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PRINCIPIOS DE APRECIACIÓN ARTÍSTICA

Héctor Sitán
Para alguien que se acerca por primera vez al arte con el deseo genuino de comprender
lo que significan las obras o bien con la simple actitud de disfrutarlas, quizás pueda sentirse
desalentado frente a la multitud de manifestaciones artísticas que conforman el panorama
artístico contemporáneo. Aquí le llamará la atención un paisaje realista, sobre todo si
reconoce el lugar; más allá una escena que parece sacada de un sueño o una pesadilla lo
llenará de inquietudes internas, a la par de ellas una figura humana más bien distorsionada
le golpeará violentamente su sentido estético tradicional y conservador (hasta ese momento
tendrá conciencia de que su “gusto” personal es una formación social e histórica heredada
de su medio cultural), y finalmente una obra abstracta le hará preguntarse “qué es eso que
parece tener forma geométrica pero no contenido espiritual o bien que no tiene forma
reconocible pero que intuye su gran fuerza expresiva”.
Una salida a esa aparente vorágine de expresiones que se le presentan como artísticas es
caer en el relativismo estético y decir que “en gustos no hay disputas” y que cada quien es
libre de expresarse de la forma que mejor le convenga y de gustar de lo que le viene en
gana, y naturalmente de hacer lo propio. Sin embargo, con esa actitud de guiarse por lo que
su gusto demanda dejará fuera de su experiencia y comprensión muchas facetas importantes
del arte contemporáneo.
Sin duda, comprender ese riquísimo abanico de manifestaciones artísticas de nuestra
época exige un gran esfuerzo de apertura mental y espiritual que nos haga salir del callejón
estrecho de nuestro gusto personal. En ese sentido habría que pensar que cada obra que se
nos presenta y que rebasa el simple criterio de nuestro gusto personal nos da la oportunidad
de enfrentarnos a nuestros propios prejuicios. Entendemos ahora que nuestro gusto
personal, en tanto que heredado de nuestro contexto cultural a través de nuestros padres,
maestros, iglesia, etc., puede constituir un prejuicio que no nos deja apreciar todo lo que es
diferente a lo que hasta la fecha hemos experimentado. Por otro lado, sería una necedad
pretender que el saber que hemos heredado (la tradición, el pasado) basta para descartar o
dar por sabidas todas las expresiones artísticas del presente.
No se trata tampoco de simplemente descartar la tradición. Es más, la tradición más
auténtica es dinámica y creativa y en sí misma es más una base sólida que un prejuicio. Se
vuelve prejuicio únicamente cuando nos aferramos fanáticamente a ella, cuando nosotros,
no ella, nos cerramos a todo lo nuevo. En el caso de la multiplicidad de las manifestaciones
artísticas que caracterizan a nuestra época, la clave para su apreciación, su comprensión y
su disfrute la encontraremos precisamente en la tradición. Para ello debemos recordar tres
principios que han guiado la producción de obras de arte en diferentes épocas históricas, y
que siguen vigentes para nuestra época. Tales principios se encuentran en la base de las
definiciones históricas del arte. Así, la definición más antigua encontramos que “el arte es
la imitación de la naturaleza” (principio de imitación); otra definición más tardía nos dice
que “el arte es la expresión de sentimientos” (principio de expresividad); mientras que la
definición más reciente establece que “el arte es lenguaje y comunicación” (principio de
significación).

PRINCIPIO DE IMITACIÓN
La definición que dice que el arte es imitación de la naturaleza se remonta a la época de
los griegos. La vemos todavía vigente en el arte llamado en general realista y que
comprende entre otros géneros el paisaje, el retrato, el bodegón y el realismo social.
Cuando vemos una obra de este tipo inmediatamente la relacionamos con algo que de
verdad existe en la realidad y cuando conocemos el lugar real o a la persona verdadera que
la obra retrata incluso podemos ver el grado de fidelidad que la obra guarda con respecto a
paraje o persona “original”: podemos juzgar sobre su parecido y en base a eso valorar el
talento y los logros del artista.
Sin embargo, el principio de imitación tal como lo entendían los griegos no significa una
simple copia sino implica algo más delicado. En este punto me voy a permitir poner como
ejemplo una de mis propias obras. Sin duda ustedes reconocen, porque han estado en ella,
la calle que recreo en este cuadro; si ese es el caso podrán notar que en el cuadro la calle
aparece como idealizada, tiene la atmósfera neblinosa, se percibe la nostalgia y la tristeza
de una tarde lluviosa. Y es que nunca traté de copiar esa calle en particular sino más bien
de captar su esencia como parte de una ciudad antigua, llena de historia no siempre alegre.
Es más, es posible que ustedes hayan visto otros cuadros que retratan la misma calle; en
este otro caso notaran que lo que diferencia mi cuadro de los otros cuadros no es sólo su
realismo más elaborado sino sobre todo, llamémoslo así, su atmósfera emotiva, la capa de
sentimiento que cubre toda la escena. Y eso, el realismo más elaborado y el fuerte
contenido emotivo, es lo que constituye mi estilo personal, lo que no se puede copiar, o si
se copia es inmediatamente notable, de la misma manera en que es notorio que mi cuadro
no es una simple copia de una calle de la ciudad de Antigua sino es la recreación de su
esencia desde la óptica de un artista que ve con cierta tristeza y con cierta nostalgia lo que
le sucede a esta ciudad en trance de volverse extranjera.
PRINCIPIO DE EXPRESIVIDAD
En la explicación del principio de imitación que ilustre con una de mis obras iba ya
implícito el principio de expresividad. Alguien dijo que el paisaje es la expresión del
estado de ánimo del artista. Y en verdad, así es. Pero hablando estrictamente del principio
de expresividad, hubo un tiempo, después de la Primera Guerra Mundial, en que a los
artistas ya no les interesó buscar el parecido entre su obra y la realidad, sino que quería que
la pintura fuera la expresión más directa de sus emociones más personales. Recuerde que la
Guerra había causado muchas muertes y mucha destrucción. Entre lo que se destruyó
estaba la fe en la ciencia y en el progreso. Había mucho sufrimiento, mucha angustia,
mucha frustración.
Si en mi cuadro existe mucha emotividad, así sea dosificada y utilizada para darle cierto
calor humano a la escena que trato de recrear, imagínense lo que será un cuadro que sólo
exprese emoción. A este tipo de obras se les llama justamente expresionistas y muestran no
la realidad exterior sino la interioridad del artista. Para juzgarlos hay que apreciar la
manera en que los colores, las pinceladas mismas (toscas, rápidas, gruesas, violentas, etc.),
la distorsión de los rasgos de los personajes, reflejan, en efecto, un estado de ánimo bien
intenso y determinado. Muy emblemático de este tipo expresión es el cuadro titulado “El
grito” del artista alemán Edvard Munch, que todavía lo usan en algunas portadas de discos
de música rock. Otro ejemplo que seguramente recordarán es el famoso cuadro de Picasso
titulado “Guernica”, donde hay un toro moribundo, un caballo sufriente, una bombilla casi
obsesiva y otros elementos que, dentro del cuadro, no los relacionamos con algo
reconocible de la realidad sino con un estado de ánimo bastante exacerbado. Recuérdese
que este cuadro fue pintado en conmemoración de un bombardeo alemán sobre el pueblo
español de Guernica.

PRINCIPIO DE SIGNIFICACIÓN
Los principios de imitación y expresividad sin duda nos ayudan a explicarnos aquellas
obras que incluyen formas reconocibles que podemos asociar con objetos del mundo real.
Pero a la par de ellas nuestra época nos ofrece cuadros que nos son figurativos en lo
absoluto, sino que nos muestran figuras geométricas o simplemente rayones y manchas sin
formas, los cuales evidentemente no persiguen imitar a ninguna cosa real y, algunas veces
ni siquiera expresar ningún tipo de sentimientos, como por ejemplo los cuadros del pintor
holandés Piet Mondrian que se limitan a un frio juego geométrico y cromático totalmente
abstracto, eludiendo toda expresión de sentimientos.
Por otro lado, frecuentemente escuchamos a los artistas de nuestra época decir que sus
obras buscan la comunicación. Esto quiere decir que consideran a la obra de arte como un
medio para comunicarse con otros seres humanos y, por tanto, consideran que su obra, en
tanto medio, es una especie de lenguaje que puede ser entendido por los espectadores de sus
obras. Quizás eso de que puedan ser entendidos fácilmente es muy discutible, pero si esa es
la intención obviamente los elementos de una pintura deben considerarse como signos que
para apreciarlos y comprenderlos implican una especie de lectura.
Yo no soy experto en arte abstracto, pero si percibo lo que los cuadros de este tipo tienen
de armonía, de orden, de equilibrio en el caso de los que se originan de la geometría. Así
mismo capto lo que tienen de descarga emotiva los cuadros abstractos que no tienen forma
y que son, por así decirlo, una especie de explosión de color, de líneas, de trazos, muchas
veces originados por el puro azar, como en el caso del pintor norteamericano Jackson
Pollock. O bien, las sugerencias poéticas con que, por ejemplo, el pintor español Joan Miró,
traza una especie de caligrafía que obedece a delicados movimientos emotivos, aunque al
final no comprenda lo que pueda decir exactamente el cuadro como “texto”.
Pero el principio de significación y la apreciación de las obras como lectura viene a
complementar el acercamiento que nos facilitan los principios de imitación y expresividad.
Por ejemplo, un cuadro del pintor español Salvador Dalí reproduce con mucho realismo
objetos reconocibles y, así mismo, expresa con mucha fuerza un contenido emotivo. Pero
si ahora nos acercamos a él considerando a sus elementos además como signos, nos
encontramos con que todo el cuadro trata de recrear un sueño, y, como si fuera poco, un
sueño perturbador. Como signo de tal sueño, las aparentes incoherencias del cuadro, se
dejan leer como síntesis de diferentes tiempos y lugares que sólo se fusionan en el espacio-
tiempo imaginario del sueño.
Aplicando el principio de significación a la lectura de mis obras, encontramos que en
ellas se funde el realismo formal (digamos la idea de la calle tomada del presente) con el
recuerdo de lo que era esa calle en tiempos mejor (idealización) y lo que yo deseo que sea o
vuelva a ser (el sentimiento de nostalgia y la tristeza), siendo esto último lo que predomina.
Pero lo importante, y lo que me indica a mí que logre mi cometido, es que el espectador
se identifica con lo que el cuadro recrea, no sólo con la calle que existe en la realidad sino
con el sentimiento que me empuja a pintarlo de esta manera tan laboriosa.
Y así, con todos los cuadros que se presentan a mi experiencia.

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