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Mensaje interior

Froilán Fernández
froilan@gmail.com

Carlos vio su rostro en el espejo y pensó que su nuevo estado era totalmente
imperceptible. Apenas sentía un ligero ardor en la parte superior de su espalda donde dos
días antes le habían implantado un chip multifuncional acoplado con hilos de fibra óptica
a minúsculos electrodos en algunos puntos estratégicos de su cerebro.

"Cyborg Carlos", pensó mientras desplegaba una leve sonrisa. Un ligero zumbido, que
sólo él podía escuchar, le advirtió que tenía una llamada entrante. El doble parpadeo que
tanto había practicado en los entrenamientos dio paso a la llamada.

"Hola Carlitos, cómo dormiste" Sentía la voz de Erika como un susurro en el interior de
su cráneo. Con este prototipo de chip, en versión alfa, Carlos tenía que articular su
respuesta aunque podía hacerlo en voz baja. La conversión directa de los pensamientos a
lenguaje verbal estaba todavía en desarrollo.

--Sin problemas, Karla, incluso no siento casi el ardor.

--o--

Como toda tecnología, que se hace invisible a medida que es asimilada, los celulares
cumplieron el ciclo previsto, después de 50 años de evolución. Los primeros años
estuvieron dominados por los equipos vistosos, hazañas en el campo tecnológico y
grandes aciertos y desaciertos en el área de diseño, pero hacia el 2020 los aparatos ya no
eran el centro de atención, pues las aplicaciones dominaban la escena.

Casi nadie se asombró cuando los celulares y los computadores portátiles se integraron a
la vestimenta, aunque había aumentado la cautela en una sociedad donde cualquiera te
espiaba sin que te dieras cuenta. Una inocente gorra deportiva podía esconder una
eficiente grabadora de video H-3-D y tus más inocentes confesiones podían aparecer en
una valla de alta definición o hasta en las pantallas de los refrigeradores que alternaban
los avisos de "Hoy se acaba la leche" con videos tridimensionales de You Tube.

--o--

Los chips implantados tenían más de una década en funcionamiento aunque con pocas
funciones: monitoreo en tiempo real de pacientes acaudalados que lograban el sueño de
mantenerse hospitalizados en régimen virtual mientras continuaban sus labores diarias.
"En el almuerzo, puede tomar una copa extra de vino" informaba ocasionalmente el
servicio de mensajes de texto de la clínica, que era en realidad un computador.

Carlos fue el primero que se ofreció voluntariamente para recibir un chip multifunción en
su cerviz. Sólo 50 de sus 128 procesadores agrupaban las funciones de comunicaciones,
entretenimiento digital, acceso a Internet y computación. El resto podían ser programados
por software y activarse gradualmente a medida que se incorporaban otras funciones.

Los mensajes de texto eran convertidos a voz, mientras que las fotografías y videos
quedaban almacenados hasta que el usuario decidía proyectarlas en su corteza visual, con
los respectivos efectos de IHT (Internal Home Theater).

"La humanidad se encierra en sí misma" titulaba en su editorial el New York Times


online, en manos de una fundación sin fines de lucro. Los defensores de los chips
multifunción, en contrapartida, los defendían como una herramienta liberadora,
finalmente la ansiada posibilidad de disfrutar del mundo real y virtual simultáneamente.

Carlos seguía la discusión y participaba ocasionalmente en ella. Debió colocar múltiples


filtros a sus redes sociales pues su ancho de banda no le bastaba para procesar los
millones de mensajes en su Twitter o en su Facebook, dado su recién ganado estatus de
megacelebridad.

La primera desconexión ocurrió, como estaba programado, a una semana exacta después
del implante, aunque para Carlos el regreso a la realidad real fue casi traumático.
Extrañaba el zumbido de las llamadas, el trino alegre que anunciaba los mensajes de
Twitter y toda la colección de sonidos que le alertaban de nuevas comunicaciones. Se
sentía el hombre más solo e insignificante del mundo.

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