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Capítulo 1
“Buenos días, parece ser que las nubes que durante esta semana han
estado provocando chubascos en el norte Peninsular se alejan lentamente,
lo que nos permitirá disfrutar de un cielo muy despejado a partir de esta
mitad de la jornada.”
Claudia era una chica morena de cabello corto, sus ojos eran marrones y
solía resaltarlos con maquillaje. Su modo de vestir resultaba un tanto
atrevido y su color preferido era el negro. Normalmente solía combinar
ambas cosas con una minifalda y una camisa ajustada que marcaba sus
encantos. Pero lo más importante radicaba en su personalidad: Claudia se
desvivía por la gente que quería y cualquier problema de otro lo asumía
como algo personal.
Sin añadir nada más su compañera de piso dio media vuelta y se dirigió
hacia el dormitorio. Mientras Elibé la veía alejarse por el pasillo observó
como los huesos de su amiga se dibujaban repugnantemente bajo su
camisa.
***
-Me siento fatal por cómo te traté ayer, no estuvo bien y espero que puedas
perdonarme. Sé que no es excusa pero llevo unos días un poco nerviosa y
por eso reaccioné como no debería.
-Yo también lo siento-Respondió al cabo de unos segundos-A veces pienso
que te fuerzo demasiado, pero me desespera ver como sufres y no poder
hacer nada por ayudarte.
Una vez reconciliadas las prisas les asaltaron cuando al mirar sus relojes se
percataron de que llegaban tarde. Aquella tardanza tan habitual se debía a
que el piso donde vivían se encontraba justo en el otro extremo del pueblo,
y para llegar a la Universidad debían cruzar una colina que dividía en dos a
la población. Aquel no hubiese sido un problema si el sendero por el cual
bordeaban el cerro estuviese urbanizado y no dejado por la mano de dios.
-Elibé, rápido.
Aquella pareja tan peculiar eran Paula y Sergio, dos personas que a simple
vista parecían completamente opuestas pero que cuando se les conocía a
fondo resultaban ser dos gotas de agua. A ambos les fascinaba el cine de
género, todo los relacionado con los fenómenos paranormales e incluso
habían llegado a coincidir en algún avistamiento. Cuando uno conocía datos
como este no podía evitar sentir un cierto recelo.
***
Sobre sus cabezas un cielo formado por árboles de hoja caduca dibujaba un
escudo dorado que impedía que el sol se filtrase con esplendor. Sin
embargo, a pocos metros, una obertura a causa de un gran impacto había
quebrado las ramas de uno de ellos y daba paso a un deslumbrante rayo de
luz. Entusiasmados por tal acontecimiento se acercaron y sorprendidos
miraron el cráter que se había formado justo debajo. En aquel momento
ninguno de ellos pudo añadir palabra, ni siquiera Elibé, cuyo rostro palideció
como un muerto al percatarse de algo completamente desconcertante.
Se suele decir que la mirada es el reflejo del alma, que mediante ella
podemos entrar en la psique humana y descubrir la verdadera persona que
tenemos delante. Por eso mismo, cuando Claudia se observaba durante
horas en el espejo, no podía evitar sentir un cierto malestar; por más que lo
intentara, y por mucho que lo evitara, sus ojos se conectaban en el espejo
recordándole cada día quien era por dentro. Aquella fijación obsesiva se
desencadenó de un modo superficial con el resto de su cuerpo; por si misma
decidió ponerse a dieta y mostrar en bandeja su sugerente cuerpo. La
exagerada dedicación por su aspecto estaba ligada con la esperanza de
encontrar a alguien especial. Lo sabía con claridad, su autoestima y
seguridad dependería de ello.
Con un último trazo negro perfiló su ojo derecho. Distanciándose del espejo
se echó un último vistazo y, ya conforme, abandonó el baño. Recorrió el
pasillo dónde los dormitorios estaban situados y llegó al comedor. Eran las
diez tocadas y la oscuridad se había apoderado del lugar, tan solo una luz
proveniente de la lámpara trípode iluminaba el sofá donde su amiga
esperaba preocupada.
-Deberíamos llamar a la policía-. Dijo Elibé con el colgante entre sus manos.
-Pero… ¿estás segura de que es el mismo?-Preguntó mientras se abrochaba
la chaqueta de cuero negro.
-¿No lo ves? La cadena también es idéntica ¿no es demasiada coincidencia?
Por un momento Claudia quiso discutir tal argumento, pero por el bien de
ambas desistió y con un ademán de asentimiento secundó su teoría.
-Pero ahora tengo que irme. Lo siento Eli, me quedaría acompañándote toda
la noche pero esta vez tengo que presentarme.
-Tranquila-Respondió con un tono reconfortante para no preocuparla-estaré
bien.
***
Envuelta por un aura de paz sus ojos se adaptaron y pronto descubrió que
se encontraba en el lugar del acontecimiento; Sus pies se mantenían
descalzos sobre una capa de nieve, la cual se extendía como una sábana
rodeando el imponente cráter. Los árboles que limitaban el terreno
asomaban de la oscuridad y con sus ramas parecían amenazar a cualquiera
que decidiese marchar. Afortunadamente todo lo que necesitaba se
encontraba en ese mismo lugar, tan solo a unos pocos pasos. Desnuda
avanzó por el camino de hielo y cuando alcanzó su final descubrió algo de lo
más estremecedor; Un rayo de luz hibernal iluminaba el boquete donde
anteriormente se encontraba el meteorito. Pero ahora, los pequeños copos
que provenían del exterior se dejaban caer por una enorme perforación en
la tierra que se extendía en kilómetros de profundidad.
En un principio sintió como si hubiese sido engullida por aquel socavón, sin
embargo, cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad pudo vislumbrar
el techo del salón. No hizo falta ser demasiado avispada para descubrir que
su mente le había jugado una mala pasada. Abatida por el sueño buscó el
interruptor de la lámpara situada junto al sofá y, una vez logró alcanzarlo, el
comedor se iluminó. La luz destelló en el reflejo del televisor, las sillas se
dibujaron sobre la oscuridad y antes de poder ver el resto de la sala, un
escalofriante suceso la inquietó: El mueble principal de la sala de estar
había sido asaltado, se encontraba desordenado, cajones y armarios
estaban abiertos con todo su contenido tirado en el suelo. Cuando el
pensamiento de un robo atravesó su mente no pudo reprimir el miedo. Sus
cinco sentidos se vieron afectados por una desconocida sugestión que
mentía con la alargada sombra de la lámpara, con la silueta del perchero
que asomaba desde el recibidor y sobretodo engañaba con las voluminosas
cortinas que no transparentaban a causa de la negrura exterior. No quiso
parpadear, ni siquiera pudo respirar, aún con el sueño dibujado en su cara
se puso en pie y, abalanzándose al teléfono, se dispuso a llamar a la policía.
Para su sorpresa el destino tenía preparado algo distinto para ella y el
inalámbrico sonó antes de que lo cogiera. Desconcertada se preguntó que
estaba sucediendo, ya que tal casualidad no solía ser algo habitual. A pesar
de tanto razonamiento la inercia controló sus movimientos y al tercer tono
descolgó el auricular.
-¿Diga?
-¿Eres Elibé?-Dijo la voz de una mujer.
-Sí ¿Por qué?
-Es sobre tu amiga Claudia, está hospitalizada.
***
A las doce tocadas las luces se apagaban en las carreteras del pueblo
menos habitadas, como un plan de ahorro que el ayuntamiento acordó a
causa de un gasto innecesario. Con tan solo diez minutos de ventaja Claudia
regresaba a casa tambaleándose de lado a lado, con unas prominentes
ojeras marcadas. Abstraída de la realidad su subconsciente escogió el
camino correcto y a paso lento avanzó por la acera paralela al Parque de las
Golondrinas. Ya no podían escucharse los niños jugando en los columpios,
tampoco el incómodo ruido de los coches alteraba la noche, ni siquiera el
canto de los grillos perturbaba aquel sospechoso silencio. A pesar de todo,
lo que mantenía con vida aquel lugar era la llovizna que se vislumbraba a
través de los focos de luz, una iluminación que provenía de las escasas
farolas que parpadeaban solemnes entre la oscuridad. No esperó
demasiado, sabía a ciencia cierta que debía darse prisa si no quería acabar
perdida entre las sombras.
Aceleró sus pasos al divisar el portal del edificio donde vivían, sustrajo el
llavero de su chaqueta de cuero y, con un cierto esfuerzo, intentó
introducirla en la cerradura.
-¡Claudia!-
Ni siquiera había logrado abrir la puerta cuando una voz familiar gritó su
nombre e irrumpió lo que estaba haciendo. Buscando su procedencia se giró
hacia la carretera y entrecerrando los ojos intentó fijar la vista. Al otro lado
de la calle, entre los matorrales del parque, una tétrica silueta parecía
observarla. Por un momento pensó en preguntar quién era, pero no necesitó
hacerlo para descubrirlo. Como una reacción en cadena las farolas se
apagaron una tras otra, el extraño individuo dio un paso al frente y Claudia
retrocedió aterrorizada.
A unos pocos pasos, envuelto por el sirimiri de las primeras lluvias, Marcos
yacía sobre la acera con el mismo atuendo que el día de su desaparición.
Capítulo 3
Veinticuatro horas atrás había decidido olvidar, hacer un esfuerzo por seguir
adelante y volver a respirar. Pero el caso de su novio resurgió como un alma
que aún no ha alcanzado la paz y la devolvió a la oscuridad.
Antes de que pudiese acabar la frase una mano se dejó caer sobre su
hombro y una voz familiar dijo su nombre en alto. Elibé se giró al instante.
-Espero que lo entiendas, no quiero echarte la bronca, tal sólo quiero que
estemos bien.
Sin decir nada más Elibé se detuvo en el paso peatonal y alzó la mano con
la atención de llamar a un coche patrulla que esperaba en acera paralela.
-El modus operandi del ladrón es muy confuso y no parecen haber objetos
robados.-Concluyó uno de ellos.
Claudia supo al instante que aquellas palabras no fueron del todo sinceras,
lo cierto era que la falta de interés en el caso había sido a causa del
comportamiento de su compañera de piso. Los nervios de Elibé se
desbordaron cuando horrorizada descubrió que el colgante encontrado en el
bosque había sido robado. Aquella cadena dorada con medio corazón era la
única pista que podría llevarle de nuevo junto a Marcos, pero al igual que
hacía cuatro meses, desapareció sin dejar rastro. Desesperada intentó
hacerles entender que el ladrón tan solo entró para hacerse con aquel
objeto y quizás, si lograban dar con él, también podrían encontrar a su
pareja.
-Tranquila, como aún no me encuentro del todo bien mañana no iré a clase-
dijo Claudia cuando los agentes marcharon.-aprovecharé para acercarme a
comisaría y denunciarlo.
Se maldijo a si misma por haber perdido la única pista que podría conducirle
hacia su pareja, por sentirse perdida y aturdida como una estúpida niña y
sobretodo su cólera se desató al percatarse de que se encontraba en el
mismo estado que cuando su pareja desapareció. Si lo que deseaba era una
respuesta clara debía reaccionar, despertar de aquel sueño que la mantenía
anestesiada en la cama y valerse por si misma para encontrar una nueva
pista. Porque a pesar de las promesas de su amiga y por mucha seguridad
que transmitiese la policía se encontraba sola en aquella pesadilla.
***
Con un sutil clic presionó el botón “Play” del radiocasete y la canción “I´ve
told every little star” de Linda Scott iluminó el comedor. Acompañada por la
música corrió las cortinas del balcón permitiendo la vista del hermoso
paisaje exterior. Con el mismo entusiasmo se situó frente el espejo y, con
un pintalabios carmín en mano, resaltó la optimista sonrisa con la que
despertó a la mañana siguiente.
Sin nada más que decir cruzó el recibidor y cerrando la puerta tras de sí
abandonó el piso. En el silencio que dejó, tan solo perturbable por tic tac del
reloj, una desgastada mano apareció y arrastró el cuerpo que mantenía a su
compañera esclava en la cama. Ella misma y su expresión de crudeza, como
un punzante alfiler atravesando su mejilla izquierda, se tambaleó hacia el
baño y, dejando caer sus párpados con tristeza, se encerró silenciosamente
en él.
Los profetas del siglo XXI predijeron que aquel 13 de Agosto sería un día
soleado y en parte acertaron; Pero ningún meteorólogo sabía que el pueblo
en el que vivían era de lo más contradictorio, fuese cual fuese el pronóstico
siempre acababan recibiendo lo totalmente opuesto. Por eso mismo y, a
diferencia del resto del mundo, los días en aquella villa siempre eran grises,
apagados, y con la persistencia de la lluvia sobre sus aceras. En ocasiones
muchos de los habitantes se habían preguntado si tal comportamiento del
tiempo era natural, algunos de ellos, sobre todo los más viejos,
respondieron con antiguas leyendas que escucharon cuando eran pequeños,
sobre una maldición que se desató en el lugar cuando aún ni siquiera había
sido edificado. “Yo he visto el fuego arder bajo estas tierras, llamas de color
violeta que despiertan a nuestros antepasados en sus sepulcros” Solía decir
Fermín, un anciano con los primeros problemas mentales de la vejez.
Después de escuchar algo así uno se preguntaría.-¿Qué idiota iba a creer
semejante bobada?- y como respuesta allí estarían Paula y Sergio. Su afición
por los fenómenos paranormales, extraterrestres y demás rarezas les había
hecho populares en la región. ¿Quién habría imaginado que aquellos niños
que se conocieron en la guardería acabarían juntos para el resto de sus
vidas? Para ser sinceros ninguno destacaba ni por su físico ni por su
intelecto, sin embargo el aura esotérica que desprendían lograba captar la
atención de todos los demás. Claudia fue una de esas personas; se sintió
atraída por la extraña pareja, incluso de algún modo parecía admirar su
modo de vida, y se trabajó su amistad durante un tiempo hasta que
finalmente logró intimar con ellos. A pesar del roce Elibé jamás llego a sentir
lo mismo; sin lugar a dudas reconocía que eran buena gente pero sus
aficiones le resultaban demasiado escabrosas como para compartirlo.
Eran las dos del medio día, las lluvias para entonces ya habían cesado pero
un intenso frío provocaba el crujir de las ramas. Durante las clases Elibé se
dejó llevar por el melancólico paisaje, utilizó los colores más apagados para
recordar los sucesos que la acompañaron y, después de pensarlo mucho,
finalmente llegó a una conclusión. Cuando Claudia sufrió el desmayo
regresaba de salir de fiesta con Paula y Sergio, concretamente celebraron la
visita de un amigo lejano que durante años residió en el mismo pueblo. Por
eso mismo pensó que tenían todo el derecho a saberlo. Si tal amistad les
unía debían ser informados sobre el estado en que se encontraba Claudia y
si realmente se preocupaban por ella, entre los tres podrían buscar un modo
de ayudarla.
-A ver, ya sabéis que Claudia siempre ha sido delgada, pero hace meses,
bueno… últimamente no come como debería. Muchos días se salta las
comidas, pero… en fin, que casi no prueba bocado. El caso es que ayer,
justo cuando volvía de quedar con vosotros, se desmayó en medio de la
calle y tuvieron que llevarla de urgencias.
-¿Lo dices en serio?-Preguntó Sergio.
-Sí. Yo la verdad es que no sé qué hacer; si ir a un especialista, hablar con
sus padres o no sé. Pero no puedo soportarlo, esto no puede alargarse más.
-¿Y que quieres que hagamos?-Preguntó Paula.
-Mira, podríamos ir a hablar los tres con ella, de buenas ¿sabes? Y quizás así
abra los ojos.
Sin nada más que decir adelantó sus pasos, corrió sobre los tablones del
puente cruzando el río y con la misma prisa se encaminó por el sendero que
bordeaba la colina.
A medida que la silueta de Elibé se alejaba en la montaña la extraña pareja
se echó una mirada y, con una media sonrisa, restaron importancia a sus
palabras.
Una vez llegó a su hogar, justo antes de entrar, intentó disimular la prisa
que se había dado y con calma esperó unos segundos a que su respiración
se normalizara. Cuando sus pasos alcanzaron el comedor pudo ver a su
amiga arrodillada frente al televisor mientras recogía algo del suelo. Claudia
se incorporó y se giró hacia su compañera con ambas manos ocupadas; en
su izquierda sostenía lo que parecían ser unos cuantos cristales rotos y en
su derecha agarraba el preciado cuadro con la fotografía de Elibé y Marcos.
El color de su iris jamás había resaltado entre los demás, pero ahora, con las
pupilas totalmente contraídas su mirada se manifestaba de un modo
escalofriante. A pesar de los espasmos no podía apartar la vista de la
montaña; permanecía paralizada, observando con terror como la niebla
suspiraba entre la arboleda, como susurraba su nombre mientras se
desplazaba colina abajo.
Con total tranquilidad Elibé se dirigió a la cocina, se sirvió una taza de leche
caliente y solitaria apoyó su hombro junto a la ventana. Inconsciente de que
estaba siendo observada Claudia cruzó la carretera y, ajustándose la
chaqueta, desapareció tras un edificio. Una vez acabó el desayuno dejó caer
su tazón azul oscuro en el fregadero e inmediatamente se encaminó hacia
el dormitorio de su amiga. Desconocía las razones de su mentira, tampoco
comprendía el por qué de su tortura física, pero si de algo estaba
completamente segura es que debía ayudarla. Ella fue como un soplo de
aire fresco en la peor época de su vida, una dulce voz que la consolaba con
palabras de esperanza, una verdadera amiga que estuvo presente en cada
una de sus recaídas. De algún modo le estaba agradecida pero también se
sentía mal consigo misma por haber sido tan egoísta; sus propios problemas
la habían vuelto una persona egocentrista, ignorando que una de las
personas que más la quería también necesitaba la mano de una amiga.
Lamentablemente, y por mucho que lo intentara, la introversión de Claudia
no le permitía ver más allá de su apariencia física. Fue entonces cuando
decidió acudir a sus amigos, con la esperanza de que juntos pudiesen
hacerle entrar en razón, pero la enorme decepción que se llevó tan solo
sirvió para acrecentar sus ansias por ayudarla.
-¿Qué es esto?
“17 de Abril
Mis padres están preocupados por Elibé, dicen que intente cuidarla lo mejor
que pueda.”
“18 de Abril
Al final no fue tan duro como pensaba, los agentes fueron muy amables
conmigo, incluso me ofrecieron algo de beber. Me han preguntado lo típico:
cuando fue la última vez que vi a Marcos, si sufría algún tipo de problema,
si tenía enemigos, etc. También me preguntaron sobre la relación que
mantenía con Elibé.
“26 de Abril
Elibé apartó los ojos del libro, inclinó su cabeza hacia atrás y cerrándolos
dejó escapar un suspiro de frustración. Durante aquellos segundos se
cuestionó a sí misma si quizás estaba yendo demasiado lejos, si quizás
estaba exagerando el problema. Decepcionada con los resultados se puso
en pie y, con el escrito en la mano, decidió devolverlo a su escondite.
Del mismo modo que un deja vú nos desorienta sin previo aviso la imagen
del cuadro roto se cruzó como una ráfaga en su mente. Mientras recordaba
aquellas palabras de disculpa los recientes acontecimientos parecían
adquirir un significado oculto, que ni siquiera ella misma era capaz de
esclarecer; filamentos invisibles relacionaban los inexplicables sucesos con
antiguos cabos sueltos. Concretamente la conjetura de Elibé se manifestó
en su subconsciente tras concluir la lectura del diario. Algo no estaba bien,
lo había pasado por alto y aún no era consciente de que se trataba.
***
De camino a la Universidad un pequeño puente de madera permitía cruzar
el río que descendía de la montaña, su presencia se prolongaba desde
décadas atrás y cada uno de los habitantes conservaba su recuerdo desde
la infancia.
De nuevo el silencio se apoderó del lugar, Paula apartó su mano del hombro
de Claudia y frunció el entrecejo desconcertada.
***
-Bueno ¿y los estudios que tal? Porque hay que estudiar eh-Preguntó su
marido con cierta picardía.
-Vaya ¿cómo le preguntas eso a la chiquilla?-Dijo su mujer girándose hacia
él.-¿no se te ocurre otra cosa que decirle ahora? venga hombre.
-Leches, a ver por qué no puedo preguntarle.
-La niña tiene que divertirse, narices, deja de agobiarla con temas de esos.
Con disimulo dirigió su mirada hacia el enorme reloj de pared que tenían
situado junto al televisor; era la una del mediodía, las clases acabarían a la
media y si no se daba prisa no tendría tiempo para llevar a cabo su plan.
“7 de Abril
A pesar de las circunstancias era un día soleado, las lluvias para entonces
ya habían cesado e incluso era posible escuchar el canto de los pájaros. Las
siluetas de los cipreses asomaban con respeto en los límites del cementerio,
ninguna de ellas más alta que el resto, señalando con sus copas sutilmente
hacia el cielo. Elibé vestía un traje negro, ocultaba sus rodillas tras una
estrecha falda y resaltaba su rigidez corporal mediante una chaqueta con
hombreras americana. Con una mirada afligida, llorosa e inconsolable se
detuvo frente a una de las lápidas; la losa de mármol blanco resaltaba entre
las demás; por su belleza, por su pulcritud, por su novedad.
Con los nervios a flor de piel evitó su mirada y se agachó para recoger el
escrito del suelo. Mientras lo hacía el rostro de Claudia palideció, sus ojos
marrones se abrieron como dos circunferencias perfectas y exaltada
preguntó:
-¿Ese es mi diario?
Elibé volvió a mirarla de nuevo, esta vez con mayor seguridad, y asintió con
la cabeza.
Como aquel argumento no parecía convencerla del todo Elibé se giró hacia
el escritorio y recogió la novela apoyada en el elefante indio.
-Aquí está.
***
En la oscuridad de la noche los relámpagos caían en picado, bifurcaban sus
puntas en el cielo y perforaban el terreno a las afueras del pueblo. Elibé
permanecía resguardada en su cama con la mirada fija en la ventana,
mientras esta misma retumbaba a causa del viento. Pero su falta de sueño
no era a causa del temporal, ni por miedo a que el cristal estallara de un
momento a otro, el insomnio que sufría estaba relacionado con su
compañera de piso.
Un repentino rayo iluminó el dormitorio y, de un modo escalofriante, alargó
la sombra del escritorio. Sucedió en ese mismo instante, cuando el
estruendo sacudió todo el cielo; cuando Elibé escuchó la puerta de entrada
al piso cerrarse. Inmediatamente se incorporó de la cama y a ciegas se
colocó las zapatillas. Su imaginación se desbordó de nuevo y el recuerdo del
robo resurgió en su mente. -¿Y si el ladrón había vuelto?-Se preguntó
saliendo al pasillo. Asustada corrió hacia el dormitorio de Claudia, con sus
manos palpó las sabanas de su cama y para su sorpresa descubrió que ella
ya no estaba,
***
8 de Abril, un día cualquiera para al resto del mundo pero una fecha muy
significativa para Claudia. Aquella mañana, después de las clases lo había
citado en la colina, tras un breve paseo le confesaría sus sentimientos y
Marcos, en un afán por amarla, la correspondería con un apasionado beso.
Así lo había imaginado durante todo aquel tiempo y así lo había deseado
desde el comienzo.
Una vez acabó la frase no dijo nada más, dio media vuelta y se dispuso a
regresar al pueblo. Cuando ni siquiera llevaba cuatro pasos Claudia saltó
inesperadamente sobre su espalda.
Sus manos agarraron con fuerza la camisa blanca que cubría su torso, dejó
caer el peso de su cuerpo contra él hasta que finalmente le hizo perder el
equilibrio. Ambos cayeron, el colgante con forma de medio corazón fue
arrancado de su grueso cuello y la cabeza de Marcos golpeó el suelo,
afortunadamente a dos palmos de distancia de una enorme piedra de
granito.
-¡No puedo soportarlo, necesito que me quieras. Abrázame por favor,
abrázame un poco más!
***
-Ahora lo entiendo, tu… ¡Tú robaste la pista del colgante!-Gritó de nuevo sin
apartar la mirada del cuerpo-¡simulaste el robo para que perdiese los
nervios y la policía me tomase por loca! ¡No querías que le encontraran
porque tú le mataste!
-No sé por qué fue, pero me sugestioné, empecé a delirar. Creía verle en
algunos sitios, incluso me parecía escuchar su voz llamarme, todo parecía
tan real. Por eso… por eso pensé algo completamente absurdo, creí que de
algún modo había vuelto a la vida, que quizás el meteorito lo había
provocado, que por eso no vi su cuerpo. Que estúpida he sido-Claudia
esperó unos segundos y con una mirada mucho más afligida prosiguió.-Y
esta tarde, cuando te descubrí leyendo mi diario me di cuenta de que
empezabas a sospechar. Por eso he vuelto, tenía que asegurarme, pero lo
único que he conseguido es delatarme a mí misma. Cuando el realidad su
cadáver se encontraba enterrado justo al lado.
De repente, mientras sus labios aún vocalizaban las últimas palabras, Elibé
se irguió y corriendo intentó huir. Inmediatamente Claudia reaccionó, siguió
sus pasos y, tal cual ocurrió con Marcos, saltó sobre ella. Ambas rodaron por
el suelo. Desesperada reptó por la hierba mojada mientras sentía el peso de
su compañera sobre la espalda. Lamentablemente las manos de Claudia
alcanzaron su cabeza y, agarrándola del pelo, la arrastraron hacia ella.
-Marcos…
“-Siempre te protegeré.”
<< He visto el fuego arder bajo estas tierras, llamas de color violeta >>
Por un momento creyó que aquel repentino silencio era a causa de que la
tormenta había cesado, sin embargo, aún podía ver las gotas de lluvia
filtrarse por las hojas, aún podía sentir el temblor que provocaban los
truenos, podía notarlo todo excepto el sonido. Angustiada se asustó al
pensar que había perdido el oído, que por alguna razón su mente le privaba
de cualquier ruido, y que quizás no podría volver a escuchar nunca más. No
tardaría en dejar de preocuparse por tal problema.
-¡Claudia!
Elibé dejó caer las flores sobre la tumba de Marcos y tras observar su
nombre inscrito en la cruz dio media vuelta y se fue. Abandonando el
cementerio bajó las interminables escaleras que conducían al sector nuevo
del pueblo y decidida se dirigió a la avenida principal. Su caminar parecía
haber cambiado, los tacones de sus zapatos negros se clavaban con
tenacidad en el asfalto, moviendo su cuerpo con una total seguridad. Pero
cualquiera que la conociese lo suficiente podía percibir su pesar, como el
dolor aún rodeaba su cuello, como su cuerpo se curvaba mientras sus
temblorosas manos agarraban la correa del bolso. También lo había hecho
su rostro, totalmente desmejorado y con una expresión que oscilaba entre
la rabia y el desconsuelo. La mirada de Elibé había perdido todo su brillo, se
mantenía inmóvil, mientras mecía la fallecida efigie de su novio en sus
recuerdos.
“Hospital Ramnusia”
Cada uno de los presentes abandonó la habitación hasta que finalmente tan
solo quedaron ellas dos. Elibé cruzó la habitación, con serenidad se dirigió al
ventanal que se encontraba cerrado por el frío y asomándose pudo ver las
ramas del platanero, desnudas, y agrietadas por el tiempo. Inmediatamente
se sentó junto a ella en la cama. Con una mirada inexpresiva la observó; dos
sondas se introducían en sus ubicuidades nasales, mientras el monitor
situado al otro lado de la cama indicaba con un electrocardiograma el ritmo
de su corazón. Claudia se encontraba estirada bajo las sábanas, con una
mirada perdida y vulnerable a cualquiera que quisiera dañarle.
Claudia no respondió.
-Quiero que cada día que te despiertes veas esta fotografía y te des cuenta
de que te has quedado anclada en el pasado. Quiero que sepas que yo rearé
mi vida, volveré a encontrar a alguien y seré feliz. Pero tú...
Elibé con una expresión totalmente seria la miró durante unos segundos. Ni
siquiera pestañeó.
Con total serenidad volvió a colocarse la correa del bolso sobre su hombro y
aproximándose a la puerta se giró por última vez.
FIN