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La Religión en Chile:

Todos los caminos conducen a Dios

"El que ejerce el poder en la Iglesia tiene que estar extraordinariamente


atento a la voz del Espíritu, a fin de no contagiarse con el espíritu del
mundo, que lleva a ejercer el poder en forma dictatorial, sin disposición
a aprender de los súbditos, como si la Iglesia fuera una pirámide en que
todo viene de la Jerarquía, cuando en realidad es un pueblo animado en
todas sus partes por el Espíritu...No me parece sano para la Iglesia que
se cree un clima en que la crítica aparezca casi como una herejía o una
división cismática...En la Iglesia hay pecado, y no sólo el de los
miembros individuales, sino también el de estructuras de pecado que
pueden institucionalizarse en su seno, de modo que la crítica certera
debe ser recibida como un bien, como una corrección fraterna y
Salvadora".
Sergio Silva
(sacerdote)

Esas son parte de las declaraciones del cura Sergio Silva que
alguna vez se leyeron en la revista cristiana “Mensaje”. Claramente, la
lucidez de Silva respecto al problema interno que aquejaba a la Iglesia
de Dios era totalmente reveladora. La falta de crítica de la misma y el
ejercicio de un sobrepoder respecto a la fe caló hondo entonces. Sus
críticas hacen referencia casi inmediata a los altos cargos eclesiásticos:
el Obispo, el Episcopado y, por qué no decirlo, el Papa. Y ¿es que se
puede hablar de religión sin hablar de Iglesia, de católicos o de curas?
La religión en Chile tiene una clara connotación transgresora
respecto a las decisiones importantes y las políticas que implementa el
Estado. Un ejemplo de ello lo vivimos hace poco, con la llamada píldora
del día después, cuando la voz alzada de las autoridades del catolicismo
chileno hicieron añicos la propuesta de Postinor para todas las mujeres.
Y es que después de décadas de la separación Iglesia-Estado, la religión
en nuestro país se sigue sintiendo omnipresente, con derecho a influir
hasta en lo más mínimo, a elevar la voz frente a todo. Todos los
organismos e instituciones tienen la libertad de dar su opinión y poder
declarar su oposición frente a algo que no le parezca. Pero pretender
influir y desviar decisiones y políticas que se necesitan por no ser del
todo "cristianas" ya ha demostrado no ser del todo eficiente ¿Dónde
queda el respeto por los que no profesan la religión católica? ¿Dónde
queda el respeto por la diversidad y por el que profesa un credo
distinto? Si no son los hombres los que deciden sobre su fe, ¿quiénes
son?
Para empezar el debate podríamos hacer, primeramente, la
distinción entre la religión como doctrina y la religión como práctica,
entendiéndola como religiosidad popular. Al ir al primer punto,
encontramos que en nuestro país, según el Censo del 2002, el 70% de
la población profesa la religión católica, el 15.1% es evangélico o
protestante, otras prácticas religiosas están en un 4.4% y un 8.3% se
declara sin religión, ateo o agnóstico.
Según un estudio académico de opinión pública, tres de cada
cuatro chilenos se considera católico. Sin embargo, era abrumador el
respaldo a la ahora ya ley de divorcio, inesperado para muchos el que
hay sobre el aborto, y mayor aún la de inasistencia al templo y la
deslegitimación respecto a los dogmas que regulan los nacimientos y la
sexualidad ¿Es la nueva oleada de cristianos católicos, que cree en Dios
pero no en la Iglesia?
Los más jóvenes no encuentran válida la postura que tiene la
Iglesia respecto a la sexualidad. Las vocaciones sacerdotales son cada
vez menos. Pero nadie se atreve a entablar un debate para hacer
revisión del problema que vive la Iglesia y la religión hoy, que implícito
como está en debate político, es parte intrínseca de los chilenos, de
cualquier credo y hasta de los que se consideran no creyentes.
Hoy religión y fe son sinónimos de pasividad. No hay discusión, no
hay crítica ni autocrítica. El problema actual de la religión en Chile es la
imposibilidad de "mirarse al espejo", consciente de los problemas
actuales, que los más osados sacerdotes católicos llaman un cisma
religioso de imprevisibles consecuencias.
Dentro de la Iglesia no hay discrepancias públicas, no hay un
desacuerdo que se avale en pos de la diversidad y la justicia, de
exponer y abanderizarse por algo que se cree justo. Se podía o no estar
de acuerdo con el arzobispo ultraconservador de los 80´ Marcel
Lefevre, pero independiente a su ideología hizo manifiesta a destajo sus
desavenencias con la Iglesia tradicional.
Ahora es más fácil para los cristianos cambiar de religión que
instaurar un debate respecto a la fe y las prácticas de estas. Los que
emigran desde la católica dicen hacerlo porque buscan ser tomados en
cuenta para elaborar respuestas a los problemas del hombre a través
del Evangelio. Pero entrar a cuestionares sigue siendo apara muchos lo
menos usual. La gran mayoría se limita a asistir de vez en cuando a la
Misa, a dar ese porcentaje que se les pide o a hacer algún trabajo
"social".
Hace casi 15 años, el obispo católico Jorge Hourton planteó su
impresión respecto a la gente que conducía la iglesia. Dijo, en su
hipótesis, que existían dos vertientes distintas, que él llamó
eclesiologías, que se dan al mismo tiempo. Casi de manera visionaria
categorizó a la primera en lo referente a lo oficial de la teología, los
postulados, las normas y los estudios; y una segunda que apela a la
cultura religiosa cristiana, la misma conformada y vivida por el pueblo,
con sus creencias, virtudes y defectos. Señaló que la segunda acoge la
postura de la primera, pero también genera sus propias críticas.
Tan claro estaba el obispo, que no se halló nada mejor que
relegarlo a algún pueblo confinado, no dejando espacio para instaurar el
debate respecto a un tema que mostraba sólo la punta del iceberg que
configura ahora el gran problema de la religión en Chile.
Y es que una de las principales críticas que se hace en estos
tiempos a las diferentes prácticas de los fieles es que cuando todas las
líneas de pensamiento apuntan hacia una pluralidad de las formas de
pensar y la revaloración de las identidades, es decir, hacia una
descentralización de los poderes y las creencias; la religión en nuestro
país tiende a concentrarse cada vez más, impulsando el centralismo y la
unidad en torno a una figura única que, por supuesto, hace las veces de
representante de Dios
La revista "Mensaje", la misma fundada por el ahora santo Alberto
Hurtado, hace ya años hacía eco de los albores de este cisma interno.
Así fue como ilustrados sacerdotes escribieron artículos críticos del
momento "con cariño hacia la iglesia pero con respeto por el servicio".
Pero después de esos osados, ¿Quién más dio luces de que sí existía un
problema con la forma de conducir la fe?
El problema de la Iglesia es encerrarse y ocultar que hay
problemas, anular la posibilidad de que un debate dé luces de las
soluciones que hagan converger esas dos vertientes eclesiásticas que
hasta hoy parecen imposibles de encontrarse.
Lo principal es que en el ámbito público, sobre todo en el espacio
universitario, está ocurriendo un debate respecto a la sociedad que
queremos y que estamos construyendo donde, por supuesto, la Iglesia
no está ausente. Para muchos, este debate se ha traducido en torno a
dos posiciones, algo así como lo conservadores y los liberales, donde
obviamente en la primera es actor principal la Iglesia.
Mucho se ha escrito sobre si la religión es o no un fenómeno
decisivo para la cohesión social. Los que están en el primer grupo
diríamos que avalan esta tesis. En cambio, la tesis liberal rechaza la fe,
porque a su juicio se han convertido muchas atrocidades y barbaries
utilizando su nombre. El mismo tema hizo una vez que Agustín Squella
propusiera una sociedad construida sobre una moral laica (no religiosa)
como mejor arquetipo de comunidad.
Pero...¿Es que podemos vivir sin Dios?

En busca de la FE:
La Religiosidad Popular

En Chile, en el último tiempo se ha producido un boom religioso


que incluye la inclusión de más "religiones" (que algunas bien podrían
decirse sectas) y objetos varios calificados de "santos". No hay espacio
que esté exento de este afán edenístico. Ni los medios de comunicación
se salvan: cada vez son más altas las concesiones a radios y canales
religiosas que, por trabajar con la fe, quedan marginadas de pagar
algunos impuestos por los servicios. En momentos en que la
globalización lo influye todo, hasta la religión pasó a ser un bien de
consumo.
Sabemos que cada cultura se distingue, entre otras cosas, por sus
costumbres y creencias religiosas, o su forma de ver la vida y la muerte.
De alguna manera hacen reflejo directo de su identidad. Casi de manera
contradictoria, al mismo tiempo que la religión pasa por este proceso
de arbitrariedad entre lo que las altas esferas predican y lo que las
ovejas practican, surge industrialmente un proceso de comercialización
de la fe. Desde programas en TV abierta, canales religiosos (la mayoría
hechos por extranjeros) hasta artículos pequeños (tipo accesorio) como
pulseritas. Parece que opuesto a los que doctrinalmente es, hay una
necesidad de conectarse con algo que entregue sensación de fe. Hay
una necesidad constante de sentirse unido a algo que entregue la idea
de salvación o liberalización del pecado.
Es lo que podemos llamar Religiosidad Popular, esas prácticas que
apelan a las acciones sentimentales de los fieles y que no
necesariamente tienen relación directa con la doctrina profesadas por
las distintas religiones (aunque mayoritariamente tienen directa
relación con el catolicismo).
Ejemplo de ellos son las famosas animitas. Estas casitas para
velar el alma de los que ya no están muestran lo arraigado en la
tradición de la religión católica. Es un fenómeno netamente visual que
interviene algún espacio citadino entre los que se hace la comunicación
de lo mundano y lo divino. Comenzando el siglo XXI, hablan de la
construcción de la "Arquitectura del Silencio"; expresión tanto de
folklore como de arte popular. No son obras de arte ni tampoco
pertenecen al denominado “arte popular”. Se les considera un
“fenómeno estético” en el entendido de que son una expresión plástica
que tiene pretensiones y objetivos distintos a los de la obra de arte.
Estas expresiones se han consolidado a través de los años, pero
claramente tienen su punto fuerte como conformación durante los
siglos XVII y XVIII, en los sínodos que discriminaban entre las
prescripciones para españoles de las dirigidas a la población de indios o
mestizos. Pese a que intentaron manejarla, la actitud pagana de los
segundos emergía innatamente, para las cuales las prescripciones
debieron explicar herejías y prácticas impropias en las formas de
expresión popular.
Otras expresiones la constituyen los cantos a lo divino y lo humano, a
los que atribuye su origen con la llegada de los jesuitas a la zona
central, quienes entregaron sus versos en un afán evangelizador
enseñándoles a cantar y rezar.
Pero hasta en este tipo de prácticas menos doctrinales se nota el
cisma transversal de la religión y de la fe. Cada vez son menos los
jóvenes que se entusiasman con este oficio. Por ello es que hasta se
postula al Canto a lo Divino para ser Patrimonio Oral e inmaterial de la
Humanidad. Influenciados por la religión estamos hasta con la literatura
de nuestro primer premio Nobel Gabriela Mistral; quien mantuvo
siempre la temática religiosa, en su sentido de vida y de ritualidad.
Lo cierto es que la religión está mas presente de los que creemos.
Lo que está en crisis son los fundamentos de esa fe, los cimientos de las
doctrinas transmitidas en siglos por una jerarquía que, tomando el
nombre de un ser místico y especial, decidió organizar las ovejas. Lo
que no previeron es que las ovejas, aburridas de seguir siempre el
mismo rumbo, se alejaron del camino. Quisieron hacer su propio
derrotero. Y en eso están.
Lo que ocurre en Chile no es una crisis de fe, es una crisis de las
instituciones que se propusieron conducir la fe. La gente vive el proceso
globalizador buscando algo que lo ate a lo divino, algo que le asegure
una finalidad máxima. Pero para eso busca cosas tangibles. Que
nuestras calles hallan cientos y cientos de animitas, que las pulseritas
de los santos sean un boom o que cientos de personas acudan con esas
sectas que aseguran un "ungimiento sanador", es un ejemplo claro de
ello y de la necesidad de encontrarse con el espíritu. Chile está en esa
búsqueda que las instituciones le han negado, buscando aquello que no
le han sabido entregar...Dios.

Tamara Gómez

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