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UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS

Sarhua: Tierra de montañas y


colores
Por: Luis Millones

2009

Edited By Sarhuino
COLECCIÓN CUADERNOS DEL SARHUINO 5
SARHUA: TIERRA DE MONTAÑAS Y COLORES

Se llega a Sarhua desde las alturas de la puna. Una montaña que de cerca nos parecerá
enorme, se ve como si fuera pequeña cuando se divisa al pueblo, colgado de una de sus
laderas. Hay que seguir bajando por un camino que desemboca abruptamente en el río
Pampas, al vadearlo llegamos a las faldas del cerro Poqori, dos mil metros más arriba
nos esperan los sarhuinos.

El nombre de la comunidad se hizo conocido en la capital desde los años setenta,


cuando unos entusiastas promotores llevaron a Lima las vigas ceremoniales, cubiertas
de dibujos y colores, que suelen ser el regalo de los compadres a quienes construyen
una nueva casa. Con los promotores viajaron también algunos de los artistas de Sarhua,
para mostrar la destreza de sus pinceles. Las vigas, con algo más de dos metros,
llamaron la atención de los limeños, pero eran un “souvenir” demasiado grande para
lucirlo en sus hogares u oficinas. Resultaba igualmente engorroso para el turista
extranjero, que prefiere cargar su equipaje con objetos de menor tamaño. Fue así como,
en respuesta al nuevo mercado, nació la “tabla de Sarhua” que hoy conocemos, y que en
términos generales mide 60 por 30cm.

Si volvemos nuestra atención a Sarhua, podemos decir que la comunidad cambia


lentamente su estilo tradicional de vida (y por tanto sigue haciendo sus vigas
ceremoniales). Y aunque los mayores se quejan de la modernidad perniciosa que ahora
creen ver en la juventud, a los ojos de un visitante el pueblo parece congelado en el
tiempo. El quechua es el idioma dominante, apenas si se habla español, sólo con los
escasos visitantes que aparecen de manera esporádica. Las ropas de mujeres y niñas, de
colores vivos y de sombreros coronados con flores que indican su soltería, contrastan
con las de los varones de atuendo más occidentalizado, pero con sombreros también
adornados y muchos de ellos con ponchos coloridos que visten los días de fiesta o al
anochecer, cuando la temperatura cae de manera notoria.

Dos autoridades gobiernan a los sarhuinos, el alcalde elegido bajo las normas impartidas
por el estado peruano, y el presidente de la comunidad, cuyo mando se respeta desde

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tiempos coloniales. Al alcalde le compete el cortísimo espacio urbano de apenas 400
casas, para un distrito que en total debe sobrepasar los 5000 habitantes. El ámbito rural
está regido por el Presidente de la comunidad y sus alguaciles, también conocidos como
varayoqs (personas que tienen el bastón o vara de autoridad).

De día Sarhua parece poblada por niños y adultos mayores, la gente de edad laboral está
en las alturas, vigilando su ganado o cuidando sus sementeras. Cada cierto tiempo
bajarán a sus casas para traer los productos de sus tierras o bien para tomar un descanso
de la dureza del clima y de sus labores, y para ser reemplazado por algún otro miembro
de la familia.

Esta rutina se altera en junio y agosto, fechas que corresponden a los aniversarios
patronales de San Juan y la Virgen de la Asunción. De la puna bajan los fieles
organizados para la festividad, participan agrupados por la pertenencia a los ayllus (hay
dos en Sarhua: Sawqa y Qollana), por la devoción a las imágenes y por la organización
del trabajo en las alturas. En Sarhua se realizan las procesiones, con o sin presencia del
párroco (que no reside en el pueblo), corridas de toros, carreras de caballos, banquetes
con mucha bebida y quema de “castillos”, como se suelen llamar a los fuegos
artificiales.

El templo católico, tiene su interior cubierto de pinturas y cuadros, muchos de ellos de


origen colonial, cuyos motivos fueron fijados desde la época de la evangelización y que
probablemente han servido de inspiración a los dibujos que se ven en las vigas
ceremoniales, cuyas imágenes principales son los miembros de la familia de quienes
construyen la casa, a los que se agregan las figuras del Sol en un extremo y la uno de los
santos patronos en el otro. Sarhua es aun tierra de misión, la fe cristiana es sostenida por
voluntarios de escaso entrenamiento, y por tanto con una versión muy particular de la
doctrina, que reemplazan la ausencia del sacerdote, que llega tres o cuatro veces al año.
También hay un templo pentecostal, iglesia evangélica que va creciendo a despecho de
los celos católicos.

La vida no se deslizó siempre por los caminos de la paz. Como todo el Perú, de 1980 a
1993 sufrió la guerra interna, que además tuvo como escenario principal el
departamento de Ayacucho, del que Sarhua forma parte. El conflicto estalló en la vecina
comunidad de Chuschi, cuando los seguidores de Sendero Luminoso, quemaron las
ánforas de los electores en enero de 1980, dando inicio a sus acciones armadas. Los
acontecimientos que siguieron a este hecho desencadenaron la huida de los ayacuchanos
a otras partes del país o del extranjero. El lugar de destino más buscado fue la capital,
donde las colonias de migrantes anteriores acogieron a los refugiados o los ayudaron a
ocupar nuevos espacios en asentamientos urbanos recién levantados, y con
construcciones precarias. La fuga de sus lugares queridos y los avatares de los sarhuinos
en la inhóspita capital peruana, fueron también retratados en las nuevas “tablas” que se
pintaron en el taller de los artistas radicados en Lima.

Hoy día hay escasa comunicación entre los migrantes establecidos en el sur de la capital
y su tierra de origen, los trabajos cotidianos tienen poco que hacer con las imágenes de
su pueblo. Sus hijos han asistido a escuelas limeñas y la dulce lengua de los chancas,
sus antepasados, se ha perdido. Pero aun ahora, en el reducido espacio de su taller, la
Virgen de la Asunción tiene un espacio privilegiado. Aquí como en Sarhua sigue siendo
la madre y patrona de sus pintores.

Edited By Sarhuino

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