You are on page 1of 19

www.iestudiospenales.com.

ar

Viabilidad de la suspensión de juicio a prueba en delitos tributarios.

AUTOS Y VISTOS:
//la ciudad de Buenos Aires, a los 23 días del mes de julio del año
dos mil ocho, se reúne la Sala IV de la Cámara Nacional de Casación Penal integrada
por el doctor Gustavo M. Hornos como Presidente y los doctores Augusto M. Diez
Ojeda y Mariano González Palazzo como Vocales, asistidos por el Secretario de
Cámara Matías Sebastián Kallis, a los efectos de resolver el recurso de casación
interpuesto a fs. 41/61vta. de la presente causa Nro. 8894 del Registro de esta Sala,
caratulada: “UGOLINI, Adriano s/recurso de casación”; de la que RESULTA:
I. Que el Tribunal Oral en lo Penal Económico Nro. 1 de la Capital Federal, en la
causa Nro. 678 de su Registro, con fecha 5 de diciembre de 2007, resolvió - en lo que
aquí interesa - hacer lugar a la suspensión a prueba del juicio seguido a Adriano
Ugolini, por el término de un año (art. 76 bis y 76 ter del C.P.) - (fs. 35/40 vta.).
II. Que contra dicha decisión interpuso recurso de casación la doctora María Lujan
Rodríguez Oliva, letrada apoderada de la parte querellante, Administración Federal de
Ingresos Públicos - Dirección General Impositiva (fs. 41/61 vta.), el que fue concedido
(fs. 65/66 vta.) y oportunamente mantenido en esta instancia (fs. 75/75 vta.), sin
adhesión por parte del señor Fiscal General ante esta Cámara, doctor Juan M.
ROMERO VICTORICA (fs. 76).
III. Que la impugnante fundó su recurso en los incisos 1º y 2º del art. 456 del
C.P.P.N..

Consideró, en primer lugar, que, en la decisión impugnada, se efectuó una errónea


aplicación de la ley sustantiva, toda vez que el a quo interpretó erróneamente el art. 76
bis del Código Penal, otorgándole un significado diverso al que correspondía asignarle,
en virtud de lo establecido en el Plenario Nro. 5 “KOSUTA, Teresa s/ recurso de
casación”. En tal sentido, afirmó que resulta aplicable al sub judice el criterio
restrictivo, que fuera establecido en el plenario aludido, según el cual cuando un delito
de acción pública tiene prevista una pena de reclusión o prisión cuyo máximo en
abstracto excede los tres años, no procede el otorgamiento del beneficio de la probation.
Temperamento que, entiende, es el que debió haberse adoptado en autos, en tanto el
monto de pena máximo correspondiente al tipo penal en el que fuera subsumida la
conducta endilgada a UGOLINI supera el monto indicado.
En segundo lugar, agregó que, en función de lo establecido por la C.S.J.N. en in re
“SANTILLÁN”, la conformidad del representante del Ministerio Público Fiscal en
modo alguno puede considerarse vinculante para el Tribunal Oral, siendo que del propio
plenario “KOSUTA” también se desprende que lo vinculante -en tanto se encuentre
fundamentado- es su oposición y no su conformidad para la concesión del beneficio
previsto en el art. 76 bis del C.P. Sobre este aspecto, destacó, además, que la
conformidad del Ministerio Público Fiscal estuvo, en el caso, condicionada a la
aceptación del pago voluntario por parte del imputado como regla de conducta;
condición que no se cumplió, en tanto tal requerimiento fiscal fue rechazado.
En tercer lugar, alegó que, en virtud de lo dispuesto por el art. 14 de la ley 23.771,
no es viable la suspensión del juicio a prueba en los delitos tributarios, pues éstos tienen
un régimen extintivo propio. Al respecto, sostuvo que la ley 24.316, no obstante no
modificar el régimen extintivo de la ley penal tributaria, tuvo en cuenta la existencia de
éste en su artículo décimo. Por tal motivo se puede decir que, en la inteligencia del
legislador al incorporar los artículos 76 bis, ter y quater, dejó a salvo el régimen
extintivo propio de la ley penal tributaria, razón por la cual, entiende, se puede
interpretar que el legislador nunca previó ni quiso que el instituto de la suspensión del
juicio a prueba fuera aplicable a los delitos tributarios.
En cuarto lugar, y ligado al anterior planteo, postuló que en el decisorio impugnado
se había hecho una errónea interpretación y aplicación del art. 10 de la ley 24.316. Pues,
de acuerdo con el alcance de su texto, sostuvo, es claro que la intención del legislador
fue la de excluir tal clase de delitos del beneficio que nos ocupa.
En quinto lugar, expresó que, en tanto el organismo recaudador es una figura
diferente a la del actor civil, que debe seguir un procedimiento propio para la
determinación y cobro de la deuda, la estructura prevista por el art. 76 bis del C.P. no es
aplicable a los delitos tributarios.
Sobre esa base, sostuvo que el “a quo” parece confundir las vías administrativa y
penal como así también sus objetivos y alcances. Y explicó que, en el marco de un
juicio penal no se persigue el cobro de la deuda y la A.F.I.P.-D.G.I. (ya no en el rol de
querellante), tiene expedita la vía administrativa aún por imperio legal. Así, cuestionó
al sentenciante de grado, pues, a su juicio, parece encuadrar los delitos penales regidos
por la ley penal tributaria como un fin netamente recaudatorio cuando no lo tienen en
absoluto.
Acotó que se opuso a la concesión del beneficio por entender que, cualquier
convenio de pago implicaría, a criterio de esta parte, renunciar a la acción criminal en
virtud de lo normado por el art. 1097 del Código Civil. Que, por el citado artículo se
establece que si los ofendidos renunciaron a la acción civil o hicieron convenios sobre el
pago del daño, se tendrá por renunciada la acción criminal.

Por último, afirmó que la sentencia criticada resulta arbitraria y que, en el caso de
marras, no es viable la aplicación del instituto de la suspensión del juicio a prueba,
contemplado en el art. 76 bis y ss. del C.P..
Hizo reserva del caso federal.
IV. Que durante el término de oficina previsto por los arts. 465, primer párrafo, y
466 del C.P.P.N., se presentó el señor Defensor Público Oficial, doctor Juan Carlos
SAMBUCETTI (h), asistiendo a Adriano Ugolini, oportunidad en la que solicitó
fundadamente se declare inadmisible el recurso de casación impetrado y, en subsidio, se
lo rechace.
V. Que, renunciada la audiencia para informar prevista en los arts. 465, 466 y 468
del C.P.P.N., quedaron las actuaciones en estado de ser resueltas. Efectuado el sorteo de
ley para que los señores jueces emitan su voto, resultó el siguiente orden sucesivo de
votación: doctores Augusto M. Diez Ojeda, Mariano González Palazzo y Gustavo M.
Hornos.
Y CONSIDERANDO:
El señor juez Augusto M. Diez Ojeda dijo:
I. Liminarmente, es menester recordar que, según surge del decisorio impugnado,
las presentes actuaciones se iniciaron a raíz de la denuncia formulada por el Sr. Jefe del
Departamento de Fiscalización Externa de Aportes sobre la Nómina Salarial de la
D.G.I., en virtud de la sospecha, suscitada a partir de las tareas de inteligencia e
inspección llevadas a cabo por personal a cargo de la fiscalización, de que distintas
sociedades, entre ellas “Conjunto S.A.”, pagarían parte de las remuneraciones ‘en
negro’.
Posteriormente, se decretó el procesamiento del aquí imputado, en su calidad de
responsable de la firma antes aludida, por considerarlo prima facie autor responsable de
los delitos previstos en los arts. 3° y 8° de la ley 23.771, en relación a los períodos
fiscales allí detallados y, asimismo, se le imputó la comisión del mismo delito como
representante de la firma Estin S.A., por un período en particular.

Oportunamente, el representante del Ministerio Público Fiscal, requirió la


elevación a juicio de las actuaciones respecto de UGOLINI, por los antes aludidos
delitos, en relación a las firmas y períodos fiscales que individualizó en el pertinente
dictamen. A raíz de ello, el magistrado instructor declaró clausurada la instrucción y
dispuso la elevación a juicio de las actuaciones.
Con posteridad, la defensa del imputado solicitó la suspensión del juicio a prueba,
en los términos de lo normado por el art. 76 bis del C.P., y la fijación de la audiencia
prevista por el art. 293 del C.P.P.N.. El enjuiciado ofreció en concepto de reparación por
el daño causado la suma de $ 5.000.- a pagar en 20 cuotas de $250 -. A su vez, ofreció
realizar tareas comunitarias de mantenimiento en un determinado Hogar de Ancianos.

Durante la audiencia celebrada, de acuerdo con lo previsto por el art. 293 del
C.P.P.N., la parte querellante, D.G.I.-A.F.I.P.-, expresó que no analizaría el monto de
reparación del daño ofrecido respecto del monto evadido porque el mismo era en razón
de las reales posibilidades del imputado para afrontarlo. Sin perjuicio de ello, expresó
que no compartía el criterio emergente de la jurisprudencia del Tribunal Oral en cuanto
a que la opinión del fiscal es vinculante, dado que en la causa la querella había
requerido la elevación a juicio, encontrándose, por tanto, habilitada a pedir pena.
Sostuvo, además, que la ley 23.771 tiene su régimen de extinción propio y que la ley
24.316 debía ser interpretada en virtud de lo dispuesto en el art. 4 del C.P., toda vez que
un régimen especial desplaza a uno general. Acotó que, en tanto esta Cámara Nacional
de Casación Penal rechazaba todos los casos de suspensión de juicio a prueba en
función del máximo de pena previsto por la ley en abstracto, la concesión del beneficio
solicitado en el sub examine sería un dispendio jurisdiccional, puesto que el recurso
casatorio que se interpondría resultaría concedido. Expresó que no compartía que la
hacienda pública no se viera afectada en el caso ya que ese interés se veía afectado por
la mera circunstancia de no pagarse en tiempo y forma una obligación tributaria
impuesta por la ley y que cualquier otro ofrecimiento de reparación del daño sería
extraordinario y que si fuera aceptado se entendería como un consentimiento en los
términos del art. 1097 del Código Civil. Finalmente, concluyó que, en virtud de los
argumentos expuestos, se oponía a la concesión del beneficio solicitado.
En la misma audiencia, el Sr. Fiscal, doctor Mariano BORINSKY, manifestó que,
en virtud de los hechos del proceso, debía tenerse en cuenta lo prescripto por el art. 55
del C.P. y que adoptaba la tesis amplia para la aplicación del instituto, según la cual
debe ponderarse la pena en concreto, dado lo dispuesto en los dictámenes 24/00 y 86/04
de la P.G.N., sin perjuicio de lo dispuesto en el plenario “KOSUTA”. Por tal motivo,
señaló que debían ponderarse los antecedentes penales que registraba UGOLINI, toda
vez que poseía una pena de tres años de prisión por el delito de estafa y falsa denuncia,
unificada con la pena prevista por la conducta prevista en el art. 302 del C.P. (cfr.
sentencia de fecha 31/10/94). Refirió que el art. 27 del C.P. establecía un plazo que
debía transcurrir entre la sentencia firme y los nuevos hechos, el cual no se había
cumplido en estas actuaciones, pero que los hechos de esta causa eran anteriores a la
fecha de la sentencia. Postuló que, a partir de lo resuelto por la Corte in re “GASOL”,
no era posible que quien cometiera un delito luego de la sentencia firme se encuentre
mejor posicionado que quien cometiera un delito antes de la misma. Señaló que debía
considerarse que, sin perjuicio de que hubiera un concurso real, la pena podría ser de
ejecución condicional. Asimismo, expresó que en la ley existía un instituto de extinción
por pago en la ley penal tributaria y toda vez que, en este
caso, el perjuicio fiscal serían montos astronómicos, cualquier ofrecimiento realizado
por un monto menor sería rechazado por la A.F.I.P., en tanto se encuentra
imposibilitada de aceptar pagos parciales. Adunó que el ofrecimiento debía ser en la
medida de lo posible para el imputado, motivo por el cual, si bien el ofrecimiento era
exiguo, era también razonable. Y que, además, éste debía hacerse por un mecanismo
alternativo, acudiendo a los arts. 23, 26 y 32 de la ley 11.683 y, en función de ello, el
imputado debía realizar un pago voluntario como pauta del art. 27 del C.P.. Agregó que,
eventualmente, el pago puede hacerse a un organismo de bien público y que las tareas
comunitarias en ambas causas (nros. 678 y 1099) pueden unificarse. Por todo lo
expuesto, prestó su conformidad para la concesión de la suspensión del juicio a prueba,
condicionada a que se aceptara el pago voluntario por parte del enjuiciado como regla
de conducta.
A su turno, la Defensa ratificó la presentación oportunamente efectuada y agregó
que UGOLINI prestaba su conformidad para realizar el pago voluntario y ofrecimiento
de pago a un organismo de bien público. Por otra parte, manifestó que debía tenerse en
cuenta lo dispuesto en los arts. 2 y 4 del C.P. y 2 del C.P.P.N. y, por ende, hacerse la
interpretación menos severa para su pupilo. Pues, si se exigía un pago total se le daba
prioridad a las personas que pudieran afrontarlo, en violación a lo dispuesto por el art.
16 de la Constitución Nacional. Y, además, que debía considerarse que la razonabilidad
de lo ofrecido no era vinculante para el Tribunal sino una facultad exclusiva de éste.
Con ese marco, para resolver, el “a quo”, consideró que lo dispuesto por el art. 10
de la ley 24.316 no impedía la concesión del beneficio respecto de los delitos tipificados
en la ley 23.771, por cuanto “cuando la ley ha querido establecer los casos de
improcedencia del instituto, los ha regulado estableciendo que el beneficio ‘no
procederá’ como sucede en los párrafos anteúltimo y último, en vez de ‘no alterará’ con
en el art. 10 citado" (cons. I).

Luego, partiendo de la significación jurídica que a los hechos imputados se le


asignó en el requerimiento de elevación a juicio, señaló que “[c]on relación a la
viabilidad del instituto desde el ángulo de las penas de prisión prevista[s] por las figuras
resulta pertinente dejar constancias que este Tribunal sostiene que la ley prevé dos
hipótesis distintas de procedencia del beneficio. Una, la de los dos primeros párrafos del
art. 76 bis, donde sólo se exige que la pena de prisión o reclusión no supere, en
abstracto, los tres años y la otra, establecida en el párrafo cuarto, aplicable cuando
supere tal tope, cuya viabilidad deberá analizarse a la luz de lo normado por el art. 26
C.P.” (cons. III).
A partir de tales premisas, sostuvo que “resulta palmario que en el presente caso
podría eventualmente imponerse al imputado una condena de ejecución condicional, tal
como lo exige el art. 76 bis parr. 4to. como uno de los requisitos de viabilidad; ello en
atención a la escala penal de la pena de prisión prevista por el delito imputado, las
demás condiciones personales que surgen del informe socio ambiental de fs. 2270 como
así también que no posee antecedentes computables a los efectos de impedir la posible
aplicación de una pena cuyo cumplimiento sea dejado en suspenso, de conformidad con
los argumentos expresados por el Sr. Fiscal durante la audiencia, que este Tribunal
comparte y da por reproducidos en homenaje a la brevedad.
Por ello, desde este ángulo, el pedido de suspensión del juicio a prueba impetrado
resulta procedente a la luz del art. 76 bis. del C.P., pues el mínimo de pena de prisión
prevista para el delito aquí enrostrado resulta menor a los tes años previsto como límite
para que su cumplimiento pueda ser dejado en suspenso, a lo que debe sumarse su
condición de primario, su personalidad, la naturaleza de los hechos y demás pautas
previstas por el art. 26 del C.P.” (cons. IV).

Advertido que el criterio sustentado para la procedencia del beneficio era contrario
a la doctrina del Plenario Nro. 5 de esta Cámara “KOSUTA”, señaló que “si el pedido
de absolución del representante del Ministerio Público Fiscal obliga al Tribunal a dictar
un pronunciamiento absolutorio, con más razón resulta vinculante para el Tribunal la
renuncia condicionada del Agente Fiscal a la prosecución de la acción pública; (conf.
criterio de la C.S.J.N. in re “Quiroga” rta. el 23/12/04).
Así, la solución propuesta, no recurre a la declaración de inconstitucionalidad del
art. 10 de la ley 24.050 ni ingresa a la cuestión atinente a lo resuelto en ‘Kosuta’ en
relación a la interpretación del artículo 76 bis del C.P. que cabe adoptar para la
concesión del beneficio” (cons. VI).
En cuanto al ofrecimiento de reparación del daño como requisito de procedencia
del instituto, consideró que “[l]a conformidad o no del damnificado con la reparación
ofrecida, sólo está enderezada a brindar a la administración una oportunidad de
reparación extraordinaria, fuera de la vía administrativa, la cual siempre le queda
expedita y a la cual podrá recurrir con sólo negarse a aceptar la reparación ofrecida. Es
de hacer notar que la aplicación del presente instituto no afecta la hacienda pública, ya
que al margen de la imposición de las reglas de conducta educativas, la percepción de
tributos queda salvaguardada por las vías administrativas no penales, ya que la causal
extintiva de la acción penal que pudiera haber en el futuro al cumplirse las reglas
impuestas, al no sustentarse en el análisis de la materialidad de los hechos, mantiene
incólume la deuda que deberá ser valorada por la autoridad administrativa para la
oportuna determinación y cobreo del tributo.
Consecuentemente la oposición de la parte Querellante, no obsta a la concesión del
instituto, ya que la objeción en cuanto a la no reparación total del daño no conmueve al
otorgamiento del beneficio por los argumentos expresados precedentemente.

El resarcimiento ofrecido, analizado a la luz del 3er. párrafo del art. 76 bis del C.P.,
reúne la característica de razonabilidad, teniendo en cuenta la situación económica del
imputado expresada durante la audiencia celebrada -que se encuentra constatada en el
informe socio ambiental obrante en autos- y que el ofrecimiento en concepto de
reparación del daño fue realizado a título personal y no en forma conjunta con la
contribuyente Conjunto S.A. o Estin S.A.. En consecuencia, dentro de este marco, cabe
decir que este Tribunal encuentra razonable lo ofrecido por Ugolini.” (cons. VII).
Con relación a las reglas de conducta, consideró “adecuado la realización por parte
del imputado de tareas no remuneradas en el Hogar de Ancianos [...], durante el término
de un año, por seis horas semanales y en horario a combinar con el instituto
mencionado.
Cabe destacar que el Sr. Fiscal ha dado su conformidad para la aplicación de las
reglas de conducta oportunamente ofrecidas por el interesado cuando solicitó el
beneficio en cuestión.
Sucede en el caso, que el Sr. Fiscal solicitó que se imponga una nueva regla de
conducta consistente en el pago a la A.F.I.P. de la suma de dinero ofrecida como
reparación del daño, que se podría imputar al juicio de ejecución fiscal, de acuerdo con
lo establecido por el art. 26 de la ley 11.683.”

En cuanto a esta última regla de conducta, postuló su rechazo, con fundamento en


que “en tanto [el Fiscal] ya ha prestado su consentimiento incluyendo en ello el
ofrecimiento del encartado, lo cual indica que lo ha estimado razonable en el caso
concreto, sin perjuicio de señalarse que el juicio sobre la razonabilidad del ofrecimiento
es facultad exclusiva del Tribunal (art. 76 bis, 3er. párrafo del C.P.) pero al mismo
tiempo pretende sustituir la voluntad de la damnificada -que ya se ha expresado por el
rechazo de la indemnización- y obligarla, por la vía de la regla de conducta a recibir un
depósito que puede no resultarle conveniente. Es inaceptable que estos Magistrados
puedan torcer tal voluntad, ya que no se encuentra entre sus facultades, tal como surge
de la normativa del instituto que estamos tratando.
Desde otro ángulo, es cierto que el Dr. Borinsky reclamó esta imposición de pago a
cuenta de la suma reclamada por la presunta damnificada y que ella podría reclamar en
un juicio civil; pero ello presupone que tal juicio, de cuya existencia al momento no se
tiene conocimiento, habrá de resultarle favorable a la A.F.I.P.-D.G.I.
En otro orden de ideas ha de tenerse en cuenta que de aceptar la A.F.I.P.-D.G.I.
tales pagos a cuenta se le tendría por revocada la acción penal (art. 1097 del C.C.), por
lo cual se estaría ocasionando un perjuicio a la presunta beneficiada [damnificada] por
la medida solicitada por el Sr. Fiscal.” (cons. VIII).
Con abono en tales argumentos, el “a quo” resolvió hacer lugar a la suspensión del
juicio a prueba, en los términos de lo plasmado en los resultandos de la presente.
II. Hecha la precedente reseña, entiendo oportuno formular una serie de
consideraciones en torno al instituto de la suspensión del juicio a prueba, para, sobre esa
base, analizar si la parte querellante en autos se encuentra legitimada para impugnar la
resolución aquí puesta en crisis. Extremo, en relación al cual, adelanto mi posición
adversa.

Con ese cometido, comenzaré por precisar las características del instituto de la
suspensión del juicio a prueba, de conformidad con su específica regulación en el art. 76
bis y ss. del C.P.. En función de ello, habré de determinar el alcance de las facultades
con que cuenta cada una de las partes en el marco del procedimiento que hace a su
procedencia. Seguidamente, me ocuparé de explicar porqué la parte querellante carece
de facultades para recurrir el decisorio que concede el beneficio bajo análisis. En ese
contexto, daré las razones que me llevan a considerar que la doctrina del precedente de
Corte “SANTILLÁN”, no puede ser extrapolada al caso de autos, para reconocerle la
legitimación para recurrir que, con su invocación, reclama. Y, finalmente, brindaré los
motivos que me conducen a considerar no vinculante lo resuelto, oportunamente, por
esta Cámara en el Plenario “KOSUTA”, en relación al tema que nos convoca.
a. Las características del instituto de la suspensión del juicio a prueba.
Liminarmente, corresponde aclarar que el instituto en cuestión nada tiene que ver
con el de la probation del derecho anglosajón y, aún cuando guarde mayor semejanza
con el de la diversion estadounidense, lo cierto es que tampoco presenta tantas
similitudes con este último (cfr. Bovino, Alberto, “La suspensión del juicio a prueba en
el Código Penal argentino y la ‘diversion’ estadounidense. (Un análisis
comparativo)”,La Ley, T 1997-A, pág. 1081 y ss.).
En su valioso estudio, el citado autor señala que nuestra legislación adoptó un
modelo de solución reparatoria, no punitivo, opuesto a la lógica que informa a la
sanción punitiva, que es aplicado en el interior de la justicia penal. Circunstancia que,
comporta una paradoja, en sentido inverso, precisamente, a la que presenta el sistema de
la diversion. Pues, ésta conlleva un modelo de intervención que, al mismo tiempo que
expresa una profunda preocupación por retirar al individuo de la justicia penal y de la
lógica que informa su intervención, ofrece, ya fuera del ámbito penal, una respuesta
‘rehabilitadora’ sustentada en la misma lógica que pretende evitar.

Con acierto, destaca, además, que el instituto de la suspensión del juicio a prueba
está regulado como un derecho del imputado, en los dos supuestos contemplados por el
art. 76 bis., en sus párrafos primero y cuarto (criterio que resulta compatible con el
sustentado por la Corte in re “ACOSTA, Alejandro Esteban s/infracción art. 14, 1°
párrafo ley 23.737 -causa n° 28/05-", Recurso de hecho A. 2186. XLI, rta. el 23/04/08),
aún cuando, se encuentre condicionado, en cierta medida por la opinión del fiscal (sobre
esta cuestión volveré infra, al abordar el alcance de las facultades de las partes en el
trámite previo a la concesión o rechazo de la solicitud del beneficio).
Se trata, por otra parte, de un mecanismo orientado al individuo infractor. La
posibilidad de suspender la persecución penal está dirigida, principalmente, a beneficiar
al imputado, pues le ofrece una solución no punitiva al conflicto que atiende a los
intereses de la víctima, aunque también los limita en favor del imputado. En efecto, si
bien es cierto que prevé como requisito ineludible que el imputado ofrezca una
reparación (art. 76 bis., párr. 3°), éste está obligado a reparar sólo en la medida de sus
posibilidades, aún cuando el procedimiento se reanude si no cumple con la reparación
ofrecida (art. 76 ter, párr. 3°). Asimismo, considera sólo residualmente las necesidades
estatales de control, a través de la posibilidad de aplicar las condiciones adicionales
contempladas en el art. 27 bis. (art. 76 ter, párr. 1°).
b. La procedencia del instituto y las facultades de las partes.
En los dos supuestos abarcados por la norma, en tanto se trata de un derecho del
imputado, es necesario que éste formule la solicitud para que se suspenda el
procedimiento (art. 76 bis, párr. 1°, in fine).

En el primer supuesto (art. 76 bis, párr. 1° y 2°), la tarea del juez consiste en
verificar el cumplimiento de los requisitos objetivos (imputación de un delito o
concurso de delitos cuyo máximo en abstracto no exceda de tres años de prisión y que la
solicitud contenga la oferta de reparación del daño) e informar a la parte damnificada
sobre la oferta de reparación. Cumplidos estos requisitos, el juez tiene competencia
exclusiva para analizar la razonabilidad de la oferta y decidir, fundadamente, si
suspende el procedimiento. Respecto del universo de casos de escasa gravedad
abarcados en este supuesto, no se requiere el consentimiento del fiscal, ya que, el juicio
de oportunidad sobre la conveniencia político-criminal de suspender la persecución
penal fue formulado por el legislador. Recortando, de este modo, el ámbito de
aplicación del principio de legalidad procesal (art. 71).
El segundo supuesto (art. 76 bis, párr. 4°) comprende aquellos casos en los cuales
la pena del delito imputado excede en abstracto los tres años pero que, por las
circunstancias del caso, podría, ante el eventual dictado de una condena, de todos
modos, ser dejado en suspenso el cumplimiento de la pena. Por tanto, además de
cumplir con las exigencias del primero, requiere consentimiento fiscal, ya que abarca
un universo de casos heterogéneos que reclama un concreto y casuístico juicio de
oportunidad político criminal acerca de la conveniencia de continuar o interrumpir la
persecución penal, que el legislador confió al representante del Ministerio Público
Fiscal. Opinión que, sin embargo, debe ser fundada.
El esquema adoptado por nuestro código coloca en un lugar central a la víctima, ya
que, como se dijo, no sólo no se puede suspender el juicio si el imputado no formula
oferta de reparación sino que, además, el procedimiento se reanuda si él no cumple con
la ofrecida, aunque sólo esté obligado en la medida de sus posibilidades. Ahora bien, si
la víctima considera insuficiente la reparación ofrecida, cuenta con la acción civil para
demandar la reparación íntegra del daño que ha sufrido, careciendo de facultades para
impedir que el imputado evite la persecución penal. En este sentido, el art. 76 bis,
segundo párrafo, in fine, textualmente prescribe: “La parte damnificada podrá aceptar o
no la reparación ofrecida, y en este último caso, si la realización del juicio se
suspendiere, tendrá habilitada la acción civil correspondiente”.

En función de lo hasta aquí manifestado es posible formular las siguientes


conclusiones preliminares:
1°) La suspensión del juicio a prueba regulada por el Código Penal es una solución
alternativa al ejercicio de la pretensión punitiva estatal, es una respuesta no punitiva
instrumentada a través del sistema penal.
2°) A través del instituto que nos ocupa, se ha visto morigerado el ámbito de
aplicación del principio de legalidad procesal que rige nuestro sistema, según el cual el
representante del Ministerio Público Fiscal debe, en todos los casos, promover la
pretensión punitiva estatal (art. 71). Respecto de un grupo de casos (art. 76 bis, párr. 1°
y 2), el juicio de oportunidad fue hecho -sin que al respecto el acusador público tenga
injerencia alguna-, quedando a cargo del juzgador, como en todo caso de ejercicio de la
jurisdicción, la aplicación en concreto de la norma. En relación al resto (párr. 4°,
ibídem), para la realización de tal juicio, el legislador habilitó al órgano
constitucionalmente facultado para promover la acción de la justicia (C.N., art. 120).
En ese contexto, no se le reconoce a la parte querellante facultades para oponerse a
la concesión del beneficio, puesto que la decisión sobre la solución que procede adoptar
ante un delito de acción pública, esto es, resolverlo por la vía del ejercicio de la
pretensión punitiva estatal o por la vía formal alternativa no punitiva que la suspensión
del juicio a prueba comporta, es competencia exclusiva del Estado, a menos que, claro
está, se trate de delitos de lesa humanidad, conforme los principios consagrados por el
derecho internacional.

Por ello es que, frente a un conflicto atrapado por el sistema penal, sólo cuando el
Estado decide llevar adelante su pretensión punitiva, o cuando abdica de tal facultad -
pero sin adoptar otra solución formal no punitiva- (cfr. C.S.J.N., in re “SANTILLÁN,
Francisco Agustín s/recurso de casación”, rta. el 13/08/98, Fallos: 321:2021), la
regulación legal le atribuye facultades a la parte querellante para promover una
respuesta punitiva estatal.
3°) La suspensión del juicio a prueba brinda una solución reparadora (no punitiva)
al conflicto, motivo por el cual su reglamentación sólo se refiere a la víctima o parte
damnificada, y no al rol procesal de querellante, con sus consecuentes derechos, que
aquélla puede asumir cuando el Estado, decide que la única y eventual solución formal
para el caso es la punitiva.
4°) Dado el lugar específico en el que la regulación legal expresamente coloca a la
víctima, un reconocimiento de facultades al querellante, por fuera de la letra de la ley,
resultaría contrario a los principios sentados por la Corte, en materia de interpretación
de la ley penal, en el precedente “ACOSTA”, ya citado. En efecto, tras recordar que
“para determinar la validez de una interpretación, debe tenerse en cuenta que la primera
fuente de exégesis de la ley es su letra (Fallos: 304:1820; 314:1849), a la que no se le
debe dar un sentido que ponga en pugna sus disposiciones, sino el que las concilie y
conduzca a una integral armonización de sus preceptos (Fallos: 313: 1149; 327:769).
Este propósito no puede ser obviado por los jueces con motivo de las posibles
imperfecciones técnicas en la redacción del texto legal, las que se le asigne no pueda
llevar a la pérdida de un derecho (Fallos: 310:937; 312:1484)”, destacó que: “Pero la
observancia de estas reglas generales no agota la tarea de interpretación de las normas
penales, puesto que el principio de legalidad (art. 18 de la Constitución Nacional) exige
priorizar una exégesis restrictiva dentro del límite semántico del texto legal, en
consonancia con el principio político crimin
al que caracteriza al derecho penal como la ultima ratio del ordenamiento jurídico, y con
el principio pro homine que impone privilegiar la interpretación legal que más derechos
acuerde al ser humano frente al poder estatal.” (consid. 6°, el subrayado me pertenece).
c. Resolución que concede el beneficio. Falta de legitimación del querellante para
recurrirla.
Con abono en lo hasta aquí manifestado, y sin ignorar que la Corte reconoció el
“derecho a recurrir de la víctima del delito o de su representante a partir de las normas
internacionales sobre garantías y protección judicial previstas en los arts. 8, ap. 1° y 25
de la Convención Americana sobre Derechos Humanos” (cfr. “JURI, Carlos Alberto
s/homicidio culposo -causa N° 1140-“, J. 26. XLI), adelanto que, a mi juicio, como
consecuencia de que la parte querellante carece de facultades ya para oponerse a la
suspensión del juicio a prueba, tampoco tiene legitimación para recurrir por esta vía
casatoria la decisión por la que, como en el sub examine, se hace lugar a la solicitud del
imputado.
Por los mismos fundamentos, la legitimación reconocida por la Corte al Ministerio
Público Fiscal para impugnar la decisión que hace lugar a la suspensión del juicio a
prueba, por considerarla a su respecto una resolución equiparable a definitiva (cfr.
MENNA, Luis s/recurso de queja”, M. 305. XXXII, rta. el 25/09/97), tampoco puede
ser extrapolada para extenderle tal legitimación a la parte querellante, en función de lo
normado por el art. 460 del C.P.P.N..
Pues, conforme lo puntualizado en tal caso por el Procurador General, el perjuicio
de insusceptible reparación ulterior para el Ministerio Público Fiscal se encontraba
vinculado a las particulares características de su función y a la concreta intervención
que en el trámite previo al otorgamiento del beneficio le reconoce la ley. Ninguna de las
cuales, acoto, posee la parte querellante.

En ese orden de ideas, sostuvo: “El ministerio fiscal es titular de un interés


legítimo frente a la aplicación del instituto de la suspensión del juicio a prueba; interés
derivado del ejercicio de la acción penal que le es propio (arts. 5 y 65 del Código
Procesal Penal) y de la obligación de velar por el cumplimiento de la ley y la
persecución del delito.
Es por ello que la intervención del fiscal en el trámite previo al otorgamiento del
beneficio, como lo contempla el art. 76 bis del Código Penal, no sólo se presenta como
la más adecuada forma de garantizar el control que debe ejercer en esa instancia, sino
que resulta coherente con el espíritu de la ley procesal y con el rol asignado a los
encargados de ejercer la pretensión punitiva del Estado (art. 117, inc. 2° de la ley 1893).
En consecuencia, omitir dicha intervención, restringe injustificadamente las
facultades otorgadas por la ley al ministerio público fiscal, lesionando las garantías de la
defensa en juicio y el debido proceso que deben ampararlo de acuerdo a la conocida
doctrina sentada por V.E. en Fallos: 268:266, según la cual la garantía del art. 18 de la
Constitución Nacional ampara a toda persona a quien la ley le reconoce personería para
actuar en juicio en defensa de sus derechos, sea que actúe como querellante o acusado,
actor o demandado.
Dicho esto en cuanto al necesario consentimiento que debe recabarse del fiscal,
corresponde analizar la posibilidad de revisión en trámite ulterior de la decisión
contraria adoptada por el magistrado a cargo del proceso.” (El subrayado no obra en el
original).
El destacado en el extracto del dictamen antes reseñado tiene el propósito de avalar
la tesis de que, tampoco la doctrina de Fallos: 268:266 habilita a reconocerle a la parte
querellante interés legítimo para recurrir una decisión como la aquí cuestionada, puesto
que, la regulación del instituto no le reconoce una intervención en el trámite previo al
otorgamiento del beneficio, parangonable a la asignada al Ministerio Público Fiscal.

En síntesis, la circunstancia apuntada, así como también el sentido y finalidad


asignados por el legislador al instituto, me llevan a concluir en que el derecho a recurrir
en casación, reconocido al querellante por el art. 460 del C.P.P.N., no abarca las
decisiones que, como en el caso de autos, conceden la suspensión del juicio a prueba.
Pues, sin desconocer los derechos que la víctima puede ejercer en el curso del proceso
penal, mediante su constitución como parte querellante, lo cierto es que corresponde
exclusivamente a los órganos del Estado Nacional (Poder Legislativo, Ministerio
Público Fiscal y Poder Judicial), optar por una solución al conflicto no punitiva, cuando
ésta es concebida como la más beneficiosa para los objetivos de la comunidad. En estos
casos, se antepone al comprensible interés vindicativo de la víctima el interés social de
recuperar, para la comunidad, individuos que aparecen sospechados de un delito, sin
afectar eventuales derechos personales resarcitorios.
Por otra parte, no logra demostrar la recurrente, ni advierto, que la tesis que
postula, en cuanto a que la parte querellante tiene facultades autónomas para oponerse
con carácter vinculante a la procedencia de la suspensión del juicio a prueba, pueda
derivarse de la doctrina sentada por la Corte en el precedente “SANTILLÁN” (ya
citado), que invoca en su apoyo. Ello es así porque sus circunstancias relevantes no
resultan análogas a las del sub lite, de modo tal que éste deba regirse por la doctrina de
aquél.

En el precedente de mención, el Máximo Tribunal, tras señalar que “la exigencia


de acusación, como forma sustancial en todo proceso penal, salvaguarda la defensa en
juicio del justiciable, sin que tal requisito tenga otro alcance que el antes expuesto o
contenga distingo alguno respecto del carácter público o privado de quien la formula
(Fallos: 143:5).” (cons. 10), sostuvo: “11) Que si bien incumbe a la discreción del
legislador regular el marco y las condiciones del ejercicio de la acción penal y la
participación asignada al querellante particular en su promoción y desarrollo, desde que
se trata de lo atinente a la más acertada organización del juicio criminal (Fallos:
253:31), todo aquel a quien la ley reconoce personería para actuar en juicio en defensa
de sus derechos está amparado por la garantía del debido proceso legal consagrada por
el art. 18 de la Constitución Nacional, que asegura a todos los litigantes por igual el
derecho a obtener una sentencia fundada previo juicio llevado en legal forma (Fallos:
268:266, considerando 2°).”
“13) Que el tribunal apelado derivó de una serie de preceptos contenidos en la ley
procesal penal vigente que estimó como regulatorios de la intervención que le
corresponde al representante del ministerio público, y su incidencia en el ejercicio de la
acción pública desde su impulso hasta el dictado de una sentencia, consecuencias
respecto de la intervención reconocida al querellante particular en el proceso penal y,
específicamente, en la etapa prevista por el art. 393 del Código Procesal Penal de la
Nación, que significaron privar de jurisdicción al tribunal oral para formular un juicio
final de culpabilidad o inocencia con apoyo en la pretensión punitiva de la parte citada
en último término.
14) Que es principio aceptado que jamás la inconsecuencia o falta de previsión
pueden suponerse en el legislador, por lo que el a quo debió, frente a los diversos
intereses en juego que surgen de la normativa constitucional a aplicarse en el sub
examine, interpretar las normas del Código Procesal Penal de la Nación de modo que
armonizasen con el ordenamiento jurídico restante y con los principios y garantías de la
Constitución, evitando darles un sentido que pone en pugna sus disposiciones,
destruyendo las unas por las otras y adoptando como verdadero el que las concilie y
deje a todas con valor y efecto (Fallos: 297:142; 300:1080; 301:460; 310:192, entre
otros),

15) Que ello es así aun cuando el a quo estimase, en el marco de atribuciones que
le competen en materia no federal, que la norma procesal ofrece distintas
interpretaciones posibles, en el cual no debió optar por aquélla que -como en el sub lite-
ha ido en desmedro de una adecuada hermenéutica de las normas en juego, con serio
menoscabo de los derechos asegurados por la Constitución Nacional al privar al
particular querellante, a quien la ley le reconoce el derecho a formular acusación en
juicio penal, de un pronunciamiento útil relativo a sus derechos, pues esta interpretación
dejaría a aquél vacuo de contenido.”
El caso resuelto por la Corte en el precedente invocado por la quejosa, por un lado,
se diferencia del presente por el hecho de que en éste el Ministerio Público Fiscal no ha
abdicado de promover una solución formal al conflicto ingresado al sistema penal, sino
que, tan sólo ha avalado la procedencia de una solución no punitiva, conforme lo prevé
el art. 76 bis y ss. del código ritual.
Por otro lado, la norma sujeta a interpretación -el art. 393 del C.P.P.N.- en aquél,
expresamente reconoce tanto a “la parte querellante” como “al ministerio fiscal” la
facultad para que “formulen sus acusaciones”. De ahí que, con la mera concurrencia de
la acusación del particular damnificado, la Corte haya entendido que es posible dictar
sentencia condenatoria, como “pronunciamiento útil relativo a sus derechos”.

Distinto es el caso en el sub examine, donde la norma cuya aplicación viene


cuestionada sólo reconoce al Ministerio Público Fiscal facultad para oponerse a la
suspensión del juicio, cuando supedita la viabilidad de tal hipótesis a la concurrencia de
su “consentimiento”. Pues al no reconocer una facultad equivalente en favor de la parte
querellante, ésta carece de legitimación para oponerse a la concesión del beneficio como
“pronunciamiento útil relativo a sus derechos”. Legitimación que tampoco puede ser
deducida de la facultad que se le atribuye a la víctima para aceptar o no la reparación
ofrecida por el imputado, por las razones supra mencionadas.
Incluso, no podría ser de otra manera, dado el interés público que nutre la
pretensión punitiva y, por ende, de exclusivo resorte de los órganos de la comunidad.
Por último, debo señalar que no habré de seguir lo resuelto en el Plenario Nro. 5 de
esta Cámara “KOSUTA” (rta. el 17/08/99), en punto a que “el querellante posee
legitimación autónoma para recurrir el auto de suspensión del juicio a prueba a fin de
obtener un pronunciamiento útil relativo a sus derechos” (punto “D”), pues, por las
razones que infra expondré, advierto que resultó un obiter dictum. En consecuencia, no
me vincula para emitir el presente pronunciamiento, en los términos de lo previsto por
el art. 10 de la ley 24.050 -sin que, por ello, resulte necesario expedirme sobre la
constitucionalidad de la jurisprudencia plenaria-.
En el caso que motivó el plenario de referencia, el Juzgado Nacional en lo
Correccional Nro. 2 de esta ciudad resolvió suspender el juicio a prueba e imponer a
Teresa Ramona Kosuta el cumplimiento de los incisos 1, 3 y 8 del art. 27 bis del C.P..
Contra tal decisión, el representante Público Fiscal interpuso recurso de casación, el que
fue denegado. Ante tal rechazo, ocurrió en queja ante esta Cámara, la que, mediante el
pronunciamiento de la Sala III, declaró que el remedio intentado era inadmisible. Contra
esta resolución, el señor Fiscal General interpuso recurso extraordinario, el que
habiendo sido concedido en esta instancia, tuvo favorable acogida en el Alto Tribunal
en virtud de lo resuelto el 25/09/97 in re “MENNA, Luis s/rec. de queja” (ya citado),
por lo que se dejó sin efecto el pronunciamiento apelado.

Llegadas nuevamente las actuaciones a esta Cámara, se hizo lugar a la queja, se


concedió el recurso de casación deducido y se ordenó al a quo decretar el pertinente
emplazamiento. El recurso fue mantenido por el señor fiscal de cámara, quien en los
términos del art. 465, primera parte y 466 del código de rito, amplió fundamentos,
expresando que a su entender no corresponde que se haga lugar a la suspensión del
proceso a prueba, en tanto aduce la errónea aplicación del art. 76 bis del C.P., en su
párrafo cuarto. Celebrada la audiencia prevista en el art. 468 del digesto ritual, la Sala
III resolvió: “PROMOVER la reunión plenaria del tribunal a los fines de fijar
jurisprudencia sobre los extremos planteados (artículos 10 incisos ‘b’ y ‘c’ de la ley
24.050 y 113 del reglamento para la Justicia Nacional)” (cfr. causa Nro. 1403, “Kosuta,
Teresa Ramona s/recurso de casación”, Reg. Nro. 442/98).
Así las cosas, aún cuando el plenario haya tenido su origen en una
autoconvocatoria, no puede entenderse, al menos a partir de lo resuelto por la Corte in
re “CASAL, Matías Eugenio y otro s/robo simple en grado de tentativa -causa N° 1681-
” (C. 1757. XL, rta. el 20/09/05), que por tal circunstancia hubiera quedado habilitada
su jurisdicción para expedirse más allá de las concretas características del caso que
motivara su intervención.

En el citado precedente, el Máximo Tribunal sostuvo que “el llamado objetivo


político del recurso de casación [la unificación de los criterios jurisprudenciales], sólo
en muy limitada medida es compatible con nuestro sistema, pues en forma plena es
irrealizable en el paradigma constitucional vigente, dado que no se admite un tribunal
federal que unifique la interpretación de las leyes de derecho común y, por ende, hace
inevitable la disparidad interpretativa en extensa medida. La más fuerte y fundamental
preocupación que revela el texto de nuestra Constitución Nacional es la de cuidar que
por sobre la ley ordinaria conserve siempre su imperio la ley constitucional. Sólo
secundariamente debe admitirse la unificación interpretativa, en la medida en que la
racionalidad republicana haga intolerable la arbitrariedad de lesiones muy groseras a la
igualdad o a la corrección de interpretaciones carentes de fundamento. Pero resulta claro
que no es lo que motivó centralmente a los constituyentes a la hora de diagramar el
sistema judicial argentino” (cfr. cons. 13).
En ese orden de ideas, entiendo que la limitada y secundaria admisión hecha por la
Corte de la actividad de unificación de interpretación de las leyes debe estar ligada a un
caso. Pues, para determinar si la interpretación de una norma comporta una violación
grosera al principio de igualdad o resulta carente de fundamentos, es necesario partir en
el análisis de la consideración de las concretas circunstancias de un caso.
En palabras de Joaquín V. González, expresadas con referencia al alcance de los
vocablos causa y asunto del art. 100 de la Constitución histórica (hoy art. 116) -aunque
de indudable extensión al ejercicio de la jurisdicción en general-, el poder judicial “no
puede tomar por sí una ley o una cláusula constitucional, y estudiarlas e interpretarlas en
teoría, sin un caso judicial que provoque su aplicación estricta. No pueden, pues, los
jueces de la Corte y demás inferiores, hacer declaraciones generales ni contestar a
consultas sobre el sentido o validez de las leyes; su facultad para explicarlas o
interpretarlas se ejerce sólo aplicándolas a las cuestiones que se suscitan o se traen ante
ellos por las partes, para asegurar el ejercicio de los derechos o el cumplimiento de las
obligaciones” (citado por Bidart Campos, Germán J., en “Tratado de Derecho
Constitucional Argentino”, T° II, Ediar, 1992, pág. 381).

En tal sentido, advierto que las disposiciones de los incisos ‘b’ y ‘c’, del citado art.
10, admiten una interpretación compatible con la perspectiva supra esbozada, de
conformidad con el criterio rector en la materia, en cuanto a que es “regla de
interpretación de las leyes dar pleno efecto a la intención del legislador, computando la
totalidad de sus preceptos de manera que armonicen con todas las normas del
ordenamiento jurídico vigente y del modo que mejor concuerden con los principios y
garantías de la Constitución Nacional (Fallos: 314:1445), sin que pueda suponerse la
inconsecuencia o falta de previsión del legislador” (del dictamen de la Procuración
General al que se remitió la C.S.J.N. in re “CEBALLOS, Graciela Mabel c/E.N. -
E.M.G.A. s/daños y perjuicios”, C. 3422. XLI, rta. El 06/11/07).
En el caso del inc. ‘b’, la norma prevé la reunión en pleno del Tribunal “[p]ara
unificar la jurisprudencia de sus salas o evitar sentencias contradictorias”. A mi
entender, una recta hermenéutica impone entender que la autoconvocatoria puede ser
hecha con el fin de resolver un caso concreto, cuando para de su posible solución
preexisten sentencias de distintas salas con criterios discordantes.
En el caso del inc. ‘c’, la norma delimita la facultad que regula, con la expresa
alusión a un caso, cuando puntualmente prescribe que la autoconvocatoria es “[p]ara
fijar la interpretación de la ley aplicable al caso cuando la Cámara a iniciativa de
cualquiera de sus salas, entendiera que es conveniente” (el subrayado me pertenece). A
diferencia del supuesto del inc. ‘b’, éste contempla la hipótesis en que, si bien no hay
precedentes sobre el thema decidendum, sí existen diferencias a nivel doctrinario que
justifican la unificación de criterio, claro está, siempre teniendo en cuenta las
particularidades del caso en el que se fija.

Por otra parte, no puedo dejar de advertir que los dos supuestos que según la Corte
justificarían la unificación de jurisprudencia conllevan, a su vez, una cuestión federal y,
por tanto, resultan objeto de análisis por parte de esta Cámara Nacional de Casación
Penal, en el esquema de control de constitucionalidad difuso establecido por la
Constitución Nacional (art. 116), en su particular calidad de tribunal intermedio (cfr.
“DI NUNZIO, Beatriz Hermida s/ excarcelación” D.199.XXXIX, causa nº 107.572,
resuelta el 3 de mayo de 2005). Al respecto, es preciso destacar que, como ya se dijo, la
norma en cuestión alude “al conocimiento y decisión de todas las causas” y “asuntos”,
lo que presupone la existencia de un caso para el ejercicio de la competencia allí
asignada a los tribunales federales. En concordancia con ello, cuando la Corte Suprema,
en su carácter de último intérprete de la Constitución, declara la inconstitucionalidad de
una norma, los efectos de su decisión quedan limitados al litigio en el que ha sido
pronunciada (Fallos: 183:76; 247:700; 253:253; entre muchos otros).
Por tal motivo, la doctrina del acatamiento establecida por la Corte no impone una
pura y simple adhesión a su jurisprudencia, sino que su imperio se halla supeditado a la
existencia de un caso cuyos hechos relevantes sean sustancialmente análogos a los del
caso pendiente de decisión. En efecto, conforme la mentada doctrina, los jueces
inferiores deben conformar sus decisiones a las conclusiones arribadas en las sentencias
del Alto Tribunal, a menos que sustenten sus discrepancias en razones no examinadas o
resueltas en ellas (Fallos: 307:1094; 312:2007; 316:221; 318:2060M 319:699;
321:2294, entre muchos otros) . Y, para distinguir tales razones, es imprescindible
analizar los precedentes de la Corte en función de la “singularidad del caso” (Fallos:
212:251), que llega conformado a la jurisdicción extraordinaria por un determinado
supuesto de hecho, condicionado por “la ineludible variedad de las circunstancias de
tiempo y lugar” (Fallos: 304:1459), y por las teorías o argumentos que fundamentan las
decisiones tomadas en las instancias que la preceden y las posiciones asumidas por las
partes en el proceso. Pues, sólo a partir del examen conjunto de esa multiplicidad de
factores es posible determinar si existe “sustancial similitud” (Fallos: 307:240) con las
cuestiones planteadas y resueltas por la Corte con anterioridad, para poder corroborar si
existen “hechos diferentes a los examinados entonces” o “cuestiones legales nuevas que
autoricen la revisión de aquella jurisprudencia” (Fallos:
231:447).
En esa inteligencia, hace más de cien años, in re “Municipalidad de la Capital
c/Elortondo”, al distinguir los hechos de ese caso de los otros anteriores, para poder así
sortear los principios establecidos en esos precedentes, la Corte sostuvo que
“[c]ualquiera sea la generalidad de los conceptos empleados por el Tribunal en esos
fallos, ellos no pueden entenderse sino con relación a las circunstancias del caso que los
motivó, siendo, como es, una máxima de derecho que las expresiones generales
empleadas en las decisiones judiciales deben tomarse siempre en conexión con el caso
en el cual se usan, y que en cuanto vayan más allá, pueden ser respetadas pero de
ninguna manera obligan el juicio del Tribunal para los casos subsiguientes” (1988,
Fallos: 33:162, consid. 22).

La razón de ser de un principio como el transcripto, se basa, primordialmente, tal


como lo sostiene Garay, en dos aspectos: “Uno es que, como regla general, un tribunal,
aún en Estados Unidos, sólo puede resolver el caso que le es sometido a decisión,
conforme las circunstancias de hecho (relevantes) que éste presenta. De modo tal que la
decisión se ajusta a los hechos considerados relevantes. Todos los casos posteriores que
presentan hechos relevantes similares, interpretados reflexivamente y de buena fe, serán
solucionados del mismo modo. El segundo aspecto es una regla elemental de prudencia
y sabiduría. Nadie puede imaginar, seriamente, todas la variantes posibles que la
aplicación de un principio dado (vgr.: la igualdad) podría ofrecer. Es más prudente ceñir
la aplicación de dicho principio a las circunstancias relevantes del caso donde se lo
estableció y, a partir de allí, extender o no su aplicación al nuevo caso. El respeto a estas
dos características en el proceso de interpretación y creación judicial del Derecho es
ineludible.” (Garay, Alberto F., “La Corte Suprema debe sentirse obligada a fallar
conforme sus propios precedentes”, J.A., 1991-II, pág. 870-892).
Conforme lo hasta aquí manifestado, a mi entender, no es posible asignar a los
pronunciamientos que esta Cámara emite, en el ejercicio de la competencia que el art.
10 de la ley 24.050 le atribuye para el dictado de jurisprudencia plenaria, un efecto de
mayor alcance que el que la Corte, como último intérprete de la Constitución Nacional,
puede darle a sus fallos.
En consecuencia, sin perjuicio de los términos en los que se hizo su oportuna
convocatoria, el Plenario “Kosuta” de esta Cámara no puede considerarse vinculante
respecto de las cuestiones ajenas al caso que motivó su dictado. En lo que al sub
examine concierne, entonces, no lo es en cuanto le reconoce legitimación a la parte
querellante para impugnar la decisión que concede la suspensión del juicio a prueba.
III. En atención a las precedentes consideraciones, propicio al acuerdo declarar mal
concedido el recurso interpuesto en autos, con costas (C.P.P.N., art. 530 y 531).
Así voto.
El señor juez Mariano González Palazzo dijo:
Que, en lo sustancial, coincido con los argumentos expuestos por mi colega en el
voto preopinante en cuanto a la falta de legitimación del acusador particular para
recurrir la concesión de la suspensión del juicio a prueba. Por este motivo, adhiero a la
solución allí propuesta de declarar mal concedido el recurso interpuesto, con costas (art.
530 y 531 del C.P.P.N.).
El señor juez Gustavo M. Hornos dijo:
I. Sobre el derecho del querellante a recurrir la suspensión del juicio a prueba,
habré de disentir con la propuesta negativa propiciada en el voto que lidera el presente
acuerdo.

La tendencia procesal moderna se orienta a abrirle ampliamente la puerta al


acusador particular, no sólo extendiendo los casos de acusación particular privada (es
decir, los casos de “delitos de acción privada”, y permitiendo la participación del
acusador particular en todos los casos de acción pública), sino también hacia un sistema
de querellante conjunto con mayor grado de autonomía, que tenga análogas facultades
que el Ministerio Público, al punto de que pueda acusar y recurrir aunque el Ministerio
Público Fiscal no lo haga (tal como lo ha reconocido la Corte Suprema de Justicia de la
Nación en el fallo “Santillán” -citado en la ponencia anterior-, caso en el que me había
expedido en disidencia en idéntica forma que la posterior doctrina sentada por el Alto
Tribunal).
En general, se describe su función mediante una equiparación de facultades con las
de la fiscalía (aún cuando, lógicamente, no posee las atribuciones coercitivas ni
ejecutivas de las que goza el Ministerio Público Fiscal), lo que incluye también a los
recursos contra las decisiones jurisdiccionales, salvo el recurso en favor del imputado,
en tanto carece de sentido para el querellante (cfr.: Maier, Julio B.J. “Derecho procesal
penal. II. Parte general. Sujetos procesales”, Editores del Puerto, pág. 689).

En el plenario “Kosuta” se ha destacado con acierto que “dentro del procedimiento


penal se procura garantizar la persona del damnificado con su reconocimiento como
efectivo sujeto de derecho, en una concepción igualitariamente digna con la de la
persona del encausado, en un balance que indica una valorización equivalente que les
asegure el carácter de protagonistas del proceso penal...”, en consonancia con las
recomendaciones dirigidas por los organismos internacionales en el sentido de dotar de
mayor participación a la víctima dentro del sistema penal (con cita de la resolución
40/34 y la “Declaración sobre los principios fundamentales de justicia para las víctimas
de delitos....” aprobadas por la Asamblea General de la O.N.U.). Asimismo se evaluó
que esta preocupación por la víctima debe ser correlativa con la adopción de criterios
eficaces que resguarden de modo útil la exigencia de la tutela judicial de sus derechos.
Con esa orientación, debe tenerse en cuenta asimismo que en materia de
interpretación de la ley procesal rige, en principio, la regla contenida en el artículo 17
del Código Civil, que no sólo admite la interpretación extensiva, sino que, antes bien,
aclara que es posible la aplicación analógica de la ley y el recurso a los principios
generales del Derecho. Clásula de apertura que la ley procesal recepta en el artículo 2
del C.P.P.N. cuando señala que toda disposición “que limite el ejercicio de un derecho
atribuido por este Código...deberá ser interpretada restrictivamente”, lo cual equivale a
decir que deben ser interpretados extensivamente y aún ser aplicados analógicamente
aquellos textos legales que conceden una facultad o un derecho en el procedimiento,
entre ellos la facultad de querellar (cfr.: Maier: ob. Cit., pág. 682) y aún la posibilidad
de recurrir en procura de justicia y obtener del órgano jurisdiccional una sentencia
fundada previo juicio llevado en legal forma, cualquiera sea la naturaleza del
procedimiento -civil o criminal- de que se trate.

Es en tal sentido que se ha tomado en cuenta, válidamente, en el plenario “Kosuta”,


el reconocimiento expreso efectuado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en
cuanto afirmó que “todo aquél a quien la ley reconoce personería para actuar en juicio
en defensa de sus derechos está amparado por la garantía del debido proceso legal
consagrada por el artículo 18 de la Constitución Nacional, que asegura a todos los
litigantes por igual el derecho de obtener una sentencia fundada previo juicio llevado en
legal forma” (con la cita del famoso fallo “Otto Wald”: Fallos 268:266, considerando
2°, entre otros). Y que ello lo era en el marco del derecho a la jurisdicción consagrado
implícitamente en el artículo 18 de la Carta Magna, y cuyo alcance, como posibilidad de
ocurrir ante algún órgano jurisdiccional en procura de justicia y obtener de él sentencia
útil relativa a los derechos de los litigantes (con la cita de Fallos: 199:617; 305:2150,
entre otros), indiscutiblemente, es coincidente con el que reconocen los artículos 8°,
párrafo primero, de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y 14.1 del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Lo cierto es que, más allá de las facultades que tenga la Corte para interpretar una
ley o una cláusula constitucional por fuera del caso judicial que provocó su estricta
aplicación, lo que no se encuentra ahora en cuestión, esta Cámara de Casación hizo
suyas aquellas consideraciones efectuadas en los fallos en cita en tanto las compartió.
En ningún momento se hizo referencia a su aplicación en el caso en razón de la teoría
del acatamiento, por lo que resulta irrelevante, respecto de la posibilidad de aplicación
de esas referencias a la resolución de idéntica cuestión a la que ahora se estudia, que no
estuvieran directamente relacionadas con el caso judicial que provocara dichos
pronunciamientos. Ello, pues nada impide que esta Cámara comparta la interpretación
de una cláusula constitucional efectuada por la Corte Suprema de Justicia en sus fallos,
amén de que el Alto Tribunal pueda haberse excedido, al hacerla, del planteo
estrictamente efectuado, en su caso. Es más, se podrían haber desarrollado los mismos
argumentos sin la cita de los precedentes en cuestión, lo cual no habría alterado la
validez del análisis sobre el cual se concluyó la legitimidad del querellante para recurrir
la resolución que dispone la suspensión del juicio a prueba, amén de que dicha
interpretación pueda o no compartirse. Y creo que esto último es lo sustancial.

Ya he sostenido reiteradamente la tesis de que en el procedimiento penal el


concepto de ley vigente no se limita al Código Procesal Penal de la Nación, sino que
abarca a la Constitución Nacional y a los Pactos Internacionales de Derechos Humanos
con jerarquía constitucional (C.N.C.P. Sala IV: causa Nro. 335: “SANTILLÁN,
Francisco”, Reg. Nro. 585.4, del 15/5/96; causa Nro. 1619: “GALVAN, Sergio Daniel
s/recusación”, Reg. Nro. 2031.4, del 31/8/99 y Causa Nro. 2509: “MEDINA, Daniel
Jorge s/recusación”, Reg. 3456.4, rta. el 20/6/01; y mi voto en el Plenario Nro. 11 de
esta Cámara: “ZICHY THYSSEN”, rto. el 23/6/06; entre varias otras).
Es que, aquella prerrogativa afirmada por la Corte Suprema, inicialmente en el
célebre caso “Otto Wald” (reiterado luego en diversos pronunciamientos) se ha visto
reafirmada con el fuerte impacto en el sistema de fuentes del ordenamiento jurídico
argentino producido por la reforma constitucional de 1994, al otorgarle jerarquía
constitucional a los Tratados de Derechos Humanos enunciados en el inc. 22 del art. 75
de la Constitución Nacional.
Los derechos y garantías expresados en ellos deben ser considerados
complementarios de los reconocidos en la Constitución. Y expresamente señalan que
“Toda persona tiene derecho a un recurso efectivo, ante los tribunales nacionales
competentes, que la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales
reconocidos por la constitución o por la ley” (art. 7 de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos); “Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a
ser oída públicamente y con justicia por un Tribunal independiente e imparcial, para la
determinación de sus derechos y obligaciones…” (cfr. Art. 10 idem); y en el mismo
sentido la Convención Americana sobre Derechos Humanos en el artículo 8 “Garantías
Judiciales” establece el derecho a ser oído por un Juez o Tribunal competente,
independiente e imparcial para la determinación de sus derechos.
La esencia de la garantía se repite en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos –art. 14-.

En fin, continuando, y en coherencia con lo expuesto, y partiendo de que el


querellante está también amparado por la garantía constitucional del debido proceso,
como derivación del derecho de defensa en juicio pensado en forma bidimensional (cfr.
Cafferata Nores, José I.: “Proceso Penal y derechos humanos”, Editores del
puerto/CELS, Bs. As. , 2000, pág. 27), tampoco puede desconocerse que el derecho al
recurso es un medio imprescindible para que los que son parte puedan colaborar y
coadyuvar en el referido proceso, “controlando a través del recurso, tanto este conjunto
de actividades que posibilitarán, en el tiempo y en el espacio la sentencia”, como la
adaptación a derecho de este acto jurisdiccional (Suau Morey: “Tutela constitucional de
los recursos en el proceso penal”, Bosch, Barcelona, 1995, pág. 29).
En efecto, la normativa constitucional le brinda al ofendido el derecho a una tutela
efectiva que deviene de la obligación del Estado de perseguir el delito para “garantizar
el derecho a la justicia de la víctima” (informe 34/96 de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos) y el derecho a una debida protección judicial en el sentido de que
toda persona debe contar con un recurso sencillo y rápido ante los jueces o tribunales
competentes que debe sustanciarse de acuerdo con las normas del debido proceso. Lo
cual requiere que el órgano interviniente produzca una conclusión razonada sobre los
méritos del reclamo (Cafferata Nores, José I.: ob. Cit., pág. 45).
Es decir que, como se adelantó, “...si se asegura el acceso a la justicia mediante la
garantía de la ‘tutela judicial’, mal podría negarse el derecho al recurso de la víctima
que asume el rol de parte querellante en el proceso penal -pues sin el control sobre lo
que se decida, tal ‘tutela judicial’ lejos de ser efectiva, podría resultar meramente
ilusoria-“ (Solimine, Marcelo A. “El derecho fundamental del ciudadano a querellar y
su facultad recursiva”, en Rev. La Ley, del 8/2/05).

Es en coincidencia con este criterio, como lo consideré al votar en el plenario en


cita, que los artículos 458 a 462 del C.P.P.N. clara y expresamente establecen qué
sujetos procesales -que revisten la calidad de partes legalmente constituidas- están
facultados para intentar el remedio recursivo casatorio, entre los que se encuentra el
querellante, a quien se reconoce personería para actuar en juicio criminal por delito de
acción pública (art. 82 del C.P.P.N.). Por lo que, entendido su derecho a la jurisdicción,
en acatamiento de la garantía del debido proceso que también le corresponde, del modo
antes referido, cabe concluir, reitero, que tiene aptitud subjetiva para recurrir las
decisiones que hacen imposible, aún mediante la suspensión del proceso en aras de la
extinción de la acción penal, la continuación de las actuaciones (artículo 457 del
C.P.P.N.). Entonces, la tutela de los derechos que se invocan no podría hacerse efectiva
en una oportunidad procesal posterior.
Ha sido también clara la Corte Suprema en cuanto a la razón por la cual resulta
recurrible en casación la resolución que hace lugar a la suspensión del juicio a prueba,
en tanto a la luz de dicho artículo “la citada decisión impide que el proceso continúe
hasta el dictado de la sentencia definitiva, con la consecuencia de que se extinguirá la
acción penal al cumplirse las condiciones establecidas en el cuarto párrafo del artículo
76 ter” (Cfr. Fallos: 320:1919); y también el voto del Ministro Petracchi, al evaluar que
conforme al artículo 457 del C.P.P.N. “son recurribles por vía de casación los autos que
pongan fin a la acción, y el instituto de suspensión del juicio a prueba (arts. 76 bis, ter y
quater, y remisión al artículo 27 bis, todos del Código Penal; arts. 293 y 515 del
C.P.P.N.) implica, justamente, que no continúe la tramitación del proceso si se cumplen
determinadas condiciones, por lo que constituye, aun condicionalmente, un medio de
extinción del proceso”.

En tal sentido, no advierto que la circunstancia de que la víctima carezca de


facultades para impedir que el imputado haga efectivo su derecho de suspensión del
juicio a prueba (aún cuando considere insuficiente la reparación ofrecida), pueda
derivar, de algún modo, en quitarle legitimación para recurrir cuando considera aplicado
el instituto por fuera de los supuestos establecidos legalmente. Lo sustancial es que su
impugnación, en definitiva, fue interpuesta contra una de las resoluciones a las que se
refiere el artículo 457 del C.P.P.N. y se apoya en la afectación del debido proceso legal.
En el caso, la querellante cuestiona, en esencia, que la suspensión del juicio a
prueba ha sido dispuesta en el caso en contravención de las reglas que regulan el
instituto, en tanto el artículo 76 bis del C.P. ordena su improcedencia respecto de delitos
que tengan prevista una pena cuyo máximo supere los tres años de prisión, y el artículo
10 de la ley 24.316, hace lo propio en relación a los delitos tributarios; y debido a que lo
que resulta vinculante a los fines de su concesión no es la conformidad del representante
del Ministerio Público Fiscal, sino su oposición fundada.
Entonces, y en atención a que, en definitiva, la recurrente cuestiona que la
suspensión del juicio ha sido dispuesta en el caso en violación de las disposiciones que
definen su procedencia, otorgándola para supuestos no previstos legalmente, el recurso
de casación interpuesto resulta claramente admisible.

II. Habiéndose formado mayoría en el sentido de considerar inadmisible el recurso


de casación interpuesto, en cuanto se le ha negado legitimación a la parte querellante
para impugnar en casación la resolución por la cual se concede la suspensión del juicio
a prueba, no tendrá lugar en esta oportunidad una deliberación acerca de los específicos
agravios planteados por la recurrente; lo que torna improcedente que, pese a la
disidencia antes expuesta, me pronuncie aisladamente sobre los planteos en los que se
sustentó la impugnación incoada.
Por ello, en mérito del acuerdo que antecede, por mayoría, el Tribunal
RESUELVE:
I. DECLARAR MAL CONCEDIDO el recurso de casación interpuesto a fs.
41/61vta. por la doctora María Lujan RODRÍGUEZ OLIVA, letrada apoderada de la
parte querellante, Administración Federal de Ingresos Públicos - Dirección General
Impositiva , con costas (arts. 530 y 531 del C.P.P.N.).
II. TENER PRESENTE la reserva del caso federal efectuada por la parte
recurrente.
Regístrese, notifíquese y, oportunamente, remítase la causa al Tribunal Oral en lo
Penal Económico Nro. 1 de la Capital Federal, sirviendo la presente de muy atenta nota
de envío.

GUSTAVO M. HORNOS

AUGUSTO M. DIEZ OJEDA


MARIANO GONZÁLEZ PALAZZO

Ante mí:

MATÍAS SEBASTIÁN KALLIS


Secretario de Cámara

You might also like