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QUETZALCOATL - KUKULKAN

ALBERTO MERINO
Todas las culturas tradicionales han dado enorme
importancia al lenguaje gráfico, a los signos, a los símbolos, como
reveladores de una realidad superior que ellos manifiestan. En el caso de
las culturas americanas, en ausencia de un lenguaje escrito, estas
representaciones gráficas cobran una dimensión particularmente
prominente. Son los símbolos sagrados los que transmiten el
conocimiento de la cosmogonía, es en ellos en los que el hombre
encuentra el soporte que le permite el conocimiento del universo y, la
realización, en sí mismo, de la unidad original.

Nuestra sociedad contemporánea ha perdido consciencia del sentido


simbólico de las cosas. La misma idea de simbolismo ha sido relegada a
la de simple representación o alegoría. Aún el lenguaje escrito –
empezando por las mismas letras, como signos de poder, que
manifiestan energías que los trascienden, cuya combinación da lugar a
las palabras, con las que todas las cosas se nombran, y que estas,
concatenadas, expresan todas las ideas expresables– ha perdido su poder
mágico, se ha convertido en letra muerta, palabras huecas e ideas que no
van más allá de si mismas, de su literalidad evidente, desprovistas de
misterio y trascendencia. El pensamiento y las ideas filosóficas tienen
como único reducto este lenguaje, y no se le otorga un valor significativo
a otros vehículos de expresión, particularmente a aquellos signos y
gestos cuya contundente simplicidad ha dejado de ser una virtud y se
equipara con simpleza o falta de profundidad. De esta manera, para el
hombre contemporáneo, los signos tienen un valor profano, utilitario o
decorativo; descriptivo de la variedad de las cosas y de sí mismo, de su
individualidad en lugar de su identidad, de su progresión hacia la
multiplicidad caótica y no de su conexión con la unidad primordial.

Para las antiguas culturas americanas, así como para las sociedades
arcaicas, "primitivas" y tradicionales en general, es muy otra la
valoración de los signos. Aritmética y geometría van más allá de contar,
medir y describir el mundo. Los símbolos representan ideas y energías
que los trascienden, y que ellos manifiestan en una forma directa,
inmediata y sintética, sin la limitación lineal del discurso, de la cantidad,
la forma y la duración. Es a través de ellos que el hombre conoce de
otras realidades superiores, otro espacio y otro tiempo; pasando de lo
profano a lo sagrado, de la multiplicidad fenoménica a la unidad
arquetípica, de su perentoria individualidad a su eterna y suprema
identidad. Esta es la virtud del símbolo, la facilitación de una ruptura, de
un cambio de nivel, lo que constituye su verdadera razón de ser.

En el lenguaje simbólico americano, al igual que en el universal, hay dos


motivos geométricos predominantes: el cuadrado y círculo.

Entre las numerosas y extraordinariamente ricas variaciones y


combinaciones de estos dos elementos geométricos, expresión simbólica
de los principios cosmogónicos y cosmológicos universales, la greca con
gancho de la tradición precolombina es la que nos ocupa en este estudio.

Siendo este acercamiento de naturaleza gráfica, el discurso es breve,


dejando a las imágenes hablar por ellas mismas. Para aquellos
interesados en profundizar en los temas de la Simbología Precolombina,
remitimos al lector a la obra con el mismo nombre de Federico
González,1 cuya lectura ha inspirado este estudio y que además de tratar
sobre los temas simbólicos propios de la Antigüedad Americana,
constituye asimismo una introducción a la Simbología en general.

La greca con gancho es la representación simbólica de Quetzalcoátl


(quetzalli=pluma preciosa y cóatl=serpiente), la serpiente emplumada,
personaje mítico que aparece a lo largo de las tradiciones americanas
como héroe civilizador, rey, sacerdote y deidad. Su presencia y
simbolismo permea todo el pensamiento precolombino y sus alcances y
conexiones son vastos y complejos. No es nuestro propósito o
competencia entrar en estos campos, que pertenecen propiamente a la
Historia de las Religiones, la Antropología o la Arqueología. Valga decir
que estas ciencias modernas, en su generalidad, estudian estos temas
desde un punto de vista historicista, y por lo tanto limitado a una visión
que excluye el dominio de lo sagrado, es decir de lo eterno, de aquello
que está más allá del tiempo. Asimismo, el acercamiento académico
contemporáneo a estas materias obedece a curiosidad científica o
necesidad de catalogar y organizar racionalmente información. El
propósito con que aquí enfrentamos los símbolos, es como elementos
vivos y transformadores, no el esclarecimiento y comprensión de
nuestros antepasados históricos, sino la conexión con nuestros orígenes
sagrados, que por cierto son los mismos que los de estos pueblos
americanos que nos dejaron este legado de símbolos. Nuestro interés en
Quetzalcoátl radica en su simbolismo como elemento sintetizador de las
ideas de la Tradición Única y Unánime, manifestadas en una cultura
particular: América Precolombina, y expresadas a través del símbolo de
la greca con gancho.

Quetzalcoátl, pájaro-serpiente, reúne en sí lo que vuela: lo sutil, lo


celeste, y, lo que repta: lo denso, lo terrestre, es decir, la conjunción de
los opuestos, paradigma del proceso creativo, merced al cual el Universo
es, y el hombre, como intermediario entre el cielo y la tierra, tiene la
posibilidad de realizar en sí mismo.

Análogamente, la expresión simbólica de Quetzalcoatl, la greca con


gancho, está compuesta por dos elementos: a) el gancho, o espiral,
expresión del círculo, imagen del tiempo y la totalidad, y b) los
escalones, generados por la progresión del cuadrado, que simbolizan el
espacio y la tierra. Tenemos así, cielo y tierra, unidos en este símbolo.
En otras palabras, hay una íntima correspondencia entre la idea
expresada y su vehículo de expresión, entre el símbolo y lo simbolizado.
Este es el valor del símbolo, su capacidad de despertar correspondencias
analógicas y de conectarnos con la energía trascendente.

Continuando con el desarrollo, esta figura simbólica, surgida de la


polarización del diseño original, tiene la característica geométrica de
complementarse consigo misma.

Es decir, al oponerse con su inversión refleja, se acopla consigo misma


precisamente, sin exceso ni carencia, en ambas direcciones,
configurando un módulo geométrico, cuya reiteración periódica, tiene
una solución de continuidad, sugiriendo tanto un ciclo cerrado, como un
movimiento continuo. Expresando simultáneamente lo estático y lo
dinámico, imagen del centro donde todos los opuestos se resuelven.
Esta imagen nacida de la unión de la original con su inversión refleja,
expresa nuevamente la polaridad de cielo y tierra, Yin y Yang, lo denso y
lo sutil, y todas las analogías que manifiestan al binario.

Para el pensamiento tradicional, esta división regular del espacio


geométrico manifiesta simbólicamente el equilibrio perenne del cosmos,
producto de dos energías opuestas que se conjugan armónicamente
configurando el proceso creativo. Así, el piso del templo masónico,
imagen del cosmos, es un cuadriculado blanquinegro alternado.

Ahora bien, continuando con el desarrollo del diseño, su reflexión


vertical simétrica completa las posibilidades del cuaternario: la figura se
opone y se complementa consigo misma de dos a dos; blanco y negro,
izquierda y derecha simultáneamente, en movimiento e inmóvil.
Este espejamiento hace evidente una nueva faceta de las posibilidades
expresivas del símbolo, uno de sus elementos, el gancho, representará
entonces la lengua bífida de la serpiente, el inicio, el comienzo. El otro
elemento, los escalones, representan el crótalo de la cola, el final.

De esta manera nuevamente el símbolo ejemplariza el principio y el fin,


alfa y omega de toda manifestación. La serpiente mordiéndose la cola,
Ourobouros, imagen universal del tiempo cíclico y manifestación de
Quetzalcóatl en su advocación de Señor del Tiempo (ver siguiente
página).

Con relación a estos acercamientos a las ideas metafísicas o filosóficas,


expresadas por animales, plantas, y en general por el discurso de la
naturaleza, es importante considerar que para la mentalidad tradicional o
arcaica, el cosmos entero es sagrado, en cuanto a que él es el símbolo
que expresa visiblemente aquello que es invisible. Por lo tanto esta
representación de ideas filosóficas mediante el uso de elementos
naturales responde no a un animismo, como la mentalidad académica
prevalente, con sus métodos racionalistas y analíticos, atribuye al
pensamiento primitivo, sino muy por el contrario a una actitud superior,
a una comprensión de la sacralidad simbólica de la naturaleza, asumida
como una revelación y no como un descubrimiento.
Es notable asimismo, desde el punto de vista plástico o gráfico, la nitidez
y economía con que los artistas precolombinos, a través de una
geometrización de las formas de las criaturas, formularon un lenguaje
visual de inusitada belleza y cohesión, en perfecta correspondencia con
la estructura del cosmos. Esta conjugación de la abstracción geométrica,
más cercana, por así decirlo, a las ideas metafísicas, con lo figurativo,
expresión orgánica de la naturaleza manifestada, es paradigmática del
símbolo y su función: "por una parte, las ideas superiores encuentran en
él el recipiente ideal para concretarse y manifestarse en el mundo
material, y, por otra, el símbolo, como logra tocar los sentidos, hace
posible que el hombre se eleve, a partir de su realidad sensible, hacia
otras esferas más sutiles e invisibles –pero al mismo tiempo más reales–
de su propio ser. En otras palabras: lo metafísico adquiere, gracias al
símbolo, una realidad física; y el hombre, a partir de los sentidos que le
muestran esa realidad concreta, y con el apoyo de las energías que han
sido depositadas en el propio símbolo, puede experimentar por su
intermedio la realidad de ese mundo abstracto, metafísico y espiritual."
Códice Cospi, pág. II

NOTAS
1
Los Símbolos Precolombinos. Cosmogonía, Teogonía, Cultura. Ed.
Obelisco, Barcelona 1989. Ver aquí las entradas: "El redescubrimiento de
América", "Introducción a la Simbología Precolombina" y "Los
calendarios mesoamericanos".

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