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ALAN GREENSPAN
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Barcelona • Bogotá • Buenos Aires • Caracas • Madrid • México D.F. • Montevideo • Quito • Santiago de Chile
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La Casa Blanca y los líderes de ambos partidos han coincidido con la evaluación
de Greenspan de que el nuevo gasto y los recortes fiscales deberían ascender a un
total cercano al 1 por ciento de la renta nacional del país, de que deberían dejarse
notar con rapidez y no amenazar con inflar tanto el déficit en el futuro que eleven
en el acto los tipos de interés a largo plazo.»
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Chaval de ciudad
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A mi hijo Alan:
Que este mi esfuerzo inicial contigo siempre presente se rami-
fique en una cadena sin fin de esfuerzos parecidos para que en tu
madurez puedas echar la vista atrás y afanarte por interpretar el
razonamiento que hay detrás de estas predicciones lógicas y comien-
ces una obra similar de tu propia cosecha.
Tu padre
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La formación de un economista
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La mujer con la que me casé era Joan Mitchell, una historiadora del
arte de Winnipeg, Manitoba, que había acudido a Nueva York para
estudiar en el Instituto de Bellas Artes de la NYU. Nos conocimos en
una cita a ciegas: entré en su piso y tenía puesta una de mis grabacio-
nes favoritas. La música clásica era una pasión compartida. Salimos
durante varios meses, nos casamos en octubre de 1952 y nos separamos
al cabo de un año, más o menos. Sin entrar en detalles, diré que yo fui
el principal problema. No tenía una comprensión real del compromi-
so necesario para el matrimonio. Había tomado una decisión intelec-
tual, no emocional, diciéndome: «Esta mujer es muy inteligente. Muy
bella. No encontraré nada mejor.» Mi error fue si cabe más doloroso
porque Joan es una persona extraordinaria. Por suerte, seguimos siendo
amigos en la actualidad.
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Ciudadano particular
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* Años más tarde, descubrí que a Reagan siempre le preocupó que sus aseso-
res lo «sobreinformaran»; en la campaña de 1984, culpó a la sobreinformación de
su pobre imagen contra Mondale en el primer debate televisado.
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Lunes negro
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* Cuando el FOMC cambia ese tipo, el comité encarga a la llamada mesa del
mercado abierto de la Fed en Nueva York que compre o venda bonos del Tesoro,
a menudo por valor de miles de millones de dólares en un día. Las ventas por parte
de la Fed actúan como freno, al retirar de la economía el dinero recibido en la tran-
sacción e impulsar hacia arriba los tipos de interés a corto plazo, mientras que la
compra actúa a la inversa. Hoy en día se anuncia públicamente el tipo de fondos
federales que busca el FOMC, pero en aquellos tiempos no era así, de modo que
las firmas de Wall Street encomendaban a «vigilantes de la Fed» que adivinasen los
cambios de política monetaria a partir de las acciones de nuestros operadores o
los cambios en nuestro balance, que se daba a conocer cada semana.
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* Para que conste en acta, a la vez que aprendía la jerga de la Fed, le decía en
broma al personal: «¿Qué ha sido de la lengua inglesa?»
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Cuando George Bush ganó ese otoño, tuve esperanzas de que la Fed
y su Administración se entendieran. Todo el mundo sabía que quien-
quiera que sucediese a Reagan afrontaría grandes desafíos económicos:
no sólo un eventual descenso del ciclo económico, sino déficits de vér-
tigo y una rápida acumulación de la deuda nacional. Yo pensaba que
Bush había subido la apuesta de manera sustancial cuando en su discurso
de aceptación en el congreso republicano había declarado: «Léanme los
labios: ni un impuesto nuevo.» Era una frase memorable, pero en al-
gún momento iba a tener que atacar el déficit... y se había atado una
mano a la espalda.
A la gente le sorprendió el tesón con el que la nueva Administra-
ción sustituyó a los nombramientos de Reagan. Mi amigo Martin An-
derson, que desde hacía tiempo había cambiado Washington por la
Hoover Institution de California, bromeaba diciendo que Bush había
despedido a más republicanos de los que habría echado Dukakis. Pero
le dije que no me importaba. Era la prerrogativa de un presidente nuevo,
y las decisiones no afectaban a la Fed. Además, la cúpula económica
entrante —el secretario del Tesoro Nicholas Brady, el director del Pre-
supuesto Richard Darman, el presidente del Consejo de Asesores Eco-
nómicos Michael Boskin, y otros— eran conocidos profesionales y
amigos míos. (Jim Baker, claro está, ascendió al cargo de secretario de
Estado.)
Mi principal preocupación, compartida por muchos altos cargos de
la Fed, era que la nueva Administración acometiese el déficit en el acto,
mientras la economía todavía era lo bastante fuerte para absorber el
impacto de unos recortes en el gasto federal. Los grandes déficits ejercen
un efecto insidioso. Cuando el Gobierno gasta de más, tiene que pedir
prestado para equilibrar sus cuentas. Toma prestado vendiendo bonos
del Tesoro, lo que desvía un capital que de otro modo podría invertirse
en el sector privado. Nuestros déficits estaban alcanzando unas cifras
tan altas —muy por encima de los 150.000 millones de dólares al año
de media durante cinco años— que estábamos socavando la economía.
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* ¿Cómo sabían tanto esas personas? En 1991 por fin se lo pregunté a Gri-
gori Yavlinski, uno de los principales reformadores de Gorbachov. Se rió y me lo
explicó: «Todos teníamos acceso a libros de econometría en las bibliotecas univer-
sitarias. El Partido dictaminó que, puesto que se trataba de obras matemáticas, eran
puramente técnicas y estaban desprovistas de contenido ideológico.» Por supuesto,
la ideología del capitalismo estaba encarnada en muchas de las ecuaciones: los mo-
delos econométricos giran en torno a las fuerzas motrices de la elección del con-
sumidor y la competencia de mercado. Así, dijo Yavlinski, los economistas sovié-
ticos habían adquirido un considerable conocimiento de cómo funcionaban los
mercados.
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La agenda de un demócrata
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La Fed tuvo sus propias dificultades con el Congreso ese año, y por
varios de los mismos motivos. Nuestro crítico más feroz era el congre-
sista Henry B. Gonzalez de Tejas, el presidente del Comité de Banca
de la Cámara de Representantes. Gonzalez, un irascible populista de San
Antonio, era famoso por haberle dejado un ojo morado a un votante
que le llamó comunista en un restaurante. En diversas sesiones del Con-
greso, Gonzalez había reclamado el impeachment de Reagan, Bush y
Paul Volcker. Sentía una profunda desconfianza por lo que calificaba
de «tremendo poder de la Fed»; me parece que simplemente daba por
sentado que la Junta era un conciliábulo de nombramientos republica-
nos que dirigían la política monetaria pensando más en Wall Street que
en el trabajador de a pie. En el otoño de 1993, Gonzalez cargó las tin-
tas de verdad.
La Fed nunca le había hecho mucha gracia al Congreso, y es pro-
bable que nunca se la haga, aunque fuera el Congreso quien la creó.
Existe un conflicto inherente entre el foco de la Fed, largoplacista por
sus estatutos, y las necesidades a corto plazo de la mayoría de políti-
cos con electores a los que contentar.
Esa fricción a menudo salía a relucir en las sesiones de supervisión.
La Fed estaba obligada a presentar un informe bianual sobre sus deci-
siones de política monetaria y el panorama económico. A veces esas
sesiones desencadenaban debates sustanciales sobre asuntos de primer
orden. Pero con la misma frecuencia suponían un teatro en el que yo
actuaba de atrezo; el público eran los votantes en sus casas. Durante la
Administración Bush, el presidente del Comité de Banca del Senado,
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* The New York Times (16 de noviembre, 1993) citaba unas declaraciones del
congresista Gonzalez en las que se quejaba de que las cintas incluían «comentarios
despectivos sobre un distinguido miembro del Comité de Banca de la Cámara de
Representantes y los miembros de dicho comité en general».
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Euforia irracional
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A finales de los años 90, la economía estaba tan fuerte que por las
mañanas me levantaba, me miraba en el espejo y me decía: «Recuerda
que esto es temporal. Se supone que el mundo no funciona así.»
Me encantaba observar el florecimiento de la economía, además de
los desafíos nuevos y extraños que comportaba aquella prosperidad. La
aparición de un superávit en el presupuesto federal, por ejemplo. Este
prodigioso acontecimiento tuvo lugar por primera vez en 1998. Llegó
tras una racha de cinco años en que el déficit federal fue menguando
constantemente a partir del pico de casi 300.000 millones del año fis-
cal de 1992. El superávit derivaba de factores que creíamos entender:
conservadurismo fiscal y crecimiento económico. Pero la escala del
cambio iba mucho más allá. Nadie en la Fed o en cualquier otra parte
previó el surgimiento en el año 2000 del superávit más abultado (en
relación con el PIB) desde 1948.
La historia nos decía que booms como ése no podían durar ni du-
rarían eternamente. Aun así, el que vivíamos estaba durando más de lo
que me había esperado. A lo largo de los últimos años de la década, la
economía creció a un ritmo superior al 4 por ciento anual. Eso se tra-
ducía en unos 400.000 millones de dólares de prosperidad —equivalen-
tes en tamaño a la economía entera de la antigua Unión Soviética— que
se añadían a la economía estadounidense cada año.
La práctica totalidad de los hogares se beneficiaron. Gene Sperling,
el asesor económico de Clinton, gustaba de llamar la atención sobre la
amplitud de los efectos sociales: entre 1993 y 2000, la típica familia
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¿Qué debemos hacer con este superávit que se prevé? Tengo una
simple respuesta de cinco palabras: primero salvar la Seguridad So-
cial. Esta noche, propongo que reservemos el 100 por ciento del su-
perávit —es decir, hasta el último centavo de cualquier superávit—
hasta haber tomado todas las medidas necesarias para reforzar el sis-
tema de la Seguridad Social de cara al siglo XXI.
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Cuesta abajo
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* El gasto no tiene tope, pero los ingresos de los impuestos no pueden bajar
más allá de cero.
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Desafío a la nación
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* Las cifras sobre los índices mundiales de pobreza proceden del Banco
Mundial y de un estudio del economista de la Universidad de Columbia Xavier
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Sala i Martin. El umbral de un dólar al día está medido en dólares de 1985 sobre
una base de paridad de poder adquisitivo. Los economistas usan la paridad de
poder adquisitivo como alternativa a los tipos de cambio del mercado cuando ca-
libran y comparan las salidas y entradas de un país a otro. Se trata de un modo útil,
por bien que inexacto, de medir el nivel de vida de los residentes de una economía,
en parte porque tiene en cuenta los bienes y servicios «no comerciables», por ejem-
plo, un corte de pelo. El Banco Mundial basa la PPA en los precios de 1985 de los
bienes y servicios básicos en las monedas locales, ajustados a la inflación. Utiliza
la paridad de poder adquisitivo en sus cálculos de los índices mundiales de pobreza
de 1 dólar y 2 dólares por día.
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* Con unos tipos de cambio fijos frente al dólar, se tomaban prestados dólares
estadounidenses para financiar inversiones en préstamos de mayor rendimiento a
prestatarios del este asiático. Con unos tipos de cambio flotantes, el riesgo perci-
bido de semejantes transacciones experimentó un drástico aumento.
** Para cualquier país dado, las exportaciones menos las importaciones no
pueden ser mayores que el PIB menos el cambio de existencias y, para el mundo
en su conjunto, las exportaciones son iguales a las importaciones. Pero no existe
límite a los flujos en bruto.
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* Pese a ello, los aranceles de India siguen doblando los niveles medios de los
países del sureste asiático, lo que aumenta los costes de los materiales consumidos
en la producción para la exportación. India todavía comprende sólo el 2,5 por cien-
to del comercio global en bienes y servicios. China responde del 10,5 por ciento.
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Latinoamérica y el populismo
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* Eso sucedió en Venezuela en 1914, año en que Royal Dutch Shell llevó la
tecnología necesaria para desarrollar sus riquezas.
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* Los ahorros transfronterizos son la suma de las balanzas de los países que
tienen superávit.
** En general, la contabilidad nacional de rentas establece que la brecha en-
tre ahorro interior e inversión interior es equivalente al ahorro exterior neto; el aho-
rro exterior neto es una aproximación cercana a la balanza por cuenta corriente.
*** Existen algunas diferencias técnicas, pero son poco importantes.
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mes cantidades de valores con efectos sólo marginales en los tipos de interés y de
cambio. Por ejemplo, es posible intercambiar miles de millones de dólares en tí-
tulos del Tesoro estadounidense por sumas equivalentes de bonos de alta calidad
por un coste modesto en términos de puntos básicos. En otras palabras, pueden
reunirse grandes acumulaciones o liquidaciones de valores del Tesoro estadouni-
dense con efectos tan sólo modestos en los tipos de interés. Lo mismo vale para
los tipos de cambio. Las autoridades monetarias japonesas adquirieron 20.000
millones de dólares en un solo día hace una serie de años, sin pruebas de impacto
significativo alguno en el tipo de cambio del yen. Meses después, no lo bastante
consciente de la sensibilidad política de ese tipo de operaciones, mencioné públi-
camente la ineficaz adquisición. A mis amigos japoneses no les hizo gracia. Una vez
más, en marzo de 2004, los japoneses pusieron brusco final a un largo período de
intervención muy agresiva contra el yen. El tipo de cambio apenas reaccionó.
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* A menudo me preguntan qué tiene eso de problemático, dado que casi to-
dos los activos estadounidenses están denominados en dólares. ¿Acaso los extran-
jeros no aceptarán pagos en dólares estadounidenses? Sí, por lo general los acep-
tarán, pero si los acreedores deciden retener los pagos de dólares, habrán
aumentado sus inversiones en activos estadounidenses. Si en cambio venden los
dólares a un tercero (a cambio de su moneda), ese tercero estará invirtiendo en ac-
tivos estadounidenses. Si nadie quiere conservar más activos estadounidenses a los
precios del momento, al final los dólares deberán venderse con descuento en el mer-
cado de divisas, lo que ejercerá una presión a la baja en el valor de cambio del dólar.
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* Las inversiones pueden ser, por supuesto, negativas: por ejemplo, la venta
de una casa existente o una liquidación de existencias.
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* Los superávits (y déficits) se miden como renta antes de las partidas ex-
traordinarias, más depreciación, menos gastos de capital. La representación del
valor añadido corporativo es el margen bruto, o las ventas menos el coste de los
bienes vendidos.
** La medida estima los desequilibrios del ahorro menos la inversión entre siete
sectores no financieros consolidados registrados en estadísticas macroeconómicas
estadounidenses: hogares, corporaciones, empresas no corporativas y no agríco-
las, granjas, gobiernos estatales y locales, el Gobierno federal y el resto del mun-
do. Incluyo el sector del «resto del mundo» porque mide los superávits o déficits
de los residentes estadounidenses aunque reflejen la acumulación de posiciones
acreedoras sobre los extranjeros. Los otros seis sectores reflejan únicamente las
posiciones acreedoras sobre/o las obligaciones hacia residentes nacionales.
Sí disponemos de bastantes datos sobre las consecuencias de los superávits y
los déficits: los niveles de deuda y activos no consolidados. El vínculo, por supues-
to, sólo sería exacto si algunas entidades económicas siempre incurrieran en défi-
cit y las restantes siempre presentaran superávit. Así, la acumulación de los défi-
cits ofrecería el cambio en la deuda pendiente no consolidada y la acumulación de
los superávits el cambio en los activos. Si eso fuera cierto, podríamos inferir el gra-
do de dispersión a partir de las estimaciones de activos y pasivos no consolidados.
En verdad, durante el pasado medio siglo, con la excepción del inusual período
1986-91, cuando el hundimiento de la industria de las instituciones de ahorro y
préstamo distorsionó las cifras de deuda, la tasa de cambio tanto en activos como
en pasivos en relación con el PIB nominal en efecto aumentó. Eso de por sí no es
prueba de un aumento de la dispersión, sino una mera estadística más que encaja
con mi presuposición de un aumento en la dispersión que a largo plazo ha supe-
rado el aumento en el PIB nominal.
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Globalización y regulación
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* Buena parte, pero en modo alguno la totalidad, del valor añadido esta-
dounidense aumentado que se acumula a partir de los servicios financieros va a pa-
rar a Nueva York, sede de Wall Street y muchas de las mayores instituciones finan-
cieras del mundo. Sin embargo, también se extiende de una punta a otra de Estados
Unidos, donde se origina y debe financiarse una quinta parte del PIB mundial.
Londres, por supuesto, es un rival al alza de Nueva York y un centro financiero
internacional (según la mayoría de medidas supera a Nueva York en finanzas in-
ternacionales), pero casi toda la actividad financiera británica se origina en Londres.
Las necesidades financieras del resto de Gran Bretaña son, en comparación con las
de Estados Unidos, relativamente pequeñas.
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Por desgracia, cada vez que salen en las noticias los problemas de
un hedge fund, se acumula la presión política para regular el sector. Los
hedge funds corren riesgos y además son muy grandes, es el sentir ge-
neral; ¿acaso no prueba eso que son peligrosos? ¿No debería ponerles
freno el gobierno? Dejando a un lado la mella que esas acciones podrían
hacer en la liquidez del mercado, se me escapa el beneficio de una mayor
regulación gubernamental. Los hedge funds cambian sus carteras con
tanta rapidez que el balance de la noche anterior probablemente sirva
de poco para las 11 de la mañana, de modo que los reguladores tendrían
que escudriñar los fondos prácticamente minuto a minuto. Cualquier
restricción gubernamental al comportamiento de los fondos de inver-
sión (que es lo que hace la regulación) recortaría la asunción de riesgos,
que es parte integral de la contribución de los hedge funds a la econo-
mía global y en especial a la estadounidense. ¿Por qué deseamos inhi-
bir a las abejas polinizadoras de Wall Street?
Digo esto habiendo ocupado yo mismo cargos de regulador durante
dieciocho años. Cuando acepté el nombramiento del presidente Reagan
para dirigir la Fed, lo que me atrajo fue el desafío de aplicar lo que había
aprendido sobre la economía y la política monetaria a lo largo de casi
cuatro décadas. Aun así, sabía que la Reserva Federal también era un
gran regulador bancario y el supervisor de los sistemas de pagos esta-
dounidenses. Por ferviente defensor que fuera de permitir que los
mercados funcionasen sin trabas, sabía que como presidente también
sería responsable del ingente aparato regulador de la Fed. ¿Podría re-
conciliar ese deber con mis creencias?
En realidad, había cruzado ese Rubicón mucho antes, durante mi
temporada en la presidencia del Consejo de Asesores Económicos del
presidente Ford. Aunque el cometido principal del CAE era rebatir los
planes de política fiscal disparatados, sí acepté en alguna ocasión un
aumento de la regulación, cuando parecía ser el mal menor entre las
opciones políticamente disponibles para la Administración. Como
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* Siempre había pensado que el sistema de pagos debería ser plenamente pri-
vado, pero descubrí que Fedwire, el sistema electrónico de transferencia de fon-
dos operado por la Reserva Federal, sí ofrece algo que no está al alcance de ningún
banco privado: pagos finales libres de riesgos. La ventanilla de descuento de la Fed
actúa de prestador de último recurso, una función que el sector privado no pue-
de ofrecer sin perjudicar el valor de los accionistas de un banco.
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El «acertijo»
* Más típico fue el patrón de los tipos de interés a largo plazo en 1994, por
ejemplo. En febrero y los meses siguientes, subimos el tipo de los fondos federa-
les un total de 175 puntos básicos con el objetivo de desactivar un alza incipiente
en las expectativas de inflación. El rendimiento del bono del Tesoro a largo plazo
subió. Sólo a finales de 1994, cuando hubimos subido el tipo de los fondos fede-
rales otros 75 puntos básicos, bajó el rendimiento.
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* Siempre y cuando, claro está, la inversión prevista como proporción del PIB
no caiga a la par.
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* Si la renta real de la mano de obra es una porción fija de la renta nacional real
o PIB, entonces L = a · Y, donde L = renta real de la mano de obra e Y = PIB real,
mientras que a sería la porción del PIB que va a la mano de obra. L = w · h donde
w es el salario real y h el número de horas trabajadas. Dado que w · h = a · Y, enton-
ces w = a · (Y/h), donde (Y/h) = producción real por hora. Así, si a largo plazo la por-
ción de la mano de obra es fija, el salario real debe ser proporcional a la producción
por hora.
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* Los datos sobre la distribución de la riqueza a finales del siglo XIX escasean,
pero la gran preponderancia de ingresos de propiedad confirma los inmensos in-
dicios anecdóticos de esos años. El descenso en la concentración de la renta en la
década de 1930 y a lo largo de la Segunda Guerra Mundial se debió al debilitamien-
to del valor de los activos, las pérdidas de capital, los mercados laborales hiperen-
durecidos de la Segunda Guerra Mundial y los controles de precios y salarios que
inhibieron el funcionamiento de la oferta y la demanda. Dicho sea de paso, una
consecuencia de esos controles fue el surgimiento del seguro médico a costa de la
empresa como medio de atraer a los trabajadores cuyos salarios estaban congela-
dos. Las consecuencias de ese sistema son tristemente evidentes para los fabricantes
estadounidenses de la actualidad.
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* No está claro hasta qué punto reduciría los desembolsos en servicios mé-
dicos un recorte en las prestaciones. Hace varios años, encargué al personal de la
Junta de la Reserva Federal que simulase el nivel de desembolsos en servicios mé-
dicos a lo largo de 2004, asumiendo que los derechos a prestaciones de Medicare
y Medicaid no se hubieran ejercido nunca. El personal concluyó que los desem-
bolsos habrían sido sólo modestamente inferiores. Las eficiencias de mercado, sin
embargo, podrían haber sido bastante notables.
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Gobernación corporativa
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* Puede sostenerse que hay otros factores de por medio. Sin embargo, la com-
petencia global no puede ser una causa importante porque los salarios de los eje-
cutivos en Europa y Japón no han subido ni por asomo tanto como en Estados
Unidos. El argumento de que los consejos de administración están formados por
amiguetes puede explicar el nivel de remuneración empresarial pero no su ritmo
acelerado de los años recientes. El amiguismo empresarial fue si acaso mayor en
años pasados.
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* Arabia Saudí adquirió un control del 60 por ciento de Aramco en 1974 antes
de que fuera plenamente nacionalizada.
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* Los datos sobre la producción a escala mundial y por ende el consumo son
esquemáticos. La OCDE recopila datos razonablemente buenos sobre la produc-
ción, el consumo y las existencias de petróleo de los países industriales, pero la
producción de la OCDE constituye tan sólo una cuarta parte de la mundial. Los
datos de producción de la mayoría de miembros de la OPEP son secreto de Esta-
do. Realizan las estimaciones observadores que cuentan el número y la capacidad
de los petroleros que zarpan de los puertos exportadores. Anotan el calado de los
buques para estimar las toneladas que llevan a bordo. Tras descubrir (en parte gra-
cias a los receptores de las exportaciones) cuál es el peso típico por barril del pe-
tróleo del exportador, los observadores pueden pasar a barriles esas estimaciones
de tonelaje. Para calcular la producción se suma a las exportaciones menos las
importaciones las estimaciones del consumo interior.
Aunque esas estimaciones son aproximadas, los datos recopilados por la
Agencia Internacional de la Energía sí describen el estado general de los equilibrios
petroleros mundiales. La mitad de la capacidad de refinado se encuentra y se mide
con precisión en la OCDE. Gran parte del resto es o bien presentado o bien esti-
mado según métodos razonables. La cuadratura definitiva es si la producción
mundial de crudo, tras los ajustes correspondientes a las existencias, encaja con las
estimaciones de entrada de crudo en las refinerías. Las discrepancias son menores
de lo que me hubiera esperado.
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El futuro délfico
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* Tras un largo descenso desde las semanas laborales de sesenta horas de hace
un par de siglos, las horas medias semanales en la fábrica se estabilizaron en cua-
renta justo después de la Segunda Guerra Mundial y se han mantenido ahí desde
entonces. El desplazamiento de parte del empleo al sector servicios (donde la se-
mana laboral es más corta) se ha visto reflejado en un leve descenso general en la
media semanal.
** Aun en el día de hoy la producción por hora de las granjas es inferior a la
de las regiones no agrícolas, a pesar de las notables mejoras en el rendimiento de
las cosechas y el ganado conseguidas desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
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* Gran parte del PIB, al margen de las empresas no agrícolas, se mide por el
input, no el output, y en consecuencia se asume de forma implícita que carece de
crecimiento de la productividad.
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* Diez años después, en 1975, Moore revisó su análisis y declaró: «No tenía
ni idea de que esto iba a ser una predicción acertada, pero, asombrosamente, en
lugar de diez duplicaciones, tuvimos nueve a lo largo de diez años.» Añadió que
en su opinión la tasa de duplicación en adelante se moderaría hasta un ritmo , aun
así asombroso, de una vez cada dos años. La noción básica de Moore lleva demos-
trándose cierta más de cuatro décadas.
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* Esas tasas son las medidas según el índice de precios del consumo.
** En India, por bien que los centros de llamadas y una pujante industria de alta
tecnología se lleven los titulares, el grueso del empleo sigue siendo rural. Supongo
que el ritmo de la migración de las zonas rurales a las ciudades que producen bienes
y servicios exportables aumentará, pero las cifras todavía no parecen abultadas.
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* Los precios de las exportaciones presentados por China, que han estado
subiendo, parecen reflejar un cambio significativo en la composición de las expor-
taciones hacia los bienes de precio más alto. Los índices de precios de las importa-
ciones estadounidenses tienen pesos de cantidad fijos.
** Este proceso ejerce una especial influencia en el caso de las importaciones
que compiten con bienes de producción interior, y en especial aquellas importa-
ciones que presentan sustanciales diferencias en los costes laborales. Si un impor-
tador ofrece un descuento del 10 por ciento respecto de los precios imperantes en
el mercado, no seguirlo supone una subsiguiente pérdida de nicho de mercado. Si
soy un productor nacional con una modesta porción de mercado, la pérdida de
nicho podría resultar devastadora si mantengo firmes los precios y el resto de pro-
ductores interiores se adaptan al precio del importador. Los riesgos de que eso
suceda son a menudo demasiado altos para contemplarlos. Así, pequeñas cantida-
des de importaciones con frecuencia han obrado el efecto de bajar los precios de
todo un mercado interior estadounidense.
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* Por suerte, con la ayuda del Banco de la Reserva Federal de Nueva York,
este problema en concreto va camino de resolverse.
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* Las grandes perdedoras en cuanto a proporción del PIB para 2030 proba-
blemente serán las manufacturas estadounidenses (a excepción hecha de la alta tec-
nología). Además, el crecimiento continuado de la productividad encogerá aún más
el número de empleos en las manufacturas.
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1. Chaval de ciudad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
2. La formación de un economista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
3. La economía se cruza con la política . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
4. Ciudadano particular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
5. Lunes negro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
6. La caída del muro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
7. La agenda de un demócrata . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163
8. Euforia irracional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
9. La fiebre del milenio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207
10. Cuesta abajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233
11. Desafío a la nación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255
12. Los universales del crecimiento económico . . . . . . . . . . . . 281
13. Las modalidades del capitalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 301
14. Las decisiones que esperan a China . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 331
15. Los tigres y el elefante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 349
16. Los afilados codos de Rusia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 363
17. Latinoamérica y el populismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 375
18. Cuentas corrientes y deuda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 389
19. Globalización y regulación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 409
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Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 571
Nota sobre las fuentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 575
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 579
Índice temático . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 585
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