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ras apurar la última gota de la ambrosía Serafiel apoyó bruscamente el vaso
sobre la repisa. Los hielos tiritaron. Dejó resbalar su túnica plateada por su
perfecto cuerpo y se sumergió en la bañera de su suite. Retiró su fina
cabellera de su cuello sosteniéndola en medio recogido que no se molestó en
terminar, dejando los argénteos cabellos flotar sobre las sales aromáticas.
—Pareces algo tenso —musitó una aguda voz femenina.
—Me resultas muy oportuna, Claudia.
—Pues claro —canturreó agitando su plumífera melena—. Cuéntame, ¿qué puedo
hacer por ti? —le preguntó a la vez que ella también se introducía en la bañera,
colocándose sobre él.
—Quiero que me cuentes todos los planes de Caín, sobretodo los relacionados con el
ángel Amarael.
—¿Quieres que te cuente todos sus planes? Sabes que ya me la estoy jugando viniendo
hasta aquí —el agua de la bañera se desbordó en cuanto Claudia se introdujo en ella.
—Por eso mismo, ya que estás aquí sería una pena desaprovechar la ocasión.
Los fríos ojos del serafín se clavaban en ella, rogándola que contase todo lo que
supiese. Claudia esperó a que las tambaleantes aguas se detuviesen, sumergida en esos
fríos iris, y finalmente accedió a hablar.
—Ese idiota está completamente enamorado de ella.
—¿En serio? Yo pensaba que a quien quería era a esa otra, ¿Ireth, se llamaba?
—Y así era, pero ese ángel le fascina.
—¿Por qué?
—Porque está prohibida. No hay que darle más vueltas, él es así de imbécil —mientras
hablaba ella iba jugueteando con la espuma, dejándola escurrirse entre sus dedos.
—Tiene que haber algo más.
—Estamos hablando de Caín, el mismo loco que se presentó en el Infierno y liberó a
todos los demonios, sus acciones no tienen lógica —se refería a cuando Caín huyó del
Cielo, que se dirigió a la prisión de demonios que era por aquel entonces el Infierno,
liberándolos a todos.
—Lo de asesinar a Uriel fue por venganza, pero sí, fue un acto demasiado temerario —
Uriel era el encargado de vigilar el Infierno, y por tanto quien poseía sus llaves.
—Piensa que Amara es una perfecta candidata para reemplazar a Metatrón y tiene
miedo de que eso pase porque entonces sí que la perdería por completo.
—¿En serio?
—Ya te lo he dicho, es un imbécil.
—Hablas de él con mucho rencor.
—¿Cómo no iba a hacerlo con todo lo que me ha hecho? —ahora tenía su rostro entre
sus manos mientras le dedicaba ardientes miradas y se mordía el labio sensualmente. El
sofocante vapor encrespaba sus cabellos—. No te puedes imaginar lo horrible que es
esta maldición. Por favor, quítamela Serafiel. Si sigo así mi parte animal dominará a la
racional. No quiero convertirme en su mascota —le rogaba aduladora mientras tiraba
con sus piernas atrayendo el cuerpo de él hacia su entrepierna.
—Sabes que si pudiera te la quitaría, pero me temo que la única forma de conseguir
esto es acabando con él y eso no está en los designios de Dios, pero... —el calor en la
atmósfera era palpable y cada poro de su piel se sentía embriagado por la fragancia de
las sales aromáticas— podría saltármelos por una vez en recompensa a tu valiosa
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Raphael acompañó a los dos aprendices hasta el lugar donde estaban el resto de sus
compañeros dando clase. En cuanto les vieron llegar todos se levantaron emocionados
al ver que sus compañeros estaban bien.
—¡Nathan, tío! —exclamó Yael.
—¡Os lo dije! Sabía que estaba vivo —sonreía ampliamente Evanth. Haziel también
se había alegrado de que el único capaz de rivalizar con él no hubiese muerto tan
fácilmente, aunque el interés de su novia por el elemental de fuego no le hacía ninguna
gracia.
—Menos mal que estáis bien —les dijo Ancel a los dos cuando vio que Amara se
había apartado de Nathan para dejarle que sus amigos le recibieran.
—Gracias. Sí que estabais preocupados.
Los profesores también se mostraron muy aliviados, sobretodo Gabriel. Parecía que le
habían quitado un enorme peso de encima.
—¿Dónde os habíais metido? Ya pensábamos que os había pasado algo —les dijo.
Miró a Raphael en busca de respuestas.
—¿Por qué nos dabais por muertos? —preguntó Nathan.
—Bueno…no sois los únicos que habéis desaparecido hoy. Cahetel y Nanael también
están desaparecidos.
—Esta vez ha sido culpa de Astaroth aunque no sabemos qué pretendía, pero el propio
Caín ya se encargó de él —les explicó Raphael.
—¿Astaroth? ¿Alguien tan importante?
—Sí, pero Amara lo hizo muy bien —proclamó Nathan.
—Yo no hice nada… —musitó la joven que todavía se sentía culpable por todo lo que
había pasado—. Yo hice enfurecer a Astaroth una vez, esto ha sido para vengarse —
confesó.
—Te he dicho que dejes de culparte de todo lo que pasa —le regañó Nathan.
—Tu amigo tiene razón —asintió Raphael—. Y ahora deberíais iros a descansar,
tenéis que estar agotados, sobretodo tú, Nathanael. Toma —de un bolsillo de su túnica
sacó un pequeño frasco de cristal con un líquido azulado—. Tómate hasta la última
gota, te sentará bien.
—Puedes descansar en la habitación del hotel—le dijo Gabriel—. La clase ha
terminado por hoy—anunció al resto—. No olvidéis practicar lo que os he enseñado,
mañana seguiremos estudiando los diferentes diablos.
Los aprendices estaban ansiosos por llenarles de preguntas y escuchar su versión de los
hechos así que Iraia tomó de la mano a su alumna y la guió a su habitación.
—Tienes que descansar, Amara. Yo me encargo de ti que para algo eres mi alumna.
—Descansa —le respondió Nathan a la última mirada que le dedicó la chica.
—Tú también —se despidió de él.
—¡Nosotros llevamos a Nathan! —le dijo Ancel a su profesor.
—Está bien, pero no os paséis. No es momento para acosarle a preguntas.
Ancel y Yael asintieron y ayudaron a su amigo a que se apoyara en ellos. Los alumnos
comenzaron a disgregarse.
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—Pues te has perdido la clase de hoy —le pusieron al día sus compañeros—. Hemos
tenido que liberar una pequeña base de extracción petrolífera que unos Caídos habían
ocupado.
Las voces se fueron apagando según se alejaban hasta que finalmente Gabriel y el
arcángel se quedaron a solas.
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Los demonios son seres demasiados caóticos, tienden siempre a la entropía. Por ese
motivo no había algún orden en particular, simplemente tenían que obedecer al más
fuerte para no enfurecerlo. Lucifer fue quien hizo el primer intento de establecer una
jerarquía y nombró algunos títulos militares como al poderoso Satanachia, que le
nombró Gran General o a Rocafale, el Primer Ministro. También otorgó otros títulos
nobiliarios a los ángeles traidores que le acompañaron, como duque o marqués. Tras la
caída de Lucifer, Caín los liberó, pero se marchó a vivir a la Tierra con Lilith y un
séquito de seguidores. Entonces algunos demonios se aliaron para encerrar a estos
demonios con títulos especiales, y se hicieron llamar “príncipes”, repartiéndose los
niveles nuevos que habían aparecido, formándose así Infernalia. Lo que antes
correspondía con la prisión del Infierno quedó deshabitada, hasta que los vampiros lo
ocuparon. Ése es el infierno más bajo: el Gehena.
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que constituían el lago. Aunque en realidad se trataba del cuerpo de Areúsa, nadie lo
sabía. Todo el mundo pensaba que había sido lo suficientemente poderoso para renacer
rápidamente en otro cuerpo. Adramelech, presidente del alto consejo de los demonios,
le seguía. También era famoso por ser el intendente del guardarropa de Satanás y al
igual que había servido fielmente a Lucifer ahora le tocaba servir a Caín. Se había
encargado de vestirle él mismo con un grueso abrigo especial para no congelarse en
aquel infierno helado. Siguieron avanzando por aquel desolador páramo hasta llegar a
una sección denominada “Atenora.” Allí era el lugar donde permanecían encerrados los
grandes militares del Infierno y que sólo eran liberados cuando se les necesitaba.
Abadón El Destructor, el encargado de mantener encadenado el cuerpo de Satanás, salió
a recibirles. Caín sabía que el demonio no iba a consentir la pérdida de tantas almas, por
lo que ya había pensado en algo. Abadón era sin lugar a dudas el ser más tétrico con el
que se había topado. Iba totalmente cubierto por una raída túnica negra y la cabeza la
llevaba encapuchada. Aún así resaltaban de entre la oscuridad dos cuencas melancólicas
de un azul muy intenso. Mirarlas durante demasiado tiempo producía un estado de
depresión profunda que te ataba para siempre a la oscuridad más espesa del abismo.
Debido al frío intenso, había perdido tres dedos en la mano derecha y otros dos en la
zurda. En lugar de falanges, tenía pedazos de carne arrugada y atrofiada, cosidos por
cadenas oxidadas que se aferraban con desesperación al mango del tridente que portaba
para mantenerlos unidos.
—Según a quien quieras utilizar un precio tendrás que pagar —recitó lentamente y con
voz ronca el alcaide.
—No los quiero utilizar sino hablar con ellos.
—Los visitantes también tienen que pagar.
Caín miró a Adramelech y éste le hizo un gesto afirmativo. Extrajo una esfera negra de
cristal que parecía estar rellena de agua o de algún otro fluido más espeso, y se la tendió
a su señor que a su vez se la tendió al alcaide. Con su raquítica extremidad aceptó el
pago y se lo llevó hasta un pozo que se hallaba a la mitad del estrecho pasillo en el que
se encontraban. Vertió el contenido en el pozo y una gran fuerza comenzó a emerger de
su interior, haciendo mover una pesada campana que se encontraba encima. Tres
funestas campanadas resonaron, tres minutos tendría.
—Entre las almas que me has dado estaba la de Zemunín. Has tenido suerte por esta
vez, sino no tendrías para más de minuto y medio.
Caín se adentró en la Atenora mientras que Adramelech se quedó aguardando en la
entrada. Cada preso se hallaba confinado en un foso de profundidad y condiciones
variables. Fleuretty, el Teniente General, se hallaba hundido en un foso de barro que
producía eternos escozores. Agallarept se hallaba sin embargo atrapado por terribles
plantas carnívoras que le iban devorando lentamente. Pasó también por delante del
Mariscal del campo Nebiros, un terrible demonio capaz de causar enfermedades, el cual
se retorcía en un nido de serpientes, y también reconoció al jefe superior Sargantas
aullando de dolor y siendo atravesado por espinas y todo tipo de objetos cortantes.
Rocafale se pudría en un foso de residuos y estiércol. Finalmente llegó hasta Satanachia
que se hallaba sumergido en lava. Era el único que no gritaba ni se lamentaba.
Simplemente acumulaba odio.
—Este lugar no parece muy cómodo —se burló Caín de ellos. El General apenas se
resignó a dedicarle una mirada que le decía claramente que se largara de allí.
—Tú no eres Belcebú.
—No, claramente no lo soy. ¿No me reconocéis? —preguntó decepcionado—. Me
llaman Caín el padre de vampiros. Ya os liberé una vez.
—¿Y qué está haciendo un diablo aquí?
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Caín estaba ahora sumergido en diversos papeles sentado en la silla de su escritorio
cuando apareció un enfadado Samael.
—¿Es cierto lo de Astaroth? —preguntó muy serio. Caín ni se molestó en volverse y
siguió enfrascado en su tarea.
—Sí, lo es —contestó desinteresadamente.
—¿Y a quién piensas poner en su lugar?
—En eso estoy trabajando ahora. Tengo que rellenar estos papeles y pasárselos a
Agares para que prepare los nuevos títulos nobiliarios.
—Caín, tú no conoces a los demonios de Infernalia.
—Yo los liberé a la mayoría. Sé quienes me guardan respeto y quien conspira a mis
espaldas. A los más importantes ya los tengo ganados.
—Has liberado a los militares. ¿Sabes lo peligroso que es eso?
—Nosferatus tampoco me convence al mando de Gehena—prosiguió con lo suyo Caín
—y Lamia casi me devora, quizás Zadquiel…
—¡Un ángel! ¡Un ángel a cargo de los vampiros!
—Pues como tú —dijo con un indiferente tono de voz.
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Siempre que conseguía algo de tiempo se encerraba allí a pesar de las advertencias de
los demás. A él no le parecía una pérdida de tiempo. No pretendía desistir en su empeño
de salvarla. Ya que de momento no podía encontrar la forma de devolverla a la
normalidad, se encargaría de que sus palabras la envolviesen en un cálido manto.
—Esta vez no podré contemplarla contigo, pero cada pensamiento mío, cada rayo de
luz, irá dedicado para ti. Buenas noches, reina de mi alma —rezó acariciándola una
última vez.