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H-G. Gadamer
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escuelas como espacios para desarrollar la cultura. La segunda, como
proceso de interacción social que se aprende y comparte, y como
actividad en construcción grupal que es deseable en tanto apoya la
formación de la singularidad y la dimensión ética de los seres humanos,
puesto que es previa a la libertad. Función educativa cuyo eje (la
relación entre educación y cultura) es generar y transmitir una cultura
relevante para la vida.
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Para precisar acerca del alcance del término “cultura”, Stenhouse aborda
la caracterización propia de la actividad cultural. Entonces define lo
que sería la naturaleza de la cultura. Los rasgos de esta naturaleza, estas
propiedades de la actividad cultural, tienen que ver con algunas
actividades humanas realizadas en grupos o sociedades: vivir en cultura
es comprender las experiencias de otros, es construir en cooperación de
elementos en común, es un proceso individual, grupal y social, que
implica ideas sentimientos, pensamientos. Es, además, una respuesta a
determinadas condiciones de vida social y colectiva. Se manifiesta en los
objetos materiales representativos de un grupo social mediante sus
contenidos y significados simbólicos, que ponen en diálogo a sus
miembros entre el hoy y su ayer. Lo que hace, en efecto, la educación
respecto de estas características de la cultura, es transmitir el valor de la
cultura, ajustándose a sus normas sociales y relaciones de comunicación.
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Por otra parte, para que una cultura no sea una fuerza causal sino más
bien posibilitadora, los elementos que conforman esa cultura pueden ser
utilizados como herramientas para una actitud creativa del individuo
con relación a su formación cultural. Tales herramientas son el lenguaje
y los símbolos, recursos ambos que en la educación formal estarían
fundando los procesos de socialización. El lenguaje, dice Stenhouse,
posee una doble función: significante (en relación a las cosas) y
comunicativa (en relación a los significados públicos y de entendimiento
entre los individuos). El lenguaje asume, a su vez, tres modalidades:
lenguaje público o de comunicación en sociedad, pensamiento
engendrado para los fines del individuo, y lenguaje interior, utilizado
por el pensamiento. Modalidades a través de las cuales el lenguaje hace
posible la conversión de un acto creador personal e individual, siendo
comunicado al público, en una contribución al desarrollo de la cultura,
sea innovadora o crítica.
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El punto central del libro de Stenhouse sería, precisamente, el apartado
donde aborda de manera puntual y específica la relación entre cultura y
educación. Al respecto, me parece oportuno destacar una cita que dice:
“la cultura se convierte en recurso del pensamiento creador, en vez de
determinarlo. Así, la cultura, la comunicación, el desarrollo de la
personalidad individual y la creatividad están inextrincablemente
entrelazados.”3 En la propuesta de Stenhouse destacan dos supuestos
acerca de esta relación:
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valores, información, técnicas, interpretación y significados, compartidos
con su grupo de clase o con otros grupos.
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d) de juicios.
En estas últimas hace especial hincapié, pues las normas de juicios son
las que posibilitan que los alumnos evalúen valor y calidad de su propio
trabajo, a nivel cualitativo y cuantitativo. Entendiendo el currículo como
un conjunto de saberes discutido y construido colectivamente,
Stenhouse cree necesario distinguir entre las diferentes acepciones de
normas derivadas de dos enfoques antagónicos: para la educación
tradicional y formal, las normas son objetivas; en cambio para la
educación progresista o creativa, las normas son subjetivas. Entre este
antagonismo, el autor opta por atender especialmente a una concepción
del currículum que recupere la relación entre educación y cultura desde
su vitalidad y producción social.
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educación cultural amplia y posibilitadora. Cito: “tenemos que
ocuparnos de buscar la esencia viva de la cultura y de indicar cómo
puede cerrarse la red educativa de manera que la retenga y no se
deslice fuera de ella. Y debemos estar prevenidos ante la posibilidad de
que cualquier currículo lleva hacia la catequesis en vez de al diálogo”5.
Es muy evidente, en esa frase, el sentido al que Stenhouse atiende
cuando se trata de currículo. Tradicionalmente, el currículo académico
corre el riesgo de orientarse a los resultados de los procesos culturales.
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Hasta ahí los desarrollos del autor respecto de una concepción vital del
currículo para la educación general de formación básica, en niños. En
cuanto a la educación general en la escuela secundaria, la característica
principal que este teórico inglés señala es la fuerte orientación
profesionalista en el sistema educativo. Característica que presenta un
problema, una cuestión de opción entre: ¿la educación forma
ciudadanos de una cultura?, ¿o la educación forma individuos
especialistas para una cultura tecnologizada? Según Stenhouse, la
educación profesional debe aportar dos fundamentos dirigidos a la
asociación humana:
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Ob. cit. p. 130
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De lo que concluye que una educación académica es eficaz como
educación general, y también como educación profesional. Aquí
distingue entre dos opciones generales de educación general tendiente a
profesional: la que ofrece el sector privado, desde su marco de
oportunidades específicas para grupos selectos, y la de la grammar
school, que en general, para el común de la población representa una
vía válida de movilidad social. Se trate de cualquiera de ambas, el autor
señala que el desafío del currículo para una educación general de
formación profesional sería la noción de cultura como construcción
social en una educación creativa.
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cuestiones morales. La cuestión es que estos temas (su tratamiento como
problema y responsabilidad) no está muy tratado, dice Stenhouse, o si
lo está, se lo trivializa. Y a propósito, él prefiere ofrecer un camino
opcional para la incorporación de tales temas. Stenhouse señala que una
de las funciones fundamentales del currículo sería proteger al alumno
del profesor, y esto mediante dos vías:
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En acuerdo a esta perspectiva del autor para la formación desde una
teoría reivindicativa de la educación en su dimensión cultural, comparto
el interés por la concepción fundamental y de principios acerca del
currículo como fuente de transmisión de saberes construidos
históricamente por la cultura y reapropiados desde la incorporación
activa de las nuevas generaciones en la vida cultural de sus grupos y
conformaciones sociales. Sin embargo, y sin confrontar con el autor
pero enunciando un señalamiento desde otro paradigma, considero
necesario que la teoría educativa reasuma su compromiso no sólo con
el ámbito de la formación profesional, como quisiera Stenhouse, y
precisamente para reorientar el trabajo y los fines de un currículo
posibilitador.
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culturales y a la vida colectiva que se manifiesta en el lenguaje. Y para
ese trabajo, para ese trabajo del espíritu sobre sí mismo y con relación al
saber que se resignifica desde esa relación consigo mismo, para ese
trabajo es esencial comprender la formación espiritual como esa
actividad de cultivo y cuidado de los hombres por su propia
humanidad, por su tradición y por la reconstrucción de la cultura. Para
que el conocimiento no pierda su sentido afirmativo ni se convierta en
el lado oscuro de un currículo colmado en saberes técnicos pero
vaciado de conocimiento vital, vivo y para la vida. Y para que la
formación cultural sea no sólo un proceso de construcción productiva
sino también, y fundamentalmente, un lugar de diálogo en el cuidado
del espíritu, orientado a la comprensión de sí y del otro, y buscando
hacer siempre y cada vez de la formación una experiencia, un
encuentro con una verdad siempre renovada y afirmativa. O para que la
formación cultural sea, siempre y cada vez, esa experiencia de libertad
y cuidado que enuncia desafiante la cita del epígrafe: “lo que hay que
cultivar y cuidar es la libertad de juzgar por sí mismo”7.
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Gadamer, H. ob. cit. p. 215
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