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INTELIGENCIA ESPIRITUAL
David Fischman/ January 12, 2006

Sebastián fue el alumno más brillante del colegio, sacaba las mejores notas y conocía más de
todos los temas. Sin embargo, logró un limitado éxito. Fue despedido varias veces por
generar conflictos y obstaculizar el trabajo en equipo. Sebastián tenía un alto coeficiente de
inteligencia racional, pero le faltaba inteligencia emocional para lograr el “éxito en la vida”.
Hoy numerosos estudios demuestran que la inteligencia racional no es suficiente. Se
requiere, además, inteligencia emocional para salir adelante. Según Daniel Goleman, la
inteligencia emocional es la capacidad de entender, de tomar conciencia y de manejar
nuestras emociones y las de terceras personas. Sin embargo, eso no garantiza la felicidad.
Enrique es el CEO de una importante transnacional. Racionalmente, es muy inteligente, sabe
trabajar en equipo, tiene empatía y mucho empuje, es tolerante y seguro de sí mismo.

Sin embargo, no está contento con lo que hace; se siente vacío y que a su vida le falta
sentido. Enrique no entiende lo que le pasa porque sabe que tiene todo para sentirse bien: un
extraordinario éxito profesional y material. Aparentemente, Enrique tiene inteligencia racional
y emocional pero, quizá, le falte inteligencia espiritual para encontrar una mayor felicidad y
sentido a la vida. Hoy, el término inteligencia espiritual empieza a aparecer en los negocios.
Gurús como Peter Senge, entre otros, lo mencionan en sus libros. Prestigiosas universidades
americanas ofrecen cursos de pregrado y postgrado de liderazgo y espiritualidad y de
inteligencia espiritual. La inteligencia espiritual es similar a la inteligencia emocional, pero
llevada a un plano más profundo. Debemos ser conscientes de nuestras emociones, así
como de nuestro espíritu. Además de saber manejar nuestras emociones, debemos manejar
nuestro espíritu en nuestra actividad diaria. Debemos entender y manejar las emociones de
terceros, pero entendiendo que todos somos una pequeña parte de un todo. Una esponja
húmeda esparce frescura y gotas de agua por doquier. Pero cuando no se recarga con más
agua, pierde su flexibilidad, frescura y atractivo.

Los seres humanos somos como esponjas. Al nacer estamos cargados de nuestra agua
espiritual, pero a medida que crecemos la olvidamos y, como la esponja, nos secamos y
perdemos nuestra frescura. Aquellas personas con inteligencia espiritual son conscientes de
que son más que cuerpo, mente y emociones. Estas personas permanentemente recargan
sus esponjas en el agua del espíritu. Lo hacen orando con devoción, entrando en silencio,
practicando Tai-Chi, entre otras cosas, o simplemente ayudando al prójimo. Inteligencia
espiritual, además, implica traer nuestro espíritu a nuestra actividad en el trabajo. De nada
sirve zambullirse en el agua espiritual y llegar al trabajo y ser un energúmeno. Las personas
con inteligencia espiritual incorporan a cada uno de sus actos las cualidades innatas del
espíritu: compasión, amor, felicidad y paz. Además, son personas desapegadas, es decir,
capaces de vivir en paz al margen de las dificultades. Eso no significa que sean
irresponsables; al contrario, al tener mayor tranquilidad toman mejores decisiones.

Finalmente, las personas con inteligencia espiritual entienden y sienten que todos somos
parte de un gran todo. Comprenden que hacer daño a otro es también hacerse daño a uno
mismo y que ayudar nos da una felicidad profunda. En el plano espiritual todos estamos
conectados. Si las personas tuvieran más inteligencia espiritual se acabarían los conflictos
laborales, los problemas interpersonales, la competencia interna. Además, se serviría al
cliente no por la función, sino porque le nacería a las personas. En el mundo se acabaría la
pobreza extrema, las guerras y reinaría la paz. El camino de buscar la inteligencia espiritual
es largo, poco emocionante, y requiere mucha perseverancia. Pero es un camino que,
además de hacernos más felices, nos permitirá ayudar a este mundo a mejorar.
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INTELIGENCIA ESPIRITUAL
Horacio Krell

La inteligencia espiritual no es un monopolio de las religiones, es un patrimonio del


hombre. La inteligencia espiritual relaciona el espíritu y la materia, se ocupa de la
trascendencia, de lo sagrado, de los comportamientos virtuosos: perdón, gratitud,
humildad y compasión, de comprender que somos parte de un todo con el cual
necesitamos estar en contacto.

Algunos lo hacen orando, otros asumiendo su responsabilidad social, practicando las


leyes espirituales del amor, paz, felicidad. Son los que mejoran la calidad de sus vidas.

Si el intelecto se olvida de la compañía del espíritu, degrada el medio ambiente, las


creencias, la familia; es decir aquello que más importa. Hoy que la educación descuida
la inteligencia espiritual está creando autómatas altamente capacitados. Para que la
tecnología se humanice debe congeniar con la fuente. El espíritu individual y social se
nutren, la enfermedad del espíritu se paga, la bancarrota espiritual precede a la
quiebra económica.

El quiebre espiritual se produce cuando todo tiene precio pero ya nada tiene valor.
Capital y responsabilidad social, cooperación, dimensión ética, fraternidad, solidaridad,
son factores críticos. Si el 80% de la riqueza está en manos del 20% de la gente, hay
que apuntar a cómo terminar con esa desigualdad, la injusticia, la pobreza, y la
marginalidad.

Prigogine se rebeló con contra la idea de una naturaleza pasiva, sujeta a leyes
deterministas y atemporales. Einstein dijo "Dios no juega a los dados", para Prigogine
nada es definitivo. Aunque el universo aparece como terminado, existen sin embargo,
otros muchos posibles.

El futuro no está escrito, tenemos autoconciencia y la capacidad de crear el porvenir.


Con la atención bien dirigida producimos la energía, con la intención la transformamos
en lo que deseamos obtener. Cualquier cosa crece o se marchita según cómo se la
atiende, así la intención programa su realización. La inteligencia espiritual se
fundamenta en principios verdaderos y permanentes y se materializa cuando las
buenas ideas se llevan a la práctica.

La fuerza interior espiritual. Hay que trabajar con uno mismo para que la voluntad
llegue más lejos que la inteligencia. Primero encontremos nuestra misión, luego
consultemos con ella, sin limitarnos a la mera interpretación sensorial. Mis
pensamientos crean mi mundo, me alejaré de lo que hago sin querer, y sembraré la
semilla de lo que quiero ser, confiando en mi capacidad, en mis propósitos y
superando mis limitaciones.
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Coeficientes encadenados. El CI -coeficiente intelectual- mide la capacidad de


resolver problemas, el CE, emocional, la posibilidad de automotivarnos y de motivar, el
CES (coeficiente de inteligencia espiritual) cómo nos relacionamos con el todo y con
los principios universales. El CES tiene la fortaleza del porqué, el CI y el CCR
(coeficiente de creatividad) sugieren el qué hacer, la visión. El cómo hacer, implica la
disciplina del CEJ - coeficiente de ejecución-, el CE es el Quantum de la pasión.
¿Cómo convertir espíritu en materia?

Centrada en la misión la inteligencia espiritual orienta a las demás. Nacemos con un


potencial: ante cada estímulo, un espacio de libertad precede a la respuesta, la que
mejora percibiendo lo que otros no ven. Si los valores controlan la conducta, los
principios controlan sus consecuencias. El coeficiente de inteligencia espiritual suma
la integridad de sostener los principios primordiales, el hacer y cumplir con las
promesas, el escuchar y seguir la voz de la conciencia.

Para quitar el chaleco de fuerza que traba el potencial humano, se precisan


conductores: Claridad en el querer. Compromiso con el trabajo y no con el dinero que
sólo compra la satisfacción. Adaptación de la acción al talento y a los objetivos. Operar
con sistemas y recursos aptos para cumplir con la misión. Sinergia: el coro armónico
con los demás.

¿Debo hacerlo? es la pregunta que pone en marcha a la inteligencia espiritual. Somos


libres para elegir nuestras acciones, lo que no podremos nunca es evitar sus
consecuencias.
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Más allá de la inteligencia emocional, hacia la holotrópica Inteligencia Espiritual


Alberto Salinas

En las empresas, como en los individuos y naciones, tenemos que trascender de lo verbal, y
comenzar a incursionar en el terreno de lo transpersonal. En este terreno, la ética cobra su
sentido más amplio y abarcador. Nos encontramos, con la realidad que nos trasciende y a la
que, sin saberlo, estamos conectados estrechamente. Y, más allá incluso, con la realidad en
la que todos somos un solo ser interdependiente y universal.

Normalmente, simplificando al extremo, podemos distinguir en nuestros análisis


empresariales e institucionales e incluso psicológicos a nivel individual, los niveles o esferas
analíticas, sentido común o intuitivo, la de las asociaciones libres, y la de los sueños. Como
seres individuales, o como partes interdependientes del multiuniverso en el que nos
desenvolvemos, consciente o inconscientemente, no hay lugar para el funcionamiento de una
cualquiera de estas esferas independientemente de las demás.

En cualquier momento de nuestra vida individual o colectiva, lo que tenemos a la mano en


cualquier momento, se refleja en la pantalla cotidiana de nuestra televisión interna. Canales
de transmisión que transmiten a esas pantallas, provienen de esas cuatro esferas. Los
estados definidos como saludables, son aquellos en los que, la pantalla de nuestras vidas, es
capaz de integrar en una sola y vibrante transmisión, debidamente sincronizada, las
emisiones de estas cuatro esferas y de todas las esferas colaterales que las rodean. Los
estados de perturbación o de patología a los que identificamos como problemas, por lo
general podríamos identificarlos como transmisiones desincronizadas y tumultuosas de todas
o más de una de estas esferas, al mismo tiempo, sobre las pantallas televisivas de nuestra
vida individual o colectiva.

En otras palabras, como individuos y como colectivos empresariales o nacionales, nuestras


mayores dificultades provienen de la ausencia o insuficiencia de conexiones suficientemente
interdependientes e integradas. Frente a situaciones patológicas en las que estas
transmisiones se agolpan sin sentido, es fundamental la clama y la cordura, para discernir lo
asincrónico de lo sincrónico, y, a partir de allí, para integrar esas imágenes en una imagen
vibrante y llena de sentido y significatividad.

Esto, en buena parte, se logra por la vía del respeto mutuo, comenzando por el respeto
reverencial e inteligente, sin límites, a nosotros mismos. La primera integración que tenemos
que lograr, es la integración entre lo que pensamos, decimos y hacemos. Cuando pensamos
de una forma, y a esa forma o a su contrario la expresamos en palabra, seguro que lo que
estaremos haciendo no será congruente con lo anterior. Y, todo lo que no es congruente,
genera que las partes acalladas a la fuerza, salgan en tropel a nuestras pantallas televisivas,
haciendo evidente, para nosotros mismos y para lo que nos rodean, que estamos siendo
incongruentes. Y, en última instancia, casi de por cierto y seguro, de que estamos siendo
antiéticos. Es lo que la sabiduría popular tan atinadamente expresa cuando dice, "lo que
haces habla tan alto, que lo que dices no se escucha." O, más comúnmente, la expresión tan
lamentable de que algunos, los que debieran ser nuestros líderes, se limitan a expresarnos
"hagan lo que digo pero no lo que yo hago."
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Entrando algo más con profundidad y congruentemente con el título, podemos introducir dos
términos. Uno es hylotrópico, y el otro es el que ya usamos en el título, holotrópico. El primero
se refiere a emisiones desde nuestras esferas sensoriales más básicas y primitivas. Se
refiere a lo que nos dice la vista, el oído, el gusto, el olfato o el tacto. Lo que estos sentidos
nos dicen, necesariamente, tienen las limitaciones y distorsiones propias de todos y cada uno
de ellos. No oímos ni siquiera el silbato que oye un perro. No lo oímos porque nuestro oído no
capta vibraciones o frecuencias por arriba o por debajo de un cierto rango. Igual pasa con
todos los demás sentidos. Esta realidad, la de nuestros sentidos limitados y distorsionados,
es la que nos da una realidad muy especial y a la cual nosotros creemos es la única. Esta es
la visión holotrópica.

La visión holotrópica, en cambio, por lo general o siempre, no se funda en los sentidos


objetivos y físicos antes mencionados, sino más bien a la versión subjetiva y sin soportes
físicos, con iguales rangos de distorsión y limitaciones, que los físicos. En este campo, la
visión holotrópica de la realidad, es muy distinta y tal vez incomprensible para la visión
hylotrópica. Esta visión holotrópica, por otro lado varía con profundidad y vivencia, casi
infinitamente. Seguramente, como las visiones que nos vienen de nuestros sentidos físicos,
deben tener sus limitaciones y distorsiones. Seguro que las que provienen de nuestras
esferas de la intuición, pueden o no entrar en ciertos niveles de profundidad de nosotros
mismos y de todo lo que nos rodea y con los cuales somos interdependientes. Las que
provienen de nuestras asociaciones libres, seguramente, también pueden tener distintos
niveles de profundidad. Y ¿qué decir de las que provienen de nuestros sueños?

En fin, en nuestra pantalla de la vida, podemos recibir transmisiones desintegradas y


perturbadoramente desincronizadas de dos o más esferas de estas al mismo tiempo. Es aquí,
donde la ética pasa a jugar un papel primordial. El substractum mismo de la ética, se sintetiza
en la expresión popular, "no hagas ni digas de los demás, lo que no quieres que los demás te
hagan o digan de ti." En el funcionamiento saludable de este principio, encontramos la
congruencia interna para congraciarnos con nosotros mismos. Y, a partir de allí, de manera
natural y sincronizadamente, como decía Carl Gustav Jung, nos congruencia con el medio
que nos rodea. Y, en el proceso, de por cierto, todos crecemos y nos beneficiamos. No por
supuesto en un esquema de suma cero, en el que para que alguien gane tienen que haber
otros que pierden. Pero, sí en un esquema integrado de ganar / ganar, en el que todos los
que intervienen se beneficien.

En el primer esquema, en el de las sumas cero, la creatividad es mínima. Y, como se dice


popularmente, "el pastel siempre es igual." En el otro esquema, la situación cambia. Por el
esfuerzo sinergético de todos los intervinientes, "el pastel crece y crece." Estos esquemas,
los de ganar / ganar son siempre creativos y, no tienen fin.
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Espiritualmente, y ahora como lo verifica la ciencia cuántica, lo que nos rodea tiene energía
infinita. No entro en esto, pero pueden estudiarlo en los libros "Visions" e "Hyperspace" del
laureado científico Michio Kaku, o en los múltiples e interesantes trabajos de Fritjof Capra.
Entre otros, "The Web of Life," "The Tao of Physics", "The Turning Point" y otros. O, en los
excelentes trabajos de Stanilav Grof, tales como "The Adventure of Self Discovery" o
"Holotropic Mind." También, yendo a las fuentes, podemos ver lo hermoso del librito de Carl
Gustav Jung titulado "Sinchronicities."

Más allá de este marco conceptual, vemos que los trabajos y experiencias tan excelentes y
trascendentales de Daniel Goleman, tal como expresadas en su libro titulado "Emotional
Intelligence," ahora podemos complementar con obras como las anteriores, y adentrarnos de
lleno en lo que, anticipatoriamente, podemos denominar, inteligencia espiritual.

Concluyendo, es en estas ideas en las que tenemos que incursionar, para integrar lo ético
con lo práctico y lo rentable. Allí reside, sin cortapisas, la abundancia infinita de posibilidades
y potencialidades, a la espera de que, nosotros y nuestras empresas y naciones, nos
conectemos interdependientemente e integradamente, para satisfacernos sosteniblemente,
sin en el proceso agotar o dañar los recursos con los que nos hemos satisfecho y con los
cuales nos tenemos que seguir satisfaciendo cada vez más y mejor.

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