cierto, pero sé lo que tengo que
hacer si viene, aunque le he dicho que no volviera más,
pero sé que no lo va a cumplir.
- ¿ Y qué es lo que tienes que hacer si vuelve ? - Dijo
esperando una respuesta convincente.
- No responderle a nada, no traerle antiguos recuerdos
de su vida, porque estoy segura de que es esto lo que le
mortifica, y le cogen arrebatos de loco.
- Un hombre de esa condición, es peligroso, porque por
algo que le digan se pone a golpear ¿ Le ha pegado
alguna vez a Hugo ?.
- Infinidad de veces. He presenciado malos tratos y
palizas que le ha dado, he intervenido en más de dos

542
ocasiones, para que lo soltara. Pero después se
arrepiente, y lo pasa mal.
- Sí, es lo normal en ellos, en los hombres que pegan. Lo
que quiero evitar es eso, que te pegue a ti. Porque
tampoco tu me conoces cuando me enfado ¿ Bebe
alcohol ?.
- Sí, alguna copa que otra, pero si lo que quieres saber es
si se emborracha, no, nunca lo he visto borracho. Es
autoritario, quiere que se ejecute lo que dice. Incluso sé
que provoca peleas. Es un homosexual reprimido, con
muchos perjuicios, y solo sabemos unos pocos de que es
gay.
- ¿ Tiene padres ?.
- Si, y también más hermanos y hermanas.
- Ellos deben conocer su condición gay ¿ No ?.
- No, que yo sepa.
John se rió, mientras que movía la cabeza.
- ¡ Pero esto es difícil de creer ! ¿ Que unos padres no
sepan que su hijo es homosexual ?.
- Es que sus padres no han querido saber mucho de él.
También a ellos los tenía atemorizados. Y se quitaron
una espina cuando me casé con él.
- Estoy seguro de que ellos saben que Émile es
homosexual, pero lo han mantenido callado, por miedo a
las represalias ¿ Los has tratado mucho ?.
- No, porque entre ellos no se llevan bien y no se hablan.
Pero sí que los vi el día que nos casamos, y puede que
tres veces más, que nosotros hemos ido a casa de ellos.
Vinieron una sola vez a la nuestra, para visitar el piso, y
tomar café.
- Entonces ¿ No sabes nada de los padres de Émile ?.

543
- Sólo lo que él me ha contado, y no ha sido mucho,
porque a mi parecer, no los quiere, no espera nada de
ellos. Al padre de Hugo, no lo puede ver, y no lo
conoce, jamás lo ha visto. Pero estoy segura que es, por
lo que piensa a través de su padre. Creo que debe
aborrecer a todos los padres del mundo.
- Pues, tiene un grave problema, que es trabajo para un
psiquiatra ¿ Porqué le tiene manía al padre de Hugo ?.
- Porque Hugo ha contado hechos muy graves que su
padre le hizo en la niñez y adolescencia, cuando se dio
cuenta que le gustaba vestirse de mujer, y llevar los
tacones de sus hermanas. Lo sometió a hechos
escalofriantes, siendo todavía un niño.
John puso los codos sobre la mesa, y las manos las
dejó abiertas a los dos lados de su cabeza. Pensaba con
la mirada baja.
- ¿ Estos son los que llegan este sábado ? - Dijo
levantando la vista para mirarme.
- Si.
- Hugo ¿ Habla de su madre ? ¿ Dice algo de ella ?.
- Sí. Dice que es una resignada, y que ha sufrido mucho
con un marido tan machista, y rígido, y que lo pasaba
muy mal cuando su padre lo maltrataba y le pegaba
patadas en el trasero.
- ¿ Ese es el padre que Hugo está esperando para que
cuide de él ? - Dijo sacudiendo la cabeza.
- Tampoco Hugo quiere a su padre. Lo va a aguantar,
por su madre. Siempre que habla de ella llora.
Hugo lo ha pasado mal, pero de otra manera. Porque
Hugo ya nació así, él jamás ha estado con una mujer.
Me ha contado anécdotas que nos hemos reído mucho,

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él contándolas y yo escuchándolas. Qué pena que le
quede tan poco tiempo de vida. Creo, que sólo va a tener
el tiempo de estar un mes o quizá algo más con su
madre.
- Pobre chaval ¿ Que edad tiene ? - Dijo John algo
compungido.
- Hace poco hizo treinta y dos años, pero parece que
tenga muchos más, se ha quedado tan deteriorado que
parece un hombre mayor. Hoy no he ido al Hospital, y
estoy segura que Émile tampoco, ya pasa de él.
- Claire, volvamos a lo de antes, a la preocupación que
nos ocupa. Hay que ponerle un remedio a que tu vayas a
tu casa a quedarte a dormir ¿ Y si a Émile le da por ir de
madrugada ?.
- No pasará nada John, estoy segura. Es cierto que le he
cogido miedo, pero no se atreverá a nada.
- Es que un hombre celoso y despechado, se expone a
todo, no le importa ya nada.
- Émile no es así. Le gusta vivir la vida, salir con sus
amigos y hacer barbacoas. Cómo mujer le intereso, en
que esté a su lado si un día se encuentra enfermo, si la
enfermedad le sale a flote. Ya con tiempo me quiere
tener a su lado para que no le falte.
- Espero que no te equivoques, pero aún con eso, no te
debes fiar. Porque sólo tiene en la cabeza, que a su
mujer se la han robado.
- Es muy primitivo, piensa como los hombres de las
cavernas. En esto, siempre lo conocí así.

Habíamos acabado los canapés, y la botella de


Bourgogne a medias. El camarero hizo su presencia y se

545
llevó los platos. Pasados unos minutos, volvió para
preguntarnos si queríamos algo más.
John me miró sonriendo y esperando a que yo pidiera
un siguiente plato o un postre. No me cabía en el
estómago ni una uva. Los nervios los tenía a flor de piel,
pero no los dejaba salir, para que John no estuviese más
preocupado. Era seguro que esa noche no dormiría
pensando en lo que me pudiese suceder.
En vista que no pedía nada más, me preguntó, con el
camarero allí delante.
- Claire ¿ Te apetece comer algo más ? Pide al menos un
postre.
- He cenado muy bien John ¿ Vas a tomarlo tu ?.
- ¿ El qué ?.
- El postre. Tu si que te habrás quedado con ganas de
tomar algo más.
- No, también yo tengo bastante.
Se dirigió al camarero.
- No vamos a tomar nada más, gracias.
El camarero inclinó la cabeza por la labor de su
trabajo, y seguidamente se fué.
Me sentía muy bien allí, en el restaurante de los
padres de John. Hubiese dado todo para que esa noche
me hubiera quedado en casa de él. En su casa estaría
protegida, pero cuando me lo propuso comprendí que no
era la mejor solución, y las cosas habrían empeorado
más con Émile al enterarse que yo no estaba durmiendo
en casa. Los clientes se habían ido y sólo quedábamos
nosotros dos. Quedaban los camareros recogiéndolo
todo. La madre de John, no la vi más en todo el tiempo.
Seguro que se había marchado. También nosotros nos

546
teníamos que ir para dejar trabajar a los obreros que
llegaban de la limpieza.
Al dar la vuelta en el descapotable, a la calle donde
yo vivía, lo primero que me fije fué en la puerta de la
casa para ver si estaba el coche de Émile. Me quedé más
tranquila al ver el sitio vacío. Miré mi reloj, eran las
once menos diez - Pensé - Ya no vendrá, mañana se
levanta a las siete para ir a su trabajo, y además, que
estará disfrutando de la nueva casa. También pudiera ser
que respetara lo que le dije, que no viniera más.
John paró delante de la puerta. Y revisó con la vista
el porche y las ventanas, no fuera ser que hubiese luz.
- Claire ¿ Te encuentras mejor ? - Me preguntó
cubriendo con su brazo izquierdo mis hombros.
Con mi mano cogí la suya que colgaba de mi hombro,
las cruzamos. Lo sentía conmigo. Su aroma a limpio me
hacia adormecer, y sin que me diera cuenta habíamos
unido nuestros labios en un beso largo de pasión.
Cuando nuestros labios se separaron pidieron otro, y
después otros y más tarde seguimos pero abrazados.
Quería estar con John, lo deseaba con todas mis
fuerzas, más que a nada en esos momentos. La pasión
que sentíamos al besarnos se convirtió en frenesí, y ya
nada ni nadie nos podía separar, los dos sentíamos lo
mismo, nos dimos cuenta de que estábamos hechos el
uno para el otro. Y descubrí que la pasión y el amor que
John me estaba dando, no la llegué a conocer con Émile.
Era totalmente distinto lo que yo sentía.
- Estoy bien John, muy bien - Le respondí pasados unos
minutos.
No paraba de besarme y de abrazar mi cuerpo.

547
- Claire, diosa mía. Es mejor que esta noche la pases en
mi casa ¿ No es buena idea ?.
- Si lo es, pero debo quedarme aquí.
- ¿ Lo haces por si viene Émile ?.
- No pienso ahora en él, sino que creo, que me debo
quedar.
- ¿ Me puedes decir porqué no quieres venir esta noche a
mi casa ? ¿ No confías en mi ?.
- Confío lo suficiente, confío a un cien por cien de ti y
de todas tus capacidades. Es que no veo la razón para
que me tenga que ir, me da la sensación de que estoy
huyendo.
Se dio cuenta de que tenía razón.
- Entonces, me quedaré aquí en el coche hasta que
amanezca. Si puedo dormir algo dormiré aquí mejor que
en mi casa. Allí, no voy a estar tranquilo.
- ¡ Estás loco! ¿ No te das cuenta ? ¿ Lo harías ?.
- Si haría ¿ Qué ? - Dijo John acariciando mis cabellos.
- Quedarte aquí en el coche de vigilante toda la noche.
- Por mi diosa lo haría todo - Dijo mirando el poste de la
luz que iluminaba la calle - Si me pidieras que caminara
por ese cable de la luz, subiría el poste, y andaría por el
cable, haciendo equilibrio.
Se me escapó una carcajada.
- No serías capaz - Dije con la misma risa.
- ¿ Crees que no ? - Dijo atravesando mis ojos con los
suyos verde mar.
- No lo creo - Dije insistiendo.
Se separó de mi y abrió la puerta del coche. Yo lo
observaba sin poderme contener la risa, pero también
impactada, pensando si lo haría de verdad.

548
- Vas a ver como en dos minutos me pongo en la copa
del poste - Dijo dando pasos largos y rápidos
dirigiéndose al lugar.
Me asusté, me asusté tanto, que paré de reír, y salí
del coche con rapidez, pero cuando llegué al poste de la
luz, John había empezado a subirlo, y le grite.
- ¡ Baja de ahí rápidamente ! ¡ John ! ¿ Me estás
escuchando ? ¡ Esos cables son de alta tensión ! Si no
bajas ahora mismo no te hablo nunca más ¿ Me oyes ?.
Se paró donde estaba, e hice una respiración
profunda al ver que iba bajando. Cuando estaba de pie
junto a mi, le eché la bronca. Pero John no se inmutaba,
le daba igual.
- Me has hecho pasar mucho miedo John. Pensaba que
seguirías mi broma. Los dos nos reíamos ¿ Porqué lo has
hecho ? - Dije mostrándome enfadada - Me has dado un
susto de muerte ¿ En verdad ibas a caminar por el
cable?.
Con sus manos rodeó mi cintura y me llevó hacia él.
- Te he dicho que por ti lo haré todo - Dijo poniendo su
frente con la mía.
- ¿ Pero ibas a caminar por el cable ? ¡ Respóndeme !.
- No. Sólo iba a subir el poste hasta el final ¿ Te has
asustado mucho ?.
- Si.
- Es porque me quieres, y los dos nos queremos.
Nos quedamos de pie y abrazados.
Diana me había oído, y lloraba por detrás de la verja.
- John, es hora de que nos separemos.
- ¿ Que nos separemos dices ? - Dijo en broma.
- Si, que tu te vayas a tu casa.

549
- Ah, eso me gusta más - Dijo siguiendo la broma. Y lo
que después siguió fué más en serio - Claire, llámame
nada más oigas un ruido ¿ De acuerdo ?.
- Lo haré John, no te preocupes. Vete tranquilo, porque
estoy segura que no va a suceder nada. Y además, no
creo que Émile venga. Esta tarde le he hablado muy en
serio.
- Si, pero no me fío, ese si que está loco.
- Vete tranquilo. Creo que lo hace porque se encuentra
sólo. Tiene unos cuantos amigos para su gozo, y su
única familia soy yo.
- Es por eso que luchará para tenerte con él hasta el
final. No lo hace porque te ame, sino por su
conveniencia.
- Todo lo ha hecho conmigo porque le convenía.
- ¿ Lo sigues queriendo aunque sea un poco ?.
Esta pregunta me desconcertó.
- No. No lo quiero, es cierto que lo he querido mucho,
no lo puedo negar, pero ahora el fuego ya está apagado
¿ Porqué me lo preguntas?.
- Porque quería oír tu respuesta. ¿ No te asusta quedarte
aquí, aunque se podría presentar ?.
- John, tengo que correr ese riesgo, y enfrentarme a él,
no debo volverle la espalda, sería esconderme y eso es
lo que no quiero que piense. De aquí al sábado quedan
pocos días, y ya no vendrá por casa, estando los padres
de Hugo.
Sabía que yo tenía razón.
- Lo entiendo Claire. Pero es que paso miedo por ti
¿ Entonces soy yo el que tiene más miedo que tu ? ¿ Y
que me dices de estas marcas que tienes en las muñecas?

550
¿ Y de este morado que te hizo en el brazo ? ¿ No es
para tenerle miedo ?.
- No puedo abandonar la casa así de esta manera.
Sólo tengo que esperar unos días, y todo
habrá terminado.
- Espero que así sea. Ojalá todo vaya bien como tu
dices.
- Tiene que ir bien John.
- ¿ Sabes en lo que pienso ? - Dijo rodeándome con sus
brazos.
- ¿ En qué ?.
- En el día que los dos vivamos en la misma casa, y que
tu te conviertas en la señora Edwars. Ese es un sueño
que llegaremos a realizar.

No hacía una semana que lo conocía, y lo amaba.


A John no hacía falta conocerlo de mucho
tiempo para amarlo.
- También sueño yo con ese día, pero hay que dejar al
tiempo que ponga las cosas en su sitio.
Nos teníamos que despedir, pero no
podíamos separarnos. John con veintisiete años tenía
fuego en su cuerpo, y yo necesitaba de ese fuego.
- Que duermas bien diosa mía - Dijo dándonos otro beso
lleno de pasión.
- Buenas noches John.
Me dirigí a la verja y abrí la puerta. Diana
salió dando saltos por lo contenta que estaba de verme.
Cuando estuve en el porche, di al interruptor de la
luz, y abrí con llave la puerta de la casa.

551
John no se había ido, esperaba a que me diera la
vuelta para decirnos adiós. Y me giré.
John de cerca era guapo, pero de lejos lo era más.
Agitamos los dos al mismo tiempo las manos. Yo
entré en casa, y al tiempo oí el motor del descapotable
que se alejaba.

35

Fui abriendo luces hasta llegar a mi


dormitorio, y sentía la olor a la colonia que Émile
gastaba. Me puse en lo peor, pero rápidamente recordé,
que su coche no estaba en la puerta. Si había venido, lo
hizo antes de que nosotros llegáramos. Fui a mirar al
dormitorio de abajo, para ver que señales había. Las
puertas del armario estaban abiertas, y los cajones de
abajo también. La ropa que quedaba era la de Hugo. La

552
de Émile no estaba. Por lo visto había ido antes y se la
había llevado.
Tenía agitación dentro de mi, me cogió como una
clase de ansiedad, que poco podía dominar. Y aún
aumentó más al salir del dormitorio y descubrir que
sobre la mesa del salón había una nota. Sin cogerla, la
leí - Claire, he venido pero tu no estabas.
Pensé en llamar a John y contarle lo que había
sucedido antes de que nosotros llegáramos. Pero me
arrepentí, quizá él no había llegado todavía a su casa. Y
tampoco lo quería poner en lo peor, pues, volvería de
nuevo y ...
Pensé en subir al dormitorio de arriba donde
últimamente se quedaba, si es que se quedaba Émile a
dormir. Subí las escaleras seguida de Diana, todos los
pasos que daba me seguía. Entré en el dormitorio que a
veces ocupaba Émile, también había entrado y recogido
sus pertenencias. Respiré más tranquila de ver que ya no
quedaba nada o prácticamente nada de él.
Me hizo sobresaltar el timbre del teléfono. Sonaba y
sonaba. Pensé en John y en Émile, uno de los dos tenían
que ser. Me quedé quieta y sin reaccionar. - ¿ Y si cogía
el teléfono y era Émile ? - Era lo último que deseaba.
Pero no podía seguir quieta y temerosa. El sonido del
teléfono en el silencio de la noche se oía estrepitoso. Y
decidí bajar. Me detuve frente al aparato con la
incertidumbre de cogerlo, y de pronto lo decidí y
descolgué.
- Diga - Mi voz sonó endeble.

553
- He estado esta tarde ahí ¿ Donde estabas ? - La voz de
Émile se oía alterada, y su respiración agitada - También
es la tercera vez que te llamo ¿ Me oyes Claire ?.
Respire hondo para tranquilizarme.
- Si, se que has estado - Dije tragando saliva - También
he visto la nota que has dejado.
- ¿ Donde has estado tanto tiempo ?.
Me vi obligada a mentirle.
- Fui a ver a Madeleine.
- ¿ Todo este tiempo has estado con ella ?.
- Insistió a que me quedara a cenar, y no me pude
negar.
- Seguro que habéis estado todo este tiempo hablando de
mi ¿ No es cierto ?.
Me tranquilicé al darme cuenta que lo creyó.
- Necesitaba hablar, y Madeleine me comprende.
- ¡ Me estás mintiendo ! ¿ Porqué no me hablas de ese
niñato ? - Dijo levantando la voz - ¿ Crees que me voy a
tragar la historia que me estás contando ? Cuando
llegaste a casa ¿ No estaba esperándote ? ¿ No es cierto
que te has visto con él ?.
Por lo que me preguntaba, no nos había visto.
- Cuando llegué aquí, no había nadie, y es por eso que
decidí ir a casa de Madeleine.
- ¡ Claire, no estás diciendo la verdad ! Ese niñato, ese
tal John, está enamorado de ti hasta la médula. Él vino
esta tarde cuando nosotros nos habíamos ido, y se quedó
en la puerta hasta que tu llegaras o, hasta que llegáramos
los dos ¿ No es cierto que te esperaba ?.
Me quedé muda sin saber que responderle.

554
- Émile ¿ Porqué me atosigas ? ¿ Porqué no me dejas
tranquila ? ¿ Te pregunto yo acaso por tus amigos ?
¿ Me entrometo en tu vida sexual ?.
- Me estás dando la razón. ¿ Me dices que ese chulo
guaperas no se fué de la puerta hasta que tu llegaste ?.
No lo aguanté más y colgué el teléfono.
Pero no tardó en volver a sonar.
- Sí - Dije enfadada. Tenía una rabia por dentro que en
esos instantes no me importaba enfrentarme a Émile -
¡ Qué quieres ahora !.
- Puff ...No te reconozco ¿ También tu te has enamorado
de ese niñato ?.
- ¡ No es un niñato ! ¿ Sabes ? ¡ Es más hombre que tu !.
- No, no me gusta nada ese tono que estás utilizando
conmigo. Eres mi esposa y demasiado sabes que puedo
obligarte a que vengas conmigo ¿ Me oyes ?.
- Émile, no iré contigo a ninguna parte. Es una manía
que se te ha metido en la cabeza. Eres homosexual y yo
necesito un hombre de verdad. Que me haga sentir con
fuerza y pasión. Que me comprenda como mujer - Fui
bajando el tono de voz - Que no sea bruto conmigo, que
no me obligue hacer cosas que yo no quiero realizar.
Que me ame ¿ Sabes ? Que me ame, y yo también
amarlo, necesito a mi lado ese hombre.

Había silencio, sólo podía oír su respiración.


- Claire ¿ Porqué me has mentido antes diciéndome que
habías ido a casa de Madeleine ? - Dijo casi resignado.
- Por la razón, que te había cogido miedo, por lo
violento que has sido conmigo estos últimos días. Pero
ya no te tengo miedo, estoy dispuesta a enfrentarme

555
contigo, y decirte en la cara para que ya de una vez lo
entiendas. Que John me ama, que yo lo amo. Y
pensamos pasar los días que nos quede de vida, juntos.
Otra vez, silencio.
- ¿ A mi ya no me quieres ? - Dijo con la voz apagada.
- Émile, te lo dejé bien claro, el segundo día que yo
llegué a Johannesburgo. No te puedes imaginar el daño
tan terrible que me has podido hacer. No creas que no te
perdono, ya hace tiempo que te perdoné, y te doy las
gracias por haberme hecho todo ése mal, porque gracias
a lo mal que te has portado conmigo, he conocido el
verdadero amor.
Se quedó unos instantes sin decir nada.
- Claire, si me viene esa enfermedad de golpe me voy a
encontrar muy solo ¿ Lo has pensado ?.
- También hemos hablado muchas veces de este tema. Y
como antes te dije y te digo ahora, estaré a tu lado, te
ayudaré en todo lo que esté en mis manos. Te lo
prometo, pero todavía estás muy bien y te deseo que
sigas así muchos años.
- No te dejará John que lo hagas, que me ayudes.
- John es muy buena persona. Hablas de esa manera
porque no lo conoces. También él te prestaría ayuda.
- Eso que dices está bien, pero me tengo que conformar
a no tenerte.
- Tienes a muchos amigos, y cuando estás con ellos te
olvidas de todo ¿ Cuantas noches has dormido aquí
desde que yo estoy ?.
Volvió a quedarse en silencio.
- Creo que muchas. En el fondo sé que no te merezco,
pero la idea de perderte, me hace perder la cabeza.

556
Tienes razón en que he sido bruto contigo, y también
violento. Claire, de veras lo siento. Pero de lo que no
sería capaz es de hacerte un daño mayor. Esto quiero
que lo sepas.
- Estoy segura de ello. Toda la violencia que has
utilizado conmigo, lo has hecho para impresionarme,
para que te cogiera miedo, y te siguiera ¿ Te das cuenta
de lo que has hecho ? Con ese comportamiento tuyo, has
logrado que me distancie más de ti ¿ Cómo se puede
amar a un hombre, por temor a sus reacciones ?.
Me dio la razón.
- Estoy de acuerdo contigo. Pero es la única manera que
conozco, la que yo entiendo para que me obedezcan.
- ¿ Es eso lo que entiendes por amor ?.
- ¿ Utilizas el mismo método con tus amigos ?.
- Por supuesto que no. Me mandarían hacer puñetas.
- Con Hugo si que lo utilizaste. Yo estuve presente en
varias ocasiones de los malos tratos que le diste, y de los
golpes que recibió de ti ¿ Porqué lo trataste a él de ese
modo ?.
- Porque Hugo es lo más parecido a una mujer. Y no me
estoy refiriendo en fuerza, sino en carácter. Se parece a
una mujer en todo. Es una mujer con el físico y el
cuerpo de un hombre.
Aproveché para preguntarle.
- Hoy Hugo no ha tenido visita ¿ No lo has ido a visitar
al Hospital ?.
- No, pero he hablado con él por teléfono. ¡ Ah ! me ha
dicho, que hoy ha pasado el doctor a verlo, y le ha
confirmado que en dos días se puede ir a casa. Estaba
contento.

557
- O sea ¿ El viernes ?.
- Eso es.
- Pues, cuando vengan sus padres estará aquí en casa -
Afirmé contenta.
- Si. Ya dispondrás en donde duermen.
- Mañana le diré a Yosi que limpie bien el dormitorio de
abajo, el de matrimonio, lo reservaré para Hugo, y el de
arriba para sus padres.
- Lo que hagas lo harás bien, no me cabe la menor duda
- Dijo totalmente convencido.

Volvía de nuevo a poder hablar con Émile


como dos personas civilizadas. Sólo le tuve que
demostrar que no le tenía miedo, para que me volviera a
respetar. Era consciente de que estaba atravesando
momentos difíciles. Con el positivo que le dio la
enfermedad, con la separación total mía y los
conocimientos que tuvo referente a John.
Émile debía pensar que yo nunca más me
enamoraría, y que pasaría toda la vida junto a él.
También le impactó mucho, el poco tiempo de vida que
le quedaba a Hugo y que el medico le había anunciado.
Y por si fuera poco, abandonar la casa que entre los dos
formaron. Pero esto lo hacía porque quería, porque no
podía soportar la idea de saber que los padres de Hugo
llegaban. Sobretodo el padre.
Representaba un cambio radical para él. Noté, que
Émile se había resignado a su destino.
Le pregunté, como modo de interés.
- Esta noche es la primera que pasas en la nueva casa
¿Te encuentras a gusto ?.

558
- Si, pero sólo - Dijo con un tono de voz algo triste.
- Cuando lleves a tus amigos te encontraras mejor, soléis
hacer fiestas sonadas, que duran hasta el amanecer.
- El sábado voy a dar una fiesta. Haremos entre todos
una barbacoa para cenar, y será la inauguración de la
casa.
- Está bien que os divirtáis - Dije animándolo.
- Claire ¿ cuando vas a venir a conocer la casa ?.
- Lo más pronto que pueda la iré a visitar.
- Este sábado puedes hacerlo. Además, los padres de
Hugo estarán con él.
- ¿ Me propones de visitar tu casa, el mismo día que
vienen tus amigos ?.
- ¿ No te gusta la idea ?.
- No está mal, pero tu siempre me has dicho, que no me
debo mezclar con ellos.
- Si, eso era antes, pero ahora ya todo ha cambiado, nada
es lo mismo ¿ Vienes el sábado ?.
No me podía negar, también Émile me necesitaba.
- De acuerdo.
- Pasaré a recogerte a las cinco de la tarde ¿ De
acuerdo?.
- Si de acuerdo ¿ Entraras en la casa para conocer a los
padres de Hugo ?.
- Claire demasiado sabes que al padre de Hugo no lo
trago, prefiero esperarte fuera en el coche.
- Émile, estás cometiendo un grave error.
- ¿ Un grave error ? ¿ Porqué ?.
- Pues que un día u otro os tendréis que conocer, y quizá
sea más pronto de lo que tu te imaginas.
- ¿ A donde quieres ir a parar ?.

559
- Me estoy refiriendo a Hugo ¿ No vas a venir más a
verlo ? ¿ Y el día que muera también vas a permanecer
ausente ?.
Estuvo callado unos segundos.
- Hace tiempo que estoy pensando en todo esto, pero es
que en sólo pensar en el padre de Hugo me dan ganas de
vomitar.
- ¿ Pero si no lo conoces ? Trátalo antes, y después
opinas ¿ Porqué no lo haces así ?.
Sabía que volvía yo a tener razón.
- Claire, sé que tus consejos son muy concretos, pero
voy a dejar que pasen las cosas, y después actúo.
- Está bien, haz lo que más te plazca ¡ Qué puedo
decirte!.
- Claire - Dijo con la voz algo triste.
- Dime Émile.
- Ya sabes que no soy hombre de pedir disculpas. Pero
te las quiero pedir a ti, por lo grosero y violento que me
he portado últimamente contigo. He actuado bajo el
temor de que te podría perder. Sabía que te había
perdido y me ha hecho ser peor de lo que soy. Te podría
haber hecho mucho daño, sin querer hacértelo.
Ahora volvía a ser como cuando yo lo conocí.
- Estoy segura - Dije disculpándolo.
- Voy a dejarte que duermas.
- Buenas noches Émile.

Colgué el teléfono, y me quede quieta, inmóvil


mirándolo. Qué cambio había hecho, que transformación
más radical. No llegué a pensar que esto sucedería, es
más, los últimos días creí, que tendría que coger una

560
solución drástica, para acabar lo más pronto posible con
el chantaje al que me tenía sometida.
Me hizo sobresaltar, el timbre otra vez del
teléfono.
- Diga - Dije con voz serena.
- Claire, hace rato que te estoy llamando, pero
comunicabas.
- ¿ Te encuentras bien ?.
- Si John, muy bien - Dije tranquilizándolo - Estaba
hablando con Émile.
- ¿ Te ha llamado ?.
- Si.
- ¿ Ha vuelto a ofenderte ? - Dijo algo agitado.
- Al principio si, pero después se calmó, me ha pedido
disculpas por todo lo sucedido.
- ¡ Ah ! Esto está mejor ¿ Pero porqué ese cambio ?.
- Porque le he demostrado que no le tenía miedo, y
hemos sacado muchas cosas en conclusión.
- Entonces ¿ A partir de ahora te va a dejar tranquila ?.
- Si. Pero le he prometido que el sábado iré a su casa.
- ¡ Cómo ! ¡ Cómo ! ¿ Que el sábado irás a su casa ?
¿Para qué ? ¡ Qué líos se trae de nuevo !.
- John, déjame que te lo explique ¿ De acuerdo ?.
- Vale, empieza.
- Este sábado es la inauguración de su casa. Van a asistir
otros amigos gays, y quiere que yo también esté. Me
vendrá a buscar, a las cinco de la tarde.
- ¡ Vaya ! - Exclamó con fastidio - ¿ Y hasta qué hora
quiere que te quedes allí ?.
- Hasta la hora que yo quiera. Dice que van hacer una
barbacoa. No puedo negarme ¿ No te gusta ?.

561
- No es que no me guste. Es que lo veo venir. Y después
de este sábado será otro, y también los domingos. Es
más listo de lo que yo me imaginaba. De esa manera, te
tendrá siempre al alcance ¿ No te das cuenta de cómo
funciona su truco ?.
No me había parado a pensarlo.
- John, no habrán otros sábados, ni tampoco domingos,
al menos que se encuentre enfermo y me necesite. Es de
esta manera que lo he hablado con él.
- Quisiera que estuvieras en lo cierto. Pero yo no lo veo
cómo tu. Es muy astuto, y va a utilizar todos los trucos
que se sabe, para tenerte con él.
- ¿ No estarás hablando influido por los celos ?.
- Soy sincero contigo, y celos si que tengo. Pero mis
temores no se basan en los celos, sino en la manera de
quererte acaparar para él. Lo hace de modo silencioso,
para que tu no te des cuenta.
- John, te aseguro, que no sucederá más, al menos, como
antes te he mencionado, de que esté enfermo.
- Es que Émile no está enfermo. Lo he visto de cerca y
tiene una salud de hierro. Tiene un cuerpo fuerte. Todo
lo que te diga sobre su salud, lo hace para engañarte.
Para que te compadezcas de él, y hagas lo que te dice.
Está utilizando el mismo truco de antes, pero con más
mano derecha. ¿ No sé a qué viene a ponerse todo
manso contigo, si sabes que esta misma tarde, te ha
retorcido las muñecas, y dos días antes, te hizo un
morado en el brazo ¿ Lo has olvidado ?.
Me di cuenta que tenía razón.
- John, no quiero que te alteres, ni que pases más miedo
por mi. Sólo este sábado. No se volverá a repetir más.

562
- Espero Claire que lo hagas así como dices. Pues, de lo
contrario, no ibas a poder quitártelo de encima, es un
maltratador, y actúa bajo la fuerza de su ira. Ahora temo
por ti mas que antes.
- ¿ Porqué John ? - Le pregunté, sin entender mucho
esto último que me dijo.
- Cuando la próxima vez, o sea el sábado próximo, te
pida que vayas, y tu te niegues, querrá de nuevo
agredirte, entonces voy a tener que intervenir yo.
- No quiero que eso suceda, ni debe suceder. Es muy
bruto, a los catorce años le pegaba palizas de muerte a
algunos compañeros de clase. Y más tarde fué peor, no
pega, destroza.
- Claire, no me asusta. Soy cinturón negro de karate 4º
Dan ¿ Crees que no he medido ya su cuerpo ? Tienes
razón en lo que dices que no pega que destroza. Pero no
le voy a dejar tiempo para que haga nada. Con una sola
llave que le haga, lo dejaré k.o. en el suelo. Será
después, cuando te deje ya tranquila, cuando se dé
cuenta que no podrá hacerte más daño.
- No quisiera que llegara a esto.
- Yo tampoco, pero si lo tengo que hacer, lo haré. Lo
que tenga que pasar, pasará. Pero no te preocupes, no
quiero que tengas preocupaciones.
John cambio, para cerrar este tema.
- Claire, tengo otra vez ganas de verte, hace una hora
que nos hemos despedido, y deseo poder besarte. Te
estaría besando toda la noche, toda la eternidad.
Me gustaba, por lo loco que era.
- También yo, y ahora me doy cuenta lo mucho que te
necesito, empiezo a vivir de nuevo, porque antes de

563
conocerte vivía metida en un cascarón de huevo. No me
daba cuenta de que había luz fuera.
- ¿ Sabes de lo que tengo ganas ? ¿ Y sueño cada
instante que pasa ?.
- ¿ En qué ?.
- De que podamos estar juntos para siempre, que nada
nos pueda separar, que sea pronto. Con eso sueño cada
minuto que pasa. Estoy acabando de escribir un libro y
no me puedo concentrar, porque mis pensamientos están
sólo en ti.
Estaba segura que lo que me decía era cierto.
- ¡ John, te quiero mucho, si supieras cuanto ! Estaría
aquí en el teléfono toda la noche repitiéndote - Te
quiero, te quiero.
- Soy un hombre muy afortunado, soy consciente, y le
doy gracias al destino por haberte conocido en una
noche tan especial como fue la del sábado. Ahora quiero
que vayas a descansar ¿ Tienes sueño ?.
- No. Estaría aquí toda la noche hablando contigo, pero
es hora de irse a dormir.
- Que duermas bien.
- Buenas noches John.

Dejé el teléfono en su sitio con pesar mío. Era


verdad lo que sentía. Me hubiese pasado toda la noche
escuchando la voz de John, y recordando sus ojos color
verde mar. Era delicado, tenía mucho tacto, y su loca
juventud, me enloquecía.
Subí a mi dormitorio con la intención de dormir,
aunque sueño no tenía. Necesitaba seguir hablando con
John y decirle, lo mucho que lo quería, lo mucho que

564
pensaba en él. Y se me ocurrió escribirle una carta, con
todas las cosas que le quería decir. Abrí el cajón de la
mesita de noche, y extraje un cuaderno y un bolígrafo,
que tenía para mis apuntes. Estuve escribiendo hasta
cerca del amanecer. Hasta diez minutos después que el
gallo de los vecinos ingleses cantara. Había escrito cinco
largas páginas, eran cinco cartas de amor en una sola.
Pero no se la envié a John, mis pensamientos eran esos,
porque en las cinco páginas me había desnudado. En
frases suaves y dulces, me había entregado a John en
cuerpo y alma.
Dentro de un sobre metí mis cartas de amor, y lo
pegué para que nadie lo pudiese leer. Y lo guardé en mi
bolso, en uno de los bolsillos interiores con cremallera.
Sólo sabía yo que estaba allí.

36

Dormí cuatro horas. Miré la hora en el reloj


de la mesita de noche, al escuchar tres golpes en la
puerta, me puse de pie, y todavía cansada por el sueño,
cogí el pomo de la puerta y la abrí.
Yosi estaba delante, impecable, como cada mañana
al empezar su trabajo.
- Señora son las nueve, perdone si la he despertado, pero
he creído que debía hacerlo por si no se encontraba bien.

565
- Si, has hecho lo correcto - Dije mientras que me
colocaba el salto de cama - Prepárame el desayuno
mientras que yo me duche. Quiero ir esta mañana al
Hospital a visitar al Señor Barreau, ¡ ah ! prepara el
dormitorio de abajo, cuando puedas. Y mañana el que
está aquí arriba.
- Ok. Señora - Ayer por la tarde vino su marido, y me
preguntó qué donde estaba usted.
- ¿ Qué le respondiste ?
- Pues, que no la había visto, y no sabía donde estaba.
- ¿ Te dijo algo más ?.
- No señora, sólo eso. Llevaba en cada mano dos bolsas
de viaje, entró con ellas en el coche y se fué.
Yosi dio la media vuelta, y bajó las escaleras. Yo me
dispuse a entrar en el cuarto de baño.
Tardé veinte minutos en ducharme y en vestirme. El
desayuno era una de las comidas que hacía con mejor
gana, y que más me gustaba.
Llevaba el desayuno a medio, y oí pararse un coche
delante de la puerta. Miré, y mi sorpresa fué inmensa al
ver a Madeleine, que se disponía para abrir la puerta de
la verja, con su sonrisa habitual, con su presencia
elegante y bien dispuesta. Rebosé de alegría, era posible
que hiciera más de una semana que no nos habíamos
visto, y para mi parecía una eternidad. Me puse en pie
para recibirla. Cuatro besos en las mejillas como es
costumbre en Francia, fué lo primero que hicimos.
- Claire, estás guapísima y radiante ¿ Que es lo que has
hecho para que estés así ? - Me preguntó sentándose
frente a mi.

566
- Madeleine tu que tienes tanta intuición - Dije
mirándola con una sonrisa - ¿ Que crees que me ha
podido suceder ?.
- Déjame adivinar - Dijo sin dejar de sonreír y
entornando los ojos - ¡ Has pedido el divorcio !.
- No - Dije negando.
- Pues ... si no es eso ¿ Que puede ser ? ¡ Ah ! te has
enamorado ¿ No ? pero no sé cómo, sin salir de aquí.
- Estás en lo cierto Madeleine.
- ¿ Es verdad que te has enamorado ?.
- Si.
- ¿ Quien es el afortunado ? ¿ Lo conozco yo ?.
- Es posible que si no lo conoces hayas oído hablar de
él.
- Querida, qué intriga, dime por lo menos su nombre,
por si lo conozco.
- Es posible, se llama John Edwars.
- ¿ John Edwars ? - Dijo recapacitando - ¿ No es el
escritor ?.
- Si.
- Pues, hace un año le dieron un premio, por la novela
que escribió ¿ Cómo lo has conocido ?.
- El pasado sábado a la noche, en el poblado de los
nativos.
- ¿ Asististe a la ceremonia que ofrecían los brujos a la
Luna llena ?.
- Si, fui con Yosi. Y John estaba allí. Hacía un reportaje
para el libro que está escribiendo. Y surgió el flechazo
entre los dos.
- Uff. Desde luego, vaya pedazo de hombre que es. No
lo conozco en persona. Vi su fotografía en el periódico

567
hace un año cuando le entregaron este premio. Pero es
más joven que tu ¿ No ? al menos eso me parece.
- Diez años - Dije asintiendo.
- Bueno ¿ Y qué son diez años para el amor ? ¡ Me lo
tienes que presentar !.
- Si desde luego.

Se quedó con el codo derecho apoyado en la


mesa, y el puño cerrado manteniendo la mandíbula. Y
con la mirada risueña, como si estuviera imaginando
algo ¿ Y ? ...
- ¿ Lo sabe Émile ? - Preguntó sin cambiar de postura.
- Si.
- ¿ Y cómo ha reaccionado ?.
- Al principio mal, pero después cambió.
- ¿ Qué ? ¿ Cómo es eso ?.
- Madeleine, es difícil de explicarlo. El más sorprendido
de todos es John. Dice, que no me fíe, que está
escondiendo algo.
- ¿ Algo ? ¿ Que puede ser ? - Dijo cruzando los brazos
y sosteniéndolos encima de la mesa.
- Émile no vive aquí, y quiere que me vaya con él a la
casa que ha alquilado.
- ¿ Émile no es gay ?.
- Si, pero últimamente tiene mucho miedo a quedarse
solo. Es una historia larga ¿ Sabes ?.

Yosi se acercó a la mesa , y preguntó a Madeleine.


- Señora ¿ Le traigo té ? ¿ O prefiere otra cosa ?.
- No voy a tomar nada, gracias - Respondió
amablemente.

568
Yosi regreso a la cocina.
- Claire, he venido por si quieres venir de compras al
centro - Dijo cambiando todo el argumento.
- Ahora después de desayunar iba a ir al Hospital.
- ¡ Ah ! ¿ Cómo está Hugo ?.
- Muy mal, el viernes, el médico lo manda para casa.
- ¿ Viene aquí ?.
- Si y sus padres llegan el sábado. Se van a encontrar
con un problema enorme.
- ¿ Dices que Émile ya no vive aquí ?.
- No, algo de golpe le entró cuando supo que los padres
de Hugo venían.
- Pues ¿ Quien va a mantener esta casa ? - Preguntó
preocupada.
- Hugo sigue recibiendo su salario de la empresa, hasta
ahora. Los gastos corrían entre Émile y Hugo. Pero
Émile ya no se hace cargo. Tiene una casa que pagar.
- ¿ Crees que Hugo se pondrá bien ?.
- No. El médico le ha dado como dos meses de vida.
- ¡ Por Dios ! ¿ Qué vas hacer después ? ¿ De que vas a
vivir ?.
- Ya encontraré una salida. No estoy abrumada por eso,
puedo trabajar. Y ahora que Émile no vive conmigo,
podría empezar en la librería que vosotros me
recomendasteis.
- La directora se quedó esperándote ¿ Lo recuerdas ?.
- Si, pero Émile me lo cortó todo ¿ Podría de nuevo
probar Patrick, para que me aceptaran ?.
- Se lo comentaré a la hora de la comida. Pero aunque
trabajes, con tu sueldo no podrás mantener esta casa
¿ Lo has pensado ?.

569
- Si muy bien, pero hay acontecimientos que no quiero
adelantar hasta que no llegue su momento.
- ¿ A mi tampoco ? ¿ No me dirías este acontecimiento
de que se trata ?.
Miré hacia arriba y sonreí.
- John desea que vivamos en la misma casa, quiere
tenerme a su lado.
- ¿ Ya ? - Dijo extrañada - ¿ Pero si solo hace unos días
que os conocéis ?.
- Si, yo también lo pienso. Pero me ha demostrado que
me quiere.
- ¡ Cielo santo ! Lo suyo es muy fuerte ¿ No ?.
- Aunque sea difícil de creerlo, lo es.
- ¿ Cómo es que John va tan rápido ?.
- De verdad Madeleine que tampoco lo sé yo. Me ha
llevado a su casa. Al restaurante que dirige su madre,
me llevó anoche a cenar. Es un amor de aquellos de
fuego ¿ Sabes ? De aquellos amores sublimes que está
por encima de todo.
- Claire, muchas veces hemos hablado del amor, te he
dicho en varias ocasiones que un día te tendrías que
enamorar. Tu respuesta era siempre la misma que no,
que no confiabas en los hombres. Y ahora de golpe y
porrazo, me doy cuenta, que lo tuyo, ya no tiene vuelta
atrás ¿ Vamos, que estás cogida y bien cogida !.
- Si, también yo estoy convencida. No podría vivir sin
John. Lo quiero con locura. Y sé que su amor es para
siempre.
- ¿ Te das cuenta como no puedo dejarte sola muchos
días ? - Dijo dando carcajadas de alegría.
Yo también reía con ella.

570
Consulté la hora de mi reloj, eran las diez y media.
- Madeleine, tengo que irme al Hospital - Le dije
levantándome del asiento - Perdóname que no estemos
más rato hablando, pero es que pronto será la hora de la
comida, y no me habré ido.
- También yo tengo que irme ¿ Quieres que te deje en la
puerta del Hospital ? - Me propuso.
- Me iría bien, así de esa manera no tengo que esperar el
autobús.
Subí a mi dormitorio para recoger el bolso, y
encontré a Yosi haciendo la habitación. Tenía en la
espalda sujeto por un gran pañuelo a su hijo Moisés. Al
verme entrar me sonrió, con una mirada llena de cariño.
Me acerqué, y le acaricie la cabecita. Seguidamente me
dirigí a Yosi para darle instrucciones de la comida que
iba a ser al mediodía. Y sin más, bajé las escaleras.
Sentada en el coche me esperaba Madeleine.
Rodeé por detrás el vehículo para instalarme en el
asiento de al lado de ella. En el transcurso del trayecto,
Madeleine seguía interesada por saber más detalles de
mi relación con John. Y no le podía decir más de lo que
le había explicado.
Llegamos a la puerta del Hospital, y nos
despedimos con lo habitual, con cuatro besos.

571
37

La puerta de la habitación estaba medio


abierta, sólo empujé un poco para entrar, no sabía cómo
dejarla, si como la encontré o cerrarla. Reconocí la voz
de Hugo, pero algo débil.
- Claire, déjala abierta, se respira mejor.

572
Sonreí mientras lo hacía, y me acercaba a la
cama.
- Hola Hugo ¿ Cómo estás ? - Dije inclinándome para
darle un beso.
- En la cama siempre estoy bien, pero ahora me voy a
levantar y vamos a ir a fuera para hablar - Dijo con su
distinguida sonrisa, todavía maravillosamente bonita.
Lo ayudé a que se pusiera en pie. Su cuerpo parecía
una vara de bambú que se balanceaba de un lado a otro.
Le costaba mantener el cuello derecho, y la cabeza la
tenía echada hacia delante. Cogí un batin fino de color
marfil, que tenía estirado a los pies de la cama, y lo
ayudé a ponérselo.
Salimos de la habitación. Hacía esfuerzos para
mantenerse erguido y llevar los pasos, andábamos,
cogido Hugo de mi brazo. Sentía yo un gran peso, el
peso de alguien que no tiene fuerza, y apoya todo su
cuerpo para poder caminar.
En la sala de visitas, habían dos enfermos más
acompañados de sus familiares, hablaban en inglés. Nos
sentamos enfrente donde no había nadie. Cuando Hugo
se sentó, respiró profundamente cómo si de un anciano
se tratara, cansado y sin fuerzas. Al sentarme yo, me fijé
en Hugo que abría la boca para mostrarme algo.
- Mira Claire lo que me ha salido en la boca.
Miré a donde me señalaba, y vi que por dentro de los
labios, y más adentro, le habían salido manchas de un
rojo vivo. Al hablar, le costaba pronunciar, y lo hacía
con dificultad.
- ¿ Que te ha dicho el médico ? - Le pregunté, aún
sabiendo que era la enfermedad que se lo provocaba.

573
- Dice que todo es de lo mismo. Me molesta mucho y,
apenas puedo comer. Poca hambre que tengo, y luego
esto. Claire ¿ Crees que me pondré pronto bien ? El
viernes me voy para casa, eso es señal de que estoy
mejor ¿ No ?.
Me destrozó por dentro lo que me preguntó.
- Así es Hugo - Le dije, tratando de retener las lágrimas.
El médico sabe más que nosotros, y si ha dicho que
te puedes ir, es porque estás mejorando.
Sonrío, agradeciéndome la respuesta.
- El sábado llegan mis padres. Estoy contento, porque
desde hace cinco años no he visto a mi madre, quiero
estrecharla en mis brazos, y decirle que la quiero.
Seguro que se pondrá a llorar cuando me vea.
- Sí, seguro, son varios años sin veros.
- ¿ Te ha vuelto a llamar ?.
- Quedamos, en que esta noche me llamaría, para quedar
quien iría a recibirlos al aeropuerto.
- Quedamos, en que serías tu ¿ No ?.
- Si, pues no hay nadie más. Si, hay alguien más, y es
John, se ha ofrecido a hacerlo. Pero le he respondido
que no. No, pues Émile ya sabes cómo es, y puede
hacer uno de sus montajes, y hacer de que todo vaya a
peor.
- ¿ Se ha ofrecido John a ir a buscar a mis padres ? -
Preguntó contento, de que había alguien más que se
ocupaba de él.
- Sí, y dice que en lo que pueda ayudar lo hará. Y si
hace falta en algo, que se lo diga.
- Me gusta, no lo conozco y me gusta ¿ Sabe Émile algo
de lo vuestro ?.

574
- Si - Dije afirmando - Y no veas la que me montó por
teléfono. Pero, después, vino a buenas.
- ¿ Dices que vino a buenas ? Pues que mosca le picó.
- John me ha advertido de que no me fíe.
- ¿ Lo conoce ?.
- Si.
- ¿ Y han hablado ?.
- No, todavía no, ni quiero que ocurra, pues sería una
fatalidad, un encuentro indeseable.
- ¿ Tienes miedo de algo ? - Preguntó Hugo con el codo
derecho apoyado en el brazo del sillón.
- Lo tengo por los dos. Émile es muy borde, y John es
cinturón negro de karate.
- Pues, si Émile se mete en pelea es muy malo. Vi una
vez en el trabajo cómo le pegó a un inglés una paliza
porque nos llamó maricones. A punto estuvieron de
echarlo del trabajo. Y tuvo que indemnizar a ese chico,
porque lo llevó a los tribunales, y le pagó la cantidad de
mil dólares ¿ No te lo ha contado ?.
Me horroricé al oírlo.
- Estas cosas jamás me las cuenta. Se calla lo que sabe
que yo no debo oír. Pero mi mayor miedo no es por
John, sino por Émile. Sé que John puede con él, y le
puede hacer mucho daño. Es por eso que quiero evitar el
enfrentamiento.
- Querida, si lo tiene que haber, lo habrá. Es necesario
de que Émile se encuentre con alguien más fuerte que él.
Y piensa que nadie es lo suficientemente más fuerte,
sólo se acuerda de su juventud callejera, y no recuerda,
que ya no tiene veinte años. Claire ¿ Cómo sabes que
John es cinturón negro ?.

575
- Me lo comentó anoche en el teléfono. Está muy
enfadado con Émile. Quiere de una vez acabar esto.
- ¿ Es que ocurre algo ? Algo ha pasado y no me lo
quieres contar.
- ¿ Sabías que Émile ya no vive en casa ?.
- No me ha comentado nada ¿ Desde cuando no vive ?.
- Ayer se llevó lo último que le quedaba.
- ¿ A casa de Paul ? - Preguntó sin malicia.
- A una casa que ha alquilado, con jardín y piscina, y
quiere que yo me vaya a vivir con él.
- ¿ Tu ? ¡ Pero cómo piensa ! Y con sus amigos cuando
vayan a pasar un fin de semana juntos ¿ Donde te meterá
a ti ? Porque los fines de semana cuando nos reuníamos
todos los amigos gays, no teníamos pudor de nada y
hacíamos el amor libre. Cuando Émile recibía en su casa
a estos y a otros amigos, seguían haciendo lo mismo ¿ Y
lo van hacer delante de ti ? Si te ha propuesto eso es
porque no está bien, su cerebro no le funciona.
- Ya tiene mi respuesta y es que no.
- ¿ Cómo se lo ha tomado ?.
- Muy mal. Me ha propuesto, que este sábado vaya a la
inauguración de la casa, dice que va a hacer una
barbacoa.
- ¿ Pero sólo tu y el ? - Preguntó extrañado - Aunque
nada me coge de sorpresa. Te sigue queriendo, pero a su
modo, no puede pasar sin ti, ni sin el hombre.
- Él y yo sólos no, me comentó que también irían
amigos suyos.
- ¿ Y que pintas tu ahí ? ¿ Tu sabes lo que es una fiesta
entre gays ? - Dijo asiendo mi mano, y colocándola
entre las suyas.

576
- No, no se cómo os divertís, aunque creo suponerlo.
- Qué supones, dime a ver si lo sabes.
- Pues ... Que es posible que bebáis bastante, que os
beséis mucho, y muchas más cosas ¿ No ?.
- Si, y estamos todo el tiempo haciendo las locas, es el
desmadre, nuestra manera de divertirnos. También
terminamos muchas veces en pelea, a causa de los celos,
porque uno se ha sobrepasado con el otro ¿ Te das
cuenta ? ¿ Y te quiere meter en medio de todo ese
barullo ? ¿ De toda esa gran locura ?.
- Es posible que el sábado no suceda nada de eso, al
estar yo presente.
Hugo negaba con la cabeza.
- Lo que creo que ocurrirá es, que sus amigos cuando
sepan que tu asistes, que Émile te ha invitado, no irán,
no lo creo. Y sólo estaréis Émile y tu. Esto él también lo
sabe ¿ No estará tratando de engañarte, y te está
diciendo que van sus amigos para que tu vayas, y os
quedéis sólos ?.
- ¡ Cielo ! no creo que Émile me haga esta mala faena,
pues entonces, le odiaría, y es algo que no quiero. Y
acabaría ese día mal, pues tal cómo conozco a John, no
creo que me perdería la pista, estaría muy cerca, por si
lo necesitara de un momento a otro.
Hugo sonrió.
- Tengo ganas de conocer a John ¿ Sabes Claire ? Tal
cómo me hablas de él, me lo imagino un héroe, un
liberador, alguien muy importante, y que es sincero y
fiel ¿ Es así ?.
- Lo conozco desde hace poco, pero es como tu lo estás
describiendo. También es guapo. Y te has olvidado de

577
sus ojos color verde mar ¿ Recuerdas que me
preguntaste de qué color los tenía ?.
Volvió a sonreír, y pude mejor apreciar su sonrisa
tímida.
- El día que me lo presentes, lo primero que haré, será
mirar sus ojos, y recrearme en su color. Ya sólo puedo
disfrutar de las cosas bellas, de mirarlas y nada más. ¿Te
ha besado ? ¿ Os habéis besado ? - Preguntó con
naturalidad, pero con una sonrisa algo pícara.
- ¿ Hugo ? ¿ Porqué me lo preguntas ?.
- Por lo que antes te he dicho, para disfrutar de las cosas
buenas y bellas, no hay nada de malo ¿ Os habéis
besado?.
Moví la cabeza al mismo tiempo qué sonreía.
- Sí, nos hemos besado - Dije con timidez.
Hugo apretó mi mano con las suyas. Sentí que me
estaba transmitiendo su cariño. Sonrió para mirarme, y
esta vez no lo hizo con timidez. Me gustaba de la
manera que ponía la boca para reír. Lo sabía porque un
día se lo comenté, y lo hizo para darme también algo
bello que me gustaba, lo mejor de él.
- Claire ¿ Sabes ? - Dijo con su mirada puesta en la mía,
pendiente de un gesto que yo hiciese - Si volviera a
empezar de nuevo, mediría bien mis pasos, no cometería
tantos errores, por mi manera de ser, me ha llevado a
donde estoy. Sería una persona distinta a la que soy.
- ¿ Quieres decirme que si volvieras a nacer de nuevo no
serías gay ? - Pregunté sin comprender bien lo que quiso
decir.
- No, no es eso. Si volviera a nacer o, a empezarlo todo
de nuevo, sería distinto a cómo soy de carácter, de modo

578
de ser. Por supuesto, que seguiría siendo gay, no estoy
arrepentido de serlo, y si tuviera muchas vidas, me
gustaría seguir siéndolo. Pero no me gusta mi carácter
débil, y sin mucha decisión, siempre me ha faltado
mucho empuje para emprender algo, debido a mis
miedos. Estos miedos los arrastro desde que era un niño.
Si hubiese tenido otra clase de padre, pero nacemos con
lo que nos dan. Ahora, sólo de pensar que a mi padre le
voy a ver dentro de dos días, la inquietud me devora. Ya
estoy pensando - De qué manera se va a meter conmigo
- ¿ Me llamará maricón ?.
Comprendí el trauma que tenía, y no era para menos.
- Hugo, ese miedo que sientes, te lo tienes que quitar.
Estoy segura de que tu padre ha cambiado. No va a
hacer miles de kilómetros, para venir a llamarte
maricón, y hacerte la vida imposible. De todas maneras
yo estaré en casa, y si viera que en algo te faltara, le
llamaría la atención, y le diría, que es un mal hombre, y
un mal padre. Pero estoy segura, que nada de eso va a
suceder. Te lo prometo, me crees ¿ Verdad ?.
Se inclinó hacia mi, y me dio un beso en la mejilla.
- Tenías tu que haber sido mi hermana mayor ¿ Sabes
que a tu lado me siento seguro ? Hasta me parece que
soy alguien importante, porque siento tu fuerza, y
porque estoy seguro que me quieres o, al menos me
aprecias.
Sabía lo que decía.
- Hugo, las dos cosas. Te aprecio, y también siento
cariño hacia ti, eres una persona que se hace de querer.
Volvió a darme otro beso en la mejilla.

579
- Claire ¿ Recuerdas el día que fui a buscarte al
aeropuerto ?.
- Si, lo recuerdo muy bien, jamás lo podré olvidar - Dije
lanzando una débil carcajada - Me preguntaba - ¿ Y este,
de donde ha salido ? ¿ Qué hace aquí ?.
- Lo supongo, yo también pensaba lo mismo de ti ¿ Esta
mujer porqué se ha entrometido en nuestras vidas ? ¿No
era mejor que se hubiese quedado en París ?.
En el coche cuando me ibas haciendo tantas
preguntas - ¿ Que si tenía novia ? ¿Que quien era yo ?
- Pensaba - Qué pesada - ¿ No se puede callar un rato ?
¿ Te hice mucho daño verdad Claire ?.
- Al principio si, mucho. Pero cuando supe de que Émile
era gay, todo cambió, porque si no eras tu, hubiese sido
otro. Hugo, tu me ayudaste aunque así no lo creas, y te
lo he estado agradeciendo en el alma.
- Te estás refiriendo a John ¿ No es cierto ?.
- Así es. Si tu no hubieses existido en la vida de Émile,
y que hubiera hecho sus salidas por otro lado, como
hacía en París, estoy segura que John no hubiese
aparecido en mi vida. Y John es, lo más bonito y lo
mejor que me ha pasado. Estoy viviendo en una nube. Y
hay veces que pienso - ¿ Y si lo nuestro se rompiera ? -
También yo tengo temores, todos los seres humanos los
tenemos.
Hugo llevó mi mano a su boca, y la besó.
- Claire, quiero decirte que he aprendido mucho a tu
lado, también me has ayudado infinidad de veces. Has
tenido conmigo una paciencia enorme. Te has visto
involucrada en mis líos con Émile. Y te quiero dar las

580
gracias. Has sido para mi esa hermana mayor que yo
siempre he querido tener.
- Dios sabe, que todo lo que he hecho por ti ha sido de
corazón, y lo seguiré haciendo, puedes estar seguro.
- Lo sé, y puedo decir muy alto para que se me oiga, que
no tenías porqué, puesto que yo era el que ocupaba el
corazón de el hombre que tu amabas. Rompí todos tus
esquemas, todos tus proyectos de futuro con Émile. Pero
no hay mal, que por bien no venga. Lo he podido
comprobar.
Moví la cabeza afirmando.
- Tienes razón Hugo. Ya te he dicho antes, que gracias a
ti, John ocupa mi vida, y todo lo que conlleva con ella.
Quiere luchar por mi amor, por nuestro amor. Está
decidido a todo, para que un día nos casemos.
Hugo sonrió, como si estuviera soñando, y
que esto le estuviera sucediendo a él.
- Me gusta John - Dijo, mirándome fijamente - Me estoy
imaginando que un hombre hubiese luchado lo mismo
por mi ¿ Crees que estoy en lo cierto ?.
Me encogí de hombros.
- El mundo de los gays tus lo conoces mejor que yo, y a
esto que me preguntas, no te puedo responder. Sé que
hay mucho cariño y amor entre vosotros, pero no sé,
hasta donde podéis llegar para mantener vuestro amor.
- Yo si que hubiera luchado hasta el final. Lo estuve
haciendo para mantener a Émile conmigo. Lo quise
apartar de ti, y lo conseguí, hasta cierto punto. Tu sólo
has visto las veces que me ha pegado. Pero de
madrugada en nuestra alcoba, he recibido más de dos y

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tres bofetadas, por hablarle de ti, y decirle - Que no le
querías - No lo soportaba, y me pegaba.
Sonreí, apretando las manos de Hugo.
- Le decías la verdad, es cierto que no lo quiero.
- Si, pero yo lo hacía para que no pensara en ti, y
estuviera su mente más tiempo conmigo, necesitaba sus
atenciones, las que antes de que tu vinieras tenía.
- Cuando vine a Johannesburgo ¿ Se portaba distinto
contigo ?.
- Sí, tu ocupabas mucho espacio en sus pensamientos y
en su corazón ¿ Porqué lo voy a negar ? Eso hacía que
me volviera loco, y que perdiera el control de mi mismo.
Le decía palabras fuertes, muy fuertes. Porque tu eras la
fuente de mis celos. Figúrate hasta donde llegaba, que
no dormía, y me hacía el dormido, por si se levantaba y
subía las escaleras para ir a tu dormitorio.
Lo escuchaba atónita.
- ¿ Porqué llegaste a esos términos ?.
- Porque una noche, nos la pasamos hablando de él y de
ti. Le preguntaba si te quería. Y me respondía a medias,
para no crear más celos en mi.
- ¿ Y que te decía ? - Pregunté, no porque estuviera
interesada en saber si Émile me quería, sino para ver los
sentimientos que tenía en aquellos momentos hacia mi.
- Lo quieres saber, y te lo diré Claire. No me decía
exáctamente que te quería, sino que eras su esposa, y
tenía un deber contigo. Para mi eso era amor, y no me
fiaba de él. Tampoco quería que tuviéramos relaciones,
pues decía, que tu estabas en el piso de arriba y nos
podías oír - Yo le comentaba enfadado - ¡ Pues, si Claire
sabe que somos gays, y que somos una pareja y

582
compartimos la misma cama ! - Sí pero no quiero -
¿Porqué no quieres ? - Le preguntaba yo - Por respeto a
ella - Me decía - Entonces fué cuando empezó a salir de
noche, iba a casa de Paul. Habíamos sido amigos antes,
y el resto ya lo conoces.
- Gracias Hugo - Le dije manteniendo una sonrisa.
- Gracias ¿ Porqué ?.
- Por ser tan sincero, y porqué somos amigos.
- Siempre seremos amigos, hasta el final - Dijo con
sinceridad. Y apretaba mi mano dándome cariño.
Lo observaba cómo estaba deteriorado. Los huesos de
la mandíbula, y las mejillas, estaban casi al descubierto,
los ojos dos agujeros hundidos, el color de su tez era
pálido. Me fijé en sus manos huesudas y alargadas. Y
aún así, tenía las facciones bellas. Su sonrisa era lo que
más me gustaba de Hugo. Estoy segura que sabía que la
tenía bonita y provocadora y era por eso que a mi, me la
escondía. Jamás se lo llegué a preguntar, pues, me
hubiera parecido entrar en lo más íntimo de su
personalidad.
- ¿ Estás preparado ? - Le pregunté.
- ¿ Preparado para qué ? - Dijo, sin comprender la
pregunta.
- Para recibir a tus padres.
- Sobre todo para recibir a mi madre. Claire ¿ Crees que
me encontrará mal ? Sé que he adelgazado mucho, pero
cuando llegue a casa comeré lo bastante hasta ponerme
mejor porque es mi madre quien me va a hacer la
comida, y engordaré, recuperaré los kilos que he
perdido. Y cuando esté bien, me iré a París, no pienso
quedarme aquí. Pues aquí, nada me retiene. Émile ya no

583
significa nada para mi. Estoy seguro que después,
vendrá detrás de mi para que lo perdone, pero luego será
demasiado tarde. Porque no podrá remediar con
palabras, el daño que me ha hecho ... Claire ¿ Crees que
seguirán llamándome de la radio y la televisión ? Aquí
no recibo ninguna comunicación, porque estoy en el
Hospital.
También como iba con la conversación, y de
pronto, todo cambió en su mente. Traté de contenerme
las lágrimas, para que no me viera llorar. Aún seguía
con la idea de que le habían llamado de la radio y la
televisión para que hablara, pero nunca me dijo sobre
qué tema. El tampoco lo sabía.
- Supongo que si Hugo - Respondí, por decirle algo.
- Claire, un día me verás en la televisión, y me oirás por
la radio.
- Claro que si Hugo. También yo tengo ganas de que ese
día llegue. Estaré contenta de verte y de oírte.
Se quedó mirando a un punto vacío,
imaginándose cómo sería.
Se me encogió el alma de pensar, que le
quedaba poco tiempo de vida. Le miraba porque lo
quería recordar, aunque su físico ya no fuera el mismo.
Una enfermera hizo su presencia en la sala de visitas,
anunciando a los enfermos que estaban acompañados de
sus familiares - Que la comida la tenían servida en el
comedor, y que tenían que ir al instante.
Acompañé a Hugo hasta el comedor, y me quedé a su
lado, para ver que comía.
Destapé los dos platos principales para ver que
contenían. El aroma sabroso del primer plato, hizo que

584
me entrara apetito. Era puré de guisantes, muy bien
cocinados. Hugo los miró, e hizo un gesto con la boca
de poco agrado.
Destapé el segundo plato, y me encontré con un
entrecot, acompañado de patatas fritas. Era muy buena
comida la que daban en el Hospital. Hugo no tenía
apetito y la comida no le entraba. Dejó a un lado el puré
de guisantes con la excusa de que estaba caliente, y pasó
al entrecot. Lo fué comiendo despacio, y sin mucho
apetito, le costaba trabajo masticar y tragar, se esforzaba
todo lo que podía. Pero me di cuenta que lo hacía
porque yo estaba junto a él, y se sentía vigilado.
Cuando acabó de comerse el postre, flan, lo
acompañé a su habitación, y se quiso quedar sentado en
la butaca. Nos despedimos hasta el viernes, que era
cuando la ambulancia lo llevaría a casa. Se quedó
contento a que llegara ese día.

38

Al llegar a casa y al abrir la puerta de la


verja, me sorprendió ver a Émile sentado en un sillón en
el porche, me estaba esperando - ¿ Qué querrá ahora ? -
Pensé. Al darme la vuelta para entrar en el caminillo, él
venía a mi encuentro. Había cambiado de manera de
vestirse, por otra más elegante o, más clásica. Un traje

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color tabaco, una camisa a rayas blancas y azules, y
corbata color gris marengo. Zapatos marrones y
brillantes, acabados de limpiar.
Reconozco que estaba atractivo. Pero su visita no me
hacía ni pizca de gracia. Llegó a mi, antes que yo
alcanzara el porche, y sin más, me asió de los brazos,
dejándomelos casi inmovilizados, y una sonrisa que le
llegaba de oreja a oreja.
Esperé para que hablara.
- Claire, estoy contento de verte. Sé que vienes del
Hospital, me lo ha mencionado Yosi cuando le he
preguntado por ti.
- También estoy yo contenta de verte - Dije,
moviéndome para que me dejara los brazos libres - ¿ A
qué has venido ? ¿ No tenías que estar en tu trabajo ?.
- Si, pero había pedido que me dieran tres días libres,
que con el sábado y el domingo se me hacen cinco ¿ Te
gusta el traje que me he comprado ? - Dijo soltándome
los brazos, sin dejar de mirar sus manos cómo se
separaban de ellos - Está recién salido de la tienda ¿ Te
gusta ? Lo he hecho por ti.
- ¿ Por mi dices ? - Dije andando hasta el porche.
- Sí, te gusta el hombre que viste clásico - Respondió,
caminando a mi lado - Y a partir de ahora te quiero
complacer en todo.
- ¿ Porqué ? - Dije sentándome en uno de los sillones, y
Émile enfrente de mi - ¿ A qué viene eso ahora ? Dime
para qué has venido.
Su sonrisa de dientes blancos y limpios había
cambiado.

586
- No soy bien recibido ¿ Verdad ? Y yo que venía
contento para sacarte de todos tus apuros.
- ¿ Me ves apurada ? - Dije, con los codos apoyados en
la mesa, y las manos cruzadas sosteniendo la barbilla, y
la mirada fija en él.
Movió la cabeza afirmando.
- Me necesitas - Dijo convencido - Soy tu marido, y el
que también tengo que mantenerte, todo lo demás es
pasajero.
- ¿ Y que es lo que tienes previsto para mi ? - Dije con
ironía, que él percató.
- Claire, tienes que ser razonable, y ver las cosas como
son. Tu tienes treinta y siete años, y ese tal John diez
menos que tu. Cuando consuma lo que quiere, lo que
busca, te dejará, y después ¿ Qué ?.
- ¿ Me dejará tirada como tu lo hiciste ? ¿ Te estás
refiriendo a eso ?.
Sonrió ligeramente, y después se puso serio.
- He venido para llevarme tus cosas a la otra casa - Dijo
en seco, afirmándolo rotundamente.
- Nada que sea mío saldrá de aquí, dije poniendo las
palmas de las manos encima de la mesa.
- Te aferras ¿ Eh ? ¿ Porqué siempre has tenido que
hacer que yo pierda la paciencia ? ¿ Desde cuando has
dudado de mi ?.
- Desde que supe que me engañabas con hombres
¿Cómo quieres que ahora yo te crea ? Ya jamás te podré
creer. Y te pido que guardes tus opiniones sobre mi, y a
John lo que se refiere ¡ No me atosigues más con tus
relatos que no van a ninguna parte !.
Se puso en pie, y me señaló con el índice.

587
- No será fácil de que te liberes de mi. Pues, no puedes
casarte con John, porque lo estás conmigo. Y tampoco
es fácil de que pidas el divorcio, puesto que estamos
muy lejos de Francia, así es que piénsatelo bien antes de
que cometas un grave error.
También me puse en pie, dispuesta a despedirlo.
- Émile, no te entrometas más en mi vida.
- Y si no ¿ Qué ? Soy tu marido, y quiero que vivas
donde yo ¿ Hay algo de malo en eso ?.
Se oyó el teléfono sonar, y a la tercera, Yosi lo cogió.
Oía cómo hablaba con alguien, pero seguidamente cortó.
- Será tu amigo - Dijo Émile, con la voz ronca - Todo
terminará cuando yo le eche el guante ¡ Niñato de papá
que todo se lo dan hecho !.
Estaba muy equivocado.
- Si lo conocieras no hablarías así de él. Ha llegado a
donde está, por sus propios méritos.
Se enfadó, y creí que se volvía loco.
- ¡ Qué méritos puede tener, un pobre marioneta, que
viste y tiene porte de un narciso ! ¡ Que tiene una
melena que le llega a la mitad de la espalda, atada igual
que una mujer ! ¡ Ese es más maricón que yo ! ¿ Lo has
oído ? ¿Desde cuando te gustan los maricas ? ¿ No me
tienes a mi ?.
Puse las palmas de mis manos en las orejas para no
oírlo. Me negaba a seguir oyéndolo hablar.
- ¿ No te interesa oír lo que pienso de tu delicada flor ? -
Repuso con guasa, haciendo los gestos femeninos -
¿Tienes miedo a que dañe su imagen ?.

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- ¡ Basta ! - Grité, sin quitarme las manos de las orejas -
Eres ridículo, torpe y tonto ¿ Quieres que siga hablando
de ti todo lo que pienso ? ¿ Lo quieres oír todo ?.
- ¡ Vamos despelótate ! - Replicó haciendo un ademán
con las manos para que avanzara hacia él - ¡ No te
reprimas !.
- ¡ No quiero seguir hablando contigo ! ¡ Me niego ! -
Dije avanzando unos pasos para entrar en la casa. Al
mismo tiempo que Émile ponía la mano delante de la
puerta para no dejarme entrar.
- Émile, por favor te lo pido - Dije manifestando
paciencia - ¿ No eres gay ? ¿ Que es lo que quieres de
mi ?.
- Que vengas conmigo - Dijo más calmado - No llevaré
a casa a ningún amigo, te lo prometo, ni tampoco te
pediré que compartas el dormitorio. Tengo reservado
uno que es el mejor para ti ¿ Que quieres más ?.
- Quiero que me dejes en paz, y que no me atosigues
¡ Déjame por una vez de que sea feliz ! ¡ Te lo pido por
favor !.
Ocurrió lo que yo temía.
Delante de la puerta, acababa de pararse un coche.
Hice un recorrido rápido con la mirada, y mis ojos se
agrandaron al descubrir que se trataba del descapotable
rojo. Advertí, que Émile con todo el enfado que
teníamos, no lo había oído. Yo trataba de disimular, y
así me anuncié.
- Necesito entrar en la casa, pues tengo hambre
¿ Quieres tomar algo ? ¿ O comer ? - Le propuse.
Reflexionó unos instantes, pensando, qué era lo que
estaba ocurriendo.

589
- Comeré contigo - Dijo - De esa manera podremos
seguir hablando, creo que llegaremos a un acuerdo.
Siempre hemos llegado ¿ Porqué ahora no ?.
No dije nada y entré, pero me quedé un poco
atrás, para echar una ojeada fuera.
John había salido del coche, y se había quedado
apoyado en el lateral, con los brazos cruzados, y
mirando hacia la casa. Nos vimos de refilón. Entré
directamente a la cocina, para preparar la mesa, pero
Yosi ya lo había hecho, sólo quedaba poner comida en
los platos. La puerta del aseo de abajo se oyó como se
abría, y seguidamente se cerraba. Era Émile que había
entrado. Yosi se acercó más a mi y me dijo en voz baja.
- Ha llamado el señor Edwars preguntando por usted.
- ¿ Qué le has dicho ?.
- Que estaba su marido, y que estaban hablando en el
porche.
- ¿ Te dijo algo más ?.
- Nada, sólo gracias, y seguidamente colgó.
- Está fuera - Le indiqué bajando la voz.
- Si señora, lo he visto.
- Cuando mi marido y yo estemos comiendo, acércate a
la verja, y dile que se vaya, y que vuelva cuando el
coche de mi marido no esté.
- Así lo haré, pero no me va a escuchar, está enamorado,
y sólo escucha el dictamen de su corazón.
- Yosi, estoy de acuerdo contigo. Pero pídeselo por
favor.
- Haré lo que usted me ha dicho, pero sé que le va a dar
igual.

590
Se oyó de nuevo la puerta del aseo cómo se abría y
se cerraba. Yosi salió por la puerta de la cocina al jardín,
yo me dispuse a poner los platos con comida sobre la
mesa, para Émile y para mi.
Émile se sentó en el lugar que ocupaba siempre, y yo
en el mío o sea enfrente.
- Tengo hambre - Dijo desdoblando la servilleta, y
mirando el plato con deseos de comer.
No respondí, pues no sabía que decirle, la garganta la
tenía seca, y la voz me había cambiado. Émile para estas
cosas era bastante perspicaz, y me hubiese preguntado -
Porqué de mi nerviosismo. Bebí un trago de cerveza
fresca de un vaso, y me aclaré la voz. Empezaba a cortar
la carne, y Émile me preguntó.
- ¿ Te ocurre algo ?.
- ¿ Eh ?.
- Que, que te pasa ¿ Porqué no hablas ?.
- ¿ Qué quieres que diga ? estoy comiendo.
- Si claro - Dijo llevándose un trozo de carne con el
tenedor a la boca.
Oí pasos de Yosi, cerca de la puerta trasera que
regresaba de haber hablado con John. Hubiese dado en
ese instante lo que fuera, solo por saber su respuesta.
Tampoco Yosi entró en la cocina, sus pasos se dirigían a
la vivienda que tenía. Su hijo Moisés dormía en esos
momentos.
Deseé que John hubiese escuchado lo que Yosi le
dijo, pero no las tenía todas conmigo. John tampoco
cedía a lo que se refería a mi. Me puse tan nerviosa, que
el tenedor se me cayó al suelo, armando un gran

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estampido. Émile levantó la vista y me miró y reaccionó
poniéndose en pie.
- Ahora te traigo otro - Dijo agachándose y cogiendo el
tenedor que había caído al suelo.
Seguía muda, no me salían las palabras de mi boca.
Mi vista seguía los gestos de Émile, y lo miraba
cómo se volvía a sentar, ofreciéndome un tenedor
limpio. Me miró de cara, fijamente.
Le di las gracias.
- ¿ Sigues enfadada conmigo ? - Me preguntó.
Negué con la cabeza, y sentí, que por mis
ojos resbalaban dos lágrimas. No las podía evitar, y
dentro de mi sentía mucha rabia de no saber dominarme.
- No es nada - Dije quitándome las lágrimas con las
yemas de los dedos.
- Claire.
- ¿ Eh ?.
- ¿ Quieres mucho a John ?.
Me quedé sin saber que decirle, por miedo.
Siguió haciéndome la misma pregunta - ¿ Quieres a
John?.
- Émile hemos hablado antes, de que no tienes que
meterte en mi vida, ni preguntar por mis sentimientos.
Lo tienes que respetar, como yo respeto lo tuyo.
- De acuerdo - Dijo levantando las palmas de las manos
por la altura de los hombros - Sólo quiero saber si lo
quieres ¿ Lo quieres ?.
Ya no pude más y ...
- ¿ Quieres tu a Hugo ? ¿ Quieres a Paul ? ¿ Quieres a
tus otros amigos que no conozco ? ¡ Respóndeme ! ¿
Los quieres ?.

592
- Sí los quiero, y no me avergüenzo de decírtelo.
- ¿ Los quieres con deseo y con amor ?.
Se rió, dejando oír una ligera carcajada.
- ¿ A qué viene eso ahora ? - Preguntó como si nada.
- A lo mismo Émile, a lo mismo. Si tu me preguntas yo
te voy a preguntar ¿ De acuerdo ? A partir de ahora
vamos a ir así. Por que no pienso responderte a nada.
- Está bien, me has respondido - Dijo inclinándose hacia
delante para mirarme de más cerca.
Los deseos de que llegara el sábado eran grandes.
Con los padres de Hugo en casa Émile no vendría, o
quizá si, cuando ellos no estuvieran, y salieran por
alguna razón.
Me puse en pie, sin haberme acabado el plato, no
podía seguir comiendo, el nudo que tenía en la garganta
no me dejaba tragar. Como no quería llamar la atención
de Émile, me quedé apoyada en el larguero de la puerta
trasera. Me echó una ojeada, y siguió comiendo.
Necesitaba saber si John seguía delante de la casa.
Miré a Émile y vi que comía con apetito, y aproveché
sólo un minuto para salir fuera y mirar rápidamente. Fué
el tiempo suficiente para ver el cabezal del descapotable
rojo que seguía en el mismo lugar. A John no lo vi, por
que fué todo muy rápido. Volví sobre mis pasos, y me
quedé de nuevo en donde estaba. Tenía la espalda y la
cabeza apoyada reposando, con los ojos cerrados en el
larguero de la puerta. Pensaba en el problema que tenía
delante, y sin saber cómo podría resolverlo. La voz de
Émile hizo que abriera los ojos, y lo mirara.
- ¿ Porqué no vienes a comer ?.

593
Sin ganas y lentamente me acerqué hasta la
mesa y me senté. Cogí el tenedor y escarbé en el plato
los restos de trozos de carne guisada, con zanahorias y
guisantes. Émile miraba lo que hacía, era consciente de
que me estaba observando - Pensé - ¿ Porqué lo tengo
delante de mi comiendo ? - Me quiere fastidiar a fondo,
sabe que me está fastidiando, y que me está molestando,
y está disfrutando como un bellaco, de verme como lo
estoy pasando mal.
Me volví a poner en pie, y me quedé quieta
mirándolo sin saber qué decirle, la inquietud que tenía
por dentro me estaba devorando. Y de inmediato me
vino una idea, y le dije.
- Tengo que subir a mi dormitorio.
Émile quitó los ojos del plato para mirarme.
- Sube - Dijo, y siguió comiendo.
Al instante me sentí liberada de su presencia, y
cuando iba subiendo las escaleras respiré profunda-
mente. Entré en mi dormitorio y cerré la puerta. Me
dirigí a la ventana, y me puse delante para que John me
viera. Pues, mi idea era de hacerle una señal para que se
fuera. Me estaba imaginando el encuentro que tendría
cuando Émile se quisiera ir de casa, se tenían que ver
cara a cara, era obligado, al estar el coche de John
parado a dos metros del de Émile.
John seguía en el mismo lugar que se había quedado,
junto al descapotable. Sus ojos miraban toda la casa, y
de pronto se encontró conmigo mirándole por la
ventana. Su cuerpo esbelto se aceleró y avanzó varios
pasos hasta ponerse junto a la verja.

594
Le hice un gesto con las manos para que se fuera, al
mismo tiempo que le lanzaba dos besos. Pegó su cuerpo
a un más a la verja y con la cara levantada y mirándome
fijamente, en voz alta dijo.
- ¡ Baja Claire ! Necesito hablar contigo.
Yo le marqué silencio bajando las manos. John negó
con la cabeza. Y volvió a repetirme con la voz aún más
alta.
- Claire, quiero hablar contigo, tengo que verte de más
cerca ¿ Puedo entrar ?.
- ¡ No ! exclamé agitando las dos manos a la vez.
- Pues, baja tu - Dijo con un ademán de darle todo igual.
Émile seguramente que nos había oído, me puse a
temblar. Me fui de la ventana, y me dirigí a la puerta
para salir del dormitorio y al instante de abrirla, me di
de cara con Émile. Con el semblante serio, grave, con la
mirada rígida y penetrante, me quedé helada y sin
poderme mover, sin poder apartar mis ojos de los suyos.
De súbito, me apartó a un lado con su gruesa y fuerte
mano. Y en dos zancadas se había puesto en la ventana.
No sabía como reaccionar y me puse a bajar
rápidamente las escaleras. Atravesé el salón, y al llegar
al porche, miré en dirección a la verja. John seguía de
pie mirando a la ventana, y oí la voz de Émile que le
decía desafiándolo.
- ¡ Entra que ya tengo ganas de pillarte ! ¡ Excremento !.
¡ Basura !.

Aligeré por el caminillo para llegar hasta la verja.


John sólo me miraba a mi, y parecía más tranquilo

595
cuando me vio cerca. Fué él quien abrió la verja, y al
acercarme cogió mi mano y me saco fuera.
Rápidamente eché una mirada a la ventana, pero
Émile no estaba. Pensé, que serían cuestión de segundos
para que llegara a donde estábamos. Apreté con fuerza
las manos de John, y le supliqué.
- ¡ Vete rápidamente de aquí ! ¡ Émile está enloquecido !
¡ Vete antes de que ocurra algo !.
- Claire, cálmate y no tengas miedo - Me decía con
suavidad.
Advertí la presencia de Salomón que desde el jardín
miraba la verja, donde fuera estábamos John y yo, y
también al mismo tiempo observaba la entrada a la casa,
por donde tenía que salir Émile.
Mi desesperación iba en aumento. Y decidí llevarme
a John a su coche, y que nos fuéramos de allí hasta que
Émile se calmara. Era ridículo lo que pensaba - ¿ Cómo
Émile se iba a calmar, si tenía ya ganas de emprender
una pelea con John ? Una pelea que no tuviera fin.
Mis ojos se agrandaron al ver a Émile que salía de la
casa sin chaqueta, y sin corbata, y con las mangas de la
camisa arremangadas por encima de los codos. Lo vi
dispuesto a todo, y dando grandes zancadas para llegar a
la verja, al mismo tiempo que decía gritando.
- ¡ Claire entra dentro de la casa ! ¿ Me oyes ? ¡ Entra
dentro !.
John se acercó a mi mejilla, y rozándola con sus
labios me dijo por lo bajo.
- Haz lo que te dice, entra en la casa, y no tengas miedo
¿ De acuerdo ?.

596
No me dio tiempo a decir nada. Pues Émile había
llegado a la verja, y me di de cara con él, estaba blanco,
la boca rígida, y la mirada seca. Sus pupilas se clavaron
en las mías, de tal modo que me horroricé. Y con voz
seca y áspera me volvió a repetir.
- ¡ Te he dicho que entres en la casa !.
Recordé las palabras de John e hice lo correcto.
Caminaba a prisa por el caminillo, no quería volver
la vista atrás, no quería presenciar algo que me marcara
- Pensé - Es posible que no tengan ninguna clase de
lucha, y que solo dialoguen porque Émile también sabía
medir el cuerpo de su adversario, y según lo veía, así
reaccionaba.
Salomón seguía en el mismo lugar, en el medio del
jardín. No advirtió que yo pasaba cerca, su mirada la
tenía puesta en la verja esperando ver qué pasaba.
Al llegar al porche, no resistí más, y me di la vuelta,
y miré, con los ojos llorosos, mi corazón palpitaba lleno
de rabia y de impotencia - ¿ Porqué me iba a dejar
avasallar por Émile ? Él hacia de su vida lo que quería,
lo que le venía en gana, sin mirar si me causaba daño.
Émile y John hablaban, aunque Émile se estaba
mostrando gallo, no trataba de iniciar nada en contra de
John, pues John era más civilizado, y quería llevar ese
duelo a un buen término.
La indignación que sentí colmó todas las barreras,
pues, habían dos hombres que disputaban mi destino, mi
cariño, y mi amor. Y yo estaba haciendo lo que el uno y
el otro me decían.
Volví sobre mis pasos, con un coraje y furia que
nadie era capaz de calmar. Llegué hasta la verja, la

597
puerta se había quedado abierta. Las palabras de Émile
resonaron en mi mente, cuando oí que le decía a John
con descaro y rigidez - ¡ No te acerques más a mi mujer,
porque de lo contrario te las verás conmigo !.
Se me alteraron los nervios y no me pude
callar. Me acerqué a ellos y con rabia le dije a Émile.
- ¡ Eres tu quien no tienes que acercarte más a mi, y que
me dejes tranquila ! ¿ Me estás oyendo ? - Dije con voz
aplastante, y cogiéndole por la manga de la camisa.
Émile se quedó parado y sin reaccionar, me miraba
como si estuviera viendo a un fantasma.
John por el contrario me observaba con una sonrisa,
él, estaba tranquilo no había perdido los nervios. Antes
de que Émile reaccionara le volví a decir.
- ¡ Coge lo que tengas en esta casa y vete ! ¡ No quiero
volver a verte nunca más !.
Émile tardó en responder, pero al final dijo.
- Te recuerdo, que si quiero vivir en esta casa, vivo.
- Está bien - Le dije con el mismo coraje - ¡ Quédate,
pero yo me voy ! no quiero estar ni un sólo minuto más,
a tu lado ! ¡ Ya no trago más, todas tus mentiras !.
Émile se vio ridiculizado ante la presencia
de John. Los humos que tenía se le vinieron abajo, el
hombre macho que quería aparentar, se derrumbó, y no
podía ni siquiera mirar a John a la cara, sentía vergüenza
de que yo le hubiese hablado del modo que lo hice. No
había otra manera de hacerlo. No quería pasarme el
resto de mi vida estando vigilada y perseguida por él.
Sin mediar palabra, entró en la casa, y a los
cinco minutos volvió a salir, con la chaqueta y la
corbata en la mano. Se dirigió al coche, abrió la puerta y

598
entró. Antes de arrancar, me echó una mirada, pero no
era de odio. Sino de derrota, y de agotamiento. Yo le
mantuve la mirada firme, y serena.
Seguí con mi vista el coche como se alejaba.
La mirada de John y la mía se encontraron. Tanto él
como yo nos sentíamos aliviados, del pesar que desde
hacía días nos venía haciendo daño.
- ¿ Cómo te encuentras ? - Me preguntó.
- Mejor, mucho mejor. Al fin me he podido quitar una
espina que me molestaba.
- ¿ Necesitas estar ahora sola ?.
- No es necesario, necesito salir y hablar, no estoy triste
por nada, sino todo lo contrario, me siento liberada
después de tantos años.
- ¿ Has pensado a donde quieres qué vayamos ?.
- Sí.
- ¿ Donde ? - Preguntó compartiendo mi entusiasmo.
- ¿ No tenías que hacer de profesor de inglés para mi ?.
John movió la cabeza afirmando, al mismo
tiempo que se reía.
- ¿ Estás preparada para que empecemos hoy ?.
- Hoy por seguro que no, pero podemos empezar otro
día, quiero estar contigo pero no aquí.
- Iremos donde tu quieras.
Desviándose del tema porque le
preocupaba, y para él no había nada en claro me
preguntó.
- Claire, el viernes tiene que volver Émile aquí, con
Hugo ¿ No es cierto ?.
Lo miré pensando unos instantes en la cuestión.

599
- Si, así es, es Émile quien vendrá en la ambulancia
acompañándole.
- Pues, tu le has prohibido que entre en la casa ¿ Te vas
a quedar un día tu sóla cuidando de Hugo ?.
Tenía razón, me lo advertía porque se preocupa por
mi. No quería que pasara un mal rato, que no tuviera un
problema, parecía el ángel de mi guarda.

- Cuando llegue el viernes y Émile venga con Hugo en


la ambulancia, ya veremos que pasa - Le dije sin darle
importancia, para que no se preocupara.
Movió la cabeza en señal de aceptación.

- ¿ Estás decidida a que vayamos a mi casa ?.


- Si, voy a darle instrucciones a Yosi para esta noche.
Me cogió la mano y me retuvo.
- Me gustaría que esta noche cenáramos en mi casa
¿ Que te parece ?.

Nos miramos detenidamente. Y cuando John clavaba


sus ojos verdes mar en los míos, corría por todo mi
cuerpo un fluido de energía que me era difícil de
controlar. Pero John lo apercibía, y me miraba aún con
más pasión.
- Creo, que es buena idea - Dije manteniendo nuestras
miradas, y notando en mi mano, la calor de la suya.
Me soltó la mano, y entré en la casa.
A Yosi la encontré en la parte trasera de la casa.
Estaba con su hijo Moisés a los pies del árbol que daba
mangos. Yosi cogía los que su hijo le iba dando del

600
suelo, y los iba colocando en el hueco de su delantal, me
acerqué.

- Yosi, no me prepares nada para cenar esta noche,


porque cenaré con el señor Edwars ¿ De acuerdo ?.
- Si señora ¿ Mañana estará aquí para el desayuno ?.
Al momento no comprendí lo que me quiso
decir, pero treinta segundos después reaccioné.

- Por supuesto Yosi, estaré para el desayuno, pues, esta


noche duermo aquí en casa ¿ A donde voy a dormir?.
Yosi sonrió, y agachó la cabeza mirando al
suelo.
- Es demasiado pronto ¿ Sabes ? Para lo que estás
pensando. El señor Edwars y yo, sólo somos amigos,
nos estamos conociendo.

- Perdone que me haya entrometido en lo que no me


importa. Es que sólo quería saber si le preparaba el
desayuno.
- No has hecho nada malo Yosi - Le dije para que no se
preocupara, puesto que se había sonrojado.
- Si viene su marido y pregunta por usted ¿ Qué le
digo?- Dijo mirándome de frente.

- No va a venir, pero si viniera le dices la verdad.


Moisés se había quedado con un mango
entre las manos, y esperaba a que su madre lo cogiera.
Lo miré sonriendo, pero él se quedó cómo estaba, con su
mirada abierta y brillante fija en la mía.

601
Entré en la casa por la puerta trasera, y fui
directamente a mi dormitorio, tenía que arreglar un poco
mis cabellos, ponerme uno de mis perfumes, carmín en
los labios, y también coger mi bolso.
Antes de salir del dormitorio, miré por la ventana,
quería ver donde se encontraba John. Lo vi apoyado en
su coche. Esbelto, parecido a una espiga de trigo
plantado en la tierra. Me había enamorado, más de lo
que yo podía imaginarme. Recordé en ese instante las
palabras de Madeleine, que una noche me dijo al venir a
visitarme - Te vas a enamorar de nuevo, porque te lo
mereces - Yo no la creí. Y las dos nos reímos.

Madeleine tenía en todo más experiencia que yo,


también, tenía quizá, quince años más. Pero no era solo
eso, había sufrido y vivido mucho en los campos de
concentración. Era de ahí de donde le venía su sabia
experiencia.
No quise más hacer esperar a John, y salí del
dormitorio cerrando la puerta con el pestillo.
En el porche, al lado del sillón donde yo me sentaba,
Diana dormía estirada, al pasar por su lado, levantó la
cabeza y me miró, y seguidamente se quedó cómo
estaba.

39

Al salir de la verja y cerrarla tras de mi, John


se puso derecho mirándome con una sonrisa abierta. Me

602
esperaba con la puerta del coche abierta, por el lado que
yo tenía que entrar. Ya instalada, él se puso al volante, y
salimos en dirección a su casa.
Me iba echando miradas para comprobar que
me encontraba bien. Con su mano derecha cogió la mía
izquierda.

- John, estoy bien - Dije mirándolo con una sonrisa.


- Tengo ganas de que todo esto acabe, de que seas
totalmente libre, y si no nos pudiésemos casar por los
problemas que Émile pueda presentar, no importa, lo
que vale es que tu y yo estemos juntos, que nos
despertemos todos los días en la cama, y que yo te
pueda besar, y dándote los buenos días.
Era una prenda de hombre. Los prejuicios
que yo tenía por la diferencia de edad, iba acabando con
ellos, los iba exterminando, pero despacio, aún
quedaban algunos tabúes que tenía que olvidar. Y todo
era debido a la juventud de John. A mi mente, a veces
asomaba la idea - ¿ Y si después, cuando John me
hubiese bien explorado, cómo un día me dijo Émile, se
olvidara de mi ? - Pero eso no podía ser - Sólo estaba en
mi mente, de lo contrario no me hubiese llevado a su
casa, ni me hubiese presentado a mami, ni me hubiese
llevado al restaurante que regenta su madre. No era
hombre de jugar sucio. Y si yo le hubiese gustado sólo
para el momento, me lo hubiera dicho. La vida no podía
jugarme una derrota tan cruel. Toda mi confianza la
deposité en John, me jugué la única carta que me
quedaba, porque mi amor hacia él, era lo más
importante.

603
La tarde estaba cayendo. Y en la entrada de la casa
mami y su marido dialogaban sentados uno enfrente del
otro. Mami, levantó la mano y la agitó justo cuando
llegábamos, y el coche paró delante. Se puso en pie, y
Samuel también, al descender del coche.
- Buenas tardes Claire - Me saludó mami con su cortesía
y simpatía habitual.
- Buenas tardes a los dos - Respondí al mismo tiempo
que le echaba una mirada a John.
- Mami, esta noche se queda Claire a cenar aquí - Dijo
John, al mismo tiempo que me invitaba a que entrara en
la casa.
- ¡ Estupendo, extraordinario ! - Dijo siguiéndonos
detrás - ¿ Se quedará también a dormir ?.
- ¡ Mami ! ¿ Cómo se va a quedar a dormir ? Qué cosas
tienes - Dijo John sonriendo y moviendo la cabeza.
- Yo te lo pregunto ¿ Hay algo malo en eso ?.
La miré y le sonreí.
- Sé que lo dices con buena fe mami. Sólo vamos a
cenar, y más tarde acompañaré a Claire a su casa.
- Claire ¿ Qué te apetece para cenar ? - Me preguntó
mami.
- No importa, lo que tengas previsto para esta noche -
Dije.
- Tenemos de todo, tu pide, y yo obedezco - Dijo riendo
para complacerme.
Se me ocurrió decirle.
- ¿ Tienes langosta ?.
- Por supuesto que tenemos langosta ¿ Te apetece eso mi
niña ?.
- Si.

604
- Entonces, nos la sirves con champagne - Replicó John.
- Pues claro. En la casa de tus padres siempre se ha
servido la langosta con champagne. Y aquí no va a ser
menos.
- Mami, estamos en mi despacho ¿ Ok. ? - Dijo John.
- Si hijo, no te preocupes que no voy a entrar.
Dejé mi bolso sobre un sillón, y me fui a
sentar a un lado del sofá, donde John me ofrecía asiento.
Se había despojado de la americana blanca, y se quedó
con la camisa gris azulada de media manga, y se sentó a
mi lado.
- No creo que te apetezca que estudiemos inglés ¿ Estoy
en lo cierto ? - Dijo buscando mi mirada.
- Prefiero que hablemos - Dije manteniendo mis pupilas
con las suyas - Estoy preocupada por Émile aunque te
haya dicho antes lo contrario. No me gusta el modo en
qué le he hablado.
- Claire ¿ Lo quieres todavía ?.
- No , no lo quiero como se entiende el cariño. Si lo que
quieres saber es si siento amor hacia él, pues no, no
siento nada de eso.
- Se merecía que le hablaras así. Y creo, que has estado
suave con él. No te ha respetado ni un momento los años
que lleváis casados. Ha estado mas unido con sus
amigos que contigo. No tienes que sentirte apenada por
haberle dicho la verdad.

Sabía que John tenía razón.


- Ahora no sé como quedará la invitación que me hizo
para el sábado, para la inauguración de su casa.
- ¿ Quieres ir ? ¿ Te apetece ir ?.

605
- No lo sé, ahora mismo no sé nada, mi mente no está
para pensar. Me he quedado muy mal.
- ¿ No querías que te dejara tranquila para siempre ?.
- Si, pero no de este modo, hubiese querido que hubiera
transcurrido de otra manera. Que él se hubiese dado
cuenta.
- No lo iba a hacer, Claire. Estaba dispuesto a pegarse
conmigo para que te dejara en paz, para que él pudiera
hacer de ti lo que quisiera ¿ Lo ibas a estar permitiendo
durante mucho tiempo ?.
Tu necesitas un hombre que te quiera, y que te quiera
de verdad, como un hombre quiere a una mujer. Cómo
yo te quiero, que desde que nos conocemos, no sé lo que
es dormir por la noche. Sólo pienso en ti, y en darte,
todo lo que tu necesitas, lo que una mujer tiene que
tener, un hombre que se desviva por ella. Jamás he
tenido miedo a nada Claire, y ahora lo tengo, porque
pienso que Émile puede llegar de madrugada, y hacerte
algo irreparable. Y a mi mente se acerca la venganza,
porque si a ti te ocurriese algo, me cargo a quien sea
¿ Lo oyes ? al culpable.

John acercó su boca a la mía. Me besó, y nos


besamos. Sentía en sus besos toda la verdad que me
estaba diciendo. Sus besos eran calientes, y con sabor a
miel. Me sentía feliz y flotando en un mundo lleno de
pasión. Jamás había sentido tanto fuego dentro de mi,
cómo el que John me estaba dando. No recordaba que
hubiese tenido un momento tan mágico con Émile.
Jamás supo hacerme sentir de esa manera.

606
- John, te creo, no es que quiera creerte, creo lo que me
dices - Le dije separándome de su boca, y manteniendo
mi mano en su mejilla - Pero es que por mi mente corren
dudas, quiero ser sincera y decirte toda la verdad.
- ¿ A qué dudas te refieres ? ¿ A tu edad y a la mía ? ¿ A
que tu estás casada y yo no lo estoy ? ¿ Esas son tus
dudas ? ¿ Crees que por esas dos razones voy a echarme
atrás ?.
Afirmé con la cabeza.
- Si exactamente. Es posible que piense como la gente
antigua. Pero después pienso de que estoy equivocada.
- Si que lo estás, en esto si. Claire, vive el presente, sin
ocuparte de lo que sucederá mañana. Lo que importa es,
lo que estamos viviendo ahora, aquí, tu y yo.
Otra vez tenía razón. Él tan seguro de si
mismo, y yo con mis dudas y mis inquietudes.
Sonó el teléfono del despacho. John alargó
el brazo y lo cogió de encima de una pequeña mesa que
había a su derecha. Era mami que desde el teléfono de la
cocina, avisaba que la cena esta servida.
Pasamos al comedor. John no tenía nada de
lujos en su casa. Todos los muebles eran sencillos, y el
comedor muy acogedor. El juego de platos rústico, de
color mostaza. Los cubiertos sencillos, y las copas
también. El mantel que cubría la mesa era blanco, que
casi brillaba. Miré las servilletas blancas relucientes. En
cada plato había una langosta abierta, era grande, y
mucho apetito no tenía.
John destapó la botella del champagne Francés que
mami había metido dentro de la heladera. Me sirvió una
copa, y él otra e hicimos un brindis.

607
- Por nosotros diosa mía, para que siempre estemos
juntos y nos amemos - Este fué el brindis de John.
- Si, por nosotros, mi amor - Fué el mío.

Los ojos verde mar de John, me sonrieron, él


no esperaba que yo brindara por nuestro amor, y menos
que le dijera amor. Bebimos un sorbo de champagne a la
vez.
En todo el tiempo que duró la cena, mami no entró
en el comedor, y tampoco la vi en el momento de entrar,
ni había el menor ruido. Era cómo si en la casa no
viviera nadie más que nosotros dos. Para mi era un
mundo nuevo al que me tenía que adaptar. En la casa
habían reglas a seguir, y nada tenía que ver con dueños
y criados. Se mantenía un protocolo entre todos los que
habitaban la casa.
John quería a mami, puesto que ella fué quien lo
crió, y lo vio nacer. Ella le cambió los pañales, lo
bañaba, se quedaba de noche cuidándolo por si lloraba.
Le daba de comer, y lo sacaba a pasear. Hizo la función
de madre, era por eso que mami lo quería cómo a un
hijo.
La noche que John me llevó a cenar al restaurante
que regentaba su madre, ella, no se acercó a la mesa, no
vino ni siquiera para decirle dos palabras cariñosas a su
hijo, ni para saludarme a mi. Comprendí, que todo se
basaba en reglas y costumbres que la familia llevaba.
John se había esmerado para que yo estuviese bien
esa noche colmándome de atenciones. Mami también lo
hizo muy bien, la langosta estaba bien cocinada, y eligió

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un champagne fino, suave, que cuando bajaban por la
garganta, las burbujas, apenas se notaban.
Me hubiese quedado a vivir con John, esa misma
noche. Todo era tan perfecto y armonioso, que para mi
parecía un sueño. De hecho, John era un sueño del que
yo jamás pensé que me pudiese suceder.
Cuando salíamos del comedor, me alegré de ver a
mami, que esperaba en el salón sentada en una butaca
para preguntarnos si queríamos tomar té. Se puso de pie
nada más vernos, ella siempre estaba sonriente, y tenía
una palabra amable. Yo la felicite.
- Mami, la langosta estaba muy buena - Le dije
cogiéndole una mano en señal de cariño.
- Me alegro mucho que te haya gustado, lo he hecho
para eso, para que te guste ¿ Queréis tomar té ? - Dijo
mirando el gesto que hice de cogerle una mano.
John y yo nos miramos. No sabía si él tomaba té de
noche, y John tampoco lo sabía de mi.
- Si tomas té, lo tomo yo - Me dijo.
Vacilé unos instantes.
- Si, tomaré té.
- Mami, lo tomaremos fuera - Dijo John. Era noche de
Luna llena, y la luz plateada enfocaba con brillo la
entrada de la casa y los alrededores. John apagó la luz
de fuera, nos veíamos perfectamente el uno al otro en el
cobertizo, con forma arqueada y con dos columnas en
los laterales. Nos sentamos en sillones de bambú, uno al
lado del otro. Mami no tardó en venir con una bandeja
de plata que sostenía en las manos, y la depositó sobre la
mesa de bambú. Nos echó una mirada y nos sonrió.

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Noté, de que estaba contenta, se sentía feliz de vernos
allí y sin mencionar palabra volvió a entrar en la casa.
No tenía ganas de tomar té, lo pedí, porque mis
deseos de estar junto a John eran grandes. Era mi gran
noche, y no quería que se acabara.
John tomó mi mano derecha, la llevó hasta sus labios
y la besó, dos, tres veces. Y seguidamente nos besamos
con ardor. Era la noche más deliciosa que pasaba en
toda mi vida, y con el hombre más atractivo que jamás
nunca vi.
Miré el semblante de John, y lo vi preocupado.
- ¿ Qué te ocurre ? - Le pregunté.
- Me preocupas tu - Dijo besando mi mejilla.
- Ya sé ¿ Pero son tantas cosas las que te preocupan de
mi ? ¿ Cual de ellas ?.
Movió la cabeza sin dejar de mirarme.
- ¿ No es el sábado cuando llegan los padres de Hugo ?.
- Si, y los iré a esperar yo, en un taxi, recuerdo habértelo
dicho.
- Es que quiero acompañarte yo, no te voy a dejar sola.
Iremos los dos ¿ De acuerdo ?.
- ¿ En tu descapotable ? - Le pregunté para estar segura.
- No, cogeremos un taxi para ir, y otro para venir. Ya se
acabó de que te veas sola para todo. Estaré a tu lado
hasta que decidamos algo, hasta que tu tengas las cosas
claras, y te veas más libre para decidir.
Acepté, porque era lo correcto.
Cuando John me dejó delante de la puerta de
la casa, eran las doce y media de la madrugada. Bajamos
los dos del descapotable, y llegamos hasta la verja. Las

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luces de la casa estaban apagadas, a excepto, la del
porche, que Yosi dejó encendida hasta que yo regresara.
- ¿ Qué vas hacer mañana ? - Me preguntó John.
- Tengo que preparar con Yosi dos dormitorios para que
esté todo bien, uno para Hugo que viene el viernes y
otro para sus padres. Quiero que esté todo perfecto.
- ¿ Y cuando nos podremos ver ? - Dijo acariciando mis
cabellos.
- Siempre que queramos, ya no tengo barreras que me
separen de ti. Me da igual si Émile está aquí y nos ve.
Ya no le tengo miedo.
- Estoy contigo, y no tienes que decir eso, no tienes que
mencionar el miedo. Ahora no se atreverá a hacerte
chantaje, eso es lo que ha estado haciendo contigo, los
años que habéis estado casados.
- Te quiero John - Le dije saliéndome del alma.
- Y yo te amo diosa mía.
Y nos volvimos a besar.
Abrí la puerta de la verja, y Diana salió,
estaba detrás esperando a que abriera.
- Buenas noches John - Dije despidiéndome.
- Que duermas bien mi adorable diosa ¿ Te apetece que
mañana a las cuatro tomemos el té juntos ?.
- Si me apetece.
- Mañana estoy aquí como un centinela a las tres de la
tarde, para llevarte a un sitio especial, donde hacen el
mejor té.
Seguí a John con la vista, hasta que subió en
el descapotable rojo. Puso el motor en marcha, y le dio
al acelerador. Y antes de que yo me diese cuenta había
dado marcha atrás, y con la rapidez del rayo estaba junto

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a mi, el coche se había detenido a medio metro de mis
pies.
- Bésame - Me pidió.
- ¡ Estás loco ! - Dije acercándome a su boca.
- ¿ Ahora te das cuenta de que lo estoy ? Me volví loco
la primera noche que te conocí. Cuando te miraba
¿ Sabes qué pensaba ?.
- ¿ Qué ? - Dije riendo.
- Ella es la que va a ocupar mi corazón.
- ¿ Pensaste eso ?.
- Si ¿ Y tu pensaste algo sobre mi ?.
- Si, que eras el hombre más guapo que había conocido,
y cogí celos de la mujer que estuviera ocupando tu
corazón.
- ¿ Eso fué lo que pensaste ? ¿ La llegaste a imaginar ?.
- ¿ A quien ?.
- A la mujer que estuviese ocupando mi corazón.
- Si.
- ¿ Cómo la imaginaste ? Rubia, morena, alta o pequeña.
- Rubia, con los cabellos largos, más largos que los
tuyos, y no muy alta ¿ Esta mujer ha existido en tu
vida?.
John se rió de buena gana y ...
- ¿ Esa mujer no serías tu ? ¿ Lo has pensado ?.
- Si, creo que era yo - Dije siguiéndole la broma.
- Mañana, a las tres de la tarde paso a recogerte - Dijo a
punto para salir a la carretera.
Agité la mano para decirle adiós. Y vi cómo
se alejaba, y esperé a que girara a la derecha.
Entré en la casa, y Diana me seguía, daba los
pasos que yo, siguiéndome por toda la casa.

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Al entrar en mi dormitorio vi una nota sobre la cama.
Estaba escrita en inglés, era Yosi que la había escrito y
lo poco que yo sabía de inglés lo entendí, porque sólo
eran dos líneas - Señora, la madre del señor Barreau la
llamará a la una.
Me di prisa a prepararme antes de que
llamara la madre de Hugo.
Miré el reloj de la mesita de noche. Faltaban cinco
minutos para la una de la madrugada. Sólo me dio
tiempo de descalzarme para ponerme el camisón de
dormir, y el salto de cama. Bajé las escaleras, y cuando
iba llegando al salón, sonó el teléfono.
- Diga.
- Buenos noches Claire, perdone que la moleste tan
tarde - Dijo la madre de Hugo excusándose - Llamé a las
seis de la tarde, y cogió el teléfono una mujer que sólo
hablaba inglés. Y por mediación de la operaria, supe de
que no estaba usted.
- Buenas noches Jeanne. He tenido esta tarde que
ausentarme, pero he encontrado la nota que me dejó
diciendo que me llamaría ahora.
- ¿ Cómo está mi hijo ? - Dijo preocupada.
- Esta mañana he pasado tres horas con él, en el
Hospital, y sigue igual o, quizá mejor, porque el viernes
le dan el alta, y viene a casa - Dije sin revelarle la
verdad.
- Gracias Dios mío. Estoy rezando mucho para que se
ponga pronto bien, y según cómo lo veamos, nos lo
traemos a París ¿ Entonces usted lo ha encontrado
mejor?.

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- Eso es lo que me ha parecido - Dije sin darle más
argumento, por la sorpresa que se pudiesen llevar al
verlo.
Hubo unos segundos de silencio.
- Claire, la llamo para arreglar nuestro viaje, y decirle
que el viernes, a las ocho de la noche, cogemos el vuelo
que va directo a Johannesburgo, y tiene la llegada al día
siguiente, a las doce y treinta minutos del medio día.
- Perfecto - Dije - Estaré en el aeropuerto, con un amigo,
esperándolos ¿ Pero cómo sabré que son ustedes ?.
- Ya está pensando. Tendrá mi marido en la mano un
cartón con el nombre de Hugo. Y si hubiese mucha
gente, lo levantará por encima de la cabeza.
- Muy buena idea - Dije, y me compadecí de ellos,
porque no se imaginaban lo que se iban a encontrar.
- Claire ¿ Entonces quedamos así ?.
- Si Jeanne, no se preocupe, que estaremos
esperándolos.
- Buenas noches y que descanse - Dijo despidiéndose.
- Hasta pronto Jeanne, y que tengan un buen viaje.
Dejé el teléfono sobre la horquilla.
Tenía la boca seca, era sed, y me dirigí a la
cocina. Abrí la nevera, y miré que era lo que podía
beber frío y que me refrescara. Mi vista se detuvo en la
botella de leche. Extraje el recipiente de plástico, y
sirviéndome de un vaso, lo llené, y bebí el contenido en
tres tragos.
Cuando iba subiendo las escaleras, sentí sueño. Y nada
más entrar en el dormitorio, me eché en la cama, y me
quedé dormida.

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Puse el despertador para que me avisara a las
siete de la mañana, pues, este día que era jueves, había
mucho que hacer. Tenía que ayudarle a Yosi, sobretodo,
para ordenar los dormitorios, y la ropa de Hugo. Quería
que estuviese bien, últimamente había utilizado el
dormitorio de abajo, el de matrimonio, de él y Émile.
Desde que entró en el Hospital, sólo había ido Yosi, un
par de veces, para cambiar las sabanas de la cama, y una
vez más para limpiar.
El dormitorio de arriba, el que últimamente había
estado utilizando Émile, era de dos camas pequeñas, una
al lado de la otra, y en el medio, se hallaba la mesita de
noche, equipada con lamparita, y un despertador. Este
dormitorio estaba limpio. Yosi entró dos días después de
que Émile lo abandonara, y lo dejó reluciente. Este era
el dormitorio que yo pensaba dejarles a los padres de
Hugo.
A las siete y cuarto estaba en la cocina. Yosi no
había preparado el desayuno, pues no sabía hasta qué
hora estaría durmiendo, y estaba limpiando la bandeja
de plata, con un líquido para este metal, y también el
juego de té. Se extrañó al verme tan pronto, pues,
pensaba, que cómo había vuelto tarde a casa, pues,
también me levantaría tarde. Dejó sobre una repisa la
bandeja que limpiaba. Advertí que lo hacía para poner la
mesa de mi desayuno. Y yo me negué.
- Yosi, continua con lo que estabas haciendo, ya me
preparo yo el desayuno.

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Yosi siguió sacándole brillo a la plata, y se
adelantó diciéndome.
- Pensé ir a despertarla a las nueve, si no se había
levantado ¿ Encontró la nota que le dejé sobre la cama ?.
- Si, era la madre del señor Barreau. Pues llegan este
sábado a Johannesburgo - Dije poniendo agua a calentar
para el té - Hoy hay mucho trabajo que hacer. Lo
tenemos que dejar todo preparado para mañana.
- ¿ Ha pensado donde se quedará el señor Barreau ?
Quiero decir ¿ Qué dormitorio ocupará ?.
- Sí, lo tengo decidido, el de abajo. Creo que ahí, se
encontrará mejor, está acostumbrado a ese.
Nada más acabar de desayunar, nos pusimos
manos a la obra. Estuvimos ordenando el armario y
poniendo toda la ropa de Hugo bien colocada en los
cajones del armario. Las camisas, pantalones y
chaquetas, en las perchas.
El dormitorio había quedado limpio, y desahogado.
Eran las doce del medio día. Me hice para comer algo
rápido. Un entrecot, y puré de patatas instantáneo, y una
naranja, que Moisés recogía del suelo, las que se iban
cayendo, y las iba depositando encima de la mesa de la
cocina, quería ser útil y ayudarle a su madre. Había
cogido confianza, no se escondía de nada cuando tenía
ganas de hacer algo lo hacía, era una prenda de niño.
Cuando me di cuenta eran las dos de la
tarde, y sólo quedaba una hora para que John, me
viniera a recoger. Me di prisa, porqué aún no me había
duchado, y el tiempo en arreglarme pasaba rápidamente.
Estuve buscando entre mi ropero lo que me iba a
poner, y me decidí por un vestido color crema, con

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escote abierto hasta el canalillo. Era largo por debajo de
la rodilla, y un cinturón sin ajustar demasiado, de la
misma tela del vestido. Pues, era la modista quien me
hacía los vestidos en París. Toda la ropa que tenía la
había traído de allí, siempre iba vestida a la moda
parisina. El calzado que tenía era la mayor parte
mocasines de medio tacón, era como más cómoda me
encontraba. Y fué lo que elegí mocasines marrones muy
claros. Siempre me había gustado vestir clásica, era
como mejor me encontraba.
Estaba en el dormitorio delante del espejo dándome
los últimos retoques en el pelo, y adorné mis cabellos
con dos pasadores finos y dorados que sostenían los
cabellos por encima de las sienes, y los dejaba caer por
encima de los hombros.
Oí un coche que se paraba delante de la puerta, y
rápidamente pensé en John. Eché una mirada al reloj de
pulsera, eran las tres menos diez. Me sentía feliz, estaba
contenta porque amaba al hombre más atractivo y
sensual que había conocido.
Eché una mirada por la ventana, porque desde lejos
quería recrearme en la silueta varonil de John. Me
esperaba como siempre fuera, de pie y delante del
coche. Iba impecable, no le faltaba un detalle, y siempre
vestía con trajes distintos, pero blanco o de color hueso.
Esos dos colores eran los preferidos para vestir. El color
de sus ojos verde mar hacia un bello contraste con la
ropa que vestía, llegué a imaginar, que elegía colores
claros para que sus ojos resaltaran más. No quería ser
vista por John, pues, de esa manera podía recrearme en
su figura y personalidad. Pero John miró a la ventana, y

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me descubrió cómo lo miraba. Me sonrió, y yo le
correspondí. Le hice una señal con las manos
indicándole que pronto bajaba. Afirmó con la cabeza,
sin dejar de sonreírme.

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Eran muchas emociones las que había vivido
en poco tiempo, y todas las que me esperaban, porque
todo acababa de empezar.
Bajé las escaleras y llegué hasta la cocina, con los
deseos de poder encontrar a Yosi, y darle instrucciones
para la cena. La vi que venía caminando con lentitud,
por los árboles frutales, pues, cómo eran justamente las
tres de la tarde, no tenía prisa, y tampoco había mucho
que hacer, pues lo más grande y de más trabajo, ya lo
habíamos hecho las dos por la mañana. Cuando se dio
cuenta de que la estaba esperando aligeró el paso, y se
paró frente a mi, esperando qué era lo que le iba a
decirle.
- Yosi, me voy, pero esta noche ceno aquí. Cómo no sé a
la hora que volveré, haces en el horno una pierna de
cordero que hay dentro de la nevera. De esta manera, ya
tengo la comida para mañana. Y comeremos cordero
frío y algo más.
- ¿ Se está refiriendo al señor Barreau y al marido de
usted ? - Preguntó Yosi para simplificar las cosas.
- Eso es. No estoy segura si mi marido se querrá quedar
a comer, pero por supuesto estaremos el señor Barreau y
yo.
- ¿ La pierna de cordero la dejo sin cortar ? - Preguntó
para que después no hubiesen sorpresas.
Estuve dudando unos instantes.
- Cortas para mi, uno o dos filetes finos, y el resto lo
dejas entero. Encima de la mesa y cubierto con un paño.

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- Ok. Señora - Dijo con una sonrisa de cómplice, porque
seguramente había advertido la presencia de John que
me esperaba delante de la casa.
- ¿ Duerme tu hijo ? - Le pregunté.
- Las siestas que él hace son largas. Tiene cuatro años, y
a esta edad necesitan dormir mucho.
- Por supuesto ¡ Hasta mañana ! - Dije saliendo de la
cocina.
Me quedé en el umbral de la puerta, con la vista
puesta fuera de la verja. La silueta de John relucía por la
blancura de su traje blanco. Me gustaban sus cabellos
sujetos atrás de la nuca con una cola.
Me dirigí al caminillo, era así como yo llamaba la
vereda de un metro de ancha, que empezaba en el primer
escalón del porche, y terminaba en la puerta de la verja.
Podría hacer aproximadamente treinta metros.
John me esperaba sonriente, con un gesto en su rostro
especial. El modo de vestirse, el de caminar, el modo en
qué miraba, y con la sencillez que hablaba. Fue él quien
abrió la puerta de la verja, para que saliera.
- Estás muy guapa - Fué lo primero que me dijo. Y
seguidamente nos besamos. Ya no me escondía de
nadie, es más, me gustaba que me vieran en la compañía
de John. Creo que presumía de ir a su lado.
Subimos al coche, y fuimos en dirección a
Johannesburgo. Yo desconocía el salón de té donde John
me quería llevar. Parecíamos dos niños estrenando ropa
nueva. Cada vez que el conducir se lo permitía cogía mi
mano derecha, y había veces que se la llevaba a los
labios, y la besaba, hasta que la volvía a dejar.

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Llegamos al parking de un edificio, donde más que un
salón de té parecía un Hotel de cinco estrellas. Las
cristaleras de la entrada estaban limpias y brillantes. El
interior era profundo, con un jardín fuera con mesas
equipadas de manteles blancos. John me había cogido
del brazo, y nos dirigíamos a los jardines.
El salón interior estaba medio lleno de gente de alto
nivel, que degustaban el té, y lo acompañaban con unos
pasteles que hacían variantes.
Me percaté que la mayor parte del público que había,
se giraban para mirar a John, y seguidamente después,
entre ellos murmuraban. Yo sospeché, que lo hacían
porque habían reconocido a John, y estaba en lo cierto.
Fué él quien eligió la mesa donde nos íbamos a sentar.
Era la más apartada y casi la única que quedaba libre.
No tardó el camarero nativo en venir para entregarnos la
carta de pastelería. Estábamos mirándola cuando de
pronto se agolparon a la mesa, tres jóvenes, de entre
veinte y veinticinco años. Eran atractivas las tres, y su
juventud resaltaba. Por un instante llegué a pensar, que
se lo querían comer. Los ojos de las tres jóvenes
brillaban de deseo. Creo que yo había pasado
desapercibida, y sólo le sonreían a él. Les hacían
preguntas personales, tanto que me encontré incómoda
o, quizá celosa, creo que celosa. John estaba dispuesto a
responderle a las tres, pero lo que le interesaba decir.
Me miró y se dio cuenta de que estaba algo seria. Y
fué la primera vez que se dirigió a mi en francés, quizá,
para que ellas no lo entendieran.
- Claire, son lectoras de mis libros, y quieren oírme
hablar, saber cosas de mi. Es normal que se interesen.

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Yo afirmé con la cabeza, pero seguía sin
gustarme. Tenía que acostumbrarme a la fama de John,
pero lo que más me molestaba era, que por lo que se
interesaban era por el físico de John. Una mujer esto lo
sabe cuando ve a otra, y cuando al hombre se lo comen
con la mirada. Sólo le faltaron echársele a su cuello, y
sentarse en sus rodillas.
John trataba de ser con las jóvenes lo más amable
que podía, y esto creo que llevó a que hiciera media
hora que habíamos llegado al salón de té, y que todavía
no hubiésemos pedido nada. Y todo no acabó ahí,
cuando advirtieron más personas, tanto hombres como
mujeres de que John Edwars se encontraba en el jardín
del salón. Se hizo un corro alrededor nuestro. Yo que no
estaba acostumbrada a lo de la fama, lo vi extraño. Pero
era consciente de que me tenía que ir acostumbrando
poco a poco. Pronto iba a hacer vida en común, con un
escritor, que aparte de gustar lo que escribía era guapo,
un hombre bello, y con una clase exquisita.
Cuando había pasado quizá una hora de nuestra
llegada al salón de té, entonces fué cuando nos fuimos
quedando solos. John pidió té para dos, y unas rosquillas
de anís, artesanales, que la misma casa hacía.
John me tenía una sorpresa preparada para después de
que saliéramos del salón de té. Por donde íbamos
siempre me llenaba de atenciones, y su único deseo era
de que yo estuviera bien, y desapareciera de mi, el
complejo que tenía a causa de la edad. Y para que yo
estuviese más segura.
Fuimos directamente a una joyería de prestigio
donde él era conocido, pues sus padres y los dueños de

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la joyería eran amigos. A John lo conocían desde que
era aun niño.
La joyería estaba en el centro de Johannesburgo.
Grande, amplia, y rodeada de columnas de gruesos
cristales, guardaba por detrás, joyas de un incalculable
valor, y de un gran estilo, trabajadas por verdaderos
artistas, con una imaginación para crear las joyas más
bellas.
Me extrañó donde nos parábamos y antes de
descender del coche, John me dijo.
- Claire, quiero que entremos en esta joyería.
- ¿ Quieres elegir alguna joya para ti ? - Dije ausente de
lo que realmente era.
- Vamos a elegir - Dijo acercándose a mis labios y
besándolos.
- ¿ Vamos ? - Repetí.
- Si. Necesito que estés segura de que yo te quiero, y de
que los dos, nos queremos.
- Estoy segura de que me quieres, no necesitas
comprarme oro ni piedras preciosas para creerte.
- No sólo lo hago por ti, también por mi. Quiero sentir
que conmigo estás tu.
Sacudí la cabeza porque no lo entendía.
- John, estoy contigo siempre, y siempre lo estaré
¿ Crees que alguien nos podría separar ?.
- No es porque alguien nos vaya a separar, puesto que tu
y yo vamos unidos como la uña al dedo, y nadie podrá
nada contra nosotros, nuestro amor está por encima de
todas las cosas. Eres mi musa, y ahora eres mi
inspiración.

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Me encantaba y me tenía enamorada, esa
parte de poeta que iba luciendo en su figura, en sus
palabras, en su manera de mirar, en su modo de vestir y
de peinarse. En su manera de caminar, con clase y
seducción - ¿ Porqué me había enamorado tanto de él ? -
Pensé que era peligroso enamorarse de la manera que yo
lo estaba de John. Yo lo veía lo más parecido a un dios.
Alguien sin defectos, y muchas virtudes. El amor hace
eso.
Descendimos del coche y nos dirigimos a la joyería.
Caminábamos por la larga galería y nos salió al
encuentro un hombre, alrededor de cincuenta años.
Sonriente y elegante le extendió la mano a John y se la
estrecharon.
John me presentó.
- Alwin, te presento a Claire.
- Encantado señora o señorita - Dijo dudando, al mismo
tiempo que miraba a John.
- Señora - Recalcó John.
- Perdone señora el poco tacto que he utilizado - Dijo
disculpándose.
- No se preocupe - Dije con una sonrisa - Es normal que
no lo sepa.
- Alwin, venimos para que nos muestres anillos.
Alwin se quedó parado cómo si no hubiese
entendido lo que John le quiso decir.
- Si, exactamente - Recalcó John.
- ¿ Para la señora ?.
- Para ella y para mi.

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- ¡ Ah ! - exclamó quedándose con la boca abierta, y
señaló un largo mostrador - Dijo - Vamos a este, es más
amplio y hay más sitio.
El joyero, hombre distinguido y vestido al
estilo inglés, fué detrás del mostrador. Extrajo tres
cofres con una gran variedad de anillos de oro y
montados con piedras preciosas. Él no decía nada, sólo
nos observaba.
Yo no sabía exactamente lo que John
buscaba, tenía las ideas tan nulas cómo el joyero. Miré a
John, que había acabado de mirar un cofre, y empezó
con el otro, pero antes de fijarse bien, pasó su brazo
derecho por detrás de mi espalda, y reposó su mano en
mi hombro. El joyero se fijo en este detalle, y
seguidamente reaccionó y se quedó correctamente en su
lugar.
- Claire ¿ Te gusta algo de aquí ? - Me preguntó John.
- No me he fijado bien ¿ Pero tu dime que es lo que
quieres ?.
- Dos anillos que sean muy parecidos, uno para ti y otro
para mi ¿ Qué piedra o diamante prefieres ?.
- Sin duda alguna la esmeralda - Dije.
Me sonrió, y sus ojos verde mar se pararon
en los míos.
- También es la piedra que yo prefiero. En este cofre hay
variaciones y tamaños, elige la que más te guste.
Antes de que John me pidiera que eligiera,
ya me había fijado en una sortija de platino, montada
con una esmeralda en forma de corazón. La marqué con
el índice.
- Esta me gusta - Dije.

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John me volvió a mirar y sonrió.
- Es preciosa - Dijo con naturalidad.
El joyero estaba pendiente de todo lo que
hacíamos o decíamos, y al señalar la esmeralda con
forma de corazón, la extrajo del cofre y me ayudó a
ponerla en el dedo anular de la mano derecha. Al mismo
tiempo le echó una ojeada a la alianza que yo portaba en
el anular de la mano izquierda. No hizo ningún gesto
más sobre esto. Sólo se interesó, que el anillo me fuera
bien. Y así era, no había que tocarlo de tamaño.
Le mostré la mano a John, para distinguir mejor la
sortija. Hacía un bello contraste, con el blanco platino y
el verde esmeralda.
John también había elegido un anillo en platino con
esmeralda para hombre, de forma cuadrada. Le sentaba
muy bien, era el único anillo que portaba.
Decidió algo que yo no esperaba.
- Alwin, te dejamos los anillos para que por dentro se
marquen los nombres - Dijo John, quitándose el anillo, y
colocándolo encima del cristal del mostrador. Yo hice lo
mismo.
- ¿ Qué nombres quieres que se marquen ? - Preguntó el
joyero, con un bloc pequeño y un bolígrafo que había
preparado y lo mantenía sobre el mostrador.
- En el anillo de ella - De John. Y en el mío - De Claire.
El joyero se quedó algo impresionado y no
cesaba de mirar a John, cómo si de su hijo se tratara.
John advirtió esta manera que utilizó, y repuso con una
pregunta.
- ¿ Ocurre algo Alwin ?.

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- No, no ocurre nada John ¡ Perdóname esta distracción
mía ! ¿ Para cuando quieres que estén los anillos ?.
- ¿ Cuanto tiempo se tarda en tallar los nombres ? -
Preguntó John.
- Depende el trabajo que tengan en los talleres, pero creo
que para dentro de tres días, ya estarán ¿ Los vienes a
buscar tu o, prefieres que sea yo quien los lleve a tu
casa?.
- Vendré yo Alwin.
John había aparcado el descapotable rojo
enfrente de la joyería, cogió mi brazo para cruzar la
calle hasta llegar al vehículo. Era obligatorio que me
pusiera casi de cara para entrar en el coche, y advertí,
que desde dentro de la joyería, nos miraba el joyero,
todos los gestos que hicimos hasta que John arrancó el
coche y nos fuimos de allí.
- John ¿ Crees que le he gustado a Alwin ? - Pregunté,
porque me había quedado algo triste de la manera que
utilizó sus gestos, como no aprobando lo que John hacia.
Cogió mi mano, la llevó a sus labios y la
besó.
- No me interesa saber lo que Alwin piense - Dijo.
- Creo que ha visto la diferencia de edad, entre tu y yo.
Hizo un gesto levantando los hombros.
- Es su problema - Dijo mientras conducía.
- Hablará con tus padres, y les dirá la compra que has
hecho.
John me miró y sacudió la cabeza.
- ¿ Porqué te preocupan esas cosas ? Cada uno vivimos
nuestra vida a nuestra manera.

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De nuevo tenía razón, y llegué a pensar que
siempre la tenía.
- Mañana viene Hugo - Dije cambiando de tema - Y
Émile también, porque es él quien lo acompaña en la
ambulancia. No sé que hará.
John me miró.
- ¿ A qué te refieres ? - Dijo con gesto de no haberme
comprendido.
- Pues, hasta el día siguiente que lleguen los padres de
Hugo, quien se va a ocupar de él si lo necesitara.
- ¿ Tu que prefieres ? Que se quede o que se vaya.
- Si tengo que elegir, prefiero que se quede. Porque
Hugo necesita una persona que tenga fuerza para
levantarlo, porque ya le cuesta hacerlo por si mismo.
También es necesario ducharlo o bañarlo, y yo no me
siento capaz de hacerlo.
- No creo que Émile te deje ese trabajo para ti, aunque
sea sólo por un día.
- También lo creo así, pero como está enfadado en lo
más profundo. No me perdona que le hablara del modo
que lo hice, y menos delante de ti.
- Se lo buscó él sólo, no tienes que darle más vueltas.
Demasiado sabes el daño que te ha hecho durante los
años que lleváis casados. No te ha respetado cómo
mujer, y lo que es peor, los malos tratos que
últimamente te ha estado dando. Te dejó un brazo lleno
de moratones ¿ No lo recuerdas ? Dos días después te
retorció las muñecas. Y todo lo que habrá hecho contigo
que no me has contado.
En esos instantes me sentí triste.

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- Ya veremos mañana lo que sucederá, hace dos días que
pienso en este momento.
- Estoy seguro de que se quedará, y si así no fuera, te
ayudaré yo en lo que sea necesario.
- ¿ Te quedarías una noche a dormir ? - Le pregunté para
conocer su reacción.
- Una, y todas las que hagan falta. Quiero que te relajes
y que estés tranquila ¿ De acuerdo ?.
Me acerqué a su mejilla y la besé. Me
consideraba una mujer con mucha suerte. John me había
hablado de que nos teníamos que casar, y que
pasaríamos juntos todos los días de nuestra vida.
También yo lo deseaba desde el fondo de mi alma, pero
no sabía cómo se desenvolvería mi situación con Émile
con respecto a nuestra unión matrimonial, aunque yo
estaba decidida a dar todos los pasos que fueran
necesarios. Ojalá que todo fuera bien, y no tuviera
impedimentos de ninguna clase para obtener el divorcio.
- John, te quiero. Te quiero más de lo que yo pude
imaginar ¿ Te he hablado alguna vez de Madeleine ?.
Me miró y sonrió.
- Si, una vez me hablaste de ella.
- Pues, hace unos meses hablábamos las dos en el
porche de mi casa. Ella me decía con certeza, que un día
me enamoraría y mucho. Yo le aseguraba que nunca iba
a suceder, porque mi corazón lo había cerrado para
siempre. Recuerdo, las tres carcajadas que se le
escaparon, y me dijo - Ya hablaremos de esto más tarde.
- ¿ La has vuelto a ver ? - Me preguntó riéndose.
- Si, hace sólo unos días. Fué una visita rápida la que me
hizo, y en ese corto tiempo que estuvimos hablando, le

630
hable de ti. Está interesada en conocerte, cuando le dije
tu nombre, se acordó de ti, te había visto en una foto del
periódico, el año pasado al entregarte el premio de un
libro.
- También a mi me gustaría conocerla, por el sólo hecho
de que es tu amiga.
- Es la única amiga que tengo, pero la mejor.
Habíamos entrado en la calle donde yo
vivía. En casi todas las casas, estaba en la puerta el
coche de los dueños, menos en la nuestra, que se veía
desde lejos sola y triste, con las luces apagadas a
excepto la del porche que Yosi la dejaba encendida,
cuando se retiraba a su pequeña vivienda.
John detuvo el coche a un lado de la puerta.
- Claire, mañana quiero verte, todos los días quiero estar
contigo, aunque sólo sean dos horas. Pero necesito
mirarte, sentir tu contacto y tu aroma.
- No sé como transcurrirá mañana, para mi será un día
difícil, por Émile ¿ sabes ? Te llamaré y te tendré al
corriente de todo lo que pase.
- ¿ Le tienes miedo ? Dime la verdad.
- Ya no, pero él estando en casa, todo para mi será más
difícil, a lo que a llamarte y a vernos se refiere. El
sábado ya no estará aquí, se habrá ido cuando volvamos
del aeropuerto con los padres de Hugo. Será distinto.
- Está bien, pero mañana nos tenemos que ver, sea la
hora que sea o, a donde sea - Dijo rodeando mi cuerpo
con sus brazos, y atrayéndome hacia él.
Nos estuvimos besando un largo rato dentro del
coche. Yo nunca quería que se acabara, cada vez

631
necesitaba más. Creo que a mi, me costaba más que a
John separarnos cada tarde.
Descendimos del descapotable, y nos
quedamos delante de la verja. Diana hacía cada vez lo
mismo, y abrí la puerta, y como es natural salió fuera
haciéndonos carantoñas, había cogido confianza con
John, y se ponía de pie en su pierna. Yo le regañaba
porque las patitas las tenía de andar por el jardín, y John
vestía pantalón blanco y le dejaba las marcas. John
tampoco hacia caso y jugaba con ella.
Nos despedimos.
- Claire, espero tu llamada mañana. Estaré en mi
escritorio, pues tengo que seguir avanzando la novela.
- Nada más vea un hueco te llamo, y te pongo al
corriente de todo ¿ Vale ?.
- No vale - Dijo manteniéndose serio.
Me sorprendió.
- ¿ Porqué dices que no ? - Le pregunté manteniendo la
misma seriedad.
- Porque quiero que me llames sin más. No tienes que
encontrar un hueco para conectarte conmigo.
- Tienes razón - Dije colocando mis dos manos abiertas
en su pecho - Quizá no me haya explicado bien, he
querido decir que cuando vea la ocasión, te llamo.
- Claire, es lo mismo. Sigues teniéndole miedo a Émile.
Su presencia te cohibe de aquello que te gustaría hacer,
tienes que acabar con la incertidumbre. Con la tiranía
del hombre que no te ha querido bien, puesto que
siempre te ha estado engañando y mintiendo. Y cuando
se dé cuenta de que actúas de diferente forma a cómo lo

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hacías antes, entonces será cuando te deje en paz,
cuando vea que no le haces caso.
Siempre tenía razón.
- John, te prometo que lo voy a hacer de esa manera.
Mañana nada más sepa si Émile se queda o se va, te
llamo.
- Así me gusta - Dijo besando mi frente - No quiero que
le tengas miedo a nadie ni a nada.
Entré hacia dentro y me coloqué en el
caminillo, para dirigirme a la casa. John dio un pequeño
mimbreo a la puerta de la verja, y se cerró con el
pestillo. Al llegar al porche, me di la vuelta, y todavía
seguí John mirándome hasta que entrara en el casa. Le
sonreí, y le eché un beso con la mano, él me lo devolvió,
y oí cómo decía - ¡ Te quiero ! ¡ Te quiero !.
Abrí la puerta, y me dispuse a subir las escaleras
para ir a mi dormitorio, dejar el bolso y cambiarme de
ropa, por otra más cómoda, di al interruptor de la luz, y
rápidamente me acerqué a la ventana, quería comprobar
si John se había marchado.
Le había dado la vuelta al coche para irse en la
misma dirección que habíamos venido. Sentado delante
del volante agitó la mano para decirme adiós. Yo le
correspondí del mismo modo. Y seguidamente se
marchó.
Estaba enamorada de John, muy enamorada.
Era un amor muy distinto al que viví junto a Émile. John
era un hombre encantador, cortés, amable, con una
educación que sobresalía de lo común, muy seguro de si
mismo. Estaba educado por mami. Me hizo recordar a
Yosi educando a su hijo Moisés, con gran esmero para

633
que cuando fuera mayor, tuviera una carrera, y fuera un
hombre de bien. También lo educaba para que respetara
a los demás - Decía Yosi - Que de la misma manera
sería correspondido.
Me coloqué directamente el camisón de dormir, y
encima me puse el salto de cama atado a la cintura con
un nudo. Cerré la luz del dormitorio, y bajé las
escaleras. Me dirigí a la cocina, y miré la hora en el reloj
de la pared, eran los ocho y veinte minutos. Encima de
la mesa, había una fuente larga y tapada con un paño
blanco de cocina. Lo había dejado Yosi tal como le dije,
quité el paño, en esos momentos no tenía apetito, pero al
ver la pierna de cordero asada al horno, tostada por
encima, parecía que tuviese una capa de caramelo, y el
aroma que desprendía, a hierbas aromáticas me entraron
ganas de comer. Yosi había cortado tres filetes finos. En
el centro de la mesa había dejado el frutero con fruta
recién cogida del jardin. Abrí el frigorífico y extraje una
lata de cerveza, sobretodo más que hambre tenía sed.
Llené un vaso y antes de sentarme bebí para refrescarme
la garganta.
El cordero lo acompañé con fruta, además de estar
delicioso entraba bien. Me disponía a recoger el plato
que había utilizado, y sonó el timbre del teléfono, a la
cuarta vez lo cogí.
- Diga - Era la voz de Émile seria y seca.
- Claire, te llamo para comunicarte, que mañana a las
diez, sale la ambulancia del Hospital con Hugo, y yo de
acompañante. Creo que necesitas saberlo por si tuvieras
que preparar algo, no sé, su dormitorio o, otra cosa.

634
- Está bien Émile - le dije con palabras algo cortas. No
sabía qué decirle o preguntarle más. Tampoco vi que
fuera la ocasión de saber si se quedaría todo el día, ya
me lo diría al día siguiente.
Después de unos instantes de silencio dijo.
- ¿ Cómo te encuentras ?.
- Estoy bien.
- Hoy te he visto - Dijo con la voz apagada.
- ¡ Ah ! - Exclamé - No quería preguntarle donde.
- Te he visto en la puerta de casa.
No quería seguir hablando más con él, pues
me imaginaba en el momento que me había visto, y esto
pertenecía a John y a mi.
- Émile, gracias por avisarme - Dije sin hacer más
comentarios - Hasta mañana.
- Buenas noches Claire - Dijo con voz pausada.
Estaba depresivo, su voz lo delataba. Era un
golpe duro para él, haberme visto con sus propios ojos a
John y a mi quizá besándonos. Daba la prueba de que
me había estado espiando. No quise darle más vueltas.
Me había ocupado demasiado por Émile, por su
estabilidad emocional que no sufriera cambios, porque
era muy dado a ello. Y todavía me seguía preocupando.
Recordé las palabras de John, y seguí su consejo.
Aunque aún era pronto, subí a mi dormitorio
dispuesta para irme a dormir, tenía que descansar, lo
necesitaba - Pensaba - En cómo sería el día siguiente -
Sentía grandes deseos porque llegara el sábado, y que
los padres de Hugo estuvieran con él.
Me quedé pronto dormida.

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Los rayos del sol entraban por la ventana, no
me había acordado de cerrar los postigos, y la luz que
había en la habitación me despertó. Miré la hora en el
reloj de la mesita de noche, y marcaba las siete menos
veinte. Era hora de que me levantara. A las siete, Yosi
empezaba su trabajo, y tenía que abrirle la puerta.

636
42

Después que desayunara organicé con Yosi


el trabajo para ese día. Entramos en el dormitorio de
matrimonio, donde Hugo se iba a quedar, y estuvimos
verificando que todo estuviera perfecto. Dejamos abierta
la cama, porque era posible de que Hugo pidiera
acostarse. También llevamos hasta el porche la hamaca
de bambú, y pusimos dos cojines, por si Hugo quería
quedarse fuera contemplando el jardín, cómo tantas
veces lo hacía, además, que hacía un día espléndido y
soleado.
En el aseo de abajo, se dejaron dos toallas grandes.
Champú y gel, y una esponja. También un vaso con un
cepillo nuevo y pasta para los dientes.
Ahora sólo quedaba, que yo me duchara y me
preparara para recibir a Hugo. También estaba contenta
de que saliera del Hospital, y que pudiese disfrutar de la
casa, aunque fuera un mes o, hasta que Dios quisiera.
Me puse un vestido ancho, de manga corta, y de
color crema. Quería estar cómoda, pensaba que me
esperaba un día ajetreado. Me fui al porche para esperar
la llegada de Hugo, no tardaría en venir la ambulancia,
pues pasaban cinco minutos de las diez. Yosi se acercó
para preguntarme - Si preparaba té u otra cosa - Le dije

637
que esperara hasta ver si Hugo y Émile necesitaban
algo.
Entre los barrotes de la verja se hizo ver la ambulancia,
y se paró delante de la puerta. Me quedé de pie
esperando a que los camilleros salieran, y Émile
también, él fué el que llegó hasta la verja y abrió
totalmente la puerta. Dos minutos después, venía un
camillero empujando una silla de ruedas donde Hugo
venía sonriente, contento de que por fin estaba en casa.
Tenía incluso mejor color de cara, y los ánimos eran
buenos. Nada más ver la hamaca sabía que estaba
preparada para él, y pidió que lo dejaran en ella.
El camillero era un joven amable, y desenvuelto, ponía
cuidado en lo que hacía, y una vez acabada su labor, se
marchó en la ambulancia de vuelta al Hospital.
Besé sonriente las mejillas de Hugo.
- ¡ Gracias Dios mío que ya estoy en casa ! - Dijo como
encontrándose liberado de todo.
- Hugo, ya tenía ganas de que estuvieras aquí - Le dije
cogiéndole la mano.
- ¡ Más ganas tenía yo ! Aquí puedo respirar el aire sano,
y recrearme en la belleza que tiene el jardín, hablar con
mis amigos. Nada es mejor que encontrarse en su propia
casa.
Émile seguía de pie, serio, rígido y sin ganas
de hablar. Le eché una mirada para poder hacer un
intercambio de palabras, pero él se dio la vuelta, y
haciéndome un desprecio entró en la casa. Lo seguí con
la vista y fué a la cocina, oí cómo hablaba con Yosi.
Sonreí a Hugo, que se dio cuenta del detalle.
- Qué le pasa ¿ Porqué no te habla ? - Preguntó.

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- ¿ No te ha dicho nada ? - Le dije.
- No - Dijo con cara de circunstancias.
Oí los pasos de Émile que volvía a donde
estábamos, me había sentado cerca de Hugo, seguía con
su mano cogida.
- Estarás contento ¿ No ? - Dije a Hugo.
- ¿ Por lo de mis padres o porque ya estoy en casa ?.
- Por las dos cosas. Hoy es un día grande para ti, y
mañana también. Me estoy imaginando en el momento
que veas a tu madre.
- ¿ Cómo te la imaginas ? - Preguntó con los ojos
brillantes a punto de echarse a llorar.
- Abrazado a ella, cómo cuando eras niño, besándola y
acariciándola.
Le brotaron dos lágrimas.
- Me encontrará muy delgado ¿ Verdad ?.
- Ya hace años que no os veis, ella te encontrará
cambiado, y quizá, también tu a ella - Le dije, porque no
se me ocurrió otra cosa.
Mientras hablaba con Hugo, iba siguiendo
con la vista los movimientos que Émile hacia.
Necesitaba saber si se iba a quedar hasta el día siguiente.
Y como no decía nada, pasé a preguntarle.
- Émile ... ¿ Esta noche te quedarás a dormir aquí ?.
Me miró, pero sin ganas de hacerlo.
- ¿ Porqué supones que me quedaré a dormir ? -
Respondió con altanería, y dejando su mirada caer sobre
mi, con desprecio.
- No supongo nada, sólo te estoy, preguntando, al menos
hasta mañana tendrías que quedarte aquí.
Hugo intervino.

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- Me ha dejado claro, que cuando me dejara aquí se
marcharía.
Era por eso que no había traído ninguna
bolsa o neceser para su aseo personal. Tendría que
recurrir a John, en eso habíamos quedado. Si no se
quedaba Émile, lo haría él. No podía quedarme sóla con
Hugo, aunque hiciera cosas por si sólo. Tenía miedo de
que se callera, pues las fuerzas que tenía eran pocas. De
pie no podía estar mucho tiempo, porque enseguida se
cansaba, y las piernas se le doblaban. Se había caído en
varias ocasiones, y si eso sucedía estando yo sola de
noche, no lo podría levantar del suelo.
Me dirigí a Émile.
- ¿ Dejas a Hugo abandonado de esta manera ? -
Después me arrepentí de habérselo dicho, pues el enfado
y la cólera que tenía, le salía por los ojos, que me
maldecían al mirarme.
- Déjalo Claire, no insistas - Intervino Hugo - Él tiene
otras cosas más importantes que hacer. Tiene que volver
al trabajo, eso es lo que me ha dicho.
- Estoy de acuerdo - Dije - Pero cuando acabe su jornada
tiene todo el tiempo libre hasta el lunes.
- Me da igual lo que penséis - Dijo Émile - He hecho por
Hugo todo lo que he podido, y aquí he terminado. Tu
sabes hacer muy bien de madre, lo has hecho durante
bastante tiempo por él.
- No es justo que lo dejes de esta manera - Le hice como
reproche.
- Lo dejo en buenas manos, lo dejo contigo, y ... mañana
ya están aquí sus padres ¿ Qué mal hago yo ?.

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Se acercó a Hugo y le dio un beso en la
mejilla, seguidamente se dispuso a bajar los tres
escalones del porche, y antes de llegar a la verja se dio
la vuelta y me preguntó por curiosidad.
- ¿ Te acompañará mañana tu amigo al aeropuerto ?.

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43

Preferí no responderle. Y me dirigí a


Hugo.
- ¿ Te apetece algo para tomar o comer ?.
- He desayunado bien en el Hospital, y ahora mismo no
tengo ganas de nada. Prefiero respirar este aire.
Émile se había marchado. No tenía coche
esta vez, por venir acompañando a Hugo en la
ambulancia.
Yosi vino al porche, no había visto a
Hugo, y al mirarlo su rostro cambió. Estaba muy
sorprendida de la delgadez que tenía, y del color
blancuzo de su cara. No sabía que decir, se quedó
parada, lo más parecida a una estatua - Sólo se limitó a
preguntarle - Que cómo estaba - Hugo le sonrió
agradeciéndoselo - Mucho mejor - Respondió.

Tenía que llamar a John. Aproveché el


momento que Yosi hablaba con Hugo, de esa manera no
lo dejaría sólo.
Marqué el número, y a las dos llamadas
cogió el teléfono mami.
- Hola mami, soy Claire.
- Te he reconocido por la voz ¿ Quieres hablar con
John?.

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- Sí por favor.
- Dos segundos y enseguida te paso con él.
- ¡ Claire dime ! - La voz de John sonó en mi oído como
una nota musical.
- Émile ha traído a Hugo y después se ha marchado.
- Noto tu voz triste ¿ Has discutido con él ?.
- Sólo hemos mantenido unas palabras. Estoy segura que
no ha querido quedarse, porque anoche nos vio en la
puerta. Está enfadado y no me habla.
- ¿ Y eso qué tiene que ver con Hugo ?.
- Nada, pero como no quiere seguir a su lado, ésta ha
sido una buena excusa.
- No te preocupes, no quiero que te afecte nada.
Mantengo lo que te dije anoche, si me necesitas iré
¿ Crees que es necesario ?.
- Es que no lo sé, lo peor sería esta noche, si a Hugo le
diera por levantarse de madrugada para ir al servicio, y
que se callera, pero todo es un suponer. Según dice él,
hace sus cosas sin necesidad de que alguien le ayude.
- ¿ Prefieres que yo no vaya ? Tampoco quiero que te
encuentres mal por eso .
- Creo que lo mejor es, que espere. Una noche pasa
rápido ¿ No crees ?.
- Lo que yo quiero es que tu estés desahogada, y que mi
presencia no te aturda ni te incomode.
- Tienes razón John, es posible que me encontrara algo
cohibida, por la poca costumbre que tengo de que
estemos sólos en la misma casa.
- Sólos no estaríamos, también está Hugo.
- Si, pero en su dormitorio, y nosotros estaríamos en los
dormitorios del piso de arriba.

643
- ¿ Es mala idea de que estemos sólos en el piso de
arriba ? - Dijo escapándosele la risa.
- No es mala idea ¡ John por favor para !.
- Qué dices a esto ¿ Aceptas ?.
- ¿ A qué ? - Dije siguiéndole el juego.
- A que te ayude si fuera necesario.
No me lo podía creer, no conocía esta
parte bromista de John, estaba segura de que no hablaba
en serio.
- Sé que bromeas, te estás quedando conmigo.
- Si diosa mía, estoy bromeando ¿ Pero a que no sería
mala idea ?.
- Por supuesto que no.
- ¿ Me quieres mucho ? - Dijo poniéndose serio.
- Sí, más de lo que yo llegué a suponer.
- Tengo tantas ganas cómo tu de que llegue el día en que
estemos sólos. Quiero que seas una mujer plenamente
feliz.
Oí la voz de Émile y de Hugo que
hablaban. Yosi vino al salón a coger algo que Hugo le
había pedido, y le pregunté, siguiendo John al teléfono.
- Yosi ¿ Ha vuelto mi marido ?.
- Si señora, está con el señor Barreau, y le está diciendo
que se quedará con él, hasta mañana después del
desayuno.
- Gracias Yosi.
Seguí la comunicación con John.
- ¿ Lo has oído ? - Le dije.
- Sí, y me alegro de que haya razonado. Es mejor que
Émile se quede, porque mejor que él, nadie conoce a

644
Hugo, ha sido su compañero, y no lo puede dejar en la
estacada.
- Por supuesto que no - Respondí - ¿ A qué hora
quedamos nosotros mañana ?.
- ¿ A qué hora tiene la llegada el avión ?.
- A las doce y media.
- A las once pasaré a buscarte ¿ De acuerdo ?.
- ¿ No vendrás con tu coche ?.
- No, pues no sé el equipaje que los padres de Hugo
podrán traer. Mi coche tiene un maletero que caben dos
maletas medianas. Es por eso que vamos a ir en taxi.
- De acuerdo John, mañana a las once estaré preparada
esperándote ¿ Qué estabas haciendo ahora ?.
- Escribiendo.
- ¿ El libro que tenías a medias ?.
- Estaba escribiendo para ti.
- ¿ Para mi ? - Dije riendo.
- Te estaba escribiendo una carta de amor, para dártela
mañana.
- ¿ La habías terminado ?.
- La estaba acabando.
- ¡ Adelántame algo ! - Dije con voz mimosa.
- Quiero que la leas entera, y que saborees palabra por
palabra para que conozcas lo que pienso y siento hacia
ti. Mañana te la entregaré.
- ¿ Es algo parecido a lo que escribías a los doce años a
las chicas de quien te enamorabas ?.
Se rió.

- Parecido, pero diferente, en aquella época era yo un


niño, y escribía cartas inocentes a las niñas que me

645
gustaban. Ahora es distinto, soy un hombre, y me he
enamorado de una gran mujer, y te escribo con la
experiencia que tengo, y con los sentimientos más
hechos.
- Tengo deseos de leerla - Le dije con entusiasmo, y con
verdaderas ganas de saber cómo me amaba.
- Mañana te la daré, y la guardarás. Y cuando estés a
solas, entonces, quiero que la leas.
Era deliciosamente hermoso, John era
bellísimo, lo más encantador que jamás pude conocer.
Sabía enamorarme sólo con su sonrisa, y cuando sus
ojos verde mar se clavaban en los míos, mi cuerpo
temblaba, perdía el norte, y mis pensamientos me
abandonaban. Ahora si que estaba enamorada
totalmente, enamorada.
- Conforme, así lo haré - Dije, poniendo la voz de niña
buena.
Se volvió a reír.

- ¿ Cómo está Hugo ? - Me preguntó más apacible.


- Yo lo veo igual que la última vez que lo vi. Su
delgadez es lo que más me preocupa. El traje que trae es
el que se llevó puesto la noche que lo hospitalizaron, y
me he dado cuenta, que le sobra por todos sitios. No
hago nada más que pensar en sus padres, sobretodo en
su madre, pobre mujer cuando lo vea.
- Trata tu de serenarte, y lo que sea será, no se puede
hacer más de lo que estamos haciendo.
Cambié de postura, y miré hacia la puerta,
con asombro vi que en el umbral estaba de pie
escuchando todo lo que había hablado con John, Émile

646
no se retiró, me miraba fijamente desafiante. Sus ojos se
parecían a los de un lobo, me estaba diciendo con la
mirada, que lo había traicionado, vendido y sacrificado.
Sentí que me hacía responsable de todos sus males.
Sus deseos eran los de vengarse de John porque se
había cruzado en mi camino, y nos habíamos
enamorado. Para Émile era un delito superior a
cualquier otro, porque estaba enfermo, aunque el mal
del sida no lo tuviera desarrollado a un cincuenta por
ciento. Sólo me quería para que cuidara de él, y también
de Paul cuando fuera necesario, pero necesitaba tenerme
atada a los pies de su cama.
Yo no cesaba de mirarlo, esperando qué reacción iba
a tener. Me esperaba todo de él. Avanzó lentamente, sin
dejar de mirarme, y cuando llegó a mi, agarró el
teléfono que lo tenía pegado al oído y me lo quitó de un
estirón, y con rabia lo colgó.
El pánico se apoderó de mi.
Después no sabía que haría, si rompería o
destrozaría. La ira la llevaba reflejada en su cara, estaba
blanco cómo el papel, y yo temblando cómo una vara de
mimbre, esperándome lo peor.
El teléfono volvió a sonar, tanto Émile como yo
sabíamos que era John. A pesar del miedo que sentía,
me armé de valor, y lo fui a coger, pero antes de que
llegara, se adelantó y lo levantó.
Su voz sonó borde seca, y grosera.
- ¡ Maricón de mierda, si no dejas a mi mujer tranquila
acabaré contigo ¿ Me oyes ?.
- ¡ Cómo está Claire, quiero hablar con ella ! - Oí a John
gritar.

647
- ¡ Ven a verla tu mismo si tienes huevos ! - Gritó
descompuesto desgarrando su garganta.
Había llegado a un término final, y pensé
que sólo yo podía parar el desenlace que se podría
producir. Y me puse como una loca a gritarle a Émile.
- ¡ No te quiero ! ¡ Me das asco ! ¡ Vete lejos de aquí !
¡No te quiere nadie, porque ni siquiera tienes dignidad
gay ! ¡ Eres peor que un trapo viejo y sucio que tiran al
suelo !.
Paré de gritar y de decirle a Émile toda la
verdad, todo lo que era, y que yo sentía hacia él. Me
quedé temblando, pero no de miedo. Era curioso, no le
tenía miedo, aunque parezca ridículo, estaba dispuesta a
enfrentarme a él, en lucha. Quería acabar con él. Lo
miraba desesperada, y le volví a gritar de nuevo y
señalándole la puerta con el dedo, le dije.
- ¡ Fuera de esta casa ! ¡ Y olvídate de que existo ! ¡ Lo
quiero a él ! ¿ Me oyes ? ¡ Lo quiero a él !.

El corazón parecía que se me iba a salir


del pecho y mi respiración era bastante agitada. Las
manos me temblaban. Había perdido el control de mi
misma.
Yosi había llegado hasta el salón, y se
quedó parada mirando a Émile y a mi.
Émile soltó el teléfono, y lo dejó colgando
del hilo, y cayó al suelo dando un golpe. Salió del salón
con la mirada traspuesta. Yo iba tras de él, para
asegurarme que realmente se marchaba de la casa.
Hugo se había puesto en pie para ir a ver que era lo
que estaba pasando. Émile pasó por delante de él, y ni

648
siquiera le habló. Me aseguré que salía por la puerta de
la verja.
Volví hasta donde estaba Hugo, le costaba
mantenerse en pie.
- Claire ¿ Qué ocurre ? - Me preguntó algo asustado.
- No es nada Hugo, ya ha pasado todo - Le respondí con
la voz todavía temblorosa.
Me dirigí al salón, porque John se había quedado en el
teléfono escuchando todo lo que le dije a Émile. Yosi
estaba hablando con John, lo tranquilizaba, y le decía
que yo estaba bien.
Hice una respiración profunda, para tratar
de calmarme. Me llevé las manos al pecho para calmar
mi corazón, que estaba a punto de estallar, y cuando
parecía que ya me había calmado, entonces Yosi me
cedió el teléfono, y salió del salón.
- John - Dije con la voz más tranquila.
- Claire, ya me ha contado Yosi de que Émile se ha ido
¿ Te encuentras bien ?.
- Regular, ahora parece que me estoy calmando.
Y sin poderlo evitar rompí en sollozos.
Necesitaba desahogarme, y oyendo la voz de John
encontré el escape. Era la primera vez que John me oía
llorar de ese modo. No hubiese querido llegar hasta ese
punto, pero la emoción y los sentimientos me ganaron.
- Claire, ahora mismo voy para allá. No quiero que
llores, no quiero oírte llorar. Pronto estaremos juntos tu
y yo, todo se habrá acabado. Claire ¿ Me has oído ? Voy
para allá.
Me serené para poder hablar.

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- John, no vengas ahora, no quiero que vengas hoy, ya
nos veremos mañana a las once. Es posible de que Émile
no esté lejos de aquí, porque espera a que tu llegues de
un momento a otro.
- ¡ Bueno ! ¿ Y qué ? Es mejor que me conozca también,
de otra manera, puesto que no me conoce - Dijo con la
voz firme.
- Amor, hazlo por mi, no vengas. Sé muy bien como es
Émile, y más ahora que ha comprendido que no lo
quiero. Sé que se siente como un león acechando a su
presa para devorarla. No tiene escrúpulos en jugar sucio
es lo que toda su vida ha hecho. Mañana todo será
distinto.
- Lo voy hacer por ti, para que estés más tranquila y no
sufras. Pero este no es mi modo de actuar, y no me
quedo conforme. Lo hago porque te quiero, te quiero
mucho. Has entrado dentro de mi corazón, y eres tu
quien manda.
Hugo había llegado a paso lento hasta mi. Él había
olvidado lo ocurrido con Émile, en su rostro vi una
sonrisa de aceptación y de alegría, porque no se había
quedado. Tampoco Hugo deseaba de que Émile lo
estuviera cuidando, no se encontraba a gusto con él.
Eran muchos malos tratos los que había recibido de
Émile, de insultos, y hasta de pegarle, delante de mi lo
hizo varias veces. Ahora tenía en mente otra cosa. Que
en veinticuatro horas podría abrazar a su madre, la
podría estrechar entre sus brazos y estar hablando con
ella todo el tiempo que quisiera.

650
Hugo cogió asiento en el sillón que estaba cerca de la
mesita que sostenía el teléfono. Me sonrió y me dijo por
lo bajo.
- ¿ Estás hablando con John ?.
- Si Hugo ¿ Quieres que te lo pase y lo saludas ?.
- Si - Respondió alargando la mano para que le pasara el
teléfono. Antes de dárselo advertí a John.
- Amor, Hugo quiere hablar contigo para conocerte.
- Está bien, pásamelo.
Parecía Hugo con el teléfono en la mano
para ponérselo en la oreja, un adolescente, que trata de
buscar palabras adecuadas para decírselas a su amor.
- ¡ Hola ! ¿ Cómo estás John ? - Dijo Hugo sin perder la
sonrisa.
- Estoy bien - Oí que decía John - ¿ Cómo te encuentras
tu ?.
- Desde que estoy aquí en casa mucho mejor. Y cada día
que pase iré mejorando.
- Está muy bien que pienses de esa manera. Mañana nos
veremos.
- Si, tengo ganas de conocerte. Claire dice que eres muy
guapo ¡ Vamos una belleza de hombre !.
- Porque ella me ve así, mañana cuando me conozcas te
darás cuenta de que soy normalito.
- No lo creo, cuando se tiene unos ojos verdes como los
tuyos que sale fuera de lo común. Yo entiendo mucho de
hombres ¿ Sabes ?.
Oí a John cómo se reía.
- Los he heredado de mi madre - Dijo John.
Hugo se puso más serio.
- Claire tiene mucha suerte de tenerte.

651
- Soy yo quien tiene la suerte de haberla conocido.
- Yo la quiero como a una hermana, y la tengo como mi
mejor amiga.
- Lo sé Hugo, lo sé.
- ¿ Te ha hablado alguna vez de mi ? - Dijo Hugo
mirándome y sonriéndome.
- Si, varias veces.
- Ahora te dejo, y le paso el teléfono a Claire para que
acabéis de hablar.
- Muy bien Hugo, hasta mañana.

Hugo me dio el teléfono. Estaba contento


de haber hablado con John. Me hizo mención, de que
tenía una bonita voz.
- John, nos despedimos hasta mañana - Dije.
- Si amor. Pero de todas maneras, estaré cerca de ahí, no
vaya a creerse ese desaprensivo de Émile de que estás
sola. Estaré vigilando por si va otra vez.
- ¿ Quieres decir que estarás cerca de casa ? ¿ No lejos
de aquí ?.
- Así es. Hasta que no dé con alguien que le pegue
fuerte, no se va a rendir. Se tiene que encontrar con un
contrincante que pegue más fuerte que él. Porque para
un maltratador le es fácil pegarle a una mujer, y
ultrajarla. Pero no cuando va cara a cara con otro
hombre que le pueda romper la cara, y bien rota, pues
son cobardes.
Sabía que John estaba hablando en serio, y
ahora yo no lo podría parar si Émile le daba por venir a
cualquier hora del día o de la noche. Si lo hacía, seguro

652
que venía por mi. Y se iba a encontrar con algo que no
se esperaba.
- Espero que no le dé por venir - Dije poniéndome en lo
peor - Émile es muy bruto, conoce a la perfección las
peleas sin reglas. Desde que era un niño se ha estado
peleando utilizando el juego sucio. John, tu no eres así,
ni te puedes poner tampoco a su altura ¿ Te has peleado
alguna vez ?.
- Nunca he tenido una pelea con nadie, pero si él es
sucio peleando, yo conozco métodos que él desconoce.
Y esto te lo aseguro Claire, que el día que yo me
encargue de Émile, nunca más te volverá a molestar.
Volvía de nuevo a tener razón. Pero por
nada del mundo hubiese deseado que ese momento
llegara.
- ¿ Y ahora que vas a hacer ? - Le pregunté - ¿ Vienes
para acá ? ¿ Sabré yo donde estás ?.
Se rió.
- ¿ Para qué lo quieres saber ?.
- Sólo para saberlo - Dije con inocencia.
- Es mejor que no lo sepas. Piensa que a partir de estos
momentos voy a ser tu guardaespaldas, y nada tienes
que temer. Y cuando tu lo veas todo muy claro,
viviremos juntos cómo marido y mujer.
Era un cielo, y lo amaba. También yo deseaba
con todas mis fuerzas poder ser un día su mujer, porque
era lo más bonito que me había pasado. Esto, Émile lo
sabía desde el primer momento que nos vio en la puerta
de la verja despidiéndonos. El temor se apoderó de él, al
verme tan feliz, con un hombre espléndidamente
encantador. Así mismo él se anuló, pero no lo admitía.

653
No podía yo ser de otro hombre, porque, para
unas cosas era muy macho, pero para otras, el más
grande de los gays. Y que también me tenía reservada
para que cuidara de él, de su enfermedad, y no se
encontrara sólo. Sobretodo me quería para eso. Incluso
dudé, de que me hubiese querido. Todo era una falsa
para esconder su grado de homosexualidad. No había
tenido el valor de decirlo, desde los catorce años que
fué cuando tuvo su primera relación sexual con un
compañero del correccional, donde estuvo interno cuatro
años.
- John mi amor, te has metido en un lío tremendo
conmigo - Le dije echándome la culpa - No sabía que lo
nuestro iba a llegar tan lejos. Ni yo pensé que me iba a
enamorar de ti, ni que te iba a amar cómo te amo.
- ¿ Yo no te gustaba ? - Dijo riéndose.
- Me gustabas mucho, tu lo sabes. Pero creí que podía
dominar mis sentimientos. Estaba muy equivocada.
Cuando los quería retener, me hacía a mi misma daño.
John ¿ Sabes que los sentimientos si los cortamos y no
los dejamos que hagan su trabajo duelen ? ¿ Te ha
sucedido a ti alguna vez ?.
- No nunca, porque nunca he tratado de detener mis
sentimientos castigándolos de esa manera ¿ Has notado
que duelen ?.
- Si. Se formó en mi un gran malestar de infelicidad. El
corazón me dolía y me ardía al mismo tiempo. Es una
sensación horrorosa, difícil de explicar.
- ¿ Y Ahora sigues teniendo ese malestar, o ha
desaparecido ? - Dijo con ironía.

654
- John, me haces una pregunta que conoces la respuesta
¿ Crees que siento el dolor de no dejar mis sentimientos
libres ?.
John me gastaba muchas bromas. Me
hacía ver que no entendía el resultado de una cosa u
otra. Le gustaba como yo se lo volvía a explicar de
nuevo. Se recreaba en mi inocencia y sencillez. En
alguna ocasión me había llamado niña, decía que era
igual que una niña chica.
- Claire mi amor, tengo que dejarte - Dijo con voz firme,
pero suave - Mañana nos veremos a la hora que hemos
quedado.
- Si ¿ A las once ?.
- Exacto, vendré en taxi.
- Cuídate mucho amor.
- Estoy obligado a hacerlo, porque si no, no podría
seguir amándote.
Hugo no se había movido del asiento, y estuvo
oyendo todo lo que John y yo nos dijimos. La sonrisa le
llegaba de oreja a oreja, la mirada cansada y triste, le
volvía a brillar, como si fuera él, quien estaba
enamorado.
Cuando colgué el teléfono, me cogió las manos. Me
miraba con chispas luminosas, y me dijo como si de un
secreto se tratara.
- Claire, eres una mujer afortunada. Todavía no conozco
a John, pero creo que es mejor y más guapo de como tu
me lo has descrito. Tiene una voz que cautiva y que
enamora, en estos instantes me gustaría yo ser tu.
Le dije gastándole una pequeña broma
para que se animara, y hacerle reír.

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- ¿ No me digas que te has enamorado de John ?.
Se rió con más ganas, y después se puso triste.
- Ojalá pudiese yo enamorarme de alguien, aunque no
fuera cómo John. Pero soy consciente de que ya no sirvo
para nada, y que pronto dejaré esta tierra. Claire, no
trates ahora de consolarme, pues lo tengo asumido y
prefiero irme que vivir como estoy viviendo.
Me había entristecido. Guardaba uno de
los más grandes secretos. Sabía que se estaba muriendo,
y lo llevaba con gran resignación. Era posible que
pensara que no lo sabíamos o que no, nos habíamos
dado cuenta. Me era difícil de responderle a esto, y si lo
hacía ¿ Qué era lo que iba a decir ?.
- Hugo, no tienes que pensar en la muerte.
- Claire, no soy yo quien piensa en la muerte, es la
muerte que piensa en mi. Ha puesto sus ojos en mi
persona, me ha elegido, y cuando venga a buscarme, me
tengo que ir con ella. Un día me contaste que tu la viste
en sueños, y que era una Dama muy bella, vestida de
blanco encaje ¿No era así ?.
Afirmé con la cabeza, no podía
responderle porque en mi garganta había un nudo, que
no me dejaba tragar ni la saliva, y del mismo dolor que
tenía, de los ojos me salieron dos lagrimas, que
resbalaron por las mejillas. Cuando Hugo lo vio, movió
la cabeza y me dijo.
- Tu no te puedes derrumbar, también yo te necesito.
Me acerqué a su mejilla y le di un beso.
- Tienes razón, tengo que ser fuerte, y enfrentarme a
todo lo que venga - Dije convencida - Me necesitas tu,
John también dice que tenemos que estar juntos, yo

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también lo veo así, necesito estar con él, y olvidar todo
mi pasado.
Hugo sonreía, ya no agachaba la cabeza,
para esconder su seductora sonrisa. Y me pidió algo que
no me esperaba.
- Claire, ahora te voy a pedir lo que nunca me he
atrevido a hacer, y que tenía grandes deseos. Bésame -
Dijo acercando su boca muy cerca de la mía.
Lo miré de muy cerca, y besé una de sus mejillas.
Pero advertí al hacerme la demanda, que no era esa clase
de beso el que me pedía - No Claire, en la mejilla
siempre me has besado, y quiero saborear y sentir los
labios de una mujer en mi boca, y los tuyos aún más.
Lo miré a los ojos, parecía que habían
recobrado vida, sus labios y sonrisa juguetona esperaba
a que me acercara - Pensé - Es su última voluntad - Me
fui acercando, hasta que mis labios se pegaron a los de
Hugo. Duró sólo tres segundos. El tiempo necesario para
que saboreara un beso de mujer.
Cuando me retiré tenía los ojos cerrados, y
los labios apretados, cómo no queriendo dejar que el
beso se le fuera, y mantenerlo mucho tiempo. Pasados
unos segundos me miró, y me preguntó.
- ¿ Es de esta manera cómo has besado siempre a
Émile?.
Antes de responderle medité un instante lo
que iba a decirle.
- Unas veces si, y otras no ¿ Te ha gustado ? ¿ O
prefieres los besos de Émile ?.
Sonrió.

657
- Creo que los de Émile, porque lo hacíamos
queriéndonos y buscándonos. Pero el beso que me has
dado, me ha sabido a miel, más delicado y tierno.
Yosi llegó hasta nosotros, y creo que
contenta porque Hugo y yo seguíamos cogidos de la
mano, y Hugo había recobrado alegría. Se dirigió a mi
para decirme que era la hora de comer, y que la mesa la
había puesto en el porche. Miró a Hugo y le sonrió, y
salió del salón.
- ¿ Tienes hambre ? - Le pregunté a Hugo.
- No, últimamente no tengo apetito, cómo porque tengo
que comer.
- ¡ Venga, haz un esfuerzo para ponerte en pie ! - Dije
ayudándolo, y cogiéndolo por el brazo derecho.
Yosi era un primor con los detalles. Antes
de que Hugo hubiese entrado en el Hospital, le hacía
cada día para comer, arroz hervido, porque el médico así
lo había ordenado. Este día no tuve tiempo de decirle
que lo hiciera, pero ella se acordó. La pierna de cordero
la había asado un día anterior en el horno. La cortó toda
a filetes finos, que casi eran transparentes, y los colocó
en fila, bien ordenado en una fuente larga, y a los dos
lados extendió el arroz. Parecía que hubiese recibido
clases de cocina por la presentación que había hecho,
con trocitos de zanahorias hervidas, que también
recomendó el médico a Hugo.
Tanto Hugo cómo yo comimos poco. Pues él, estaba
algo nervioso, por el poco tiempo qué quedaba para que
llegaran sus padres, mi nerviosismo tenía otra razón, era
de preocupación, pero esperaba de que pronto acabara
todo. Y no podía quitarme de la mente a John. Seguro

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que ya estaba vigilando los alrededores de la casa, para
intervenir si Émile volvía y me quería causar algún daño
- Ojalá no volviese más - Era lo que yo deseaba.
La tarde transcurrió tranquila. Hugo me
pidió de que lo llevara a pasear por el jardín. Se paraba
en un rosal y acercaba su nariz a las rosas para sentir su
aroma. También lo hacía cuando llegábamos a los
jazmines, y a las azucenas. Miraba las flores como si
fuera la última vez que las iba a ver. Recreaba su vista
en la belleza, en la armonía de cada especie de flor.
Nos quedamos a descansar en los sillones de bambú
que siempre estaban debajo del grueso árbol. Hugo
estaba muy cansado, tanto que las piernas no le
sostenían. Respiraba con dificultad por el agotamiento
que su cuerpo ya no resistía. Después de estar cómo
media hora descansando, volvió a pedirme que
siguiéramos paseando, y que quería dar toda la vuelta a
la casa, para ver el disfrute de los árboles frutales.
Miraba la naturaleza en su esplendor, y se
quedaba maravillado.
Tuvimos que terminar el paseo antes de
dar todo el rodeo a la casa, y entramos por la puerta de
atrás, pues Hugo sólo se iba sosteniendo de mi brazo
derecho a duras penas, y yo el brazo lo llevaba dormido,
apenas lo sentía. Al llegar al porche Hugo me pidió.
- Claire, quiero irme a la cama, ya no puedo más.
Me encontraba sóla para desvestirlo, y
ponerle el pijama. Lo conduje hasta el dormitorio, y lo
dejé sentado en el sillón.
- Hugo, vengo enseguida, tengo que llamar a Yosi para
que me ayude.

659
Afirmó con la cabeza, con un gesto de
desgaste y cansancio.
Recordé, que en todo el recorrido que hice
con Hugo por el jardín y los árboles frutales, no nos
habíamos encontrado con Yosi, ni cuando pasamos por
la cocina - Pensé - Que debería de estar en su casita con
su hijo Moisés.
La encontré dándole de cenar a su hijo, y le anuncié.
- Yosi, cuando termines de darle la cena a tu hijo vienes.
- Señora ¿ Ocurre algo ? - Preguntó con voz lánguida.
- No, nada. Sólo que me tienes que ayudar a desvestir al
señor Barreau, y a acostarlo. Pero antes termina de darle
de cenar a tu hijo.
- Si, señora, nada más acabe voy.
Volví al dormitorio de abajo, que era
donde Hugo me estaba esperando.
Mientras que Yosi llegaba, me dispuse a
quitarle los zapatos, y calcetines, y ponerle las
zapatillas. Mientras que hacía esta labor Hugo me
preguntó.
- ¿ A donde has ido ?.
- A llamar a Yosi para que venga - Dije mientras que le
quitaba uno de los mocasines.
- ¿ Para qué ?.
- Para que me ayude a meterte en la cama.
- Claire ¡ Puedo yo hacerlo sólo ! ¿ Porqué te preocupas
tanto por mi ? me estás tratando igual que a un niño.
- ¿ Crees que no es necesario ? - Dije poniéndome en
pie después de haberle puesto las zapatillas.
- Por supuesto que no - Y dijo bromeando - ¿ Me vais a
ver las dos desnudo ?.

660
Sonreí, y levanté los hombros.
- ¿ Entonces salgo del dormitorio para que te desnudes?.
- Prefiero que si. Déjame el pijama encima de la cama, y
dejas la chaqueta desabotonada. Cuando esté metido en
la cama, te llamo para que me arropes - Dijo riéndose.
- Deberías cenar, no puedes irte a la cama con el
estómago vacío ¿ Te traigo algo ?.
- Cuando vuelvas a la habitación me traes un vaso de
leche caliente y unas galletas. El cuerpo no me pide otra
cosa, y de todas maneras, me cuesta también tragar.
Al salir del dormitorio, me encontré en el
salón con Yosi, que venía a realizar lo que le pedí.
- No hace falta Yosi - Dije - El señor Barreau puede
desvestirse sólo. Es que yo, por nada me alarmo, y tenía
miedo de que él, no pudiese hacerlo.
- Entonces ¿ Me puedo retirar ?.
- Si.
- Si me necesita esta noche, me llama.
- Lo haré. Buenas noches Yosi.
Fui a la cocina y calenté leche. Llené un
vaso de los grandes, y lo puse en una bandeja, y un
platito de galletas. Me dirigí al dormitorio de Hugo, la
puerta estaba entornada como yo la había dejado. Abrí
con la mano que tenía desocupada. Llegué hasta la
cama, Hugo estaba acostado. Deposité la bandeja sobre
la mesita de noche. Hugo iba siguiendo con la vista
todos los movimientos que hacía. Le recomendé.
- Bebe la leche ahora que está caliente, y cómete las
galletas.
Lo estaba mimando, lo necesitaba, aunque
al día siguiente su madre lo haría mejor que yo.

661
Se sentó en la cama con la espalda
apoyada en el respaldo. Le puse el vaso de leche en la
mano para que la fuera bebiendo, y cuando terminó de
beber, me entregó el vaso y dijo.
- Claire, no puedo comerme las galletas, tengo el
estómago lleno.
- Te las dejo en la mesita, para cuando tengas hambre.
Me miraba riéndose. Y otra vez me volvió a
impresionar.
- Claire, tengo que confesarte otra cosa.
- ¿ Que es ? - Le dije acomodándome a un lado de la
cama.
- Me hubiese gustado tener contigo una noche de amor,
una noche de pasión. Jamás he estado con una mujer,
pero estoy seguro que contigo, habría quedado como un
hombre.
Me hizo reír, y solté tres carcajadas - ¿ Cómo me
hubiese yo imaginado que Hugo tenía ese pensamiento
hacia mi ?.
- Hugo, cada día me sorprendes más - Dije sin parar de
reír - No te veo enredado con una mujer. Te gustan
demasiado los hombres.
- Es que no me estoy refiriendo a cualquier mujer - Dijo
cogiéndome las manos y riendo al mismo tiempo que
yo- Sólo me hubiera gustado que fueras tu, pero nadie
más, nos acoplamos muy bien los dos. Y no me
sorprende que John esté tan enamorado de ti.
- Y yo de él - Apunté con precisión.
- Todavía no lo conozco, créeme que tengo ganas de que
llegue mañana. Por lo que tu me has contado de él, y por
lo que he oído que te ha dicho al teléfono ¡ Es un tío de

662
una vez ! ¡ Vamos, que tiene clase y categoría !. ¿ Estoy
equivocado ?.
- Estás en el camino correcto - Dije bromeando.
Volvió a sonreír, y a preguntarme de nuevo.
- Claire ¿ Yo te hubiese gustado como hombre ?.
Lo miraba, y pensaba antes de hablar lo
que le iba a decir, porque volvía a darle rienda suelta a
su imaginación.
- Como hombre eres atractivo, sensible y amable - Antes
de que acabara, me cortó.
- No, no me estoy refiriendo a los puntos que tenga de
sensibilidad o de gentileza. Quiero que me digas, si
como hombre te hubiera gustado.
Hice una respiración profunda, porque no
quería que se enojara en lo más mínimo. No se le podía
dañar, ni contrariar, sobretodo a su persona, porque
había vivido para su físico, era un narcisista, y siempre
le habían dicho los demás hombres, que gustaba mucho.
- Hugo, no me he parado a pensarlo, es posible de que
no me fijara en ti, porque eres gay. Y también porque
estaba casada con Émile que también lo es. ¿ Te hubiese
gustado que me enamorara de ti ? ¿ Que te hubiera
querido como quise a Émile ?.
Dejó sus ojos puestos en los míos, como si
quisiera sacarme la verdad de todo. Me hacía entender,
que no le había hablado con sinceridad. Y cómo lo
mismo estaba de buen humor que de pronto cambiaba a
un estado deprimido y contrariante, dijo medio
enfadado.
- ¡ Me acabas de decir que no ! Has estado buscando
palabras bonitas para halagarme y para que me sienta

663
bien. Eso es lo que has estado haciendo desde que
llegaste a Johannesburgo. Y todavía no me has
perdonado de que yo fuera el amante de Émile ¿ Porqué
no dices eso ?.
Retiró sus manos de las mías, soltándolas de golpe.
Se enfundó en la cama, y me echó la
espalda, diciéndome.
- ¡ Déjame sólo !.
¡ Hay Dios qué es lo que yo había hecho !. Si solo
me limité a responder a su pregunta lo mejor que pude.
Había cogido una rabieta, y estaba muy enojado.
Recordé que también fastidiaba de esta manera a Émile,
cuando este lo contrariaba en algo. Era por eso que
Émile se enfadaba tanto con él, y le hablaba mal, y le
llegaba a dar algún que otro empujón para que se
callara.
Salí del dormitorio llevándome el vaso de
leche vacío. Lo llevé hasta la cocina y lo limpié. Me
quedé triste y pensativa.
Estuve preparándome algo de cena, de lo mismo que
había sobrado al mediodía. Me puse en un plato dos
filetes de cordero, y un tomate troceado, y lo llevé al
porche, con un vaso de cerveza.
A las siete de la tarde era de noche. En el cielo, la
Luna brillaba en cuarto creciente, y las estrellas
luminosas la rodeaban. Mientras que miraba este
conjunto armonioso en el firmamento, una estrella fugaz
se cruzó, dejando una larga cola. En esos instantes pedí
un deseo, y seguidamente después, recordé a John. El
deseo que pedí no se trataba de él y de mi. Puesto que
los dos estábamos seguros de nuestro amor, y de que

664
pronto acabaría todo lo que me impedía a que
estuviésemos viviendo en la misma casa, en la de él.
Pero desde por la mañana que había hablado por
teléfono con John, me puso al corriente de que estaría
vigilando por los alrededores, no me lo podía quitar de
la cabeza. Y tuve un impulso. Me puse en pie, y bajé los
escalones del porche, anduve por el caminillo y llegué
hasta la verja, y abrí la puerta. Salí fuera, miré con
detenimiento a la izquierda esperando encontrar por
algún lugar a John. Cómo no fué así, miré seguidamente
después a mi derecha, y tampoco obtuve resultado -
Llegué a pensar - Cómo es de noche no se hace ver .
¡ Lo amaba tanto ! Que creí poderlo ver escondido
detrás de algunos de aquellos árboles que se alzaban
majestuosos a lo largo de la avenida. John no iba a hacer
tal cosa. No se iba a esconder como si fuera un simple
ladrón por miedo a que lo reconocieran.
Sentí algo de vergüenza, por mostrarme sin reparo
delante de la puerta. Y cuando me dispuse a entrar,
observé, que Diana me había seguido hasta fuera, y en el
aire olfateaba, pero enfrente de la casa. Estaba segura de
que John me había visto, incluso hacía rato que me
estaba viendo en el porche. Reí de mi manera de ser, y
volví a entrar. Diana seguía fuera siguiendo el hilo de
aroma que conducía hasta donde John estaba, que
seguro no se encontraba lejos de la casa - Y me lo
imaginé - De cara a la casa, y apoyado en el tronco de
uno de los árboles.
Volví al porche con Diana, tuve que llevarla debajo
de mi brazo, y apoyada a mi cintura, porque no quería
entrar. Sus deseos eran, ir al encuentro de John.

665
Mucho apetito no tenía, y menos sabiendo de que
John estaba enfrente, y de que me estaba viendo cenar.
Me eché hacia atrás del asiento, y dejé la cabeza
reposando en el borde del respaldo. Cerré los ojos y
pensé detenidamente en ocho años atrás, recordando el
día que Émile y yo nos casamos, y todo lo que seguía
hasta el día que llegué a Johannesburgo, y descubrí de
que era Gay. No cambiaba esos ocho años, por el poco
tiempo que hacía que conocía a John.
Su amor hacia mi era sublime, y de lo más real.
Oí a Hugo que me llamaba. Dejé mis
pensamientos, y me puse en pie. Llegué al dormitorio, la
luz de la lamparilla de la mesita de noche estaba
encendida, Y Hugo sentado en el borde de la cama, con
los pies descalzos y tocando el suelo, con la mano
derecha buscaba por debajo de la cama, sus zapatillas,
levantó la vista y me miró.
- ¿ Donde están mis zapatillas ? Las necesito - Dijo, y
siguió buscando - Tenía la voz apagada, y la mirada
escondida.
Me agaché, y lo calcé. En el momento que
se puso en pie me preguntó.
- Claire ¿ Estás enfadada conmigo ?.
- No Hugo ¿ Porqué iba a estarlo ?.
- Es que no me he portado bien contigo, y te he hablado
mal - Dijo mirándome de frente.
- No tiene importancia ¡ Es que en ese momento no te
encontrabas bien !.
- ¿ Qué estabas haciendo ? - Preguntó con normalidad.
- Había acabado de cenar.

666
- Estoy cansado de estar en la cama, y quiero salir a
fuera contigo.
Nos sentamos en el porche uno enfrente
del otro.
- ¿ No puedes dormir ? - Le pregunté.
- Estoy nervioso porque mañana llegan mis padres.
Podría esperarlos aquí ¿ No te parece ?.
Volvía de nuevo a desvariar.
- Hugo ¿ Sabes la hora que es ?.
- ¿ Porqué me lo dices ?.
- Porque son las nueve de la noche, y tus padres llegan
mañana. A la una y media de la tarde o máximo a las
dos, estaremos aquí ¿ Vas a estar todo ese tiempo
esperando aquí fuera ?.
- ¿ Porqué no ? Prefiero quedarme aquí, que no en la
cama.
No venía a razones, porque para Hugo, el
tiempo que estábamos viviendo en el momento, era el
mismo del día siguiente. La noción del tiempo la había
perdido.
- Hugo, no creas que quiero contrariarte, pero, para que
llegue mañana, esta noche tenemos que dormir ¿ Lo has
pensado ?.
- Si, pero yo me quiero quedar aquí, porque el tiempo
pasa pronto.
- No puede ser Hugo, mañana tienes que afeitarte y
ducharte, para que tus padres te encuentren guapo.
- Esta mañana, la enfermera me ha afeitado, porque las
manos me tiemblan, pero yo me he duchado sólo. Estoy
bien así.

667
Si lo contrariaba volvía otra vez a enfa-
darse, y lo tenía que convencer para que se volviera a la
cama.
- Hugo, tienes que hacerme caso, y volver a la cama, yo
también me tengo que acostar, porque sino mañana, no
me tendré de pie.
- Claire, siempre me estás contrariando para que me
enfade. Tu puedes hacer lo que quieras, pero yo me
quedo aquí esperando a que venga mi madre ¿ Quien me
dijiste que la iba a ir a buscar ?.
Dios mío, estaba desesperada.
- Los vamos a ir a buscar John y yo. Tengo que estar
descansada para poder recibirlos como se merecen.
Me miró extrañado.
- Mi padre no viene. Sólo mi madre, es con ella con la
que yo quiero estar. Eso fué lo que hablé por teléfono el
otro día con ella.
Me extrañaba mucho que Hugo hubiese hablado por
teléfono con su madre. Otra cosa rara le empezaba a
ocurrir. Este desajuste del cerebro lo desconocía yo.
- Hugo ¿ Cuando has hablado con tu madre ?.
Se quedó pensativo unos instantes.
- No lo recuerdo ahora bien, pero puede que haga tres o
cuatro días.
- ¿ Te llamó ella al Hospital ?.
- No, la llamé yo a su casa - Dijo muy convencido.
- ¿ Y qué fué lo que te dijo ? - Le pregunté totalmente
desolada.
- Que iba a venir, y que como yo no quería que mi padre
viniera, no venía. En eso hemos quedado.

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Estaba convencido de que había hablado con su
madre.
Cómo casi todos los viernes a la noche, los
vecinos ingleses hacían fiestas, y ese día la habían
empezado a las siete de la tarde. La música la tenían
alta, y el griterío de los asistentes a la fiesta era grande.
Hugo hacía como cinco minutos que con las palmas
de sus manos tenía tapados los oídos. Me sorprendió
verle ponerse en pie, y sin apenas poderse mantener
derecho, se dirigió a la alambrada que separaba una casa
de la otra.
Sin que yo lo pudiese evitar, introdujo los dedos por
entre los agujeros de la alambrada, y la empezó a mover
mientras gritaba insultos a los dueños de la casa y a sus
invitados. Y mantenía varias veces con gritos - ¡Callaos!
¡ Silencio ! ¡ Estoy enfermo !.
El dueño de la casa se acercó a la
alambrada con cara de enfado. Los invitados miraban
sorprendidos lo que sucedía - ¿ Qué ocurre, a qué vienen
esos insultos ? - Preguntó de mal talante el vecino.
Intervine pidiendo disculpas - Perdone, es
que está enfermo, y le molesta el ruido.
Afirmó con la cabeza manifestando
comprensión y dijo - Perdonen ustedes. Bajaré el
volumen de la música.
Me dirigí a Hugo.
- Vámonos - Dije cogiéndole las manos y separando los
dedos de la alambrada.
Lo pude llevar hasta el porche, y lo ayudé a que se
sentara en el sillón. Cerró los ojos y como siempre le

669
ocurría empezaron a resbalarle por las mejillas, dos
gruesas lágrimas.
- Hugo ¿ Te encuentras bien ? - Le pregunté.
Pasados unos instantes respondió,
manteniendo los ojos cerrados.
- Mejor, mucho mejor. No sé que es lo que me ha
podido suceder, pero siento vergüenza por lo que he
hecho.
- Ya es tarde - Le indiqué - He tenido un día muy
ajetreado, y necesito dormir. También tu tienes que irte
a la cama.

Me miró, movió la cabeza afirmando. Apoyó las


manos en los brazos del sillón, con gesto de ponerse en
pie. Lo ayudé, y sin mencionar palabras, fuimos hasta su
dormitorio. Se portó bien, y lo dejé acostado, con la luz
de la lamparilla apagada.
Cerré la luz del porche, y también la
puerta, y subí directamente a mi habitación. Di la luz, y
sin pérdida de tiempo fui a mirar por la ventana. Mi
sorpresa fué enorme al ver a John al otro lado de la
calle, al verme, agitó la mano diciéndome adiós. Le
correspondí también. Su silueta varonil se alejó.
Estuve quince minutos más asomada a la
ventana. Desde arriba se podía ver bien la fiesta que los
vecinos ingleses tenían montada. El ruido lo habían
disminuido, pero aunque hubiese sido mayor, hubiera
dormido también. El cansancio me rendía, y tenía que
dormir para el día siguiente estar descansada y poder
recibir cómo se merecían los padres de Hugo.

670
Apagué la luz, y con el resplandor de la
Luna que entraba por la ventana, me desvestí, y me
coloqué el camisón blanco de raso para dormir. Me metí
en la cama y me dormí rápidamente.
El despertador me llamó a las siete. Salí de
la cama y me puse el batin. Bajé las escaleras y fui para
abrir la puerta trasera para que Yosi pudiese entrar. Al
descorrer el gran cerrojo, vi la silueta de Yosi que
esperaba este momento para empezar su trabajo.
- Buenos días Yosi - Dije.
- Buenos días señora - Dijo en el interior de la cocina.
Tenía que darle instrucciones para este día.
- Yosi, hay un rosbif en el frigorífico. Lo haces para el
medio día con patatas y verduras salteadas. Y la mesa la
montas en el comedor. Seremos cuatro para comer.
- Si señora ¿ Hago algo más en especial ? ¿ Que le
parece un bizcocho de manzana ?.
- Muy bien. Haz todo lo que te parezca - Dije con una
sonrisa.
Salí de la cocina y me dirigí al dormitorio
donde Hugo dormía. La puerta estaba entornada, y la
persiana de la ventana levantada, radiando en la
habitación la luz del día.
Miré dentro, y no estaba en la cama.
Supuse de que estaba en el aseo, me acerqué, y miré en
el redondelito rojo donde ponía - Ocupado.
Abrí la puerta del porche para que entrara la luz del
sol dentro de la casa.

671
44

No me tenía que preocupar por Hugo.


Puesto que hasta el momento todo iba bien. Desayunaría
yo antes, y después, me ocuparía de él. Pero me
disponía a entrar en la cocina, y oí la puerta del aseo que
se abría. Chirriaba un poco, hacía días que pensaba
ponerle 3 en 1, pero se me olvidaba.
Me volví, y me encontré de frente a Hugo, acabado
de ducharse y de afeitarse, oliendo al aroma de colonia
que usaba. Al verme sonrió, estaba contento.
- Buenos días Hugo ¿ Cómo te encuentras hoy ? - Dije
devolviéndole la sonrisa.
- Mucho mejor, y de pensar de que voy a estar con mi
madre, siento que ya estoy curado.
- Me alegro mucho. Estoy viendo su cara cuando te vea,
aunque no la conozco, pero cuando las madres ven a sus
hijos, les brillan el rostro.
- Quiero que me encuentre bien ¿ Qué te parece si me
pongo el traje gris claro ?.

672
- Estupendo, has elegido bien - Dije animándolo - Ahora
tienes que ir a desayunar. Tienes que comer para que
ella se ponga contenta. Las madres siempre estan de
buen humor cuando ven a sus hijos comer bien.
- Claire, ninguna de mis hermanas me aconsejarían, ni
me hablarían del modo que tu lo haces. Tengo mucho
que agradecerte. Y no tomes a mal cuando me enfado,
después me doy cuenta de lo que he hecho, y lo paso
muy mal. Yo lo achaco a la enfermedad que tengo.
Cuando me ponga bien seré el mismo de antes.
- Claro que si Hugo. Por mi no te preocupes, porque
nunca me enfadaré contigo.
A las once menos cuarto estaba sentada en
el porche frente a Hugo, esperando a que llegara John.
Hugo se había puesto su traje gris claro, y
una camisa blanca. Lo miraba contenta, por los
acontecimientos que poco más de dos horas iba a vivir.
El traje gris se le había hecho grande, y le sobraba tela
por todos sitios.
Hugo me anunció.
- Nada más veas a mi madre, dale un beso muy fuerte y
le dices que se lo he dado yo.
- Así lo haré - Dije sin perder la sonrisa.
Se oyó el ruido del motor de un coche que
se paraba delante de la verja. Miré, y vi que se trataba de
John. Me puse en pie, y coloqué bien la falda beig con
un poco de rizo a la cintura, y una blusa blanca con veta
ancha pegada a la cintura. Colgué el bolso en mi hombro
izquierdo. Hugo me observaba, y por último me volvió a
recordar.

673
- Claire dale a mi madre nada más la veas un beso mío,
y le dices que la estoy esperando.
- Lo haré, Hugo lo haré - Dije bajando los escalones del
porche.
John me estaba esperando delante de la
verja. Espléndido, con un traje color marfil, una camisa
blanca de seda, los zapatos siempre eran blancos. Y bien
peinado con el cabello hacia atrás, cogido por una cola,
que le llegaba a la mitad de la espalda.
Me recibió con una sonrisa.
- ¿ Cómo estás amor ? - Dijo nada más me acerqué a él.
El taxista nos miró, y sonrió a través de la
ventanilla.
- ¿ Has dormido bien ? - Le pregunté después de darnos
un beso en los labios.
Afirmó con la cabeza.
- Estás muy guapa ¿ No te ha llamado Émile por
teléfono ?.
- No, y espero que se olvide de mi.
- No tendría más remedio - Dijo acompañándome a
entrar en el taxi. Nada más nos instalamos, John le
indicó al taxista - Ahora al aeropuerto por favor.
Al lado de John me sentía muy a gusto, y
muy tranquila.

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45

Acabamos de entrar en los recintos del


aeropuerto, y se oyó por el altavoz, la voz de una azafata
que anunciaba la llegada del vuelo procedente de París,
y que estaba aterrizando.
John me llevaba cogida del brazo al gran
corredor por donde los pasajeros tenían que salir. No
había visto ni en fotografía a los padres de Hugo, pero
yo había quedado por teléfono con la madre, que ellos
llevarían en alto su apellido. De esa manera los
reconocería.
También yo estaba nerviosa, parecía de
que fueran mis padres a los que iba a recibir, y tenía
deseos de conocerlos.
Habían transcurrido cómo treinta minutos,
cuando por el largo pasillo los pasajeros iban saliendo
con los equipajes. John me observaba y sonreía, por la
manera que buscaba entre los viajeros a alguien que

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llevara en la mano un cartón con el nombre escrito
señores Barreau.
Casi al final de todos los pasajeros que
iban saliendo, venía un matrimonio, y ella llevaba por
encima de su cabeza y sujetado con las dos manos una
cartulina que decía Barreau.
Dije contenta y emocionada.
- ¡ John, ahí están !.
- Vamos al encuentro - Respondió John.
Dejamos que pasara la gente que venían
delante de los padres de Hugo, y rápidamente nos
pusimos frente a ellos.
- ¿ Señores Barreau ? - Dije amablemente.
Los ojos de la madre de Hugo se
agrandaron, y quedó sorprendida y contenta. El señor
Barreau quedó pasivo y sin ninguna emoción, mostrando
en su rostro mucho cansancio.
- ¿ Es usted Claire ? - Preguntó la madre de Hugo.
- Si, Jeanne soy Claire ¿ Han tenido un buen viaje ?.
- Regular, ya somos mayores para hacer un trayecto tan
largo - Dijo Jeanne.
Me aproximé a su mejilla, y le di un beso,
y cuando me separe le dije.
- Este beso es de parte de Hugo, me ha pedido que se lo
diera nada más verla.
- ¿ Cómo está mi hijo ? - Preguntó el señor Barreau.
- Sigue igual, y cuando lo vean, juzgaran ustedes
mismos.
- ¿ Quiere decir de que está peor ?.
- Ya lo verán cuando lleguemos a casa.

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Se me había olvidado presentarles a John, e
inmediatamente lo iba a hacer.
- Es John, un gran amigo mío.
El señor Barreau le dio un apretón de
manos, y Jeanne hizo lo mismo.
Cuando las presentaciones estuvieron
hechas, John intervino para que saliéramos fuera y
cogiéramos un taxi.
De regreso a casa, veníamos hablando en
los asientos de atrás, los padres de Hugo y yo. El asiento
de alante lo venía ocupando John al lado del taxista, que
era nativo. Todos los taxistas lo eran.
Venía yo preparando a los padres de
Hugo, sobretodo a la madre, para que no se emocionara
demasiado cuando viera a Hugo, delgado, demacrado y
con un carácter difícil de llevar.

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46

El taxista paró delante de la puerta. Sacó


las dos grandes maletas del maletero que los padres de
Hugo traían cómo equipaje, y dos bolsas grandes de
viaje.
Con el ajetreo que llevaba yo de ayudar a la
madre de Hugo, no había advertido que él, estaba
esperando por dentro de la verja cogido a los barrotes de
hierro.
Al acercarme a la puerta para abrirla, vi que lloraba
por la emoción que sentía.
- Hugo ¿ Mira quién están aquí ? - Le dije ayudándolo
por el brazo.
La cara que a la madre de Hugo se le
quedó, la recordaré siempre. Sabía de que era su hijo,
pero estaba irreconocible.
Hugo lloraba abrazado a su madre. Jeanne
supo ser fuerte. Era una mujer maravillosa, de

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aproximadamente sesenta años, algunos menos que su
marido. Ella tenía el rostro limpio de arrugas y la tez
que le brillaba. Alta y espigada, con el cabello rubio de
tinte, y media melena.
Su mirada era dulce, y las pupilas de color marrón
claro iguales a las de Hugo.
Hugo tenía gran parecido con su madre, y con su
padre menos, puesto que Hugo era simpático y risueño,
y el padre serio, pero amable. También era alto, con el
cabello casi blanco, por las canas, y los ojos azules.
Hugo lloraba abrazado a su madre, igual
que un niño. Ella le tenía cogida la cabeza acariciándole
el pelo, y le decía con suavidad y cariño.
- Hugo hijo, ya estoy aquí contigo ¡ Cálmate !.
El señor Barreau esperaba cerca de ellos
dos, a que se separaran, y poder abrazar a su hijo. Lo
miraba yo recordando lo que Hugo me contó que de
niño y en la adolescencia le hizo. Ahora parecía un
hombre tranquilo, pero con algo de sufrimiento,
marcado en su rostro.
Aunque Hugo no quería separarse de los
brazos de su madre, ella hizo un gesto para que su
marido pudiese abrazar a su hijo. Y los tres quedaron
abrazados.
Llamé a Salomón para que viniera, y
subiera el equipaje de los padres de Hugo, al dormitorio
de arriba.
Yosi esperaba en el porche para que le
diera una labor para hacer. Seguro que la mesa la tenía
montada en el comedor, cómo le indiqué por la mañana.

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John no se separaba de mi lado. Lo vi muy
emocionado, también yo lo estaba, y muy contenta de
que al fin Hugo abrazara a sus padres, y pudiese estar
con ellos.
Fuimos hasta el porche. Yosi que era un
primor de mujer, y que estaba en todos los detalles,
había llevado sillones al porche para todos.
Hugo disfrutó caminando despacio y sin
fuerzas cogido al brazo de su madre. Iba orgulloso, lo
más parecido a un pavo real mostrando majestuoso su
bello plumaje.
Hable con Yosi para que llevara refrescos, antes de
que empezáramos a comer.
El señor Barreau buscaba con la mirada, lo
más seguro a Émile. Pero su manera de mirar buscando,
hablaba por todo lo que callaba.
Hugo sólo tenía ojos para su madre, y
había desconectado de todo lo que sucedía a su
alrededor. Le hacía preguntas, sobre el estado de sus
hermanas. Sobre la gente más próxima que conocía en
París.
El señor Barreau se fijó en John, que
estaba sentado a mi derecha. Ahora lo estaba
examinando más que antes, con detenimiento. Lo
miraba de la cabeza a los pies, parecía como si estuviese
impactado, por la manera de peinarse, y de cómo vestía.
Al fin decidió de intercambiar unas palabras conmigo.
- ¿ Es usted la señora Franklin ?.
- Si - Respondí.
Después de mirarme largamente, puso sus
ojos en John, y antes de que preguntara - Dije.

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- En el aeropuerto lo he presentado como el mejor
amigo que tengo. Dígame señor Barreau ¿ Qué quiere
usted saber ?.
Echó una mirada a su mujer y después a
Hugo, para asegurarse de que los dos estaban muy
entretenidos.
- ¿ No está aquí Émile ?.
Negué con la cabeza. Y volvió a
preguntarme.
- ¿ Porqué no está ?.
Hugo giró la cara y miró a su padre con
enfado, y fué él quién le respondió.
- ¡ Te han dicho que no está y punto ! ¿ Qué quieres
saber ahora ?.
El señor Barreau se quedó parado, no
esperaba esa respuesta de su hijo. Humedeció los labios,
y dijo en un tono bajo.
- Sólo quería saber donde está, lo quiero conocer.
- ¿ Para qué ? - Preguntó Hugo.
- Necesito hablar con él.
Hugo empezó a ponerse nervioso, y a
mirar de mala manera a su padre. Yo me temía lo peor,
pues últimamente no se le podía contrariar, por nada
saltaba, y se ponía algo violento.
Jeanne intervino para tranquilizarlo.
- Hijo, no te pongas así con tu padre. Es normal que lo
quiera conocer, y yo también. Tenemos que hablar con
el doctor que lleva tu enfermedad, y tiene que ser Émile
quien nos lleve a la consulta para que nos hable de tu
salud.

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Hugo no respondió, y bajó la barbilla hasta
el pecho. Pero yo dije la verdad de lo que ocurría.
- Señor Barreau, Émile, ya no vive aquí.
- Por favor, llámeme Antoine - Dijo el padre de Hugo -
¿Qué razón le ha llevado para que se vaya ? ¿ Lo puede
decir ?.
Era demasiado fuerte para que le dijera el
porqué de su ida. No quería ser yo quien se lo desvelara.
- Esta bien Antoine, llámeme Claire - Dije, al mismo
tiempo que tragaba saliva.
Antoine esperaba que yo siguiera
hablando, y en vista de que no lo hacía, dijo
dirigiéndose a Hugo.
- Te guste o no, tengo que saber la verdad de todo. Estás
más enfermo de lo que tu madre y yo pensábamos. Y
como verás, a estas alturas, poco nos importa lo que
opinen los demás. Eres nuestro hijo, y hemos venido a
llevarte con nosotros a París ¿ Porqué se ha ido de aquí
tu amigo y compañero Émile ? ¿ Nos tiene miedo ?.
Hugo rompió a llorar. Esa era la manera
que tenía para salir de algo que le molestara, y que no
quería responder.
Jeanne le preguntó.
- ¿ Habéis roto vuestra relación ?.
Hugo afirmó con la cabeza, y secándose
las lagrimas con un pañuelo de bolsillo dijo.
- Hace tiempo que nuestra relación está rota. Émile no
me quiere, porque estoy enfermo, pero también él tiene
la misma enfermedad que yo.
Antoine me echó una ojeada, y me preguntó.

682
- Claire ¿ Porqué se ha ido exactamente Émile de esta
casa ? No crea que me va a ofender si me dice la verdad.
Estoy aquí por mi hijo, y me espero de todo.
Cogí la mano de John y las cruzamos por
los dedos, me miró y asintió con la cabeza, para que
hablara diciéndole la verdad.
- Antoine, desde el primer día que supimos de que
ustedes iban a venir, Émile dejó bien claro que él se iba.
- ¿ Porqué razón ?.
- Por no enfrentarse a usted.
Hizo un gesto de no entender porqué.
- ¿ Que es lo que tiene en contra de mi ?.
Hugo saltó.
- Le conté a Émile y a Claire, todo el mal que me hiciste
a la edad de diez años, hasta el último día que dejé París,
y que abandoné vuestra casa para venirme a trabajar
aquí.
Antoine no se esperaba que Hugo le sacara
a relucir el pasado, y tan descaradamente cómo le habló.
Posó su mirada en John y en mi, esperando encontrar
una exclamación por parte nuestra. Manteníamos las
manos cruzadas, y reposando encima del muslo de John.
Antoine se fijó en la manera tan cariñosa que estábamos,
y en las miradas de atención que John me echaba.
Estaba pendiente de mi, para que no sufriera la menor
alteración.
Antoine se dirigió a nosotros dos, con palabras
pasivas.
- No sé lo que mi hijo habrá contado de mi. Pero lo que
si puedo asegurarles, es que siempre he querido lo mejor
para los tres hijos que tengo. Puede ser que a Hugo le

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haya regañado para que de mayor sea un hombre
importante y mis dos hijas respetadas.
Hugo movía la cabeza negando. Jeanne le
acariciaba la cara para que se tranquilizara, y le decía
por lo bajo.
- ¡ Cálmate hijo !.
- Madre, estoy tranquilo, pero no quiero que venga
ahora haciendo ver a las demás personas, que conmigo
ha sido un buen padre. Sólo lo fué con mis hermanas.
Llevaba a las dos en lo más alto, y a mi, por mi
condición gay, me pegaba patadas en el trasero. Y aquí
me quedo. No voy a mencionar nada más. Es por eso
que Émile ha querido quitarse del medio, para no
enfrentarse con él.
Antoine lo escuchaba con atención. Pensé
por un momento que iba a perder los estribos, que
pasaría vergüenza ante las acusaciones que Hugo le
imponía. Pero no fué así. Mantuvo la calma, hasta
incluso creo que estaba relajado, manteniendo una leve
sonrisa de inocencia.
- No hijo - Dijo Antoine - Émile tiene otro hombre, tu ya
no le interesas. Esa es la razón por lo que no está
viviendo contigo. Y también quiero hacerte saber, que
no me importa lo más mínimo que me acuses de todo lo
que dices que te hice. No he venido aquí tan lejos para
desenvainar mi espada contra ti. Quiero que te
desahogues, y que le digas a tus amigos y a las personas
que quieres, lo mal que te lo hice pasar. En aquellos
momentos no lo hacía para fastidiarte. Lo hacía, porque
quería que fueras un hombre respetable, y que hicieras
tu propia familia.

684
Antoine hizo una pausa, y respiro profundamente.
- ¿ Dices que querías hacer de mi un hombre ? - Dijo
Hugo.
- Si hijo mío.
- ¿ Querías hacer de mi un hombre bruto que no
conociera los modales ? ¿ Un hombre que llevara a su
mujer derecha como una vela, y que a todo dijera que
si? ¿ A eso tu lo llamas ser un hombre ?.
- No quiero contrariarte, si tienes esa imagen mía como
esposo y como padre. Quizá puede de que tengas razón.
Pero a tu madre nunca le ha faltado de nada, y siempre
me ha tenido a su lado, para lo bueno y para lo malo.
Hugo se rebotó.
- ¡Lo que dices no es cierto, mi madre y yo hemos
pasado juntos muy malos momentos por culpa tuya !
¿ No recuerdas el día que me pegaste con el cinturón ?
Me dejaste el cuerpo marcado, con unos grandes
moratones, en los brazos y en las piernas. Mi madre se
puso por medio para que pararas, porque tu deseo era
matarme. Ella te gritaba - ¡ Déjalo ya ! - Tu la miraste
con desprecio, igual que a mi, y le dijiste - Es culpa tuya
de que este sea maricón. Saliste de la casa y te fuiste. Mi
madre se quedó abrazada a mi cuerpo. Sólo tenía yo
doce años ¿ Lo has olvidado ?.
- No hijo, sé que no me vas a creer, pero igualmente lo
voy a decir. Volví de madrugada esa noche ¿ Lo
recuerdas ?.
- Si, lo recuerdo todo - Dijo Hugo con cansancio, por lo
que se había alterado.
- Después de dejaros, cogí el coche, y fui hacia un
descampado, donde seguía el campo. Estaba lloviendo

685
esa noche. Salí del coche, y me puse bajo la lluvia
espesa que estaba cayendo. Levanté mi cara y miré al
cielo gris oscuro, y como nadie me podía oír, grité y
grité, pidiéndole al cielo ayuda para mi. Lloré más que
nunca, implorando al cielo que me perdonara.
Hugo le mantenía la mirada.
- Es posible que lo hicieras, pero me cuesta creerte,
porque al día siguiente o a los dos días, me volviste a
insultar, y a castigar. El único motivo que te daba, era
que nací más femenino que masculino ¿ Porqué no la
emprendiste con la naturaleza ? Tu que te tienes por un
hombre inteligente ¿ No te percataste que todo esto
cuando ocurre, cuando un niño nace, y se va haciendo
un hombre, y nota que está viviendo en un cuerpo de
mujer, es la naturaleza que ha jugado con el destino de
esa persona ?.
- Si lo sabía, pero en la propia persona es difícil de
asimilarlo. Lo vemos de esa manera cuando le ocurre a
las demás personas.
Parecía que Hugo se hubiese recuperado
por la manera que le había hablado a su padre, y de
recordar los sucesos.
- Siempre fuiste muy machista. Muy hombre, como tu
dices. Si ser un hombre, es lo que eres tu, prefiero ser
gay, de ésa manera no hago infeliz a ninguna mujer.
Hacia rato que Hugo y su padre recordaban malos
momentos. Sobretodo Hugo le estaba echando muchas
cosas en cara, que jamás se atrevió a decirle.
- Hugo para ya de hablarle de ese modo a tu padre -
intervino Jeanne - Es cierto lo que ha contado de que lo
pasaba mal, cada vez que te castigaba o te insultaba.

686
- ¿ Porqué lo defiendes ahora ? - Respondió Hugo a su
madre, como si ella también estuviese en contra de él -
Cuando me pegaba y me llamaba maricón, lo odiabas,
no lo decías, pero conozco tu cara, tus gestos y tu
manera de mirar. Y lo mirabas con desprecio ¿ Estoy
mintiendo ?.
Jeanne movía la cabeza, cómo algo que no
podía atajar.
- Hijo, han pasado años de toda esta historia - Dijo
Jeanne.
- Pues, lo recuerdo cómo si lo hubiese vivido ayer - Dijo
Hugo cayéndole una lágrima por la mejilla.
En el umbral de la puerta esperaba Yosi a
que fuéramos a comer. Miré la hora en mi reloj de
pulsera. Eran las dos y media de la tarde. Con el tema
que se había tocado, el tiempo había pasado rápido.
Apreté la mano de John, y rápidamente me miró. Hice
un gesto para ponerme en pie, y nuestras manos se
quedaron libres. Fui hasta el salón - comedor y revisé la
mesa. Le había dicho a Yosi por la mañana, que pusiera
cuatro cubiertos. Pero John se quedaría a comer, aunque
no me lo había mencionado, era normal y lógico que
comiera en casa. Así es que le dije a Yosi que pusiera un
cubierto más, y que después se fuera a comer, pues a su
hijo lo había dejado en la casita, y la estaba esperando.
Yosi había dejado en una bandeja el
rosbif, cortado a filetes finos. Lo dejé sobre la mesa, y
una fuente honda con las verduras. Eché la última
mirada a la mesa inspeccionando si faltaba algo. Lo
encontré todo correcto, y volví al porche. Anuncie, que
era la hora de la comida, aunque algo tarde.

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Me acerqué a John, y le dije en inglés y por lo bajo,
que se quedara a comer.
La comida transcurrió con normalidad,
apenas se habló. Aunque los reproches por parte de
Hugo a su padre, no habían terminado. Era curioso lo
que le estaba sucediendo. Según él me había contado,
nunca se vio con el valor de enfrentarse a él. Siempre se
había callado los insultos, y aberraciones que su padre lo
sometía, y ahora cuando estaba muy enfermo, tenía una
fuerza enorme. Decía lo que sentía sin tenerle miedo a
nadie ni a nada. Era posible que supiera que le quedaba
poco tiempo de vida, y no quería dejar pasar por alto,
todo lo que guardaba dentro si. Llegué a pensar que era
una manera de confesarse y sacar todo el odio que
guardaba para no irse de la tierra con rencores, para
airear su alma y dejarla limpia y cuando estuviera en las
alturas volar con las mariposas que tienen las alas
doradas. Porque ellas también cuidan del espíritu para
que se vuelva transparente.
John participó en la comida, y nada más
acabar me dijo.
- Amor, tengo que irme. El trabajo en casa me llama
pero mañana nos veremos, cenaremos en un restaurante
que se come muy bien, y podemos bailar.
Mi cara se transformó, y sonreí. Mis ojos
de mujer enamorada brillaban con chispas de luz.
- Tengo ganas de que llegue mañana - Dije con el rostro
muy pegado al de John - Hace años que no voy a bailar,
quizá tres, en la boda de una amiga en París.

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- Mañana noche bailaremos hasta que amanezca, hasta
que tu y yo seamos una sola persona por lo juntos que
estaremos.
Los padres de Hugo se despidieron de
John, agradeciéndole haberlos ayudado. Hugo como
había estado todo el tiempo ocupado con su madre.
Apenas pudo hablar con John, pero antes de irse le
preguntó.
- ¿ Es cierto que eres escritor ?.
- Si.
- Quiero pedirte algo que para mi es muy importante.
- Dime que es - Dijo John.
- Es posible que no lo hagas aunque te lo pida.
- Si lo haré ¿ Pero dime de que se trata ?.
- Me gustaría que escribieras toda mi vida. Quiero que
todo lo que he vivido, desde la edad de nueve años hasta
este momento lo escribas.
- Lo prometo Hugo, escribiré sobre tu vida.
- Claire la conoce, porque yo se la he contado, y
también ha vivido conmigo momentos difíciles ¿ Lo
harás ? ¿ Escribirás mi historia desde el principio
hasta el fin ?.
- Te lo prometo Hugo - Respondió John, posando sus
manos sobre los hombros de Hugo.
Hugo lo miró con brillo en las pupilas, y
sin bajar la cara para sonreír. Después se dirigió a mi.
- Claire, John es realmente guapo. Tienes una gran
suerte de que te quiera tanto y sin límites ¿ Te das
cuenta que has tenido que venir al sur de África para
vivir tu verdadero amor ?. Jamás podemos saber donde
se encuentra nuestra felicidad.

689
Había veces que tenía una mente
despejada, y controlaba cada frase que iba a decir.
Fué John quien se adelantó a mi respuesta.
- Hugo, la suerte la tengo yo de mi parte al conocerla a
ella. Ha renovado toda mi persona, he vuelto a ser joven.
- Es que eres joven - Dijo Hugo en una sonrisa un poco
extraña.
- Tienes razón, soy joven. Pero a lo que me estoy
refiriendo es que, antes de conocer a Claire, estaba vacío
por dentro, era un hombre triste, que a mis veintisiete
años no creía en el amor porque pensaba que era banal,
y que era inútil seguir buscando lo verdadero, porque no
lo había. Pero otra vez el amor vuelve a tener razón, me
lo ha demostrado.
Cogí la mano de John y la apreté con la
mía. Me miró, y cómo siempre ocurría, sus ojos verde
mar hacía que me olvidara de lo negativo que estaba
viviendo en aquellos momentos. John aproximó sus
labios a mi frente, y la besó, con suavidad, pero que noté
en la fuerza del beso un fuego de pasión.
Hugo se había emocionado y sonreía, los
ojos los tenía humedecidos.
John se despidió poniendo su mano
derecha sobre la mejilla de Hugo, como un saludo muy
cariñoso.
La mano de John y la mía se habían vuelto
a juntar. Estábamos sólos, de pie en el salón. John me
atrajo hacia él, parecía de que estuviésemos bailando
cómo dos enamorados, pero no nos movíamos. Nos
besamos, con amor y ardor, hasta que quedamos
saciados.

690
John tenía que marcharse. Se dirigió al
teléfono y marcó el número de los taxistas - Dio la
dirección, y oí como repetía - De acuerdo espero diez
minutos.
Fuimos de la mano hasta el porche, y nos
despedimos hasta el día siguiente a las siete de la tarde.
El taxi llegó antes de los diez minutos. Otro beso nos
dimos antes de que John se marchara.
Lo observaba cómo caminaba hasta la verja, me
encantaba su modo de andar, con clase y categoría, y un
cuerpo varonil, que haría soñar a muchas mujeres.
Se dio la vuelta, y agitó la mano para
decirme adiós. Le correspondí de la misma manera.

691
47

Los padres de Hugo habían llegado


cansados del viaje, y decidieron de irse pronto a dormir.
Hugo se había ido a la cama poco antes de que John se
fuera. Yosi también se había ido a su refugio, y yo me
quedé descansando en el porche echada en la butacona,
respirando el aire, y el aroma a jazmín que llegaba. Los
vecinos ingleses estaban tranquilos esa noche estrellada
y medio iluminada por la Luna creciente.
El timbre del teléfono sonó. El corazón me
dio un vuelco. Estaba segura de que John no era, pues
sabía de que estaba cansado, y no me llamaría al menos
que fuera algo urgente. Me puse en pie y fui al salón, y
cogí el teléfono.
- ¿ Diga ?.
Oí al otro lado del hilo una respiración
agitada. Reconocí por la manera de respirar que se

692
trataba de Émile - ¡ Dios mío ! - Pensé - ¿ Qué quiere
ahora ?.
- ¿ Diga ? - volví a repetir.
- Sabes muy bien quien soy - Oí a Émile que decía, con
la voz seca y algo ronca - Llamo para saber cómo se
encuentra Hugo después de haberse encontrado cara a
cara con su padre.
No sabía qué decirle en esos instantes,
porque su llamada no era para interesarse por la salud de
Hugo, sino para que le dijera, si él y su padre se habían
discutido, y qué se habían dicho. Y le dije la verdad.
- Hugo sigue cansado, pero más animado desde que ha
visto a su madre.
- ¿ Y con su padre cómo ha ido ?.
- Te lo puedes imaginar, le ha estado reprochando cosas
del pasado. Pero su padre no se ha inmutado. Creo que
se lo esperaba, y venía preparado.
- ¿ Preparado dices ? ¿ Para qué ?.
- Pues, para recibir los reproches, y ajustes, que Hugo le
iba a pedir.
- ¿ Y dices que no se ha inmutado ? Tan grosero y
sinvergüenza que ha sido con Hugo ¿ Ahora esconde el
rabo entre las piernas ?.
- Émile, yo en el fondo veo bien su reacción.
Desconocen la gravedad de la enfermedad de Hugo.
Pero se han dado cuenta de que está muy enfermo, y eso
que no saben que le queda poco tiempo de vida.
- ¿ El padre de Hugo ha preguntado por mi ?.
- Si, quería saber porqué no vivías aquí, con su hijo.
- ¿ Que le habéis dicho ? - Preguntó muy interesado.

693
- Fué Hugo, quien le dijo la verdad. Que tu no lo querías
ver.
Oí cómo respiraba profundamente.

- ¿ Sigue, hay más ? - Preguntó con interés.


Sabía que se iba a enfadar.
- Su padre le comentó lo que pensaba de ti.
- ¿ Y qué pensaba de mi ?.
- Pues le dijo, que tu no lo querías, y que lo habías
dejado porque te habías enamorado de otro hombre.
- ¡ Cabrón ! ¡ Es un sinvergüenza y un tirano ! Deja que
yo me lo eche a la cara !.
- ¿Porqué dices eso no es verdad ?.
- ¿ También tu estás de su parte ?.
- No Émile, estoy de parte de la verdad ¿ No es cierto
que ya no lo quieres y que te ves con otros hombres ?
¿Y que hace tiempo lo abandonaste ? Gracias a mi ha
podido salir de cosas que tu le hacías.
- ¿ Que yo le hacía cosas ? ¿ Qué cosas son esas ?.
- Es posible que las hayas olvidado, y que ya no te
acuerdes.
- ¡ Dime una, sólo una !.
Era la pescadilla que se mordía la cola.
- Émile, estoy cansada. Llevo un día muy ajetreado, y
necesito irme a dormir.
- ¡ No te escabullas queriéndote esconder en el
cansancio. Quiero que me digas una sola cosa mala que
yo a Hugo le haya hecho.
Perdí el control.
- ¡ Mira Émile ! No te voy a decir una, sino dos. Y
después si quieres sigo. ¿ De acuerdo ? ¡ Lo has echado

694
a la calle, sabiendo de que estaba enfermo ¡ Le has
pegado, y lo has dejado en el suelo tirado, y lo tuve que
ayudar a que se pusiera en pie ¿ Sigo ?.
- ¡ Eres una zorra ! ¡ Y jamás, me has querido ! ¡ Pero te
lo advierto ! ¡ No te dejaré tranquila, y te perseguiré
hasta el final, aunque sea lo último que haga ¡ Ah ! y al
novio ese que te has echado, le voy a romper los huesos
delante de ti, y lo vas a oír llorar implorándome, y
llamando a su mamá.

Solté una carcajada que no pude evitar.


- ¿ Quieres ver cómo mañana me presento ahí ? ¿ Y
cuando vea que entra en mi casa para verte le pego un
golpe y lo quito del medio ? ¿ Eso es lo que quieres ?
¿ Es lo que estás buscando ?.
Su agresividad había llegado muy lejos.
- Émile ¿ Porqué te intereso tanto ? no te importaría
matar si fuera necesario con tal de retenerme a tu lado.
Cada vez estás más agresivo ¿ Te sigues tomando los
medicamentos ?.
- ¡ Y a ti que te importa ! ¿ Es que no te crees lo que te
he dicho ?.
- ¿ Sobre qué ?.
- ¡ Disfrutas poniéndome mal de los nervios ! ¿ No me
crees capaz de pegarle una paliza al maricón de tu
novio?.
- ¿ Te crees más fuerte porque él viste con traje, y tu con
pantalón negro de cuero ? No te fíes de las apariencias,
puesto que podrías llevarte una mala sorpresa. Quédate
quieto y no hagas nada, será lo mejor para ti.
- ¿ Me estás asustando ? Tiemblo de miedo.

695
Tenía que cortar esta absurda conversación.
- Émile ¿ Exactamente para qué me has llamado ?.
- Te sigues burlando de mi. ¿ No lo recuerdas ? ¿Qué
pasa, que te has vuelto loca y no te acuerdas de nada ?.
- ¿ Tu llamada no ha sido para saber cómo está Hugo ?.
- Si, eso es - Dijo con sequedad.
- Entonces ¿ Porqué la has emprendido conmigo ?.
- Eres tu quien te pones borde poniéndote de parte de
alguien que ni siquiera conoces, y me tiras a mi por los
suelos, y por lo más bajo ¿ También has olvidado de que
estamos casados ? ¿ De que sigues siendo mi esposa, y
te puedo obligar a que vengas a vivir conmigo?.
- ¡ No puedes obligarme a nada ¡ Quiero que lo
recuerdes !.
- No sé quien te ha leído a ti las leyes, porque me doy
cuenta de que no las conoces. Y una esposa tiene que
vivir en la casa que viva su esposo.
- No cuando se trata de un maltratador como tu, ni de un
marido gay. No Émile, el que no conoce las leyes eres
tu, y también otra cosa te voy a pedir. ¡ Quiero el
divorcio !.
Se rió con descaro, con una sonrisa nerviosa y
sarcástica.
- ¡ Pobre ilusa ! ¿ De verdad crees que ese muñeco que
te has echado por novio piensa casarte contigo ? No me
hagas reír ¡ Tiene un montón de años menos que tu ! He
indagado en su familia, y es una de las más ricas de
Johannesburgo, el dinero les sobra por los cuatro
costados, porque tienen varios negocios que le rentan
mucho. Y por si fuera poco, se están construyendo al sur

696
de Johannesburgo unos grandes almacenes que llevarán
su nombre ¿ Lo sabías ?.
- No, porque John nunca me habla de dinero. Es mucho
mejor de lo que te imaginas, me quiere y me ha pedido
que nos casemos.
- ¿ Vas a dejar de ser la señora Franklin para ser la
señora Edwars ? Ya te he dicho que no lo creo. Es
posible que te haya pedido en matrimonio, porque es
astuto de esa manera te dejaras, si es que ya no te has
dejado. Y cuando se canse de ti, te dejara tirada.
Piénsatelo bien antes de que yo cambie de idea, y
después no quiera saber nada de ti. Tu y yo nos
conocemos, y sabemos cada uno cómo somos. Tu con
John estás como en una isla perdida, que todo parece
bonito pero cuando se entra dentro, todo es distinto.
Trataba de convencerme hasta dejarme sin
fuerzas, para que aborreciera a John, el hombre más
extraordinario que había conocido. No era fácil de que
yo callera en la trampa.
- Émile tendrías que estar agradecido a John.
- ¡ Agradecido yo !¿ Porqué ? - Exclamó dándome un
grito.
- Por cuidar de mi, por amarme cómo lo hace, y por la
sinceridad y nobleza que está demostrando tener. Hoy
ha hecho lo que tendrías que haber realizado tu, ir al
aeropuerto a recibir a los padres de Hugo. Alguien que
no me quiere no lo hubiese hecho, me hubiera dejado
sola ¡ Tu me has dejado sola hoy, y muchas veces más!.
- ¡ Siempre tienes un argumento que presentar, pero
conmigo no te vale, iré hasta el final !.

697
No deseaba seguir hablando más con él,
puesto que siempre tocábamos el mismo tema, y
terminábamos mal. Lo nuestro era agua pasada, y mis
deseos, mis grandes deseos eran olvidarme de Émile y
hacer mi vida junto a John.
- ¡ No quiero seguir hablando contigo ! - Le dije
bastante enfadada, y demostrándole coraje - Me has
llamado para saber cómo está Hugo. Ven mañana a casa,
y habla con él, no te escondas. Porque eso es, lo que
estás haciendo ¡ Así es que ! ¡ Buenas noches !.
Dejé el teléfono en su sitio, y antes de salir
del salón volvió a sonar. Lo dejé que sonara, y en el
silencio de la noche, el ruido del timbre se hacia penoso
para los oídos. No lo quería volver a coger, porque
Émile seguiría con el mismo rollo, y así, podíamos estar
hasta que amaneciera.
El timbre seguía insistiendo y sin esperár-
melo, oí la puerta del dormitorio de arriba que se abría,
y al padre de Hugo en el umbral de la puerta y en
pijama. No tuve más remedio que decirle quien era, pues
me miraba sin entender porqué no cogía el teléfono.
- Es Émile - Le dije con naturalidad - Acabo de hablar
con él, me ha tenido al teléfono más de una hora, y no
quiero seguir hablando.
- Deje Claire que lo coja yo, necesito hablar con él -
Dijo bajando las escaleras.
Llegó hasta el teléfono y descolgó.
- ¡ Alò ! ... ¡ Alò !.
Émile tardó en responder, al oír otra voz
que no era la mía, y que suponía, que se trataba del
padre de Hugo.

698
- ¿ Quien es usted ? - Preguntó Émile.
- Antoine, el padre de Hugo ¡ Émile, tengo que hablar
con usted !.
- ¿ Para qué ?.
- Necesito hablar con el doctor que lleva a mi hijo, para
que me aclare algo más de su enfermedad, y lo necesito
a usted para que me lleve al Hospital.
- ¿ Cómo han encontrado a Hugo ?.
- Mal, muy mal. Mi esposa no puede dormir, y sigue en
la cama llorando ¿ Porqué no me quiere usted ver ? No
nos conocemos para que me tenga ese odio. Sé que mi
hijo le ha debido contar aberraciones, y es cierto que se
las hice. Pero era la ignorancia que tenía que me dejaba
ciego, y hacía que actuara de ese modo ¿ Tiene usted
padres ?.
- ¿ A qué viene eso ahora ? ¡ Qué tienen que ver mis
padres en todo esto !.
- Nada. Pero los padres queremos lo mejor para nuestros
hijos. Y eso era lo que a mi me pasaba.
- ¡ No me venga ahora con cuentos ! Lo tenía que haber
visto antes de humillar, de ultrajar, de maltratar y de
pegar a Hugo. Un padre que quiere lo mejor para su
hijo, no se comporta así. El rol de los padres es, de
querer a sus hijos como son.
- Tiene razón, toda la razón, pero lo que hice, hecho
está. Pero figúrese si quiero a mi hijo, que estoy
dispuesto, a que me ultraje, si lo quiere hacer, a que me
eche en cara todo lo que quiera. Porque sin saber que es
lo que le ocurre, imagino que está llegando a su fin ¿ Se
ha dado usted cuenta de eso ?.

699
- Escúcheme bien señor Barreau lo que le voy a decir. A
Hugo le queda muy poco tiempo de vida, cómo máximo
de uno a dos meses. Eso fué lo que me dijo el Doctor.
- Usted ya no lo quiere ¿ Verdad Émile ?.
- Quien no lo quiere es usted. No se ha inmutado al
decirle el tiempo que le queda a su hijo de vida. Le da
igual que muera o que viva ¿ Estoy equivocado ?.
- Si totalmente. Puesto que yo le echaba aún menos
tiempo. Y mi esposa aún menos. Está en la habitación
llorando y rezando al mismo tiempo. Y tengo el alma
partida de ver lo que está ocurriendo. También usted me
está tratando mal, pero no se lo tengo en cuenta. Y
créame, que quiero conocerlo, pero que sin que sienta
hacia mi, odio u otro calificativo semejante.
- Será difícil.
- Difícil ¿ Porqué ?.
- Porque he visto a Hugo llorar amargamente,
recordando todo lo que vivió a su lado.
Émile tenía razón. Pero me entraban ganas
de arrebatarle el teléfono a Antoine, y decirle todas las
veces, que humilló, que ultrajó y que pegó a Hugo. Si el
padre de Hugo había sido un maltratador, él también lo
era. Ninguno de los dos se salvaban, porque eran
idénticos. El mismo genio, también el carácter, y por si
fuera poco, los dos machistas. Émile lo sabía, era por
eso que no aceptaba conocer a Antoine, para no verse
cara a cara consigo mismo.
Tenía ganas de irme a dormir. Y cómo la
conversación entre Émile y Antoine iba para largo, me
despedí de Antoine como a dos metros. Agité la mano y

700
hablando despacito dije - Buenas noches - Antoine me
devolvió el saludo.
Me aseguré de cerrar la puerta que daba al
porche y también la luz. Subí las escaleras, la puerta del
dormitorio donde se habían quedado los padres de
Hugo, estaba medio abierta. Oí como un susurro que
provenía de Jeanne. Me mantuve a una distancia, puesto
que había oído decir a Antoine en el teléfono a Émile,
que su mujer estaba llorando y rezando. Respeté este
momento de recogimiento, moví la cabeza, porque
sentía pena por ella.
No encendí la luz de mi dormitorio, y con
el resplandor que entraba de la Luna por la ventana, veía
lo necesario para desvestirme y colocarme el camisón de
dormir. El sueño me vino de súbito, y no me di cuenta
cuando me dormí.
A las siete de la mañana estaba en la
cocina preparando con Yosi los desayunos. No sabía que
desayunarían los padres de Hugo. Lo más seguro es que
fuera café con tostadas, mermelada y mantequilla. Con
Jeanne acerté, pero con Antoine no fué así. Bajaron los
dos vestidos, alrededor de las ocho.
Antoine parecía que estuviera tranquilo,
pero no era así. Había en él un quemazón que lo
devoraba por dentro, y eso se notaba.
- ¡ Buenos días Claire ! - Dijo Jeanne. La cara la tenía de
no haber dormido, y las ojeras se le pronunciaban.
- ¡ Buenos días Jeanne ! - Era evidente que no le iba a
preguntar si había dormido bien.
- ¡ Buenos días Claire ! - Dijo detrás Antoine. Se quedó
mirando los alimentos que habían encima de la mesa,

701
cómo si se tratara de un Hotel, dijo dirigiéndose a Yosi -
Quiero dos huevos hechos en la sartén con mantequilla.
- Antoine, Yosi no entiende nuestro idioma - Dije -
Dígame que quiere para desayunar.
- Pues ya lo he dicho, dos huevos hechos en la sartén,
con mantequilla, como se hace en Francia. Café, dos
rebanadas de pan con mantequilla y mermelada.
Jeanne lo miró fijamente.
- ¿ Qué pasa ? - Dijo él - ¿ No es lo que desayuno cada
mañana ? - Se dirigió a mi y me preguntó - ¿ He hecho
algo malo ?.
- No Antoine, es que no estamos acostumbrados a que
alguien ordene aquí de ese modo.
- Perdón es que son mis maneras. Sé que me falta
elegancia y categoría, pero me cuesta ser de otra
manera.
- ¿ Han ido a ver cómo está Hugo, y si ha pasado buena
noche ?.
- He entrado en el dormitorio y dormía - Dijo Jeanne -
Será mejor que lo dejemos descansar todo lo que quiera.
Antoine había quedado afectado o, quizá
avergonzado, por este hecho que acababa de realizar.
- Claire vuelvo otra vez a pedirle disculpas. Soy un
hombre bruto, y no mido los modales.
- No se preocupe Antoine, que no pasa nada - Dije.
Acabábamos de desayunar, se oyó la voz
de Hugo que desde el dormitorio llamaba a su madre.
Jeanne nos miró contenta de escuchar la
voz de su hijo. Pero dentro de la sonrisa había tristeza y
resignación. Se puso en pie y se dirigió al dormitorio.

702
Antoine era un hombre serio, y en su
rostro no se reflejaba, si estaba triste o contento. Cambió
de asiento para ponerse en frente de mi. Noté que algo
quería decirme, en ese momento que Jeanne no estaba.
- Claire ¿ Está usted al corriente de la gravedad de mi
hijo ?.
- Si.
- ¿ Ha hablado usted con el Doctor que lo lleva ?.
- No.
- Es que anoche en el teléfono, Émile me dijo que le
queda poco tiempo de vida.
- Si, me di cuenta.
- ¿ Lo sabía usted ?.
- Émile me lo dijo. Pues, es el mismo Doctor que lleva
la enfermedad de los dos ¿ Se lo ha dicho a Jeanne ?.
- No me atrevo, no sé como reaccionaría. Hugo ha sido
su ojo derecho. Nosotros que pensábamos llevárnoslo a
París. No estoy seguro de poder hacerlo, pues su cuerpo
tiene poca resistencia y ya no responde.
- ¿ Porqué no hablan con el Doctor Foch ? Él les podrá
decir si Hugo puede viajar o no. Los pondrán al
corriente de la enfermedad.
- Anoche quedé con Émile de que pediría visita para que
fuéramos a hablar con el Doctor Foch.
- ¿ Émile los acompañará ? - Pregunté extrañada.
- No quiere. Dice que este Doctor habla Francés y que
no tendríamos ningún problema para entendernos.
Hemos quedado en que llamará Émile aquí mañana,
para darme el día y la hora de la visita.
- ¿ Mañana llamará aquí Émile ? - Dije medio aturdida.
- Sí eso me ha dicho.

703
- Pues cuando suene el teléfono, lo coge usted.
Me miró detenidamente.
- ¿ Se llevan mal ?.
- Si, muy mal. Y si me pongo yo al teléfono, volvería a
insultarme.
- ¿ Porqué razón ?.
- Quiere que me vaya a vivir con él. Pero no vaya a
pensar que es cómo marido y mujer.
- No la entiendo - Dijo sorprendido.
- Émile aunque tenga planta de hombre de una gran
fortaleza, es miedoso para la enfermedad que tiene.
Piensa que dentro de poco tiempo, estará igual que
Hugo. Y quiere que vaya a vivir con él, para que lo
cuide, y esté a su lado.
- No es mala idea para él ¿ Y usted, qué pasaría con
usted ?.
- No lo quiero ni pensar, es mejor que lo olvide. Es por
eso que le digo, que mañana cuando suene el teléfono,
vaya usted a cogerlo.
- La entiendo, no se preocupe que así lo haré. ¿ Quien es
John ? - Preguntó con interés.
- Es un ser maravilloso que he tenido la suerte de
conocer.
- ¿ Son ustedes novios ?.
- Algo parecido - Dije posando mis ojos en los de
Antoine.
- Creo que ustedes dos se casarán.
- ¿ Porqué lo cree ?.
- Porque los he visto muy enamorados ¿ Porqué viste
así?.
- ¿ Así ? ¿ Cómo así ? ¿ Qué quiere decir ?.

704
- Perdone Claire, pero es que me ha chocado el modo de
cómo viste, y cómo se peina.
- Es que John es artista, como todo artista, parece raro,
extravagante. Es el modo que tiene de vestir, y también
de llevar los cabellos ¡ Es que John es único !.
- Es posible, estoy seguro que serán muy felices.
- Gracias Antoine.
Jeanne hacia su aparición en la cocina.
- ¿ Cómo se encuentra Hugo ? - Le pregunté.
- Mejor, dice que ha pasado buena noche. Quiere que se
le lleve el desayuno al porche.
Me puse en pie, y ayudé a Jeanne.
Antoine se levantó del asiento, y salió de
la cocina para encontrarse con Hugo. En el poco tiempo
que le quedaba de vida, quería reconciliarse con él, y
sobretodo obtener el perdón de su hijo. No lo hacía
notar, pero lo consumía. Y también se encontraba con
algo difícil que tenía que afrontar. Decirle a Jeanne, que
Hugo podría tardar en morir, de quince días a un mes
cómo máximo. No creo que lo dejara para el último día.
Yosi no dejaba a su hijo Moisés entrar en
casa, ahora éramos dos más, y Hugo que a veces iba del
dormitorio al salón, y así iba andando despacio por la
planta baja.
Moisés se quedaba jugando en el jardín, y
también pasaba mucho rato en la casita que estaba
rodeada de arbustos, y delante, los árboles frutales.
A las cinco de la tarde cómo de costumbre,
estábamos en el porche tomando el té. Hugo quiso
quedarse para estar lo máximo con su madre, y todo el
rato tenía entre sus manos la de su madre.

705
Yo estaba contenta de verlo feliz. En su rostro se
dibujaba una sonrisa , que pocas veces apagaba. Seguro
que platónicamente estaba enamorado de su madre. Las
veces que me había hablado de ella, la veía como la
mujer perfecta. Y una vez llegó a decirme medio en
broma - Que si hubiese conocido a una mujer con todos
los valores que su madre tenía, era posible de que se
hubiese casado con ella.
Las conversaciones entre Hugo, y sus
padres eran escasas. Mantenían sobretodo las miradas, y
una que otra sonrisa, con su madre tampoco hablaba
mucho pero la mayor parte del tiempo quería estar a su
lado pegado a ella, con las manos cogidas como si
alguien se la quisiera arrebatar.
Yo no hacía nada más que mirar la hora
que había en mi reloj, y pensaba sobretodo en lo que me
iba a poner, para cuando John viniese a recogerme, para
irnos a cenar a un restaurante, y bailar.
Deseaba que la hora llegara, las siete de la tarde.
Subí a mi dormitorio, y abrí el armario.
Saqué seis perchas con vestidos, y los fui dejando uno a
uno encima de la cama para poder elegir. Al fin me
decidí, por un vestido color carmesí, de seda brillante.
Ajustaba bien el talle, pero sin marcar demasiado las
caderas, era un poco suelto, de talle alto, y sujeto a los
hombros con tirantes.
Los zapatos que mejor me iban, eran unos
que tenía marrones de tacón descubierto.
Me había encomendado al cielo, no fuera
estar esperando por cualquier esquina Émile, y nos
estropeara la noche. Tenía unos deseos enormes de que

706
pronto todo acabara. Hasta que no dejara esa casa, Émile
me estaría persiguiendo, y no la podía abandonar hasta
ver que pasaba con Hugo. Sus padres no hablaban
inglés, ni conocían ningún lugar. Era necesario que
estuviera con ellos, hasta que marcharan a París.
Hugo se iba a la cama poco después de
tomar el té y comer algunas galletas. Sus padres habían
salido al jardín, y con la poca luz del día qué quedaba,
miraban la abundancia de flores que embellecía los
alrededores de la casa. Para ellos surgió cómo para mi el
primer día que llegué a Johannesburgo, era lo más
parecido a un paraíso.
Me acerqué a donde estaban. Jeanne se alegró al
verme bien vestida, y sonrió aprobando mi atuendo.
- ¿ Sale esta noche ? - Me preguntó observando el
vestido.
- Si, voy a cenar con John. Volveré tarde, y si oyen
ruido en la casa de madrugada, soy yo que llego.
Asintió con la cabeza sin perder la sonrisa.
Antoine se adelantó para decirme.
- Claire, no conocemos el modo de ir al Hospital.
Mientras estaba usted en su habitación, ha llamado
Émile, y me ha comunicado que pasado mañana a las
once, el Doctor Foch, nos espera en su consulta ¿ Nos
podría usted acompañar ?.
- Por supuesto que si, estoy aquí para ayudarles.
John acababa de llegar, y paró el coche
delante de la puerta.
Jeanne intervino.
- Antoine, mañana hablaremos de esto con Claire, ahora
la están esperando.

707
- Si claro - Dijo Antoine mirando hacia la verja.
- Claire, que se divierta - Me deseó Jeanne.
- Gracias, y hasta mañana.

48

Llevaba unos deseos enormes de ver a


John, de que me acariciara con su voz, y de que su
sonrisa me hiciera soñar.
Al llegar a la verja, me esperaba delante,
con su habitual sonrisa, y con la mirada candente. Nada
más cerrar la puerta de la verja, se aproximó a mi. Me
miró de la cabeza a los pies. En su manera de mirarme y
en su sonrisa, me lanzó un piropo que no me dijo con
palabras, y que comprendí.
- ¿ Cómo está mi diosa ? - Dijo suavemente.
- ¿ Cómo está mi amor ? - Le respondí, para seguir su
manera.

708
John estaba guapo, siempre lo estaba, y
esa tarde, mucho más. No supe hasta conocerlo que se
podía perder la cabeza amando. Creo que eso era lo que
me estaba pasando. Nuestro amor, no era un amor
corriente. Era mágico, sublime, con un poder, que podía
derribar murallas, si alguien se interponía en nuestro
camino. Iba a vivir una noche de ensueño, y estaba
preparada a todo lo que nos ocurriera. Le había abierto
las puertas al amor, y quería vivir junto a John una
noche especial.
Habíamos llegado al centro de Johannes-
burgo, y estábamos delante de un gran restaurante de
lujo, y el gran parking que tenía para los clientes estaba
casi lleno. John se fijo en mi observación, y dijo.
- He reservado mesa.
- John, estoy algo nerviosa - Dije con media sonrisa.
- ¿ Porqué ? ¿ No estoy yo a tu lado ? - Dijo asiéndome
del brazo para entrar en el restaurante.
Por encima de la puerta de la entrada,
había un rótulo de letras grandes y luminosas que se
leía.
Baile de gala.
Habían varios maîtres nativos que
acompa-ñaban a los clientes que iban llegando a las
mesas que tenían reservadas. Uno llegó hasta nosotros.
Vestía con esmoquin blanco, la cabeza la tenía afeitada.
En muchos de los grandes restaurantes, los maîtres
vestían de la misma manera. Era cómo un modelo a
seguir.
La sala era muy grande, y la mitad la componía una
gran pista de baile, y en un lateral había una orquesta,

709
compuesta por músicos nativos. En esos momentos no
estaban tocando nada, miraban las partituras y las iban
colocando por un orden. Intercambiaban frases, que por
lo que advertí era sobre el repertorio del trabajo que
harían esa noche.
- ¿ Te gusta ? - Me preguntó John.
- Mucho - Dije olvidándome de los problemas que me
rodeaban. Cuando estaba junto a él, era yo otra persona.
Hacía todo lo posible para que me sintiera a gusto, para
que estuviera contenta, y sobretodo, para que me sintiera
feliz. Esa noche por supuesto que lo era, y deseaba que
no terminara nunca.
John me estaba dejando, a que saboreara
bien el lujo del Restaurante Palace. Mis ojos se paraban
en las lámparas colgantes de varias piedras luminosas, y
cada piedra desprendía un color distinto, haciendo la luz
brillante a medias, dejando relax.
El camarero había llegado con dos cartas del menú.
John tenía abierta una. Y miraba con detenimiento lo
que ponía. No había prisa, teníamos toda la noche para
nosotros. Tampoco yo me sentía con ganas de abrir la
carta, quería cenar lo mismo que John pidiera para él.
Tenía un gusto exquisito para la comida, y sabía que lo
que pidiera para él, sería también de mi agrado. Le
sugerí.
- Pide tu para los dos.
- ¿ No quieres saber lo que hay ? - Dijo cogiendo mi
mano por encima de la mesa.
- Quiero cenar lo que tu cenes, y quiero que sea una
sorpresa. Todo lo que nos suceda esta noche no lo
quiero saber de antelación.

710
- Eres encantadora - Dijo muy cerca de mi oído - ¿ No
quieres saber qué nos va a suceder ahora ?.
Antes de que yo respondiera. Noté sus
labios en los míos. Sus besos me apasionaban.
- Así me gusta que sea todo lo que nos venga esta noche
- susurré en su oído.
El camarero vino para tomar nota. Yo
sonreía a John con picardía, haciéndole recordar que no
lo quería oír. Asintió con la cabeza sin perder la sonrisa.
Y mostrando al camarero el menú, señaló con el índice
lo que íbamos a cenar. El camarero asintió, y nos echó
una mirada a los dos de cómplice. Se retiró llevándose
las dos cartas.
Yo miraba a la orquesta, que aún seguían
preparándose, y afinando los instrumentos musicales.
Desde que habíamos llegado me fijé en uno de los
músicos, debería tener unos treinta años, más o menos,
como sus compañeros. John se había fijado en cómo yo
miraba, y me preguntó.
- ¿ Ocurre algo con la orquesta ?.
- Es que me parece que conozco al saxofonista.
John lo miró detenidamente.
- Es posible que lo conozcas, pues esta orquesta también
va a tocar a otras salas de fiesta.
- Aquí en Johannesburgo no he asistido a ninguna. Esta
noche es la primera vez que asisto a una en año y medio
que hace que llegué de París. Puede que lo haya visto en
el autobús o, en cualquier otro sitio, no tiene
importancia.

711
El camarero traía una heladera, y dentro
una botella de champagne Francés. La abrió, y nos
sirvió en copas de cristal, empezando por mi.
Levantamos las copas y brindamos por
nuestra felicidad. Después de beber un sorbo, y de
depositar las copas encima de la mesa. John cogió mis
manos con las suyas, las teníamos posadas sobre la
mesa. Noté que algo me quería decir, y presté suma
atención, recorriendo con mi vista, sus ojos y su boca.
- Claire ¿ Te quieres casar conmigo ?.
Eso era otra sorpresa de la noche que no
me esperaba. Y las palabras de John sonaron en mis
oídos como música celestial. Tenía que responderle.
- Si quiero - Le dije con la mirada llena de amor, con la
voz medio cortada por la emoción - Sí, quiero casarme
contigo John. Pero antes tengo que divorciarme de
Émile, no estamos en Francia, y no será fácil. Émile
tampoco va a querer concederme el divorcio, tratará de
machacarnos todo lo que pueda.
- No corre prisa, pero quiero que nos casemos. Necesito
sentirte cada mañana cuando me despierte, ver de que
estás a mi lado, que duermes junto a mi, oír tu
respiración, sentir tu aroma de mujer, y envolverte en
mis brazos. Sentir tu cuerpo con el mío, hasta sentirnos
que tu eres yo, y yo tu. Es un hechizo lo nuestro, el
hechizo del amor.
Es posible, y creo que eso fué lo que nos
pasó la noche que nos conocimos, era una noche
mágica.
Era lo más maravilloso que me estaba
pasando, lo más sublime, y radiante que jamás nadie me

712
había dicho. John era mi pasión, mi locura, la razón de
mi alegría. El corazón me iba a cien por hora. El pulso,
seguro que pasaba de cien ¿ Qué iba a suceder con
nosotros si Émile nos hacía la vida imposible ?.
El amor de mi vida lo tenía frente a mi, de John
estaba enamorada hasta lo más profundo. No hacía falta
que nos casáramos, me daba igual, porque yo estaba ya
dentro de John. Me sentía vivir dentro de su cuerpo, y la
mujer más amada.
- ¿ Y si no nos pudiésemos casar ? - Dije a John.
- Si diosa mía, nos casaremos, y no lo hago por el acto
de que estemos casados, lo hago para que te puedan
llamar, señora Edwars. Tengo un amigo que es uno de
los mejores abogados que hay en Johannesburgo. Pondré
el divorcio tuyo en sus manos, y verás lo eficaz que es.
El camarero se acercó con una bandeja, y
la depositó en el centro de la mesa. Eran frutos del mar.
Estaba descubriendo lo que a John le
gustaba. Era un gran conocedor de la gran cocina, un
gourmet. Pensándolo bien, era normal, sus padres tenían
un restaurante y estaba habituado a la buena mesa.
A las ocho, el Restaurante gran Palace se
había llenado, no había ni una mesa desocupada, y
advertí, que muchas miradas estaban puestas en
nosotros, había gente que nos miraban. Sabía que todas
esas miradas iban dirigidas a John, lo habían
reconocido, y era posible de que pronto, tuviéramos a
alguien en nuestra mesa, para saludarlo y pedirle
autógrafos.
El camarero vino, y se llevó la bandeja casi acabada
con los frutos de mar.

713
John se echó hacia atrás del asiento, y
hurgó en el bolsillo derecho de su americana. Extrajo
dos cajitas cuadradas de color marrón claro.
No paraba de sonreírme. Me incliné hacia delante
observando qué podría ser, pero al instante recordé lo
sucedido tres días atrás.
En cada mano tenía las cajitas, se acercó
más a mi, y me dijo.
- Ábrelas.
- ¿ Yo ?.
- Si.
Puse mis ojos en las dos cajitas, y antes de
abrirlas miré a John. Él seguía manteniendo su sonrisa y
esperando a que yo descubriera lo que había en su
interior.
Abrí una y seguidamente después la otra.
- ¿ Te acordabas ? - Me preguntó John.
- Me lo he imaginado cuando las has sacado del bolsillo,
son preciosas - Dije sacando de la cajita la sortija de
platino con la piedra de esmeralda en forma de corazón
que yo había elegido.
John la cogió de mi mano, y sin soltarla,
me la puso en el dedo anular de la mano derecha. Y dijo
mirando la belleza de la piedra.
- Es una sortija de Reina para una diosa.
La iniciativa la llevé seguidamente, fui a
por la otra sortija que John había elegido, y que tenía la
esmeralda cuadrada. Cogí la mano derecha de John, y la
coloqué en el dedo anular, y le dije.
- Es la sortija de un Rey para un dios.

714
John traspasó con sus ojos verde mar, los
míos. Creo que ninguno de los dos nos dimos cuenta, y
nos estábamos besando.
La orquesta empezó a tocar la primera
balada del repertorio, era suave . Begin de Begin - La
melodía había entrado en mis oídos y en mi mente. John
que siempre estaba atento a mis reacciones, y a las
miradas que le echaba, me captó.
- ¿ Bailamos ? - Me propuso.
- Si, y quiero bailar toda la noche, hasta que amanezca.
Éramos la primera pareja que había salido
a la pista. Era la primera vez que estaba tan cerca de
John. Su barbilla quedaba por encima de mi cabeza.
Sabía bien conducirme en el baile, y en todo lo que se
proponía.
Antes de que terminara la melodía, estábamos
rodeados de más parejas.
Nos quedamos en la pista con las manos entrelazadas, y
con las miradas unidas.
- ¿ Eres feliz ? - Me preguntó John con su boca cerca de
la mía.
- No creo que haya en el mundo una mujer más feliz que
yo, en estos momentos.
- Quiero verte feliz, verte sonriendo. Y que me ames con
todas tus fuerzas, y aún más, con tu alma. Porque tu
alma y la mía estarán siempre juntas, e incluso en el más
allá.
Habíamos vuelto a la mesa. El camarero
vino trayendo un carrito blanco de metal brillante y dos
platos con tapaderas ovaladas de acero brillantes. Las

715
retiró de los platos, y uno lo fué a poner en la mesa, para
mi, y el siguiente para John.
Desprendía un aroma exquisito, pero no
sabía distinguir qué era. Me pareció que fuera hígado en
salsa, pero no estaba segura. Cómo miraba los filetes
finos y bien cortados, John me sacó de dudas.
- Es hígado de pato al Oporto. Espero haber acertado
para ti.
- El aroma que desprende pide que se coma.
John me observaba cómo cortaba un
pedacito, y lo llevaba a la boca.
- ¿ Te gusta ? - Me preguntó antes de que tragara. Y
cuando lo hice respondí.
- ¡ Formidable, está buenísimo !.
Sonrió tranquilo.
- Tienes razón - dijo después de haberlo probado.
La orquesta siguió con otra balada. Me fijé
en el saxofonista, pues su cara la conocía. Y sin dejar de
mirarlo trataba recordar de donde podría ser. Y en esos
instantes, en mi mente se encendió una luz, y exclamé.
- ¡ Ya sé donde lo he visto !.
- ¿ A quien ? - Preguntó John.
- Al saxofonista . Si, lo he visto de sacerdote, es el
mismo.
- Explícate - Dijo John.
- Es el sacerdote de la parroquia San Jerome. Está cerca
de donde vivo. Un día entré en esa iglesia, y era él quien
estaba celebrando la misa.
John lo miró detenidamente.
- Ahora los sacerdotes son muy modernos. Dicen misa
por las mañanas, trabajan durante el día, y vuelven a la

716
parroquia a la tarde para terminar su función, y de noche
hay algunos que también trabajan, y muchos lo hacen
para ayudar a la parroquia en la que viven.
Habíamos pasado una velada para no
olvidarla jamás. Estuvimos bailando hasta la última
pieza que la orquesta tocó. Y me parecía estar flotando
en el aire, subida en una nube de ensueño.
Eran las tres de la madrugada cuando
abandonábamos el Restaurante Gran Palace.

49

De regreso a casa, John me hablaba de


cómo sería nuestra boda, el día que nos casáramos, la
ilusión que tenía era tan grande que lo hacía soñar.
Veníamos haciendo planes para cuando yo estuviera
divorciada.
Al llegar a la calle donde yo vivía,
reconocí el coche de Émile que lo tenía aparcado a
treinta metros aproximadamente de la casa. Sentí

717
angustia en la garganta, y miedo en el estómago, con un
fuerte dolor.
John no había prestado atención al coche,
pues estaba metido en fila entre otros coches más. Antes
de advertir a John, quise asegurarme si Émile se
encontraba dentro o fuera del coche.
Nos había visto llegar, y nos estaba esperando entre
un coche y otro. Sólo me dio tiempo a advertir a John,
pues había salido del escondite en la oscuridad de la
noche, y se fué a poner a un lado de la calle.
- ¡ Émile está ahí !.
John miró a la izquierda, y vi en su
expresión que lo había visto. Siguió conduciendo a la
misma velocidad hasta llegar a la puerta de la casa.
Estaba tranquilo, y me tranquilizó.
- Claire, no te preocupes, ahora quiero que entres dentro
de casa, quédate en el porche ¿ De acuerdo ?.
- ¡ Es muy bruto, y quiere romperte el cuerpo ! - Dije
atemorizada.
- Claire ¡ no te asustes ! que no pasará nada, y si alguien
va a recibir, será él.
Émile venía a pasos agigantados, en el
silencio de la noche se oía el crujir de sus zapatos, y la
respiración agitada.
Me había quedado parada, congelada,
mirando cómo se aproximaba.
- Entra Claire, y no te quedes aquí, vete al porche, y
quédate allí.
Hice lo que John me indicó, y cuando
estaba entrando por la verja, se oyó la voz ronca y
desgarrada de Émile que me gritaba.

718
- ¡ No te vayas puta, que también quiero arreglar cuentas
contigo ! ¡ Zorra, mira a la hora que te recoges !.
Cuando iba por la mitad del jardín me di la
vuelta, el terror se había apoderado de mi, y el miedo
mío era por John, en Émile no pensaba.
John me miraba, estaba pendiente de que
llegara al porche, y me hizo una señal con la mano para
que avanzara. Me di prisa, y subí las escaleras del
porche. Me quedé de pie, y el bolso colgado al hombro,
no reaccionaba, y tampoco sabía qué hacer.
Con la luz de la farola de la calle, podía ver bien las
dos siluetas, de John y de Émile. Hizo un ademán para
abrir la puerta de la verja, pero John se lo impidió.
La furia de Émile iba contra mi. Que por su boca
salían insultos y mil barbaridades.
John lo agarró por los hombros de la
camisa, y lo puso frente a él, oí cómo le decía con rabia.
- ¡ Para de insultarla ! ¿ No te das cuenta de que ella no
te quiere ? ¡ Déjala en paz !.
Émile reaccionó de la manera que lo sabía
hacer. Pegó un cabezazo a John.
De mi garganta salió un grito - ¡ Dios mío!.
Tan nerviosa me puse, que ya nada
distinguía, la lucha entre John y Émile, era grande, hasta
mis oídos llegaban los golpes que se pegaban. Tenía que
reaccionar y no sabía cómo, y pensé en Antoine, tenía
que ir a despertarlo. Aunque era mayor, su fortaleza era
grande. Saqué las llaves del bolso con mano temblorosa,
hasta que las encontré. Me di prisa a abrir la puerta, di la
luz del salón, y subí las escaleras con la rapidez del
rayo. Mi respiración estaba muy agitada.

719
Llamé en la puerta varias veces con el puño cerrado.
- ¡ Antoine ! - Gritaba llamándolo.
- ¡ Si ya voy ! ¿ Qué pasa ? - Oí la voz de Antoine.
Abrió la puerta de un estirón. Su
semblante era blanco, pues lo que se imaginaba era que
se trataba de Hugo.
- ¡ Antoine venga por favor ! - Dije agitada y llorando.
- ¿ Qué ocurre Claire ? - Preguntó exaltado - ¿ Es
Hugo?.
- ¡ No, bajé conmigo las escaleras y vamos fuera !.
- ¿ Qué está ocurriendo ? - Dijo Jeanne saliendo del
dormitorio en camisón.
- ¡ John y Émile se están pegando en la calle ! - Dije.
- ¿ Ellos ? - Dijo alterada.
Bajamos los tres las escaleras, y salimos
fuera. Antoine dijo a Jeanne y a mi.
- ¡ Quedaos las dos aquí !.
Antoine se dirigía en pijama, y con gran
rapidez a la verja. También con la misma rapidez la
abrió, y salió fuera dejándola abierta.
Parecía que todo estaba más tranquilo,
pues desde el porche no se oía nada. Mi corazón dio un
vuelco, y mi alteración aumentó. No podía quedarme
quieta sin saber que estaba ocurriendo ahora. Bajé con
rapidez las escaleras del porche. Me puse a correr en
dirección a la calle. Oí la voz de Jeanne que me decía
gritando - Claire ¿ Donde va ?.
Llegué a fuera sin poder respirar, con la
mirada exaltada. Me esperaba ver lo peor.
Antoine había llegado hasta donde John
tenía sujeto a Émile en el suelo. Los brazos los sujetaba

720
por detrás de la espalda, y la rodilla apoyada en la
columna vertebral, quedando inmóvil.
No me acerqué hasta ellos, me quedé un
poco atrás. Émile tenía la mejilla dando en el suelo,
mirando al lado contrario de donde nosotros estábamos.
Antoine hizo una sugerencia.
- Es mejor que llamemos a la policía.
- No hace falta - Respondió John - Ahora dejaré libre a
Émile y se irá ¿ Verdad que te vas a ir y no aparecerás
más por aquí ? - Se dirigió a Émile en estos términos.
Émile seguía callado, tampoco hacía
ningún gesto por liberarse, supongo que era porque no
podía.
Para mi era bochornoso presenciar esa
escena. Sabía cómo Émile estaba en esos momentos, y
era posible que tuviera sed de venganza, y más pronto o
más tarde, se vengaría, quizá de mi, porque era la más
débil, por ser mujer y no poder hacerle frente. John
ahora más que nunca estaría más cerca de mi. En fin, no
quería pensar lo que podría suceder.
Antoine intervino.
- John, déjalo que se vaya. No lo conocía, y me parece
un pobre hombre amarrado al suelo.
- Si, quiero dejarlo, pero antes tiene que prometerme,
que dejará a Claire tranquila - Y dirigiéndose a Émile le
dijo - Te voy a soltar, y después quiero oírte decir, que
no vas a molestar más a Claire ¿ De acuerdo ?.
John quitó la rodilla que sujetaba a Émile de la
columna vertebral, y los brazos se los dejó libres.
Se quedó mirándolo cómo se iba levantando del
suelo, y cuando estuvo de pie, se cogió una muñeca con

721
la mano, tratando de parar el dolor, y seguidamente, la
otra. Sacudió después las dos manos a la vez, quitándose
tensiones, y por último, se llevó las manos atrás a la
columna vertebral, e hizo un estiramiento.
Su mirada no estaba en ninguno de nosotros, miraba
al vacío, creo que lo hacía, para disimular o quizá
porque sentía vergüenza, de que Antoine y yo lo
hubiésemos visto en una incómoda y ridícula posición.
Tanto que se la daba conmigo de hacer en mil pedazos a
John el día que se lo encontrara, había sido todo lo
contrario.
- ¿ No vas a pedir excusas a Claire ? - Le recordó John.
Tardó en responder.
- No voy a pedir excusas a nadie. Pero quiero dejarlo
bien claro. No me importa ella, para mi ha quedado
anulada.
- Prefiero eso - Respondió John - Y si vuelves a
molestarla otra vez, te aseguro que lo que hoy te ha
sucedido, no es nada comparado a lo que te va a pasar.
Jeanne se acercó a donde estábamos,
abotonándose una bata.
Émile le echó una mirada, sabía que se
trataba de la madre de Hugo. Al padre, ni siquiera lo
miró.
Pasaron quizá dos minutos de silencio. Yo
cómo conocía a Émile, sabía de que estaba muy
cabreado, y si no reaccionaba era porque John no le
quitaba los ojos de encima, y cualquier gesto que
hubiese hecho, John lo hubiera dejado paralizado, y esta
vez hubiese sido peor.

722
Hizo un gesto para irse, y después lo pensó y se dio
la vuelta, y dirigiéndose a mi me dijo con voz
autoritaria.
- La mitad de los muebles que hay en la casa son míos, y
la otra mitad de Hugo.
- No tengo inconvenientes para que te los lleves -
Respondí.
- El dormitorio donde tu duermes, lo compré yo. El
dormitorio donde Hugo está, también.
- Qué estás diciendo con eso ¿ Que te los quieres llevar
ahora?- Le respondió John.
- Tal vez - Dijo secamente.
- No hay ningún problema - Respondí - Puedes hacerlo.
Lo único que puede ocurrir, es que Hugo duerma en el
dormitorio de arriba, con su madre, y su padre en el sofá
- Dije señalando a Antoine.
John terminó aclarando la situación.
- Por Claire no te preocupes donde ella se quedaría a
dormir, y también a vivir si ella así lo quisiera.
No hubo respuesta.
Émile se dio la vuelta, y subió la calle.
Lo seguíamos con la vista. Se paró en
donde estaba su coche, abrió la puerta y entró. Puso el
motor en marcha, y se fué.
Con todo lo que había sucedido, el tiempo
había pasado, y estaba amaneciendo. El cielo estaba
precioso, mostrando sus mantos rojizos y rosa,
anunciando que el sol estaba a punto de salir, para
iluminar el día.

723
Decidimos entrar en la casa, y quedarnos en el
porche. Yo propuse hacer té, y la madre de Hugo
ayudarme.
John y Antoine se quedaron hablando de
pie. Antoine estaba interesado por saber cosas de África.
Antes de que entráramos en la cocina,
fuimos al dormitorio de Hugo, para ver si dormía. Pero
no era así. Al vernos que entrábamos, dio la luz de la
lamparilla de la mesita de noche. Se extrañó al vernos a
las dos, y con el ceño fruncido, preguntó.
- ¿ Qué hacéis aquí ? ¿ Ocurre algo ?.
- Nada mi niño - Respondió Jeanne - ¿ Te hemos
despertado ?.
- Hace rato que estoy despierto, he oído ruido ¿ Qué
hora es ?.
El despertador de la mesita de noche
marcaba, las cinco y cuarto. Hugo todavía se asombró
más, al ver la hora que era.
- Madre ¿ Qué está pasando ? - Volvió a preguntar como
si no lo hubiera hecho.
- Te he dicho antes, que nada, vuelve a dormirte.
- Claire, dime tu que pasa - Me preguntó directamente.
Miré a Jeanne.
- Mas tarde en el desayuno te lo contaré, ahora íbamos a
hacer té.
- ¿ Té a estas horas ? - Dijo extrañado - ¿ Qué haces
vestida tan elegante ? - Me preguntó.
Respiré profundamente.
- Está en el porche John, hablando con tu padre,
veníamos de cenar y de bailar, y al llegar a casa nos
estaba esperando Émile.

724
- ¿ Que ha querido hacer esta vez ?.
- Lo de siempre, insultarme, y no me ha pegado porque
John lo ha retenido, le ha dado lo que se merecía.
Hugo sonrió.
- ¿ Dices que está John en el porche ?.
- Si, hablando con tu padre.
- Quiero verlo, quiero estar con vosotros - Dijo echando
la ropa de la cama a un lado, para levantarse.
- Espera hijo que ya te ayudo yo - Dijo Jeanne.
Entre las dos lo ayudamos a que se pusiera
en pie, y cogiéndolo cada una del brazo salimos a fuera.
- Buenos días Hugo - Dijo John - ¿ Qué haces aquí tan
temprano ?.
- ¿ Porqué te has levantado ? - Le preguntó su padre
seguidamente.
- No podía dormir, y prefiero estar aquí mirando lo
guapo que es John.
- ¡ Vaya ! - murmuró Antoine.
- Tienes razón Hugo - Dijo John acercándole un sillón
para que se sentara.
John tenía las manos puestas en el borde
del sillón. Hugo llevó su mano derecha hasta la mano
izquierda de John, y la puso encima, palpando sus
dedos.
Antoine le echó una mirada que Hugo comprendió.
- Padre, es que es el primer hombre guapo que toco. No
creo que a John o a Claire le siente mal. ¡ Total, ya no
sirvo para nada !.
John posó sus manos sobre los hombros de Hugo.

725
Hugo cerró los ojos y respiró saboreando
el contacto de las manos de un hombre, deliradamente
guapo.
Para Hugo era pedir su última voluntad.
John estaba al corriente, pues le dije, que a Hugo le
quedaba poco tiempo de vida. Y como John era un ser
generoso hasta más no poder ¿ Porqué no iba a querer
que le tocara las manos ?.
Habíamos entrado en la cocina. Jeanne se
puso a preparar el té, y miraba con qué lo íbamos a
acompañar, a un lado de la mesa de la cocina encontré
una bandeja cubierta por un paño blanco, lo destapé, y
todavía quedaba un buen trozo de bizcocho de manzana,
que Yosi había hecho el día de antes. Lo corté fino y lo
coloqué en un plato que saqué en la mano, y Jeanne la
bandeja, con la tetera y cinco tazas.
Había amanecido, y entre taza de té y la
conversación que manteníamos, pronto sería la hora de
que Salomón y Yosi empezaran el trabajo. Como no le
faltaba mucho para que fueran las siete, esperé
precisamente a que Yosi entrara en la casa, y decirle,
que me iba a la cama, y que no me despertara hasta que
yo no lo hiciera.
John tampoco había dormido, y seguro que
tendría que estar muy cansado, por la pelea que mantuvo
con Émile. Pelear con él no era cualquier cosa, el
hombre que mantuviera una pelea con Émile, tenía que
ser muy hábil o jugar sucio cómo lo hacía él.
Los párpados se me cerraban, las fuerzas
me había abandonado, y me estaba durmiendo en el
sillón. Noté que alguien se me acercaba, y abrí los ojos,

726
John estaba junto a mi. Todos los demás se habían ido a
dormir.
Me habló con voz suave.
- ¿ Te llevo a la cama ?.
- ¿ Qué ? - Dije sin haberlo oído bien.
- Que si quieres que te lleve a la cama.
Le sonreí, pero con los ojos medio cerrados.
- Puedo yo sola llegar hasta mi cuarto - Dije sin
entendérseme apenas.
- No creo que puedas, no te tienes de pie.
Los ojos se me volvieron a cerrar, y
cuando los abrí, iba subiendo las escaleras en brazos de
John. Me encontraba muy a gusto en sus brazos fuertes,
la cabeza la llevaba apoyada en su pecho.
El sueño me había vencido de tal manera, que ni
siquiera me di cuenta cuando me dejó sobre la cama.
Me despertaron los ladridos de Diana.
Miré la hora en el despertador. Era la una y media. Me
puse a recordar de qué manera había ido a la cama. No
me acordaba, miré debajo de la sabana mi cuerpo. Tenía
el camisón blanco de satén puesto. No recordaba
habérmelo puesto yo.
El vestido carmesí, estaba bien colocado
sobre el sillón, y los zapatos que había llevado esa
noche, delante del sillón en el suelo, al instante recordé
que iba subiendo las escaleras, en brazos de John - ¿ Me
había desnudado él ? - Pensé - Está más loco de lo que
yo pienso - ¿ Tampoco tenía sujetador ? Ni nada de
nada, solamente el camisón - ¿ Se habría atrevido a
verme desnuda ? - Si, así fué, descubrió cómo era mi
cuerpo.

727
Salí de la cama, cogí el batín, y me lo
puse, y fui al cuarto de baño, y tome una ducha para
despejarme.
Al salir, me encontré con Jeanne, que se
disponía a bajar las escaleras.
- ¿ Ha dormido bien Claire ? - Me preguntó.
- Muy bien respondí.
- Anoche se quedó dormida, y John la subió al
dormitorio, y la dejó sobre la cama, me pidió que le
quitara la ropa y le pusiera el camisón.
Respiré quedándome tranquila.
- ¿ Fué usted quien me desnudó ?.
- Si, por supuesto. La tuve que ver desnuda, pero era
igual que ver a una hija mía.
- Gracias Jeanne.
- ¿ Pensaba usted que había sido John ?.
- Tenía dudas.
- John es todo un señor. Pero eso si, cuando ya la dejé
acostada, entró en su dormitorio estando yo delante, le
dio un beso en la frente, y le dijo - Que tengas dulces
sueños mi amor - Y seguidamente se fué.
- Es extraordinario. Jamás he querido a nadie como lo
quiero a él. Nadie me ha enamorado como él lo ha
hecho.
- Claire, tengo la curiosidad por saberlo ¿ Cómo se
conocieron ?.
Sonreí.
- Una noche mágica, una noche de Luna llena, una
noche donde el amor fluía y se derramó en los dos, y nos
cubrió con sus bellos colores. Y al instante supimos que
estábamos hechos el uno para el otro, que no podíamos

728
separarnos. Estoy convencida de que somos almas
gemelas.
Jeanne se había emocionado, y los ojos los tenía
humedecidos.
- Disfruten de todo el amor ahora que pueden ¿ Tienen
pensamiento de casarse ?.
- John sobretodo, él quiere que nos casemos.
- ¿ Y usted no ?.
- También, pero no tengo prisa, tampoco podríamos
casarnos ahora, hasta que no obtenga el divorcio. Lo
amo y eso es todo, creo que es lo máximo, John sabe
que me tiene.

50

Hugo no se había levantado de la cama en


todo el día. Estuve en el dormitorio un buen rato sentada
en un sillón a su lado. Le hablaba, pero a unas cosas me
respondía y a otras no, parecía como si no las oyera o,
no me quisiera responder.
Al día siguiente acompañaría a los padres
de Hugo a la consulta del Doctor Foch. Jeanne ignoraba
el tiempo de vida que a Hugo le quedaba. Yo estaba

729
segura de que algo había que decirle, para que se fuera
haciendo a la idea. El tema era muy delicado, no sabía
hasta qué punto Jeanne lo soportaría. Era una mujer
delicada y sensible. La salud de su hijo había hecho de
que no se encontrara a veces bien. Por la tarde subía al
dormitorio para echarse un rato en la cama. Decía que
no dormía, y que de esa manera se encontraba mejor,
habiendo descansando un rato.
Hugo apenas comía. Desayunaba un vaso
de leche y una magdalena. Al mediodía hacía un gran
esfuerzo para comerse un trocito de carne, y algo más,
pero poco. Lo iba comiendo despacio, pues, le costaba
tragar, la boca y la garganta las tenía llenas de llagas.
Era por eso que la carne había que cortársela en
pequeñísimos trozos, y la mayoría de veces se lo dejaba
a la mitad. Por la noche tomaba un vaso de leche antes
de dormir. No era alimento suficiente para mantener a
un cuerpo de un metro ochenta y dos, y de ochenta y
cuatro kilos aproximadamente, que pesaba cuando lo
conocí, cuando llegué a Johannesburgo.
Habíamos acabado de cenar, y en el
porche estábamos los padres de Hugo y yo. Comentá-
bamos sucesos que habían ocurrido en Francia. Se oyó
la voz de Hugo gritando, nos sacó del comentario, y
Jeanne que era la primera en acudir a las llamadas de
Hugo se puso de pie y la seguí detrás. Antoine no se
quedó sentado, vino también. Al entrar al dormitorio
había una olor que no se podía soportar. Fui derecha a la
ventana y la abrí de par en par.
Hugo hacía por salirse de la cama. Jeanne
le había quitado la sabana de encima, que estaba tan

730
manchada como la de abajo. Una gran colitis volvió de
nuevo, parecía que lo tenía controlado, pero no era así.
Gritaba, y creo que era de miedo, y también lloraba
llamando a su madre.
Antoine reaccionó con rapidez. Le quitó el
pantalón y la chaqueta del pijama. Lo cogió por delante
con las manos apretadas en la espalda de Hugo. Lo llevó
casi en volandas hasta el aseo que había abajo, y lo
sentó en el water.
Antoine se quedó al lado de Hugo, pues,
no se mantenía derecho, y se iba de un lado a otro.
Entre Jeanne y yo quitamos las sabanas de
la cama. El colchón no estaba manchado porque
habíamos puesto encima un plástico que se ajustaba. Eso
se hizo estando viviendo Émile en casa, desde que Hugo
le empezaron las diarreas.
Jeanne estaba nerviosa, no sabía lo que
hacía, y sólo hacía que repetir - ¿ Porqué no se pone
mejor ? - ¿ Si creo que está peor desde que llegamos ?.
Me daba pena, se la veía una mujer
sufridora que luchaba contra corriente, si fuera
necesario. No se rendía por nada, y por su hijo estaba
dispuesta a batallar si era necesario. Tenía la esperanza
de que se pondría bien, y se lo podrían llevar a París.
En la parte trasera de la casa había una
pila de lavar. Nos habíamos puesto guantes de goma
para coger las sabanas, y el pijama que se habían
quedado en el suelo. La pila tenía un grifo ancho, y salía
abundante agua, metimos las sabanas dentro, el pijama y
las estuvimos enjuagando hasta que toda la suciedad se

731
fué. Seguidamente las dejamos en remojo con abundante
lejía y jabón líquido.
Jeanne y yo nos miramos, estábamos
agotadas, con un cansancio que nos costaba respirar, por
la agitación.
Antoine llamaba a su mujer.
Nos sacamos los guantes y los dejamos
para que escurrieran en el borde de la pila, y fuimos.
Antoine mantenía a Hugo de pie y derecho, y estaba
desnudo, lo mantenía abrazado por el pecho y la
espalda, fuera del aseo. Al vernos dijo dirigiéndose a las
dos.
- Tengo que subirlo al cuarto de baño ¡ Preparar la
bañera !.
Con la misma rapidez subimos las
escaleras, y entramos en el cuarto de baño. Tapé la
bañera y puse los dos grifos, el agua caliente y la fría.
Le agregué al agua, perfume de lavanda en escamas. El
aroma empezó a subir hasta que el cuarto de baño quedó
relajado el ambiente.
Antoine iba subiendo las escaleras con
Hugo en brazos, igual que un niño. Hugo venía callado,
había parado de llorar. Antoine entró en el cuarto de
baño, y puso a Hugo dentro de la bañera, y lo estuvo
lavando bien, y lo mantuvo un rato dentro del agua.
Eran las nueve de la noche cuando
habíamos acabado de limpiar el aseo de abajo, y
desinfectarlo, y de poner sabanas limpias a la cama de
Hugo. Después del incidente que había pasado, Hugo no
se quería ir a la cama, tenía miedo de que le volviera a

732
suceder, y prefirió quedarse con nosotros en el porche
medio acostado en la tumbona.
Preferí subir al cuarto de baño para asearlo
bien. Jeanne quería ayudar en todo, y estaba siempre
dispuesta a participar en lo que fuera necesario.
También, se trataba de su hijo, pero aún no sabía donde
estaban las cosas. Se presentó en el cuarto de baño
preparada con los guantes puestos. Yo estaba acabando
de limpiar la bañera, y después, la tenía que desinfectar,
poniéndole bastante lejía.
- Claire ¿ Por donde empiezo ? - Dijo.
- Jeanne, váyase abajo a descansar, lo que queda ya lo
termino yo - Dije.
- Claire, te quiero hacer una pregunta.
- ¿ De qué se trata ? - Dije poniéndome derecha para
mirarla de frente.
- ¿ La diarrea que ha tenido mi hijo, le ha dado otras
veces ?.
- Si, muchas.
- ¿ Igual que la de ahora ?.
- Una noche tuvo otra parecida cuando Émile vivía aquí,
e hizo igual que ha hecho Antoine, lo metió en el aseo
de abajo, hasta que se le pasó. Y después también lo
estuvo lavando. En el Hospital también ha tenido varias.
Jeanne me miraba pensativa, desconcertada.
- ¿ Cree que lo de mi hijo no tiene cura ? - Preguntó con
los ojos húmedos.
Se me cayó el alma al suelo. No sabía que
responderle, aunque pensaba - Que tenía que saber la
verdad.
Jeanne seguía mirándome esperando la respuesta.

733
- Negué con la cabeza.
- Claire ¿ Qué quiere usted decir ? - Preguntó asustada.
- No sé exactamente lo que digo, no me haga caso - Dije
saliendo del cuarto de baño para evadirme.
- Claire por favor - Dijo con voz apagada, y algo
temblorosa.
Me volví hacia ella, llevaba los brazos
caídos a lo largo de mi cuerpo, y sin fuerzas.
- Jeanne, no quiero vivir esta situación, mañana podrá
hablar con el Doctor Foch, él los pondrá al corriente de
cómo está desarrollada la enfermedad de Hugo.
- Dígame lo que sepa, pero no me engañe, se lo suplico.
Me cayeron dos lágrimas que resbalaron
por las mejillas.
- Jeanne, hable usted con su marido, y se lo pregunta.
- ¿ Antoine sabe algo ?.
- Si - Dije asintiendo con la cabeza.
- Él no me oculta nada. Y no hace falta que le pregunte
porque usted me está contestando ¿ Va a morir mi hijo
?.
- Todos nos vamos a morir - Dije.
- Si por supuesto ¿ Pero va a morir pronto ? Sólo tiene
treinta y dos años.
Me acerqué a Jeanne, le rodeé el cuello
con mis brazos, y la besé en la mejilla, la lágrima que le
caía, humedeció mis labios.
- Claire, he sufrido mucho desde que Hugo era un niño,
siempre estuve protegiéndolo de los ataques repentinos
que mi marido lo sometía. De mis hijas también, de la
sociedad porque no lo aceptaban. Sólo quería estar
conmigo porque era la única que lo comprendía.

734
- Hugo me lo ha contado todo - Dije todavía abrazada a
ella.
- ¿ Le ha dicho todo lo que su padre le hizo ?.
- No sé si todo, pero me ha contado hechos que son
difíciles de asimilar viniendo de un padre.
- Yo también estoy muy enojada con mi marido, aunque
usted vea que le sonrío y le hablo bien, él sabe que no lo
hago de corazón, pues estoy muy dolida. Si no lo
hubiese tratado cómo lo hizo, hoy Hugo viviría en París,
y no estaría enfermo.
La abracé más fuerte porque rompió a
llorar, y la estuve besando cómo se besa a una madre.
- Ahora su marido se ha portado bien con Hugo, me he
fijado en la manera que lo cogía en la cama para llevarlo
al aseo, y después cómo subía con él las escaleras, y lo
metía en la bañera. No ha tenido reparo de nada, y
hubiese hecho por su hijo en esos momentos todo lo que
fuera necesario y mucho más.
Jeanne me seguía asintiendo con la cabeza.
- Mi marido cambió, cuando Hugo vino aquí a África.
Sus complejos eran menos, porqué cómo no lo tenía
delante, no se podía avergonzar de él. Y cuando supimos
que estaba enfermo, y que teníamos que venir,
disminuyeron aún más sus complejos, y después cuando
lo ha visto, creo que ya le da igual todo, que hablen o
que digan, incluso creo que lo defendería en todo, y
sacaría la cara por él. Pero ahora para mi ya es tarde,
cómo madre no lo puedo perdonar.
- La entiendo muy bien, puede que yo hubiese
reaccionado lo mismo - Le dije con aceptación.
- Claire ¿ No ha tenido usted hijos ?.

735
- No.
- Dan muchas alegrías, pero también penas. Siempre se
está sufriendo por ellos, con un continuo miedo de que
no les vaya a pasar algo malo. Recuerdo como si fuera
ayer, el día que nació Hugo. Era un bebé precioso, nació
grande, y pesando cuatro kilos trescientos gramos.
Quedé destrozada, y tarde en reponerme. Cómo era el
menor de los tres, se convirtió en el juguete de todos,
hasta que empezó a crecer, y entonces fué cuando
empezaron los problemas, porque quería ser cómo las
niñas. Al principio pensé, que lo hacía porque veía a sus
hermanas y las quería imitar. Pero después me di cuenta
que se portaba de ese modo, porque él era así.
Sus hermanas no lo aceptaron tampoco, sobretodo la
mayor, se avergonzaba de él. Mi marido por otro lado
me prohibió cuando llegó a la adolescencia, que no se le
diera nada de dinero, para que fuera a trabajar y se
hiciera un hombre.
Llegué a enterarme que buscaba a hombres porque
necesitaba dinero. No quería que hiciera eso, y le daba
a escondidas de mi marido. No sé si Hugo le ha contado
todo lo que los demás le han hecho. Pero un día nos
llamaron del Hospital.
Sentí mucha pena por ella.
- Jeanne, sino puede continuar déjelo - Le dije.
- Quiero contarle lo que unos desaprensivos hicieron con
él, tres sinvergüenzas que abusaron de la poca maldad
que tiene. Dicen que no son gays, pero también lo son,
se esconden cómo ratas para no ser reconocidos.
Hugo tenía dieciocho años, y frecuentaba mucho las
discotecas. Conoció a tres, que dijeron que eran amigos,

736
quedaron en un piso de uno de ellos, con el pretexto de
que lo iban a pasar bien. Pusieron la música alta para
que no se oyera nada. No sé lo que allí hicieron, si
fueron todos con Hugo ó uno sólo, pero sólo lo querían
para divertirse con él, y cuando ya se hartaron, lo
cogieron entre dos, lo abrieron de piernas, el tercero
tenía preparada una lata de cola y una brocha, y le iba
poniendo cola en sus partes, en el año y todo el vientre,
de gran espesor. A todo esto, Hugo gritaba pidiendo
auxilio, pero nadie lo podía oír, por la música tan alta
que habían puesto. Y por si fuera poco, ese sinvergüenza
volcó en sus partes una bolsa de serrín. Los tres se reían
mofándose. Estuvieron sujetándolo hasta que la cola se
secó. Después lo llevaron hasta un descampado y lo
dejaron allí. No pasaba gente porque eran las cuatro de
la madrugada, pero Hugo se fué arrastrando hasta la
carretera, y un coche que pasaba, se paró, y lo llevó al
Hospital.
Estaba oyendo algo terrible ¡ Pobre Hugo!.
- ¿ Y qué pasó con esos tres degenerados ? - Le
pregunté.
- No crea que le hicieron mucho. Los llevamos a juicio,
porque Hugo sabía donde vivía uno de ellos, el piso
donde fueron.
Tuvieron que indemnizar a Hugo con mil francos,
por el daño que le habían causado. Tenía sus partes
quemadas y despellejadas. Fué horrible lo que sufrió
hasta que se puso bien.
Antoine nos sorprendió hablando.
- ¿ Qué pasa ? - Dijo dirigiéndose a Jeanne.

737
- Le estaba contando a Claire, todo lo que le hicieron a
Hugo cuando era más joven.
En el rostro de Antoine se reflejaba el
cansancio, y le costaba sostenerse en pie.
- Me voy a dormir - Dijo posando su hombro izquierdo
sobre la pared - ¡ Ah ! Mañana cuando vayamos a la
consulta del Doctor Foch, hay que hablarle de la diarrea
que ha tenido Hugo. También tendremos que comprar
pañales, pues puede volverle en cualquier momento.
- ¿ Donde se ha quedado ? - Preguntó Jeanne.
- Sigue en el porche, dice que no se quiere ir a la cama,
porque cuando le ocurre es acostado. Tiene miedo.
- Antoine - Dijo Jeanne con pesadumbre.
- ¡ Qué !.
- ¿ Estabas al corriente de la gravedad de nuestro hijo ?.
- Si - Dijo siguiendo apoyado en la pared.
- ¿ Porqué no me has dicho nada ?.
Antoine me miró.
- ¿ Te lo ha contado Claire ?.
- ¿ A qué te estás refiriendo ?.
Antoine volvió de nuevo a mirarme.
- Claire ¿ Se lo ha dicho ? - Me preguntó.
- No del todo - Dije echándole una mirada a Jeanne.
Antoine fué decidido y no miró en reparos.
- Jeanne, a nuestro hijo, no sé si le queda un mes de vida
o, quizás menos.
Jeanne se alteró.
- ¿ Porqué dices eso y me hablas así, si todavía no
hemos hablado con el Doctor ?.
- Émile lo sabe, porqué fué el Doctor Foch quién se lo
dijo - Respondió Antoine.

738
Jeanne arrancó en sollozos, y no se podía controlar.
- ¡ Tendrás ganas de que se muera ! ¡ De esa manera
puedes ir por la calle con la cabeza alta ! ¡ Te aborrezco,
no sabes cuanto ! ¡ nunca lo quisiste, y le hiciste la vida
imposible para que se fuera de nuestro lado !.
Antoine fué hasta Jeanne y se abrazó a
ella, también lloraba a lágrima viva. Y yo para qué
decir.
Antoine con la voz cortada por el llanto le
dijo abrazado a ella.
- Desahógate conmigo, sé que tienes razón, pero lo
hecho, hecho está ¡ Si lo pudiese todo cambiar, actuaría
de diferente forma ! ¡ Jeanne perdóname ! Hace tiempo
que me estás haciendo pagar los errores que cometí.
Antoine cogió la cara de Jeanne y sin parar
de llorar, besaba sus mejillas, repetidas veces.
Yo no podía seguir viendo tanto dolor. El
pañuelo de bolsillo lo tenía mojado de tanto llorar, y
decidí bajar al porche para hacerle compañía a Hugo.
Sequé bien las lágrimas, me arreglé los cabellos, y me
enderecé, para que Hugo no notara que había llorado. Lo
encontré medio dormido en la butacona.
Me senté frente a él, mirando los rasgos de su cara, lo
poco que le quedaba, porque los huesos del rostro los
tenía muy marcados. No había hecho ruido al sentarme,
y sin embargo se dio cuenta. Abrió lentamente los ojos y
me miró de frente.
- ¿ Cómo te encuentras ? - Le pregunté.
Tardó en responderme.
- Mejor, el vientre se me ha quedado ahora tranquilo
¿Donde está mi madre ? - Me preguntó.

739
- Arriba en el cuarto de baño ¿ Quieres que la llame ?.
- ¿ Qué está haciendo ?.
- Está hablando con tu padre.
- ¿ De qué ?.
- Cosas de ellos, los he dejado y me he venido.
- Estarán otra vez discutiendo, últimamente discutían
mucho.
Volvió de nuevo a cerrar los ojos. Su
respiración era tranquila.
Noté raro que John no llamara por
teléfono, y no hubiese venido. Miré la hora que era en
mi reloj, le faltaba dos minutos para las diez y media de
la noche.
La Luna estaba creciente, y reflejando con
su media luz el lugar donde estábamos. Y las estrellas se
podían contar por centenares. Me puse en pie, y fui a
apagar la luz del porche, pues los mosquitos no paraban
de viajar de un lado a otro, y era incómodo ver cómo se
acercaban, y muchas veces nos picaban.
El timbre del teléfono sonó. Me dio un
vuelco el corazón de alegría - Pensé rápidamente en
John - De un salto me puse en pie, llegué hasta el salón
y cogí el teléfono.
- ¿ Diga ?.
- ¿ Cómo está mi diosa ?.
La voz de John me reconfortaba, la
energía me la renovaba, y mi alma de mujer, la
embellecía.
- Estoy bien - Dije con voz serena - ¿ Cómo estás tu ?.
- Siempre que tu estés bien yo lo estaré - Dijo con voz
juguetona - ¿ Hasta que hora has dormido ?.

740
- Creo que era la una y media cuando me he despertado,
y me asusté - Dije riendo.
- ¿ Porqué ? ¿ Tan mal lo hice ?.
- Tu lo hiciste muy bien. Pero yo al despertarme y
verme con el camisón puesto. Pues figúrate.
- ¿ No te hubiese gustado que fuera yo quien te
desnudara ?.
Me eché a reír.
- No sé que decirte, pero por ahora no.
- Ya me doy cuenta que conmigo no quieres nada - Dijo
para hacerme rabiar.
Volví a reír pero con más ganas.
- Demasiado sabes que no.
Cambió de tema para ponerse más serio.
- ¿ Te ha molestado Émile ?.
- No, y espero que no lo haga. A ver si con lo que
ocurrió esta madrugada pasada, me deja ya tranquila.
- Tiene que hacerlo, ya se dio cuenta de que no me
andaba con chiquitas. Todo lo que sea referente a lo que
a ti te ocurra responderé de la misma manera o quizá
peor.
Me puse triste.
- ¿ Porqué no has venido esta noche ?.
- Quería que descansaras, pero si quieres, en media hora
estoy ahí.
No respondí nada a esto.
- ¿ Estabas escribiendo ? - Le pregunté.
- Si.
- ¿ Te falta mucho para terminar el libro ?.

741
- Todavía un poco, lo llevo atrasado. He aprovechado la
tarde y la noche para seguir escribiendo - ¿ Me quieres
mucho ?.
Quería bromear con él.
- ¿ Y si te dijera que no, me creerías ?.
- En absoluto.
- ¿ Tan seguro estás de que yo te ame ?.
- Totalmente seguro, una diosa como tu, no me puede
fallar ¿ Sabes que es lo que estoy contando ahora ?.
- ¡ Qué !.
- Los días y los meses para que estemos juntos, para que
tu y yo nos podamos casar ¿ Te gustaría que fuera
pronto ?.
- Si, muy pronto, sueño también con ese día, mi amor.
Oí la respiración que hizo John.
- Claire ¿ Cómo sigue Hugo ? - Me preguntó con
interés.
- Nada bien. Hace un rato ha tenido otra recaída.
- ¿ Has llamado al Hospital ?.
- Ni siquiera lo he pensado, porque todo fué muy rápido,
y tanto los padres de Hugo cómo yo, íbamos sin saber
que hacer. Mañana a las once, tenemos visita con el
Doctor Foch, para ponerlos al corriente del estado en
que se encuentra Hugo.
- Qué trago más fuerte cuando Jeanne se entere del poco
tiempo que le queda de vida.
- Ya lo sabe.
- ¿ Dices que lo sabe ?.
- Si, después de que ocurriera la perdida de líquidos que
Hugo tuvo, me preguntó Jeanne - Si Hugo se iba a poner

742
bien. Yo se lo dije a medias, pero ella como es una
mujer inteligente, captó lo que le dije.
- Qué sufrimiento para una madre, saber que a su hijo le
queda poco tiempo de vida. Me da pena la pobre mujer.
- Sí, mucha pena.
- ¿ Iréis al Hospital en taxi ?.
- Si, creo que es lo más acertado.
- Mañana a la tarde iré y estaré un rato.
- ¿ Vendrás a la hora del té ?.
- Si de acuerdo.
- Te doy muchos besitos mi amor.
- También yo, y quiero que te enamores de mi aún más.
- ¿ Más de lo que ya lo estoy ?.
- Nunca es mucho, ni demasiado. De ti lo quiero todo, lo
máximo. Que duermas bien diosa mía.
- También tu, mi amor.
No despegaba el teléfono de mi oído.
- Claire cuelga - Dijo John.
- Cuelga tu antes - Respondí.
- ¿ Quieres que estemos así toda la noche ?.
- Si quieres tu, yo también - Dije aguantándome la risa.
- ¡ Venga cuelgo yo ! - Dijo.
Oí el clic de cerrar el teléfono, y
seguidamente lo hice yo también.
- Me llevé las manos a la cabeza, y reí con ganas.
- ¡ Dios mío ! - Dije.
Salí al porche, Jeanne estaba sentada en un
sillón, muy cerca de Hugo. Le tenía la mano derecha
cogida, y los dos se miraban. Jeanne al verme me
comentó.

743
- No quiere irse a la cama, dice que va a dormir aquí
toda la noche.
Moví la cabeza.
Me fui a sentar frente a Hugo. Él siguió
con la vista los gestos que yo hacía. Me quedé
mirándolo fijamente y le pregunté.
- ¿ Porqué no te quieres acostar ?.
Ladeó la cara para el otro lado donde no
había nadie, y cerró los ojos.
- Ya no quiere hacer caso, ni siquiera de mi quiere nada.
Hugo giró la cara y miró a su madre
lentamente, y con palabras casi apagadas le dijo.
- Mamá, no me lo hagas tu también imposible, estoy
mejor aquí que en la cama.
- Está bien hijo, pero no te puedes quedar aquí sólo, me
quedaré contigo.
Hugo se echó a llorar. Su pena le salía de
muy adentro, y lloraba dando grandes sollozos.
Jeanne también lloraba, con la mano de
Hugo entre las suyas.
Sabía que iba a ser difícil hacerlo venir en
razón. No sabía ya muy bien lo que hacía, ni lo que
decía. Había entrado en un estado medio inconsciente, y
de unas cosas se daba cuenta y de otras no.
Se tranquilizó, y echó la cabeza al lado derecho de su
hombro, y cerró los ojos. Nos miramos Jeanne y yo.
- Se ha quedado dormido - Dijo ella.
- Me quedaré con usted aquí esta noche - Le dije.
- Voy a esperar un poco más, y subiré a llamar a mi
marido para que lo lleve a la cama - Respondió Jeanne.

744
Era lo mejor, aunque Hugo dormía bien en
la butacona, pero tanto Jeanne cómo yo teníamos que
irnos a descansar. Sólo habían pasado diez minutos
cuando Antoine hizo su presencia en el porche.
- Iros a dormir - Nos dijo - Ya me encargo yo de
acostarlo.
Nos quedamos por si Hugo se despertaba.
Antoine aunque tenía sesenta años estaba
fuerte, también tengo que decir que, Hugo pesaba poco,
pero era un cuerpo muerto, y su peso tenía. Antoine lo
levantó en brazos, lo llevó hasta el dormitorio, y lo
acostó. En ese instante Hugo abrió los ojos, pero volvió
a cerrarlos.
Salimos del dormitorio, dejando la luz
apagada, y la puerta entornada, para oírlo en caso que se
despertara.

51

Descolgué el teléfono y llamé a un taxi, y


esperaba en la puerta de la casa. Le había dejado
instrucciones a Yosi para la comida del mediodía. Ella
también lo estaba pasando mal de ver a Hugo que se

745
moría. El sábado después de la comida, Yosi tenía el fin
de semana libre. Me anunció que el domingo a la noche,
no traería con ella a Moisés, lo dejaría con sus padres.
La casa ya no era lo de antes, y tampoco el niño tenía
que estar en un ambiente triste.
Habíamos llegado al Hospital.
La consulta del Doctor Foch estaba en la
planta baja. Hacía como media hora que esperábamos,
cuando salió una enfermera, y nos indicó que podíamos
pasar.
El Doctor Foch era un hombre de
aproximadamente cincuenta años, el pelo canoso, y
barba. Era amable y sencillo. Tenía un gran acento
inglés, y el francés lo hablaba bastante bien.
No fué con rodeos cuando Antoine le preguntó si a
Hugo le quedaba mucho tiempo de vida - Respondió -
Que lo había enviado a casa porque ya no podían hacer
nada más por él, y que estaba tomando los
medicamentos adecuados para esa clase de virus que
había contraído.
Jeanne le expuso al Doctor la idea de llevárselo a
París - El Doctor lo descartó totalmente diciendo de que
Hugo no estaba en condiciones de viajar, y la muerte
podría llegar de inmediato, podría tardar una semana,
como quince días.
Este diagnóstico, Jeanne lo recibió cómo un
bombazo, no se pudo contener y rompió a llorar.
El Doctor la observaba con tristeza. Se puso en pie y
se acercó al asiento que Jeanne ocupaba, con su brazo
rodeó los hombros de ella, y la estuvo consolando con
palabras que los médicos utilizan para estos casos.

746
De regreso a casa, Jeanne venía en el taxi
totalmente destrozada, era un alma en pena llorando.
Antoine estaba preocupado de ver en qué estado se
encontraba. Yo por otra parte, no sabía qué decirle
porque todas las palabras sobraban.

52

Estábamos viviendo esa amarga situación,


con resignación, pero mal. Antoine se había volcado

747
totalmente en Hugo, lo acostaba y lo levantaba igual que
cuando era un niño.
Émile desde el incidente ocurrido con John no
sabíamos nada de él. Tenía razón John el día que me
dijo - Que hasta que no se viera cara a cara con él, no
me dejaría tranquila. No se interesaba por la salud de
Hugo, ni siquiera llamaba a Antoine para preguntarle
por él. Y tampoco sabía yo donde vivía, no había dejado
su dirección ni su teléfono.
Hugo cada vez iba a peor, las colitis estaban acabando
con él, y comer ya no comía, y hablar apenas tampoco
hablaba. La situación iba empeorando. Apenas lo
levantaba de la cama Antoine por las mañanas lo dejaba
un rato en el porche acostado en la butacona, nosotros
estábamos con él, pero no nos decía nada. No sé si era
consciente de lo que tenía.
El jueves a la tarde el Doctor Foch lo vino
a visitar, y cuando apreció en el estado en que se
encontraba, dijo - Que había que ingresarlo - Jeanne se
negó, alegando que cómo se iba a morir, prefería que
fuera en la casa rodeado del cariño de todos.
El domingo siguiente parecía que había mejorado
algo. La voz la tenía muy débil, abría los ojos y trataba
de sonreírnos. Antoine lo había sacado al porche, y en la
butacona se encontraba perfectamente. Era un día
radiante, cómo la mayoría de días que hace en África.
Hugo estuvo mirando las flores del jardín, la
casa y sus alrededores, el cielo azul iluminado por el sol.
El ánimo de Jeanne era mejor, creyó que
Hugo se estaba recuperando, y que poco a poco se
pondría bien, ese fué el comentario que me hizo.

748
Cuando Hugo estaba en la cama que era
las tres partes del tiempo, estábamos a su lado, y por las
noches, se quedaba una Antoine y otra Jeanne.

A las tres de la tarde del Lunes, Hugo


había entrado en un coma profundo. Llamé al Hospital,
y pedí a la recepcionista que me pusiera con el Doctor
Foch. Cuando se puso al teléfono, le expliqué en el
estado que Hugo se encontraba - Me respondió - Que lo
más pronto que pudiera estaría en casa.
Se presentó a las siete y media de la tarde,
cuando pudo. Nada más lo obscultó nos dijo que había
llegado su fin, y que era cuestión de minutos.
Pidió una silla para quedarse al lado de la cama.
Jeanne había cogido una fortaleza de hierro, no
pensaba que iba a reaccionar de ese modo, quizá estaba
esperando a que llegara el fin. Pues estaba que no podía
más. Había perdido kilos, y su semblante era triste y
demacrado. Lo mismo pasaba con Antoine.
Hugo no lo quería y le tenía miedo, pero puedo
asegurar, que Antoine desde el primer día que llegaron a
Johannesburgo, hizo de buen padre para Hugo.
Nada más saber la noticia de que a Hugo
le quedaban minutos, fui al teléfono y marqué el número
de John.
- ¡ Diga ! - Respondió.
- John mi amor, Hugo está muy mal, el Doctor está aquí,
y dice que es cuestión de minutos.
- Ahora mismo voy.
- De acuerdo.

749
Dejé el teléfono en su sitio. Al cruzar el
salón me encontré con Yosi, que esperaba de pie y muy
afectada.
- ¿ Cómo está el señor Barreau ? - Me preguntó.
- Mal - Dije moviendo la cabeza - Está llegando el final.
Le brotaron dos lágrimas. Hacía tres años
que trabajaba en la casa.
- Señora, esta noche me quedaré aquí por si me
necesitan.
- Gracias Yosi.
- ¿ Desean que les haga té u otra cosa ?.
- Puedes hacer té, y ya veremos después - Le respondí.
Entré en el dormitorio. El Doctor Foch
hablaba con los padres de Hugo. Los iba poniendo al
corriente de que Hugo se quedaría dormido, y dejaría de
respirar.
Media hora después llegó John. Se quedó
con nosotros en el dormitorio.
Jeanne parecía tranquila. Había cogido
asiento al otro lado de la cama, y no dejaba de acariciar
la cara de Hugo. Antoine seguía de pie con los ojos
encharcados en lágrimas, junto a John.
Oímos la respiración de Hugo que se agitó,
y seguidamente dio dos ronquidos. El Doctor Foch tenía
su cara muy cerca de la cabecera de la cama, y con su
mano sentía la yugular de Hugo. Pasado dos minutos se
puso en pie, por lo visto había llegado el fin, y así era.
Hugo había dejado de respirar. Miré mi reloj de pulsera,
eran las nueve y quince minutos.
El Doctor salió del dormitorio, se dirigió a
la mesa del salón y firmó la defunción, y dio

750
instrucciones para hacer todos los trámites del entierro.
Jeanne pidió, que fuese incinerado.
John se ocupó de los trámites de papeles,
las oficinas de la funeraria estaban abiertas las
veinticuatro horas. A las tres horas de haber muerto
Hugo, vino un coche de la funeraria y se llevó su
cadáver a la morgue. Nos anunció uno de los
funcionarios - Que al día siguiente, a partir de las diez
de la mañana, se podía ir para velarlo.
Esa noche no pudimos dormir nada. Pues había que
darle la noticia a Émile. Desde el día que lo trajo del
Hospital, no lo había visto ni sabía de él. Tampoco
sabíamos donde Émile vivía, ni conocíamos el número
de su teléfono. La única dirección que yo sabía era la de
Paul, que una noche fui con Hugo cuando estaba celoso
de Émile.
Eran las dos de la madrugada cuando iba con John, a
casa de Paul, para darle la noticia de que Hugo había
muerto, y para que nos diera la dirección de Émile.
John paró el coche delante de la puerta de
Paul. Todo estaba en silencio, y las luces apagadas. John
llamó al timbre de la puerta y esperó. Pasado un minuto
llamó dos veces. Vimos por una de las ventanas que la
luz se encendía. Esperamos como cinco minutos, y Paul
se acercó a la verja colocándose un batín marrón. Se
quedó parado tras la verja, y al instante me reconoció y
abrió.
- ¿ Qué ocurre ? - Se adelantó a preguntar.
- Perdone que vengamos de madrugada - Dije.
- Es que Hugo ha muerto, y no sé donde vive Émile para
avisarlo.

751
- Entren por favor - Dijo algo impresionado ¿ Cuando ha
sido ?.
- Esta noche a la nueve y cuarto.
- Vamos dentro de casa - Sugirió.
Intervino John.
- Es tarde, y Claire está muy cansada, sólo queremos la
dirección de Émile o, que usted se lo comunique.
Mañana a partir de las diez se podrá visitar en la
morgue, y el sepelio donde se celebrará una misa por su
alma, será pasado mañana en la capilla de la morgue, a
las nueve.
Paul lo sentía mucho, y la emoción había
hecho que se le humedecieran los ojos.
- Émile vive al otro lado de Johannesburgo, lo mejor
será que lo llame por teléfono - Dijo Paul.
- De acuerdo, lo llama y se lo comunica - Respondió
John.
Nos despedimos de Paul y volvimos a
casa.
Las luces del porche, la del salón y el
dormitorio de los padres de Hugo estaban encendidas.
Diana nos estaba esperando al otro lado de la verja,
cuando John abrió la puerta, se acercó, pero sin hacernos
fiestas cómo cada vez hacía. Su postura era triste, el
lenguaje de los animales no lo conocemos, pero estoy
segura que se enteran de todo lo que pasa.
Antoine nos estaba esperando sentado en
el salón, estaba abatido, pálido y lloroso.
- ¿ Está descansando Jeanne ? - Le pregunté.
- Hace poco subió al dormitorio, pero creo que no
duerme, no puedo quedarme arriba, no la puedo ver

752
cómo sufre callada. No me mira, no quiere mirarme
¿ Porqué ha tenido que suceder de esta manera ? - dijo
rompiendo a llorar.
- El porqué de las cosas que nos ocurre, las desconoce-
mos, suceden y nada más - Dijo John.
Subí al dormitorio, para ver cómo se
encontraba Jeanne y John se quedó haciéndole compañía
a Antoine.
Encontré a Jeanne vestida y echada
encima de la cama, con el brazo derecho tapándose los
ojos. Me acerqué a la cama, sabía que no dormía.
- ¿ Cómo se encuentra Jeanne ? - Le pregunté.
Lentamente quitó el brazo que tapaba sus
ojos, y se quedó mirándome fijamente.
- Claire, me parece que todo es un sueño, y que pronto
voy a despertar de esta pesadilla.
Me hizo un sitio en la cama para que me
sentara en el borde y habláramos.
- ¿ No cree que esto ha sido lo mejor ? - Dije.
- Puede, pero tampoco lo sabemos ¡ Pobre hijo mío !.
- Desde luego que todo lo que digamos ahora no sirve
para nada, todo es hablar por hablar - Dije.
- Ya lo creo - Respondió Jeanne.
- ¿ Saben sus hijas la noticia ? ¿ Las ha llamado ?.
- Todavía no, quizá debería de hacerlo ahora ¿ no ?.
- Pienso que si. Hay que llamar antes a la telefonista
para aviso de conferencia, voy a decírselo a John.
- Si por favor Claire.
Encima de la mesita de noche tenía Jeanne
su bolso, alargó el brazo y lo cogió, lo abrió, y extrajo

753
una pequeña agenda, la abrió y me mostró el número
que pertenecía a su hija mayor y me lo entregó.
Salí del dormitorio con la agenda en la
mano, y se la fui a entregar a John, para que pidiera la
conferencia con París.
En tres cuartos de hora la concedían.
Ahora era cosa de Antoine y de Jeanne, cuando sonara
el teléfono cogerlo.
John tenía que marcharse a descansar, y yo
también. Al día siguiente que sólo le faltaban horas, nos
esperaba un día bastante ajetreado, y penoso. Nos
quedamos en el porche.
Con todos los días tan agitados que
habíamos tenido con Hugo, sobretodo la última semana
de su vida. Estaba yo con una gran pesadumbre, la
tristeza me agobiaba de haber perdido a un gran amigo,
y de haberlo visto sufrir y morir.
John me cogió entre sus brazos, me apretó
contra su pecho, me abracé a su cintura, y lloré con la
mejilla derecha pegada en su pecho. Gracias a Dios que
lo tenía a él. Dios me hizo un gran regalo, conocerlo.
John me consolaba, igual que a una niña
pequeña. Con su mano acariciaba mi cabeza, y besaba
mi frente repetidas veces. Me tranquilicé.
John se marchó, y nos despedimos hasta
las diez de la mañana, que vendría para llevarnos a la
morgue.
Me fui a dormir pensando en Madeleine,
hacía muchos días que no había ido por casa. Ella era
una gran amiga, la consideraba cómo si fuera mi

754
hermana mayor. A las nueve de la mañana la llamaría
por teléfono para darle la noticia.
Me quedé dormida rápidamente, el
cansancio había podido más. Dormí cinco horas, las
suficientes para ese día estar mejor.
Yosi nos había preparado un buen desayuno,
estuvo largo rato en la cocina esmerándose para que
después no desayunáramos apenas, y se quedara casi
todo. Antoine y yo comimos algo, pero Jeanne sólo
tomó un zumo de naranjas que Yosi hizo.
Yosi también estaba muy afectada, y apenas
habló. También le preocupaba lo que iba a ser de ella a
partir de ese día. Su destino no lo tenía cierto, sabía que
los padres de Hugo se marcharían a París lo más pronto
que pudieran, en África ya no hacían nada. Y yo no
podía mantener la casa. Yo por el contrario no tenía
preocupación porque encontrara otro trabajo. John haría
todo lo posible para que lo obtuviera.
A las nueve llamé a Madeleine, fué su hija
la que se puso al teléfono me dijo que no estaba, pero
que a las doce llegaría a casa - Le dije que necesitaba
verla, y que le diera el recado.
John como siempre era exacto en la hora
que se había concertado. Había aparcado en la puerta
con su descapotable de cuatro plazas. También Antoine,
Jeanne y yo estábamos preparados.

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53

Fuimos directamente a la sala donde el


cuerpo de Hugo lo habían expuesto. Nuestra sorpresa
fué al entrar y descubrir a Émile. Tenía la cabeza
apoyada en la urna, dando al rostro de Hugo. Era

756
desgarrador todo lo que le decía llorando. Yo jamás
había visto a Émile llorar, ni que se le saltara una
lágrima. Aquí, pegado a la cabeza de Hugo, le decía
entre sollozos.
- ¡ Perdóname ! ¡ Te he querido mucho, más de lo que
tu podrías imaginar ! ¡ Te pido que me perdones por lo
mal que me porté contigo !

Nos quedamos a una distancia con las


lágrimas que nos resbalaban por las mejillas. Al lado de
Émile se hallaba Paul, tratando de sujetarlo por un
brazo. Más atrás habían dos amigos más que yo no
conocía, y que por supuesto también serían gays.
De las coronas de flores que habían
llegado una tenía forma de corazón, la mitad de rosas
blancas, y la otra mitad de rojas, y una banda ancha que
decía - De tu amor eterno. Sabía que era de Émile.
John había enviado otra, las hermanas de
Hugo también por interflora, con un relato cariñoso. Los
padres de Hugo y yo también otra. Los amigos que
Hugo tenía también.
Émile seguía llorando, y diciéndole a
Hugo frases de amor. Me quedé sorprendida porque a mi
jamás me dijo una, sólo cumplía con su deber de esposo
y nada más.
Paul lo mantuvo algo más calmado.
Entonces fué cuando Émile nos vio y se separó algo del
cuerpo presente de Hugo. Jeanne llevaba una gran
entereza, estaba triste muy triste, pero no derramaba una
lágrima. Antoine era el que más sensible estaba, y se
podía apreciar la pena que llevaba.

757
Nos acercamos a la urna. El rostro de
Hugo había embellecido, incluso me pareció que
sonreía, y su sonrisa ahora no la podía esconder, llegué a
pensar - Que nos estaba sonriendo a todos.
Lo habían vestido de blanco, un atuendo
que parecía una túnica. Yo lo miraba, y no me di cuenta
hasta después, que Émile estaba abrazado a Jeanne, y
lloraba. Jeanne lo consolaba también abrazada a él.
Parecía que fuera ella la más fuerte de todos, me quedé
asombrada de la entereza que tenía para animar a los
demás.
Sentí mucha pena por Émile, no lo conocía
en absoluto. Siete años casada con él, y ahora era un
desconocido. Debía de ser, un buen amante con sus
amigos, con los que él amaba.
Al día siguiente antes de las nueve,
estábamos todos en la capilla de la morgue. No era muy
grande, y ocupábamos la mitad. Los que habíamos
querido, y los que habían conocido a Hugo, incluyendo
Madeleine, también habían asistido, pues a la noche me
había llamado, y la puse al corriente de la muerte de
Hugo.
John estaba siempre a mi lado, no me
dejaba en ningún momento, y vigilaba para que
estuviera bien.
Al terminar la celebración de la misa, el
sacerdote se metió para dentro. Entonces fué cuando
Émile otra vez volvió a pedirle perdón a Hugo abrazado
al ataúd. Yo lloraba de verlo cómo estaba destrozado,
me dio la impresión de que nunca se repondría de ese
mal trago. Émile siempre me había mostrado la otra

758
parte de él, la dura, la que reaccionaba sin sentimientos
y todo le daba igual - Pensé - Nunca se llega a conocer a
las personas tal cómo son.
De la primera fila donde yo estaba, junto a
Jeanne y al otro lado a John. Me despedí de Hugo con el
pensamiento. Recordaba momentos buenos que
habíamos compartido, y que se quedarían en mi
recuerdo. Todas las conversaciones que mantuvimos, me
llegaban en esos momentos a la mente, y sentí congoja,
y no pude retener las lágrimas.
Entre dos funcionarios sacaron el ataúd de la
capilla, para hacer de inmediato la incineración.
Decidimos volver a casa puesto que las cenizas no
las entregaban hasta el día siguiente.
Fué un día muy ajetreado, pues no
paramos en ningún momento.
Las cenizas de Hugo, las entregaron en un
cofre cerrado y sellado. Desde esa misma noche, Jeanne
y Antoine empezaron hablar para volverse a París, y se
llevarían las cenizas de Hugo con ellos.
Los billetes de avión los tenían de ida y
vuelta, y se había avisado a la compañía para qué
pudiesen marcharse lo más pronto posible.
Habían pasado tres días, cuando se recibió
una llamada de teléfono indicando que al día siguiente
había un vuelo a París, y que habían reservadas dos
plazas para el señor y la señora Barreau.
Sin perdida de tiempo Jeanne se puso a
hacer las maletas, pues era por la noche cuando
avisaron, y el vuelo era al día siguiente a las siete de la
mañana.

759
John no iba a aceptar que yo me quedara
sóla en casa, tampoco podía yo responder a ningún
pago, y ese mismo día que los padres de Hugo se
marchaban, también yo me cambiaba para vivir en la
casa de John.

54

El día que Jeanne y Antoine regresaron a


París, también fué ajetreado. Pues, estuve haciendo una
maleta con lo más necesario, me instalé en casa de John.
Él había empezado a mover los papeles de mi divorcio
con su abogado.

760
Jeanne se despidió de Yosi dándole las
gracias por todo lo que había ayudado en el tiempo que
ellos estuvieron allí. También le entregó un sobre
cerrado.
En el aeropuerto, Jeanne estaba aferrada a
mi brazo. Si hubiese podido llevarme con ellos, lo
hubiera hecho.
Habían anunciado el vuelo con destino a
París. Antoine seguía muy decaído, pero mostrando
deseos de llegar a su casa para poder descansar.
Jeanne me besó, y esta vez derramó dos
lágrimas, que resbalaron por sus mejillas.
- Gracias Claire, gracias por todo lo que hizo por Hugo,
y por nosotros. Siempre la recordaré con mucho cariño.
Se dirigió también a John.
- También le doy las gracias a usted ¡ Y créame que lo
que le voy a decir es la verdad ! Tiene una gran suerte
de querer a Claire, y de que ella lo quiera a usted, es una
mujer fantástica ¡ Y usted no digamos ! Hacen una
pareja perfecta.
- Jeanne, estoy convencido de ello, es por eso que estoy
luchando tanto por nuestro amor.
- Les deseo mucha felicidad, y ojalá vivan muchos años
para disfrutarla.
- Jeanne, es usted una buena mujer, y sobretodo una
buena madre, también es la verdad, lo que yo le digo -
Dijo John.
Antoine y yo nos dimos cuatro besos,
cómo en Francia se hace.
- Claire, que tenga mucha suerte - Me deseó.

761
John y Antoine se abrazaron dándose una
palmada en la espalda.
- John, a usted también le deseo lo mismo - Dijo - Y
muchas gracias por habernos ayudado en todo.
- Es normal - Respondió John.
Jeanne abrió el bolso, y extrajo una tarjeta
de visita, me la entregó diciéndome.
- Quiero que no perdamos el contacto, y que me escriba
y si John no conoce París y un día van, nuestra casa está
abierta para todo lo que necesiten.
Hacían el último aviso, para el despegue.
Jeanne volvió a besarme, con rapidez, porque pasaban
por control.
- Claire, que sigan bien - Dijo.
Vimos cómo caminaban por el pasillo,
hasta que los perdimos de vista.
Habían llegado a Johannesburgo con la
intención de llevarse a París con ellos a Hugo. Lo
hicieron, pero no cómo pensaban.
Mi vida había hecho un giro de ciento
ochenta grados, y volvía a vivir otro amor, que no se
parecía en nada al que viví con Émile.

762
55

Teníamos que volver a casa, pues había


que recoger a Diana para llevárnosla con nosotros.
También para coger unas cosas importantes que me
había dejado y que me hacían falta.
Yosi tampoco dormía en la casita a partir
de esa noche, ella se había ido triste a casa de sus
padres. También necesitaba reponerse unos días. Pues,

763
había vivido una experiencia que no la podría olvidar en
mucho tiempo. Ella no quería volver a trabajar con
ninguna familia. A John le comenté - Si se podía quedar
en casa y que trabajara para nosotros - Me respondió -
Que iba a ser difícil, puesto que mami sería la que
mandaría, y la estaría mandando siempre, un día Yosi se
hartaría y se iría - Me comentó, que conocía al director
del Hospital para negros, y que le hablaría para que Yosi
entrara a trabajar como auxiliar. Le hablaría muy bien
de ella.
En la puerta de la casa estaba aparcado el
coche de Émile. La luz del porche estaba encendida, y
todas las de la casa también.
Miré extrañada a John.

- No te preocupes por nada - Dijo tranquilizándome - Lo


más probable es que ha tenido que venir a llevarse
cosas.
Diana conocía el motor del coche de John,
y venía por el caminillo corriendo a nuestro encuentro.
Al abrir la puerta del porche, Diana salió
cómo de costumbre, haciéndonos las habituales fiestas.
En el umbral de la puerta de la entrada se
hallaba Paul, nos miraba esperando a que llegáramos.
Salió del porche, con aire tranquilo, y con las manos
metidas en los bolsillos.
- ¡ Buenas noches Paul ! - Dijo John acercándonos a él.
- ¡ Hola ! ¿ Cómo estais ? - Respondió sacando las
manos de los bolsillos - Está Émile dentro mirando los
muebles que se puede llevar, y los que no, dice que los
va a vender.

764
No respondimos nada sobre eso.
Entramos en la casa. Émile se hallaba en el
dormitorio de abajo. Nos había visto llegar, y salió a
nuestro encuentro triste y algo desmejorado. Me miraba
sin pena y sin pudor, cómo cuando estábamos casados y
vivíamos en París, cómo cuando no tenía nada que
esconderme, porque no sabía nada sobre la doble vida
que hacía. Y ahora, porque conocía todo sobre él.
Paul se unió también a nosotros.
- ¿ Vamos a sentarnos, quiero hablar contigo Claire ! -
Me dijo Émile.
Émile se sentó en uno de los sillones del
salón. John y yo en el sofá. Paul también cogió asiento,
en el sillón que había continuo. Quería oír lo que se
decía.
Émile me sorprendió.
- Claire, lamento mucho de que hallamos terminado de
esta manera - Dijo echándose hacia atrás en el sillón, y
con los brazos cruzados, como era habitual en él - No
deseo hacerte nada imposible, y quiero que sepas, que te
concederé el divorcio cuando lo pidas.
Miré a John, porque ya lo había puesto en
manos de su abogado.
- Ya está en trámites - Respondí.
- ¡ Ah ! - Émile exclamó. Y dirigiendo la mirada a John
le dijo - Te vas a llevar a una gran mujer. Sé que tu, la
harás más feliz de lo que yo la hice, la quieres mucho
¿ No es cierto ?.
John afirmó con la cabeza sin dejar de mirarlo.
- ¿ Te quedarás a vivir solo ? - Le pregunté.

765
- Estamos haciendo planes Paul y yo. Es posible que me
vaya a vivir con él.
Dirigí mi vista a Paul y le pregunté sin
ánimos de curiosear en su vida.
- Paul ¿ Eres soltero ?.
No me pareció que le sorprendiera mi pregunta.
- Estoy divorciado - Dijo con algo de tristeza en sus
palabras, por mencionar lo siguiente - Tengo dos hijas,
una tiene catorce años, y la otra doce.
- ¿ Hace mucho tiempo que no las ves ? - Le pregunté.
- Ocho años. Me vine a África cuando la más pequeña
tenía sólo dos.
Metió la mano en el bolsillo izquierdo interior de la
chaqueta y extrajo una cartera. La abrió y sacó dos
fotografías, y me las entregó para que las mirara.
En una de las fotografías había una niña
preciosa con cara de ángel. Y en la otra fotografía, era
un bebe de algo más de un año. John las estuvo mirando
conmigo. Cuando se las entregaba le pregunté.
- ¿ No las echas de menos ?.
- Si, mucho - Respondió afirmando con la cabeza, y con
la mirada triste.
Me picaba la curiosidad por querer saber
de qué manera llegó a ser gay. A Paul no lo conocía
bien, y no me atrevía a hacerle la pregunta ¿ Y si se
molestaba ? Émile cómo me conocía y sabía cómo era,
fué el que me dio paso a la pregunta. Se puso en pie al
mismo tiempo que me dijo marchándose al dormitorio
de matrimonio.
- ¡ Hazle la pregunta !.

766
No me sorprendió viniendo de él. Pero
tampoco me lo dijo con mala intención. Me sentí algo
incómoda, y me moví en el asiento. John notó que no
me encontraba a gusto.
- ¿ Ocurre algo ? - Me preguntó.
- No, nada - Respondí - Es que Émile ha adelantado lo
que a Paul le quería preguntar.
Paul no había quitado la mirada de mi. Era
de carácter extrovertido, y risueño.
- Claire ¿ Quiere saber cómo llegué a ser gay ? ¿ No era
eso lo que me quería preguntar ?.
- Bueno ... si - Respondí titubeando - John me miró algo
extrañado, y con una leve sonrisa.
- Lo mío fué muy distinto a lo de Émile. Yo trabajaba en
una emisora de radio. Para ser más exacto, en Radio
Santé. En esta clase de trabajo hay muchas
oportunidades, porque se conoce a mucha gente. Era yo
quien dirigía el programa de la noche, hasta la
madrugada. Una vez a la semana se hablaba de sexo.
Venía un experto en sexologia. Explicaba bastante bien
lo que es el sexo, formas y posturas. La gente llamaba a
altas horas de la madrugada para que les explicara
dándoles salida a los problemas que ellos tenían.
También yo tenía algunos problemas con mi ex-
mujer, habían sido muchas veces que yo probaba con
ella el sexo anal, pero no le gustaba, y me rechazaba,
incluso para hacer el sexo normal ya no lo aceptaba.
Una noche después de que terminara el programa, le
pregunté a este experto de sexología lo que me sucedía.
Me escuchaba con mucha atención, y cuando terminé,
me dijo.

767
- Lo tuyo está bien claro.
- Pues si tu lo ves así explícamelo - Le respondí.
- ¿ Has estado alguna vez con hombres ? - Me preguntó.
- ¡ No por supuesto ! - Dije extrañado.
- Pues, pruébalo, porque a ti te gustan los hombres.
Me quedé mirándolo sin parpadear, y
pensativo - ¿ Era posible que me gustaran los hombres y
no lo supiera ?.
Me propuso hacer una orgía mixta. Lo hacían en
su casa cómo terapia. Y el día indicado me presenté
sólo. Ya habían llegado dos parejas, y después, una
mujer de unos cuarenta años aproximadamente, y dos
hombres jóvenes.
El profesor de sexologia nos presentó a
todos, y estuvo hablando de las reglas y las normas que
habían. Se pagó una cantidad de dinero, que era por el
servicio que en su casa prestaba, y por el champagne
que tomábamos antes y después de empezar la orgía.
Me había fijado en los dos últimos chicos
que habían llegado con la mujer. Y la mujer se había
fijado en mi, yo era bastante más joven que ella. Al
principio me dejé llevar por sus caricias, y empezamos
el juego del amor. Pero en mi mente sólo estaba mi
mujer, y pensé - La estoy traicionando - y de súbito dejé
el juego, no quería seguir con esa mujer que aunque era
atractiva no la conocía de nada.
El profesor de sexología se acercó y me preguntó.
- ¿ Qué ocurre ? ¿ No te gusta ella ?.
- No - Respondí.
- ¡Pues aquí tienes a un joven que está esperando ! ¿ Te
atreves ?.

768
Mi deseo de hacer el sexo anal era grande.
Lo hubiese podido hacer con la mujer, pero no me
atrevía por ser mujer, me recordaba a la mía. Así es que
me acerqué al joven que esperaba empezar el juego con
alguien. Él también sabía acariciar, yo lo seguía hasta
que lo hicimos. Y después fueron intercambios.
Asistía todas las semanas a estas orgías
que no podía evitar, cada vez me gustaban más. Llegó al
punto que a mi ex-mujer ya no la tocaba. Dormía con
ella cómo si lo hiciera con una hermana. Mi hija la
mayor tenía cuatro años, y la más pequeña dos. No pude
por más tiempo estar engañando a mi ex-mujer, y un día
se lo expliqué todo. Ella me repudió, y pidió el divorcio,
era lógico y normal. El resto ya lo conocéis.
Me quedé asombradísima, no me esperaba
de Paul ese relato sobre el sexo que hizo que se
rompiera su familia, y sobretodo, dos hijas que tenía y
que por supuesto las quería. No quise hacerle más
preguntas sobre sus hijas, pero una idea me rondó la
cabeza y deseaba saberlo.
- ¿ Émile y usted se conocieron aquí en Johannesburgo?.
Paul miró la puerta del dormitorio. Émile
nos estaba oyendo, oímos su voz que decía.
- ¡ Vamos, no te cortes, y dile la verdad !.
- ¡ Uff ! - y siguió - Émile y yo, nos conocimos en estas
orgías. Siento decirle esto Claire.
- No me molesta saberlo, me lo he supuesto al hablarme
de las orgías. No creí para nada, que se hubiesen
conocido aquí ¿ Fué usted quien le propuso de que se
viniera a Johannesburgo ?.

769
- Una de las fuentes principales fui yo. Lo moví todo
para que lo llamaran.
Émile salía del dormitorio, llevando en la
mano una fotografía de Hugo.
- Ya sabes más sobre mi. Este detalle no te lo había
contado, pero ahora todo da igual ¿ No es cierto ? - Dijo
mirando a John, que permanecía pasivo, al igual que yo.
- Una historia muy emocionante - Dijo John con un
poco de ironía.
- Para usted puede que no lo sea, pero para nosotros dos
fué fascinante - Respondió Paul - Jamás lo olvidaremos,
y muchas veces son, las que lo recordaremos.
John me hizo un ademán para que me
pusiera en pie, al mismo tiempo que él lo hizo. Tenía
que coger algo personal, que necesitaba para esa noche.
Subí las escaleras, y me dirigí al
dormitorio que ya había ocupado. John me esperaba
abajo.
Solo tardé diez minutos en recoger lo que buscaba.
Estaba preparada para que nos fuéramos.
Diana estaba esperando junto a John, sabía que venía
con nosotros, y se había preparado.
John hablaba con Émile, y cuando me
acerqué, comprobé que John le estaba pidiendo su
dirección, porque la iba a necesitar, para la demanda de
divorcio. Émile escribió su dirección en un sobre, y se lo
entregó diciéndole.
- Es posible que pronto me vaya a vivir a casa de Paul.
En la vuelta del sobre, también te he escrito su
dirección, y su teléfono.

770
- ¡ Ok. ! - Respondió John, mientras que guardaba el
sobre dentro del bolsillo de la americana.
Émile había cambiado de la noche al día.
La muerte de Hugo le hizo de que fuera mejor, de que
sus sentimientos cambiaran hacia mi. Seguro que
también tuvo que ver, la noche que se vio cara a cara
con John.
Émile se quedó dentro de la casa, y fué
Paul quien nos acompañó hasta el porche. Allí nos
despedimos dándonos la mano.

56

De regreso a casa de John, mi corazón


palpitaba de alegría. Todo el pasado lo había dejado

771
atrás, y mis deseos eran vivir junto a John, al hombre
que realmente me quería, y que yo adoraba.
Mami había preparado para mi, una de las
mejores habitaciones que había en la casa. Yo era
consciente y lo deseaba, que un día u otro tendría que
tener contacto físico con John, pero todavía para mi no
había llegado el momento, puesto que el día que me
entregara a él, lo haría en cuerpo y alma, y nunca más
me separaría de su lado.
Quería darle todo lo mejor de mi misma. John en lo
que a esto nos concernía, era paciente, quería que fuera
yo quien me entregara, y no tenía ninguna prisa.

Yo quise trabajar, aunque John no estaba de


acuerdo, porque decía - Que no lo necesitaba, y que si lo
hacía era porque quería.
Lo hice para sentirme libre de hacer lo que me
pareciera, aunque adoraba a John no quería estar sujeta a
él, no soportaba sentirme oprimida cómo lo estuve con
Émile.
John me acompañó, a la librería inglesa
Inter, para presentarme a la directora. Ellos se conocían,
puesto que John había firmado libros en el estableci-
miento.
La directora me dio un mes de prueba,
creo que ella, no estaba muy convencida de que me
pudiese quedar por más tiempo. Notó de que estaba muy
unida a John. Y así fué como ocurrió, pero no estuvo
mal de que trabajara un mes, pues le di tiempo a John
para que acabara de escribir su libro.

772
Mami estaba contenta de que viviera en la casa
con John. Había ya dejado de trabajar en la librería, y
una mañana mientras desayunaba sóla como cada día,
porque John se levantaba muy de mañana para escribir.
Mami me comentó.
- John no es el mismo desde que vives aquí. Su
tranquilidad ha mejorado, y cada mañana me pellizca la
mejilla al darme los buenos días, hacía tiempo que no lo
hacía, y soy feliz de verlo que él también lo es.
- ¡ Mami, a qué hora se levanta !.
Ella me miró con una sonrisa entre
maliciosa e inocente.
- ¡ Porqué no lo compruebas tu cada mañana mi niña !
¿Porqué dejas que pase tanto tiempo ? Si yo estuviera en
tu lugar, no hubiese dejado pasar tantos días. John es un
cielo de hombre, y cualquier mujer tendría miedo de
perderlo.
Me sorprendió la pregunta.
- ¿ Mami que me estás diciendo ? ¡ Si yo aspiro el aire
por donde él pasa, para sentir su aroma !.
- ¡ Pues entonces ! ¿ Que es lo que te retiene ? O a lo
mejor es porque sigues enamorada de Émile ¿ No es así
como se llama ?.
Sabía que mami no hablaba en serio, lo hacía
para probarme, para conocer mejor mis sentimientos
hacia John.
- No estoy enamorada de Émile, y ni siquiera lo quiero,
no siento nada hacia él. Y sin embargo, amo a John con
locura. Lo amo más que a nadie.

773
- Entonces si así es ¿ Porqué no ha habido entre tu y él,
un preludio de amor ? Porque John espera por parte tuya
que lo haya. Él está preparado para cuando tu quieras.
Me quedé escuchándola con la boca abierta.
- Mami ¿ Cómo sabes tu eso ? ¿ Ha sido John quien te lo
ha contado ?.
Meneó la cabeza negando.
- No, mi niña ¡ Cómo él me va a confesar semejante
cosa que sólo pertenece a vosotros dos ! Es que lo vi
nacer, y no me he movido de su lado hasta el día de hoy.
Lo conozco muy bien, y sé lo que le pasa aunque no me
lo cuente.
Cada mañana cuando entro en tu dormitorio y veo tu
cama deshecha pienso - ¡ Cuando será Dios mío, cuando
será que esta criatura se decida !.
- ¿ Tantas ganas tienes de que John y yo nos unamos en
amor ?.
- ¿ No tienes ganas tu ?.
Sonreí.
- Si mami ¿ Pero sabes cuanto me cuesta entregarme a
John ? Es que ... Es que creo que para él, soy poca cosa.
El vale mucho, es un hombre sublime.
- ¿ Qué pasa contigo ? ¿ Porque hablas así ? - Dijo mami
regañándome - ¡ Vales mucho ! ¿ Lo sabías ? ¿ O acaso
tu complejo de inferioridad es debido a que John es diez
años más joven que tu ?.
- Si mami, algo hay de eso. John tiene un cuerpo tan
esbelto, tan juvenil, y tan deseable, que por esa misma
razón me encuentro yo que soy menos.
- ¡ Qué tontería acabas de decir ! No puedes imaginarte
cómo John me habló de ti al día siguiente de conoceros.

774
- ¿ Que te dijo ? Quiero saberlo.
- Te lo voy a contar mi niña. Estaba tomando el
desayuno y yo cómo cada mañana me senté frente a él.
Me miraba con una sonrisa de felicidad, yo sabía que
algo bueno le había sucedido y le pregunté - ¿ Cómo fué
anoche el encuentro con los espíritus ? - Muy bien mami
- Me respondió - Pero lo mejor de todo es que, he
conocido a una diosa, quiero que la conozcas. Es
radiante como una rosa en primavera.
Al oír a mami, me sentí igual que una
chica de dieciocho años. Y recordé esa noche mágica
que tuve la suerte de conocer a John.
- Mami, quiero a John más de lo que te imaginas, y
deseo con todas mis fuerzas ser para él la mujer que se
merece.
- Pues entonces ¿ A qué estás esperando ?.
- ¿ Sabes una cosa mami ?.
- ¿ Qué ?.
- Pues, que pronto John y yo, nos vamos a casar, y
entonces, ya nada me retendrá. Deseo ser pronto su
esposa.
- ¿ Va bien encauzado el divorcio ? - Preguntó más que
contenta.
- Ayer Émile firmó, y yo también. Ahora ya es cosa de
que el abogado reciba de París el documento que
acredite que Émile y yo estamos divorciados.
Mami dio un grito de alegría, se acercó a
mi y me dio en la mejilla un beso.
- ¡ Por fin, voy a veros casados pronto ! - Dijo contenta -
Me tengo que poner muy guapa para la boda de mis
niños.

775
- Un vestido color fucsia haría resaltar tu belleza
morena- Dije manifestando la verdad.
Mami río con ganas.
- ¿ Porqué dices mi belleza morena ? ¡ Es negra !.
Mami no aceptaba que se le dijera que
tenía la piel morena. Decía que era negra.
John había hecho su entrada en la cocina.
A mami ya la había saludado por la mañana temprano al
levantarse antes de ponerse a escribir. Llegó hasta donde
yo estaba, y se sentó a mi lado. Su mirada y la mía se
encontraron, y nos estuvimos mirando con ansia y con
pasión, un beso en los labios culminó nuestro frenesí.
- Buenos días diosa mía - Dijo a continuación, besando
mi hombro medio desnudo.
- ¿ Has dormido bien ? - Dije ansiando que nos
besáramos otra vez.
- A medias - Contestó medio riendo - Una parte de la
noche la paso pensando en ti, y la otra parte durmiendo.
Su pierna y la mía se juntaron, y la
química corrió por mi cuerpo, y estoy segura que por la
de John también.
Mami se acercó a la mesa y puso delante
de John, una taza de té humeante, y un platito con un
trozo de bizcocho de chocolate, que hacía poco había
sacado del horno.
- ¿ Que vas hacer esta mañana ? - Me preguntó John.
- He quedado con Madeleine, dice que quiere cambiar
las cortinas del comedor y las del salón, y me ha pedido
que vaya con ella, así hablaremos un rato ¿ Tenías tu
preparado algún proyecto para nosotros ?.
- También quería yo que fuéramos los dos de compras.

776
- ¿ Que quieres que compremos ?.
- Ropa para ti, vestidos nuevos y todo lo que te
apetezca. Este sábado vamos a cenar a casa de mis
padres, pues, los dos te conocen a medias, y como ya
hace que mi madre me lo pidió, le he confirmado que
este sábado iríamos a cenar.
- Ya entiendo - Dije algo confusa sin saber que decir -
¿ No podemos ir esta tarde de tiendas ?.
- Si que podemos, pero es mejor que se hagan por las
mañanas, pues por las tardes, las boutiques están
repletas de señoras, y no se compra bien.
Consulté mi reloj de pulsera.
- Queda una hora para que Madeleine llegue, todavía la
puedo encontrar en su casa.
A John le vino una idea.
- ¿ Que te parece si Madeleine nos acompaña y te ayuda
a elegir los vestidos ? - Propuso John.
- Perfecto mi amor ¿ pero qué ocurrirá con las cortinas
que quiere comprar ella ?.
John soltó una carcajada.
- Las cortinas pueden esperar, pero el sábado no, pues
hoy estamos a jueves.
De John estaba muy enamorada, era mi
pasión y mi vida. Siempre tenía razón, y le encontraba
una salida a todas las cosas.
Me puse en pie, y le anuncié.
- Tengo que darme prisa en ducharme y arreglarme.
- También yo - Respondió John.
Cuando me di la vuelta para salir de la
cocina, me asió de los brazos, y me llevó junto a él, y de

777
nuevo nos volvimos a besar. Mami hacia como si no lo
viera, pero la miré de perfil, y estaba sonriendo.

57

A las diez en punto llegó Madeleine,


siempre era puntual a la cita, la buena educación hace
eso. Se sorprendió al ver a John que esperaba junto a mi.
Diana la conocía muy bien, y al salir del coche, fué para

778
hacerle fiestas. A todos los que quería se acercaba, y
ponía la cabeza para que se la acariciaran era cómo una
actitud de saludo que tenía.
- ¡ Hola Madeleine ! - La saludé dándonos dos besos en
cada mejilla.
- ¡ Buenos días a los dos ! - Siguió el saludo, dando
también cuatro besos en las mejillas de John - ¿ A qué
se debe este honor ? - Preguntó, con su alegría habitual.
- Madeleine, hemos cambiado los planes ¡ A ver que te
parece ! Esta mañana iremos de compras para mi, pues
John quiere que compre un vestuario nuevo, y dice que
tu, me ayudarías a elegirlo.
- Magnífico - Respondió como siempre, sin poner pegas.
Miraba a John algo encandilada, pues desde el
primer día que le hablé de él, le gustó, y sin conocerlo,
lo encontró seductor, y maravilloso. Es que lo era.
- ¿ Qué te parece si vamos en el descapotable ? -
Planificó John.
- ¡ Por mi, estupendo ! - Respondió con la misma alegría
que le caracterizaba.
A mami no había que dejarle instrucciones
para la comida, ella cada día hacía un menú diferente, y
una cena distinta, aunque no lo parezca eso da trabajo, el
tener que pensar cada día, qué se va a hacer para comer
y cenar.
Durante el trayecto a la boutique, Madeleine venía
sentada en el asiento de atrás, pero su cuerpo lo tenía
echado hacia delante, para qué pudiésemos hablar las
dos. Teníamos siempre mucho que decirnos. Todos mis
secretos más íntimos se los contaba a ella, y cómo era

779
una mujer de mucha experiencia, sabía cómo aconse-
jarme.
Los momentos que estaba viviendo por aquél
entonces, eran muy buenos, mi vida era cómo un sueño,
y me sentía una diosa. Y de lo que hablábamos era de
las cosas cotidianas.
- ¿ Sabes algo de Yosi ? - Me preguntó Madeleine.
- Está trabajando en el Hospital para negros. John hizo
de que entrara.
- ¿ Que hace ?.
- Creo que se llama auxiliar, hace con otras compañeras
las camas de los enfermos, los limpian, y los lavan,
también les da la comida al enfermo que no puede
comer sólo.
- Debe estar contenta ¿ no ?.
- Si mucho, hace quince días nos vino a ver, y lo
afirmaba, pero me dijo, que no estaba como en casa
cuando trabajaba para nosotros. Trajo con ella a su hijo
Moisés, me dio alegría al verlo.
- Ha tenido suerte de haberos conocido - Dijo
afirmando.
- Si, es verdad, pero yo también tengo que agradecerle,
haber conocido a John.
- Si, ya me contaste cómo fué.
John nos estaba oyendo, conducía
sonriendo, y me miraba.
- ¿ Sabes la última noticia Madeleine ?.
- No pero seguro que tiene que ser buena, sólo hay que
mirar tu cara, y la de John, para saber que la buena
nueva tiene que ser buenísima.
- Pronto, tendré el divorcio - Dije con cara de alegría.

780
- ¡ Uff ! ¡ Esto hay que celebrarlo ! ¿ Émile no ha puesto
ningún impedimento ?.
- Ninguno, ha decidido dejarme en paz. La muerte de
Hugo, lo hizo más humano, y se ha dado cuenta que la
vida es para vivirla, y no para destrozársela a la otra
persona.
Madeleine movió la cabeza compasiva.
- ¿ Qué sabes de él ?.
- Se fué a vivir con Paul, los dos se entienden bien, y
hacen una buena pareja.
- ¿ Y para cuando tenéis pensamientos de casaros ?.
John me miró.
- ¿ Para cuando ? - Le pregunté a John.
- Cuando lleguen los papeles de París, empezaremos a
moverlo todo. Pero puede que sea de aquí a dos meses.
- ¿ Esa fecha no cae para las navidades ? - Preguntó
Madeleine.
- Exacto - Dijo John - Quedas invitada a nuestra boda,
pero mandaremos invitaciones.
- Claire ¡ Es maravilloso ! ¿ Os casareis por lo civil ?.
- Si, por supuesto, pues con Émile me casé por el
juzgado y por la iglesia.
Habíamos llegado a una gran boutique,
que se hallaba en una calle céntrica de Johannesburgo.
Los dos escaparates grandes que tenía, estaban ador-
nados con vestidos de última moda que llegaban de
Londres y de París.
Yo tenía bastantes vestidos que me había
comprado en París, hacía años, y estaban prácticamente
nuevos. Pero John no quería que me los pusiera más.
Decía que esa indumentaria pertenecía al pasado.

781
Elegí cuatro vestidos, dos faldas y dos
blusas haciendo juego. Madeleine me ayudó bastante en
la elección. Para otro día dejaríamos la compra del
calzado. John también quería que lo cambiara.
Antes de regresar a casa John quiso que
fuésemos a tomar un aperitivo al Garden Royal. La
especialidad de cócteles de mango con champagne era
uno de los más sabrosos y deliciosos que yo había
probado. Lo acompañaban con unos exquisitos bocados
de pescado ahumado cortado muy fino.
Nos llevó el tiempo justo de regresar a
casa. Madeleine tuvo que irse aprisa, pues, Patrick la
esperaba a la hora de la comida. Quedamos en ir otro día
para elegir las cortinas que ella decía necesitaba
cambiar. Era un encanto de mujer. Con todo lo que
había padecido en los campos de concentración y no le
había quedado ninguna secuela o, eso eras lo que
aparentaba. Y si así lo fuera ella lo sabía esconder muy
bien. Al verla daba la impresión de que era una mujer
totalmente feliz. Desde luego que feliz lo era, Patrick
había hecho todo lo posible para que así fuera.

58

De los vestidos que había comprado, elegí


uno de satén color crema, para asistir con John el sábado

782
a la noche a cenar a casa de sus padres. Los había visto
en dos ocasiones, en una breve visita que hicieron a casa
de John. Me habían parecido personas muy encantado-
ras, y elegantes por naturaleza.
Yosephine la madre de John, impresionaba
a primera vista, su propia elegancia natural hacía algo de
impacto en los demás. John era la misma imagen de su
madre. La manera de mirar con detenimiento como si
estuviera hurgando en el interior de la otra persona, y
estuviese viendo secretos escondidos.
George, se clasificaba por su estilo de
vestir. Sólo le faltaba el sombrero de champiñon, pero el
modo de vestir era inglés, y no le faltaba el reloj
redondo de plata con tapadera, cogido por una cadena
que sujetaba en el ojal, y que iba introducido en el
bolsillito de la americana. George, hombre clásico a
donde los hubiera, él era uno.
Junto a John, me sentía libre, protegida y
muy a gusto. La casa de sus padres no tenía nada que
ver con la de él. Ellos poseían una mansión de estilo
inglés, y amueblada con muebles de época. En esta casa
había lujo y sobretodo mucha clase, había que saber
estar. La presencia de la casa y de las mismas personas
que la habitaban, hacían respeto.
Cenábamos en una mesa larga. La había
montado manos expertas. No faltaba ningún utensilio
sobre la mesa de la mejor calidad. Vajilla de porcelana
inglesa, cubiertos de plata de ley, y copas de cristal.
Sobraba mesa en los dos extremos, pues, los padres de
John estaban enfrente de nosotros. Y se cenaba con
suma delicadeza.

783
En cualquier momento me esperaba del
padre de John que me hiciera una pregunta de esas que
no se espera, y que en él momento no se sabe que
responder. Me estaba preparando a todo. Aunque yo
contaba con John que lo tenía a mi lado, y si me
encontraba en un aprieto, él saldría a mi encuentro, por
eso estaba tranquila.
George aclaró su garganta con un sonido,
sabía que lo primero que dijese iba dirigido a mi.
- Claire ¿ Sus padres donde viven ? - Fué lo primero que
me preguntó, después de haberme limpiado la boca con
la servilleta blanca de fino hilo, miré a John, él, me
afirmó con la cabeza, y me guiñó un ojo para que
respondiera.
- Mis padres no viven - Respondí.
- ¡ Oh ! lo siento - Dijo lamentándolo.
El servicio de comedor eran dos camare-
ros nativos. Vestían de esmoquin negro, camisa blanca,
pajarita negra, y guantes blancos.
- ¿ Cuantos años ha estado casada con su marido ? - Fué
la segunda pregunta.
- Ocho en total - Dije parando de comer, y dejando los
cubiertos en correcta posición.
- ¿ Tuvieron hijos ?.
- No.
- ¿ No los ha echado a faltar ?.
- No, puesto que no los he conocido.
- ¡ Buena respuesta ! - Dijo sonriéndome.
Ahora le tocaba a la madre de John.
- Claire ¿ Su apellido de soltera cómo es ?.

784
Me llevé la copa de vino a los labios y
bebí un pequeño sorbo.
- Thibault - Dije.
- ¿ Trabajaba en París ?.
- Si, en una librería vendiendo libros.
John intervino, para que pararan las preguntas.
- Lo más seguro es que nos casemos para estas
navidades.
Sus padres se sorprendieron, pero supieron
reaccionar y continuaron comiendo cómo si nada.
- ¡ Pues está a la vuelta de la esquina ! - Respondió
Yosephine mirándonos a los dos.
- Madre, quiero que seáis los padrinos de nuestra boda.
- ¿ Será un matrimonio por lo civil ? - Preguntó ella.
- ¡ Por supuesto ! - Respondió John.
Me encontraba bien en casa de los padres
de John, era lo que él me dijo - Que me querían conocer
mejor, puesto que muy pronto ellos serían mis suegros,
y yo la nuera.
A alta hora de la noche nos despedimos y
regresamos a casa.

59

785
Diana como siempre, nos estaba esperando
por detrás de la valla. Estaba sóla y cuando nos vio, se
puso a llorar, bastaron unas caricias para que se calmara.
Mami, lo más seguro es que se fué pronto
a la vivienda que ocupaba con su marido.
Todas las noches nos quedábamos John y
yo, sólos en casa, y podría surgir nuestro encuentro la
noche menos esperada. Ya no luchaba yo contra mis
sentimientos, y me dejaba llevar por John. Deseaba con
todas mis fuerzas unir mi cuerpo con el suyo, y que los
dos fuéramos almas libres amándonos.
El bolso lo dejé a un lado del sofá, y me
quité la torerilla que hacía conjunto con el vestido de
raso y de tirantes, y la dejé al lado del bolso. John estaba
situado al otro extremo del sofá quitándose la
americana, se acercó a mi con ella en la mano. Noté su
mirada en mis hombros casi desnudos. La americana la
deslizó en el respaldo del sofá. Yo seguía todos sus
gestos, y por las mangas de su camisa blanca casi
transparente, ardía yo de pasión al ver sus musculos de
bronce sobresalir, y transparentarse. El tórax
marcándosele por encima de la camisa, hacía que yo lo
deseara con una fuerza incontrolable.
Se acercaba lentamente a mi con deseos
locos, con deseos de amor y frenesí. Su respiración
cerca de mi boca provocó acaloramiento en todo mi
cuerpo que no podía controlar. Cuando sus labios
ardientes rozaron los míos, no hizo falta que John me
atrajera hacia él, mi cuerpo se doblegó y atrajo el suyo.
Ya nada nos podía parar, y el fuego del amor siguió su
curso, y se convirtió en fuego de pasión.

786
Iba en brazos de John a donde me llevara,
abrazada a su cuello, y mi cabeza pegada a la suya. Así
entramos en su dormitorio, me colocó sobre la cama, y
deslizo los tirantes de mi vestido hasta dejar los senos
desnudos. Sus besos eran de fuego que derrite al más
duro metal.
Mis manos iban por detrás de su espalda
ancha y fuerte. Desanudé el cordón marrón que sujetaba
atrás de la nuca sus largos cabellos. Y su belleza era
sublime, al igual que John me iba desnudando, yo
también lo desnudaba a él, hasta que en nuestros
cuerpos no quedó ropa alguna.
Nos sumimos en un deseo profundo, un
deseo con el que habíamos soñado los dos desde el
primer día que nos conocimos. Y subimos al séptimo
cielo, íbamos los dos juntos, y una nube rosa nos
envolvió y nos transportó a otros cielos superiores del
séptimo.
El mundo y el cielo estaba con nosotros,
pues, vivíamos en nuestro nido de amor. Un amor que
quemaba como el fuego ardiente, cómo el hierro de un
rojo vivo que rompe lo más fuerte, lo más irrompible.
Me quedé dormida encima del cuerpo de
John, mi mejilla derecha reposaba sobre su pecho. John
me tenía abrazada con sus manos por detrás de mi
espalda.
Al despertarme me di cuenta que
seguíamos en la misma posición. Yo había dormido muy
bien, cómo nunca, cómo en un colchón de plumas.
Levanté la cara y miré el rostro feliz de
John, que parecía que durmiera, y le hable.

787
- Mi amor ¿ Duermes ?.
Abrió los ojos, y el color verde mar que
emanaba de ellos entró en los míos.
Hace rato que me desperté - Dijo besando
mi frente - ¿ Y tu has dormido bien ?.
- Creo que mejor que los ángeles.
- Has dormido como una diosa, cómo lo que eres.
Nuestros cuerpos seguían pegados, uno
encima del otro, y nuestro preludio de amor continuo,
nuestros cuerpos parecían que no tuvieran bastante, y
cada vez pidieran más y más.
Ya saciados de tanto amarnos, nos
quedamos en una posición de lado, sin dejar de
mirarnos. Seguíamos besándonos, y acariciándonos el
cuerpo.
La luz del sol entraba por las rendijas de
las ventanas. A mami la habíamos oído trastear en la
casa, abrir y cerrar la puerta de mi dormitorio. Me la
estaba imaginando con aquella risa picarona que
utilizaba para decirme, que ahora sí que lo había hecho
bien.
El salto mío de cama se había quedado en
la habitación que ocupaba, y se lo comenté a John.
- Ahora entras a ducharte, y mientras, le digo a mami
que lo traiga aquí.
Lo obedecí como siempre, porque siempre
tenía razón, utilizaba las palabras adecuadas para cada
situación y para cada momento.
No tomé una ducha sino un baño, pues lo
hice para que John se bañara conmigo, y siguiéramos

788
unidos en ese preludio de amor que ninguno de los dos
controlábamos.
Éramos felices, y nos sentíamos flotar.
Oímos a mami que canturreaba una vieja melodía que
los negros cantaban en los algodonales. Demostraba su
entusiasmo porque la hiciéramos abuela. Pues ella se
sentía madre de John.
Cuando salimos del dormitorio eran las
doce y diez minutos del mediodía. Mami había
calculado bien, y en vez de hacer desayuno, nos tenía
preparada la comida. Suculenta cómo siempre, como
toda la comida que cocinaba, le daba un sabor
extraordinario a la comida africana.
Había montado la mesa del comedor, de la
vajilla más fina que John utilizaba, y los mejores
cubiertos. Nos había cocinado un risoto al estilo
africano. El arroz estaba delicioso y el cordero también.
Disfrutaba viéndonos de la manera que John y yo, nos
mirábamos, no podíamos disimular de que éramos
felices, de que estábamos enamorados hasta no poder
más.
Aunque mami lo sabía, nos lo preguntó.
- Mi niña ¿ Cambio tus cosas al dormitorio de John ?.
John y yo nos miramos, y nos echamos a
reír, parecíamos dos adolescentes que por nada se ríen.
Mami esperaba la respuesta con la sonrisa
en los labios, con la mirada de complicidad.
John esperaba a que yo lo dijera, pero
sabía la respuesta.
- Si, mami, cambia lo que más necesito al dormitorio de
John.

789
-¡ Así me gusta mi niña ! - Dijo con el rostro radiante.
Me gusta el color de cara que tienes hoy, y tu sonrisa, es
plena.
Habíamos empezado a mover, a través del
abogado de John, los trámites para nuestra boda. El
documento donde rezaba que Émile y yo estábamos
divorciados lo teníamos en nuestras manos. Y ahora sólo
quedaba que nos dieran fecha para casarnos.
Decidimos de cambiar el dormitorio de
John, por otro más grande y más moderno. A John le
gustaba lo clásico, y a mi también, pero que resaltara.
Los colores que John utilizaba para vestir,
siempre eran los mismos, iba del blanco al color caña, y
las camisas blancas o celestes. Corbata utilizaba en
ocasiones especiales, pero no siempre. Así es que el
dormitorio lo elegí yo, no rompía las tradiciones de
John, sencillas. Me gusto un dormitorio color caña y de
bambú, que iba con la moda africana.

60

790
Iba colocando en un pequeño armario mis
objetos personales. Tenía que dejarlo todo en orden, y
mis cosas recogidas, y a mano por si las necesitara. Y
me encontré entre fotografías y algunas cartas, los
casetes que Hugo me había regalado. El Ave María de
Schubert, y el bolero de Ravel. Me puse a recordar
tantos pasajes que Hugo y yo vivimos, momentos muy
especiales que jamás podría olvidar. Me costaba mucho
recordarlos por la pena profunda que sentía de haber
perdido a un amigo de esa enfermedad tan compleja
como es el sida.
Entre todas las cartas que guardaba, encontré
una que Hugo me había escrito, sin decirme que me la
escribía, y que había entregado al cartero, para que
volviera hacer el recorrido de volver a casa. No se
atrevió a entregármela en mano. El contenido de la carta
era muy bonito, especial y con mucha sensibilidad.
Sabía lo que contenía porque lo había leído cinco veces,
pero quería volver de nuevo a leerla oyendo al mismo
tiempo el Bolero de Ravel, para volver a vivir aquellos
inolvidables momentos. La música empezó a sonar, y yo
leía.

Para la mujer más maravillosa que he


conocido, y que cada día hace que mi
vida sea mejor, y que olvide mis
penalidades y mis falsas fantasías. A
Dios le doy las gracias por haberla

791
puesto en mi camino, por haberla
conocido. No voy a mencionar su
nombre, porque sabe que se trata de
ella. No me hubiese importado amarla,
porque ella representa el amor.

No me había dado cuenta de que John se


encontraba detrás de mi, y leía también la carta. Lo
miré, y le eché una sonrisa.
- ¿ De quien es esa carta ? ¿ De un admirador ? - Me
preguntó - ¿ Puedo sentirme celoso ?.
- Mi amor, esta carta me la escribió Hugo, y no fué
capaz de entregármela, la envió por correo, no la firmó,
sólo puso HB.
- Está escrita como una carta de amor, de un hombre que
amó a una mujer - Dijo John leyendo de nuevo las dos
últimas líneas.
Afirmé con la cabeza.
- En dos ocasiones me dijo que me quería. Yo lo tomé a
broma, porqué como ya sabes era gay.
- ¿ Te gusta el Bolero de Ravel ? - Me preguntó John.
- Mucho. Este caset, con el Ave María, me lo regaló
Hugo. Lo tenía como su patrimonio, y quiso que fuera
yo quien me quedara con los dos.
- ¿ Le gustaba el Ave María ?.
- Mucho, aunque no lo parezca. Era espiritual, buscaba a
Dios en las alturas del universo.
- ¿ Crees que hubiese tenido una aventura con una
mujer?.

792
- No lo creo. Estaba enamorado de todo lo que le
gustaba, se enamoraba de todo lo que es bello. Tenía
una alma muy enamoradiza.
- La carta que te escribe te está dando a entender de que
eres un amor fallido que nunca podría lograr.
- También se enamoró de ti, la primera vez que le dije -
Que te había conocido - Me preguntó cómo eras
físicamente, y cuando te estaba describiendo, ya se
había enamorado de ese hombre alto y guapo de ojos
color verde mar. Se enamoraba de todo lo que le
gustaba, fuera lo que fuese.
- Esta música es fantástica ¡ Le gustaba lo que llevaba
un mensaje de amor ! - Dijo John.
- La escuché muchas veces con él. Nos sentábamos en
un sillón, uno enfrente del otro. Ponía el Bolero, y
cerraba los ojos. Había veces que le resbalaban dos
lágrimas por las mejillas. Debía recordar algo
importante de su vida, y volaba, porque su pensamiento
no estaba allí. Le dije un día - Que tenía alas doradas.
No recordaba en esos instantes, la carta
que yo le había escrito a John, en la que le decía frases
hermosas y todo el amor que sentía hacia él, lo había
guardado después de meterla en mi bolso, junta con
todas aquellas cartas que guardaba de familiares y de
amigas. John la extrajo de entre todo el montón y me la
mostró.
- Mira Claire, aquí tienes esta carta sin abrir.
Se la arrebaté de las manos, sonriendo, y
negando con la cabeza.
- Que pasa ¿ Porqué no la abres ? - Dijo con ironía.
- Esta carta la dejo que permanezca cerrada.

793
- ¿ Cerrada dices ? ¿ Porqué ? ¿ No la has leido ?.
- ¡ No quiero decírtelo ahora, es un secreto que tengo
aquí guardado !.
John movió la cabeza riéndose.
- Claire ¿ Que está ocurriendo ? ¿ Resulta que ahora me
tienes secretos ? ¿ Es de alguien que te ha amado o que
tu amas ?.
Le respondí igual que lo hace una niña.
- ¡ John, por favor ! no quiero abrirla ahora.
- ¡ Qué me estás escondiendo ! - Dijo cogiéndome de la
barbilla cómo una caricia.
- Cuando nos hayamos casado te la entrego, ese será mi
regalo para ti.
- ¿ Tanto misterio guarda ? - Preguntó sin dejar de
sonreírme.
- No es un misterio, sino un tesoro - Dije con la carta
pegada a mi pecho y protegiéndola con mis manos.
- ¿ La escribiste para dármela el día que nos casemos ?.
- Si, mi amor. Pero cuando la estaba escribiendo,
prometí que sólo la leerías cuando fuéramos marido y
mujer.
- ¡ Ya lo somos ! Vivimos en la misma casa, y
dormimos en la misma cama ¡ Ah ! otra cosa, nos
amamos todas las noches ¿ Eso no es estar casados ?.
- Si, pero mi promesa era otra, y no la quiero romper.
- De acuerdo mi diosa ¡ Pero recuerda que la primera
noche de casados, tienes que entregármela !.
La carta la volví a guardar en el lugar
donde estaba.

794
El Bolero de Ravel había acabado. El caset
lo guardé con el otro del Ave María, junto con las cartas,
en uno de los cajones del armario de nuestro dormitorio.
De Émile no sabía prácticamente nada,
pues el documento del divorcio que le pertenecía a él,
fué el abogado a entregárselo en persona. Ahora ya
sabía que no era su mujer, y que pronto me volvería a
casar. No había quedado ni bien ni mal con él.
John se levantaba todas las mañanas
mucho antes que yo. Entraba en su despacho y se
encerraba, necesitaba silencio e intimidad para escribir.
Tomaba mi desayuno en la cocina, bajo
vigilancia como cada día de mami, que se sentaba frente
a mi, porque decía - Que tenía que comer más, para
coger unos kilos que me faltaban, puesto que tenía que
darle a John uno o dos hijos, y tenía que estar fuerte.
El teléfono sonó. Mami se puso de pie y
fué a cogerlo, pero John lo descolgó antes desde su
escritorio. Sólo habían transcurrido diez minutos,
cuando John entró en la cocina, con la cara sonriente, y
un brillo verde mar y especial en sus pupilas. Cogió
asiento a mi lado, y me besó en el cuello. Me estaba
anunciando una buena noticia. Dejé en el plato la
tostada que estaba comiendo, con mantequilla y
mermelada de fresa.
- ¿ Qué ocurre mi amor ? - Le pregunté.
- ¡ Acaba de llamar el abogado, y tenemos fecha para
casarnos !.
Lo miraba como si de un sueño se tratara.
Los dos estábamos esperando que llegara este momento.
- ¿ Cuando ? - Pregunté con gran entusiasmo.

795
- El veintisiete de diciembre, a las diez de la mañana en
el juzgado principal.
Cerré los ojos y respiré.
- ¡ Es dentro de quince días ! ¿ Te das cuenta mi amor ?.
Mami escuchaba con la boca abierta, y la
sonrisa le llegaba de oreja a oreja.
Yo tenía bien claro que el día de nuestra
boda no me iba a vestir de blanco. De blanco fui cuando
me casé con Émile. Y para esta segunda boda tan
especial, quería seguir otra línea. Lo hablé con
Madeleine para que ella me ayudara a encontrar la línea
que quería. Ella conocía a una modista nativa de alta
costura. Me aseguró que me haría lo que yo le pidiera.
Elegí seda natural, blanco y oro. En el
fondo blanco de seda se veían reflejadas ondas doradas.
Me gustó mucho este perfil para el vestido.
Madeleine pasó la última semana
conmigo, íbamos de aquí para allá ayudándome en las
últimas compras que me quedaba por hacer. Pues, fué
más de lo que me pude imaginar.
La casa la amueblé a mi gusto, aunque
contando con la opinión de John, que siempre
encontraba perfecto lo que yo decidía.
Mami también hizo varias salidas por las
tardes, que era cuando más tiempo tenía para hacer sus
compras. Estaba ilusionada, era como si se le casara un
hijo propio. Una modista amiga suya le confeccionó el
vestido color fucsia. Quiso que se le hiciera largo, pues
era la primera vez que se vestía así de elegante.
Para Samuel, su marido, le compró un
traje ya confeccionado color tabaco.

796
A Jeanne y a Antoine le habíamos enviado
una invitación. Sabíamos, que se iban a alegrar, y que
nos lo agradecerían.
Íbamos con algo de nervios en la casa, por
el estrés de compras que parecía que no se acabara
nunca. El que más tranquilo parecía estar era John,
aparentemente. También él había hecho sus compras por
otro lado. Los trajes que vestía eran confeccionados por
el mismo sastre de siempre.
Habíamos decidido que la noche antes a
nuestra boda, John se fuera a dormir a casa de sus
padres. Por eso de no verme vestida antes de casarnos,
cómo la tradición manda. Nos costó mucho separarnos,
pero éramos conscientes de que sólo iba a ser para una
noche.
Esa noche, o sea la última que pasamos de
solteros, mami se fué tarde a su casa. Teníamos que
dejar todo dispuesto y preparado.
Yo apenas pude dormir, no podía conciliar
el sueño. Hasta que por último decidí ocupar el sitio
donde John dormía. Apercibí su olor y su fuerza, y
abrazada a la almohada, me dormí.

61

A las siete, el despertador sonó. Había


dormido cuatro horas, pero de la misma emoción que

797
tenía me sentí en forma. Pensaba en el día que era y
volaba por la casa dando los últimos toques.
Mami estaba ya a las siete en la cocina
preparando el desayuno. Se le cayó al suelo un cubierto,
y oí cómo decía con voz nerviosa - ¡Hay que día !.
Madeleine y Patrick llegaron a las ocho y
media. Pues habíamos quedado a esa hora. Pues, era
Madeleine quien me iba a peinar. También tenía algo de
nervios, parecía que se le fuera a casar una hermana más
pequeña.
El modelo de vestido que elegí era
sencillo. Talle alto, escote redondo. De manga corta casi
llegando al hombro, y largo hasta media pierna. Los
zapatos los había elegido blancos. Mantenía entre las
manos un ramo de seis azucenas, tres blancas y tres
amarillas.
Madeleine me peinó con los cabellos
recogidos y hechos rizos a un lado de la sien derecha,
que resultaban muy graciosos. Y arriba alrededor de los
rizos me había puesto una guirnalda de pequeñísimas
azucenas intercambiando de la blanca a la amarilla
haciendo juego con el ramo. Lucía pendientes de perlas,
la garganta preferí que fuera descubierta, o sea, sin
ningún adorno.
Acto seguido a la ceremonia que fué por lo
civil, y después de que nos hicieran las fotos. Pasamos
todos a casa de los padres de John. En el jardin habían
colocado al aire libre tres mesas largas con los mejores
manjares, estilo bufet. Habían seis camareros, dos para
cada mesa, vigilando de que nada faltara. No habían
muchos invitados. Por parte de John estaban sus padres

798
y sus amigos más íntimos. Mami y Samuel, y por parte
mía sólo Madeleine y Patrick.
Madeleine hacia resaltar su belleza con un
vestido color granate, entallado a la cintura, y
cubriéndola con una ancha banda de lentejuelas azul
pavo real, y en la parte trasera del pecho, formaba un
ramo también de las mismas lentejuelas.
Se había hecho un tocado que iba con la personalidad
que la caracterizaba. Los cabellos los había dejado
largos, reposaban sobre sus hombros, con rizos que tanto
estaban formados hacia dentro que hacia fuera. Los
sujetaba a los dos lados de las sienes con dos horquillas
de pedrería de colores.
A Madeleine siempre la encontré bella,
por fuera y por dentro. Cuando yo trataba de
imaginármela con dieciséis años en los campos nazi, me
resultaba difícil encontrarla en medio de tantas y tantas
jóvenes que también pasaron por los mismo sacrificios y
aberraciones - Me preguntaba - ¿ Sería tan alegre cómo
lo era ahora ? ¡ O estaría triste y siempre llorando ! Me
era imposible encontrarla conociéndola cómo la
conocía. Siempre rebosando de alegría. Cuando ocurría
algo negativo en mi vida y se lo contaba - No le daba
importancia y decía - ¡ no pasa nada ! - ¡ Cómo debió
sufrir ! que no le daba importancia a las cosas que
sucedían.
Patrick vestía un traje azul marino. Era
atractivo, pero no se daba cuenta de su belleza varonil.
Tuve suerte de haber conocido a
Madeleine. Era mi mejor amiga, la mejor de todas.
Cuando le decía - Que tenía mucho que aprender de ella

799
- Me respondía - Que era todo lo contrario, era ella
quien tenía que aprender de mi, sobretodo de mi gran
paciencia, y de mi perseverancia.
Así era Madeleine de humilde, cuidaba
que la vanidad no llamara a su puerta.
Mami y Samuel se trasladaron al juzgado
en taxi. Y se quedaron los últimos en marcharse para
dejar cerrada la puerta de la casa.
Yo iba con Madeleine y Patrick en el
coche de ellos, sentada en el asiento de atrás. Mis deseos
eran grandes de llegar al juzgado para encontrarme con
John. No hacía ni veinticuatro horas que nos habíamos
separado, y ya tenía ganas de volverlo a ver, y de que
nos cogiéramos de la mano.
Mi sorpresa fué grande al descubrirlo en
una sala de espera donde una señorita funcionaria nos
invitó a que pasáramos. No parecía el mismo John,
acostumbrada a verlo vestir de blanco y de color caña.
Nos miramos con verdadera ternura, y deseábamos
llegar el uno al otro. Vestía un traje gris claro, de un tisú
de seda brillante. Camisa blanca de seda, y por debajo
del cuello de la camisa y que llegaban hasta la mitad del
pecho, dos cordones dorados. El peinado lo había dejado
cómo siempre. Los cabellos recogidos atrás en una cola.
Nos encontramos sin poder disimular el
amor que sentíamos el uno por el otro. Las miradas de
los invitados se habían puesto en nosotros, sin que
dejásemos de besarnos. Dos lágrimas resbalaron por mis
mejillas. No quise nunca que hubiese ocurrido, puesto
que Madeleine me había puesto un maquillaje suave, y
lo podía estropear. John que siempre estaba en todo, las

800
lágrimas las apartó delicadamente con las yemas de sus
pulgares.
La misma señorita que nos invitó a entrar
en la sala de espera, fué la que vino para anunciarnos
que entráramos en la sala número tres, pues, el juez
estaba esperándonos.
Yosephine, la madre de John, vestía, un vestido de
raso color crema, de escote haciendo pico hasta donde
se advierte el canalillo. Media manga, y cubriendo hasta
la mitad de la pierna. Lucía en su garganta un collar de
perlas y pendientes. Ella ocupó el lado izquierdo de
John. Y Patrick se sentó a mi lado derecho. Era un
hombre de pocas palabras, pero amable y cortés.
La madre de John, ese día no estuvo
pendiente del trabajo de los camareros. Era feliz de ver a
su hijo que también lo era.
A las seis de la tarde fueron yéndose los invitados.
Madeleine y Patrick también se
marcharon, y se llevaron con ellos en el coche a mami y
a Samuel, y los dejaron delante de la puerta de la casa.
Sólo quedamos nosotros hablando en el jardin con los
padres de John. Sólo estuvimos después una hora más,
hasta que nos despedimos de ellos.

62

John me había prometido de que haríamos


un viaje donde a mi me gustara ir, para conocer el lugar.
Pero antes tenía que terminar de escribir un libro que

801
había quedado con la Editorial para entregarlo a
mediados del mes siguiente.
Por mi parte, me daba igual de hacer ese
viaje o no. Puesto que me gustaba la casa donde
vivíamos, y lo que yo deseaba era estar junto a John.
Era la primera noche que pasábamos de
casados. Y volvimos a saciar nuestra sed de amor,
rebosantes de caricias y de besos.
No recordaba algo que para John era
importante. Saltó de la cama, yo seguía su figura
desnuda, su cuerpo perfecto, cómo si lo hubiese tallado
las manos de Miguel Ángel - ¿ A donde va ? - Me
pregunté - ¿ Qué querrá hacer ?.
Se dirigió al armario y lo abrió. Y al abrir uno de los
cajones me acordé de lo que era.
Volvió a la cama trayendo en la mano derecha un fajo
de cartas. Volvió a colocarse cerca de mi, y depositó las
cartas en medio de nosotros dos, y dijo.
- Amor dame lo que me prometiste, lo que escribiste
para mi y que esta noche me tenías que entregar.
Sonreí, con el codo apoyado a la
almohada, y la mano abierta sujetando mi cabeza.
- Busca esa carta tan deseada - Le dije acariciando sus
cabellos largos y fuertes.
La encontró en medio del montón, y me la mostró.
- Es ésta ¿ no ? - Dijo con cara de victoria y
disponiéndose a abrirla.
Yo lo observaba cómo rompía un trocito
de sobre por el lateral, e introdujo la yema de su índice y
la abrió. Extrajo la carta bien doblada en dos. Antes de
desdoblarla me miró.

802
La leía para si, y cuando acababa de leer
una línea me miraba, y después seguía, y así hizo hasta
acabar todos los folios. Los dejó entre el espacio que nos
separaba en la cama. Acercó su boca a la mía y nos
estuvimos besando con verdadera pasión.
- Diosa mía. Desde el primer minuto que estuve
mirándote la noche que nos conocimos, descubrí de que
eras muy sensual, y en mi, despertaste un deseo que no
podía parar, y un placer que estaba seguro sólo tu podías
saciar. Al día siguiente te estuve persiguiendo en el
coche, y no me importaba de que Émile fuera a tu lado y
de que me viera. Iba loco de pasión, sabía que estaba
rompiendo los moldes ¡ Pero a un loco enamorado cómo
yo, no le importaba !. Y si hubiese tenido que ir al fin
del mundo detrás de ti, lo hubiese hecho ¿ Sabes
también una cosa y que nunca te he dicho?.
- ¿ Qué ? - Respondí saciada de amor.
- Pues, que sentía celos de Émile. Llegué a pensar ese
primer día que te perseguía ¡ Que sería imposible de que
yo obtuviera tu amor !.
- Te equivocaste.
- Si totalmente, lo provocaba mis deseos de amarte ¿ Me
amabas tu de la misma manera que yo ?.
- Quizá más. En esos días yo no sabía bien lo que hacia,
y en todo me equivocaba, e iba aturdida, sólo tenía un
pensamiento en mi mente, tu.
- En el momento de venir a vivir aquí ¿ Porqué tardaste
tanto en venir a mi ? ¿ Sabes que cada noche me
desesperaba en este dormitorio sólo ? Sentía tu perfume
que pasaba a través de la pared de la habitación donde tu
dormías.

803
- También yo lo pasaba muy mal. Y la razón era por los
años que te llevo, tus veintisiete años y bello cómo los
rayos del sol. Sentí algo de complejo que yo le
confesaba a mami para que me aconsejara, y me pudiese
ayudar.
John movía la cabeza como no queriendo entender.
- ¿ Porqué crees que hacía tantas locuras por ti ? ¡ No
veo que tengas más edad que yo, lo único que me
importa es que te amo cómo a nadie he amado ! y que
estaremos unidos hasta el resto de nuestras vidas.
John cogió la carta que reposaba sobre la
cama, y la volvió a leer. Se iba parando en todas las
frases para recrearse mejor en mis pensamientos y en los
sentimientos que sentía hacía él. Supo cómo lo amaba y
lo deseaba con mi cuerpo y con mi alma.
- Es mi regalo - Le dije.
- Es lo más hermoso que jamás me hayan regalado. Pero
también tengo yo algo que darte a ti.
- ¿ Para mi ? - Le pregunté con alegría.
Volvió a dejar la carta sobre la cama, salió
de ella, y se dirigió a un pequeño escritorio que tenía en
el dormitorio que utilizaba para escribir algo breve.
Abrió un pequeño cajón que había en medio y extrajo un
pequeño envoltorio de papel blanco transparente, y
volvió a la cama.
- Es para ti - Me dijo.
Me senté en la cama. Y sin dejar de
mirarlo con la misma sonrisa, lo cogí.
- ¿ Que es ?.
- ¡ Míralo !.

804
Por el tacto que sentí, supe que se trataba
de un pequeño libro. Cuando le quité el envoltorio, mi
sorpresa fué grande al ver en la carátula un título que
decía - Para mi diosa, y mis mejores versos.
John me miraba esperando a que abriera el
libro. Lo abrí por la primera página. Y el verso que leí
era mi figura de mujer.
El libro contenía cien páginas, que eran
cien versos que John había escrito para mi, y
refiriéndose a mi persona en todos los conceptos.
No leí los cien versos, pero si los títulos. Guardé el
libro como un tesoro para ir leyéndolo día a día.
- Es único - Me dijo John - No hay repetibles, pues
nadie debe conocerte en lo más íntimo de ti, sólo yo.
Esa noche era mágica, al igual que la
primera noche que nos conocimos.
Eran las cinco de la madrugada cuando
nos quedamos abrazados y nos dormimos.

63

La librería inglesa Inter estaba abarrotada


de gente. Hacían cola para que John firmara su último
libro. Había ido con él, pero no estaba en la mesa a su
lado, y preferí quedarme más atrás y ver desde lejos su
éxito. Ese día no me encontraba bien, me había

805
levantado con mareos y arcadas. No quise decirle nada a
John para no preocuparlo, puesto que era un día muy
especial para él.
Al lado de John estaba sentada la directora
de la librería. Iban entrando cada vez más gente y se
formó un gran algarabio. De donde yo estaba, que era en
un lateral, sentada en un sillón, porque no me tenía de
pie a causa de los mareos que estaba teniendo.
Cada tres o cuatro libros que John firmaba
con una dedicatoria, su mirada la ponía en mi, levantaba
la cabeza para poder verme entre la gente.
Las jóvenes que iban siguiendo la cola, no
sabían de que yo era la esposa de John y hablaban sin
ningún pudor lo que unas y otras le harían si lo tuvieran
cerca, y si él se dejara hacer.
No me gustó nada de la manera que
hablaban de John. Yo era consciente de que las jóvenes
y las menos jóvenes se encapricharan de él. Lo
encontraba normal, puesto que era un hombre fuera de
lo común. Con una belleza que impresionaba, con un
cuerpo de atleta que una mujer podía perder el sentido
por él.
Estaba celosa, y dentro de mi había mucha rabia
acumulada. John me había preparado antes de salir
diciéndome - Que no me fuera a enfadar ni a tomar a
mal, que alguna joven le dijera una palabra bonita,
halagadora. Eran lectoras que compraban sus libros.
Con la calor que iba subiendo, y que se
comía el oxigeno, yo me encontré aún peor. Tenía que
salir a la calle a tomar el aire, lo necesitaba al instante.
Traté de ponerme en pie, y cuando lo hice caí de bruces

806
al suelo, y me quedé sin sentido durante unos minutos, y
volví en si.
Las jóvenes que tenía más cerca gritaron -
¡ Una señora se ha desmayado !.
John al comprobar que no estaba sentada
en el sillón. Vino rápido, alguien quería reanimarme,
pero John se lo prohibió - ¡ No la toques ! - Dijo - La
voy a coger en brazos ¡ Llamar a un médico por favor !.
La directora se ocupó de llamar al Hospital
y no tardó en venir una ambulancia.
Me subieron en una camilla, y me
metieron dentro, John también venía conmigo.
Me llevaron a urgencias, y me empezaron
a explorar. Estaba preocupada por lo que me estaba
pasando, pero más preocupado estaba por John, tenía la
tez blanca, y el semblante triste.
El Doctor le dijo a John que se quedara
fuera hasta que me reconociera bien.
Después de explorarme y de que el Doctor
me hiciera preguntas me dio el diagnóstico.
- Señora está usted embarazada.
Di un grito de alegría y llamé a John para que
viniera. - No se preocupe señora que ahora lo llamamos
nosotros- Dijo el Doctor.
No quise escuchar el dictamen del médico,
y me incorporé en la camilla para bajarme. Tenía que
encontrarme rápidamente con John, para darle la grata
noticia. Pero a tiempo me sujetaron las manos de la
enfermera que con una sonrisa afectiva me dijo - ¡ No se
mueva, y espere, haga lo que el Doctor le ha dicho !.

807
Enfrente de mi había en la pared un reloj
redondo que marcaba las doce menos diez minutos.
Miraba el minutero cómo marcaba los segundos, y se me
hacían eternos esperando que llegara John con el
Doctor. Me iba imaginando su rostro, el gesto que haría
cuando le diera la buena nueva.
La enfermera no se separaba de mi lado,
manteniendo gracia al mirarme. Era cómo si ella
también quisiera participar en nuestro reencuentro, para
saborear nuestra felicidad.
Al fin se oyó la puerta de la consulta que
se abría. Apoyé mi codo derecho en la camilla con gesto
de ponerme de pie y ver a John. El Doctor y él, llegaban
al tiempo. John sabía la noticia, pues el Doctor le había
confirmado de que estaba embarazada. En su rostro se
dibujaba lo que sentía en lo más profundo de él. Cogió
mis manos con las suyas, y llevándoselas a los labios las
estuvo besando.
El Doctor y la enfermera se habían
retirado para dejarnos el espacio para nosotros.
- ¿ Estás bien diosa mía ? - Me preguntó con la alegría
reflejada en su rostro.
- Muy bien - Respondí - Quiero que nos vayamos a casa.
- Claro que si ¿ Te duele algo ?.
- Nada, me siento perfectamente bien. Sólo ha sido un
mareo provocado por el hijo que esperamos.
El Doctor se acercó.
- Enhorabuena - Dijo.
- Doctor ¿ Está bien mi esposa ? ¿ No surgirá ningún
problema ?.

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- Aparentemente no, todo está perfecto. Pero la semana
que viene tiene que ir al ginecólogo para que siga el
transcurso del embarazo.
- Gracias Doctor - Respondió John.
Cogimos un taxi para volver a casa. En el
transcurso del viaje John me llevaba abrazada. Pensaba
que si me llevaba cogida de esa manera, todo iría mejor
para mi. Era un buen marido y amante, y también sería
un excelente padre.
John me dejó en casa con mami, y él tuvo
que volver a la librería, para concertar otro día de firmar
libros. Y para regresar con el coche que se había
quedado aparcado en el parking.
Cuando a mami le dimos la noticia de que
estaba esperando un hijo, no le cogió de sorpresa. Y
mencionó - Que ella ya se había dado cuenta una
semana antes, pues mi vientre y mis caderas habían
ensanchado, cogiendo otra forma, y también mis senos
habían aumentado.
No sabía cómo cuidarme para que me sintiera bien.
Madeleine, mi amiga del alma, ella
también tenía que saber la noticia. Y cuando hablé por
teléfono con ella y se lo comuniqué, dio un grito de
alegría.
Los padres de John, también se alegraron
mucho de que iban a ser abuelos. Y nos invitaron una
noche a cenar para celebrarlo.

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64

John había empezado a escribir otro libro.


Era sobre la vida de Hugo. No se había olvidado de la
promesa que le hizo. En este nuevo trabajo tuve que
colaborar con él. Le contaba lo que Hugo había vivido,
todo lo que él, me contó en ratos que los dos nos

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encontrábamos sólos, y se desahogaba conmigo.
También echaba yo mucho de menos a Hugo. Las
conversaciones que teníamos. La buena persona que era,
el amigo fiel que me demostró ser, la calidad de sus
palabras, la emoción que ponía en ellas. Y sobretodo, su
sonrisa, su manera de reír, que hacía resaltar su belleza y
su ternura.
Tenía muchas cosas que contarle a John,
de Hugo. Pues también tenía que hablar de Émile, de
todas las veces que vi cómo lo maltrató, lo insultó y le
pegó, hasta tirarlo al suelo y hacerle sangre. Hugo ya
estaba enfermo de sida, y bastante tocado. También tuve
que hablar del padre de Hugo, de todas las
humillaciones y palizas que sufrió por parte de él siendo
niño y adolescente.
John no quería de que fuéramos muy
aprisa debido a mi estado avanzado de gestación. Me
emocionaba mucho recordando las conversaciones de
Hugo, los comentarios, y las lágrimas que se le escapa-
ban, recordando su pasado. También hablé de la madre
de Hugo, lo buena mujer que demostró ser. Y todo lo
que sufrió en silencio con las humillaciones que los
mismos de su familia cometieron con Hugo.
Un día hablando con Hugo le dije - Que al
otro lado de la vida existen mariposas con alas doradas,
y que ellas son las encargadas de guiar a las almas que
en la tierra han sufrido y han amado. Hacia otro lugar de
dicha.
De Émile no sabíamos nada. No sé si se
llegó a enterar de que John y yo nos habíamos casado.
La última vez que lo habíamos visto fué en la misa que

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le hicieron a Hugo por su alma. Y ese mismo día por la
tarde, en la casa que habíamos habitado.
Mami vivía día a día mi embarazo, sólo
estaba pendiente de mi, y entre John y ella no me
dejaban hacer nada. John me colmaba de caricias y de
besos ardientes y sabrosos, y se negaba a hacer otra cosa
más conmigo, por miedo a hacerle daño al bebé. Y por
las noches antes de dormirnos, se pasaba un rato
besando mi vientre, y colocando su oído en él, por si
escuchaba un movimiento de nuestra hija - Digo hija,
porqué mami así me lo confirmó - Me dijo - Que el
vientre de una embarazada, si es saliente, es un varón, y
si es redondo, cómo yo lo tenía, una niña.
Faltaba un mes para que diera a luz. Y me
tuve que dar prisa para comprarle al bebé la ropita que
necesitaba. Madeleine me ayudó bastante en la idea que
tenía. Ella me acompañó a las boutiques para recién
nacidos.
Mami era la que llevaba el control de lo
que yo comía, gracias a ella no llegué a coger más de
diez kilos. Pesaba cada alimento que me iba a comer.
Me enfadaba con ella, pues, tenía mucho apetito, y mi
estómago me pedía comida.
- Mi niña, estás guapísima, el embarazo te ha dado
belleza - Me dijo mami, mientras comíamos John y yo
en el comedor - Y si sigues en el mismo peso estarás
más guapa.
John la miró y le sonrió - Estaba tranquilo
de que yo estuviera en manos de ella. Mami vio nacer a
John, lo crió y jamás se separó de su lado. Y ahora

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pasaría lo mismo con nuestra hija, quería ser ella quien
nos la criara, estaba preparada para todo.
Se oyó el timbre de afuera, mami miró por
la ventana del comedor, y musitó.
- Es el cartero.
Salió de la casa y fué a ver qué noticias traía.
A los cinco minutos volvió con tres cartas
en la mano, y las depositó sobre la mesa del comedor.
John las separó, y con una en la mano dijo
como si lo estuviera esperando.
- Claire, esta carta viene de París, y a tu nombre, con tu
apellido de soltera - Dijo John dándole la vuelta, y
examinando el nombre del destinatario - Es de Émile me
lo imaginaba. Sabía que un día u otro tenía que resurgir.
Sentía deseos por saber qué decía en la
carta, pues hacía un año que Hugo había muerto, y
también el mismo tiempo que no sabíamos nada de él,
aunque era mejor que se mantuviera alejado de mi.
- John ¿ Quieres leer la carta ? - Le invité a hacerlo.
La abrió sin prisa, y antes de leerla en voz
alta la leyó él.
- No está mal lo que dice - Me aseguró.
- Léela mi amor - Le sugerí, y empezó.

Claire, hace más de un año que no


sabes nada de mi, y pienso que tus
deseos también son ésos, no te quito la
razón, puesto que no me porté bien
contigo en los últimos tiempos. Mi
egoísmo era grande al querer acapararte
para mi, y privarte de libertad. Pido que

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me perdones, si es que algún día lo
puedes hacer. Estoy seguro que John
vela mucho por ti, para que estés bien,
y no te falte de nada. Es un tío legal, y
me demostró que te quiere mucho, y
que daría la vida por ti si fuera
necesario. Quizá penséis en casaros o
bien puede ser de que ya lo estéis, lo
cual me alegro de que así fuera.
Después de que Hugo nos dejara, y
pasados seis meses decidí venirme a
París con Paul. Vivimos en pareja en un
apartamento que hemos comprado.
Cuidamos mucho el uno del otro, pues
ya sabes que los dos tenemos la misma
enfermedad de Hugo, y parece ser que
aquí haya más conocimiento de ella.
Antes de terminar quiero confesarte
algo, y que nunca me atreví a decirte. Y
es que te quise, aunque te parezca
extraño así es. No quiero ahora decirte
que sigo queriéndote por respeto a
John. Os deseo a los dos máxima
felicidad.
Émile

- ¡ Felicidad para los tres ! - Repetí con lágrimas en los


ojos.
- ¡ Te has emocionado ! - Dijo John posando la carta
sobre la mesa.

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- Si, soy una tonta. Me hubiese gustado que supiera
Émile que dentro de poco seremos padres, quizá falten
pocos días, estoy segura que se alegraría.
- Cuando lo seamos, se lo comunicaremos ¿ Te parece
bien ?.
- Todo lo que tú hagas está bien para mi, porque todo lo
haces para complacerme.
- Émile ha sabido rectificar, y te pide perdón ¿ Pensabas
que lo haría ?.
- No, porque nunca me lo pidió, tenía mucho orgullo, y
lo que hacía mal, mal se quedaba.
John cogió mis manos con las suyas, les
dio la vuelta y besó las palmas, las acariciaba con sus
labios mientras que musitaba frases de amor.
- Diosa mía ¿ Has olvidado que dentro de pocos días
tendré que cuidar de dos hermosas mujeres ?.
- Siempre te estoy dando trabajo - Dije riendo.
- Es un trabajo maravilloso el que tu me das ¿ Has
pensado a quién se debe parecer nuestra hija ?.
- Estoy segura que a ti, tendrá los ojos color verde mar,
y también tu ternura.
- ¿ Cómo lo sabes ?.
- Lo siento aquí dentro - Dije poniendo la mano en mi
vientre, y reí - Veo sus ojos, y es por eso que sé que son
verdes cómo los tuyos. Y siento sus palpitaciones
cuando extiendo mis manos en el vientre, y son
parecidas a las tuyas. Tiene que ser un amor de niña.
John se puso de pie, y vino hasta mi. Se
colocó en cuclillas, y puso su oído en mi vientre.
- Quiero sentir lo que tú sientes - Dijo abrazado a mi
cintura.

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Le acaricié los cabellos y pensé -
También los tendrá cómo los tuyos.

CLARA EISMAN PATON

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