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El esclavo feliz.

Insumisión a la ética del esfuerzo en el trabajo y el deporte


Grupo Surrealista de Madrid

No hay peor esclavo que el esclavo feliz. No hay tiranía más segura que la que se soporta con
alegría. Ante la proliferación de víctimas voluntarias, no se puede hablar de libertad o de revolución.
Hablemos para empezar de pesimismo: pesimismo sobre la cualidad intelectual y moral del ser
humano, sobre su capacidad de rebeldía, sobre la fuerza de sus deseos. Porque hay muchas razones
para alimentar ese pesimismo que por fuerza ha de actuar como perturbación y ruido de la sintonía
del sistema.

Precisamente, 1997 terminó en Madrid con un ridículo "acontecimiento" que nos es my útil como
ilustración de lo que queremos decir. El 28 de diciembre se celebró la carrera de La San Silvestre
Popular, organizada bajo el increíble lema de "Movilización popular contra los excesos de las fiestas.
Desafía la pereza". Francamente, esto ya es demasiado. ¿Qué excesos? ¿Qué pereza? ¿Acaso se
refieren los organizadores a los tímidos gastos extra que la clase trabajadora se permite por Navidad,
como válvula de escape a los sacrificios cotidianos exigidos por el régimen del euro? El problema de
los "excesos navideños" consiste en que se quedan cortos y duran muy poco tiempo. Dada la
capacidad productiva del capitalismo, que, reconozcámoslo sin prejuicios, es inmensa, habría que
permitir el derroche desorbitado de los artículos de consumo, durante ciertas épocas del año, a modo
de potlach, gratuito por supuesto y necesariamente universal, que saciara las necesidades
materiales. Por otra parte, y seguramente en muy poco tiempo, la saturación del consumo actuaría
como una vacuna contra el propio consumismo, restaurándole también así la noción de don o regalo
desinteresado, fuera del cálculo monetario y del prestigio de la mercancía, volviendo a ser ejercicio
imaginario, forma de comunicación humana, satisfacción de un deseo siempre reinventado.
En cuanto a la pereza denunciada por la San Silvestre... Hablar de pereza en el país de la economía
sumergida, en el paraíso de las horas extraordinarias y de las ETTs, no es sino una broma de muy
mal gusto. Pero además, ¡muera el trabajo y viva la pereza! Como se sabe o debería saber, no hay
dignidad, no hay belleza, no hay placer en el trabajo. En palabras de una consigna que debería
proliferar cada vez más, "si el trabajo fuese cosa buena los ricos se lo guardarían para ellos solos".
Pero, síntoma de envilecimiento y debilidad de nuestra época, decir que alguien es un "buen
profesional", no es un insulto abominable, sino un elogio.

Es que la "apología del trabajo, desde que la esclavitud ha desaparecido de la Europa Occidental,
es una vieja idea de las clases dirigentes". Es necesario pues enaltecer (encarecer) el trabajo para
que así, mistificado en el "bien escaso" por excelencia, se puedan tolerar las condiciones
insoportables en las que se desarrolla. Como decíamos en un panfleto repartido durante la huelga
general de 1994, cuanto más escaso es el trabajo como medio para garantizar la subsistencia diaria,
más se lo identifica con un fin metafísico de la existencia humana, llegándose a la definitiva
deificación del trabajo como bien más alto, como deseo máximo, como ideal absoluto, como causa
última de felicidad. Pero Paul Lafargue reclamaba ya en 1880 la jornada laboral de tres horas. En
1927, unos jóvenes obreros, en huelga por primera vez, proclamaban orgullosos que "estamos por la
jornada de dos horas, y todavía, cuando sean dos horas, serán demasiadas horas". Y en 1967, el
grupo surrealista L'Ekart de Lyon defendía que "toda persona el derecho de soñar a la luz del día,
durante el trabajo, en la fábrica o en la oficina, desnudo o vestido", lo que por fuerza implica una
organización de la noche y del día, del ocio y del trabajo, en las antípodas de la que hoy se acepta
como única posible.

Sin embargo, el siglo se apaga y las profecías están muy lejos de cumplirse. El desarrollo de la
tecnología no deja lugar a dudas sobre la posibilidad de llevar a la práctica el fin del trabajo, que
reducido al mínimo se convertiría en ese "condimento placentero de la pereza" soñado por Lafargue.
Se confirma así que lo imaginario es lo que tiende a ser real (Breton), también en lo social, en lo
económico. Pero el fin del trabajo supone el fin de los que dan y quitan el trabajo, y el triunfo de la
tecnología anuncia la caducidad del pensamiento unilateral y utilitarista que la funda, permitiendo la
superación histórica de ambos. Porque la realización de todos los deseos no sobrepasa los medios
de acción actuales del hombre sobre el mundo materialismo la vieja organización social (Debord).
Es en nombre de esa "vieja organización social", y de la clase dominante de la misma, que el
trabajo forzado conoce una nueva fase de expansión y dominio, a escala universal. En EEUU, el
tiempo libre para la comida en el trabajo se ha reducido de una hora a un cuarto, o a nada. La triste y
banal propuesta del gobierno francés de la jornada de 35 horas es acogida en Europa como si fuera
una utopía descabellada, mientras que en Inglaterra se apresta a la resurrección de las workhouses.
En Asia, la "crisis" (que llega, como un aviso, castigo o penitencia, justo un año después del
sobresalto casi revolucionario de los trabajadores surcoreanos) exige nuevos esfuerzos a una
población exhausta. En África, en América del Sur... ¿Qué es entonces lo imaginario, qué es lo real?
La abolición del trabajo fue el deseo imaginario de ayer que hoy se ha hecho alternativa real, mientras
que, la supervivencia empeorada del trabajo no es sino la necesidad inevitable y real de ayer que hoy
se ha convertido en excusa imaginaria, en impostura ideológica al servicio del capital.

No esperemos encontrar sin embargo, como arma de propaganda, la repetición mecánica del viejo
discurso seudoreligioso que cantaba las virtudes morales y moralizantes del trabajo. Junto al siempre
efectivo "miedo al paro", y confirmando que hoy todos los lenguajes se unifican en el lenguaje
económico (suprema apropiación de la misma materia prima del imaginario social), las loas
victorianas al trabajo han mutado en conceptos funcionalistas y supuestamente asépticos, lógicos,
razonados ya que no del todo racionales, como la productividad o la competitividad, palabras
sagradas que se marcan a fuego vivo sobre las conciencias. Sobre todo las juveniles. Los resultados
de esta política infame están pues a la vista. Si medimos por ejemplo los efectos de los rayos JASP
sobre los adolescentes, encontraremos que, según el último "Eurobarómetro" sobre los jóvenes
europeos (abrilmayo de 1997), los españoles entre 15 y 24 años son los más dispuestos a aceptar
cualquier trabajo, sin seguridad social, sin estabilidad, con poca paga, donde sea, y dando las
gracias.

Es aquí donde el deporte alcanza su punto de ebullición como instrumento ideológico. A la par que
la publicidad, con la que por lo demás entra en constante simbiosis, el deporte es el gran medio de
difusión e inoculación de las exigencias y órdenes de la economía. El argumento es siempre el
mismo: un anuncio que asocia el esfuerzo del deportista con la explotación del trabajador, que,
convertido en un acto reflejo, en una caricatura degradada de la estrella que admira, acepta sin
rechistar la conminación afable que le pide que "siempre se exija más", que dé "lo mejor de sí
mismo".

Ante el poder de persuasión del deporte, los viejos altavoces del discurso del poder, la iglesia, el
cuartel, la escuela, se revelan como herramientas obsoletas, inservibles. Si por ejemplo se intenta
llevar a la práctica ese proyecto odioso pero irrisorio de inculcar "los valores castrenses" a los niños y
jóvenes, llevando a militares a los colegios e institutos, sólo se conseguirá, con la excepción de los
tarados habituales, que se multiplique y fortalezca la indiferencia, el desprecio y la burla que los
jóvenes ya sienten por estas instituciones desprestigiadas. Pero, que una estrella del deporte acuda a
una aula, a una discoteca, que hable de sus sacrificios, de sus esfuerzos y humillaciones, de todas
las obediencias, de todas las humillaciones, de todas las obediencias, de todas las traiciones.
Veremos entonces cómo se le escucha, cómo se le hace caso, cómo se le cree, y sobre todo, cómo
se le imita.

He aquí pues el factor clave de la alienación deportiva, cuya importancia para la reproducción
ideológica del sistema no radica tanto en los efectos letárgicos y desmovilizadores que se deducen de
su carácter de espectáculo de masas, como en el cariz sorprendente d emito social, de historia
ejemplar que todos los días y todas las noches pone en escena la agonía sagrada de los
especialistas del dolor y del esfuerzo que los sacrifican todo a cambio del "triunfo". "Los madrugones
de cada día a las seis de la mañana, el hecho de tener que sacar las asignaturas de segundo de
INEF robándole horas al sueño, o el no poder pasar más tiempo con sus amigas o con su novio... son
algunos capítulos del cuento de María que algunos no querrían leer. Ella los asume sin más". En
estos términos hagiográficos, edificantes, aleccionadores, se relata la peculiar forma de vida de una
famosa nadadora, que presume libre y felizmente de su propio calvario: "Yo no me escaqueo ni un
metro de los entrenamientos. Voy a tope aunque me duelan los brazos, y respiro cuando tengo que
respirar". Este es el ideal de vida que se propone y que todo el planeta asume, de rodillas ante el gran
dios de Oriente y occidente, del Norte y del Sur. ¡Es realmente un dios vivo el que muestra su gloria
ininterrumpida en los altares mediáticos del espectáculo integrado! Y son muchos sus oficiantes, y
florecen por doquier los adeptos y los aspirantes al martirio.

El martirio. Volviendo al caso práctico del que nos hemos servido como amena ilustración, oigamos
a uno de los imbéciles que participaron en la San Silvestre Popular: "Ya por el hecho de madrugar y
por el frío que hemos pasado combatimos la pereza, la abulia, la apatía y lo que me digas".
Masoquismo enfermizo, sumisión cobarde al instinto de muerte, odio al principio del placer y
depreciación miserabilista de la existencia, obediencia ciega y fanática a la voz de mando, eso
decimos porque eso es lo que se esconde tras una opinión así, que se ve corroborada y esclarecida
por la peligrosa estupidez de uno de los organizadores: "Es impresionante la imagen de tanta gente
corriendo tan temprano". Impresionante, sí, tanto como el espectáculo de un campo de concentración
o de una plantación de esclavos. Por cierto que el inevitable "mecenas" de este evento de pesadilla
no fue sino la multinacional de material deportivo Nike, famosos por su explotación salvaje de la mano
de obra (incluso infantil) del Sureste Asiático. El círculo vicioso siempre tiende a cerrarse cortando el
hilo de la vida.

Guerra pues al trabajo bajo todas sus formas, se esconda donde se esconda, y se disfrace como
se disfrace.

La palabra llave sigue siendo hoy la desmoralización, que debe aplicarse sin más tardanza a
cualquier manifestación del espíritu del enemigo. Para empezar, parece completamente necesario el
sabotaje sistemático de esa peste ridícula de "carreras populares", "gincanas por los derechos
humanos" y "marchas contra la droga", cuya nocividad social es sólo comparable a los trances
colectivos, antesalas del linchamiento y del progrom, que se generan en los estadios de fútbol, y que
en todo caso son más peligrosas que el mero consumo pasivo de las retransmisiones deportivas en
tanto y en cuanto que la participación en la carrera o prueba implica una ilusión de afirmación
personal, un simulacro de decisión libre, un delirio de comunión mística que inevitablemente
refuerzan la asunción de los valores de la clase dominante que sustentan y dan sentido a estas
demostraciones. Como medios adecuados de perturbación y sabotaje, recomendamos desde
medidas agresivas como alfombrar con chinchetas, canicas o alquitrán las calzadas donde se
desarrollará la carrera, hasta otras posibilidades más hedonistas y quizá más efectivas: la puesta en
práctica, al paso de la carrera, de ceremonias eróticas realizadas por dos o más personas, la
exhibición festiva del estado de embriaguez, la organización de fiestas irresistibles y juegos tan
apasionantes como inútiles, el ejemplo provocado de durmientes entregados al mejor de los sueños,
o la instalación de objetos misteriosos que despierten la curiosidad de los "atletas", incitándoles al
abandono de la prueba. Se trataría en fin de la exaltación decidida y contagiosa de los placeres de la
pereza, y, por contraste, del desenmascaramiento, por vía del humor y del goce, de la nueva
dictadura eugenésica de la salud y del deporte, del puritanismo y el deber.

De estas acciones subversivas y otras parecidas, en realidad muy tímidas y, si se quiere, poco
imaginativas, hay que pasar sin duda a la organización de un verdadero movimiento de objeción,
mejor aún, de insumisión al trabajo, que bien podría inspirarse en los métodos y experiencias de los
movimientos antimilitaristas y okupas. Sólo que, instalados en el corazón mismo del sistema, en la
negación del trabajo asalariado (y hasta del trabajo sin más) que funda la dominación de la economía,
es más difícil, tal vez imposible, la recuperación de esta nueva y definitiva forma de lucha. Se podría
proponer así el colapso de las oficinas del INEM, inundadas por miles de renuncias al trabajo, o, por
le contrario, por la demanda de trabajos imposibles; el boicoteo sistemático de las entrevistas de
empleo mediante respuestas absurdas y violentas al psicólogocapataz de turno, o exigiendo
condiciones desorbitadas en el sueldo, horarios, etc.; la okupación de las empresas por falsos
trabajadores que, una vez contratados, se declaran insumisos al trabajo, negándose tanto a
desempeñar sus tareas como al abandono del lugar, librándose en cambio a la propaganda por el
acto del derecho a al pereza; declaración de insalubridad pública de las ETTs, y campaña de
desinfección inmediata de las mismas, mediante la creación de cordones sanitarios (barricadas,
cadenas humanas, cortinas de fuego) que aislarán a la población indefensa de semejantes focos de
contagio; etc.

Por cierto que hablamos de una insumisión que exija con el mayor de los cinismos la satisfacción
libre e inmediata de todas las necesidades materiales y, más aún, de todos los lujos. Esta actitud
irresponsable caminaría varios pasos por delante de las provocaciones de los trabajadores franceses,
por otra parte gratas y estimulantes ("autoinvitación" en hoteles y restaurantes de lujo, saqueo de
supermercados, anulación del peaje de las autopistas), en el sentido de que la "tragedia del paro" no
se utilizaría y como coartada, como reclamo lastimero, que no se trata de reivindicar un puesto de
trabajo porque se niega el trabajo: los invitados al reality show se niegan a contestar las preguntas del
entrevistador, el público abandona el escenario, el espectáculo se apaga.

En este sentido, no hay que temer sino más bien desear y provocar la incomprensión del resto de
la sociedad, la hostilidad incluso, porque tal incomprensión, tal hostilidad, tal escándalo, tendrán un
efecto desmoralizador sobre las verdades indiscutibles y las creencias universales. Romper, romper
aún con el ejemplo aislado, romper siquiera en el plano del deseo, romper esa ley maldita, afirmar
que ni el trabajo ni el dinero son ya necesarios, que se puede y se debe tener acceso a todo tipo de
bienes, que todo bien es un bien libre porque gracias al triunfo de la economía ya no hay bienes
económicos, es abrir la puerta a la duda y a la pregunta, y al juicio pesimista sobre la organización
actual del mundo.

[ www.sindominio.net/oxigeno ]

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