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IV.

Los dones del Espíritu y el fruto del Espíritu

Las principales denominaciones protestantes habitualmente han asumido en el pasado que ciertos dones
del Espíritu, especialmente los llamados "dones milagrosos" como el hablar en lenguas, la interpretación
de lenguas, y las sanidades, desaparecieron de la Iglesia al finalizar la era apostólica. Nuestros amigos
neopentecostales, sin embargo, de acuerdo con las iglesias pentecostales, insisten en que los dones del
Espíritu, incluyendo los "milagrosos" citados, están todavía en vigor en la Iglesia actual y debieran
hacerse patentes siempre que el pueblo de Dios se reúna para adorar o para estar en comunión. Aunque
se admite que existen más dones del Espíritu que los mencionados en 1.a Corintios 12:8-10, la lista que
hallamos en este pasaje es la que con más frecuencia aparece en la literatura neopentecostal:
"Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo
Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el
hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas;
y a otro, interpretación de lenguas."
No es difícil presentar evidencia demostrativa de que los neopentecostales creen en la permanencia de
todos estos dones, y mantienen que todos deben manifestarse en la Iglesia actual. Por ejemplo, Laurence
Christenson dice: "Cuando el Cuerpo de Cristo funciona normalmente —con la normalidad del Nuevo
Testamento— los dones del Espíritu que Pablo relaciona en la Corintios 12 serán manifestados... a
medida que sean necesarios" (Speaking in tongues —Hablar en lenguas—, p. 117). Howard M. Ervin, en
su obra varias veces citada, Estos no están ebrios, como suponéis, p. 216 de la edición en inglés, dice:
"Las poderosas manifestaciones del Espíritu Santo continúan como parte integrante de la vida y el
testimonio de la Iglesia. Y como tales han de continuar hasta que Jesús venga de nuevo". Y en otra
página (210) es aún más enfático: "Sí todos los dones del Espíritu Santo son para manifestar la presencia
y el poder del Espíritu para edificación de toda la comunidad que adora a Dios... la ausencia de estos
dones sobrenaturales del Espíritu es un comentario, mudo pero elocuente, de la depauperada experiencia
de adoración de gran parte de la cristiandad contemporánea". Dennis Bennett, en su reciente libro
titulado Nine 0'Clock in the morning —A las nueve de la mañana— expone varios ejemplos de curaciones
ocurridas en su iglesia, curaciones que él atribuye a los dones del Espíritu manifestados por medio de sus
miembros.
En cuanto al neopentecostalismo católico romano se refiere, Milian McDonnell, en un artículo tiulado
"Pentecostalismo católico: sus problemas y evaluación", se espresa en estos términos:
"Una de las manifestaciones del Espíritu que juega su papel en todo los grupos pentecostales es el don de
sanidades (la Corintios 12:8 y 30)" (p. 44). Y Kevin y Dorotea Ranaghan afirman "La dramática diferencia
que este movimiento espiritual ha operado entre nosotros es un inesperado retomo a la lista primitiva de
los dones de ministerio que se menciona en 1.a Corintios 12:8-10" (Los pentecostales católicos, p. 160).
Pasemos ahora a examinar a la luz de las Sagradas Escrituras la postura neopentecostal que las citas de
diversos autores arriba consignadas manifiestan: que todos los dones del Espíritu Santo, incluyendo los
llamados milagrosos, están aún presentes en la Iglesia actual y han de ser manifestados por el pueblo de
Dios. El Nuevo Testamento claramente enseña que el Espíritu Santo ha dado a los creyentes unos
específicos dones espirituales. Uno de los nombres que con frecuencia se usa en el Nuevo Testamento en
griego para designar a los dones espirituales en general es Carismas, de donde derivamos nuestro
adjetivo carismático. Dentro de la categoría de dones espirituales, sin embargo, se hace por lo general
una diferencia entre los dones "ordinarios" (como la capacidad para enseñar o guiar), y los más
"extraordinarios" o "milagrosos" (como las sanidades o el hablar en lenguas desconocidas). Además,
cuando se estudia el uso en el Nuevo Testamento del término carisma, se ve claramente que no puede
limitarse el sentido del mismo a los dones espectaculares o milagrosos como curar enfermedades o
hablar en lenguas. Carisma designa en el Nuevo Testamento cualquier don que el Espíritu Santo se sirva
utilizar para la edificación de la Iglesia.
Cuando observamos la variedad de carismas mencionados en el Nuevo Testamento, vemos que hay algo
que induce a error cuando le damos al neopentecostalismo el nombre de "movimiento carismático", pues
al hacerlo queremos indicar que las iglesias no pentecostales, que no practican los dones espectaculares
que son prominentes en las reuniones pentecostales, no son carismáticas. Pero los carismas mencionados
en el Nuevo Testamento incluyen muchos más dones que los espectaculares. Todo cristiano tiene dones
que son importantes para la Iglesia. El término carismático, pues, no debe aplicarse exclusivamente al
movimiento pentecostal o neopentecostal, sino que todo el Cuerpo de Cristo es carismático.
Aún debemos hacer aquí otra observación. A nuestros amigos pentecostales les gusta referirse
especialmente al libro de los Hechos y a la 1.a Epístola a los Corintios como los libros que nos ofrecen el
modelo de la clase de vida, adoración y comunión que se encontraban en la primitiva iglesia cristiana,
para emulación de la actual. Dejando de lado la cuestión de si todo lo que históricamente ocurrió en los
años abarcados por el libro de los Hechos es normativo para nosotros actualmente o no lo es, debemos
notar que tanto en Hechos como en l.a Corintios los dones del Espíritu llamados "ordinarios" están tan
presentes como los llamados "milagrosos". En el libro de los Hechos, por ejemplo, encontramos que la
enseñanza apostólica es con frecuencia considerada como de importancia vital para el crecimiento de la
Iglesia. En realidad, hay muchas más referencias a la enseñanza que al hablar en lenguas (2:42: 5:42;
11:26; 15:35; 18:11; 20:20; 28:31, y otros pasajes). En el mismo libro encontramos que la Iglesia
nombra siete "diáconos", como se les ha dado en llamar, para cuidar de las necesidades materiales de
algunas de las viudas (6:1-6). Además, leemos que Pablo y Bernabé designaron ancianos en todas las
iglesias de la región circundante a Antioquía de Pisidia (14:23), y que los ancianos tenían un papel
prominente en el gobierno de la iglesia (20:17).
Por lo que se refiere a la l.a Epístola a los Corintios, incluso el cap. 12, a cuya lista de dones
generalmente apelan los neopentecostales, menciona dones tan poco milagrosos como las "ayudas" y los
"gobiernos" (v. 28), y pone a los maestros en tercer lugar de importancia, detrás de los apóstoles y los
profetas (28). En la descripción de la reunión típica de adoración en Corinto, se le da tanta importancia a
la recitación de un salmo, o al impartir una enseñanza, como al hablar en lenguas o comunicar una
revelación (14:26). Y en el último capítulo de la Epístola que nos ocupa se amonesta a los lectores a que
se sujeten a ciertos guías que, según parece, ejercían sobre ellos alguna autoridad (16:15-16). Hemos de
recordar, pues, que los carismas mencionados en estos dos libros no se limitan, ni mucho menos, a los
de tipo milagroso o espectacular, sino que incluyen muchos de los no espectaculares.
El próximo paso será investigar si los dones del Espíritu llamados milagrosos, como la glosolalia y las
sanidades, se encuentra aún presentes en la Iglesia, o han desaparecido ya de ella. La convicción casi
unánime de las principales denominaciones protestantes ha sido que tales dones de tipo milagroso
cesaron al cerrarse la era apostólica (véase, por ejemplo, John Owen en On the Holy Spirit —Sobre el
Espíritu Santo—, Parte II, pp. 474-75; A. A. Hodge, Popular Lectures on Theological Themes —
Conferencias Populares sobre temas teológicos—, p. 111). Es bien conocida la postura de Benjamín B.
Warfield sobre este asunto. El mantiene que estos dones milagrosos del Espíritu fueron dados para
certificar a los apóstoles como mensajeros de Dios (Counterfeit miracles —Falsos milagros—, p. 21).
Warfield asegura que no solamente poseían los apóstoles estos dones, sino que podían comunicárselos a
otros. No se dice en ningún lugar que tales dones fuesen comunicados a otras personas por la imposición
de manos más que de los apóstoles (p. 22), de lo que Warfield concluye que dichos dones se
extinguieron en la Iglesia al morir los apóstoles: "(Estos dones milagrosos) formaban parte de las
credenciales de los apóstoles como agentes autorizados por Dios para fundar la Iglesia. Su propia
función, pues, los confinaba a la Iglesia Apostólica, y necesariamente desaparecieron con ella" (p, 6).
¿Qué diremos a esto? ¿Quién tiene razón, Warfield o los neopentecostales? Este asunto no se refiere,
desde luego, a la permanencia de los dones llamados "ordinarios", pues todos están de acuerdo en que
éstos permanecen en la Iglesia actual. Se trata exclusivamente de la permanencia de los dones del
Espíritu llamados milagrosos. En otro lugar hemos intentado mostrar con algún detalle que no puede
probarse de forma absoluta que los dones milagrosos del Espíritu estén todavía en la Iglesia (What about
tongue speaking? —Acerca del hablar en lenguas—, páginas 103-113). Repasemos brevemente la
argumentación allí propuesta en apoyo de que los carismas milagrosos ya no están en la Iglesia.
Cuando nuestros hermanos neopentecostales hacen referencia a la lista de estos dones milagrosos que
figura en 1.a Corintios 12 con el fin de probar su doctrina, su argumento es a grandes rasgos el
siguiente: Pablo le pone estas palabras de introducción a la lista de estos dones milagrosos: "Hay
diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo" (v. 4). De donde se deduce que todos los dones
espirituales que se mencionan en este capítulo están todavía en la Iglesia de hoy. En la última parte del
capítulo, no obstante, donde se mencionan de nuevo los dones milagrosos de hablar en lenguas y
sanidades (v. 28), Pablo comienza su lista así: "A unos puso Dios en la Iglesia, primeramente apóstoles,
luego profetas, lo tercero maestros..." Todos estamos de acuerdo, sin embargo, en que ya no tenemos
apóstoles en la Iglesia de hoy. Si así es, ¿podemos estar seguros de que todos los otros ministerios y
dones relacionados en este capítulo están en la Iglesia actual? Podíamos estar de acuerdo, por ejemplo,
en que Dios haya puesto apóstoles en la Iglesia, aunque su ministerio no fuera permanente. En tal caso,
¿no sería posible también que Dios hubiera dado, digamos, dones de sanidades a la Iglesia durante un
período limitado?
Los principales argumentos contra la idea de que los dones milagrosos se hallan aún presentes en la
Iglesia pueden reducirse a dos: el de las Escrituras y el de la historia. El argumento de las Escrituras
llama la atención sobre ciertos pasajes del Nuevo Testamento que específicamente asocian los dones
milagrosos del Espíritu con la obra de los Apóstoles.
Por ejemplo, en Hechos 14:3 leemos: "(Pablo y Bernabé) se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con
denuedo, confiados en el Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se
hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios". Estas palabras describen las actividades de Pablo y
su compañero, a quien, dicho sea de paso, también se le da el nombre de apóstol en el v. 14, en Iconio
durante el primer viaje misionero de Pablo. Nótese que las señales y prodigios se los concedía el Señor a
estos apóstoles con el fin de que tanto el mensaje que llevaban como ellos mismos, acreditándoles como
mensajeros del evangelio.
Como hemos visto, la iglesia de Corinto estaba ricamente dotada con los dones del Espíritu, incluyendo
tales dones milagrosos como hablar en lenguas y la interpretación de las mismas. En 1.a Corintios 1:7,
Pablo, se refiere especialmente a este hecho al recordar a los corintios que "nada os falta en ningún don".
Es por ello muy significativo que en la 2.a Epístola a los Corintios, probablemente escrita poco tiempo
después de la primera, Pablo escribe: "Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros
en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros" (12:12). En este pasaje la intención de Pablo es
afirmar su condición de apóstol, en contra de quienes decían que eran apostóles sin serlo. Vosotros, los
corintios —está diciendo Pablo— debierais saber por cierto que soy un verdadero apóstol puesto que hice
las señales de verdadero apóstol entre vosotros en gran abundancia. Aunque no se nos indica
exactamente cuáles eran estas señales, sí sabemos que incluían los dones milagrosos del Espíritu, tan
manifiestos en Corinto, mencionándose "señales, maravillas y prodigios". ¿No es esto tanto como si Pablo
nos dijese aquí que aquellos dones milagrosos que él ejercitó en Corinto y que comunicó a otros tenían el
propósito de certificar su apostolado?
En la Epístola a los Romanos, escrita poco tiempo después de las dos a los Corintios, Pablo hace una
especie de resumen de su misión a los gentiles, en el que se refiere de nuevo a la función de estos dones
milagrosos: "Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia
de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del
Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del
evangelio de Cristo" (15:18-19). Estas palabras dejan bien claro que las señales y prodigios que a Pablo
le fueron concedidas, fueron medios por los cuales Cristo le capacitaba para certificar su apostolado,
especialmente dirigido a los gentiles, y para traer a éstos a la obediencia, luego tales señales y prodigios
estatian íntimamente relacionados con su ministerio.
Hebreos 2:3-4 arroja una luz diáfana sobre el propósito de los dones milagrosos del Espíritu:
"¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido
anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios
juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo
según su voluntad". De acuerdo con este pasaje, la palabra de salvación la pronunció primero Jesucristo
mismo. Luego fue confirmada tanto al escritor como a los lectores de esta epístola por aquellos que la
habían escuchado del Señor, pues seguramente la última frase se refiere a los apóstoles. La expresión
"repartimientos del Espíritu Santo" se refiere claramente a carismas tales como los descritos en 1.a
Corintios 12:8-10. La función, pues, de estas señales, prodigios y dones milagrosos del Espíritu que
acompañaban la predicación del evangelio se describe aquí como función de confirmación, en el sentido
de que Dios daba testimonio de los apóstoles por tales dones y así confirmaba el mensaje de salvación a
esta "segunda generación" constituida por los lectores de la carta a los Hebreos.
Por esta y otras porciones similares del Nuevo Testamento aprendemos que el propósito y la función de
los dones milagrosos del Espíritu era presentar a los apóstoles como auténticos mensajeros de Dios y
confirmar el evangelio de salvación que predicaban. Estos carismas milagrosos eran las "señales del
apostolado". Eran también el medio del que Dios se servía para "testificar" dé la palabra de su gracia,
confirmando tal palabra y asegurando a quienes escuchaban que era fírme y verdadera. Siendo este el
caso, podemos comprender bien la razón por la cual estos dones milagrosos abundaron tanto en la era
apostólica, e igualmente, por qué desaparecieron cuando los apóstoles hubieron de dejar su misión aquí.
Si los dones milagrosos se dieron con el propósito que hemos visto, de acreditar a los apóstoles como
tales, no eran necesarios una vez que los apóstoles habían terminado su misión.
El segundo de los principales argumentos contra la opinión de que los dones milagrosos se encuentran
aún en efecto en la Iglesia actual es el tomado de la historia. En otro lugar he sintetizado la evidencia
existente para demostrar que la glosolalia ha estado casi completamente ausente de la historia de la
Iglesia desde el A. D. 100 hasta 1900 (What about tongue speaking?, páginas 10-24). Parece ser que la
glosolalia se dio sólo ocasionalmente durante el citado período, y que cuando ocurrió, no fue en los
mayores sectores de la Iglesia Cristiana histórica, sino en grupos minoritarios. El hablar en lenguas se
encontró que no formaba parte de la gran tradición de la Iglesia histórica, sino un fenómeno aislado, que
se daba esporádicamente, bajo circunstancias excepcionales.
En cuanto a lüs otros dones espirituales de tipo milagroso, debemos notar que Benjamín B. Warfield, que
ha realizado un meticuloso y bien documentado estudio del asunto, insiste en afirmar que las curaciones
milagrosas como solían hacerlas los apóstoles cesaron tras la muerte de los apóstoles (Counterfeit
miracles —Falsos milagros—, pp. 1-31). En un capítulo posterior Warfield examina algunos relatos de
"Maravillas patrísticas medievales" y su conclusión es que tales maravillas, con toda probabilidad, no eran
milagros. En un artículo titulado "The Ministry of healing" ("Ministerio de sanidad"), el Rvdo. J. S. McEwen
examina lo que se ofrece como evidencia de un amplio ministerio de sanidades en la Iglesia
inmediatamente post-apostólica, y lo encuentra muy poco convincente (Scottish Jour-nal of Theology —
Revista Escocesa de Teología—, Vol. VII, 1954, pp. 133-52). Su conclusión es: "Por lo que veo, sólo
puede sacarse una conclusión honrada de los datos que hemos examinado, y esta es que si se descuenta
el exorcismo de demonios, queda muy escasa evidencia del gran ministerio de sanidad en la Iglesia sub-
apostólica" (P. 140).
El hecho de los dones milagrosos del Espíritu tales como la glosolalia estuvieran prácticamente ausentes
durantes dieciocho siglos y que el don de sanidad que los apóstoles poseían no se hicieran patentes
después de la muerte de los apóstoles debiera hacernos pensar. El testimonio de la historia de la Iglesia
indica que el Espíritu Santo no ha continuado ungiendo al pueblo de Dios con estos dones, aun cuando ha
continuado guiando a la Iglesia a toda verdad. Si estos Aones milagrosos se dieron para que
permaneciesen en la Iglesia, ¿por qué cesaron? Si eran esenciales para la vida de la Iglesia, ¿por qué
privó Dios de ellos a su pueblo? Parece inevitable sacar en conclusión que nunca hubo la intención de que
tales doner perdurasen en la Iglesia.
Hemos considerado los dos argumentos principales que nos hacen pensar que los dones milagrosos del
Espíritu no están ya_presentes en la Iglesia actual: El argumento de la Escritura y el de la historia.
Ambos son de peso y deben ser considerados con ponderación por todos aquellos que desean llegar a
una conclusión definitiva sobre este asunto.
Pero de más peso aún que estos argumentos es el hecho de que no encontremos en el Nuevo
Testamento la menor instrucción en el sentido de que la Iglesia deba continuar ejerciendo tales dones
milagrosos. Incluso en 1.a Corintios 12-14, donde Pablo relaciona algunos de tales dones, el apóstol no
ordena a sus lectores que sigan manifestándolos, sino que, por el contrario, hace hincapié en que el
Espíritu distribuye los dones como El quiere y en forma variada. Aunque dice mucho en estos capítulos
acerca de la glosolalia, en ninguna parte incita a sus lectores a que anhelen hablar en lenguas. Les dice,
ciertamente, que no prohiban el hablar en lenguas, pero que "procuren los dones mejores" (14:39).
Aunque estas palabras iban dirigidas a una congregación en la que el don de lenguas estaba presente, sin
ningún género de duda, el escritor inspirado no les dice a sus lectores que continúen cultivándolo como
medio la altura de su vida espiritual; por el contrario, les aconseja que cultiven la profecía, con la que
pueden edificar a sus hermanos (14:2-3-39). Lo importante, dice Pablo, no es buscar la manifestación de
los poderes milagrosos o espectaculares de la glosolalia para impresionar a los oyentes, sino hacer
aquello que más puede beneficiar a la Iglesia.
Al pasar de 1.a Corintios a las otras epístolas del Nuevo Testamento, es muy significativo que no
encontremos referencia alguna a estos ca-rismas milagrosos. Ni en las epístolas paulinas (fuera de 1.a
Corintios) ni en las otras se halla la menor alusión al don de lenguas. En ninguna de ellas —ni aun en 1.a
Corintios— encontramos una sola palabra de ánimo para que los creyentes sigan hablando en lenguas a
fin de que tal práctica transforme o eleve sus vidas. Además, tampoco hallamos en el resto de las
epístolas ninguna alusión a los dones de sanidades. Esta expresión, en realidad, se encuentra sólo en 1.a
Corintios 12, donde ocurre tres veces (w. 9, 28 y 30). Ni aun en este capítulo les dice Pablo a los
corintios que continúen manifestando tales dones; sólo les dice que éste es uno de los dones del Espíritu,
y que no todos lo reciben. No hay Indicación alguna, ni en las otras epístolas paulinas ni en las no
paulinas, de que los dones de curaciones hayan de tener lugar permanente en la vida de la Iglesia. No
hay amonestación apostólica en el sentido de que los creyentes hayan de continuar ejercitando los dones
de sanidades. La única aparente excepción a este silencio es Santiago 5:14-15, Sin embargo, este pasaje
no describe el ejercicio por los apóstoles de los dones de sanidades, sino más bien la oración de los
ancianos por el enfermo. Se recomienda, indudablemente. la oración por los enfermos, pero sin hacer
mención de los dones de sanidades. (Un tratado reciente que puede servir de ayuda para el estudio de
los dones milagrosos del Espíritu lo constituye la obra Tongues, healing, and you —Las lenguas, las
sanidades y tú—, por Don W. Hillis.)
Como antes hicimos notar, los carismas mencionados en el Nuevo Testamento no sólo incluyen los
llamados milagrosos, sino también los no milagrosos, incluso en Hechos y 1.a Corintios. Vamos a ver
ahora otra lista de carismas en el Nuevo Testamento, que no incluye los dones espectaculares dados en
1.a Corintios 12:8-10. Esta lista se halla en Romjanos 12:6-8:
"De manera que teniendo diferentes dones (carismas), según la gracia que nos es dada, si el de profecía,
úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que
exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace
misericordia, con alegría."
Esta lista es especialmente significativa ya que Pablo les escribió a los creyentes de Roma después de
haberlo hecho a los de Corinto. Probablemente se encontraba en Corinto cuando escribió a los Romanos
(ver Romanos 16:23 con 1.a Corintios 1:14). Como ya vimos, los dones espectaculares eran muy
evidentes en Corinto: las sanidades, la glosolalia, etc. En 1.a Corintios 12 a 14, Pablo les había dado a los
corintios consejos pastorales en cuanto al uso de los dones espirituales que existían entre ellos. La
Epístola a los Romanos contiene una exposición del evangelio tan completa como pueda hallarse en
cualquier otra de las cartas paulinas; más bien parece un sumario de la forma en que Pablo predicaba el
evangelio en sus viajes misioneros. Si él hubiese creído que los dones espectaculares del Espíritu más
arriba mencionados habían de manifestarse siempre que se reunieran los creyentes, ciertamente lo
hubiera manifestado en esta carta a los Romanos, especialmente por estar escribiéndola en Corinto,
donde los dones espectaculares parecían ser muy corrientes. Sin embargo, en su lista de los carismas en
Romanos 12:6-8, Pablo omite precisamente los espectaculares o milagrosos.
Los dones que menciona aquí son siete: profecía, servicio, enseñanza, exhortación, reparto, presidencia y
misericordia. El único don que pudiera de una u otra forma considerarse milagroso, de los dados en esta
lista, es la profecía. Este parece haber sido un don mediante el cual la persona recibía revelaciones
específicas de Dios, o quedaba capacitada para explicar el plan de la salvación, y eventualmente, predecir
el futuro. Este es el don que se menciona en primer lugar en la lista, lo que no podemos pasar por alto
puesto que es precisamente el don que Pablo recomienda a los corintios que procuren y cultiven, con
preferencia a la glosolalia. Tampoco podemos dejar de observar que no se hace aquí referencia alguna a
los dones de sanidades, glosóla" lia ni interpretación de lenguas. Lo que Pablo había hecho resaltar en 1.a
Corintios 14:3 acerca de la profecía, es que "el que profetiza habla a los hombres para edificación,
edificación y consolación". Si Pablo menciona este don en Romanos 12 es evidentemente para realzar su
utilidad para la edificación e instrucción de la iglesia, y no para ensalzar su valor como manifestación
espectacular de poder.
El hecho de que los carismas más espectaculares no se mencionen en Romanos 12 se hace más notable
si tenemos en cuenta que Pablo, en Romanos 15:19, les recuerda a sus lectores que la "potencia de
señales y prodigios" había acompañado a su predicación del evangelio. Pablo mostraba su agradecimiento
porque tales señales espectaculares hubiesen ocurrido al predicar él el evangelio, lo que significa que su
función propia era dar fe de la autenticidad del mensaje evangélico. Pero no insiste en que tales señales y
prodigios deban continuar manifestándose cada vez que los creyentes se reúnan. La edificación de la
Iglesia, indica aquí el apóstol, será mejor servida por dones del Espíritu tan poco espectaculares como la
enseñanza, la presidencia y la misericordia.
En las Epístolas Pastorales, Pablo enumera las calificaciones que han de tener los que ejerzan ministerios
en la Iglesia. Nuestros amigos neo-pentecostales nos dicen que el hablar en lenguas es un don del
Espíritu de un valor especial para mantener un alto nivel de vida espiritual. Si así fuese, habríamos de
esperar que Pablo les recomendase a Timoteo y a Tito que buscasen especialmente este don en aquellos
que hubieran de elegir para darles algún ministerio en las iglesias, ya que tales personas habían de ser
líderes espirituales. Pero ni en 1.a Timoteo 3:1-13 ni en Tito 1:5-9, donde se enumeran tales
calificaciones, hace Pablo la menor alusión al hablar en lenguas, ni al don de sanidad. Los carismas que
aquí se colocan en lugar prominente son el de enseñanza y el de presidencia o gobierno (1.a Timoteo
3:2-4-12; Tito 1:6-9; ver también la Timoteo 5:17 y 2.a Timoteo 2:24). Este último pasaje, 2.a Timoteo
2:2,4 es especialmente instructivo en cuanto al asunto que nos ocupa: "Lo que has oído de mí ante
muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros". Si los
carismas milagrosos tales como el de hablar en lenguas y el de sanidades estaban aún presentes en la
Iglesia cuando Pablo escribió esta carta pastoral (cerca del final de su vida), él no los menciona en
absoluto. Lo que Pablo insiste en que es necesario para el bienestar y el continuo crecimiento de la
Iglesia es un número de dones que nada tienen de espectaculares, extáticos ni milagrosos, como la
capacidad para gobernar y para enseñar.
En suma, pues, podemos decir que, en cuanto concierne a la permanencia de los carismas llamados
milagrosos, debemos al menos sostener muy serias dudas. Su función fue la de acreditar la autenticidad
del evangelio en lo que hoy llamaríamos su lanzamiento, y servir de credencial a los apóstoles como
agentes autorizados por Dios para fundar la Iglesia. Terminada esta misión, han desaparecido
prácticamente de ésta. Por lo que respecta a la utilidad de estos carismas, no sólo albergamos dudas,
sino que hemos de reconocer honradamente los hechos: en el Nuevo Testamento tomado en su totalidad,
no se recomiendan los carismas de tipo milagroso para la continuidad de la vida de la Iglesia, sino los de
carácter no milagroso. No hay mandamiento apostólico en el sentido de que la Iglesia continúe hablando
en lenguas ni ejerciendo el don de sanidades, mientras que, por el contrario, sí hay mucha exhortación
para que se cultive los dones no milagrosos como gobernar, enseñar, servir, repartir y hacer
misericordia.
Es verdad, indudablemente, que la Iglesia debe continuar mostrando el poder del Espíritu Santo en su
vida y en su adoración actualmente. Tal poder, ,sin embargo, habrá de verse en el poder dinámico del
evangelio de Jesucristo para cambiar la vida del pecador, antes que en los fenómenos de tipo milagroso,
extático y espectacular. Esto es lo que las Escrituras enseñan. Nótese, por ejemplo, que el Nuevo
Testamento nos habla del evangelio como el poder de Dios para salvar (Romanos 1:16), del poder del
Espíritu revelado en la predicación (1.a Corintios 2:4), de un poder que se perfecciona en la flaqueza (2.a
Corintios 12:9), de la "supereminente grandeza" del poder de Dios que está a la disposición de los
creyentes para que vivan victoriosamente en Cristo (Efesios 1:19-20), del poder por el cual los creyentes
son guardados para una salvación que se ha de revelar en el tiempo postrero (l.a Pedro 1:5), y de un
poder por el cual podemos hacerlo todo en Cristo, que nos fortalece (Fili-penses 4:13).
El título de este capítulo sugiere una relación entre los dones del Espíritu Santo y los frutos del mismo.
Habiendo hablado de los dones con bastante detalle, examinemos ahora lo que la Escritura dice en
cuanto a los frutos del Espíritu.
Pablo describe el fruto del Espíritu Santo en el capítulo 5 de la Epístola a los Gálatas. Después de indicar
que quienes han sido justificados por la fe en Cristo no deben sujetarse al yugo de la esclavitud, sino que
deben ejercer la libertad con la cual Cristo los hizo libres. Pablo pasa a indicar que la clave para la nueva
libertad del cristiano se halla en el Espíritu Santo. El cristiano tiene que vivir, no primordialmente en la
obediencia a un conjunto de reglas, sino en el poder y bajo la guía del Espíritu Santo: "Andad en el
Espíritu, y no satisfaréis el deseo de la carne" (5:16, vers. H-A). Después de bosquejar la antítesis entre
carne y espíritu, enumera Pablo ciertas "obras de la carne" (vv. 19-21), y a continuación, como
contraste, nos da la descripción del fruto del Espíritu: "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley" (vv. 22-23).
Lo primero que nos llama la atención al leer esta lista que Pablo hace es que el fruto del Espíritu se
considera singular, uno sólo. Aunque a veces tendemos a hablar en plural, los frutos del Espíritu,
considerando cada uno aisladamente, en Gálatas 5:22 se habla en singular, mientras que de las obras de
la carne se habla en plural. Aquí tenemos muchas obras de la carne y un solo fruto del Espíritu. Es
posible que con este contraste Pablo quiera significar que, mientras que la vida en la carne no tiene
unificación de propósito, en la vida en el Espíritu hay armonía y unidad de propósito, porque cuanto más
unidos al Espíritu vivamos, mejor cumpliremos el fin para el cual debemos vivir, que es glorificar y alabar
a nuestros Dios.
No es este, sin embargo, el único contraste que hallamos aquí. Pensemos en los diversos dones del
Espíritu que antes hemos bonsiderado. Al leer este pasaje observamos que, aunque los dones del Espíritu
son muchos, el fruto es sólo uno. Tanto en 1.a Corintios 12 como en Romanos 12, la palabra dones está
en plural, y la clara enseñanza de estos capítulos es que no todos los creyentes tienen todos los dones.
Según se expresa Pablo en 1.a Corintios 12:31, todos debemos "procurar los mejores dones", mientras
que el fruto del Espíritu, según Gálatas 5, debe llevarlo entero todo cristiano. Mas los dones no han de
buscarse nunca, aparte del fruto, y existe una limitación acerca de los dones que no es de aplicación al
fruto. Puesto que no hallamos en el Nuevo Testamento exhortación para que sigamos ejerciendo los
dones llamados milagrosos, no hemos de buscarlos. Incluso los dones no milagrosos no están repartidos
por igual sobre todos, sino que hemos de procurar ejercitar aquellos que el Espíritu nos ha dado, pero sin
asumir que los tenemos todos. Por el contrario, cada cristiano debe manifestar en su totalidad el fruto del
Espíritu.
Además, el hecho de que el fruto del Espíritu sea uno solo tiene otra implicación. Significa que el
progreso en la madurez espiritual no es principalmente cuestión de practicar hoy una virtud y mañana
otra, a nuestro antojo. No se trata de decirse uno a sí mismo: esta semana voy a practicar el amor, la
próxima cultivaré el gozo. y la siguiente me dedicaré a la paz. El crecimiento espiritual es principalmente
la entrega total, como hábito en nosotros, al Espíritu Santo, dejarse guiar por El, caminar en El día por
día y hora por hora. Cuando así lo hagamos estaremos creciendo en todas estas virtudes —el fruto del
Espíritu— a la par.
Esta consideración nos conduce de la mano a una segunda observación sobre el fruto del Espíritu: el
propio nombre de fruto nos hace pensar en crecimiento, como el fruto de una planta o un árbol. Cuando
el fruto se deja ver en un árbol frutal, es muy pequeño, y tiene que transcurrir toda una estación para
que alcance su tamaño total y su sabor. Siguiendo este símil podemos decir que producir el fruto del
Espíritu es cosa de toda la vida. No esperamos ver el fruto del Espíritu a pleno tamaño y en sazón en un
recién convertido: tiene que haber un proceso de crecimiento y madurez. Tampoco podemos creer que el
producir el fruto del Espíritu sea sólo cosa de dejar transcurrir el tiempo, o hallarse en el clima adecuado
—como lo del Bautismo en el Espíritu como experiencia posterior a la conversión, como lo esperan
nuestros amigos neopentecostales—, sino que se trata de un proceso espiritual, en el que el creyente ao
puede permanecer pasivo, tino que implica una disciplina do oración, confianza y lucha espiritual que
dura tanto como la vida del creyente en la tierra.
He aquí una tercera observación sobre el fruto del Espíritu: es un fruto múltiple. Es sólo un fruto, pero
con muchas facetas, nueve en realidad, que son las nueve virtudes cristianas, que podemos dividir en
tres grupos: virtudes que se refieren a nuestra disposición básica hacia Dios y los hombres, virtudes
relacionadas con nuestros semejantes, y virtudes que se refieren a nosotros mismos.
Las tres primeras virtudes que se mencionan en Gálatas 5:22-23 son amor, gozo y paz. Como queda
dicho, son las relacionadas con nuestra disposición hacia Dios y hacia los hombres. El amor, como la más
importante de todas las virtudes (que en otro lugar se llama el cumplimiento de la ley), viene en primer
lugar. Al no especificarse cuál es el objeto del amor hemos de entender que se trata de amor tanto para
Dios como para el hombre. Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos. El
vocablo griego que se ha traducido aquí por amor, ágape, significa que es el amor que se entrega a sí
mismo sin pedir nada a cambio, sin buscar su propio beneficio, sino que se entrega de modo totalmente
altruista. Recordemos que también en el Cap. 13 de 1.a Corintios enfatiza Pablo la prioridad del amor,
cuando está ocupándose de los dones del Espíritu. En aquel pasaje la lección de Pablo es que el mejor y
más brillante de los dones del Espíritu, sea hablar en lenguas, profecía, ciencia, u otro, sin amor, es
huero, vano como címbalo que retiñe, y de nada sirve.
A continuación viene el gozo. Este debe ser, en primer lugar, el gozo que significa el estar en Cristo,
"gozo inefable y glorioso", según expresión de Pedro (1.a Pedro 1:8). Un gozo de esta magnitud, aunque
provenga de estar en Cristo, no tiene más remedio que reflejarse en nuestras relaciones con los demás,
especialmente en nuestra comunión con los otros creyentes. Es muy triste tener que reconocer el estado
de anemia de nuestra fe cristiana manifestado en la falta de gozo de tantos creyentes, habiendo llegado
este estado de cosas hasta el punto de parecerles a muchos de ellos que la mayor muestra de piedad es
andar siempre con la cara larga y hablar en tono de sufrimiento. Si de veras andamos en el Espíritu, nos
dice Pablo en estas palabras, nuestra vida brillará con el gozo del cristiano, un gozo tan profundo y
genuino que jamás podrá nada arrebatárnoslo.
La tercera virtud es la paz que, naturalmente, se refiere en primer lugar a la paz con Dios, la que brota
como consecuencia de la seguridad de la reconciliación con Dios en Cristo Jesús, la seguridad de que
todos nuestros pecados han sido perdonados, que hemos sido totalmente aceptados por Dios y que El
nos ha dado todos los privilegios inherentes a la adopción. La paz que Dios nos da es duradera, una paz
que "sobrepasa todo entendimiento". ¿Cómo puede una paz así dejar de afectar a todos los aspectos de
nuestra vida? Tiene que producir en nosotros felicidad en lugar de tristeza, confianza en lugar de
preocupación, serenidad en lugar de constante agitación.
Las tres virtudes que van a continuación se refieren a nuestras relaciones con el prójimo. La paciencia
significa el ser lentos para la ira, pacientes con los demás, dispuestos a perdonar a quienes nos hagan
mal y a soportar a quienes nos molesten. Esta virtud es una de las caras del amor: "el amor es sufrido,
es benigno" (1.a Corintios 13:4). Implica la actitud de aceptar a los demás como son, con sus defectos y
lacras, puesto que Dios nos ha aceptado a nosotros tal y como somos.
La benignidad lleva consigo la cortesía, la amabilidad, el ocuparse de los sentimientos ajenos, pero
penetra más profundamente aún. La benignidad es la virtud que Jesús revelaba estando siempre
dispuesto a hacer el bien a los pecadores arrepentidos. Por ser contraria a la aspereza, la benignidad
significa dulzura, amabilidad en el trato, la amorosa aproximación al prójimo.
La próxima virtud que viene en la lista, que frecuentemente se ha traducido por bondad, es más difícil de
definir. Tal vez pudiéramos traducirla mejor por beneficencia o caridad, si no se hubiese abusado tanto
de estos términos. Es una disposición de ánimo para hacerles bien a los demás. Algunas veces, esta
bondad o beneficencia pudiera revelarse en la reprensión o la corrección. R. C. Trench, en su Sinónimos
del Nuevo Testamento encuentra esta virtud revelada por Cristo cuando echó a los mercaderes del
templo (p. 234). La beneficencia debiera revelarse en nuestros días, entre otras cosas, en la
preocupación social. Todo reavivamiento religioso que se preocupa exclusivamente de nuestra propia e
individual "felicidad en el Señor" y no tiene en cuenta las necesidades físicas y espirituales del prójimo, es
un fraude. El amar al prójimo como a nosotros incluye, sin duda alguna, la voluntad de cooperar a la
solución de los graves problemas del mundo del siglo XX: la pobreza, el racismo, las drogas, el crimen, la
contaminación del ambiente, y otros por el estilo, según el lugar de que se trate.
El último grupo de tres virtudes comprendido en el fruto del Espíritu se compone de virtudes relacionadas
con nosotros mismos. La llamada fe o fidelidad se refiere al hecho de realizar a conciencia la tarea que
Dios nos proponga. En la parábola de los talentos (Mateo 25:14-30) lo más importante no es el número
de talentos que uno tenga, sino la fidelidad con que los usa en servicio de su Señor. La fidelidad incluye
la confianza que pueda colocarse en nosotros. La persona fiel mantiene su palabra y no retrocede cuando
ha hecho una promesa.
La mansedumbre, que es la virtud siguiente, es lo opuesto a la arrogancia, la rebeldía y la violencia.
Brota de la humildad e implica una disposición para someterse a los demás siempre que tal sumisión no
sea contraria a la voluntad de Dios, La persona mansa no insiste en obrar siempre a su modo, sino que
está dispuesta a cooperar con los demás.
La última de las virtudes mencionadas es la templanza, que literalmente significa el "poder interior", es
decir, la capacidad de controlarse a sí mismo. Es la virtud que nos permite controlar nuestras
inclinaciones de forma que no estemos enteramente a merced de nuestros apetitos ni de nuestro genio.
Se entiende, desde luego, que esta virtud, como las demás que se han descrito, no podemos ejercerla
con nuestro propio poder, sino sólo en el poder del Espíritu.
Estas nuevas virtudes, pues, componen el fruto del Espíritu. Si nos entregamos más por entero al Espíritu
Santo creceremos, no en una o dos de estas virtudes, sino en todas ellas. Semejante entrega al Espíritu
Santo es el mejor antídoto contra una vida espiritualmente pobre y egocéntrica. La promesa de Dios es:
"Andad en el Espíritu y no satisfaréis los deseos de la carne" (Gálatas 5:16. Vers. H-Americana).
En este capítulo nos hemos ocupado de los dones del Espíritu y del fruto del Espíritu. Al reflexionar en lo
que hemos hallado en la Escritura sobre el tema hemos de sacar en conclusión que necesitamos tanto los
dones como el fruto del Espíritu. Decir que necesitamos el fruto con preferencia a los dones, como a
veces se hace, significaría reducir el valor de los dones del Espíritu. Necesitamos los unos y el otro.
Sin embargo, en nuestro deseo y búsqueda de los dones del Espíritu hemos de observar ciertas
precauciones. En primer término, no hemos hallado evidencia en el Nuevo Testamento de que la Iglesia
de nuestros días haya recibido instrucciones de buscar los dones llamados "milagrosos", como hablar en
lenguas o realizar curaciones. Tampoco hemos encontrado evidencia de que el hablar en lenguas sea ni
una prueba de haber recibido el "bautismo del Espíritu" después de la conversión, ni un medio especial
que capacite para vivir a un nivel espiritual más elevado que quienes no tienen tal don. No hay base
escritural, por tanto, para asegurar que los creyentes deben buscar actualmente estos dones milagrosos.
Además, no todos los creyentes deben buscar todos los dones del Espíritu que siguen siendo distribuidos
al pueblo de Dios, puesto que tales dones se distribuyen por el Espíritu, "repartiendo a cada uno en
particular como El quiere". Dios no ha prometido en ningún sitio que todos y cada uno de los creyentes
recibirían todos los dones. Esto significa, entre otras cosas, que no debemos envidiar los dones de
nuestro hermano, ni pensar que somos inferiores al hermano que tiene más dones que nosotros, sino que
debemos esforzarnos en servir al Señor de todo corazón con los dones que nos haya dado.
Y como ya hemos dicho, nunca debemos buscar los dones del Espíritu en detrimento del fruto del
Espíritu. Pablo deja bien sentado que el ejercicio de los dones espirituales fuera del ambiente del amor es
contrario al propósito para el cual el Espíritu los reparte (1.a Corintios 13:1-3). El magisterio es un don
valiosísimo, pero aquellos cuya enseñanza tiene sus raíces en la vanidad de su conocimiento, y causa
disensiones y murmuraciones los condena la Escritura en términos que no dejan lugar a dudas (1.a
Timoteo 6:3-5). Él don de gobernar o dirigir debe inspirar en el hermano que lo posea un sentido de
agradecimiento, pero Diótrefes, abusando de "tener el primer lugar entre ellos", parlotea con palabra
malignas, y es duramente reprendido por el apóstol Juan (3.a Juan 9-10). La advertencia de estos
escritores del Nuevo Testamento sigue siendo válida para nosotros: todo aquel que se preocupa más de
exhibir los dones que el Espíritu le ha dado que de mostrar en su vida el fruto del Espíritu, como el que
se goza desmesuradamente en la posesión de ciertos dones y no demuestra fructificar con el fruto del
Espíritu, se encuentra en desacuerdo con la voluntad de Dios.
Por el contrario, el ejercicio de los dones del Espíritu, revelando al mismo tiempo su fruto, traerá consigo
grandes bendiciones. La más segura prueba de estar lleno del Espíritu Santo es la manifestación en
nuestra vida de los dones y del fruto del Espíritu, lo que significa utilizar los dones, no para nuestros
propios fines egocéntricos, sino para edificación de los demás, mien tras nosotros mismos crecemos en la
abundancia de fruto espiritual.
No descuidemos los dones espirituales; pero, sobre todo, busquemos el fruto del Espíritu. Pues donde
existe una entrega total al Espíritu, su fruto será abundante.

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